Papá y yo
Si los varones se quedasen solos con sus hijos.
***
La chica de ojos grises terminaba de alistarse para el trabajo. Mientras se calzaba los zapatos, el pelirrojo le miraba desde la cama, con un infante de unos tres años sentado en su regazo. Como era día festivo, las escuelas, tanto de nivel superior a nivel básico, no tenían actividades, por ello Aries no se apresuraba en marcharse para el trabajo o para llevar al menor al kinder. Sin embargo, Cáncer sí debía asistir al acuario.
—Listo.—Anunció la mayor de agua, levantándose de la cama y ajustando su bolso. —Entonces... Me voy.
Aries asintió entendiendo. La peli-azul no se movió ni un centímetro, permaneció mirando a los dos pelirrojos. Con esa simple mirada, el mayor de fuego entendió que estaba inquieta. Nunca les había dejado solos. ¡Nunca! Y no es que no confiara en el signo de fuego, lo hacia, pero era ese maldito instinto maternal que la tenia intranquila.
Aries fruncio el ceño con ligera ofensa y diversión.
—Puedo encargarme, Cáncer.—Aseguró con total seguridad en si mismo.
—Sí. Sí. Tienes razón, cabello de menstruación. Lo siento.
—Anda. No soy tan mal padre.
—Adiós, mamá.—Habló el chiquillo con voz aguda y aun torpe, moviendo la mano en forma de despedida exagerada.
—Sí. Haz caso.—Le siguió el pelirrojo mayor, sacudiendo la mano como si ahuyentase algo.—Adiós, mamá. Shu. Shu.
Cáncer le lanzó una mirada de enojo falso, la cual se fue suavizando y finalmente, se marchó. Una vez solos, cruzaron miradas. El mayor suspiró hastiado. Era totalmente capaz de cuidar a Arac. Ya se había encargado de Leo y Sagitario antes, su hijo no seria problema. Además, la presencia de su pareja no era indispensable. Al menos eso deseaba creer.
Recordó que día era: era su turno de lavar ropa. Bajó al menor, dejando que se pusiera de pie por si sólo sobre el suelo de la habitación y luego, los dos salieron de ahí. Después de haber puesto algunas prendas en la lavadora y algunos largos minutos de espera, la ropa ya estaba lista. Aries empezó a sacarla de la lavadora, cuya puerta circular estaba posicionada en la cara frontal del electrodoméstico cubico, que descansaba sobre el suelo. Puso todo en una cesta de plástico color amarillo y cerró la lavadora.
Medito un segundo si colgarlas para que se secasen o si debía meterlas a la secadora. Puesto que el cielo comenzaba a cubrirse de densas nubes grises, que amenazaban con dejar caer una lluvia torrencial en cualquier momento, prefirió meter toda la ropa en la secadora. El aparato era exactamente igual que la lavadora y se encontraba justo a su lado izquierdo. Cerró la pequeña puerta de vidrio y cuando estaba por dar marcha al artefacto, escuchó unos golpes.
—¡Papá!
Logró oír el llamado apagado de Arac, acompañado de esos golpes. Miró a todos lados; se suponía que el menor estaba plantado junto a las maquinas. Observó la cesta, pero ahí no se encontraba. Como ultimo recurso, miró dentro de la lavadora, por el cristal de la puerta. Tampoco había nada. Observó en la secadora y ahí estaba. El pelirrojo de menor edad y estatura se encontraba en el interior del electrodoméstico, entre ropa y con sus manitas contra el vidrio. Aries se apresuró en abrir y tomar en brazos a Arac. Le quitó una camisa de la cabeza, la cual lanzó al interior de nueva cuenta y le inspeccionó. Cerró con una patada suave, la puerta de la secadora y finalmente, habló.
—¿Estás loco?—Regañó al menor.—¿Cómo se te ocurre meterte?
Arac hizo un mohín ante el regaño. La sección de sus rodillas estaba mojada por la ropa acabada de lavar. Más que estar enojado con su hijo, estaba molesto consigo. ¿Cuando él se había escurrido dentro de la maquina? ¡A penas si le quitó la vista de encima un segundo! Un misero segundo. Por suerte y no había secado a su hijo. Cáncer le hubiese matado si eso llegase a pasar.
—No le digas esto a tu madre.—Pidió el mayor y el menor asintió de mala gana.
Lo puso dentro del cesto, lo tomó con el brazo y presionó el botón para activar el aparato.
—¿Te mojaste mucho?
—No.
—Menos mal.
En el momento exacto que Aries entró a la casa y cerró la puerta corrediza del patio, comenzaron a caer gotitas del cielo. De una manera pausada, que en cuestión de cortos minutos, se volvió una lluvia torrencial. El ambiente se volvió sombrío y tuvieron que encender las luces del lugar para poder ver el sitio. Estaban ya en la habitación cuando un trueno hizo su magnifica aparición y ante esto, Aries terminó soltando la cesta, que por puro milagro a su favor, cayó sobre la cama. El menor se escondió en la cesta, con las manos en las orejas y lágrimitas brotando de sus ojos grises, dignas de un niño de su edad. Aries quitó la cesta del colchón y vio a su hijo en esas condiciones. Le abrió los brazos y el menor no dudo ni un segundo en lanzarse a ellos para dejarse envolver en un abrazo, uno muy torpe. Con Arac, el signo de fuego se metió entre las mantas, como si fuese su guarida.
—Tranquilo, Arac.—Habló el mayor tratando de no sonar asustado.—No nos va a caer un rayo.
—Pero...¿Seguro?
—Ah...No. —No podía mentir.—Lo bueno, es que si cae un rayo aquí, sólo se ira la luz. Además, tu padre está aquí contigo. No pasará nada.
—Quiero a mamá. —Dijo y el llanto empezó a cesar.
—Yo también.
La tormenta cesó y Cáncer regresó a casa tiempo después. Arac le contó lo que había sucedido con la secadora; él tampoco era bueno para mentir.
***
Un estornudo volvió a estremecer su pequeño cuerpo. El azabache le miró desde su posición, con los brazos sobre el colchón e hincado sobre el suelo. Había regresado de un viaje antes de tiempo, pues su pareja le había informado que la menor estaba muy enferma. Como si eso fuese novedad.
—¿Estás seguro, Sagitario?—Volvió a preguntar la chica de tierra, asegurando su mochila y mirando a ambos.
—Virgo. Deja de preocuparte, terminaras enfermando también.—Le restó importancia con un vago ademán de mano.—No es como si no supiera cuidar de alguien enfermo.
—Entonces...
—Ya sé. Darle abundantes líquidos. Que tome su medicina a tiempo. Que coma bien. Descanso. Y dado a la alta fiebre que tiene, tengo que bajársela con compresas frías.
Se sentó en el suelo y giró pare verla. Tenia una clara mueca de angustia.
—No sé a qué hora volveré.—Admitió ella.
—Entonces...
Virgo suspiró con derrota y sin darle más vueltas, se acercó al pelinegro para darle un rápido beso gracias a su torpe insinuación. De inmediato se puso roja y él sonrió encantador. Vio a Viridi; tenia el cabello pegoteado a la frente por culpa del sudor, un leve rubor se extendía por sus mejillas gracias a la temperatura alta, lucia cansada y no era para menos, no había dormido la noche anterior por su nariz congestionada y sus tosidos incesantes. No sabia si estaba tomando una siesta o simplemente no tenia fuerzas suficientes para tener los ojos abiertos.
—Adiós.—Sentenció ella y se marchó hacia el hospital donde hacia su pasantía.
Volvió a mirar a la menor. Su hija no tenia buena salud. Cuando terminaba un tratamiento medico, entraba a otro. Con su corta edad de cinco años, ya había tenido varias visitas al hospital. Todo ello empeoraba en invierno. Era hereditario, por su puesto.
Se quedó ahí, atendiendo a su pequeña hija. Tauro apareció solo un momento para dejar algo de comer, tanto para su sobrina, como para el azabache. Viridi tenia asco, no quería comer nada. Sagitario dejó de lado su propia comida(que consistía en una hamburguesa hecha en casa) para alimentar a la menor, incluso si tenia que obligarla. Estaba sentado al borde de la cama en dirección a ella, quien tenia un plato con sopa de pollo en su regazo. Tomó la cuchara con comida y sin más, le tapó la nariz a la niña, con la tonta idea de que ella abriera la boca y así podría comer.
—Papá.—Viridi habló con voz gangosa y nasal. Sus labios estaban entreabiertos, pero el mayor ni se dio cuenta.—De todos modos no respiro.
—Muy inteligente.—Musitó el mayor y le soltó la nariz moqueante. —Anda, mija. Tienes que comer. Está delicious, lo hizo tu querido tío Tauro.
—Tengo asco.
—Por el medicamento, seguro. ¡Come!
Aprovechó que ella abrió la boca para tomar una bocanada de aire y le metió la cuchara con sopa. A regañadientes, ella tuvo que comer.
—Voy a vomitar.
—Vomita.—Dijo Sagitario y le acercó el bote de basura. —Eso no quita que tengas que comer.
Suspiró. Después de una comida difícil, el azabache se alivió de que la menor no regresara todo. Dejó los trastes sobre una mesita de noche, junto a los medicamentos y vio que la niña se descubrió.
—Epale, epale. ¿A dónde?
—Quiero ir al baño.
—¿Puedes ir?—La chiquilla asintió. —Ve, pues.
Se quedó esperando fuera, mientras su hija hacía lo suyo, mirando la cama destendida de brazos cruzados.
—Al menos la fiebre bajó. —Pensó en voz alta para si mismo.
—Papá.—Le llamó desde el interior del baño la menor.
—¿Qué se le ofrece, chaparra?
—¿Me ayudas a alcanzar el lavabo?
El pelinegro entró y miró a la chiquilla plantada frente al mueble con las cejas unidas en un gesto de duda.
—¿Y tu banquito?—Preguntó el mayor acercándose y la cargo desde las axilas.
—Lo rompiste.—Respondió divertida la menor y comenzó a lavarse las manos.
—Ah, sí es cierto. Ya ni me acordaba. Te conseguiré otro.
—Gracias.
Una vez volvieron a la recámara, la menor se acostó nuevamente en la cama y aunque no quería cubrirse con las mantas porque hacia calor, el azabache no le permitía descubrirse pues ya era otoño y comenzaba a hacer frío. Cosa mala para su salud. Le dio de beber, le entregó sus medicamentos, le cambió las compresas y le ayudó a dormir.
Cuando Virgo regresó en la mañana (pues su pasantía era en urgencias), vio a Sagitario sentado sobre el suelo y con la cabeza en el colchón. Se durmió aproximadamente a las dos de la mañana haciendo guardia para Viridi, quien yacía igualmente en un sueño profundo. La chica de tierra parecía ligeramente aliviada, hasta que escuchó un estornudo y éste no provino de su hija. Se acercó a Sagitario y le puso una mano en la frente; estaba helado y eso solo significaba una cosa: estaba enfermo.
—Sagitario.—Le sacudió con cuidado del hombro y éste despertó con pesar. —Metete a la cama.
El signo de fuego le miró confundido y de pronto, comenzó a toser. Viendo el rostro autoritario de ella, tuvo que resignarse y obedecer. Se acostó en la cama junto a la menor. De pronto se sentía mal.
—Te enfermaste.—Espetó Virgo y buscó el termómetro.
—Yo no me enfermo.—Aseguró con voz nasal y sintiendo frío, se acurrucó contra Viridi pues despedía bastante calor corporal. La menor parecía cómoda con el mayor ahí.
—Mejor duerme.
—No hay problema.
Y tan rápido como lo dijo, el pelinegro ya estaba en el séptimo sueño, abrazándose a su hija. Virgo suspiró cansada y dejó al par.
***
El castaño estaba sentado fuera, bajo la sombra del enorme árbol que se alzaba en el patio trasero de la casa. Sus gemelos inspeccionaban las maravillas diminutas que se escondían entre el pasto y las flores. Él les vigilaba desde lejos, casi ni le prestaba atención al libro que traía en manos y aunque no tenía ese instinto del que tanto hablaban las mujeres, sí que se preocupaba por sus niños y eso que para él, la mayoría de los menores solían ser molestos, además de que tener hijos para él no tenia razón de ser. Los amaba mucho y eso le sorprendía.
Tanto a Carina como a Ciro correr por la naturaleza era lo mejor. Ellos preferían lo rural, no lo urbano, en su mayoría al menos.
Cuando Capricornio logró incrustar las palabras impresas en su cabeza y las comprendió, agarrando el hilo de la historia, escuchó un sonido que venia de la lejanía.
Volvió a la realidad en cuestión de segundos, apenas llevaba un párrafo y ya no podía seguir leyendo. Aquello que llegó hasta sus oídos, fue el sonido seco de un golpe. Suspiró a la par que cerraba el libro y lo dejó sobre una enorme raíz que sobresalía del suelo. Se levantó y buscó a los menores, quienes estaban varios metros lejos. Se acercó con rapidez, fingiendo calma y una vez llegó a su altura, vio a la castaña sobre el suelo, con sus manitas sobre el pasto al igual que las rodillas y el cabello, que comenzaba a crecerle, estaba desordenado por todo su rostro. Su gemelo, le miraba atento y con angustia, acuclillado junto a ella.
—Cari se cayó.—Comentó el de pelo azul mirando a la niña.
—¿Estás bien?—Preguntó el mayor y la menor no respondió. Ni se inmuto si quiera.—Carina. Bien. Te llevaré dentro y veremos que tienes.
A penas extendió los brazos con intensiones de tomarla, la menor comenzó a lagrimear por el dolor con tiempo de retraso que le recorría por la caída. Capricornio se asustó, pensando que ella se encontraba seriamente lastimada y cuando estuvo por hablar, el gemelo le siguió. Ciro había empezado a llorar con la infantil creencia que su querida hermana se encontraba mal y aun así, le quitó el cabello del rostro.
En ese momento, el castaño se alertó. Sus hijos pocas veces lloraban y cuando lo hacían, Piscis estaba ahí para consolarlos. ¡Qué ella era la inteligente para eso, no él!
"Puedo encargarme de esto."
Aunque se sentía seguro, la verdad es que los nervios y angustia se mezclaban en su interior como una bola diminuta.
Cargó como pudo a ambos niños y comenzó a mecerlos entre sus brazos mientras caminaba hacia el interior de la casa. Piscis hacia eso para calmarlos.
Llegó a la sala y cuando los menores vieron que su padre tenia intenciones de dejarlos en el sofá, su llanto incremento. Maldijo mentalmente.
—Está bien. Está bien. Todo está bien.
Tenia que ir por el botiquín, pero no podía con ambos en sus brazos.
—¡Escorpio! —Gritó.
—¡¿Qué?!
—¡Necesito el botiquín!
No escuchó nada más, pero algo le decía que su amigo había hecho caso a su petición. Mientras esperaba, seguía meciendo a los gemelos, caminando por la sala en un intento de calmarlos, pero no estaba funcionando. ¡¿Qué otra cosa hacia Piscis?! ¡Cantar!
Lo intentó, pero no sabia la letra y al final termino balbuceando la nana de los agua. Trató de inventarse una nueva canción, pero todo en vano.
Se preguntaba qué hacia Escorpio. ¿Por qué tardaba tanto en buscar el botiquín?
—¡Escorpio!
—¡No lo encuentro!
Quiso soltar un quejido de frustración total.
¿Qué más? ¿Qué más?
Piscis siempre les decía palabras dulces.
No. No. No.
Quizás no debía pensar en ella, no estaba funcionando, tal vez, solo tal vez, debía pensar como otra persona. Debía pensar cómo Kaia.
Se le ocurrió eso cuando estaba al borde de un ataque histérico. Profirió algunas palabras sinceras, no dulces, pero con una voz calma y armoniosa que logró amainar el llanto lo suficiente como para que su mejor amigo apareciese con el botiquín. Pero ni así, los dos menores querían soltar a su padre.
Sentía que pronto él también iba a llorar. No solo porque no callaban, sino porque le lastimaba en el alma ver a sus niños llorar. No importaba el porqué lo hiciesen, el punto es que él no soportaba verlos lastimados. Era una tortura para los tres.
Más quiso llorar cuando por la puerta principal entró Piscis. La chica, al oír a los dos menores llorar de tal manera, se apresuró a donde provenía el sonido con una clara mueca de angustia en su rostro.
—Que bueno que llegaste.—Habló el castaño con inmenso alivio.
La chica pudo notar como se encontraba el castaño y pudo imaginárselo casi al borde de las lágrimas.
—Carina se cayó y los dos se pusieron a llorar. No me han querido soltar y tengo que ver si ella está bien.
Ante la imagen mental, se sintió enternecida por el comportamiento de ellos. Sobre todo de Capricornio, quien parecía no tener control de la situación y eso le preocupaba.
Avanzó hasta el sofá con la mirada de Escorpio y Capricornio encima suyo. Luego, se sentó.
—No han dejado de llorar e intenté todo, pero no funcionó. —Le molestaba admitirlo frente al molesto de su mejor amigo, pero en ese punto, poco le importaba.—No sé que hacer.
—Capri.—Le sonrió la chica de agua y extendió los brazos.—Damelos.
Por fortuna, los gemelos se dejaron cargar por su madre, pues tiempo atrás se habían rehusado a que su tío les cargara. Con eso, el castaño aprovechó para ver el estado en el que se encontraba la castaña. Tenía unos raspones con sangre seca en la rodillas, pues tenia un vestido y se lastimó al rasparse con la tierra. Le limpió la mugre de las rodillas y las manos, para luego ponerle unas banditas con figurines.
—Ya está. —Hablaba Piscis con voz dulce y lentamente, los menores comenzaban a calmarse. Les acariciaba el cabello y ellos le abrazaban con fuerza.—Ya está. Cari está bien, el dolor pasará. Papá ya le curó y él tiene manos mágicas. Ciro solo se preocupa por su hermana, ¿verdad?
El menor asintió; ya no lloraba, al contrario que su hermana que seguía soltando lagrimitas transparentes.
—Qué buen hermano. Sí. Sí. Calma los dos.
Y todo comenzó a ser pacifico. Capricornio tomó unos pañuelos. Primero limpió el rostro del niño y cuando éste estuvo bien, le quitó el pañuelo suave de la mano(el que aun no usaba), para limpiar la carita de su gemela él mismo. Cuando ella ya no tenia mojada la cara, le dio unas palmadas en la cabeza como para reconfortarla, luego se sujetaron las manos. Los dos intercambiaron una mirada cómplice.
Capricornio suspiró con alivio cuando al fin todo termino. Cuando se dio cuenta, sus hijos le estaban dando palmaditas en la cabeza como consuelo, suerte para ellos que el castaño estaba sentado sobre la alfombra para quedar frente a ambos y a una altura cómoda.
No dijo nada y se dejó hacer. Sin Piscis no estaba completo y hasta sus hijos se dieron cuenta.
—Papá lo intentó. —Habló divertida la chica de agua.—¿Verdad?
—Papá lo intentó. —Aseguraron los menores.
***
Estaba solo con el menor en casa. El chiquillo estaba sentado junto a él sobre el sofá, mirando divertido una película de Disney que era "Buscando a Nemo", mientras el león repasaba un blog de reviews sobre su ultima aparición en el mundo del entretenimiento.
—Nadaremos. Nadaremos.—Cantaba el de cabello plata con su voz infantil, meneándose sobre el cojín. —Vamos, papá.
Los ojos amarillos del mayor se clavaron en los similares del menor, viendo la emoción en ellos. Suspiró con derrota. Era difícil negarse ante Lance; ver sus ojos combinando con el cabello de su pareja, era algo indescriptible a lo que no podía rehusarse.
—En el mar. El mar. El mar. —Le siguió el mayor, dejando de lado el celular.
—¿Qué hay que hacer?—Lance comenzó a saltar sobre el sofá. —Nadar. Nadar.
Y finalmente, después de unos instantes, se dejó caer de senton para poder seguir viendo la película y dejar de molestar al león. De pronto, se escuchó un rugido y Leo miró de nuevo al menor.
—Ejem...—Comentó con una sonrisilla encantadora.—Tengo hambre.
El mayor comenzó a maldecir mentalmente su poca habilidad en la cocina y puesto que Tauro no estaba en casa, no podía pedirle su ayuda. Soltó un gruñido de fastidio a la par que se pasaba la mano por un costado de la cabeza.
—Bien.—Declaró, cargando al chiquillo en brazos para ponerse en pie y dirigirse a la cocina. —Veamos que podemos hacer.
Sentó a Lance en una de las sillas altas de colores y poco después, comenzó a sacar cosas de las gavetas y demás. Tenia planeado preparar panqueques pues comenzaba a ser noche y no se le ocurría otra cosa que hacer. Puso un bol frente al niño, sacó una bolsa de harina, un huevo, azúcar, leche y polvo para hornear. Había visto a Tauro hacerlo miles de veces, no podía ser tan complicado.
—Haremos esto. —Dijo el mayor, poniendo las manos sobre la mesa a cada lado del bol y el menor imitó su acción. —Vamos a poner todo eso aquí dentro.
—Suena sencillo.
—Algo así. —Le pasó el bol y la harina.—Ponla dentro.
El menor obedeció sin reprochar. Tomó con ambas manos la bolsa de papel blanca y comenzó a vaciar dentro del bol, el polvo blanco con sumo cuidado.
Se detuvo hasta que Leo se lo indicó, formando una enorme montaña de harina dentro del envase azul de plástico. El mayor luego le entregó una cuchara sopera con los contenedores del azúcar y el polvo para hornear.
—¿Cuanto?—Indagó el de pelo plata con la cuchara cromada en mano.
—Pon una cucharada de cada cosa.
El niño asintió obedientemente e hizo lo que el mayor le ordenó. Agregó una cucharada de azúcar y polvo para hornear a la montaña de harina. Leo añadió el huevo y finalmente, miró la leche. Se quedó un segundo meditando cuánto necesitaba hasta que siguió su intuición. Comenzó a batir todo con la cuchara durante varios instantes hasta que obtuvo una consistencia uniforme y liquida. Cuando creyó que estaba lista la mezcla, se dirigió a la estufa, donde coloco una cacerola.
—Lance. Trae la mantequilla.
El chiquillo se bajó de la silla con dificultad y fue al refrigerador en busca de aquello que el león le pedía. Con la barra de mantequilla, se acercó al signo de fuego y éste, la pasó por la cacerola para luego vaciar la mezcla sobre ésta. El menor se planto junto al de pelo naranja mientras cocinaba.
—No te acerques tanto.—Le dijo Leo, apartándolo de la estufa con un brazo. —Te quemaras.
—¿Sabrán bien?
Leo se encogió de hombros sin saber la repuesta, aunque lo más probable era que no fuese así. Siguió con lo suyo, apartando al niño de vez en cuando de la estufa. Después de varios minutos, terminó. Puso el plato con una torre de panqueques encima de la barra de la cocina y sentó a Lance donde antes había estado. El niño olió a lo lejos los panqueques y no tenían mala pinta, así que sin dudar tomó un trozo de estos y lo engulló. Su cara formo una mueca de disgusto.
—Están salados, papá. —Se quejó el menor no queriendo tragar el trozo en su boca. —Ni si quiera podemos dárselos a mi hermana.
Leo fruncio el ceño y decidió probar su preparación; Lance tenía razón.
—Esto es un asco.—Declaró el mayor, moviendo la lengua en un intento de quitarse el mal sabor de boca.—Creo que hasta están crudos.
El menor jugaba con un trocito de panqueque. Su textura era poco usual, definitivamente no estaba bien cocido. Como reafirmando el hecho, lanzó el trozo hacia arriba y este se quedó pegado al techo.
—¡Lance!—Le regañó Leo.
El menor se encogió en su lugar. Ambos miraron la mancha en el techo; Leo formó una mueca de molestia al pensar que tenia que limpiar. Cuando se trepó sobre una silla, dispuesto a despegar el trozo de panqueque y limpiar el techo, la puerta de entrada se abrió.
—¡Papi!—Habló Lance desde su asiento al ver al signo de aire entrar.
—Ya llegó por quien lloraban.—Aseguró Acuario y se acercó a la cocina.—¿Qué hacen?
—Papá y yo tratamos de cocinar.
—¡Pft!—Expresó el mayor con diversión y dejó sobre la barra un par de bolsas.—Que bueno que traje comida china.
—Menos mal. —Habló Leo con alivio a la vez que terminaba su labor y miraba a su pareja. —Porque fue un fiasco. Ally está dormida, te aviso de una vez.
—Eres un asco en la cocina, Leo.
—Acuario. Tú también lo eres.
***
La puerta de la habitación se abrió y por ella pasó una pequeña niña de cabello naranja y ojos turquesa. Se acercó a la cama, donde estaba sentado el signo de aire.
—Papi.—Le llamó y el mayor clavó sus ojos en ella.
—¿Qué pasó, niña?
El chico le cargó y sentó en su pierna derecha con suma facilidad.
—Tengo que ir a una fiesta al rato. Le dije a papá pero se le olvidó.
—Está bien. Yo te llevó.
—Es a las cinco. Y es de disfraces.
—No se diga más.
Acuario se paró con la menor de cabello naranja en sus brazos, para salir de la habitación y dirigirse a la de Libra. Abrió la puerta y observó el lugar.
—Libra.—Susurró al ver que no estaba la rubia.—¿Puedo usar tus cosas? Sí, Acuario. Todo por mi hermanito. Ahuevo, gracias.
Ally soltó una risilla divertida y dejó que el signo de aire le dejase sobre un banquito de madera con forma cilíndrica, mientras él buscaba un trozo de tela y demás en la habitación de su hermana. Encontró un pedazo de tela blanca y algunos sujetadores.
—No te vayas a mover.—Ordenó Acuario, hincándose frente a la leona.—Todos estos años ayudando a Libra. Valdrán la pena.
Se dedicó a elaborar un disfraz improvisado con lo que tenía a la mano. Era mejor que nada pues todo estaba siendo algo de último minuto.
Una vez terminó, dejó que la chiquilla se mirara en el espejo de cuerpo completo de la habitación. Con la tela blanca había formado un vestido de la época griega antigua, con un cinto de cuero y adornos dorados de imitación que ya no le quedaba a Libra, y unas sandalias de cordones.
—Falta algo.—Pensó el mayor con una mano en la barbilla. —Ya sé.
Se adentró al armario de la rubia y buscó la vieja caja que usaban de baúl para sus recuerdos, encontrándola poco después y de adentro, sacó una diadema de bronce que tenia figuras de hojas; se la colocó a Ally en la cabeza. Dando por terminada su labor, miró satisfecho a la menor y se echó el cabello hacia atrás en un gesto exageradamente petulante.
—Yo quería ser una princesa. —Admitió ella de manera directa.
—No. Mija, tú iras vestida de diosa y me importa un rábano.
La chiquilla se escaneaba desde el espejo. Tomó el dobladillo de la tela y se meneó de un lado al otro, observándose de todos los ángulos posibles. Esbozó una enorme sonrisa de complacencia y alegría genuina.
—Me veo bonita.
—Sí. Te ves preciosa. Ve al baño a terminar de alistarte. Recuerda que tu padre no está y yo no sé conducir, así que tomaremos un taxi o algo. Anda.
La menor obedeció y salio corriendo animada hacia el baño; a su tía Libra no le molestaría que lo usase. Acuario, por otro lado, se retiró de la habitación y bajó las escaleras directo hacia la planta baja de la casa, donde estaba dispuesto a esperar a la niña.
Cuando ella iba bajando las escalinatas dando saltitos, Leo apareció por la puerta principal con una bolsa de plástico en sus manos de un color transparente, que dejaba ver una tela dentro. Miró a ambos seres de ojos turquesa con una ceja en alto.
—La llevaré a una fiesta.—Anunció el peli-plata.
—Lo sé. —Corroboró el león y mostró lo que llevaba consigo, un disfraz de princesa de color rojo.—Fui por esto para luego llevarla.
—Hijole.—Dramatizó Acuario.—Es que ya la arreglé y me la pelas, Leo.
—¿Qué no quería ir de princesa?
—Pensó que lo habías olvidado, así que me pidió ayuda. Y, no, mi hija no es una princesa, ¡es una diosa!
Leo sonrió de lado, acomodando el vestido en su hombro y poniendo todo su peso sobre una pierna. Parecia divertido y arrogante; como de costumbre.
—Es obvio.—Dijo.—Es mi hija.
Acuario rodó los ojos con diversión.
—Cómo sea. Nos vamos.
—Yo los llevo.
—Nah. Iremos en una grandiosa aventura en taxi, porque la pobreza y eso.
—¿Sabes dónde es?
—...Sí.
—No te pierdas. —Acuario le miró indignado y le dio a entender con eso que no sucedería. Leo observó a la niña.—Diviertete. Pasaré a las ocho por ti. Portate bien.
Ally hizo el mismo gesto que el signo de aire y el de fuego suspiró con derrota.
—Si yo soy una buena niña. —Le dio un abrazo rápido al león desde las piernas, pues aun era bajita.— Adiós, papá.
El mayor le acarició el cabello y luego, ella le soltó y se dirigió a la puerta principal, la cual abrió y se detuvo para esperar al peli-plata. Éste le siguió sin dudar y le indicó a la niña que comenzara a andar. Antes de salir, miró a Leo por encima del hombro.
—Adios, papu.
—Acuario. Ya vete.
El mencionado obedeció, no sin antes hacerle una seña obscena a su pareja con ofensa fingida.
Poco después, recibió una llamada de Acuario. No habían pasado ni 15 minutos desde que se habían ido.
—¿Sí?—Indagó Leo.
—Ejem... Estamos perdidos.
—... Voy para allá.
Y por supuesto que fue, muy molesto pues le había dicho al peli-plata que él los llevaría, pero se había negado. Lo que más le fastidió es que estaban a menos de una cuadra del destino y tuvo que ir a ayudarlos. Finalmente, al llegar, dejaron a Ally con sus amiguitos y todas las niñas parecían fascinadas con la vestimenta de la menor, y eso le encantaba tanto a ella como a Acuario, que se sentía orgulloso de su trabajo.
—Te dije que me la pelas.—Le comentó a Leo con burla y éste soltó una risotada.
***
—Acuario.— Le llamó el rubio y ambos se miraron.
El peli-plata estaba sentado en el sofá, frente al televisor que reproducía comerciales. El rubio sostenía en brazos a una pequeña niña de cabello similar al suyo.
—¿Qué pasa, mi güero?
—¿Podrías cuidar a Gema? En serio necesito ir al baño.
Viendo al mayor mecerse de un lado al otro en una especie de danza solo para controlar sus ganas de ir al baño, extendió los brazos y con un movimiento de manos, le indicó que podía dejarsela. Géminis le miró como si fuese un ángel y sin pensarlo mucho, le entregó a la niña, para luego irse a atender sus necesidades lo más rápido posible.
Acuario sentó a Gema sobre sus piernas y ambos miraron el televisor. La niña era muy tranquila, así como Libra. El peli-plata había creído que los comerciales durarían el tiempo suficiente como para que el mayor regresará, pero por primera vez, estos fueron tan efímeros como un sueño y la película continuó desde el punto en el que se habia cortado.
Cuando Géminis se sintió completamente aliviado por al fin tener su tiempo, sobre todo para ir al baño, regresó a la sala para tomar a su hija, a quien no dejaba sola ni un momento. Era un padre primerizo y estaba muy contento con tener a su niñita. Bajó las escaleras y se apresuró hacia Acuario y la menor; el televisor estaba apagado. El de ojos turquesa trataba de hacer reaccionar a la niña que se había quedado tiesa del susto por la película que estaba viendo el primer mencionado.
Se acuclilló frente a la menor y le tomó de los brazos, para luego inspeccionarla con preocupación.
—Gema.—Indagó el mayor con tono angustiado. — Dime qué sucede.
Y a penas los ojos de ambos se encontraron (los de ella con terror y los de él con ansiedad), la menor empezó a llorar y a clamar por su padre, quien no dudo en agarrarla y consolarla.
—Estaba viendo "La niña del aro".—Admitió Acuario con una pizca de culpa. Géminis le miró. —Ups.
—Espero que Libra no nos mate.—Dijo el mayor, palmeando la espalda de la niña, intentando calmarla.
Esa noche, Gema no podía dormir sola, la idea le causaba pavor y por ello, le pidió al rubio que se quedara con ella.
—Papá.—Le llamó ella desde la cama, con las mantas cubriéndole hasta el cuello. Él la miró desde la puerta, al lado del switch.—¿Todo está bien? ¿Esas cosas no están aquí?
Decidió actuar seguro. Miró debajo de la cama, para asegurar que no había nada debajo de ésta. Luego miro en el armario y volvió a aclararle a la niña que estaba vacío, a excepción de su ropa.
—No hay nada, mi niña.—Dijo él y rió. —Tú tranquila.
Apagó la luz y con ello, se acomodó bajo las mantas junto a la menor y ésta no dudó en apegarse a él con temor.
—Te contaré un cuento.
—¡Sí! De princesas.
—Y hadas. Con todo tipo de criaturas.— Su voz se torno un poco ególatra, pero solo era una burla.— Ya sabes que yo soy esplendido con las historias.
La chiquilla se acomodó para escuchar al rubio y conforme él narraba su historia llena de fantasía, la niña comenzó a caer en un sueño profundo. Géminis, por otro lado, no durmió pues tenia miedo de lo que pudiera haber por ahí.
***
La menor miraba contrariada al rubio, pues se encontraba muy serio desde esa mañana y nunca lo había visto así.
Libra notó la confusión en la niña, así que cuando tuvo la oportunidad, decidió hablar con ella. Gema estaba sentada junto a su hermana, viendo que su madre buscaba una libreta.
Se plantó frente a ambas y mostró los dibujos que había en las hojas; Gema ya los había visto hace un par de años. Era un dibujo de una persona.
—Mira, hija.—Comenzó a hablar Libra hacia la niña de 4 años.—¿Qué es lo que define a una persona?
—Su personalidad.
—Sí. Cada personalidad es un individuo, una persona. — Cambió de hoja y ahí había una silueta que lucia a la de Géminis; en el lado derecho había un dibujo de él siendo alegre, con brillitos y demás, mientras el otro lucia serio, frívolo y taciturno.— Pero, su papá tiene dos personalidades en él. Uno es Géminis, su alegre papá, divertido y enérgico, diferente al otro Géminis, que es serio, algo apático y de un carácter fuerte.
—¿Cómo tener dos personas en un solo cuerpo?—Indagó Lily alzando el brazo.
—Sí. Ya saben cómo es su padre, pero cuando está al mando el otro Géminis, mantenganse un poco alejadas. ¿De acuerdo?
La hija mayor aceptó sin reproche, pero la menor no estaba del todo de acuerdo. Su papá era simplemente él, su papá. Nadie podía decirle lo contrario, incluso si resultaba ser dos personas distintas. Quería probar su infantil teoría.
El rubio actuaba taciturno, no hacia locuras ni bromas con los otros signos que consideraba su mejor amigo y su hermano, y ellos sabían porqué así que preferían dejarle su espacio. Estaba tirado sobre el pasto del patio trasero, boca arriba, con los brazos bajo la cabeza y audífonos puestos. Aun con los ojos cerrados notó el cambio de iluminación. Abrió los ojos y observó un dibujo infantil frente a su rostro, hecho con crayones de una manera torpe.
—¡Mira, papá! —Exclamaba Lily con una sonrisa en el rostro, viendo al mayor sentarse mientras le observaba con un gesto inexpresivo.—¡Te dibuje! Ten. Ten. Para ti.
El mayor tomó la hoja con desinterés y sin decir nada, se levantó para adentrarse a la casa, dejando a la niña en el patio completamente sola. Formó un puchero de insatisfacción por la reacción.
Poco después, apareció en el cuarto de sus padres, donde el rubio se estaba resguardando para ahorrarse la convivencia entre humanos. Le recitó un poema sin sentido, pero lleno de cariño sobre Géminis, pero éste ni se inmutó. Lily pensaba que su otro padre era bastante difícil de leer.
—¡Vamos a jugar!
La menor saltaba alrededor del mayor. Gema simplemente veía a su hermana, no entendiendo su actitud. Ella había comprendido perfectamente que el otro Géminis no era sociable y necesitaba su tiempo consigo mismo, pero su hermana no parecía entender.
Ya que todos estaban en la cocina para la cena, se encontraban alrededor de la barra, esperando por la comida. Lily se trepó en una silla alta para alcanzar mejor a su padre. Le tironeaba la tela de su camisa pidiendo su atención, moviéndose demasiado sobre el mueble.
—Lily.—Dijo el rubio con voz profunda.— Sientate.
Pero la chiquilla no obedeció y siguió con lo suyo. Su pie resbaló de la silla y por ello, casi cayó del asiento; su mano había tratado de agarrar algo para no golpearse y así tiró un vaso de agua, mojándole un poco la ropa. La única razón por la que no cayó, fue porqué Géminis la había sujetado con fuerza desde el abdomen. Nada más por el susto, Lily comenzó a llorar.
—Come.—Le ordenó a Libra, quien ya se había levantado de su asiento para ayudar. Señaló el plato que Tauro ya le había puesto en frente.— Yo limpio.
La rubia cedió a regañadientes. Con una sola mano, pues cargaba a su hija menor con la otra, levantó el vaso y limpió el suelo con una servilleta. Luego, se retiró hacia los pisos superiores, meciendo a la niña en brazos para calmarla. Entró a su habitación y sentó a la menor en la cama; buscó ropa seca para ella en el cuarto, cosa muy fácil pues había prendas de las niñas en todos los sitios posibles. Mientras él se aseguraba que un vestido estuviese limpió, la menor seguía gimoteando hasta que vio la libreta de dibujo de su padre a su lado. Esa era un objeto muy importante para él. Solo por curiosidad, lo abrió en la primera hoja y observó que había pegado su dibujo con sumo cuidado.
—Lily.—Le llamó el rubio y ella le miró.— Parate.
La niña obedeció. Géminis le quitó la ropa mojada y la tendió en una silla para que se secase. Luego, inspeccionó cauteloso a la menor.
—¿Te golpeaste?
La menor negó.
—Alza los brazos.
Géminis le pasó el vestido por encima y le subió el pequeño cierre en la espalda. Una vez lista, el mayor se cruzó de brazos con autoridad.
—No te pares en las sillas y no juegues así. Debes tener cuidado. ¿Entendido? No quiero que te pase nada.
—Sí.
—Bien.
Y de pronto, como si hubiese despertado, su rostro paso de lucir serio y molesto, a angustiado.
—Casi me da algo, niña.— Al fin en otro se marchó y volvió a hablar con suavidad.
Ella solo estaba preocupada por su padre. Incluso con dos personalidades, seguía siendo su papá. Solo él y nadie más.
***
—Espera aquí, Luke.— Le dijo el rubio al menor de sus hijos, sentándolo sobre el sofá.
—Sipirili.
Se dirigió a la cocina y buscó un jugo que el menor tanto le había pedido. Regresó a la sala, con una cajita de jugo de manzana en la mano, que casi cae cuando vio que Luke ya no se encontraba en los cojines del sofá. Giró su vista hacia todos los lados para encontrar al niño con desesperación. Ese chiquillo se escabullía como un ninja y siempre lo perdía de vista.
—¿Luke?
No recibió respuesta. Dejó la cajita de jugo sobre la mesa de centro y se decidió a buscar al rubio menor. Le llamaba incesantemente, revisando en todos los rincones. En los cuartos. En los armarios. En la baños. Las duchas. En las puertas de la cocina. En el patio. En el techo incluso. No encontró nada de nada.
Se pasó la mano por el cabello con frustración por no dar con el paradero del niño. ¡Qué era hijo suyo, no del escurridizo de Sagitario!
Decidió bajar a la sala para dar una segunda ronda, justo cuando la puerta se abrió y por ella entró Libra. Ambos cruzaron miradas y la chica notó la desesperación en el contrario.
—¿Géminis?
—Eh.— Comenzó a juguetear con los dedos con nerviosismo.— Perdí a Luke.
—¿De qué hablas?
— Otra vez no sé dónde está.
—Pero si está ahí en el sofá.—Aseguró ella con incredulidad, señalando vagamente el punto mencionado.
—¿Qué?
El rubio se giró bruscamente a mirar el sofá, encontrando al fin al menor, quien permanecía sentado bebiendo de la pajilla de su jugo con tranquilidad imperturbable.
Géminis sentía que podría desmayarse de alivio en ese mismo instante, además de que estaba completamente confundido. Se llevó una mano a la frente con cansancio, escuchando una risilla provenir de su pareja.
—No sirvo para esto.— Admitió él.
Libra se acercó y le besó la mejilla con cariño, logrando poner rojo al chico.
—Yo creo que eres un gran padre. —Aseguró ella.
—Sí. Gracias.
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