Recuerdo que hacía mucho calor, un calor que rozaba lo sobrenatural. Me encontraba recostada sobre una hamaca en medio de la playa tomando el sol. De pronto, noté un impacto en una de las patas de la tumbona.

Unos segundos después, pude ver a un joven acercarse rápidamente hacia mí. Cuando estuvo a mi lado, percibí lo alto y apuesto que era. Esos ojos celestes junto a esa cabellera de un negro azabache espectacular le daban un aire atractivo. No fui capaz de separar mi vista de sus ojos, su intensa mirada me cautivó desde el primer momento.

De una forma muy educada me pidió disculpas por haberme molestado a causa del golpe. Apenas pude responderle, seguía embobada por su aspecto. Lo que recuerdo perfectamente es que, sin saber muy bien cómo, ese mismo día conseguí su nombre y número de teléfono. Jordan.

Días más tarde quedamos para ir a tomar algo. Al principio fueron solo cafés y paseos pero, con el paso del tiempo, empezamos a ir a cenar, al cine... Nos estábamos enamorando.

Desde aquel día en la playa no he podido sacarme su nombre y su sonrisa de ángel de la cabeza y, ahora, te escribo esto desde la misma tumbona que hizo que conociera al padre de mis dos pequeños y al mejor esposo que nunca pude soñar hace quince años.