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Hoy fue mi primer día de trabajo. Al principio fue difícil seguir el ritmo de mis demás compañeras y de los clientes que visitaron la tienda. Solo gente muy elegante y fina visitan el lugar, la prepotencia y el egocentrismo en su máxima expresión. Personas que te miran por encima del hombro creyendo que son mejores que tú solo porque tienen dinero y te tratan de forma despectiva porque eres un empleado.

No estuvo tan mal, a pesar de que tuve que responder cientos de preguntas a cada momento e ir de un lado a otro ayudando a encontrar atuendos de personas que estaban indecisas. Lo peor fue tener que fingir una sonrisa y felicidad cuando por dentro estoy desolada. Hice mi mayor esfuerzo y debo reconocer que el trabajo me distrajo y evitó que me perdiera en los recuerdos de lo que pasó hace dos días con Seth.

He tratado de evitarlo como la peste y no es que él hiciera el gran esfuerzo de buscarme tampoco. Sé que no le intereso más que para satisfacer sus necesidades como hombre y compañera en su soledad.

No entiendo por qué reconocer esto me duele tanto, es decir, Seth siempre ha sido de esta manera conmigo. Excepto las veces que es cariñoso, que son muy pocas, y me confunden bastante sus muestras de afecto.

Lo extraño de todo es que luego que le conté mis secretos, mis temores y traumas han empeorado. Las pesadillas han regresado, los recuerdos no abandonan mi mente haciendo que me sienta miserable. Pensé que luego de que hablara con él sobre mi pasado me sentiría mejor, pero ha sido todo lo contrario. Puede que eso se deba a la forma tan abrupta en que pasaron las cosas.

—Lo hiciste muy bien, Emma —Betty me felicita mientras saca algo de su casillero junto a mí.

—Muchas gracias, me ayudaste mucho —le digo, sincera.

Ella asiente y se marcha.

Betty es una compañera que trabaja en el mismo turno que el mío y la encargada de entrenarme. Es una rubia muy linda de ojos café y piel de porcelana. Me trató bien y me enseñó muchas cosas.

Termino de sacar mis cosas y me marcho de la tienda, satisfecha de mi rendimiento.

—Emma. —El señor Brooke se me acerca rápidamente.

—¿Qué hace aquí? —Lo miro de arriba abajo, esta vez está vestido casual y su pelo despeinado.

—Te estaba esperando, Emma, ¿quieres almorzar conmigo?

Parpadeo, confundida. Le agradezco lo que hizo por mí, pero no creo que sea prudente.

—No tengo hambre —miento y reanudo mi andar, dispuesta a conseguir un autobús.

—No seas así, Emma. —Me toma del brazo con suavidad, impidiendo que siga—. ¿Ya comiste? —Niego apenada y él sonríe victorioso.

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Miro a mi alrededor mientras el señor Brooke lee muy concentrado el menú. Todo lo que hay se ve delicioso y mi estómago reacciona. Mis sentidos gritan que ha sido una mala idea el venir aquí con él, pero no aceptó un no por respuesta y en cierta forma siento que se lo debo.

La comida es exquisita, él no ha parado de hablar de todo un poco y me he dado cuenta que es un hombre divertido. Su inteligencia y sabiduría no me pasan desapercibidos, es bueno con las palabras y sabe manejarse bien.

—Disculpa mis palabrerías, Emma, si me dejas no termino hoy. —Ríe y puedo notar cómo sus ojos se achican y arruga la nariz de manera muy peculiar—. Cuéntame sobre ti. —Mi corazón se acelera al ser consciente de que no tengo nada que decirle.

—Mi vida no es tan interesante, Mitch —le llamo por su nombre porque me ha corregido varias veces cuando le digo señor.

Sonríe aún más complacido.

—Vamos, no seas tímida. —Le da un sorbo a su bebida y hasta eso lo hace con elegancia—. ¿Cómo te sientes en el trabajo?

—Muy bien, he aprendido mucho. Muchas gracias por todo lo que hizo. —Mis palabras son sinceras.

—No es nada, Emma. —Hace un ademán con la mano, restándole importancia—. No sabía que eras bailarina en el bar. —Abro los ojos por el cambio de tema.

—No, solo era camarera —hablo de inmediato, apenada—. Pero sí soy bailarina, mi madrastra me inscribió en clases de ballet cuando era una niña y luego de grande iba a una escuela de baile. —Sus ojos se abren en sorpresa.

—Vaya, qué fascinante. —En realidad se nota interesado. Me siento rara al hablar de mis cosas con él, pero me agrada la forma en que puede escuchar y mostrar que le importa—. ¿Vas a seguir estudiando? —Asiento.

—Claro que sí, quiero retomar mis clases de enfermería. —Sonríe satisfecho.

—Emma. —Su semblante se torna serio ahora—. Ese chico que te estaba esperando fuera del bar aquella noche, ¿es tu novio?

Mi cara decae al escuchar su pregunta y desvío la mirada sin saber qué decirle.

—No, es decir, tenemos algo complicado.

Bajo la cabeza, avergonzada. Estoy consciente de que ya Seth y yo no tenemos nada después de lo que pasó la última vez que hablamos.

—Entiendo. —Asiente, ido en sus pensamientos—. Él se me hace conocido, pero no sé de donde.

Río, nerviosa, por el cambio de tema tan drástico.

—No lo creo, ¿qué estudió?

Trato de salir del paso al sentirme incómoda con la conversación. Al parecer se da cuenta porque suspira y sus ojos me miran con pesar.

—Soy abogado.

Asiento, pensando que ese es su porte. Un abogado prestigioso y próspero.

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Se movía de arriba abajo sobre mí, tenía los ojos cerrados y las manos encerradas en su pequeña cintura. Jadeé, desesperado, sentía que no faltaba mucho para llegar a mi límite. Sus besos en mi cuello y boca me llevaban a otra dimensión, el placer era indescriptible y no podía parar de decirle cuánto la amaba.

—Te amo.

Los gemidos salían ahogados de mi boca mientras ella seguía haciendo su magia sobre mí. Solté una mano de su cintura y atrapé su larga cabellera negra para  acercarla y besar cada pedazo de piel descubierta que alcanzaba.

Sus gritos y jadeos se volvían más intensos, la dulce melodía de nuestros cuerpos me hicieron llegar a la cima y le mordí el hombro porque estaba cegado por el placer.

Ella gritaba y se retorcía sobre mí, luego se dejó caer. Me abrazó con fuerza, temblaba como una hoja y sus besos helados me hacían sonreír.

Te amo con mi vida, Thiago.

Sus ojos verdes no mentían, ella era la mujer que tanto había esperado.

Se bajó de mi regazo y trató de cubrir su cuerpo con una sábana. Sonreí, feliz y satisfecho, hacía mucho que no sabía qué era esta sensación de bienestar y de ser amado.

Cristina era todo para mí, la única que sabía la clase de persona que era y aun así se mantuvo conmigo sin importar qué. Era mi confidente, mi mejor amiga y la mujer que estaba seguro amaría por el resto de mis días. Odiaba sonar tan cursi, pero ella era lo mejor que me había pasado.

Caminó de nuevo hacia mí, escondiendo sus brazos bajo la sábana. Sus ojos estaban llorosos y me espanté cuando pensé que pude hacerle daño.

—Amor.

Se recostó en mi torso. La abracé, acercándola más a mí, y le besé la frente con dulzura. Me quedé quieto, esperando a que hable, el corazón me latía ferozmente.

—Thiago —su dulce voz me hizo sonreír y noté lo nerviosa que estaba—, tengo algo que contarte.

Asentí, preso del miedo, esperaba que no fuera nada malo. Una lágrima bajó por su mejilla y la limpié con mi pulgar. Su piel estaba brillosa, las marcas en el cuello y pecho me hicieron sonreír. Ella era mía y yo suyo.

Solo dilo, amor.

Sonreí, esperaba que mis sospechas fueran ciertas.

Estoy embarazada —susurró y se echó a llorar como una niña.

No lo pude evitar y lágrimas de felicidad salieron de mis ojos. La abracé con fuerza y le prometí que iba a ser el mejor padre y esposo del mundo. Ella lloraba también, su cuerpo temblaba y me besó con pasión. Al fin iba a tener mi familia, había llegado mi tiempo de ser feliz.


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