Capítulo 30. Estoy en televisión

En el trayecto a casa, le conté a Lukas más detalles de lo que sucedió el trágico día, no me atreví a ahondar en descripciones demasiado explícitas.

—Entonces, ¿Elton te pidió que le dispararas?

—Sí, eso fue lo que Derek escuchó —contesté en un hilo de voz—, por eso se hizo a la idea de que yo lo había hecho, pero no.

—Ya veo —masculló dubitativo—. ¿Así que tú fuiste la última en ver a Charlie con vida?

Asentí encogiéndome de hombros.

—Hay algo que aun no comprendo —dijo de repente—. ¿Por qué Elton quería que tú lo hicieras?

—N-no lo sé —titubeé.

—Derek piensa que tú le disparaste por una especie de venganza —mencionó con receló—. Es más, me aseguró que tú odiabas tanto a Charlie, que te cree capaz de haberlo planeado todo con antelación.

—Ese chico ya se ha inventado toda una novela —solté con ironía—. Bueno, lo cierto es que Charlie nunca me agradó. —comenté con sinceridad, él me miró un poco extrañado por mi confesión.

—No sabía que tú te llevabas mal con Charlie.

—¿Cómo podría caerme bien si era un abusivo? —Esto último salió de mi boca casi sin querer.

—Ruth, ¿a ti te hizo algo? —Frunció el ceño, se agachó para quedar a mi altura y me miró directo a los ojos. No pude evitar bajar la mirada.

—N-no, lo digo por todo el maltrato al que sometía a Elton.

Todo este tiempo he intentado convencerme a mí misma de que no lo odiaba, pero el oler su perfume cuando pasaba cerca de mí me provocaba arcadas, me irritaba escuchar su voz en clase, si accidentalmente me tocaba tenía que correr a lavarme, me daba asco mi propia piel. No fue suficiente tener que soportarlo en la escuela, también era parte de mis pesadillas. Aun cuando ya está muerto, su recuerdo es un grillete atado a mi tobillo.

—¿Lo odiabas?

—El odio es un sentimiento muy profundo y autodestructivo —comenté reflexiva, con la vista clavada en el piso—. Yo intento no odiar a nadie.

No pude decirle a Lukas lo que Charlie me hizo, no estoy lista para eso. Porque sí para mí era difícil hablar de lo sucedido, para él escucharlo, lo sería aún más.

(...)

Comencé a respirar de forma lenta y pausada para calmarme. Sabía que lo que estaba por venir no sería bueno, pensé que entre más pronto terminara, mejor. La espera me estaba volviendo loca; bebí cuantas botellas de agua pude, mis piernas me temblaban descontroladamente, en ese momento, me habría comido las uñas si no las hubiera tenido tan cortas.

El sonido de unos tacones golpeando al piso me hizo salir de mis pensamientos. Una mujer negra rondando los cincuenta se hizo presente, envolviendo la sala con su aire imponente. Supe enseguida que se trataba de la jueza encargada de mi caso, ya que traía puesto un largo albornoz negro.

—Todos de pie —pidió el alguacil de la sala—. La honorable jueza Marie Douglas preside.

—Gracias, pueden sentarse —la jueza se sentó en el estrado—. Buenos días. El día de hoy se celebrará la presentación de los cargos.

Mi padre me explicó que el objetivo de la audiencia inicial es dar a conocer los delitos que se me imputan y leer mis derechos. Además, la jueza determinará el monto de la fianza y si llevaré el proceso en prisión o en libertad.

—Estado de Ohio contra Ruth Whitman —expuso la jueza—. ¿Quién representa al Estado?

—Yo su señoría —El hombre canoso y corpulento sentado en la mesa del costado se puso de pie—. Robert Calloway, fiscal del Distrito.

—¿Se encuentra la señorita Whitman aquí?

Su voz era rasposa y cada una de las palabras de la jueza se sentían como latigazos golpeándome en la espalda, desgarrándome la piel.

—S-sí, soy yo —respondí sin poder ocultar el temblor de mi voz. Me imaginé que mis cuerdas vocales formaban nudos en mi garganta intentando estrangularme.

—De pie, por favor —La jueza se inclinó en su asiento hacia enfrente para escanearme con sus ojos marrones, luego se quitó los lentes y parpadeó lento un par de veces—. ¿Se le han leído sus derechos?

—Sí señoría.

—¿Tiene alguna pregunta sobre sus derechos y responsabilidades legales?

—No, su Señoría —contesté, pero lo cierto es que si tenía muchas dudas que no me atreví a manifestar.

—Señorita Ruth se imputan tres cargos en su contra —guardó silencio unos instantes revisando un documento que tenía en las manos—. Lo he leído dos veces porque me sorprende mucho que alguien tan joven esté implicada en delitos como estos.

Bajé el rostro ocultando mi vergüenza. Aun no me ha dicho de que se me acusa, pero deduzco que es grave.

La jueza tomó aire y comenzó a leer: —Los delitos que se le imputan son: conspiración, obstrucción de la justicia y...

Hizo una breve pausa, que a mí me pareció un momento de agobiante espera. La jueza exhaló con pesadez y finalmente dijo: —Homicidio.

«¿Cómo que homicidio?»

Casi me desmayo. Me llevé las manos a los costados de la cabeza, jalándome el cabello. Dejé de escuchar todo lo que sucedía al exterior, en mi cabeza resonaban las últimas palabras de la jueza.

Homicidio.

Volteé a ver a mi padre, él permaneció impasible. Me dio una palmadita en la espalda y me susurró al oído "Tranquila". Viré al otro lado, encontrándome con el rostro desencajado de mi madre, reflejaba una mezcla de tristeza y decepción.

—¿Cómo se declara? —preguntó la jueza tomándome un poco desprevenida. Apenas estaba recuperándome del shock.

—Inocente.

—¿Cuenta con un abogado? Si no lo tiene, esta corte le asignará uno.

—Sí, su señoría —respondí —. Mi padre me representará.

—Ah, todo se queda en familia —comentó divertida.

Asentí intentando esbozar una sonrisa.

—La fianza se fija en diez mil dólares —señaló la jueza—. ¿Desea el Estado que se revise la condición de libertad bajo fianza de la señorita Whitman?

—Uy, es mucho dinero —mascullé por lo bajo.

—Sí, su Señoría —intervino el abogado acusante—. Debido a las condiciones económicas de la familia de la acusada, la cantidad nos parece baja.

¿Baja? A mí me parece bastante, yo solo tengo trescientos dólares ahorrados en mi alcancía.

—En ese caso, el monto de la fianza será de quince mil dólares.

—Su señoría, por la relevancia de este caso para la comunidad, solicito que este procedimiento se resuelva mediante un juicio público —habló el fiscal del Estado.

—Bien, que así sea.

¿Juicio público? ¡No puede ser! Eso significa que cualquiera puede asistir, eso incluye a gente de la escuela.

—Se levanta la sesión —dijo golpeando su mazo de madera.

Las pocas personas que estaban en el recito salieron una a una de la sala. 

—Linda, confía —Mi madre me acomodó el cabello detrás de la oreja y luego me abrazó. Sentí que ella necesitaba el abrazo tanto como yo—. Todo se resolverá.

Mi padre se acercó a la jueza y al otro abogado, y comenzaron a platicar en voz baja.

—Debo ir al baño.

Me perdí un poco antes de encontrar los sanitarios. Me costó un poco orientarme, caminaba lidiando con el vértigo. La presencia de una mujer me desconcentró, ella estaba peinándose su rubia cabellera con las manos.

—Tus labios dicen "inocente", y tu cara de grita lo contrario —la escuché decir.

—¿Qué dijo?

—Es la primera vez que se te acusa de algún delito, ¿cierto? —repitió.

—Sí, y espero que la última.

Me eché un poco de agua en el rostro, y cuando alcé la vista, la mujer misteriosa ya no estaba.

«Me estoy volviendo loca»

Busqué su rostro entre los asistentes a la audiencia, no la encontré. 

—Esto no puede empeorar —me repetí mentalmente.

Mis padres pagaron la fianza, y después, salimos del juzgado, nos encontramos con algunos medios de prensa locales, quienes nos abordaron con sus preguntas

—¿Cómo te sientes? —preguntó uno de los reporteros.

—Bien —respondí en automático, un poco aturdida por los flashazos cegadores de las cámaras y los micrófonos amontonándose cerca de mi cara.

—¿Bien? —se mofó—. Te acaban de acusar de homicidio.

—L-lo sé, pero soy inocente —me defendí.

—Yo responderé sus preguntas —anunció mi padre y los micrófonos se giraron hacia él.

—¿Es el padre de la acusada o su abogado?

—Ambos. Soy su padre y su abogado.

Mi madre me jaló del brazo para sortear el pequeño tumulto de periodistas. Logramos llegar hasta donde había estacionado la camioneta. Ella se sentó en el lugar del copiloto y yo en la parte trasera. Esperamos en silencio a que mi padre llegará.

—Tu padre y yo hemos conversado —habló mi madre girándose en su asiento para quedar frente a mí—, y llegamos a la conclusión de que necesitas ver a una psicóloga.

—No, no la necesito —me apresuré a decir—, yo puedo manejarlo.

—Por favor, Ruth. Queremos que estés bien, pero esto nos rebasa, me rebasa —suspiró y su voz se convirtió en un lamento—. Intento ser una buena madre, no quiero fallarte.

—Eres buena madre —puse mi mano en su hombro y recargué mi cabeza en la suya—. La mejor que puedo tener.

Mi madre me tomó de la mano y sonrió. —E-estuve investigando y encontré una psicóloga cerca de tu escuela —Abrió la guantera, sacó una tarjeta de presentación y me la dio.

En la tarjeta se leía:

DRA. PATRIZIA SULLIVAN.

PSICÓLOGA. ESPECIALISTA EN COMPORTAMIENTO SUICIDA.

—La gente recurre a ella cuando tiene la soga en el cuello —mascullé.

—Tiene muy buenas referencias —añadió—, ha tratado a muchas personas famosas, como Britney...

—¿La cantante pop? —la interrumpí y mi madre afirmó con la cabeza—. Si voy con ella terminaré rapándome el cabello.

—Ruth.

Mi padre se acercó y se subió al coche. 

—Sé que no te gusta, pero es por tu bien.

—Coincido con tu madre, creo que hablar con una profesional te servirá —Mi padre arrancó el auto y comenzó a manejar—. Estás lidiando con situaciones muy complicadas; lo del tiroteo, lo de Martha y también lo del juicio, es demasiado para cualquiera.

—Lo pensaré.

Ninguno de los tres dijo nada más hasta entrar a casa.

—Sé que el panorama no parece muy alentador, pero te aseguro que no salió tan mal.

—¿No salió tan mal? —solté un poco irritada—. Me acusaron de homicidio.

—Recuerda que eres inocente hasta que se demuestre lo contrario —acotó mi madre.

—Esa es la acusación que menos debe preocuparte.

—Es la más grave —repliqué.

Asintió. —Y la más difícil de probar. La han incluido porque creen que te sacarán una confesión —indicó mi padre con tono perspicaz—. Ya lo veía venir, apuestan a quebrarte.

—Ya me siento quebrada —balbuceé con fastidio dejándome caer en el sofá de cabeza, esto provocó que yo encendiera la televisión sin querer.

—Estamos tranquilos, confiamos en que se hará justicia. —La voz de mi padre en el televisor me hizo voltear.

Estas son imágenes de lo que ocurrió en la corte federal de Ohio esta mañana. Vemos que la acusada sale acompañada de su familia, de hecho, es su propio padre quien fungirá como su abogado.

—Estoy en televisión —Tomé el control remoto y subí el volumen.

—Es un atentado que lastimó el corazón de nuestra comunidad, y no descansaremos hasta que todos los culpables paguen por sus crímenes —declaró el fiscal del Estado.

Cuando creíamos que el culpable había muerto, esta historia ha dado un giro dantesco. Nueva información señala que otra estudiante participó activamente en los hechos.

¿Será que hubo más de un culpable?

Esta mañana se presentó una querella en contra de una estudiante, presuntamente implicada en el tiroteo del pasado octubre en el Instituto Columbus. En su contra versan tres cargos, uno de ellos por homicidio.

Sin duda le daremos seguimiento a este caso.

Volvemos al estudio.

—Yo quería mantener este asunto en total discreción, y salí en televisión —me quejé internamente. No sé si reír o llorar.

—Es normal que llamé la atención de los noticieros, sobre todo por lo mediático del asunto —mencionó mi padre—. Afortunadamente casi nadie ve el canal local.


Hasta aquí el capítulo de hoy, lo reescribí tres veces y cada una completamente diferente a la anterior. Afortunadamente adelanté un poco del siguiente capítulo.

Aunque la mayor parte del tiempo estoy recluida en mi burbuja de Wattpad, abstraída entre la lectura y la escritura, lo que sucede en el mundo real me afecta. Soy de carne y hueso, aunque prefería ser de papel.

En fin, agradezco cada lectura, voto y comentario.

Les mando un saludo y un apapacho fuerte.

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