Obsesión

Miró la hora en la pantalla de su móvil y maldijo fuertemente, ocasionando que los demás transeúntes le mirasen con mala cara. Apresuró el paso, casi poniéndose a correr para llegar a su casa justo a tiempo, pues la verdad es que no tenía ganas de soportar las consecuencias.

Cuándo arribó, vio que ya todos se encontraban alrededor de la mesa y se unió a ellos para comer lo que el toro había preparado. Todo parecía estar bien y el tiempo se pasó de manera amena. Pensó, muy en el fondo, que se había librado, que no había hecho nada malo y que no recibiría ningún sermón, aún así, decidió que él lavaría la vajilla sucia. Mientras él fregaba los platos y vasos con tranquilidad, como para compensar su error, los demás se retiraron de la cocina y creyó que estaba solo. Pero creyó mal.

Cuándo ya no escuchó a nadie más a su alrededor y pudo respirar con alivio, la vida le demostró que se encontraba en un aprieto, uno grande.

—Aries— al escuchar su nombre ser pronunciado por aquella voz, apretó la mandíbula y cerró los ojos con fuerza mientras se detenía—. ¿Qué tal tu día?

—Bien— aseguró, tan calmado como podía estarlo y continuando con sus deberes—. ¿Qué tal el tuyo?

—Todo tranquilo. Tuve que cocinar un pastel para una pareja. Se acababan de proponer matrimonio.

—¿En serio?— la conversación se desarrollaba de una manera cotidiana, pero si escuchabas con atención, podías notar que el más grande se encontraba inquieto y algo molesto—. Esas cosas te gustan, ¿no? El matrimonio y demás.

—Sí— decía, acercándose de manera muy, muy lenta al contrario, tanto que parecía hacerlo con el mero propósito de incomodarlo y causarle temor—. Es bonito que dos personas se entreguen por completo la una a la otra. Además, están unidos para toda la vida. En nuestro caso sería para toda la eternidad.

—Solo es un papel.

Oh, no.

Se regañó mentalmente, pero su voz interna se vio interrumpida; una mano grande sujetó con fuerza el borde de la encimera, tan sorpresivamente que Aries se espantó y el vaso que tenía en manos, junto a la esponja, cayó al fondo del fregadero con estrépito. Podía sentir el calor que emanaba del cuerpo del otro signo que estaba a escasos centímetros de él, demasiado cerca. Trató de calmarse, porque si él perdía el control y se ponía a discutir con el menor, tendría las de perder. Tauro en apariencia era una persona muy buena, de hecho, muchos lo catalogaban como un ángel. Y es que en parte era así, pero muy en el fondo poseía un lado oscuro que solo Aries tenía el honor de conocer. Si lo sacaba de sus casillas podía ser incluso peor de lo que era Escorpio, y no quería enfrentarse a eso, no ese día, pues estaba muy cansado como para aguantarlo. Así que optó por actuar como el lado pasivo, que era el que le venía correspondiendo desde que habían comenzado a salir.

Se aferró al borde del fregadero, con las manos mojadas y llenas de espuma creada por el jabón para la vajilla.

Ninguno dijo nada por un buen rato. Aries podía jurar que habían pasado horas, aunque sólo habían sido unos cuantos segundos, a lo mucho minutos. Odiaba tomar el papel de sumiso, pero no veía otra opción en esa relación. Tenía que ser honesto, Tauro daba mucho miedo cuando mostraba su lado... ¿Salvaje? ¿Irracional? ¿Posesivo?

Las manos del moreno viajaron por las caderas del contrario, pasando por sus costados hasta acomodarlas sobre el abdomen, abrazándolo contra su pecho fuertemente, escondiendo su rostro en el cuello del más bajo e inhalando su aroma varonil de una manera que al pelirrojo le causaba escalofríos.

Santo Olimpo. Deseaba que Zeus tuviese piedad de él, porque el toro no la tendría.

—¿Dónde estabas? — preguntó Tauro, sin moverse de su posición y hablando con voz más áspera de lo normal.

—Fui al trabajo y al salir vine directo para acá.

—¿En serio?

—Sí.

—Pero haces veinte minutos de allá a aquí. Hoy demoraste una hora y media.

—Cerraron la calle por una carrera y el camión tuvo que tomar un desvío. Estuve un buen rato atascado en el tráfico.

No era mentira, pero Aries sabía que el toro no confiaba del todo en sus palabras.

—¿Es así? — preguntó el moreno, descansando su mejilla contra la del más bajo.

—Sí.

—¿No me estarás mintiendo?

—¿Por qué lo haría?

—Porque en ese lapso de tiempo pudiste ir con alguien.

—¿Con quién podría verme?

—Con amigos... O un amante...

—Tauro...

—No puedes culparme. Es que, quizás tú no te das cuenta, pero eres muy apuesto y sin duda atraes la atención de muchas personas...

—Oye...

—La verdad es que me da mucho miedo que te canses de mí o que alguien te seduzca para que te vayas con él. Necesito saber con quién estás y dónde estás, además del tiempo que te demorarás en volver. Y es que no puedo evitarlo, cada vez que pienso que alguien puede arrebatarte de mi lado yo...

—Tauro— la mano de Aries se posó en la piel del aludido, llenándola de espuma de jabón y ocasionando que el mencionado casi despertara de un tipo de trance—. Me estás apretando mucho.

Hasta entonces el toro se dió cuenta de la fuerza que sus brazos ejercían alrededor del cuerpo del mayor, ocasionando que éste se quejara de incomodidad y quizás algo de dolor. Aflojó el agarre y vio casi como Aries volvía a respirar con normalidad, haciendo que se sintiera ligeramente culpable.

—Lo siento mucho— se disculpó el moreno, con cara de perro abandonado y voz suave, pequeña.

Viendo que la situación iba para largo, el carnero se enjuagó las manos y quitó la espuma del brazo de Tauro; podía terminar con la vajilla después, ya que ésta no se iría a ningún lado, en cambio el toro...

—No tienes por qué preocuparte por nada— aseguró Aries, procurando hablar de manera calmada para no desencadenar un torbellino de irracionalidad.

—Pero hay mucha gente que quiere engatuzarte.

—Y yo no les hago caso. Sabes que si fuera así, yo ya estaría con alguno de esos muchos pretendientes qué dices que tengo.

—Es que ellos no son conscientes de que estás conmigo.

Hubo un momento de espeso silencio. Tauro se acurrucó aún más contra el cuerpo del carnero, casi como si así pudiese apresarlo para siempre entre sus brazos. ¿Podía ser posible que dos seres se unieran en uno solo? Porque eso sería muy bueno para el signo tierra, así podría cuidar perfectamente de Aries y jamás se separarían.

Cuándo el signo fuego pensó que el contrario se había relajado lo suficiente, abrió la boca para decirle que debía continuar con el lavado de vajilla, pero el menor se le adelantó.

—Me gustaría casarnos.

—¿Para? — frunció las cejas el mayor.

—Porque así no solo es mi palabra, sino que por ley eres mío y tengo un contrato que lo comprueba. Nadie podría tratar de ponerte las manos encima.

—No necesitas un trozo de papel para eso, Tauro.

—¿Por qué no? Opino que sería útil.

—Porque, independientemente de lo que se escriba en ese papel, nadie puede controlar lo que yo siento, ni siquiera yo. No ocupas un papel que te asegure que yo estoy contigo, porque yo realmente quiero seguir siendo tu pareja y en serio te quiero.

—¿Estás seguro de eso? — indagó, separándose un poco y permitiéndole al otro que se girara sobre sus talones para encararlo.

—¿Alguna vez he hecho algo sin estar confiado de mí y mis capacidades? — el toro bajó la mirada y negó sutilmente—. Bien. Entonces creo que ha quedado claro este asunto. No tienes por qué angustiarte.

—Es solo que... — decía, muy cerca de los labios del contrario—. Te amo tanto que podría matar por ti.

El pelirrojo estaba consciente que no solo era una frase llena de lealtad y un poco cursi, sino que sabía que Tauro estaba hablando muy en serio. Nunca había visto que intentará asesinar a alguien, pero algunas veces sí que se ponía bastante violento con cualquier persona que pudiese presentar una amenaza a la relación que ellos tenían, al punto en que aterraba. Aries a veces temía que eso pasara, si es que no lo había hecho ya.

Sintió los labios del más alto unirse a los suyos, de manera obsesiva y que denotaba toda la inseguridad que Tauro sentía al respecto. No hizo más que seguirle el ritmo, cerrando los ojos y pensando en su relación. La verdad es que no se entendía mucho; siempre odió que la demás gente tuviera control de él de cualquier manera, no le gustaban las reglas ni las ordenes, pero se dejaba mangonear a complaciencia por el de pelo color menta. Se había vuelto muy dependiente del toro a una manera que a veces le daba miedo. En muchas ocasiones habían tenido problemas, y Tauro siempre hacia lo mismo; se desquitaba con el carnero, tenían sexo de una manera muy, pero muy brusca al punto que el pelirrojo terminaba lleno de inmensos moretones, extremidades adoloridas y demás, tanto que parecía haber caído de unas escaleras bastante altas. Aries pensaba que esa era la forma en que Tauro lo reclamaba como suyo, obligándolo no solo a sentirse necesitado de él en un nivel espiritual, si no que también físico. Y quizás el moreno quería que todos vieran las marcas que dejaba en su piel, como marcando terreno para que los demás no pudiesen fijar su atención en él. Luego, el toro se disculpaba con lágrimas de arrepentimiento surcando su rostro por abusar, como él decía, físicamente del pelirrojo, asegurando que jamás volvería pasar. Pero seguía sucediendo. Y el signo fuego le seguía creyendo y queriendo de una manera casi enfermiza.

Siempre terminaba preguntándose quién estaba peor, si Tauro por su comportamiento o él porque le gustaba.

Hey. Tengan lindo día. No se desanimen~ bye.

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