Capítulo 4. Primera parte
—¡Yo voy primera! —rugió Vera, emocionada ante la idea de despertar sus poderes mágicos.
—¡Segundo! —respondió Liam al instante.
Osamu los volvió a ver a ambos, el sentimiento de traición se reflejaba en sus oscuros ojos.
—Muy lento, bro —agregó Liam con sonrisa burlona, alzando sus hombros y liberándose del peso.
—Vamos —ordenó Ketzala entre risas mientras cruzaba la entrada del templo—. Aunque para serles sincera, no sé qué tan emocionados deberían sentirse, ya que no suele ser una experiencia tan divertida. A menos que tengan fragmentos dados por la gran Aleia. Esos sí son alegres.
El interior del templo resultó ser más espacioso de lo que esperaban. El exterior parecía basarse mucho en la arquitectura precolombina, pero el interior tenía sus propios matices culturales. Las paredes estaban adornadas con retratos tallados de dioses y extraños seres parecidos a ángeles de dos alas, enfrentando a seres de una sola ala. El tallado más sobresaliente era el de un gran árbol que insinuaba llegar hasta los cielos. El techo del pasillo principal tenía pequeñas aberturas que permitían la entraba de la luz del sol y la brisa, manteniendo el templo fresco e iluminado.
Ketzala se detuvo frente a la última puerta de pasillo. Era de madera blanca, con inscripciones talladas en una extraña lengua que Vera no alcanzaba a comprender. Desvió su mirada hacia el final del pasillo, esta daba con una estancia redonda con una cúpula por techo. Justo en el centro de la estancia, una escalera en espiral descendía alrededor de un pozo artificial que contenía un líquido oscuro. Alrededor, junto a las paredes, habían bancos de piedra para dos o tres personas, colocados justo debajo de las entradas diagonales de luz.
—Aquí trabaja una sabia sacerdotisa —susurró Ketzala—. Hace de todo, desde investigaciones de textos antiguos hasta ayudar a los exiliados con sus investigaciones y tesis. Pero lo más importante de todo... es que puede ayudar a despertar los fragmentos de alma de los exiliados. Puede ser lentamente o de manera forzada, ustedes deciden.
Ketzala tocó la puerta varias veces. En el interior se escuchó el chirrido de una silla, seguido por el sonido de pasos acercándose. La puerta se abrió lentamente, revelando a una mujer joven con una corona de plumas y un largo vestido bordado con colores e intrincadas formas geométricas.
—La verdad me esperaba otra cosa cuando dijiste sabia sacerdotisa —susurró Liam, sorprendido—, a alguien mayor... mucho mayor.
Osamu y Vera lo miraron con desaprobación y tensión, sacudiendo la cabeza ante sus comentarios innecesarios.
—¿Siempre sales con alguna ocurrencia? —preguntó Osamu—. Pido disculpas en nombre de mi amigo —agregó, inclinando su cuerpo ligeramente en señal de respeto.
—No pasa nada —respondió la sacerdotisa alegremente—. Es una reacción a la que estoy acostumbrada —Se volteó hacia Ketzala—. ¿Despertar de fragmentos?
—Sí por favor. Si no es mucha molestia.
—Nunca será molestia ayudar a la gran Ketzala —Abrió su puerta de par en par—. ¿Quién será el primero?
—Yo —susurró Vera rápidamente, entrando en la habitación sin dudarlo.
Era un cuarto espacioso y de techo alto con varias entradas diagonales de aire, con una lampara de aceite colgando justo en el centro, iluminando suavemente el ambiente. Olía a brebajes, libros viejos y madera cítrica. Las paredes, forradas en madera, daban la apariencia de una cabaña, aunque en algunas partes se podía ver la piedra original del templo de fondo.
—Toma asiento —invitó la sacerdotisa, acomodando dos sofás mullidos recubiertos en cuero, uno frente al otro, con una pequeña mesa en medio — Mi nombre es Pallcha.
—Mi nombre es Valeria —respondió la joven con respeto y tomando asiento—, pero puedes llamarme Vera.
—¿Y por qué ese sobrenombre tan peculiar? —preguntó, mientras caminaba hacia un mueble lleno de hojas secas y frascos con brebajes misteriosos.
—Por mi pequeña sobrina —respondió Vera con una sonrisa, siguiéndola con la mirada—, le costaba decir mi nombre completo, entonces cuando lo decía sonaba como "Vera"... y así me quedé.
—Un sobrenombre con carga emocional—susurró Pallcha. Se detuvo frente a otro pequeño mueble y recogió una moledora de piedra—. En este mundo, esas cosas son muy importantes.
—Si... para mí también.
—¿Te han explicado cómo funcionan los fragmentos de alma? —preguntó, volteándose para verla a los ojos.
—No —Se limpió el sudor de las manos en los pantalones.
—Déjame explicarte rápidamente. Cuando un nativo pasa por un momento de máxima felicidad o sufrimiento, se crea un fragmento de alma y un vínculo con algún objeto —Puso la moledora sobre la mesa junto con un par de hojas y un brebaje—, solo en los momentos no repetidos. Pero lo más importante y lo que quiero que entiendas, es que el uso de ese fragmento resulta ser instintivo —Pallcha hizo una pausa mientras tomaba una bola de cristal de otro mueble y lo colocaba en la mesita—. Pero con ustedes, los que vienen de otro mundo, es totalmente diferente. Llegan con fragmentos de alma, pero sin objetos vinculados... y sin la más mínima idea de qué generó ese fragmento. Por lo tanto, están desactivados —Tomó asiento frente a Valeria—. Hay dos formas de despertar esos fragmentos en los que vienen de tu mundo: terapia psicológica, como lo llaman los de tu mundo, y la otra opción... ir directamente a tus memorias, reviviendo los sucesos que generaron tus fragmentos.
—¿Cuánto suele tardar la terapia psicológica? —preguntó Vera, con voz dudoda.
—No siempre tarda lo mismo —respondió Pallcha, pensativa—. Pero como mínimo más de dos semanas para empezar a ver algún progreso.
—Entonces la opción rápida —susurró Vera, centrada en una sola cosa: poder, necesitaba poder.
Pallcha le dedicó una mirada llena de compasión. Había visto sus ojos desde el momento en que ingresó, dos fragmentos. Podían ser buenos, pero la tendencia entre los exiliados era siempre la misma, fragmentos dados por Aonia.
—No es un proceso agradable —advirtió con tono compasivo. "Ni siquiera para mí" continuó en su mente.
—Puedo tolerarlo —murmuró Vera, apretando los puños—. He pasado por cosas peores.
—Ese podría ser el problema —Se inclinó hacia Vera, mirándola con firmeza—. Si lo que generó tus fragmentos fue algo muy doloroso, puede que tengamos que revivir parte de esos momentos.
Vera detuvo sus pensamientos por un instante, concentrándose en los ojos de aquella mujer frente a ella... realmente se veía como alguien con sabiduría ancestral. Pero ya lo había prometido, no volvería a temer. Nunca más.
—Ya lo superé —Volvió a limpiar sus manos sudorosas en su pantalón—. Puedo con esto.
—Luego no me digas que no te lo advertí —susurró Pallcha, suspirando profundamente.
Tomó las hojas que había preparado y las colocó en la moledora de piedra, vertiendo un par de gotas del brebaje sobre ellas. Comenzó a molerlas con fuerza, vertiendo lo que quedaba. Un fuerte olor amargo, con toques de apio y jengibre llenó la habitación.
—Tomate esto y luego pon las manos sobre la bola de cristal —susurró Pallcha, mientras colocaba las manos sobre las de Vera—. ¿Has tenido migraña alguna vez?
—Sí... ¿por qué?
—Porque podría sentirse así —Tomó aire profundamente—. Y ustedes tienen la mala costumbre de bloquear recuerdos. Y mientras más bloqueados, más dolorosos.
—Entonces va a doler —respondió Vera con una sonrisa amarga.
Los ojos de Pallcha brillaron, y al instante, un cosquilleo recorrió las manos de Vera. Fue como si una cadena invisible la conectara con algo más grande, y entonces, cayó de espaldas en un lago oscuro. Trató de erguirse, asustada, pero solo se hundía cada vez más. De repente, de la completa oscuridad comenzaron a salir destellos, imágenes fugaces de su vida que retrocedían desde el presente.
Vio su primer día en este nuevo mundo, aterrada por estar en un lugar desconocido; luego se vio sentada en el avión, seguido de las lágrimas antes de subir a este. Flotaba en el agua, observando su vida en reversa. A continuación, se vio en un parque lleno de borrachos, vigilando todas las direcciones, asegurándose que nadie la hubiera visto asesinar a su tío. Los destellos de su vida comenzaron a volverse más lentos, contrario a su corazón que se aceleraba. Se vio en su casa, planeando el asesinato y comprando los boletos. Vio a su familia traicionándola y llamándola mentirosa frente a un montón de policías después de hacer denunciado a su tío por todos los horrores que le había hecho a ella y a otros miembros de la familia. Vio los ojos depravados de su tío sobre su pequeña sobrina y a los demás haciendo la vista gorda. Su corazón aceleraba frenéticamente, su cabeza parecía querer explotar del dolor, ya que los recuerdos dolorosos luchaban por mantenerse en la oscuridad. Las imágenes se volvieron más lentas y densas mientras gritaba llena de furia. Se vio a sí misma, pequeña e indefensa, acurrucada en una habitación, con sus ojos llenos de terror.
La imagen se congeló en ese preciso instante, sintiendo como una fuerza invisible la envolvía y la arrastraba fuera del lago hacia la superficie. Se encontró sentada, llorando desesperadamente, con Pallcha abrazándola y susurrándole al oído.
—Lo lamento —susurró Pallcha con una voz cargada de compasión—. Lamento tanto todo lo que tuviste que pasar—La abrazaba con firmeza y delicadeza, con el amor de una hermana protectora.
Vera se sintió impotente, enferma. No podía parar de llorar y las ganas de vomitar casi la superaban. Pero sentía algo en el fondo de su ser, una furia volcánica bullía con poder. Apretó su quijada y cerró sus puños con fuerza, sus fragmentos brillando intensamente. Nunca más se sentiría indefensa. Nunca más sería traicionada por nadie.
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