No sé qué título poner wiiii

Muchas veces lo niños son criaturas incapaces de quedarse quietos más de dos segundos, aburriendose prontamente y causando destrozos en un intento de buscar diversión. También eran muy curiosos y deseaban saber la respuesta de todo lo que los rodeaba, ya fueran tangibles o no.

Ciro y Carina eran un par de criaturas tranquilas, pero no evitaba que se aburrieran fácilmente, aunque no hacían mucho drama como, por ejemplo, Viridi. Aún eran un chiquillos que deseaban estar todo el tiempo con sus padres, solo que estos también necesitaban tiempo solos.

Para entretenerlos, y practicar, Escorpio los sentaba a su lado en la cama y acomodaba la guitarra acústica que tenía sobre sus piernas. Luego, procedía a tocar canciones suaves y lentas, además de arpegios que le ayudaban a mejorar su agilidad en los dedos. Los ojitos de los mellizos miraban atentos como su mano izquierda presionaba las cuerdas sobre el brazo para formar acordes mientras los dedos de la mano derecha las hacía vibrar frente al hoyo que se encontraba en el cuerpo en 8 de madera.

Ninguno de los menores pronunciaba palabra alguna, demasiado interesados. Los veía tan absortos en el instrumento que, un día, paró la música, dejó la guitarra sobre la cama con cuidado y comenzó a rebuscar en su habitación.

La guitarra que él usaba era demasiado grande para ellos, pero tenía una más pequeña que Moses le había obsequiado cuando era un niño. La encontró entre algunos objetos de la misma índole, como una caja de ritmo que hacía mucho no utilizaba. La afinó velozmente y la revisó, fijándose en qué las cuerdas aún estuvieran en condiciones y que el brazo no se hubiera curvado hacia atrás por el paso de los años.

—¿Quieren intentarlo? — les preguntó.

Los mellizos se miraron entre sí, hablando sin usar palabras para entenderse.

—¿Podemos?— Ciro indagó.

—Seguro.

—Yo...— Carina dudó.

Escorpio rodó los ojos. Le entregó la pequeña guitarra al peliazul y procedió a tomar a la castaña, gentilmente, para sentarla entre sus piernas. Acomodó el instrumento para Ciro y luego hizo lo mismo, con la guitarra más grande, para Carina.

Les enseñó algunas cosas básicas, como posicionar sus dedos sobre los trastes y las cuerdas, además de como rasgarlas para que puedieran producir sonido armonioso. Por supuesto, eran malísimos, pero él también lo era a esa edad.

Entonces, debido a la vejez del instrumento, una de las cuerdas reventó sin previo aviso y Escorpio logró, muy apenas, a apartar lo suficiente la cara de Ciro del objeto que había roto sonoramente el aire. Era un peligro absoluto cuando las cuerdas hacían eso, porque eran capaces de cortar la piel y músculos con una facilidad impresionante. Escorpio ya había pasado por eso muchas veces; se ocasionó una herida en la mano, en la mejilla derecha y en el brazo del mismo lado. Era doloroso.

Suspiró, quitándole de encima la guitarra para dejará a sus espaldas. Tomó a Ciro por la barbilla y examinó su rostro minuciosamente para asegurarse de que no había cortes en éste. Los ojos del chiquillo ya estaban acumulando lágrimas, quizás del susto.

—Eh, no llores— indicó, retirando el instrumento que aún descansaba sobre las piernitas de Carina—. No te ha pasado nada.

La chiquilla pronto se deslizó para ir hasta su mellizo, a quien abrazó cuidadosamente mientras éste lloraba.

Escorpio, entonces, acomodó su guitarra actual en dónde pertenecía antes de tomar la más pequeña, girando la clavija de la cuerda rota para desecharla en la basura y dejando el instrumento nuevamente en su armario. Agarró la caja de pañuelos que descansaba en su tocador y sacó uno de estos para limpiar el moco de tono traslúcido que escurría de la nariz del menor.

—Para afuera— aclaró él al oír que Ciro sorbia la nariz contra el pañuelo—. Zeus, de tal palo tal astilla.

...

Había salido al centro comercial y, por razones bastante banales, se había llevado a Arac con él. El pelirrojo era un bebé de, aproximadamente, dos añitos o más, por lo que hablaba muy descuidadamente y aún requería usar pañal. Escorpio, en su ingenuidad y flojera, no había llevado con su persona la pañalera del menor. Según él, no la iba a necesitar porque sería un viaje rápido a la tienda de discos que había en el centro comercial.

Ya había revisado la tienda y compró algunos álbumes que habían salido ese mes, así que lo que tenía planeado hacer a continuación era comprarle algo de comer a Arac.

—¿Quieres un helado?

El pelirrojo estaba siendo cargado por el escorpión. Éste lo sentó sobre su brazo mientras con la mano ajena lo sujetaba de la espalda para que no se cayera al suelo. Lo miró y frunció las cejas al notar el gesto facial que tenía.

—¿Enano? No me digas...— suspiró y el pequeño se carcajeo inocentemente—. Maldita sea.

Así fue como Escorpio tuvo que buscar algún sitio entre todas las tiendas donde vendieran cosas de bebés, pero no juguetes y ropa, sino pañales y talco, etc.

Una vez que encontró todo lo necesario, entró al baño público de hombres y maldijo todavía más cuando vio que dentro no había esas zonas para cambiar a los bebés. Cáncer no tenía ese problema, si necesitaba cambiar a Arac solo ingresaba al baño de mujeres. ¿Alguien podría pensar en los tíos que salían con sus sobrinos del diablo? ¿O en los gays? O sea, no es que en todos los baños de hombres no hubieran esas zonas, pero debía ser obligatorio que existieran en todos los baños.

¿Esperaban que cambiarán a sus engendros del mal en los urinales acaso?

Según entendía, tenía que cambiarlo o podría sufrir de irritación en su piel y, agh, sería peor llevar a Arac al doctor.

Salió, mirando a su alrededor, encontrándose con uno de los encargados del sitio. Era una mujer de unos 40 años, más o menos, con su uniforme de pantalones negros, camisa blanca y un chaleco con el logo del centro.

Habló con ella, contándole la situación en la que se había visto envuelto y ella, entre divertida y enternecida, le pidió que esperara un instante. Se metió en los baños de las mujeres, revisando que estuviera vacío, y al salir le dio permiso de ingresar y usar la zona para los bebés. Aliviado, entró velozmente y cambió en tiempo récord al pelirrojo, con el suficiente cuidado como para no lastimarlo con las toallitas húmedas o demás. Organizó todo en la bolsa de plástico en la que llevaba las compras, los pañales y eso, y volvió a cargar a Arac.

Agradeció a la mujer, que se había quedado en la entrada para que ninguna cliente pudiera entrar descuidadamente, y finalmente se marchó.

—Nunca vuelvo a salir sin tu estúpida pañalera, enano.

No sé qué acabo de hacer pero quería un poco de Escorpio siendo tío uvub espero les guste.

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