Capítulo 13. Bechamel
(Continuación)
—Tus manos están frías —Cubrió mis manos con las suyas y las acercó a su rostro para calentarlas con el aire tibio que salía por su boca.
—Creo que debo volver a casa... —Detestaba terminar con el momento, pero lo cierto era que me había salido de casa sin avisar, y sin teléfono.
—Tienes razón —dijo comprensivo. —Prometo que esta vez si te llevaré a casa —Sonrió al tiempo que llevaba su mano al corazón.
—Toma —me dio el casco.
—¿En serio tengo que volver a ponérmelo? —le pregunté con actitud apática.
Él asintió.
—Pero me despeino —me quejé.
—Eso no importa —habló restándole importancia. —Solo póntelo, por favor —me lo pidió de una manera tan gentil que no tuve otra opción más que aceptar.
—De acuerdo. —Él podría invalidar cualquier argumento que le diera. Me puse el caso sin rechistar.
—Súbete —me dijo mientras acercaba a la bicicleta.
Esta vez, Lukas iba pedaleando a un ritmo mas lento. Mi casa estaba a unas cinco o seis manzanas del parque.
—Es aquí —hablé en voz alta para que pudiera escucharme.
Frenó repentinamente y aparcó en la acera frente a mi casa. Me bajé yo primero, y luego él.
—Bueno, Ruth —Él se rascó la nuca y continuó hablando—. Aquí me despido.
—Lukas, te lo devuelvo —le di el casco de fútbol en las manos.
Lukas recibió su casco con una mano —Dejame ayudarte —Con su brazo libre trato de aplacar mis rebeldes cabellos meticulosamente, tal parecía que los acomodaría de uno en uno. Yo me quede inmóvil con la vista fija en el suelo.
—Lukas —Lo miré y en su rostro podía notar un gesto de satisfacción por su trabajo—. Gracias por traerme, y espero que ya te sientas mejor...
Ladeo la cabeza confundido. —¿Mejor? ¿Por qué? —soltó.
—Lo digo por el juego que perdieron —expliqué.
—¡Ah! —exclamó al caer en cuenta a lo que me refería—. Lo había olvidado.
—Lo siento, yo —balbuceé apenada. —No quería recordártelo —Me disculpé torpemente porque mi intención no era hacerlo sentir mal.
—A pesar de eso, creo que me siento bien —dijo con una sonrisa dibujada en sus labios—. De hecho, muy bien.
Lo que más me gustaba de Lukas era su sonrisa, verlo sonreír provocaba la misma reacción de mi parte. Aunque yo no fuera el motivo de sus alegrías, había algo en la sonrisa de Lukas, que hacía que todo fuese mejor, tenía un efecto casi mágico que se contagiaba en quienes lo rodeaban, y que me hacía desear verlo sonreír el resto de mi vida.
—Ya debo dejarte Ruth.
Asentí. —Adiós, Lukas.
Saqué una llave que llevaba en el bolsillo de mis shorts, para abrir la reja que rodeaba mi casa. Antes de entrar lo miré de reojo alejándose a paso lento. Metí la bicicleta y la dejé caer sobre el césped, yo entré rápidamente a casa. Mi madre estaba en la cocina y me acerqué para saludarla.
— Al fin llegas Ruth, comenzaba a preocuparme —exclamó mi madre al verme—. ¿Cómo estuvo el juego? – me tomo de los hombros y preguntó.
—Perdimos —le respondí
—¡Uy! Que mal... —Soltó apenada.
—¿Qué estas preparando? Huele bien —le pregunté al percatarme de un rico aroma a comida casera.
—Bechamel para la pasta —respondió mi madre.
Asomé mi cabeza en la olla, la salsa blanca tenía un tono extrañamente amarillento y su consistencia era más espesa. Giré y le dediqué una mirada delatora.
—Lo sé, no tienes que decirme nada... —Antes de que le reprochara cualquier cosa—. Ya sé que parece engrudo —añadió cabizbaja.
Tomé una cuchara para poder probar la creación de mi madre, chasqueé la lengua para examinar el sabor. —Sabe mejor de lo que se ve —le comenté gentil.
Mi madre lo probó e hizo un mohín de asco. —Pediré comida china para la cena.
—No, me lo comeré —Aseguré y era verdad, en ese momento podría haberme comido cualquier cosa, estaba hambrienta.
Después de cenar subí a mi habitación. Y mi celular comenzó a timbrar, era un mensaje de Lukas.
Lukas: Oye Ruth, ¿podemos vernos mañana?
Ruth: Sí
Lukas: ¿A la misma hora, y en el mismo lugar?
Ruth: De acuerdo.
Casi 24 horas para verlo otra vez, sabía que la espera se me haría eterna. Esta vez, era una cita de verdad.
Yo no podía conciliar el sueño porque sentía mi corazón acelerado, solo con recordar sus palabras, nunca nadie me había dicho algo tan lindo. Se reproducía en mi mente la imagen sus ojos clavados en los míos mientras nuestras manos estaban entrelazadas.
¿Cuántas ovejas debía contar para poder sacarme a Lukas de la cabeza?
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