22

Un grito ahogado sale de mi garganta al ver cómo Seth golpea con saña a Mitch. Suplico que lo suelte, pero no hace caso, es como si estuviera poseído. Axel trata de quitárselo de encima, pero él le da un puñetazo y este se aleja.

—¡Basta, Seth! —grita furioso el tal Lino y lo toma de los brazos. Él se sacude con violencia, está temblando de arriba abajo y su respiración es irregular.

Axel aprovecha y aleja a Mitch, quien está sangrando por la nariz y balbuceando cosas sin sentido.

—Seth.

Trato de acercarme, mis lágrimas caen como cascadas al ver lo alterado que se encuentra. No responde, pasa por mi lado y camina con rapidez hacia la salida.

—Déjalo, Emma.

Axel me agarra del brazo, impidiendo que vaya detrás de él.

—No, necesito hablarle y explicar qué fue lo que pasó en realidad. —El pecho se me contrae al recordar la mirada que me dio al creer que estaba con Mitch—. Lo amo —sollozo, desesperada, y Axel me acorrala entre sus brazos.

—Ay, Emma, ¿en qué lío te has metido? —Niego sin saber qué responderle. Yo no sé cómo esto pasó, estábamos muy bien.

—Necesito hablarle, decirle la verdad. No es lo que él cree.

Me mira con lástima y asiente con pesar.

—Pero no ahora, Emma, él no está bien. —Niego con la cabeza presa del miedo, no quiero que haga alguna tontería ni que se dañe por mi culpa.

—¡Eres una zorra asquerosa! —Mitch camina hacia nosotros, visiblemente molesto—. Mira lo que me hizo ese loco por tu culpa, pero esto no se queda así, haré que pagues cada uno de los golpes que me propinó ese maldito. —Lo miro con odio. Así que esto era lo que él quería, fui una idiota.

—No te me acerques nunca más ni me busques.

Se carcajea como el psicópata que es y se me acerca. Axel se para frente a mí de manera protectora.

—Haré que te tragues tus palabras, Emma, vendrás arrastrándote hacia mí.

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Entro a la habitación, me percato del desorden de ropa y papeles que hay y suspiro agotada. Le he dado su espacio, incluso dormí en la casa de Delia, pero ya es tiempo de enfrentarlo y que hablemos.

Sale del baño desnudo, gotas de agua caen de su pelo. Se paraliza cuando se percata de mi presencia, no levanta la mirada, solo se queda quieto. Mis manos tiemblan por la anticipación, es increíble que las palabras no me salen y hasta estuve ensayando las cosas que iba a decirle.

—¿Qué haces aquí?

Su voz me da escalofríos, tan cortante que duele.

—Necesitamos hablar.

Ríe sin gracia y busca algo en su armario. Se viste con un pantalón ancho y una camiseta vieja.

—No lo creo, Emma, es mejor que todo se quede así.

Un frío se instala en mi pecho al momento que cruza sus ojos con los míos. Al parecer estuvo llorando, luce muy dolido y decepcionado.

—Mitch te mintió, nunca tuve nada con él. —Desvía la mirada y se sienta en la cama—. Tienes que creerme, sería incapaz de engañarte de esa manera.

—¿Engañarme? —Frunce el ceño con confusión—. Emma, tú y yo no somos nada.

Su risita burlesca hace que se me encoja el pecho. Sé lo que hace, está tratando de enmascarar lo que siente con esto.

—Estábamos muy bien... —Limpio una lágrima traicionera de inmediato.

—Es mejor así, Emma, ese hombre te puede ofrecer todo. En cambio, yo no soy nadie, estarás mejor con él. —Niego, furiosa por sus palabras.

—Te amo. —Mi voz es apenas audible, las lágrimas salen incontrolables y siento que un peso ha sido quitado de encima. Al fin pude decirle lo que tanto me estaba negando—. Creí que una vez me enamoré, pero ahora sé que no fue así. Te amo más que a nadie en esta vida.

Sus ojos se abren en sorpresa, la angustia y dolor plasmados en su rostro. Niega varias veces y hala su pelo por la desesperación. Me le acerco, retrocede y eso hace que mi corazón se parta en mil pedazos.

—Te lo advertí, Emma, te dije que no lo hicieras.

Asiento mientras lloro como una niña. El corazón me palpita como loco en el pecho.

—Soy una tonta, Seth, siempre tomo las peores decisiones.

Se levanta, camina hacia la puerta sin decir una palabra y sin dejar de mirarme.

Los recuerdos de todo lo que vivimos me lastiman, cómo había cambiado conmigo en los últimos días.

Sus ojos no se apartan de mí, veo tantas cosas en ellos y me confundo al no poder descifrar su sentir. ¿Por qué no lo grita? Yo sé lo que quiere, sé que es por mí que ha estado así. Mi corazón late acelerado esperando algo, pero no llega. En cambio, se da la vuelta y se va. No entiende que se lleva mi alma, que todo lo que le he dicho ha salido de lo más profundo de mi ser.

Lo amo, esa es mi verdad. No puedo seguir engañándome porque este sentimiento ha derribado todas mis defensas, me estoy negando a lo que una vez pensé que era, estoy en el borde del precipicio. Lo amo, así con sus trastornos y frialdad, aun sabiendo que no me puede corresponder como quisiera.

Mis lágrimas caen como cascadas, el pecho se me encoge y la vista se me nubla. Si supiera que mis piezas rotas pueden juntarse con las de él y así formar las partes de un todo.

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Mientras tanto, en otro lugar...

Mitch entra a la oficina de Ania Winston y se sienta frente a ella. Sus ojos azules se posan en cada rincón del lugar mientras trata de buscar las palabras adecuadas.

—Habla de una vez por todas, Mitch, estoy segura que no has venido a admirar mi decoración. —Se ríe y se acerca a ella, quedando recostado del escritorio.

—Necesito un favor tuyo, Ania. —Asiente, esperando que continúe—. Sabes que te recomendé a esta chica, Emma Hills, pues es hora de que te libere del compromiso.

—No te entiendo. —Arruga el ceño, confundida por sus palabras.

—Quiero que la despidas. —Sus manos se juntan en forma de ruego—. Creo que fue el colmo traer a esa chiquilla a trabajar a tu prestigiosa tienda, Ania, lo siento —alega con fingida pena. Ella se levanta de su asiento y se pasea por el lugar, pensativa.

—Ya sabía yo que tus visitas constantes no eran para pasar a saludarme, ¿cuánto tiempo llevamos conociéndonos? —El rubio arruga la cara en desagrado sin entender de qué habla.

—Muchos años, ¿qué quieres decir? —Ella vuelve a su silla y se acomoda sin dejar de mirarlo directo a los ojos.

—Voy a ser sincera contigo, Mitch, sabes que te aprecio y te agradezco muchas cosas. —Asiente, complacido—. Al principio no quería que esa niña trabajara aquí por las razones obvias, pero te puedo asegurar que ella, en el poco tiempo que tiene, se ha ganado su puesto.

Se levanta, furioso, y le pega un manotazo a la mesa, esto hace que Ania se espante.

—Yo decido si se queda o no, ¿sabes lo que hacía en el bar? Bailaba para hombres, Ania. —Lo mira tranquila, esperando a que termine de hablar—. Es una interesada que se cree la gran cosa, la quiero en la calle —sentencia y se sienta frustrado al ver que ella ni se inmuta.

—Es la segunda vez que te veo obsesionado...

—No es así —interrumpe rápidamente—, pero jugó conmigo y no me voy a quedar de brazos cruzados.

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