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La observo, curioso, no ha dejado de parlotear ni de tocar mi brazo de abajo hacia arriba. Me alejo un poco en un intento de evitar su toque, pero se acerca más. Sus ojos grises son muy expresivos mientras me explica el porqué debería ir a su casa para que verifique la computadora.

—¿Puedes dejar mi brazo tranquilo, Linda?

Su mirada apenada me da lástima, otra vez he sido muy duro.

—L-Lo siento, Seth, no me había dado cuenta —balbucea, haciendo que me sienta mal. No es que quiero lastimar a las personas, solo me sale muy natural.

—No te preocupes y podría ir a ver tu computadora una tarde después de nuestro turno. —Su sonrisa se ensancha y luce muy satisfecha.

—Seth, hay un tipo que quiere verte.

Asiento y camino detrás de Axel en dirección a la entrada del taller.

Un hombre rubio y trajeado se encuentra observando todo a su alrededor con curiosidad. Su semblante cambia cuando me ve y me recorre de arriba abajo, haciendo que me sienta incómodo.

Sé lo que pasa por la mente de tipejos como estos que se creen superior a los demás porque tienen dinero. Es lo que aparenta y me resulta difícil de entender qué busca en un lugar como este.

—¿En qué le puedo ayudar? —Su mirada despectiva me hace querer golpearlo.

—¿Seth? —Asiento, esperando que hable de una vez por todas—. He escuchado que eres muy bueno con los autos y me gustaría que verificaras una vieja motocicleta que tengo en casa.

Lo observo, dudoso, me cuesta creer en las personas y este hombre no me inspira ni un poco de confianza.

—Puedo revisarla, pero deberá traerla acá. No hago trabajos a domicilio, señor.

—Mitch. —Me extiende la mano y se la tomo—. En ese caso me dices cuándo la podría traer, es que es muy importante para mí. —Su mirada no deja de escanearme, no me gusta ni un poco su forma.

—Cualquier día de lunes a viernes. —Asiente, sonriendo satisfecho.

—Eso haré, un placer, Seth —se despide y se retira.

—¿Lo conocías? —inquiere Axel y niego con la cabeza —. ¿Por qué preguntó exactamente por ti entonces?

Me encojo de hombros sin saber qué responderle.

—Cuando vuelva lo voy a averiguar, quizás fue cliente alguna vez y no lo recuerdo.

Asiente, perdido en sus pensamientos.

—¿Le dijiste a Emma? —Trago saliva y niego—. Debes decirle, Seth, no es justo para ella que la mantengas al margen de lo que piensas hacer, tarde o temprano se va a enterar y será peor. —Sé que tiene razón, pero reconozco que soy un cobarde.

—No quiero hacerle más daño del que le he hecho, no se merece sufrir. Emma significa mucho para mí y tengo miedo de que me odie —le digo sincero porque Axel es mi amigo y sabe cómo me siento respecto a ella.

—Precisamente por eso debes ponerla al tanto de la situación.

Le doy la espalda, sé que tiene razón, estoy consciente que no merezco a alguien como ella y me destruiría por completo si viera en sus ojos lo que un día vi en los de la mujer que amaba. Por eso es mejor que corte todo vínculo de raíz, antes de que sea tarde.

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Entré a nuestra casa con desespero, trataba de tranquilizarme y convencer a mi subconsciente de que ese mensaje que recibí de Cristina tenía una explicación sensata. Cerré la puerta con el corazón hecho pedazos, sentía que la mejoría se había ido por la borda. «Todo se ha acabado», pensé. Temblaba como una hoja y el poco raciocinio se esfumaba con cada segundo que pasaba.

La llamé mientras caminaba hacia nuestra habitación. La encontré con una maleta en el piso, su ropa por todos lados y sacaba cosas de los cajones del armario. Sus ojos verdes me miraron con pesar, rojos e hinchados. Al parecer lloró y me dolía el alma el solo pensamiento de que sufría por mí.

—Cristina —susurré en un hilo de voz—. ¿Qué estás haciendo, mi amor?

Me acerqué, pero ella retrocedió.

Un dolor atravesó mi pecho al percatarme de cómo me miraba. No la reconocía, esa no era la chica con la que me había casado. Mis ojos fueron hacia mi bebé que yacía dormida sobre la cama y sonreí por inercia cuando la vi tan tranquila.

—¿Leíste mi mensaje?

Retiré la mirada del ángel que dormía y la posé sobre ella. Asentí con pesar.

—Sí, y no lo entiendo.

Sentí que se iba acelerando mi pulso y cerré las manos con fuerza, en un intento de controlar al animal que quería salir.

Es claro, Thiago, esto se acabó. Quiero el divorcio —dijo como si nada y se giró para seguir en lo que estaba.

La vista se me tornó borrosa, sus palabras hacían eco en mi cabeza, me sacaban de mis casillas.

—Debes estar bromeando. —Reí sin gracia y una lágrima salió de mis ojos—. Tú me amas y yo te amo.

—¡No! —gritó y se giró para encararme—. Estoy cansada de esto, de vivir aquí y de tener que preocuparme por el futuro incierto de mi hija.

Me limpié la cara porque no sabía qué más hacer, no entendía sus palabras.

—Trato de hacer lo que puedo, Cris. Por favor, dame una oportunidad —le rogué con el corazón en la mano.

—No puedo más, Thiago, esta miseria me está destruyendo, tú no vas a cambiar nunca. Estás loco y no pienso seguir exponiendo a mi bebé así.

Sus palabras me ofendieron, fueron como una bofetada en la cara.

—¡Nunca les haría daño! Sabes que las amo más que a nada en este maldito mundo —vociferé con desesperación.

Esperaba que eso fuera una pesadilla.

—Cállate, no quiero seguir hablando contigo, es mi decisión y debes respetarla. —Asentí, ido, mientras escuchaba las voces en mi cabeza que me decían que acabara con todo ya—. Además, conocí a alguien, hemos estado saliendo, Thiago, y quiero estar con él.

La mente se me quedó en blanco, tratata de procesar lo que ella decía.

—Puedes irte, pero no te llevarás a mi hija.

Su risa irónica me descolocó, esa no era la mujer con la que me casé.

—¿Crees que un juez te dará la custodia? Estás loco.

Mi ira se desbordó y me acerqué cual león a su presa.

—¡No me digas así!

Halaba mi pelo con saña en un intento de tranquilizarme, pero respiraba con dificultad y sentía que me ahogaba. 

—Es lo que eres, no puedo estar con un hombre al que le tema.

Asentí como si estaba poseído y me reí como un maníaco.

—¿Eso es lo que crees de mí?

Me acerqué despacio; sentía que todos los demonios en mi interior me dominaban, me hablaban, me gritaban que acabara con ella. Sus ojos desorbitados por el miedo me divertían.

Todo pasó muy rápido; los golpes, sus gritos desesperados me incitaban a seguir. Corrió desorientada y escuché a la niña llorar.

Ella me hizo daño, la mujer que tanto amaba y la madre de mi hija. Quien juró amor eterno frente a un altar y prometió ayudarme con mi problema.

A los quince años me diagnosticaron que padecía el trastorno afectivo bipolar¹. Había luchado con ese mal desde entonces, se lo dije y aun así se quedó a mi lado. Nunca le oculté nada porque en realidad quería algo sólido.

Fui tras ella y la agarré del cuello, dispuesto a acabar con todo. Los sollozos de mi bebé me hicieron girar la cabeza en su dirección. Sus ojos verdosos me miraban con terror, solté a Cristina y me le acerqué.

—No, no.

La cargué y traté de que parara de llorar, pero fue en vano. Cristina me la arrebató, el odio en su mirada me hizo temblar y salí de ahí deprisa.

Esa fue la última vez que vi a mi hija.

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🙋‍♀️¹Trastorno afectivo bipolar: provoca altibajos emocionales, que van desde trastornos de depresión hasta episodios maníacos. Un tratamiento puede ayudar, pero no tiene cura.

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