Miradas

Estaban comiendo en la cocina de su agradable y animado hogar. Leo mantenía toda su concentración en el plato de arroz y carne que tenía en frente, demasiado hambrienta como para notar algo a su alrededor hasta que al fin sintió que el alimento inundaba su cansado sistema.

Llegó a acabar con la mitad de su platillo cuando la signo agua de múltiples tatuajes, que estaba sentada a su lado, le dio un suave codazo y captó su interés. Masticando el bocado que tenía, se inclinó hacia Escorpio para escuchar lo que le quería decir; sus cejas se alzaron cuando entendió los susurros que la muchacha de ojos vino le dirigía y, después, se alejó lo suficiente para verle a los ojos con intriga. La signo agua asintió, totalmente convencida y con una sonrisa malévola, alentando a la pelinaranja para que se girara a mirar a la azabache que estaba a unos asientos de distancia. Con una discreción admirable, ambas observaron que la menor de la casa fuego parecía estar pérdida en sus pensamientos, picando la carne con el tenedor de manera desinteresada y los ojos púrpuras clavados en un punto específico que terminó siendo, ni más ni menos, que Géminis.

Tenía ese brillo peculiar en los ojos que Escorpio y Leo conocían por experiencia propia; la primera porque sabía qué era tener un amor platónico y la segunda por ser consciente de lo que era estar sumida en una duda con respecto a su sexualidad.

—¿No vas a hablar con ella?— indagó la signo agua, secreteandose con la de fuego.

—¿Hablar?— Leo le miró como si fuera estúpida—. ¿Yo y Sagitario hablar de sentimientos?

—Ah, vas a dejar que se ahogue con un vaso de agua.

—Lo va a resolver sola. Ella es astuta.

Volvieron a observar a la menor que ya se hallaba hablando de tonterías con la rubia y la peliplateada, picandole una mejilla a la primer mencionada con la excusa de querer molestarla cuando claramente solo quería ser física con ella y cortar un poquito la distancia que existía entre ambas.

—Supongo que se dará cuenta— comentó Escorpio, restándole importancia y encogiéndose de hombros antes de devolverse a la comida.

Leo asintió con seguridad antes de cortar un trozo de carne para posteriormente llevárselo a la boca.

...

Géminis no dejaba de estar colgada del brazo de Libra, sin importar que ya llevaba horas así, pegada cual garrapata al rubio que ni se molestaba de su cercanía. Eran como hermanos, así que para el varón no estaba pasando nada fuera de lo común. Sin embargo, Sagitario estaba que quería regresar la bilis por la garganta de los malditos celos, o lo que ella creía que eran celos, porque aún estaba insegura de lo que pasaba con ella. ¿No estaba confundiendo la amistad estrecha que tenía con Géminis?

Acuario llegó donde la pelinegra, colgándose de sus hombros con un brazo y sonriendole de manera juguetona como siempre, empezando a hablar con ella de cosas muy bobas e infantiles. Con la pálida fue capaz de olvidarse de sus dudas y sus complejos, divirtiéndose como dos chiquillas tontas que correteaban por aquí y allá en las calles, viendo las vitrinas de las tiendas o saltando en los adoquines sin pisar las líneas.

Habían algunos muchachos que les dedicaban miradas interesadas y algunos llegaban a ser suficientemente atractivos como para llamar la atención de la pelinegra que era una coqueta sin remedio, espléndida para el arte de ligar. Ah, los hombres, criaturas idiotas, pero maravillosas a la vez. Sí, a ella le gustaban los chicos de ancha espalda, porte dominante, facciones duras, etc. No era como Acuario que babeaba por las jóvenes curvilíneas, de caras bonitas y apariencia cuidada.

Por supuesto que no le molestaba escuchar a la peliplateada hablar embelesada por Leo, diciendo lo guapa que era, lo bien que se vestía, lo bonito que era su cuerpo, ya fuese su cintura pequeña o sus piernas elegantes. Pero Sagitario estaba acostumbrada a sentir atracción por los hombres, por aquellos que eran claramente masculinos y viriles, así que se había extrañado sobre manera cuando se descubrió a sí misma viendo a Géminis y pensando lo preciosa que era.

Sabía que había una clara diferencia entre aceptar que una chica, como ella, era guapa y otra que, además, le dieran ganas de besarla. A lo mejor solo era una punzada de que quería experimentar algo diferente, ¿no?

Así que, unos días después, ella junto al par de chicas de la casa aire se encontraba en una fiesta, jugando cosas de eventos de ese tipo, ya fuese que tuviera que ver con alcohol o no. Ya llevaban rato girando la botella y poniéndose retos infantiles o a veces subidos de tono. El que le había tocado a ella en ese momento era besarse con Acuario; la verdad que agradecía que se tratara de ella porque a la mitad de la gente que estaba ahí no le tenía confianza como para hacer esas cosas sin sentimientos de por medio. Seguro Leo se enfadaría cuando se enterara, pero ya le explicarían que sólo había sido jugando y que la chica de aire estaba para nada interesada en la azabache.

La peliplateada exageró una mueca de inmensa sorpresa mientras le alzaba las cejas de manera pícara a su mejor amiga que le guiñó sosamente para que se rieran junto al resto.

—Ya, vente— le indicó Sagitario, haciendo un ademán de mano.

Acuario soltó un chillido de emoción antes de gatear hasta donde estaba y aleteó las pestañas de manera coqueta, inclinándose hacia la mayor. Se rieron un poquito cuando estaban a punto de romper la distancia, porque la situación les parecía rara y cómica sobre manera, aunque a la mayor de la casa aire no le causaba tanta gracia como quisiera; su rostro estaba descompuesto en una incómoda mueca de molestia y algo de alegría fingida.

—Ya no seas miedosa— le reclamó Acuario, tomando el rostro de la contraria con ambas manos—. No le tengas miedo al éxito.

Sagitario había querido reír, pero solo fue capaz de sonreír pues, al fin, la menor le había plantado un beso para concluir de una vez por todas con el reto.

Cuando se separaron, la signo fuego no pudo evitar hacer un movimiento curioso con los labios mientras fruncía las cejas.

—Sabes a Cheetos— se carcajeó, viendo como la menor le imitaba el ademán.

—¡Verdad! Es que me tragué una bolsa hace rato. Tú sabes a alcohol, maldita ebria.

—Mira que tú no te quedas atrás.

Ya en la madrugada fue cuando decidieron volver a su cómodo hogar luego de pedir un taxi que las llevaría hasta ahí. Géminis se encontraba extraña, pero las otras dos pensaron que era porque ya estaba bastante tomada, así que siguieron riendo y tonteando durante el resto del camino. Pagaron al llegar y bajar, ingresando a la casa con cautela para no despertar a nadie y se dispersaron.

Acuario se dirigió a la cocina a tomar agua, Sagitario se marchó al baño porque la vejiga le iba a explotar y Géminis subió las escaleras en una seriedad peculiar.

...

Sintió como alguien se tumbaba encima de ella que descansaba sobre su colchón esponjoso como las nubes y viró, difícilmente, la cabeza para toparse con los cabellos ébanos de la menor de fuego que le caían sobre el hombro.

—¿Qué haces?— preguntó Géminis, bajando el celular que había entre sus manos.

—Soy un gato, mimame.

—Estás aburrida, ¿verdad?

—Chí.

La rubia rodó los ojos con diversión, dándole palmaditas en la cabeza a Sagitario que se removió para estar en una mejor posición.

—Estás pesada.

—Ay, es que estoy bien maciza— comentó la menor, levantándose lo suficiente para que Géminis rodara hasta quedar boca arriba, y alzó los brazos mostrando sus trabajados músculos.

—Sí. Creo que hasta le puedes ganar a Cáncer en vencidas.

—Obviamente. Hasta Tauro me da más pelea que el cangrejito. No como tú, brazos de fideo.

—Hey— se quejó la rubia, sonrojandose y haciendo un mohín mientras se abrazaba a sí misma—. Soy menudita.

—Porque no haces ejercicio.

—Ni loca haría el ejercicio que tú haces. ¡Escalas sin equipo, Sagi!

—Es divertido. Y así puedes hacerle llaves a quien se quiera pasar contigo porque estás bien mamadisima— aseguró, sentada sobre las caderas de la rubia y cruzando los brazos con orgullo—. Enclenque. Podrías agarrar maña si peleas con Aries o Leo.

—¡Me matarían!

—Tienes razón— Sagitario rió—. Es más, ni siquiera te tocarían y tú ya estarías en el suelo, hecha bolita y llorando.

—Es verdad...

La vista de Géminis bajó y se sumieron en un silencio que a Sagitario se le antojaba rarísimo. ¿Se había pasado de molestar a la rubia? Le pellizcó ambas mejillas, no muy fuerte, y se inclinó un poquito para mirarle a los ojos azules como el cielo que le fascinaba ver, claro y despejado.

—Si te llegaran a hacer algo, les rompo la nariz— aseguró la bronceada, sonriendo—. Así de delgadita estás bien, Géminis.

—Oh. Lo sé. Y gracias. Solo me perdí en la infinidad del universo.

—¿Pensando? Seguro te imaginabas marranadas.

—No. Esa eres tú.

—Mh... Sí... Pero, ¿qué pensabas?

—Nada importante. Ya sabes. Tonterías.

Sagitario profirió un largo ruido de entendimiento mientras jugaba con las mejillas de Géminis como si se trataran de plastilina. La mayor se limitaba a cerrar los ojos, o solo uno, de vez en cuando, pensando en que la pelinegra se aburría con extrema facilidad.

—Oye— le llamó la signo fuego, deteniéndose de repenge—. Tengo una idea.

—¿Requiere esfuerzo?

—No. Ni dinero.

—Mejor aún. ¿Qué se te ocurrió?

—Es un secreto. Cierra los ojos.

—Está bien.

La menor, con confianza ciega, obedeció y esperó paciente durante unos segundos hasta que sintió a la otra removerse en su sitio y, de pronto, algo suave y muy cálido se había posado en sus labios delgados ocasionando que sus párpados subieran con sorpresa y sus pupilas se clavaron en el rostro de Sagitario que, básicamente, estaba a nada del suyo.

Miró como la piel blanca de Géminis tomaba un color rojizo tan brillante que parecía una manzana y aquello le había causado algo de gracia si no fuera por los cientos de animales que sentía en estampida dentro de su estómago. Besar a la rubia y a Acuario eran experiencias completamente diferentes en todo sentido. El ósculo que se había dado con la peliplateada había sido nada más que contacto vacío entre sus belfos mientras que el que en ese entonces le daba a la rubia se sentía como un estallido de sensaciones increíbles e indescriptibles.

—Lo siento— dijo, ya enderezada en su sitio—, Géminis, pero es que me gustas.

A la aludida parecía que le iba a dar un ataque o algo así, porque no dejaba de temblar de los nervios y del asombro, mirando con toda su atención a la bronceada que aún yacía sobre ella.

—Creo que mejor me voy.

Sagitario hizo amago de levantarse e irse, pero Géminis pronto la sujetó de un brazo, deteniendola por completo con su mano que no dejaba de vibrar.

—Está bien— logró decir la signo aire—. A mi también me gustas.

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