Se siente como traición
No es que quisiera sonar como una persona de ideas muy sucias, pervertidas y similares, pero cualquiera reaccionaría así.
No entendía por qué la gente se comportaba de esa forma si no eran familia. Es decir, él comprendía cuando Capricornio, por ejemplo, se vestía frente a él por cualquier razón. De todas maneras, él no se sentía de ninguna forma en particular al ver el cuerpo del castaño porque era su hermano y no albergaba emociones sexuales y/o románticas hacia él. Por supuesto que con Virgo era diferente, ya que ella deseaba privacidad y se sentía incómoda de que le viese alguien del sexo opuesto, independientemente de sus preferencias, vestirse incluso si ya tenía ropa interior encima. Era una cosa muy extraña, pensaba Tauro, que las mujeres se pudiesen vestir sin pena (por lo general) frente a otras y lo mismo con los hombres. Quizás se debía a que tenían el mismo cuerpo (en su mayoría) y se entendían a un nivel distinto a que si fueran personas de diferentes sexos... O algo así.
Él, por otro lado, se sentía claramente fuera de lugar cuando por tal o cual razón debía cambiarse frente a otros hombres o que ellos se vistieran en su presencia. Le causaba nerviosismo y ansiedad, ocasionando que sus mejillas morenas se tornaran ligeramente rojizas por la situación. Sin importar que fueran personas que no le interesaban en un nivel más profundo que para una mera y bonita amistad, el signo de ojos chocolate no podía evitar que la timidez y vergüenza afloraran en su dulce y sensible corazón. Él entendía que la desnudez no tenía nada de malo y que era algo natural, que la ropa solamente servía para que cubrieran su cuerpo del Sol, frío o similar, pero eso no quitaba que pensara que el mostrarse sin ropa (o con prendas muy escasas) fuera algo sumamente íntimo. A lo mejor sonaba ridículo para otro, pero Tauro se sentía así al respecto.
Aún así, muchas veces se vio en la necesidad de tragarse esa pena y hacer como si nada para no incomodar a sus acompañantes, sobre todo con los signos cuando estos desconocían sus preferencias sexuales (exceptuando a sus hermanos) porque no quería que ellos pensaran que lo hacía con mala intención o meramente por ser alguien raro.
Además de eso, tal pequeño complejo se debía a su propio despertar sexual allá por la época de su adolescencia.
Había comenzado con Escorpio, tenía que admitirlo. Era muy usual que junto a su familia fueran a visitar a la casa de agua, quienes siempre disfrutaban aunque sea unos minutitos nadando en el río y por obvias razones no cubrían su cuerpo por completo. Él veía como Piscis y Cáncer andaban un rato por ahí con sus trajes de baño antes de irse a vestir con algo seco y más cómodo para estar en tierra. A pesar de que con toda honestidad podía decir que ellas tenían su encanto y que eran bonitas, no ocasionaban nada muy especial dentro suyo. Simplemente era como cuando veía una linda puesta de Sol. Qué dijera que tenían cierto atractivo no implicaba que quisiera tener sexo con ellas o similar, únicamente era capaz de aceptar cuando algo o alguien era visualmente agradable.
Cuando veía a Escorpio, por otro lado, era como ver un campo lleno de flores de todos los colores posibles.
A pesar de que eran aún muy jóvenes y no estaban del todo desarrollados, Tauro sentía un no sé qué al observar la altura del menor que de a poco incrementaba y que sólo hacia resaltar aún más el cuerpo delgado que poseía. Escorpio nunca fue alguien con gran musculatura, pero tampoco era plano de manera decepcionante; sus brazos estaban ligeramente marcados y eran robustos al igual que su espalda que era espléndidamente adornada por la línea que se formaba justo sobre su columna vertebral, en su abdomen solo destacaban los huesos de su cadera y un par de definiciones a cada lado de su barriga... En fin, que era guapo, sí. Y eso en un principio causó una tremenda confusión en el toro, que se cuestionaba porqué era diferente a cuando pensaba que las chicas eran bonitas y en cierto punto, luego de hablarlo con su madre, llegó a la conclusión de que era gay.
Claramente vivió con normalidad luego de su descubrimiento. Tampoco era como si se enterase de que en realidad siempre fue una mujer y el pene que tenía en su entrepierna era de juguete, simplemente aceptó que le gustaban los chicos y ya.
El problema luego vino con Aries.
A pesar de lo cercanos que siempre fueron, nunca llegaron a pasar ciertos límites entre ellos no porque no quisieran o algo así, pero más bien porque no había razón para ello. Ninguno de los dos era realmente físico con el otro; Aries porque no sabía dar abrazos o cosas así, y Tauro por no querer incomodar al contrario a sabiendas que apreciaba mucho su espacio personal. El de cabellos verdes únicamente sentía que su piel cosquilleaba cuando Aries le tocaba de cierta manera poco usual (y no necesariamente sexual), pero no se asustó tanto con ello, creyendo que se debía a que apreciaba mucho al pelirrojo y gustaba de sus cariños físicos y poco comunes, como cuando Capricornio le abrazaba por convicción propia o así.
Pero un día cualquiera, ambos se encontraban en casa de los fuego. Tauro yacía sentado sobre el borde de la cama mientras veía que el pelirrojo se movía de un lado al otro, moviendo cosas aquí y allá para encontrar una venda nueva y limpia. Hablaban de nimiedades que actualmente no logra recordar. Tal vez Aries estaba maldiciendo del dolor que le aquejaba en el cuerpo luego de lastimarse por ser tan bruto y descuidado.
Y entonces, el menor casi se ahogó con su propia saliva al ver como su mejor amigo sujetaba la playera del dobladillo y se la sacaba de encima por la cabeza. Obviamente Aries no lo había hecho con intenciones de verse sexy ni nada de ese estilo, solo necesitaba quitarse la prenda de encima para enrollar la venda sobre su cuerpo. Y Tauro era consciente de ésto, sin embargo, sus hormonas se alborotaron sin que él se los permitiera. En un segundo sus ojos chocolates repasaron la figura atlética del otro, incluso si éste le estaba dando la espalda, y se fijó en todas las cicatrices que le recorrían la piel. Apenado de sus pensamientos y su reacción, Tauro desvió la mirada hacia sus manos que se cerraron sobre su pantalón y sintió sus mejillas arder furiosamente producto de un sonrojo. Su corazón latía desbocado de una manera tremenda dentro de su pecho y hasta le había entrado un poco de calor. Su mente de adolescente le traicionaba a cada momento, teniendo ideas que él consideraba sucias con respecto al pelirrojo, como cuál sería la textura de su piel y el calor que de ésta emanaría contra su tacto, o cosas de ese estilo. Se sentía sucio, demasiado, pero no podía evitarlo por mucho que tratara de pensar en cosas como conejitos o abejitas.
No notó el momento en que Aries se acercó hasta donde estaba para tomar el segurito de ropa que descansaba a su lado en la cama hasta que, luego de terminar con lo suyo, se inclinó para verle al rostro.
—¿Estás bien?— le había preguntado el mayor, percatándose del mal estado en que se encontraba—. Tienes la cara roja. ¿Te sientes mal, Tauro?
Y muchas cosas pasaron por la cabeza del aludido que no despegaba sus ojos del contrario, cuyas cejas rojizas se mantenían fruncidas con enojo y un dejé de preocupación. Sus caras estaban bastante cerca una de otra, y Aries le colocó una mano sobre la frente para ver si tenía fiebre. Quería besarle, abrazarle y tocarle de formas que le causaban vergüenza absoluta y algo de asco hacia su propia persona, porque se estaba imaginando cosas que creía que no debía tener en mente sí eran protagonizadas por su mejor amigo. Sintió un revoloteó desde el fondo de su estómago, cerca de su vientre, y aquello subió por su garganta hasta su boca. Se quitó al carnero de en medio y corrió despavorido al baño de la casa donde se inclinó sobre el objeto que hacía función de inodoro y vómito todo el contenido de su sistema.
A los pocos segundos apareció Aries y le ayudó a sujetarse el cabello para no llenarlo con el ácido de sus viceras. En el fondo agradeció que el pelirrojo ya tuviera ropa sobre su trabajado torso o seguramente él se hubiese quedado ahí aún si su estómago ya estaba vacío. Cuándo terminó, se lavó la boca con agua del grifo y de paso se mojó un poco la cara.
—De seguro comiste algo malo— le reprochó el de ojos negros, cruzado de brazos—. Te daré sal de uvas, ¿bien?
Tauro asintió porque la garganta le ardía de forma espantosa y quizás aquella cosa le ayudaría a bajar la acidez que de pronto sentía en la boca del estómago. Él sabía que no había sido ningún alimento mohoso o mal cocinado, había sido el asco que se había provocado a sí mismo, pero no le iba a decir al otro lo que pasaba.
Luego de eso, las cosas en su perspectiva cambiaron. Por fin dio un nombre a lo que sentía cuando Aries le miraba, le tocaba de tal forma o siquiera le hablaba; le amaba. Y eso había empeorado la imagen que tenía de él, porque si bien siempre pensó que el pelirrojo era guapo, ya entonces cada vez que le observaba le parecía que deslumbraba más que cualquier brote al florecer. Hasta parecía que había brillitos a su alrededor y rosas rojas aparecían junto a su persona como un marco. Quisiera o no, eso empeoró como se sentía físicamente hacia él, porque no solo sentía amor hacia su actitud y personalidad sino también a su cuerpo, y eso le causaba complicaciones en las ocasiones que Aries se vestía frente suyo o se colocaba vendas nuevas o se suturaba algo o se revisaba algún moretón, porque sus heridas no se limitan a ser solo en las rodillas o manos, estaban por toda el área de su ser; en los hombros, espalda, muslos, pecho, etc. Y Tauro sentía que era una tortura.
No se acostumbró del todo, pero se volvió bueno en fingir que en nada le afectaba y hasta desarrollo técnicas para ignorar las voces sucias de su cabeza y para prestar atención a cosas mejores.
Luego de que finalmente le confesó a Aries cómo se sentía hacia él, éste decidió modificar algunas cosas con respecto al trato entre ambos. Procuraba no andar muy descubierto frente al peliverde ni tampoco ser físico de manera que se pudiera confundir o cosas así; a veces se olvidaba de ello porque seguía teniendo mucha confianza con el toro y lo trataba como un hermano, no como un pretendiente.
Tauro había agradecido esto, de verdad significaba mucho para él que su mejor amigo le entendiera y no le recriminara nada.
—Con un carajo— se queja Aries actualmente, rascándose por encima del cuello de la playera gris—. Odio recortarme el cabello.
—¿Y si lo dejas crecer?— pregunta Tauro sentado en la cama del mayor mientras juega con el DS de éste mismo.
—Lo estoy pensando, pero de todos modos tendría que cortar las puntas de vez en cuando. Tampoco lo quiero hasta la cola.
—Entonces no te quejes.
El pelirrojo gruñe, escuchándose sus pies descalzos moverse sobre el suelo de madera del cuarto seguidos de cajones abriéndose.
—Me voy a cambiar, no mires.
Eso es suficiente para que el toro se centre únicamente en la pantalla del videojuego, casi pegándose el aparato a la nariz para cerciorarse de que no echará un vistazo al otro. Escucha como Aries se marcha al baño y casi de inmediato regresa, sentándose junto a Tauro sin más.
—Ya.
El cuerpo del más grande logra relajarse entonces y ya hasta puede mover con tranquilidad los dedos sobre los botones.
Aries le señala algunos trucos sobre el juego y todo fluye con normalidad entre ambos, pero, como siempre, el mayor encuentra una forma de cagar todo.
—Entiendo que es incómodo para ti— dice el pelirrojo, con semblante pensativo y siendo observado por los ojitos del otro mientras el juego se encuentra en la pantalla de carga—, pero tengo una duda. ¿Qué es lo que en verdad piensas con esto?
—¿Con qué? ¿Con el juego?
—No. No me refiero a eso. Me refiero a cuando me desvisto frente a ti. Sé que no te gusta ver a otra gente desnuda, pero entre nosotros siento que es algo diferente y que nunca me has dicho. Me da curiosidad.
El rostro de Tauro palidece al punto que parece casi una hoja de papel sin importar que su piel sea morena. Sus ojos observan con espanto, horror, al otro signo.
— Solo no me gusta— murmura el de cabellos verdes, alejándose un palmo del otro.
—¿De verdad?
Tauro entonces se pone a la defensiva, cerrando la consola para dejarla sobre la cama y levantándose de ésta en dirección a la salida.
—¿Qué pasa?— dice Aries, parándose de un salto y siguiendo al toro por el pasillo hasta las escaleras que dan a la segunda planta; el menor profiere nada—. Vamos, Tauro, háblame. ¿Por qué te enojas?
—¿Por qué? — vocifera el mencionado, subiendo peldaño tras peldaño con pasos pesados; sinceramente está más enojado con él mismo que con el carnero—. ¿Cómo puedes preguntarme eso? ¿En serio me estás preguntando estás cosas, Aries?
—¡Solo es una duda! Si no la quieres responder solo lo hubieras dicho. ¿Qué hay con que te pregunte qué es lo que te molesta de que me cambie contigo ahí?
—¡Me molesta y ya! Me molesta que incluso Acuario se vista en mi presencia.
—Pero no es lo mismo. Solo quería saber si también piensas conmigo que no es correcto andar desnudo por la misma razón que con los demás. Ya sabes, qué piensas que uno no debe andar sin ropa frente a otros sin importar quien sea. No voy a dejar de decirte cuando me cambiaré para que no veas, pero...
El pelirrojo parlotea un poco más, desesperando de a poco al contrario que no se detiene hasta llegar a la puerta de su habitación, momento en el que se gira a mirar al otro con las cejas fruncidas y una cara de disgusto total. Hasta entonces el pelirrojo cree que ha ido un poco lejos y quizás lo mejor sea echarse para atrás, pedirle que lo olvide, una disculpa e irse a su pieza para darle tiempo al más grande de tranquilizarse, sin embargo, cuando está por hablar, escucha algo que sinceramente no ha esperado.
— No quiero verte así porque nos imagino teniendo sexo, ¿bien? —espeta, ahora con la cara tan roja como el cabello del otro y abriendo torpemente la puerta de su pieza—. Obviamente estas cosas pasan cuando ves desnuda, o con poca ropa, a la persona que te gusta.
Sin más que agregar, Tauro se mete a su cuarto y cierra la puerta frente a las narices de Aries que se queda con la boca totalmente abierta ante la revelación.
Había pensado que se había librado de dar explicaciones. Realmente se sentía aliviado de que Aries dejara de andar todo el tiempo frente suyo en pocas vestimentas sin la necesidad de decirle: Es que fantaseo sexualmente contigo, tú qué eres mi mejor amigo, no andes encuerado frente a mí, por favorcito. Pero ahora no había podido con la culpa ni con la insistencia del mayor. Claro que pudo haber desviado el tema en otra dirección o, como dijo el carnero, simplemente decirle que no quería tocar el tema pero de manera tranquila, solo que se puso demasiado nervioso y su conciencia le reprochaba el no haber sido honesto del todo con Aries desde un principio. Aunque tampoco se le puede culpar el que quisiese esconder la verdadera razón.
El pelirrojo se rasca la nuca con cierta inquietud, mirando la puerta del cuarto que seguramente tiene el pestillo puesto. No había creído que ésta sería la respuesta de Tauro ni en un millón de años, cosa que le hace sentir inmensamente estúpido al caer en cuenta que tiene mucho sentido. Sin dudar se siente mal por ser tan insensible con un tema tan delicado como éste; no ha querido ofender ni dañar al peliverde, sinceramente solo fue una duda ingenua e inocente.
Dentro, el moreno está tan avergonzado, se siente tan sucio y tan aborrecido de sí mismo que lagrimitas se empiezan a formar en sus ojos de color profundo. Con rapidez se acerca a una de las paredes de su cuarto y sus nudillos golpean el material dos veces, recibiendo un solo golpe del otro lado como respuesta.
Aries, aún en el pasillo, ve que Capricornio emerge de la habitación contigua y le dedica una mirada curiosa, pero ninguno se habla. El castaño se dirige hasta la puerta del mayor de su casa y anuncia con un toque su llegada; Tauro no tarda en abrirle. Al ver que la cabra entra y la puerta se vuelve a cerrar, el carnero suspira y se retira, pensando que lo mejor será disculparse después con el toro porque por el momento seguramente no quiere ni verle.
—¿Por qué has discutido con Aries?— pregunta Capricornio sin tapujos, mirando a su hermano a los ojos. No necesita ser un genio para darse cuenta que algo ha pasado entre ambos.
Pero Tauro no responde y solo se abraza con fuerza del castaño para llorar lánguidamente por haber soltado su oscuro y asqueroso secreto. El menor atina a parpadear apenas un par de veces antes de palmearle la espalda para tratar de reconfortarle, asegurando que no ha pasado nada que no pueda arreglar de manera madura y sensata.
Para cuándo se calma lo suficiente como para respirar correctamente, Tauro, con toda la pena del mundo, le explica al castaño lo que acaba de ocurrir y éste le observa estoico en todo momento.
—Tauro, no es raro— dice Capricornio—. La mayoría de las personas piensan estas cosas incluso con gente que ni siquiera conocen muy bien. A veces hasta puedes tener sueños eróticos con una persona al azar solo porque casualmente la viste ese mismo día. No estás mal, no es sucio y Aries no te odia por algo así. Tranquilízate un poco, por favor.
—Pero... Pero... Uh...— jadea y solloza el peliverde, tallandose la cara con las manos para quitarse las lágrimas que corren libres por sus mejillas.
—¿Qué? ¿Me vas a decir que Aries nunca pensó en esas cosas de Cáncer cuando no eran nada? ¿O qué Acuario no tiene fantasías sexuales con todos los hombres de esta casa? Una cosa es que lo pienses, Tauro, y otra que lo hagas en la realidad en contra de la voluntad de Aries.
—No haría eso...
—Yo sé que no. Y él también. Lo amas mucho como para hacer ese tipo de cosas. Por eso te sientes así— Capricornio lanza un suspiro, va a la mesita de noche, toma un pañuelo y regresa para dárselo a Tauro—. Mira, está bien si no quieres verlo ahora, pero vas a tener que hablar con él tarde o temprano. Estoy seguro que no está molesto contigo ni te tiene asco, cuando mucho se ha sorprendido.
Limpiándose los caminitos de agua, el peliverde exhala tembloroso y, posteriormente, se abraza nuevamente al castaño para aliviar su corazoncito.
Al día siguiente, Tauro se encuentra sumamente nervioso de toparse con el de ojos oscuros, sobre todo porque quiere disculparse por lo de ayer. Sin embargo, es Aries quién aparece con cara llena de culpabilidad, y un cactus pequeñito en una maceta, frente a él.
—Lo siento— dice, entregándole la planta espinosa —. No debí tocar ese tema ni presionarte a hablar. Sé que son cosas... Complicadas.
—Yo no debí reaccionar así, perdón. Y lo que dije estuvo mal...
—Me sacó de onda, no te mentiré— exhala Aries, pasándose la mano por el cabello mientras Tauro ve el cactus chiquitito entre la tierra oscura—. Es que no esperaba algo así, pero luego lo medité y me di cuenta que tenía lógica y fui muy estúpido como para no darme cuenta. Digo, desde un inicio fue por eso que dejé de hacer esas cosas frente a ti. Es que simplemente se volvió más real cuando lo dijiste tú mismo. Es raro, pero no estoy molesto ni te odio por algo tan soso. Cómo tú dijiste, cualquiera pensaría en esas cosas si estuviera en tu situación.
Se miran unos instantes en completo silencio antes de que el más grande comience a sorber los mocos de su nariz que amenazan con escurrirle por el arco de Cupido y que sus ojos se llenen de agua. Poco después, Aries se alarma al ver que su mejor amigo llora sin reparo y se aferra con ambas manos a la maceta que sostiene.
—Lo siento— balbucea el peliverde—. Lo siento mucho.
—Te digo que está bien. No soy tan hijo de perra. Si me molestara ya te habría roto la cara, Tauro, Zeus Santo— asevera, limpiandole las lágrimas con las mangas de su playera—. No es que no puedas llorar, pero cálmate un poco parece que te terminarás ahogando.
—Te quiero mucho.
—Yo también, por eso cálmate o te me vas a morir y, ¿qué le diré a los demás?
Pero el moreno no puede contenerse y llora un rato más, sintiendo como la tela de las mangas toca sus mejillas para secarlas sin importar que sea una tarea infructuosa por los sollozos que no se terminan todavía. Y Aries suspira, acostumbrado a que Tauro se culpe de cosas que no debería y asustandose de haber arruinado su amistad cuando no es una relación así de frágil.
Tauro es tan soft y precioso 😢💙 debe ser protegido a toda cosa.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top