Visibles y tangibles

Decir que Capricornio era neutral quedaba un poco corto. El castaño era bastante silencioso, incluso comparado con Virgo que, a su vez, era una persona sumamente tranquila y que solo hablaba lo suficiente. El menor de la casa tierra había crecido de tal forma que la mayor parte de sus sentimientos se encontraban reprimidos dentro de su cuerpo. No es que hubiera tenido una infancia turbia o similar, jamás había sido abusado de ninguna forma y su madre y hermanos habían hecho su paso por la vida ameno y lleno de amor, solo que esa era su personalidad, recatada y escueta.

Kaia era dulce, quizás extremadamente calmada, y sumamente inteligente. Tauro era igual de amable y simpático que su madre, aunque, en cambio, era más enérgico y con mayor expresión.

Como cualquier otra criaturita que fuera el menor de su familia, Capricornio admiraba a sus mayores. Para él, sobre todo cuando era muy joven, su ideal era ser como su madre o su hermano una vez fuera un adulto; eran personas benevolentes que brindaban ayuda a quien lo necesitara, cálidos, amorosos, con diversos talentos, etc. La gente los adoraba y para él estaba claro el por qué; trataban a todos con decencia y respeto, y defendían lo que creían justo y necesario sin rozar la barbarie en la mayoría de los casos. Kaia y Tauro conocían cientos de personas que aseveraban ser sus amigos y que les aseguraban poder confiar en ellos sin dudarlo. Aquel par, ante los ojos del castaño, eran como dos entes cálidos, como un dúo de velas que iluminaban un sitio lúgubre.

Nunca dejó de respetarlos ni de amarlos. Por supuesto que no, pero aceptó que la personalidad de su madre y hermano eran de ellos, y la propia le pertenecía a él. Capricornio era Capricornio.

Le gustaba la practicidad y lo sencillo. Rehuía a las situaciones complicadas con fervor, pero se enfrentaba a ellas de manera optima y capaz. Y para él no había nada más complicado que la psique humana. La gente era tan diferente y similar entre sí a la vez. Tan molesta y agradable. No lo entendía. Las emociones eran muy complejas y ni la ecuación más difícil le provocaba el mismo malestar de cabeza.

No soportaba, o no mucho, a las personas escandalosas, ruidosas y descuidadas. Le desagradaba la descortesía y la inmundicia.

¿Qué se supone que uno hacia con sus sentimientos? Capricornio los guardaba de manera muy recelosa, solo dejando que se colaran de su refugio en poca medida, como si fuesen gotas pequeñas que se escurrían del grifo antes de ser notadas. Así estaba bien. El signo de la cabra no había tenido problemas con esto, no en cuanto a su salud mental y emocional, al menos, porque no todo mundo parecía conforme con su frívola existencia.

¿Qué era una persona sin el debido autocontrol?

Que en su rostro o lenguaje físico no se expresara a simple vista su sentir, no significaba que fuera inexistente. Él amaba, temía, odiaba, etc. Así como cualquier otra persona. La única diferencia solo era que no lo exteriorizaba tanto como, por ejemplo, Géminis o Cáncer. Uno debía aprender a leer cuidadosamente al castaño para notar los gentiles gestos que hacia por sus seres amados o de lo contrario siempre creería que se trataba de un hombre sin sentimientos.

Por la educación de su madre, Capricornio era una persona que se sentía profundamente conectado con la naturaleza; gustaba de sembrar y plantar, o de criar algún animal. Podía admitir, incluso, que prefería a los animales y a las plantas, sin importar que tan espantosas pudiesen lucir, pues eran más sencillos que los humanos.

Había vuelto a casa un día tras el trabajo. Consigo llevaba una pequeña maceta vieja y desgastada en donde se encontraba una pequeña flor de pétalos vistosos de colores purpúreos y azules. La diminuta planta parecía estar a anda de marchitarse, encorvada y endeble, completamente frágil y marrón, aun así, pensó que sería posible sanarla.

Durante unos días la dejó en la macetita, por si acaso, a la par que le vertía agua y le charlaba con ternura y tranquilidad. Tras unas dos semanas, la pequeña flor se había recuperado y sus colores vibraban satisfactoriamente con vitalidad. Para cuando se dio cuenta, en su pequeña maceta había dos florecillas.

Eran preciosas, pequeñas, pero preciosas y, sin pensarlo mucho, las obsequió a Piscis.

—Gracias— confesó ella, viendo la plantita entre sus manos y sonriendo poco después al castaño—. ¿Cómo debo cuidarlas?

—Riégalas cada dos o tres días. Debes cuidar que la tierra esté húmeda, pero que no forme charcos. Puedes dejarlas al Sol o un poco a las sombras. Son plantas muy resistentes así que no te preocupes tanto.

—Mh. Muy bien.

Colocó las flores sobre un estante de madera y las miró un largo instante antes de recordar que tenía cosas que hacer, por lo que, prontamente, salió de la habitación junto a Capricornio.

Piscis compró una maceta más bonita a la cual las movió con extremo cuidado. Formaban parte importante de la decoración de su habitación, brindando un deje de frescura y, aun más, lindura al sitio. Ella era muy distraída, debía admitirlo a pesar de que le provocara pena, así que no le resultó extraño que la planta tuviera dos brotes un día, luego tres flores y unos días después nuevamente solo dos pequeñas florecillas. Ella no se había dado cuenta de aquello.

Un día se encontraba en su habitación, sentada frente a su escritorio con aire triste, pues el menor de la casa tierra había tenido que salir de la ciudad y ya llevaba un buen rato sin verle. Lo extrañaba mucho, pero no podía hacer nada al respecto más que esperar. El repentino sonido de su celular recibiendo una llamada le espantó, siendo que poco después fue capaz de tomar el aparato y contestar.

—Capri— ella habló con voz dulce—. ¿Cómo estás? ¿Estás ocupado?

—No. No en realidad. ¿Interrumpí algo?

—Para nada. Bueno, estoy haciendo algunos documentos, pero nada grandioso— comenzó a relatarle, enrollándose en una larga conversación de al menos una hora con desvaríos vanales—. ¿Pronto terminarás?

—Mh— la voz de Capricornio le hizo pensar que había suspirado, aunque no había sido así—. Tengo muchas cosas que organizar y demás. Probablemente me tome un par de días más volver a casa.

—Ya veo— Piscis comentó con tristeza antes de recomponerse—. Trabaja, pero no olvides dormir y comer bien, ¿de acuerdo? Eres muy responsable, lo sé, lo entiendo. Solo que también tienes que cuidarte, Capri. ¿Te ha dado insomnio?

—He tenido algunos problemas para dormir, lo usual.

—Lo usual es no tener problemas para dormir. Cuidate, por favor.

—Lo haré— musitó el castaño con tono bajo y suave que, para otras personas, hubiera pasado desapercibido.

—Eso espero o me enojaré. Primer aviso.

Capricornio al otro lado de la línea no pudo evitar sonreír entre divertido y enternecido, pues Piscis parecía un hámster enfadado, aunque era bastante peligrosa, eso sí. La signo agua era una manipuladora nata.

—Está bien. No te preocupes. Encargate de tus cosas, ¿sí? No vayas a olvidarte de nada.

—Eso trato— dijo ella, formando un mohín con los labios mientras movía algunas notas adhesivas desordenadas sobre la mesa—. Pero olvido en donde anoté lo que no debía olvidar. Uhm, soy un desastre. Aun así, yo puedo. Sí. Eso creo. Eso espero.

Hubo una pausa en donde ninguno habló. Era un silencio tranquilo y calmado que, luego de unos pocos segundos, la menor rompió.

—No te entretengo— hablaba mientras un sonrojo crecía en sus mejillas de manera paulatina—. Te quiero. Nos vemos...

—Adiós.

La llamada culminó y, tras dejar el aparato sobre el escritorio, Piscis alzó, desganadamente, la mirada hacia sus flores. A lo mejor eran imaginaciones suyas, no estaba segura, después de todo era una persona bastante fantasiosa, pero observó que el color de las plantas se apagaba, perdían brillo. Lucían tristes. Hacia un segundo eran purpuras y azules de una manera deslumbrante, increíble, y ya entonces parecían deslavadas, cenizas.

—¿No es un buen día? — preguntó ella de manera compasiva—. Yo tampoco estoy muy contenta. Pero hay días malos y días buenos. Pronto vendrá un buen día.

O de eso trataba de convencerse.

Se aseguró de que su plantita tuviera todo lo suficiente y prosiguió con sus deberes mientras escuchaba música pop y la tarareaba. Al final del día, las flores seguían tristes y Piscis comenzaba a preocuparse. ¿No las estaba cuidando bien? ¿Necesitaban algo? No estaban marchitas, o no todavía, pero tampoco lucían muy bien.

Optó por preguntar después a Tauro o Virgo, pues en el momento ella se encontraba cansada y solo pudo disponerse a dormir. A la mañana siguiente, mientras hacia sus usuales actividades rutinarias, recibió un mensaje de Capricornio en donde explicaba que, si todo iba bien, volvería al día siguiente a temprana hora. Por supuesto, aquello contentó a la peliazul que no demoró mucho en mandar una respuesta de ánimos y un sticker adorable de un osito blanco con corazoncitos rosados alrededor y la palabra "hug" como onomatopeya.

Con mayor ánimo, continuó con su día y, antes de marcharse, revisó el estado de las flores. Quedó sorprendida y confundida al notar que había un par de brotes a punto de florecer y el color había vuelto a ser vibrante en los pétalos. Era extraño. Un cambio así no podía suceder de la noche a la mañana, ¿no?

Todavía fue más raro para ella que, al día siguiente a ese, los brotes se habían multiplicado y algunos se habían abierto majestuosamente. Debía haber al menos cinco botones y cuatro flores en su maceta cubica de color azul cielo con nubes. Las admiró con las cejas fruncidas y sintió parcial alivio por ver que, al menos, no tenían nada malo como plaga o algo así. ¿Las plantas crecían a esa velocidad?

Tenía que pedir ayuda, porque había algo que genuinamente no estaba comprendiendo.

Se cepilló el cabello, puso un poco de maquillaje en su rostro y bajó a la cocina para desayunar con el resto de los signos. Ahí, Capricornio estaba tomando té de su taza favorita mientras de su hombro colgaba una maleta repleta de ropa y cosas de ese estilo que había necesitado para su viaje. A su lado estaba Virgo, hablándole de un tema que Piscis pasó por alto completamente.

—Llegaste muy temprano— decía ella, acercándose con una sonrisa en el rostro que demostraba la alegría de ver al castaño —. ¿Cómo te fue?

—Bien. Un poco pesado, pero pude terminar con todo.

Virgo le dedicó una mirada que podía entenderse como una de reprendimiento y diversión, mirada que a la menor le resultó curiosa. La mano de la más alta le dio una corta caricia al cabello de color castaño antes de retirarse a su asiento. Capricornio dio otro sorbo a su bebida, arrugando sutilmente las cejas de una forma que Piscis no pudo descifrar y entendiendo, parcialmente, que entre hermanos se estaban comunicando.

—Capri— la muchacha de orbes aquas se mostró preocupada—. Te ves cansado. Deberías ir a dormir.

—Lo haré en cuanto desempaque.

—Puedes desempacar después. O puedo desempacar por ti— Piscis se llevó las manos a la cadera e hizo una mueca de enfado—. ¿Te desvelaste trabajando?

—Estaba ocupado.

—Siempre está ocupado—comentó Escorpio desde la mesa, desinteresado—. Me sorprende que no haya enloquecido ya.

—Le digo que debe dormir bien— el peliverde habló desde su puesto frente a las hornillas—. Pero nunca hace caso. Si no quieres que Piscis se encargue de tu maleta, puedo hacerlo yo en su lugar. De todos modos, no sería la primera vez.

—Yo puedo hacerlo.

—Le da vergüenza que vean su ropa interior— bromeó el varón de la casa agua.

—No es así. Si mi ropa interior estuviera llena de hoyos como la tuya, entonces sí.

—Capri— intervino la peliazul antes de que ambos comenzaran a discutir, y los ojos avellana se clavaron en ella—. Ve a dormir. Tienes día libre, ¿no?

—Sí. En cuanto termine mi té.

Piscis frunció más la mueca y, aunque el signo tierra seguía pensando que se veía adorable, decidió ceder, pues no deseaba que realmente se molestara con él. Bebió todo el contenido de su taza de un sorbo y, posteriormente, la depositó en el fregadero.

—Desempacaré después— dijo y se encaminó hacia su habitación.

—Duerme bien. Dejaré algo de comida en el refrigerador por si te da hambre antes de la comida.

—Gracias.

...

Al llegar a la casa luego de su horario laboral, Piscis subió hasta su habitación para dejar su bolso y demás ahí. Revisó sus flores que ya entonces solo eran dos, aunque vivaces y saludables; no recordaba lo de esa mañana.

Subió un piso más y se escabulló silenciosamente en el cuarto del signo de la cabra quien se encontraba tumbado en la cama, dormido y cubierto hasta el pecho con las mantas. Tomó la maleta y comenzó a desempacar con extremo cuidado; la mayor parte del contenido era ropa, así que puso la que se encontraba sucia en su cesto designado y la limpia la guardó en el armario. Colocó lentamente la laptop de Capricornio sobre el escritorio, junto a algunas cosas más como carpetas de archivos desconocidos. Finalmente, se aproximó al castaño para asegurarse que todo con él estuviera bien y sonrió cuando notó que esto era así.

Poco después, Capricornio se removió en su sitio y abrió los ojos sin previo aviso para mirarle.

—Lo siento— las mejillas de ella se tiñeron de rojo—. ¿Te desperté?

—No. No te preocupes. He estado durmiendo de manera intermitente.

—Ya veo. ¿Quieres que llame a Tauro o Virgo?

—No hace falta.

—Está bien.

Se sentó al borde del colchón y comenzó a acariciar parsimoniosamente las raíces de los cabellos castaños, en un intento de relajar al muchacho lo suficiente para que volviera a dormir.

—Desempaqué por ti.

—Gracias— los parpados de Capricornio se cerraron y se acomodó mejor contra la almohada.

—No es nada.

Se sumieron en silencio y los minutos pasaron de manera tranquila. Piscis, luego de un rato, miró al signo tierra que había vuelto a caer en su mundo onírico y sonrió con satisfacción. Cuando hizo amago de levantarse para irse, los parpados de Capricornio subieron súbitamente, debido al sueño ligero que tenía, y se giró en su dirección.

Las pestañas oscuras de ella subieron y bajaron con duda, comprendiendo lentamente al castaño. Su boca se abrió en una "o" pequeña antes de sonreír enternecida; se retiró el calzado de manera despreocupada y se trepó en la cama, acomodándose en el espacio vació y regresando la mano a la cabellera ondulada del contrario.

Los orbes avellana se encontraban fijos en el rostro de la menor, inspeccionándolo como quien miraba a una obra de arte, con dedicación y deleite. Piscis se rio entre dientes, pensando que Capricornio estaba actuando de manera ligeramente mimada cual niño y eso le resultaba tierno y divertido.

Se acercó lo suficiente y le besó la frente, ocasionando un sonrojo tanto en el rostro del castaño como en el propio. Capricornio volvió a cerrar los ojos, tragó con fuerza y se dedicó a sentir los dedos pequeños de su novia sobre su cuero cabelludo. Fue en cuestión de minutos que ambos terminaron completamente dormidos, descansando durante varias largas horas; el signo tierra solo despertó un segundo para quitarse la mano de la signo agua que había quedado sobre su mejilla y, también, para cubrirla con, al menos, la colcha.

Fue a la hora de la cena que despertaron; Capricornio había espabilado velozmente, a diferencia de Piscis que seguía somnolienta incluso luego de ir al baño.

Llenaron sus estómagos con la deliciosa comida preparada por el mayor de la casa tierra y retomaron sus actividades. Piscis apareció una segunda vez en la habitación del castaño, en esa ocasión llevando su maceta con flores que volvió a llenarse de brotes y pétalos de manera imprevista.

—¿Qué pasa? — preguntó él a la vez que la contraria se le aproximaba.

—Bueno— la peliazul meditó un momento—. No sé cómo explicarlo... Ehm... De la nada salen botones y flores. Y así como aparecen se van.

—¿Cómo?

—Esta mañana tenía como cinco botones y como... Uh... cuatro flores, pero ahora... Pues...

Capricornio contó mentalmente; seis botones y siete flores. Le quitó el objeto a su novia y lo examinó; las flores y botones no lucían como unos que habían brotado ese mismo día, sino que llevaban ahí uno o dos días. Sabia que la menor era muy imaginativa, como un niño, pero eso no significaba que fuera una mentirosa o que fuera incapaz de distinguir la realidad de la fantasía.

—No es la primera vez— agregó Piscis— Hace unos días estaba muy bien, pero luego lucía triste. Temí que se fuera a marchitar, solo que a la mañana siguiente se veía bonita como siempre, saludable y todo, con algunos botones.

Le miró confundido mientras pensaba, sin dar con respuesta inmediata.

—Es raro, ¿verdad?

—Sí. Es... ¿Cuándo pasa esto? — Piscis se encogió de hombros en contestación.

—Se apagó antier. Me di cuenta luego de que llamaste. A la mañana siguiente, cuando desperté vi que se encontraba mucho mejor.

—¿Le diste algo diferente?

—No. Agua y ya. Crece y decrece de la nada.

Buscaban una explicación, confundidos. Capricornio nunca había visto algo como aquello.

—Me recuerda a esas muñecas japonesas a las que les crece el cabello mientras más odio uno sienta— musitó inconscientemente la signo agua, ganándose una mirada atenta del signo tierra.

—El día que te llamé para decir que me tomaría otros días más en el trabajo... ¿Fue ese día en que las flores se mostraron apagadas? — ella asintió—. Y, al día siguiente, cuando te dije que volvería antes de lo planeado, ¿se recuperaron?

—Sí. Así fue. ¿Crees que cambien con mis sentimientos?

Él no creía tanto en cosas paranormales y mágicas, pero, teniendo en cuenta su propia historia, no siempre descartaba esa opción.

—No encuentro otra explicación. Solo que no estoy seguro.

—Y si cambian con los tuyos— dedujo la menor—. Son mías, pero primero fueron tuyas. Además. Son pensamientos, ¿no?

—Sí. Son esas flores.

—Tus flores son los pensamientos— Capricornio alzó suavemente la ceja en forma de duda—. Ya sabes, las flores de cada uno de nosotros. Las mías son las violetas. Las de Cáncer son las calas. Las de Escorpio son las peonias rojas. Las tuyas son los pensamientos. ¿Tiene sentido?

Se le quedó mirando unos largos instantes, pensativo. ¿Algo en la situación en general tenía sentido?

—¿Mis sentimientos? — repitió, despacio.

—Sí. Aunque, no sé si en general. Cuando te enojas no pasa nada— una sonrisa se dibujó en el rostro de Piscis, pues pensaba que era una tontería lo que diría—. Y si, a lo mejor, son tus sentimientos por mí. Mira. Lo digo porque, son pensamientos, tus flores, y las cuidaste hasta regalármelas. Las flores se apagaron cuando dijiste que demorarías en volver y cuando hablamos, al día siguiente, mejoraron. Es decir. Como me extrañabas lucían tristes.

La chica se rio suavemente, divertida de su propia creatividad, y el signo tierra le miró con un semblante más dulce que el de momentos anteriores. Sin aviso previo, un par de botones florecieron en ese instante. Los dos observaron, atónitos y atentos, como los pétalos se abrían delicadamente, pero con velocidad.

Capricornio se aclaró la garganta, avergonzado, a la par que los ojos claros se fijaban en él y en las flores de manera consecutiva.

—¡Oh! — Piscis se mostró emocionada—. Pensaste algo, ¿verdad?

No contestó. No se sentía capaz de admitir que, simplemente, había pensado que quería a Piscis aun con sus fantasías infantiles.

La signo agua soltó un sonido de enternecimiento y tomó cuidadosamente la maceta, mirando con ojos cariñosos a las florecillas de colores purpuras y azules.

—Esto es lindo— confesó—. Se qué te es difícil expresar tus sentimientos. No sueles decirme que me quieres o algo, pero no me importa realmente. Eres así y así estás bien. Además, sé que me quieres por los detalles que tienes conmigo. No hace falta que me lo digas. Pero esto es lindo.

—Es vergonzoso.

—¡Es tierno!

El mayor suspiró derrotado y negó suavemente con la cabeza; había un vestigio de color rojo sobre sus mejillas.

—¿Qué te avergüenza? — decía ella, comenzando a sonrojarse—. Si yo también te amo, no veo cual es el problema.

Más flores y más botones nuevos; Capricornio quería lanzar esa maceta por la ventana, pero solo la retiró de las manos de su novia que pronto mostró reticencia a dejársela.

—Capri— Piscis podía ver que el castaño planeaba quedarse con la planta—. Son mis flores. Me las has regalado. No se pide de vuelta algo que has obsequiado.

No respondió y alejó el objeto de la contraria, pues su mano se había extendido con la intensión de arrebatárselo. Se ganó una mirada enfadada de la menor.

—Por favor, no me las quites— suplicó, agarrando la camisa del mayor que mantenía la maceta fuera de su alcance—. Capri. No seas así.

Vio el puchero y la mirada triste que se formó en el rostro de la signo agua, y supo que ella iba a llorar si no le devolvía las flores. Piscis sabía que el adverso tenia debilidad hacia ella cuando lloraba. No le gustaba, nunca le gustó. Y muchas veces ella lo usaba a su favor, como en ese momento. Entendía que al castaño le diera pena la situación, pero al mismo tiempo le resultaba algo sacado de un libro romántico de fantasía, de cuentos de hadas. Las quería. ¿Cómo no las iba a querer si eran, prácticamente, los sentimientos de su novio?

El gesto facial de Capricornio se tornó severo a sabiendas de que era un chantaje, pero no pudo evitar sentirse culpable, muy culpable.

—Eres una tramposa— aseveró y el puchero de ella se volvió más marcado. Podía ver las lágrimas acumulándose en sus orbes claros—. Piscis.

—Por favor.

Se sostuvieron la mirada durante un par de segundos hasta que, finalmente, el signo tierra suspiró con derrota de manera lánguida y le devolvió lo suyo. Fue así como Piscis sonrió con los ojos enrojecidos por la amenaza del llanto, y casi se atrevió a abrazar la maceta. Capricornio, en cambio, maldijo mentalmente, mirando las flores como si lo hubieran ofendido de la peor manera posible.

Aun contenta por cumplir su objetivo, la peliazul se le acercó y, cuando la tuvo a solo centímetros, notó que se alzó de puntillas por lo que, en un acto medio inconsciente, se inclinó hacia ella y sintió sus labios besar los propios. Al separarse, vislumbraron que la planta había florecido tanto que, prácticamente, se desbordaba fuera de la maceta. Los pequeños pétalos azules y purpuras de los pensamientos caían por el borde de la cerámica, formando un cumulo que casi se asemejaba a un arbusto. Piscis solo tenía que mover un poco sus dedos para tocar las suaves flores.

Capricornio apretó los labios, inconforme, incomodo y avergonzado, arrugando las cejas en dirección a la planta que se esforzaba por hacerlo pasar penas frente a la peliazul quien, entre risas dulces, soltó una exclamación de ternura.

—Mejor deshazte de ellas.

—Nop—ella negó, meneando con decisión la cabeza y sonriendo tanto que sus mejillas estaban rosas—. Las pondré en mi estante de madera, donde se ven perfectamente. Y no les hagas nada, por favor. Las cuidaré muy bien.

Suavizó un poco su semblante y aceptó quedamente. No le quedaba de otra. Piscis se marchó, entonces, bastante más tranquila y alegre mientras le hablaba a los pensamientos e, incluso, Capricornio pudo oír que les puso un nombre. Al menos sabia que sí, Piscis cuidaría muy bien de esas flores. 

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