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Me remuevo en la fría cama sin saber qué hacer. La lluvia arrecia, la energía eléctrica se ha averiado y aún no tengo noticias de Seth. El miedo e incertidumbre me calan los huesos, haciéndome temblar. Es duro, pero debo reconocer que soy dependiente de él, de su compañía y de la forma en la que su sola presencia me hace sentir segura y protegida.
La luz de un relámpago ilumina la habitación y me encojo en posición fetal, lágrimas pesadas me mojan las mejillas ante mis pensamientos. Solo es un segundo, porque todo vuelve a tornarse oscuro.
Mi madre murió días después de yo haber nacido y me crie solo con mi papá, hasta que se casó cuando tenía diez años. Siempre escucho historias donde las madrastras son unas brujas y las malas del cuento, pero en mi caso fue todo lo contrario.
Mis sufrimientos cesaron un poco cuando Claudia se casó con el monstruo de mi padre. Sus abusos hacia mí menguaron significativamente y me cuidaba mucho. Me quería y yo a ella, era un rayito de sol en medio de mi oscuridad hasta que llegó el tiempo que se aburrió y volvió a meterse conmigo. Mis lágrimas se incrementan al pensar en todas las cosas que me hacía, nunca me quiso y no le importaba dejármelo saber a cada momento.
Entonces conocí a Jules, un chico lindo y dulce que con su trato me enamoró de a poco. Me llevaba cinco años de edad y me llamó la atención lo libre y auténtico que era. A él no le importaba encajar en ningún grupo ni romper las estúpidas reglas que los demás imponían solo porque sí. Me ofreció de todo y a los diecisiete escapé de mi casa con él dispuesta a ser feliz al fin.
Al principio todo estaba bien, él me trataba como una reina y viví los primeros meses de mi supuesta independencia al máximo. Hasta que un día llegó la primera bofetada, lo hizo porque salí a buscar trabajo sin su permiso. Lo perdoné varias veces, ya era costumbre recibir sus maltratos y maldiciones.
No entendía nada, él decía que me amaba, que yo era su todo y aun así me hacía daño adrede. Pero lo peor fue la noche que llegó borracho con su amigo, los dos abusaron de mí. Mi mente recuerda todo tan claro, sus manos en mi pelo halándolo con saña para tratar de inmovilizarme. Escapé de la casa al otro día, pero él me encontró, me arrastró a los baños de un centro comercial y me golpeó sin piedad. Luego Seth me encontró y me trajo a esta casa.
Estaba tan rota, sentía que nada de lo que hiciera iba a remediar el dolor que llevaba dentro. Juré no enamorarme, la convivencia con Seth fue interesante por eso y fui la primera en plantear dejar fuera los sentimientos.
Por eso me recrimino tanto ante el dolor por su desinterés, por lo que me hizo prometer y por el gran vacío que siento al no tenerlo a mi lado en la cama.
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—Sabía que ibas a volver.
Tamara me deja pasar a su pequeña oficina.
Es la dueña del bar, una mujer bajita de ojos grandes miel y mucho maquillaje. Nunca he visto su color natural de pelo porque siempre usa pelucas coloridas, esta vez lleva una de un naranja chillón.
Me siento en una de las dos sillas que hay en su escritorio y ella hace lo mismo quedando frente a mí.
—Las cosas no salieron como pensaba —hablo con pesar, no quería volver a este lugar.
Asiente, puedo notar lo satisfecha que se encuentra de verme aquí.
—Te lo advertí, Emma, es mejor que desistas de esos sueños locos de querer ser enfermera. Hay cosas que simplemente no se hicieron para ciertas personas. —Agacho mi cabeza avergonzada, yo sí creo que puedo lograrlo. Solo un poco más de esfuerzo—. Pero bueno, estás aquí y eso es lo que importa. Ve a maquillarte y arreglarte, cielo, esas ojeras se te ven horribles.
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Camino desorientada de un lado a otro con la bandeja de bebidas en una mano, tratando de no tropezar con las personas que hay a mi alrededor. Las miradas lascivas me hacen tener escalofríos, mi mayor miedo de trabajar aquí es que me hagan daño otra vez. Llego a la barra más tranquila y descanso un poco recargándome de la pared.
—Emma. —Me giro al escuchar mi nombre y me encuentro con la mirada azulada del señor Brooke. Sus labios están curvados hacia arriba en una sonrisa torcida y burlona—. Pero qué grata sorpresa encontrarte aquí. —Se acerca y por instinto retrocedo.
—¿Quiere algo de tomar? —Ahora se carcajea como si estuviera loco y niega varias veces con la cabeza.
—Vaya, vaya. Así que te negaste a un trabajo decente en mi casa para servir aquí como mesera y quizás como algo más.
—Cuidado con lo que dice, que no soy nada de lo que está insinuando.
Me le acerco, molesta, dispuesta a atacarlo.
—Eres una fiera, me encanta. —Respiro con dificultad al notar lo tranquilo y relajado que se encuentra. Mi mala suerte no puede ser tan grande—. Pensé mucho en venir a este lugar cuando mis amigos lo recomendaron, pero ahora se ha convertido en mi sitio favorito. —Le da un sorbo a su bebida sin quitarme los ojos de encima.
Me retiro a pasos apresurados y me encierro en el camerino que comparto con Joao. Es inevitable, tiemblo de miedo y me pregunto cómo haré para llegar a casa. Seth era el que me esperaba todas las noches y dudo mucho que lo haga de ahora en adelante.
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Salgo de la camioneta y camino a pasos apresurados hacia el portón de hierro. Toco el botón, esperando que esta vez tenga éxito y pueda salirme con la mía. Diviso a Tina venir hacia acá, confundida y mirando para todas partes. Cuando está cerca, se detiene y me observa con desprecio.
Hacía tiempo que no la veía, la edad la ha golpeado fuerte, las canas ahora son más abundantes al igual que sus arrugas.
—Thiago, ¿qué haces aquí? —Su voz es dura y tengo que suspirar profundo para no estallar de rabia por cómo me ha llamado.
Suspiro varias veces y trato de hacer los ejercicios que me había recomendado mi doctora cuando la visitaba.
—Quiero verla. —Mi voz sale apagada, estar aquí es un golpe a mi orgullo.
—Sabes que eso es imposible, no sé por qué sigues insistiendo, Thia...
—¡No me llames así! —Me acerco a la verja con violencia y ella retrocede, espantada.
Me doy cuenta de lo que acabo de hacer y pateo los hierros con fuerza.
—Estás peor que nunca, me das lástima. —Sus ojos oscuros me miran con reproche. Trato de normalizar mi respiración, este comportamiento no me llevará a nada.
—Por favor, he viajado desde muy lejos. Si quieres puedo observarla sin que ella se de cuenta —ruego con el corazón desbocado. No puede ser que me haya trasladado de un Estado a otro para que al final no logre nada.
—Lo siento, pero no será posible. No insistas más, Seth, he sido generosa contigo.
—He cambiado, incluso me inscribí en unas clases de yoga, puedo manejar mi ira —suplico, apretando con fuerza las rejas y a espera de que ella acceda. Su mirada me da terror, odio cuando la gente me observa así, como si fuera un loco.
—No pierdas tu tiempo, la próxima vez que vengas llamaré la policía y entonces te irá muy mal. —Se aleja a pasos apresurados.
—¡Tina! —la llamo desesperado, le grito groserías y lo mucho que la odio.
La vista se me nubla, las lágrimas hacen presencia y me dejo caer en el piso sin fuerzas. Golpeo el asfalto una y otra vez, sintiendo cómo se me lastiman las manos. El dolor en el pecho crece al ser consciente que vine aquí en vano. De nuevo.
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