Interludio

Una extraña ave vigilaba la ciudadela flotante de metal. Sus grandes alas membranosas batían vuelo mientras el fuerte viento marino empujaba su corto y suave pelaje. Sus enormes orejas, atentas, captaban los sonidos provenientes de todas las direcciones. Se acercó a aquel gigante barco de metal y voló a través de los laberintos de chozas que se erguían sobre su superficie asfaltada y metálica. Detuvo su vuelo cerca de las ventanas iluminadas de la torre de control, enfocando su agudo oído hacia la reunión que se desarrollaba dentro.

Un joven alto, de piel morena, se detuvo justo frente a la puerta oxidada, clavando su mirada en aquella extraña ave. Sonrió en respuesta en el instante en que ambos se miraron. Entró a la estancia con una expresión sombría, acompañado por el eco metálico de sus pasos. Echó un vistazo rápido a su alrededor; aún le sorprendía como los nativos habían transformado las antiguas y oxidadas mesas de control por grandes mesas de pesada madera negra. Tótems sagrados decoraban cada rincón de la estancia. El líder tribal de la ciudadela, sentado frente a los grandes ventanales que daban a la ciudad, observaba en silencio. A su lado, el chamán, con su corona de plumas coloridas, leía unos códices de papel de corteza. Al ver al joven, interrumpió su lectura.

—Moisés —susurró el líder—. He mandado a llamar a tu hermana y no la han encontrado, ¿sabes algo de ella? —Se puso de pie con dificultad, su figura rozando la obesidad mórbida.

—Ella siempre desaparece para estas fechas —respondió Moisés, quedándose cerca de la puerta—. No volverá en un par de semanas. Pero yo puedo cumplir cualquier encargo sin problemas.

—Tus fragmentos de alma son demasiado llamativos y destructivos —Caminó hacia un lado, manteniéndose de pie gracias a sus fragmentos de alma—, necesito algo más sigiloso... manda a llamar a Nyfer.

Moisés les lanzó una mirada sigilosa antes de marcharse. El fuerte viento salado despeinó su cabello ondulado. Aquel extraño sol rojizo comenzaba a esconderse en el horizonte, tiñendo el atardecer de tonos violetas. Caminó por los intrincados pasillos de las chozas construidas por los nativos sobre el portaaviones encallado, caminando entre niños que corrían y reían, acompañados de los ecos metálicos de sus apresurados pasos. Aún se preguntaba cómo es que habían logrado subir hasta la plataforma. Eran varias decenas de metros desde la superficie del agua, y no solo eso, sino que también habían subido toda la madera, plantas y demás materiales con los que habían construido un pueblo en este lugar.

Llegó hasta la proa del portaaviones, de donde colgaban escaleras de cuerda y madera que daban con el Barrio Colgante, un caos de chozas de madera ligera que literalmente pendían de gruesas cuerdas, una sobre otra, formando niveles que descendían hasta el nivel del mar. Unidas por puentes de cuerda y madera, las estructuras se tambaleaban ligeramente con el empuje del viento. Moisés saltó al aire hacia una de las chozas del primer nivel, varios metros abajo. Justo antes de tocar la plataforma, activó su segundo fragmento de alma, siendo rodeado al instante por una potente ráfaga de viento marino que ralentizó su caída. Observó la caída, decenas de metros lo separaban del mar que se extendía como un abismo, sintió un leve mareo. Respiró hondo, dejando que la salada brisa marina llenara sus pulmones, y siguió su camino por las inestables tablas y puentes de cuerda que formaban el barrio colgante. Cada paso hacía que la madera crujiera peligrosamente. Decenas de ojos asomaban entre las rendijas de las chozas, de donde salían tenues luces que se contrastaban con la oscuridad creciente del atardecer... Moisés comenzó a sentirse vigilado.

Llegó hasta la última choza del primer nivel del barrio colgante. Tocó la puerta dos veces. Al otro lado, se escuchó el crujir de la madera y los pasos de dos personas acercándose. El viento marino soplaba con fuerza, tambaleando ligeramente la construcción. La puerta se abrió lentamente, revelando la cabeza de una pequeña niña morena que no podía tener más de once años.

—Buenas tardes, Lerya —susurró Moisés con una sonrisa suave, agachándose—. ¿Está tu hermana?

Lerya miró hacia dentro de la casa y luego fijó su mirada a su izquierda durante unos instantes. Un refunfuñar se oyó al fondo. Una joven de piel clara, de unos diecisiete años, apareció con una sonrisa amable, chocando el puño con Moisés y acomodándose la pañoleta de su cabeza.

—¿Cómo estás, Nyfer?

—Hay días peores —respondió ella, saliendo a la plataforma y escondiendo la daga que había desenvainado —¿Me tienes algún trabajo? Estamos escasas de recursos.

—Sí, justo venía por eso —Se puso de pie, vigilando las demás chozas—. Te mandó a llamar Ordo.

Nyfer frunció el ceño. Lidiar con Ordo era complicado, aparte de mala paga. Sus ojos se posaron en su hermana... había perdido peso y notaba sus ojeras. Exhaló con resignación.

—No queda de otra —respondió, vigilando con desconfianza los otros niveles del barrio flotante—, de por sí la pesca ha sido escasa estos días. Vamos, Lerya.

—¿Llevaras a tú hermana?

—¿Tú la dejarías sola en este barrio? —preguntó Nyfer, señalando sus alrededores con un gesto de desdén.

Una ráfaga de viento marino tambaleó la plataforma mientras Moisés echaba una ojeada rápida. Tablones astillados, clavos oxidados, personas peleando con cuchillos niveles más abajo, ojos vigilantes que asomaban entre las tablas de las chozas, y las turbias aguas abajo, llenas de depredadores marinos. El portaaviones rechinó con un sonido metálico. No, la verdad es que no se quedaría solo ni él.

—Vamos.

Moisés dejó a las dos jóvenes frente a la torre de control y se marchó. Nyfer le ordenó a su hermana que se quedara afuera, junto a la puerta. Tomó su pañoleta y la anudó suavemente alrededor del cuello de su hermana, luego le hizo señas para que se sentara contra la pared.

—Ya sabes qué hacer si pasa algo —susurró.

Observó una última vez a Moisés, viéndolo desaparecer entre el bullicio de personas que salían al caer la noche, deseosos de disfrutar la vida nocturna. Inspiró aire fresco e ingresó a la estancia de reuniones. Dentro, Ordo abofeteaba a dos guardias mientras los regañaba por algo que Nyfer no alcanzó a escuchar antes de que el lugar quedara en silencio.

—Nyfer —jadeó Ordo, falto de aire—. Cambio de planes. Necesito que asesines a un espía del rey —ordenó.

—¿Veneno, como siempre? —Respiró levemente, sintiéndose asqueada por el denso olor a encierro y sudor.

—Sí, que parezca embriagues y que caiga al mar —Hizo una seña con la mano al chamán mientras tomaba asiento.

El chamán le entregó una bolsita de seda con una pequeña fruta y una aguja de cobre dentro. Nyfer tomó la bolsita, tragando saliva con dificultad. Esa pequeña fruta podría costar hasta tres salarios de un guardia. Tenía que devolverla, obviamente.

—¿Qué pasó con mi solicitud de vivienda en la zona interior?

Ordo dirigió una mirada al chamán, quien asintió. Caminó hasta una pared, abrió un gavetero metálico ligeramente oxidado y extrajo una llave, que le entregó a Ordo, quien respiraba forzosamente.

—Después de que cumplas esta misión —jadeó Ordo, guardando la llave en uno de sus bolsillos—, pero será un cuarto en el último nivel.

—Cualquier cosa por salir del Barrio Colgante.

Asintió en despedida y se marchó. Al salir, respiró profundamente el fresco aire marino, complacida por la fragancia que llenaba sus pulmones, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba. Le hizo señas a su hermana y ambas partieron. Ya sabía a dónde debía ir: ningún forastero ni visitante tenía permitido subir a la embarcación, así que todos se quedaban en el Puerto Flotante, un barrio edificado sobre una pequeña isla rocosa donde había varado la gran embarcación, y que luego se había extendido hacia el mar usando postes, maderas flotantes y pequeñas barcazas.

Bajaron al puerto flotante. El mar que los rodeaba estaba terriblemente oscuro, pero las chozas brillaban desde dentro, iluminadas por candelabros. La luz escapaba por las puertas y ventanas, proyectando sombras que danzaba sobre el agua. Fueron directamente con los guardias, que también servían como informantes para Ordo, y gracias a ellos supieron que el espía se encontraba en las posadas exteriores. Caminaron entre un tumulto de personas que cargaban lámparas de aceite, iluminando sus pasos por los estrechos pasillos del puerto. El sonido de las olas rompiendo contras las rocas y postes se escuchaba claramente, mientras los cálidos vientos empujaban sus ropas y largos cabellos.

Finalmente, llegaron a un conjunto de chozas flotantes. Ya no había personas fuera, y las luces parecían reptar a través de las ventanas y puertas. La bioluminiscencia emergía en las aguas donde nadaban los peces, pero había ciertas áreas extrañamente oscuras, como si los peces evitaran cruzarlas... y ahí debía caer el espía.

—Ya sabes qué hacer —susurró Nyfer.

—Tu tranquila —respondió Lerya, sacando una ocarina—, ve.

Nyfer cerró sus ojos y comenzó a activar su fragmento de alma junto con el objeto vinculado: recordó a su madre ebria, su maltrato, los golpes, como se escondía con terror cada vez que la escuchaba llegar, cubriendo a su hermana. Sus ojos brillaron ligeramente, al igual que la pañoleta que le había dado a su hermana. Ambas empezaron a cambiar el tono de su piel y sus ropas, camuflándose con el ambiente. Si no se movían, eran prácticamente invisibles para los demás, aunque no para ellas, que veían un extraño resplandor a su alrededor.

Lerya se quedó en medio de la plataforma mientras Nyfer avanzaba lentamente hacia las chozas flotantes. Observó a través de la ventana de las primeras tres, buscando la descripción que le habían dado los guardias. Ahí estaba: un hombre de cabello largo con una marca tribal calcinada en un cachete... cazadores de exiliados. Sostuvo la respiración, desacelerando el palpitar de su corazón. Lo más probable es que estuvieran allí en busca de los exiliados que habían llegado a la ciudadela de metal.

Le hizo una señal a su hermana, quien caminó en silencio hacia ella. Lerya se recostó contra la pared y comenzó a tocar su ocarina, al mismo tiempo que activaba su fragmento de alma. Una dulce melodía emergió, embriagando y aturdiendo los sentidos de todo aquel que la escuchara, menos Nyfer. Aprovechando el efecto, Nyfer entró en la choza.

Dentro, vio a tres personas: dos hombres corpulentos dormitaban recostados contra la pared, luchando contra el fragmento de alma de su hermana. El otro, su objetivo, yacía de rodillas en el suelo, vomitando como si estuviera ebrio. Nyfer sacó la aguja de cobre y la enterró en la fruta venenosa, caminando hacia los otros dos hombres. Los clavó la aguja en el cuello. El veneno no mataba, pero los paralizaba durante horas. Continuó hacia su objetivo, insertando la aguja en el pecho para darle tiempo de luchar. Deshizo su mimetización, mirando al hombre a los ojos mientras retrocedía, atrayéndolo.

—Tú —jadeó el hombre, aún nauseabundo—. ¿Quién eres?

El hombre se giró hacia sus compañeros, viéndolos jadear en el piso. Luego, su mirada se fijó en la jovencita frente a él, notando la aguja y la fruta en el saquito de seda. La furia lo invadió y activó su fragmento de alma. En ese momento, su pulsera de un solo hilo de algodón comenzó a brillar ligeramente, al igual que las pulseras de los otros dos hombres. Estos palidecieron al instante, mientras que al espía se le enrojecía el cuerpo y las venas se le marcaban. Su fragmento absorbía la fuerza de sus compañeros. Se levantó tambaleante, luchando contra los mareos, y caminó hacia la joven. Ella, al instante, corrió, saliendo de la choza y perdiéndose en la oscuridad de la noche.

El espía la siguió fuera, absorbiendo la fuerza de sus compañeros mientras pasaba sus males a ellos. Pronto completaría el proceso. Afuera, el viento marino lo golpeó con fuerza, secando el sudor de su rostro y llenando su boca con un sabor salado. Observó a su alrededor; todo estaba oscuro. El fuerte oleaje del mar resonaba en sus oídos, y aquella extraña melodía seguía flotando en el aire. En cuanto a la chica, esta simplemente había desaparecido.

De repente, dos punzadas más surgieron de la nada, y sintió el veneno recorrer su cuerpo una vez más. Sus muslos comenzaron a ponerse rígidos, mientras su mirada desesperaba buscaba a la joven. La vio aparecer de nuevo, esta vez más lejos. Caminó hacia ella, luchando por mover cada fibra muscular de sus piernas, avanzando solo por su furia. La melodía se volvió frenética al mismo tiempo que la plataforma se tambaleaba por el oleaje del mar, esto lo hizo trastabillar hasta caer de rodillas contra el piso. Alzó su vista, aquella chica había desaparecido de nuevo. Comenzó a sentirse asfixiado por la contracción muscular, y antes de darse cuenta, cayó de bruces al agua... aquella chica lo había empujado. Sintió el agua fría y el agarre succionante de dos tentáculos, aprisionándolo al instante.

Nyfer se quedó observando en silencio el burbujeo del agua, nadie escapaba de esas cosas, menos estando paralizado. La melodía se detuvo, al igual que la mimetización de su fragmento de alma, jadeó exhausta. Lerya se unió a ella y vigilaron durante un periodo prudente antes de marcharse juntas, regresando para informar a Ordo el resultado de su misión. 

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