Narraciones sin mucha relevancia

Lance era popular y, aun así, había personas que sentían desagrado hacia él. No podía caerle bien a todo el mundo, eso era una verdad que casi todos conocían, y, sinceramente, a él no podía importarle menos.

La gente siempre encontraba una razón, por más banal que fuera, para molestar a alguien incluso si era incorrecta. El peliplateado a veces sufría de acoso escolar y poco más, por lo que estaba completamente acostumbrado, en cierto punto de su vida, a ello.

Estaba en la entrada de la escuela, charlando con sus amigas, mientras esperaba pacientemente por Gemma cuya clase parecía estarse alargando algunos minutos. Unos jóvenes, esperando en otra parte del patio frontal del recinto, lo empleaban como objeto de burlas que hacían entre sí.

—¡Hey, Bennet! —uno de ellos le llamó, por lo que se giró a mirarle con rostro impasible—. Escuché que tu papá es gay.

—¿Cuál de los dos?

Y las risas cesaron. Las chicas veían intrigadas el cómo se desenvolvería la situación y, al mismo tiempo, se angustiaban de que el muchacho se pusiera violento de repente. ¿Dónde estaba Gemma?

—¿Qué?

—¿Cuál de los dos? — repitió, como si el otro fuera estúpido.

—Oh, cielos— carcajearon—. ¿Tus papás sí son gays?

—Uno. El otro es bi.

—Un par de raros—se burló otro de los chicos.

Justo cuando Lance se retiraba la mochila del hombro, amenazando con dejársela a sus amigas o sobre el suelo para ir y romperles la cara, Gemma apareció presurosa, oyendo el escándalo, y se acercó hasta él, tomándole el brazo.

—Lance, no los escuches— le jaló suavemente, en dirección a la salida—. Vamos a casa.

—Pobrecita. Enredada con alguien así. Seguramente él también es un raro.

—Ya quisieras que me gustaran los hombres— Lance escupió.

—Yo no soy maricón como ustedes.

Con eso fue suficiente para que, finalmente, la mochila cayera al pavimento gris, sucio, y él se quitara a la rubia de encima quien se llevó las manos a la cabeza en un gesto de cansancio y de que todo iba a empeorar.

Gemma no fue detrás del peliplateado, porque sabía que ella era incapaz de detenerlo debido a las diferencias corporales y de fuerza entre ambos. De todas formas, era verdad que debía hacer algo para parar la pelea, por el bien de ambos, aunque, las demás personas estaban preocupadas por el muchacho quien, aunque se merecía una golpiza por su terrible personalidad, tampoco debía terminar en un hospital. Así que fue en busca de un compañero de su clase que era extremadamente alto y corpulento, y que, gracias a todo lo bueno, era capaz de manejar a Lance cuando éste se encontraba enojado.

Pudo ver al muchacho, de cabello negro y tez oliva, a unos pasos de la entrada, en el pasillo principal y él, oyendo el escándalo y viendo la súplica teñir el rostro de la joven, de inmediato supuso qué sucedía. Salió velozmente y se acercó a la escena; los demás chicos que se daban aires de matones se habían dispersado, dejando que el que, supuestamente, era el líder del grupo recibiera los golpes del peliplateado. Lo tomó fuerte del abdomen y lo alzó del suelo donde se encontraba arrodillado, dando puñetazos al otro. Lance se removía violentamente entre sus brazos, pero no le dejó escapar.

—¡Di una idiotez así frente a mi cara de nuevo, cagón hijo de puta!

Escucharon la voz de una maestra, alertada y enfadada, aproximándose y, ante esto, todos los jóvenes del patio huyeron fuera de la escuela en direcciones distintas. A Gemma no le gustaba mucho escapar de la autoridad, pero ante la acción de las masas, atinó a recoger las cosas de su novio y correr junto a su compañero lo más lejos posible.

***

Mientras se secaba con la toalla, posterior a haberse bañado, la puerta de su cuarto se abrió abruptamente.

—¡Ciro! — la voz de adolescente de Luke irrumpió en el silencio antes de que el aludido gritara de horror y vergüenza—¡¿Sabías que...?!

—¡Luke! — el muchacho de cabello azul buscó cubrir su cuerpo, muy apenas, con la toalla que ya no estaba alrededor de éste—¡¿Qué te pasa?!

—¡Escucha esto! Las personas antes...

—¡Tío! — volvió a gritar el más grande del par, ignorando la verborrea del rubio que continuaba soltando datos aleatorios.

Pasos acercándose se oían desde el pasillo hasta que Tauro apareció detrás del más joven. Tenía el rostro teñido con angustia y duda, mirando a cada uno de los presentes en espera de una respuesta; era el único adulto en la casa. Al ver que no era nada grave, solo la incapacidad del rubio de entender lo que era la privacidad, suspiró aliviado, sintiendo como la adrenalina disminuía abruptamente.

—Luke— los ojos azules del aludido se encontraron con los color chocolate, y se silenció—. Ciro necesita estar solo.

—¿Por?

El gemelo le miró con insistencia e incredulidad. Su rostro estaba extremadamente rojo, casi igualando el cabello de Aries, y para el signo tierra su vergüenza era más que obvia.

—Necesita cambiarse.

—Puede hacerlo. No lo estoy agarrando ni nada.

Si no hacía algo pronto, seguro Ciro terminaría llorando.

—Sí, pero...— ¿qué le podía decir? —. Es que está desnudo.

—¿Y? La desnudez es muy natural. He visto a Ciro varías veces en traje de baño, no es como que tenga tres pezones o algo así. O, ¿te preocupa que me ría de tu pene?

—¡Tío!

—¡No deberías avergonzarte! Los penes son similares pero diferentes a la vez. ¡Vienen en todos los tamaños posibles! Si realmente te acompleja tu talle, he escuchado que hay una cirugía para agrandarlo.

—¡Luke! ¡Por Zeus! ¡Deja de hablar de...!

—Penes. Digamos las cosas como son Ciro. Puedes decirle falo si te parece más decente— como supuso Tauro, lágrimas comenzaron a salir a borbotones de los ojos castaños del gemelo—. ¡¿Tanto te preocupa?!

—¡Estoy muy bien con el tamaño de mi miembro, Luke! — Ciro chilló con voz temblorosa, aferrándose a la toalla—. ¡Solo quiero privacidad!

—¡No deberías tener tanta pena!

—Luke— Tauro exhaló con fuerza y tomó al más bajito por debajo de las axilas como si pesara nada—. Suficiente. Le dirás lo que sea que tengas que decirle después.

—¡Pero se me va a olvidar!

Pasó un brazo alrededor del pecho del rubio y, con la mano libre, tomó el picaporte de la puerta para cerrarla, lanzándole una mirada condescendiente al otro muchacho que apretaba con fuerza los labios.

—Ponle seguro, ¿sí? — dijo, sin esperar respuesta del gemelo.

***

Mientras masticaba, distraídamente, el popote y contestaba un mensaje de su padre, Ciro miraba, con la mayor discreción posible, al mesero del café. Era un joven de cabellos castaños, sonrisa carismática, tez ligeramente almendrada y ojos oscuros como dos obsidianas. Era guapo y amable, además de servicial, y había cautivado, de cierta forma, al gemelo.

Luego de dejar el celular sobre la mesa, junto a su servilleta, la rubia miró a su acompañante con curiosidad antes de fijarse en la razón de su interés. Recargó la mejilla en su mano y sus ojos se mostraban ligeramente divertidos al notar la estupefacción del muchacho.

—¿Por qué no le hablas? — preguntó ella, sorbiendo de su café con tapioca.

—¿Hablarle? — le miró incrédulo, como si la joven estuviera loca—. No.

—Ciro. No te va a pasar nada.

Al verle negar con la cabeza, Lily apretó los labios en frustración y, decidida, alzando la mano sutilmente, llamó la atención del mesero. El gemelo le miró con terror, a lo que ella sonrió ampliamente, tratando de parecer inocente. Cuando el muchacho llegó a su mesa, ambos se apuraron a recobrar la compostura, esperando que no parecieran un par de raros.

—¿Necesitan algo? — preguntó él, sacando una libretita negra junto a una pluma del mandil que colgaba de su cintura.

—Sí. No— la rubia colocó una mano sobre el hombro de su acompañante—. Te le has hecho atractivo. Él no suele ser así de tímido con las personas, a menos que le gusten. Así que, en su lugar, me preguntaba si podría saber tu nombre y número de teléfono.

—Lily— se quejó el gemelo, rojo a más no poder.

Por supuesto, el joven se rio, entre divertido y avergonzado.

—Seguro.

—¿En serio? — Ciro indagó, totalmente sorprendido, viendo la pluma moverse sobre la hoja.

—Si no, puedes dármelo a mí— bromeó ella, ganándose otra risa del joven y una mirada fulminante del gemelo que le dio un golpe en la pierna—. No es cierto.

—Aquí está— dijo, y depositó la hoja recortada sobre la mesa, donde solo había números—. Me llamo Elián.

—Ciro. Él es Ciro.

—Es un buen nombre— el aludido agradeció con voz bajita—. Debo volver al trabajo.

—Ah, espera. ¿Podrías traerme un panque de plátano?

—Sí. Volveré en un momento.

Afirmó con la cabeza y se marchó. Lily se giró hacia el gemelo de cabello índigos como el mar, quien estiró la mano hasta tomar el papel que descansaba junto al servilletero. Le picó el brazo y luego la mejilla, sonriendo divertida y orgullosa.

—Me debes una.

—¿Te parece que sea pagar la cuenta?

—¿Toda? ¿Sin importar cuanto sea? — Ciro asintió—. Trato hecho.

***

Era alrededor de medio día cuando el muchacho de cabellos azules apareció por la puerta principal, ganándose la mirada interesada de los jóvenes en la sala que se hallaban tumbados en los sofás o la alfombra, acurrucados entre almohadas y mantas.

—¿Qué onda? — preguntó el muchacho de cabellos rojos, tumbado sobre la alfombra y con los brazos detrás de la cabeza.

—¿Qué hacen? — Ciro se aproximó lentamente, con una mochila relativamente pequeña colgando de uno de sus hombros.

—Tuvimos una pijamada— dijo Ally, recostada en el sofá más largo con Lily a su lado; entre las dos apenas ocupaban todo el espacio—. Acabamos de despertar. Sorprendentemente, Arac ya está levantado.

—Porque fue el primero que se quedó dormido— señaló Luke desde el otro lado de la alfombra, señalándolo.

—Necesita sus once horas de descanso o andará de gruñón.

Mientras Arac le chistaba, el gemelo llegó hasta el sofá de una pieza donde reposaba el peliplateado de ojos amarillos, quien, desganadamente, dio varias palmaditas en el pequeño espacio que hizo a su lado para que se sentara. Ciro miró al mayor antes de mirar el cojín y, finalmente, se retiró el equipaje, dejándolo al pie del mueble, para sentarse cuidadosamente sobre el sofá.

—¿Estás bien? —preguntó el pelirrojo al ver la mueca de dolor que hizo el menor.

—Sí, sí. Estoy bien.

—Hermano— le llamó Carina desde el sillón frente suyo, de dos piezas, junto a Viridi.

—Estoy bien, hermana, de verdad.

La muchacha de cabello castaño lo examinó de pies a cabeza y, a excepción del sonrojo suave en las mejillas morenas del otro, supo que realmente no había nada malo o, al menos, nada de que preocuparse.

—Oh— Arac alargó—. Entonces, ¿te fue bien con tu novio?

Mientras Ciro asentía con la cabeza, Lance, a sus espaldas, resolló con fuerza y abrió los ojos y la boca con sorpresa.

—¡¿Tienes novio?!— le tomó la rodilla, como si agarrarse de ella le ayudara a afrontar la verdad.

—Desde hace un año.

—¡¿Desde hace un año?!

El más joven asintió, con las orejas rojas, y, posteriormente, se quejó relativamente fuerte cuando Lance lo jaló hacia sí y lo abrazó como una madre a un hijo que acababa de encontrar.

—Lance, no seas un bruto. Está adolorido— le reclamó Viridi.

—Eres un bebé— la ignoró completamente—. Te descuidé un segundo. ¿En qué momento conseguiste novio?

—Tengo veintidós. No creo que sea tan raro.

El peliplateado se silenció, frunciendo las cejas y comenzando a hacer cálculos mentalmente para reafirmar la edad de los gemelos. Eran tan pequeños e indefensos, pero, tras parpadear, ya eran adultos. ¿Cuántos años tenía Luke?

—Luke...

—Tengo diecinueve.

Y Ally lanzó una almohada a su hermano cuando exclamó por la sorpresa.

***

Lance bajó las escaleras a la par que se acomodaba el cuello de la chaqueta, y se acercó a Gemma que permanecía sentada viendo la televisión.

—¿Vas a salir?

—Sí— besó su coronilla dulcemente—. Voy con unos amigos.

—Está bien. Ve con cuidado.

—Seguro— Lance se encaminó hacia la puerta—. Vuelvo después. Nos vemos. Te amo.

—Bye.

Tras menear la mano en el aire en forma de despedida, la rubia volvió su mirada hacia la pantalla frente suyo mientras el peliplateado se marchaba por la puerta. Ésta permaneció cerrada durante unos momentos hasta que Lance regresó por ella, asomándose tímidamente.

—¿Qué pasó? — preguntó ella al oír el crujir de las bisagras.

—¿Estás enojada?

—No— negó confundida—. No estoy enojada. ¿Por qué?

—No me respondiste— Gemma abrió la boca, pero no fue capaz de contestar—. Te dije que te amo y no respondiste que tú también.

—Oh, Lance— había sido un desliz, sinceramente.

Le hizo una seña con la mano y éste se acercó como cachorro apaleado. El muchacho se acuclilló junto al brazo del mueble, reposando sus manos sobre éste y, a su vez, su mentón.

—No estoy enojada. Lo siento— besó su frente, retirando el cabello plateado de la zona con una mano, antes de darle un piquito en los labios—. Diviértete, ¿de acuerdo? Te amo.

—Okay.

Le miró como un niño pequeño, amenazando con hacer un puchero. Se levantó, yendo hacia la puerta para retirarse no sin antes mirarle una vez más, recibiendo en respuesta una sonrisa y meneo de su mano nuevamente. 

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