25
Mis ojos recorren la lúgubre habitación, no hay nadie esperándome y mi ropa sigue en el mismo lugar donde la dejé desde hace días. No escucho los llantos provenientes de una chica hecha bolitas en la cama ni percibo miradas tímidas cuando salgo del baño desnudo.
Suspiro derrotado, tantas veces que deseaba esto y ahora no me acostumbro a estar sin ella. Estos días han sido raros, sin mi trabajo en el taller, sin Emma. ¿Qué estará haciendo? ¿Acaso me extraña o piensa en mí?
Espero que no, sinceramente deseo que pueda ser feliz y lograr todo lo que ha soñado. Mi mente trata de convencerme de que esto es lo mejor que pudo pasar, soy un fracasado y poca cosa para ella. Esto es lo correcto, pero aun así, me siento como la mierda.
Las voces en mi cabeza han despertado y están peor que nunca, siento que voy en declive y no estoy haciendo nada para evitarlo. No sé qué fue lo que hizo en mí, pero a pesar de que se ha convertido en alguien muy especial, no puedo confiar ni entregarle mis sentimientos. Reconozco que no soportaría otra traición, estoy enfermo y eso implica exponerla al peligro. Exponerla a mí.
Los temblores en mi cuerpo y el deseo incontrolable de golpear algo me llenan de tal forma que siento que me asfixio. Me acerco a la pared y, sin pensarlo dos veces, la golpeo con los puños descubiertos. Grito de impotencia y dolor, la sangre sale de mis nudillos magullados, pero no me importa.
Las lágrimas caen incontrolables de mis ojos, siento las manos entumecidas y caigo al piso, deseando que esto acabe. Este es un día en que me permito ser egoísta, deseo que mi dolor en algún momento pare. Este día solo quiero morir.
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Su mirada acusadora hace que me encoja en mi lugar, niega varias veces y camina de nuevo a la cocina. La sigo, me siento en una de las sillas y recargo mi cabeza sobre la mesa. Delia cocina algo en silencio, sé que está molesta y que lo que sea que diga lo usará en mi contra.
Coloca un plato de arroz con pescado frente a mí, arrugo la cara porque ella sabe que no me gustan los animales que vienen del mar. Lo está haciendo a propósito.
—Come o déjalo, es tu decisión.
Se sienta frente a mí y empieza a degustar el almuerzo, animada. Trato de comer, dejando de lado el pescado mal oliente.
—Yo no le dije que se fuera, Delia, ella lo hizo porque quiso. —Me adelanto porque estoy seguro que es por eso que se está comportando así.
—Estoy segura de que fuiste el culpable de que Emma se haya ido de la casa, eres más tonto de lo que creía.
Arrugo la cara en desagrado. Emma se fue porque le dio la gana, este pensamiento me hace enojar.
—Ella estuvo saliendo con un hombre adinerado y no me dijo nada —replico, tratando de que se dé cuenta la clase de persona que es.
—¡Patrañas! Estoy segura de que las cosas no sucedieron así y puede que tú también lo sepas.
Desvío la mirada porque tiene razón. No sé qué en realidad pasó con Emma y el rubio ese, pero a él no le creo nada.
—Ahora me voy a enfocar solo en mi hija, Delia, es mejor que estemos así.
Ella se pierde en sus pensamientos y tengo la sensación de que no escuchó lo que dije.
—Seth, ¿estás yendo a tus terapias? ¿Te estás medicando? —Sus ojos se posan sobre mis manos vendadas con pesar.
—No. —Agacho la cabeza, apenado. Pude haberle mentido, pero me es imposible hacerlo con ella. Me conoce como nadie en el mundo—. He dejado de hacerlo desde que se fue...
—¿Cómo piensas recuperar a tu hija? —Su voz sale con reproche. Esta es una de las veces que quisiera tener la habilidad de mandarla a la mierda como a todo el mundo, pero no puedo.
—Cristina me lo va a permitir. —Sus ojos me miran con decepción.
—Pensé que eras más inteligente. —Niega con pesar y se levanta—. Esa mujer es una arpía, Seth, solo está jugando contigo.
Me encojo de hombros, no me importa lo que ella piense, yo solo quiero recuperar a Corina.
—Estoy dispuesto a lo que sea para estar de nuevo con mi hija.
—No parece, lo primero que debes hacer es seguir tu tratamiento al pie de la letra. —Camina de un lado a otro, pensativa—. Te voy a decir algo importante y espero que me entiendas, Cristina solo quiere tenerte comiendo de su mano. Si haces las cosas a su manera, no habrá forma de que tengas el control de la situación. —Arrugo la cara confundido, sin poder entender sus palabras.
—No sé a qué te refieres.
Ella se sienta de nuevo frente a mí y toma una de mis manos con cuidado.
—Si no te guías por la ley, ella podrá hacer contigo lo que le plazca. Se enojará y se desaparecerá con la niña sin que nadie pueda evitarlo. Debes buscar ayuda y demostrar frente a un juez que puedes visitarla.
Tiene razón, si quiero estar en su vida debo recuperarme.
—Solo sé cometer errores.
Ella se acerca y me acaricia el pelo con dulzura.
—Es cierto, pero en tus manos tienes el poder de cambiar eso. Hazlo por ti, por tu hija, por Emma.
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Mientras tanto, en otro lugar...
Cristina entra en la habitación que comparte con su marido, despacio. Espera no despertarlo y así evitar una pelea. Edgar se gira y observa a su esposa que se paraliza, horrorizada.
—¿Dónde demonios estabas? —Se levanta de un salto y se acerca a ella, molesto—. ¿Crees que soy un estúpido? Seguro estabas con tu amante —escupe con rabia.
Le duelen esas palabras, porque está consciente que siempre ha sido fiel, excepto esa noche que estaba dispuesta a todo con Thiago. Si él no la hubiese rechazado no sabe cómo terminarían. O quizás sí.
—No soy así, el único que se acuesta con cualquiera eres tú. —Edgar sonríe burlón, sin ningún tipo de remordimiento.
—Puedo hacer lo que se me plazca, Cristina, ya que no obtengo nada de ti... —La recorre con la mirada y se muerde los labios.
—Quiero el divorcio —le suelta sin detenerse a pensarlo. Puede ver las intenciones de él y le da asco pensar siquiera que la toque. Edgar se carcajea como si de un loco se tratara.
—Perfecto, puedes largarte cuando quieras, pero eso del divorcio no se va a poder. —Agarra su mentón y la mira directo a los ojos—. No puede terminar algo que no ha empezado.
—¿De qué rayos hablas? —Su confusión es evidente y un nudo se instala en su estómago.
—Lo que escuchaste, no hubo tal matrimonio, Cristina, todo fue una farsa. Así que si te quieres largar, hazlo de una buena vez, pero no creas que te daré un solo centavo.
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