Capítulo 1. Segunda Parte

Valeria salió de sus aposentos y vio a los otros dos, ambos eran jóvenes, uno era claramente asiático, vestía un abrigo beige y short gris, el otro parecía una extraña mezcla entre latino y algo más, era alto y usaba una camisa azul de manga larga y pantalones formales. Ambos tenían las ropas arrugadas y manchadas de sangre, seguro por el impacto, además que podía ver moretones en sus rostros y manos.

     —¡Fue un duro golpe ah! —dijo el muchacho alto con una corta risa que parecía estar llena de satisfacción—. ¡Mi nombre es Liam y él es Osamu! —Su pronunciación tenía un claro acento gringo.

     Osamu asintió tímidamente mientras seguían a ambas enfermeras hasta el fondo del pasillo. Vale notó con gracia como Liam le sacaba casi una cabeza de estatura a Osamu.

     —A mí me pueden llamar Vale... ¿ya se conocían de antes?

     —No, para nada —Liam parecía no perder su sonrisa—. Nos conocimos acá, ¡y descubrimos algo loquísimo! —Se le quedó viendo, expectante.

     —¿Qué? —preguntó mientras comenzaban a bajar los escalones.

     —¡Ah! No te diremos, dejaremos que lo descubras sola... verdad Osamu.

     —Sí —respondió este.

     Vale los observó extrañada, ambos se miraban con complicidad alegre. Estaba comenzando a ponerse nerviosa, cuando se vio encandilada por la apertura de la puerta que daba al primer piso. Era una suerte de taberna fuertemente iluminada con candelabros de velas y viejas lámparas de aceite colgando del techo. Un hombre anciano estaba detrás de la barra, limpiándola, cuando los vio, pareció llenarse de terror. Casi todas las mesas estaban vacías, menos una donde estaba un anciano de pinta amable, vestido con un poncho de colores vibrantes, tenía decenas de collares artesanales de varios estilos, y plumas atravesando el lóbulo de sus orejas. Estaba acomodando unas hojas amarillentas, este alzó su vista y los vio, se puso de pie, sonriendo dulcemente.

     —¡Bienvenidos sean a nuestras tierras! —Tenía el mismo acento que la enfermera—. Y que Aleia los guíe en su camino de ahora en adelante —Juntó ambas manos, como haciendo una oración.

     —¡Que Aleia nos guíe! —susurró Liam con una sonrisa, imitando al chamán al unir sus manos en oración.

     Vale lo vio de reojo, al parecer se había topado con todo un personaje, Osamu también lo estaba viendo, claramente impactado. Liam la volteó a ver de reojo, y Vale pudo notar algo extraño en sus iris, heterocromía parcial, solo una mancha casi naranja en sus iris marrones, exactamente iguales en ambos ojos.

     —Por favor, tomen asiento —agregó el chamán, apuntando a las tres sillas que tenía frente a él.

     —¡Claro que sí!

     —Muchas gracias —respondió Osamu, inclinándose ligeramente y tomando asiento.

     Vale se quedó de pie, parpadeando varias veces, sorprendida de que Osamu hablara tan bien español, aun con su marcado acento asiático. Tomó asiento, alejando tan solo un poco su silla de los demás. El chamán pareció darse cuenta, pero no le dio importancia. Vale pudo notar como el sudor bajaba por la frente de este, incluso podía jurar ver cómo le temblaban las comisuras de los labios cada vez que sonreía.

     —¿Qué es lo último que recuerdan?

     —La verdad es que yo solo recuerdo subirme al avión —respondió Liam entre risas con su acento gringo—, me dormí como piedra, ni me di cuenta del accidente —Se palpó la nuca, donde tenía un moretón casi negro.

     Vale volteó a ver a Osamu, esperando que este respondiera, pero al parecer él estaba esperando lo mismo. Ambos se quedaron viendo en un extraño silencio, hasta que Vale exhaló.

     —Lo último que recuerdo —empezó a decir, mirando hacia el techo y luego de reojo a la enfermera, que estaba sentada en la barra sin quitarles la mirada de encima—. Iba en el avión, había fuerte turbulencia, pero tenía mucho sueño, como que me dormí hasta que sentí un fuerte impacto y luego vi agua entrando por todas partes —Volteó su vista hacia Osamu.

     —Yo lo último que recuerdo... —comenzó a decir con su acento asiático, pero con un fluido español—, fue despertarme por la turbulencia, creí que era normal —Estaba tenso, sentado recto en la silla, con ambas manos metidas en la bolsa frontal del abrigo—, hasta que sentí un vacío en el estómago producto de la caída, las máscaras de aire habían caído y todo temblaba con fuerza, luego el aterrador crujido del avión quebrándose por chocar con el mar... luego nada.

     —Ya veo —susurró el chamán, asintiendo lentamente—. ¿Y recuerdan por qué iban en ese tal avión?

     —Iba camino a visitar a mi familia materna —susurró Liam.

     —¡Mentiras! —escupió el tabernero, sin dejar hablar a los demás—. ¡Puras mentiras!

     —Tuk... —intervino el chamán, su mirada había pasado de dulce a severa en un santiamén—. Por favor

     —¡Pero mi señor! —rugió—. ¡Debería haberlos...!

     —¡Tuk! —rugió el chamán—. ¡No lo repetiré una vez más!

     Los tres podrían haber jurado que vieron los ojos del chamán brillar, estaba que echaba chispas de una manera casi literal. El tabernero, Tuk, bajó la mirada al instante y desapareció por una puerta cerca de las botellas que seguro contenían licores.

     —Pido disculpas por Tuk... —La ira desapareció de su rostro y sonrió con dulzura, como si nada hubiera sucedido—, pero verán, según nuestras creencias y leyendas... ustedes fueron exiliados de su mundo.

     —¿Exiliados? —preguntó Vale—. ¿A qué se refiere con exiliados?

     —¿A qué se refiere con: su mundo? —agregó Osamu.

     —La verdad es que a mí ya me perdieron.

     El chamán le dedicó una mirada amable a cada uno de ellos, como si estuviera viendo niños que no saben el mal que han cometido. Respiró profundamente y ordenó sus pensamientos. La verdad era que ya había perdido el nerviosismo y el miedo hacia los exiliados. Por primera vez en su vida, desconfiaba de sus creencias.

     —Según nuestras creencias, ustedes fueron exiliados de su mundo por haber cometido algún crimen sumamente grave, fueron desterrados, expulsados fuera a los confines del universo... y nuestra diosa madre, Aleia, tuvo piedad de ustedes y los trajo a este mundo, brindándoles sus dones en el camino como muestra de amor.

     Los tres jóvenes se voltearon ver al mismo tiempo, luego sonrieron, tratando de contener la risa. Claramente todo era una broma. Se voltearon al unísono, buscando cámaras o micrófonos escondidos.

     —Con razón todo se me hacía tan extraño —respondió Vale, poniéndose de pie—. Todo era parte de una broma, ¿Dónde están las cámaras?

     —¡No estamos mintiendo! —rugió la enfermera— ¡Ustedes son los que están mintiendo con sus recuerdos! —Volteó a ver al chamán y luego bajó su mirada.

     —Esto lo resolvemos fácil —intervino Osamu—, demuéstrenlo.

     —Tengan estos papeles —dijo el chamán, entregándole un papel amarillento y una pluma a cada uno—. Se los demostraré.

     Los tres jóvenes se voltearon a ver y alzaron sus hombros. Tomaron los papeles y la pluma. El chaman puso un tintero en medio de los tres, mojaron sus plumas, listos para la demostración. Pero este les pidió que estuvieran en mesas diferentes, así que le siguieron el juego.

     —Sin verse el uno al otro, escribirán lo siguiente en el mismo idioma que están hablando en este momento—aclaró su garganta antes de continuar—. Que la diosa Aleia nos proteja en nuestro camino. Listo, tan simple como eso.

     Escribieron la oración. La tinta manchaba bastante al principio, pero fue perdiendo color constantemente, aunque fue suficiente para escribirlo todo. El chaman tomó los tres papeles y les entregó uno distinto a cada uno. Vale observó el papel que se le había entregado y abrió sus ojos con sorpresa, no podía leerlo.

     —¿Esto es chino?

     —¿Qué? —Osamu se volteó indignado—. Eso es japones, precisamente katakana —Alzó su hoja—. Y esto es inglés, de hecho, era lo que habíamos descubierto hace rato ya.

     —Sí —agregó Liam—, eso era lo loquísimo que habíamos descubierto, pero pensábamos que había sido por el trauma del golpe... no por estar en otro mundo —Alzó el papel que Vale había escrito—. Español verdad, mi madre es latina, así que lo reconozco, aunque no lo hablo fluidamente.

     —Yo pensé que todos hablaban fluidamente japones... aunque la verdad también se me hacía extraño este chamán, ya que no se parecen a los videntes de mí cultura.

     —Me están molestando —susurró Vale—, ¿verdad?

     —Tengan esto —dijo el chamán, entregándoles un poncho a cada uno—, falta la siguiente prueba, si quieren pueden seguirme... o quedarse acá.


     La noche era oscura y fría, pero la tela del poncho era extrañamente cálida. Subieron el cerro con antorchas, pero casi que no hacía falta, ya que las plantas del suelo tenían fosforescencia verde, incluso las lianas que bajaban de los árboles brillaban de extraños colores rojizos y morados. Con cada paso que daban se convencían más y más, tanto que el camino se les hizo pesado, el viento helado y salado les ponía los pelos de punta. Las horas pasaron, siguiendo al chamán entre cuchicheos, convencidos y acompañados del ruido de las aves, el crujir de las hojas y ramas.

     —Llegamos, y justo a tiempo.

     El amanecer comenzó a asomarse en el lejano horizonte. Frente a ellos, parte del avión se encontraba destrozado y casi incrustado contra una pared de roca. Solo era un fragmento del avión, estaba chamuscado por el fuego, las maletas derretidas y las ropas chamuscadas, casi convertidas en ceniza. Incluso la pared de la roca estaba negra. Pudieron ver el parte del nombre de la aerolínea en el fuselaje. No sabían cómo reaccionar.

     —Aquí los encontramos —susurró el chamán—, estaban gravemente heridos, aunque no había rastro de agua, ni siquiera estaban mojados cuando los encontramos.

     El sol terminó de asomarse por el horizonte, dando un espectáculo visual.

     —Mierda —susurró Liam—, gente, tienen que ver esto —apuntó al horizonte.

     Lejos, con el sol saliendo victorioso, sus rostros quedaron perplejos ante la vista. Una estrella casi rojiza iluminaba su mundo... y también a un gigantesco planeta verdoso a lo lejos.

—Bienvenidos a nuestro mundo —susurró el chamán—, somos el satélite de ese gigante planeta que ven ahí... nuestro guardián, bienvenidos a Íizax.

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