Capítulo 1. Primera Parte

Un estruendo metálico sacudió el cerro. Una espiral de humo negro se alzó en el aire mientras decenas de animales huían del lugar. En las faldas del cerro, cientos de pueblerinos salieron de sus casas y voltearon sus vistas hacia el lugar del estruendo, llenando de murmullos y temor el pequeño pueblo.

Los pocos guardias que quedaban tomaron sus armas y siguieron al chamán cuesta arriba. La espesa selva y el calor sofocante les complicaba el trayecto, tanto que tardaron horas en encontrar indicios de lo que había sucedido. Frente a ellos, decenas de árboles partidos y desquebrajados seguían una línea recta, como si un Iluminado hubiera destruido y quemado todo a su paso. Los hombres se voltearon a ver, emocionados y preocupados de toparse con uno de esos seres magníficos, ayudantes de Aleia.

-Que Aleia nos proteja -susurró uno de los hombres juntando ambas manos, aterrado.

El chamán los observó a todos y reanudó el paso, siguiendo el camino de destrucción. El olor de la madera quemada se hizo presente, acompañado de un extraño olor ácido que picaba en el fondo de la garganta. Algunos de los guardias comenzaron a toser, tapando inmediatamente sus rostros con trapos. Frente a ellos a lo lejos, una estructura metálica reposaba contra una pared de roca. Había filosos pedazos metálicos regados por el camino, junto con extrañas sillas y otras cosas extrañas.

-Preparen sus armas -susurró el chamán.

Inmediatamente los guardias prepararon sus macuahuitl, lanzas y arcos, atentos a cualquier orden del sabio. La estructura metálica se hacía más grande con cada paso que daban, se notaba que tenía daños severos por las partes faltantes y las extrañas ventanas reventadas. Tenía fácilmente el tamaño de dos casas y estaba rodeada por una extraña aura pesada, junto con el olor ácido que picaba en el fondo de la garganta.

Rodearon la estructura y notaron que era hueca por dentro, con más de esas extrañas sillas pegadas a la estructura... a más de uno le parecía la armadura de un gigante caído en batalla.

-¿Un Iluminado? -preguntó uno de los guardias.

-No -respondió el chamán-. Creo que dentro de esa estructura vienen exiliados.

Los guardias retuvieron su respiración. Definitivamente algo malo iba a suceder en el mundo. Ya eran malos tiempos... y ahora aparecían exiliados. La desgracia caería sobre el pueblo.

-¡Hay que matarlos mi señor! -susurró uno de los hombres, aterrado por su familia.

-¡Aquí está! ¡Veo uno! -gritó uno de los guardias, apuntando una de las ventanas destrozadas.

-¡No se atrevan a hacerles daño! -ordenó el chamán.

Los guardias se voltearon a ver, confundidos con la orden que habían recibido. Se miraron unos a otros, dudando, pero sin animarse a desobedecer. En ese momento, una nube gigante se posó frente al sol, llenando el ambiente de sombras y aumentando la desconfianza de los hombres. Una tormenta se avecinaba, lo que solo empeoraba sus supersticiones.

El chamán respiró lentamente, disminuyendo el acelerado latido de su corazón. Trepó por la piedra y subió a la parte interna de la estructura metálica, sentía que estaba cometiendo el mayor error de su vida, pero sus órdenes eran claras. El interior era oscuro con haces de luz entrando por las ventanas y los orificios retorcidos, comenzó a arrepentirse y llenarse de temor... pero eran malos tiempos, no podían desperdiciar cualquier ayuda que llegara. Se adentró un poco, viendo las partículas de polvo entre los haces de luz, tapando su nariz debido a un extraño olor a quemado como no había olido antes. Cruzó lo que parecía ser una puerta y ahí divisó a los exiliados, eran tres y estaban heridos e inconscientes.

Se acercó lentamente a ellos, posó su mano sobre uno de los exiliados mientras se preguntaba que habrían hecho esos jóvenes para haber sido desterrados de su mundo; los ojos del chamán brillaron, bloqueando todo daño interno. Repitió el proceso con la otra jovencita y el joven que quedaba, bloqueando todo daño interno que pudieran tener. Se sintió exhausto al instante, estaba muy avanzado en edad y los daños internos que bloqueó eran graves. Tenía que salvarlos, por el bien de los sueños del difunto señor de estas tierras.

-Llévenlos a la posada de Hurielo -ordenó el chamán, tomando asiento en una de esas extrañas sillas, comenzó a respirar con dificultad, agradeciendo al mismo tiempo lo cómodas que eran esos asientos.

***

La noche comenzó a asomarse por el horizonte y la tormenta arremetió con toda su fuerza. El retumbar de los truenos sacudían la tierra mientras un silencio sepulcral rodeaba a los visitantes de la posada, que comían y bebían con incomodidad. Los rumores sobre los exiliados ya se habían esparcido en el pequeño pueblo, incluso estaban enterados que el chamán había ordenado quemar todas las cosas que venían de aquel otro mundo y que había mandado palomas mensajeras a la ciudad de Hierromar.

Un guardia sentado vigilaba la puerta que daba al segundo piso, moviendo su pie constantemente. Estaba vigilando por órdenes del chamán que nadie subiera a los aposentos además de las curanderas. Tenía prohibido beber durante su guardia y sus tripas gruñían de hambre, el olor de las carnes y estofados lo ponían hambriento y el retumbar de los truenos lo estaban poniendo de mal humor, así que se puso de pie, decidido a comer algo mientras vigilaba, cuando se congeló al escuchar el rechinar de la madera en el segundo piso. Sostuvo su macuahuitl con fuerza al ver que varías personas se ponían de pie, pero estos simplemente tomaron sus cosas y marcharon hacia sus casas, prefiriendo la tormenta de afuera que seguir ahí. Una curandera y su aprendiz se pusieron de pie, debían subir a ver si los exiliados seguían bien, el guardia las vio y tuvo compasión al ver sus rostros pálidos de terror, pasaron a su lado y pudo notar como les temblaban las manos.

-Que Aleia las proteja -susurró el guardia, juntando ambas manos.

-Que Aleia nos proteja -respondieron, inclinando sus cabezas ligeramente y juntando también sus manos.

Valeria despertó aturdida, su cuerpo se sentía pesado y lento. Tenía un extraño sabor amargo en su boca que le dificultaba tragar. Volteó a ver a su alrededor, lo último que recordaba era turbulencia en el avión, seguido de un fuerte impacto y agua entrando a la cabina. Se levantó de golpe, asustada, mirando en todas direcciones. No estaba en el mar, ni en el avión. ¿Los habían rescatado?

Se sentó en la cama, con sus pies descalzos tocando el helado piso, analizando su situación, tenía la misma ropa, pero no estaba empapada ni su cabello mojado. Observó con atención el cuarto donde estaba, era de madera oscura con unos cuantos candelabros con velas, una sola puerta y ventana, olía a inciensos y podía jurar que la cama no era de buen material por cómo picaba la sabana. Podía escuchar una fuerte tormenta afuera, con truenos que hacían retumbar el vidrio y la madera... ¿habría sido la tormenta la causa del choque del avión? ¿O estaría soñando? No, podía reconocer con facilidad sus sueños... ninguno empezaba con tanta tranquilidad. ¿Había sido rescatada sin darse cuenta? Palpó su cuerpo en busca de cualquier cosa extraña, notó moretones y partes sensibles al tacto, pero ninguna herida grave... sospechoso.

Se puso de pie y la madera del suelo rechinó. Maldijo para sus adentros. Caminó lo más silencioso que pudo hacia la puerta, pero la madera seguía rechinando con cada paso que daba. Puso su mano sobre el pomo de la puerta y respiró profundamente, esperando lo peor, pero al girar el pomo, la puerta se abrió con facilidad. Exhaló el aire que había estado reteniendo sin darse cuenta. El cuarto daba a un pasillo estrecho con poca iluminación con escalones al fondo, había otras cinco puertas, pero solo dos tenían leve iluminación saliendo por las rendijas. ¿Más sobrevivientes? Se preguntó si alguno de ellos estaría herido de gravedad y cuántos habían muerto en el accidente.

Salió al pasillo, pero se detuvo en seco. ¿Qué iba a hacer? ¿Debía salir sin más o esperar que alguien viniera a verla? De repente, una de las puertas iluminadas se abrió y de ella salieron dos mujeres, iban con un moño alto, vestidas con un poncho gris y pantalones anchos, ambas con tapabocas en su rostro. La puerta estaba cerca de los escalones que seguro daban al primer piso, iban cuchicheando, cargando una jarra metálica y vasos, cuando alzaron la vista y la vieron. Quedaron congeladas y en su rostro pudo notar el terror.

-Hola -susurró Valeria, tosiendo en el proceso por la garganta seca.

Una de las mujeres, la más joven, ahogó un grito y bajó rápidamente por los escalones. La mujer mayor respiró con profundidad y se acercó, ofreciéndole un vaso. Valeria vio como guardaba la distancia y pudo notar como le temblaba el pulso. Tomó el vaso con cautela y esperó a que le sirviera el líquido. Quería olerlo antes de tomarlo, pero tampoco quería parecer descortés.

-¿Medicina?

-Infusión con miel, limón y ajo -respondió con un fuerte acento extranjero.

Valeria se sintió aliviada, hablaban español... o por lo menos la mujer lo hablaba fluido, con acento, pero fluido. Ahora, lo segundo que le preocupaba, era esa extraña bebida que le habían dado

-¿Ajo?

-Sí, el ajo es bueno para prevenir enfermedades, sabe feo, pero es saludable.

Valeria asintió levemente, sin quitarle la mirada de encima. Tomó un sorbo, sabía feo al principio, asqueroso, pero dejaba un sabor dulzón y ácido al final. Esperaría un rato antes de tomárselo todo, si empezaba a sentirse mareada, no lo tomaría más. No iba a confiar tan fácilmente.

-¿Quieres esperar un rato en tus aposentos? -agregó la señora-. Mientras esperamos que vengan el chamán.

-¿Chamán?

-Sí, nuestro líder, él fue el que los encontró a ustedes tres.

Valeria entró en su aposento de nuevo, extrañada. La señora no la siguió, de hecho, fue a la siguiente puerta con iluminación; al parecer era la encargada de cuidarlos, la enfermera tal vez. Valeria dejó la puerta abierta y tomó asiento en la cama, preguntándose si había oído bien. Chamanes solo había en las tribus indígenas... ¿o no? Tomó otro sorbo de la medicina, ya que no había efecto secundario.

Paso el rato, escuchó como la enfermera salía del otro cuarto y se detenía frente al de ella. Se miraron unos instantes antes de que se marchara sin decir nada. Extraño, todo le parecía muy extraño. Terminó de tomarse la medicina, la verdad es que al final no sabía para nada mal, quitaba la sed y le aliviaba el dolor de garganta.

Un rato después desapareció el retumbar de los truenos y la tormenta se convirtió en una leve lluvia. Su ventana solo daba a árboles y más árboles, y la oscuridad de la noche tampoco permitía ver mucho que digamos. Escuchó el rechinar de la madera al fondo del pasillo y tomó asiento rápidamente en su cama. Los pasos se acercaron más y más hasta que la misma enfermera, seguida ahora por la joven, se asomaron a su puerta.

-El chamán quiere invitarlos a comer.

-¿Invitarnos? ¿Ya despertaron los otros dos?

-Hace rato... síguenos.

Extraño, todo muy extraño, pensó Valeria.

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