Capítulo 27. Abstinencia

Solo una vez en mi vida he disparado un arma, fue cuando tenía siete años, por ese tiempo Martha tenía un novio al que llamaba "Pastelillo", irónicamente ese hombre era todo menos dulce. Un día mientras yo estaba haciendo tarea en el comedor, Pastelillo estaba medio ebrio y dejó su arma sobre la mesa.

Yo tenía hambre y ellos tenían prisa por comerse, ambos me ignoraron y se encerraron en la recámara con llave.

Recuerdo que era una pistola con revólver, en cuanto se fueron le saqué las balas y me las metí a la boca creyendo que se trataba de caramelos macizos, jugueteé con las balas en la boca y al darme cuenta de que no eran comestibles, las escupí. Volví a meter las balas en el arma y mientras lo hacía, sin querer la disparé.

Martha vino corriendo casi desnuda, solo una bata de dormir corta cubría su cuerpo, Pastelillo venía tras ella solo con los calzoncillos puestos. Yo estaba asustada, Martha comenzó a regañarme por el pequeño boquete que había hecho en el piso. Pastelillo me dió una bofetada sin contener su fuerza, parecía que quería darle vuelta a mi cabeza.

El ardor en mi cachete era tal que me tiré al piso a llorar. Martha no dijo nada, a ella le iba peor.

La mayoría de los peritos estaba dentro de la casa inspeccionando mi habitación y tomando fotografías, un pequeño grupo de oficiales recorría los jardines y el patio trasero examinando meticulosamente cada rincón en busca del arma homicida.

«No la encontraran»

No la enterré en el patio ni la tiré a la basura, tampoco la escondí bajo mi cama, simplemente no la tengo.

«Si yo no la tengo, entonces ¿quién?»

Llegó mi padre, vestido con su fino traje y su portafolio de piel. Lucía desorientado, seguramente muchas veces había visto escenas como esta, pero ahora ocurría en su propia casa.

Corrí a su encuentro.

—Yo no hice lo que ellos creen —aseveré entre sollozos—. No lo hice, no lo hice.

Me tomó de los hombros sacudiéndome levemente y se agachó para quedar a mi estatura. —¿A qué te refieres Ruth? —inquirió mi padre—, ¿qué es lo que creen?

—Que yo maté a Charlie —admití en un hilo de voz.

Suspiró y me abrazó por la espalda, mi madre se sumó al abrazo.

Mi padre se separó de nosotras y dijo: —Iré a hablar con los inspectores un momento.

—Todo estará bien Ruth —aseguró mi madre mientras me peinaba el cabello con los dedos.

Unos minutos después, mi padre volvió y se situó en medio de nosotras. No habló, tenía la mirada perdida, al parecer estaba analizando la situación.

—¿Qué sucede Geoffrey?

—Sospechan que Ruth sabía lo del tiroteo —le dijo a mi madre un tanto preocupado. Luego fijó su vista en mí, como examinándome—, y que ella pudo estar involucrada en la muerte de Charlie.

—Es ridículo —exclamó mi madre—, ¿qué motivaciones podría tener Ruth para hacerle algo tan grave a ese chico? Incluso fuimos a su funeral.

Ir al funeral de alguien que se supone que mataste es un poco enfermo...

—Es más, ese chico era hermano de su novio —añadió.

Y salir con su hermano es sádico.

—Lo sé, pero me hablaron sobre lo que encontraron en la habitación de Ruth —Él desabotonó el cuello de su camisa y aflojó su corbata, siempre que hacía eso significaba que estaba estresado—. Ruth quiero ayudarte, pero necesito que me cuentes todo lo que sabes.

Me separé de ellos dando un par de pasos hacia atrás.

—Ya te dije que no lo hice —chillé irritada—. Si me preguntas de nuevo pensaré que no me crees, y si tú dudas de mí significa que nadie me creerá...

—Te creo —Se quitó sus lentes y me miró directo a los ojos—. Creeré cada palabra que me digas.

—Ruth, sabemos que tú eres inocente. Pero debes contarnos lo que pasó para que tu padre te ayude a demostrarlo —Mi madre me tomó de la mano y sonrió con confianza. Yo asentí.

—Bien, primero platícame de la carta.

—Elton me la mandó, llegó un par de días después del tiroteo.

—¿Recuerdas lo que dice?

—No dice mucho, es una simple carta de despedida.

—De acuerdo —Se rascó el mentón y continuó preguntando—. ¿Sabes por qué se llevaron un par de tus zapatos?, ¿son los que usaste ese día?

Cada vez que mi padre abría la boca me ponía nerviosa, en mi mente repasaba cada respuesta.

Tengo que ser honesta con quienes confían en mí.

—Sí, porque tienen unas pequeñas gotas de sangre —balbuceé.

—¿De quién es esa sangre? —inquirió mi padre—, ¿tuya?

—De Charlie.

Mis padres se voltearon a ver entre sí, con una expresión turbada en el rostro.

—Ruth, ¿viste el arma?

Afirmé con la cabeza.

—¿Tienes idea de dónde podría estar?

—No, pero sé que no está aquí.

Mi padre se quedó dubitativo.

—Me parece que ninguna de sus pruebas tiene el peso suficiente para inculpar a Ruth —concluyó mi madre rompiendo el silencio.

—Efectivamente, lo que tienen hasta ahora es solo evidencia circunstancial —señaló mi padre—. Aunque, me aseguraron que tienen un testigo.

«Derek»

—No te preocupes Ruth —dijo mi padre dándome suaves palmaditas en la espalda—. Aún no se ha iniciado un proceso judicial en tu contra...

Ahora me habla como abogado.

—¿Y crees que esa evidencia les baste para sostener un caso? —interrumpió mi madre.

—Yo he ganado casos con menos que esto —apuntó con un deje presuntuoso.

«Mierda, lo bueno es que está de mi lado»

—Geoffrey —Mi madre le lanzó una mirada asesina—. Ruth, nosotros haremos lo que sea necesario para probar tu inocencia.

Lunes por la mañana en el instituto y aparentemente todo estaba en total normalidad. Me fastidiaba un poco la idea de que Derek pudiera difundir sus acusaciones por toda la escuela y que todos se pusieran en mi contra. Incluso pensé en asistir con una bolsa de papel en la cabeza.

—¿Ruth?

—Lu-Lukas —tartamudeé al verlo. Estaba avergonzada por dejarlo abandonado en el hospital—. Hola —Lo saludé agitando mi mano tímidamente.

—Ruth, ¿qué pasó contigo? —Su voz transmitía una mezcla de reproche y preocupación—. Cuando regresé, ya te habías ido.

—Lo siento, mi madre me llamó y tuve que irme —mentí—. Fue una emergencia.

—Te llamé y tampoco me contestaste —musitó haciendo un leve puchero—. Desapareciste.

—Es que mi móvil se averió.

—Ruth, no me hagas eso de nuevo —Me envolvió con sus brazos y me apretó contra su cuerpo—. Me preocupé.

—Perdón.

—Después de que te fuiste Derek se puso mal.

—¿Mal?, ¿por qué?

—Por las flores que le regalamos, resulta que él es alérgico al polen.

—Uy, que terrible.

—Lo sé. Los doctores ya no permitieron que nadie más lo visitara, Lisa y Nicole no pudieron hablar con él —mientras me platicaba enrollaba mi cabello alrededor de su dedo y formando círculos—. Aunque nosotros no teníamos intenciones de hacerle daño, no puedo evitar sentirme culpable.

«Que conveniente lo de su alergia»

Derek no tuvo oportunidad de contarle a nadie de la escuela.

—No, tú no sabías —le dije mientras acariciaba su brazo—. ¿Y ya está mejor?

—Sí, no fue tan grave.

—Qué bueno, la próxima vez le llevaremos flores artificiales —bromeé y Lukas me sonrió de vuelta.

—RUTH —gritó Twenty quien se aproximaba a nosotros con paso veloz, Morgan y Nick venían tras él.

—¿Ahora qué? —mascullé para mis adentros.

—¿Qué hablaste con la policía de mí? —reclamó un poco exasperado.

—Nada. No sé de qué hablas.

—Fueron a mi casa y me preguntaron si vendía drogas...

Recordé que en la carta de Elton mencionaba las pastillas de Twenty.

—También me preguntaron por Elton. Admití que le había ayudado a conseguirlas, pero que lo había hecho solo porque lo vi muy desesperado.

—Qué raro —soltó Morgan—. Aún siguen investigando, pensé que ya todo estaba resuelto.

Las palabras de Morgan me pusieron tensa. Los detectives buscan tres cosas; un arma, un culpable y la verdad. Yo era la incógnita.

—¿Crees que está relacionado con lo que pasó en la fiesta de la hoguera? —me preguntó Twenty sacándome de mis vacilaciones.

—N-no, eso fue hace mucho.

—¿Qué pasó en esa fiesta? —Morgan preguntó curiosa.

—Ruth drogó a unos policías —soltó Twenty de lo más normal. Los chicos me miraron sorprendidos.

—¿Cómo es eso posible? —masculló Lukas.

—También fue tu culpa —Apunté con el dedo a Twenty—, tú me entregaste los sobres con... —Twenty me cubrió la boca con su mano para evitar que continuara hablando.

—Polvo blanco —murmuró Twenty al tiempo que pasaba sus dedos por el surco de su nariz.

Lukas y Nick parecían entender a lo que se refería, Morgan no.

—Llegaron unos oficiales a la fiesta. Yo tenía los paquetes y se los di a Ruth para que los escondiera, por si me revisaban o algo.

—Que gran idea —masculló sarcástico Nick.

—¿Qué? —espetó—, las mujeres tienen más lugares donde guardar cosas. Bueno, Ruth no tanto —añadió con una sonrisa socarrona.

—¿Ah?

Le solté un manotazo no tan fuerte en la coronilla a Twenty.

Los labios de Nick formaron una línea y se le marcaron los hoyuelos en los cachetes, claramente se estaba aguantando la risa. Lukas negó sutilmente con la cabeza. Y Morgan volteó a ver su propio pecho, ciertamente los de ella eran más grandes.

Twenty se sobó la cabeza y yo continué con el relato.

—Me asusté un poco cuando vi a los oficiales entrar, no sabía dónde ocultar la droga, así que vertí los sobres en el ponche y lo mezclé.

Lukas se golpeó en la frente al tiempo que negaba con la cabeza.

—Yo no me di cuenta y les ofrecí un vaso a los policías —contó Twenty—. Lo bebieron, pero no se lo terminaron. Por suerte no les gustó.

—Par de tontos —exclamó Nick—. Pudieron haber ido a prisión.

—Mira quien lo dice, cleptómano —susurré para mis adentros. Oh, yo no debería decir nada.

—No lo digas, ni de broma.

—¿Te das cuenta cuántos problemas te traen los estupefacientes? —recriminó Nick.

Twenty se encogió de hombros y bajo las comisuras de sus labios. —Por eso estoy intentando dejarlos —siseó en tono casi infantil—. Este es mi tercer día limpio.

—¡Qué bien! Me alegro por ti —soltó Morgan orgullosa y le dio un golpecito en el hombro.

—Vaya, me sorprendes —expresó Nick mirándolo con extrañeza—. ¿Buscaste ayuda profesional o lo manejas por tu cuenta?

—De momento, llevo el proceso solo.

—Yo puedo ayudarte —Ofreció Morgan. Su lado de buena cristiana salió a relucir, a ella le encantaba ayudar al prójimo.

—Morgan, no es necesario.

«Morgan se quiere ganar el cielo, o tal vez a Nick»

—Quiero hacerlo —Morgan cubrió con sus pequeñas manos las de Twenty y le regaló una amplia sonrisa, él se ruborizó escandalosamente—. Si lo haces solo, será más difícil.

—Gracias —masculló Twenty y sonrió tímidamente.

—¿Y cómo te sientes? —le pregunté.

—Mal, estoy muy cansado y me sudan las manos —dijo dejando escapar un bostezo.

—Síndrome de abstinencia —declaró Morgan muy segura.

«Diablos, ni el Dr. House diagnostica tan rápido»

—Quizá te funcione encontrar un sustituto —sugirió Lukas—, algo que disminuya tu deseo por las pastillas.

—Eso es una buena idea. Piensa en algo que te guste más que las drogas —lo animaba Morgan.

Twenty cerró los ojos con fuerza, una vena en su frente comenzó a marcarse por el esfuerzo y luego los abrió de pronto como si hubiera encendido una bombilla.

—El sexo, el sexo es mejor que las drogas.

Morgan tragó pesado y su cara se pintó de colores.

—No me refiero a nosotros —balbuceó cubriéndose la cara con las manos—, no tienes que ayudarme con eso.

Sonó la campana y Twenty suspiró con alivio.

—Morgan, que linda eres —dijo Nick mientras le pellizcaba los mofletes—. Gracias por ayudar a este tonto.

—¡Qué tarde es! —Twenty señaló su muñeca como si viera un reloj y comenzó a jalonear a su amigo—, ya debemos irnos Nick.

La cara de Morgan estaba completamente roja, parecía que estaba hirviendo. Lukas y yo abanicamos con nuestras manos echándole aire.

Me reí internamente. Eso le pasa a Morgan por tratar de ser buena samaritana.  


Queridos lectores. 

¿Qué piensan de Morgan?

¿Les gusto el capítulo? Sé que empezó medio triste el asunto pero traté de ponerle unb poco de humor. 

Gracias por leer.

Si te está gustando esta historia deja un voto o comentario.

PD: Cada vez que leía la parte del bostezo yo también bostezaba, díganme si les paso igual.

Saludos y sigan acompañándome en esta historia. 

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