Pecerita

—Leo. Leo. Leo.— Repetía incesantes veces el chico de aire.

Ya llevaba varios minutos así. El mencionado comenzaba a impacientarse, ya no podía leer lo que había impreso en las hojas de maquina frente a sus ojos.

—Leo...

—¡¿Qué?!— Exclamó agotado, girándose a encarar al infante sobre la cama de su habitación.

Una sonrisa divertida apareció en el rostro de tono perla del niño, pasó su mano por el cabello ámbar que poseía y habló.

—Tranquilo, tigre. —Bromeó.— Pensé que dijiste que estabas algo ocupado. ¿No podemos hacer algo? Hace mucho que no salimos juntos. 

—Estoy leyendo un scipt de una serie que quizás haré.—Dejó el papeleo sobre su escritorio de tamaño pequeño y siguió encarando al contrario. —Sabes que me gustaría salir, pero se vería raro, me vería como un pederasta, Acuario.

—¡Excusas! Ya tampoco me dejas dormir contigo. —Se cruzó de brazos. —Soy pequeño, así que ya cabemos mejor.

—Sí, eres pequeño, ¿sabes por qué? Tienes seis años, Acuario.

—Porque reapareci. Morí y aquí estoy de nuevo, sigo teniendo la misma edad espiritual, Leo.

—Acuario. Basta. No es no, has berrinche tanto como quieras, ya no puedes dormir aquí.

—¡Leo!

—¡No! Entiende, ¡no es fácil para mí! Me hace sentir sucio las ideas libidinosas que tengo contigo cerca, eres un niño y yo un adulto. No te puedes quedar a dormir.

—Leo...—Murmuró, viendo el rostro del chico haciendo una mueca de frustración. —Imagina que tengo el cuerpo de antes.

Leo se golpeo la frente con decepción, aun sabiendo que su pareja no era buena para momentos serios. Con aire agotado, se dejó caer sobre el colchón, sentándose junto a Acuario.

—¿Qué piensas?—Cuestionó el menor. Ante el suspiro del contrario, él hizo lo mismo.— Sigues pensando en aquel día.

Asintió.

—Olvidalo, Leo.

—No es tan fácil. —Sus ojos se encontraron. — Tú no lo recuerdas, tus memorias se borraron. Ojalá yo pudiera hacer lo mismo. Jamás olvidare eso, no puedo.

—Pero...

—Imagina esto. —Su semblante era un tanto sombrío. — Tu estas tranquilamente sentado en tu auto, regresando del trabajo así que ya estas un poco relajado, pero oh, ¡sorpresa!, aparezco yo, con la camisa ensangrentada, las manos sobre una enorme y profunda herida de navaja que no para de sangrar. Estoy agotado, me recargó contra la ventanilla de tu auto, ensuciándolo de rojo carmesí, para luego desfallecer en el suelo.

Acuario traga en seco ante las palabras de su pareja y la cara de tristeza profunda que este muestra.

—Me quejo de dolor, ya no puedo respirar con normalidad, mi pecho no sube ni baja y mis ojos ya no pueden mantenerse abiertos. Se nota a leguas que sufro. Intentas de todo para evitar que yo muera, pero no importa cuanto lo hagas, al final desaparezco. ¿Te parece un buen recuerdo?

—Entiendo, lo siento. —Le palmeo el hombro para reconfortarlo. Estaba siendo honesto.

La imagen que tenia era horrible y poco agradable. Sentía algo de lo que Leo sintió ese día en que murió, hace medio año.

—A veces quisiera morir.—Declaró Leo, sorprendiendo por completo al menor. — Así no habría diferencia de edad ni nada de eso. Seria más fácil estar contigo sin preocuparme del que dirán.

—No digas eso.— Le propinó un golpe en la cabeza.— No puedes abandonar tu trabajo por mí.

—No me importaría. Podría conseguirlo de nuevo, pero no creo que pueda esperar miles de años más para que crezcas.

—Idiota. —Sonrió embelesado por las palabras. 

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