Mates 2

-¿Puedo saber el por qué estás deprimido o es mejor que no pregunte? -decía el castaño mientras pasaba la página de un libro; estaban en la biblioteca universitaria.

El pelinegro se removió; tenía la cabeza entre los brazos, encima de la mesa, en una posición que parecía deprimente.

-La verdad no es que me interese mucho saberlo de todas formas- acotó el de ojos avellana, apuntando algunas cosas en su libreta que lucían ser útiles.

-Creo que soy impotente- dijo el de ojos púrpuras, causando que su voz sonara ahogada.

-¿Ah, sí?

-Hablo en serio- chilló, irguiendose en su silla y mirando con cara triste a su amigo que se dio cuenta que no era broma por lo que dejó su actividad de lado para prestarle atención al contrario.

-¿Por qué lo dices?

-Ha pasado un mes desde la última vez que he tenido una erección.

-¿Y has intentado tenerla?

-Muchas veces, pero nada funciona.

Carlos no dijo nada más. Miró sus pertenencias, se pasó la mano por su castaño cabello y miró al otro muchacho.

-Ve con un doctor- fue lo que dijo el castaño antes de tomar la pluma negra entre sus manos para retomar sus apuntes.

-¡Ese no es el problema!

Carlos suspiró, se talló las sienes con una mano y, nuevamente, se giró a mirar al pelinegro.

-¿Cual es entonces?

Scott hizo un ruido extraño y se pasó ambas manos por el cabello, pensando el como explicar su situación.

-Encontré a mi destinado- se aclaró la garganta y entrelazó las manos sobre la mesa, mirándolas-. Y es un hombre.

-¿Un Omega chico?

-Sí y, sabes que no los odio ni nada, pero yo esperaba a una chica- el de ojos avellanas asintió y esperó que el adverso continuara-. Y el problema es que, cada vez que trato de estar con una chica, la imagen de este muchacho aparece en mi mente y, cuando me doy cuenta que la persona que tengo frente mío no es él, no puedo tener una erección.

Las cejas del moreno se alzaron con sorpresa; sabía que la conexión entre un Omega y su Alfa era algo intenso e indescriptible, él mismo lo estaba viviendo con Emanuel, pero no esperaba que fuese a tal punto, porque sabía que Scott adoraba a las féminas y el sexo con ellas y que no pudiese hacerlo por culpa de un Omega hombre significaba que su lazo era algo realmente fuerte.

-¿Por qué no tienes relaciones con él?- preguntó el castaño, con obviedad.

-No quiero. O no sé. Ya no sé... ¿Debería?

-Mira. No te estoy diciendo que salgas con él si no es lo que quieres, pero, si quieres volver a tu vida de playboy, entonces quizás necesitas primero tener sexo con aquel chico. Solo una noche.

-¿Nada más? - Carlos asintió una vez, causando que el contrario se pusiera a meditar durante unos instantes antes de proseguir-. Podría intentarlo. Pero no sé como es el sexo entre hombres.

-Investiga.

-Uhm... ¿Cómo tienes relaciones con tu Alfa?

Carlos entonces cerró la libreta, guardó todo en su mochila, se levantó y se marchó, negándose a responder a esa pregunta. Indudablemente no iba a a contar nada sobre su vida romántica o sexual. O sea, Scott podía preguntarle a cualquier otra persona, o podía leer libros sobre ello.

***

La verdad era que no se estaba sintiendo bien en lo absoluto. Sentía que el mundo giraba a su alrededor y el estómago lo tenía revuelto. Estaba agotado, sumamente fatigado, pero trataba de fingir que todo estaba bien.

Se encontraba en la cocina, picando unos vegetales en una tabla para cortar de madera sobre la encimera mientras Nicolás se movía ágilmente frente a la estufa, moviendo cosas en las sartenes y demás. Hacía un rato que el de ojos grises había llegado a su departamento, con la idea de cocinar algo para comer juntos y ayudar al pelirrojo a relajarse pues últimamente estaba muy ocupado con la escuela.

Alex sentía asco con solo oler la comida y se le dificultaba el cortar los vegetales porque la vista se le estaba empezando a nublar. Comenzó a detenerse. Su agarre se volvió débil y el cuchillo resbaló de su mano, cayendo sobre la tabla de cortar. Poco después, sintió sus piernas flaquear y todo su cuerpo se tornó flácido. El mundo se volvió negro en cuanto perdió la consciencia.

Los minutos pasaron y se convirtieron en un par de horas. Cuando Alex despertó, se encontró con el techo de su habitación pues se hallaba sobre su cama. Se preguntó cómo había llegado ahí, pero eso pasó a segundo plano cuando sintió unas inmensas ganas de vomitar. Se levantó de golpe y corrió al baño, pasando junto a Nicolás que no dudó ni un segundo y lo siguió hasta el pequeño cuarto.

El de ojos grises vio a su Omega regresar todo el contenido de su estómago en el escusado. Se le acercó y le comenzó a acariciar la espalda, haciéndole saber que estaba ahí para él. Luego, cuando Alex terminó de tirar todo en el váter, se limpió la boca con agua del grifo y se sostuvo del mueble, respirando pausadamente. Alzó la mirada y se cruzó con los ojos grises del otro muchacho, observandose a través del espejo.

-Estoy bien- dijo, con voz ronca y cansada.

Nicolás negó con la cabeza y lo tomó gentilmente por los hombros para guiarlo por el recinto hasta llevarlo a la cama donde anteriormente se encontraba. Lo recostó gentilmente antes de marcharse a la cocina por un vaso de agua que le entregó; el pelirrojo lo bebió como si no hubiese tomado aquel líquido por años mientras el de cabellos azulados se sentaba junto suya sobre el colchón, mirándole con angustia.

-¿Qué te sucede? ¿Cómo te sientes? - indagó el menor.

-No muy bien. Tengo muchas nauseas y estoy fatigado.

-¿Desde cuando?

-Hace poco más de un mes.

-¿Después de conocernos?

-Creo.

Se quedaron en silencio unos instantes; Nicolás meditaba sobre la situación mientras el otro muchacho intentaba no saborear sus jugos gástricos.

-¿Y si estás embarazado?- preguntó el más alto mirando a los ojos al otro.

Los orbes oscuros del pelirrojo se abrieron con sorpresa y temor.

-No. No. Eso no puede ser. No es como si te hubieses venido dentro, ¿cierto?-Nicolás no dijo nada y sonrió inocentemente, causando que Alex se alterara y palideciera -. ¿Lo hiciste?

-Tal vez un par de veces. Pero no es la gran cosa.

-Debes estar bromeando- se quejó el pelirrojo, cubriéndose la cara con ambas manos, frustrado y conteniendo sus ganas de soltar maldiciones a diestra y siniestra.

-Perdón. Pero creo que lo mejor es que vayamos con un doctor.

-¡Agh! Bien.

***

Habían hecho una apuesta y Gill la terminó perdiendo, por lo que debía pagar, pero no con dinero. Así que los tres se hallaban caminando por las calles hasta que se detuvieron frente a su destino. Observaron el local de tatuajes durante unos minutos antes de entrar por la puerta principal de vidrio.

Un muchacho de cabello azul y vino se encontraba haciendole un tatuaje a un cliente en la pantorrilla mientras que habían otros dos jóvenes que se hallaban detrás del mostrador, charlando entre ellos en voz baja.

Alec comenzó a percibir un olor peculiar en el lugar y, sin querer, éste provocaba que sus feromonas se liberaran. Los demás no tardaron mucho en darse cuenta y se giraron a mirarle. El Omega rubio rápidamente se fijó en lo que sucedía; era obvio que el peliplata estaba entrando en celo y eso también estaba alterando a su pequeño amigo Alfa porque podía ver como lentamente el muchacho de cabello índigo empezaba a sonrojarse e inquietarse, y era normal que cualquier Alfa reaccionara a las hormonas de un Omega, sea quien fuere. Gill no sabía a quien ayudar, así que lo único que hizo fue abrazar a Emanuel por los hombros, evitando que se lanzase sobre Alec. De pronto, pudo darse cuenta de que un aroma se hacía más intenso, por encima del de el peliplata. No era el de Emanuel, que se aferraba a su camisa con ambas manos, tampoco era el de el joven de cabellos azulados que se hallaba detrás del mostrador, pues él igualmente estaba reaccionando al hedor de su amigo. Entendió que aquel olor provenía del muchacho con cabello anaranjado y ojos amarillos que miraban deseosos y fijos a Alec, como si solo existiera él y como si acabase de entender el sentido de la vida. Estaba tratando de cubrir el aroma del peliplata con el suyo para que ninguno de los otros Alfas pudiesen notarlo. Era casi como si lo estuviera reclamando como suyo.

-Louis- le llamó el Beta, causando que le mirara por el rabillo del ojo. Jace le lanzó las llaves de su apartamento, que se encontraba encima del local, y el aludido las atrapó sin dudar-. Cuando terminen lavas las mantas y solo haganlo en el cuarto.

El dueño del establecimiento entendía lo que sucedía y deseaba que aquellos dos destinados se marcharan del sitio o arruinarían el negocio. Además de que no quería ver a Nicolás babear por un Omega, ya tenía suficiente sabiendo que éste ya había marcado a su tonto destinado.

No hizo falta que Louis le dijera al Omega que lo siguiera porque con una simple mirada Alec ya se encontraba corriendo a donde el Alfa. El de pelo naranja lo tomó de la mano y lo arrastró con él hacia la trastienda para subir por unas escaleras al hogar de Jace. Luego tendrían que agradecerle por prestarle su sitio.

El Beta prosiguió entonces con su trabajo mientras el de cabello azulado se encargaba de rociar el lugar con aromatizante, tratando de cubrir el aroma de los otros dos. Luego, Nicolás se dirigió a Gill y Emanuel, sonriendoles aun con la cara ruborizada.

-¿En que puedo ayudarles?- preguntó, aclarandose la garganta.

-Oh. Vengo a hacerme un tatuaje- dijo el rubio.

-Ya veo. ¿Sabes que es lo que quieres?

-Más o menos.

-Esperen aquí. Iré por una pluma y hoja para hacerte un diseño de tu agrado.

Nicolás les invitó a sentarse en un par de sofás que había cerca de la entrada. Mientras el de ojos grises se encontraba en la trastienda, Gill y Emanuel yacían sobre los cojines. El rubio acariciaba la espalda del menor para calmarlo y ayudarlo a respirar con normalidad. Poco después llegó el joven que trabajaba ahí y le tendió una taza de té de margarita al muchacho de cabello índigo.

-Es para que te tranquilices- dijo el mayor, sonriendole a Emanuel que le miraba con ojos vidriosos mientras aceptaba la bebida.

-Gracias.

El pequeño bebía parsimonioso mientras Nicolás hacía un rápido dibujo de lo que el rubio deseaba tatuarse. Lo que inquietaba a Gill era que no era nada bueno tolerando el dolor y tatuarse implicaba que debían atravesar su piel con una aguja y tinta. Eso sonaba tortuoso. Escogió hacerse uno en la espalda, pues así era más fácil esconder con su ropa por si quería conseguir trabajo o algo por el estilo. El diseño era algo relativamente pequeño; serían las máscaras de la comedía y la tragedia entre sus omoplatos, con tinta de todos los colores.

Se quitó la camisa que llevaba puesta y se recostó en el asiento reclinable. Nicolás entonces comenzó su labor; le anestesió la zona con un algodón humedecido en una sustancia extraña y, con la aguja entintada, empezó a tatuar la pálida piel del muchacho rubio.

-Santa mierda - se quejó Gill, sintiendo el dolor.

-Trataré de no demorar tanto.

***

Cerró la puerta del departamento con lentitud mientras el otro joven iba directo al teléfono fijo que yacía sobre una mesita al lado del sofá en la sala de estar.

El pelirrojo llamó a una pizzería cercana y pidió algo de comer para celebrar.

-¿Peperoni está bien?- le preguntó al de pelo azulado, que estaba colocando su sacó sobre un perchero de madera junto a la entrada; parecía ido-. ¿Nick?

-¿Mh?- sus ojos plateados se alzaron y se clavaron en los del mayor. Sonriendo débilmente, contestó-. Sí, suena bien.

-De acuerdo...- el joven prosiguió con su llamada.

Nicolás se quitó la bufanda del cuello y la miró con suma atención, desvariando entre los hilos de lana color gris con la que estaba hecha. No se percató en que momento fue que Alex culminó su llamada y tampoco cuando se tiró sobre el sofá con una pose totalmente relajada. Dejó la bufanda en el perchero y miró al pelirrojo que observaba por la ventana del apartamento, con los brazos abiertos por el respaldo del mueble.

-Mejor así, ¿no crees?- murmuró el dueño del lugar, sin mirar al contrario que aun yacía postrado cerca de la entrada.

-¿Eh?

-Que es bueno que no esté en cinta. Yo soy muy malo con los niños. Ser padre no me parece algo que sea para mí. La verdad es que yo no...

Se giró a mirar al muchacho de ojos grises, sorprendiéndose. Detuvo su habla y su rostro cambió de relajación a uno de angustia y confusión. ¿Por qué Nicolás se veía tan deprimido? Tenía la mirada gacha y se estrujaba los dedos con ceño triste.

-Tú...- habló suavemente el de pelo rojo, comprendiendo la situación cuando el menor clavó su mirada en la suya-... ¿Lo querías?

-Pues...- sus mejillas se sonrojaron ligeramente-. Siempre me han gustado los niños. Desde que era pequeño me hice a la idea de que, realmente, quería y quiero una familia. La verdad es que me emocioné mucho al pensar que tendrías un hijo mío... Es una lástima que no sea así.

Sonrió débilmente y dirigió su mirada a sus manos que se hallaban entrelazadas.

-No es que tenga un trabajo tan bien pagado como el de un médico o tan tradicional como el de un abogado, pero consigo suficiente dinero como para conseguir una casa cómoda dónde vivir. No dejaría que les faltara algo y trataría de ser un buen padre y pareja- soltó algunas risillas avergonzadas, mirando nuevamente al pelirrojo-. Lo siento. Debe ser incómodo escuchar esto. Si no quieres está bien. Podemos ser tú y yo, nada más.

Alex parpadeó un par de veces, viendo como el de pelo azulado parecía algo incómodo mirando a todos lados del departamento y jugando con sus dedos. El pelirrojo no sabía muy bien que es lo que sentía en ese momento. Parecía estar enternecido y conmovido por las palabras del menor, además de que tenía algo de culpa por no haber pensado en lo que Nicolás quería.

-Solo uno- dijo, colocando sus antebrazos contra sus muslos y volviendo a mirar a la ventana-. Podemos tener un hijo, pero nada más. Tampoco quiero que nos reproduzcamos como conejos.

-¿En serio?- el menor sonaba esperanzado.

-Sí- suspiró-. Pero será cuando terminé mi carrera, consiga trabajo y después de casarnos. Si vamos a hacer las cosas, las haremos bien.

Nicolás corrió hacia el sofá y se sentó junto al pelirrojo. Acunó su rostro entre sus manos y, girándolo, lo besó. Se separó de Alex unos centímetros mientras sus manos viajaban hasta la espalda y cintura de él, sonriendo con inmensa alegría.

-Alex...- pronunció, rozando sus narices aun con los ojos cerrados y desprendiendo sus feromonas que comenzaban a enloquecer al mencionado, quien, igualmente, lanzaba sus feromonas al aire en respuesta-. Te amo...

-No más que yo a ti- pasó sus brazos alrededor del cuello y contuvo un suspiro-. Ahora sí tienes mi permiso para marcarme.

Y Nicolás no se contuvo, lo marcó por todos lados, desde el cuello hasta los muslos, haciendo amena su espera por la pizza.

***

No sabía si era una buena idea. Le aterraba la decisión que estaba a punto de tomar. Pero tenía que intentarlo, tenía que tener sexo con su Omega aunque sea una jodida vez para poder continuar como su vida como si nada. Solo que había un pequeño problema; no sabía dónde encontrar al muchacho de hermosos ojos esmeralda.

Que molestia.

Mientras pensaba en eso, moviendo incesantemente su pierna, trataba de engullir su alimento, sentado en una de las mesas de la cafetería universitaria. Cuando concluyó su almuerzo, se levantó y, dispuesto a irse, se dirigió a la salida, topandose en la puerta con su Omega. Se miraron en silencio un eterno segundo, incapaces de separar la mirada del otro aun si quisieran.

-Necesito hablar contigo- dijo el de pelo negro, sintiendo como su boca se hacia agua con solo olfatear el aroma del muchacho.

-¿Hablas en serio?- preguntó el más alto, frunciendo ligeramente el ceño, de manera casi imperceptible.

Scott asintió con la cabeza y preguntó si es que se encontraba libre en ese mismo momento. Victor respondió afirmativamente y por ello lo tomó del brazo y lo arrastró con él hacia las afueras de la universidad.

Se montaron en un taxi que los llevaría al departamento del de cabello verde pues a esas horas Lucas no estaba fuera de su hogar y sería problemático que llegasen.

El vehículo se detuvo y ambos bajaron para poder ingresar al edificio. Subieron las escaleras a toda velocidad, sintiéndose demasiado inquietos como para usar el elevador, y llegaron hasta el departamento de Victor. El lugar era minimalista y estaba realmente limpio y ordenado. Todo lucía pulcro y casi nuevo por lo bien cuidado que estaba.

Fueron a la cocina; Scott se sentó a la mesa redonda de madera mientras que Victor tomaba un vaso y lo llenaba con agua del grifo para beber aquel liquido con un supresor. El medicamento hizo efecto en cuestión de segundos y ninguno de los dos se vio enredado aun entre feromonas que dificultaban su pensamiento racional.

-¿Te sirvo algo?- preguntó el más alto, mirando al pelinegro que se removía en su asiento.

-¿Tendrás jugo de naranja?

Víctor asintió y le sirvió lo pedido en un vaso limpio de cristal transparente, dejándolo frente a él sobre la mesa. Scott lo bebió en un parpadeo; esperaba que eso le bajara la erección. Era bueno saber que al menos con su Omega sí reaccionaba, sería el colmo que realmente fuese completamente impotente.

-¿De qué quieres charlar?- indagó el de cabello verde, sentándose frente al pelinegro y descansando, elegantemente, su codo sobre la madera y su mejilla en su palma.

-Mira. Antes de conocerte yo era feliz teniendo sexo casual con chicas Omegas. Pero luego nos encontramos y tuve un problema. En palabras sencillas, si no se trata de ti, soy impotente. Y estoy cansado de eso.

-¿Mh? ¿Y entonces? ¿Para que me necesitas?

-Te propongo algo. Creo que solo necesito una noche contigo y después volveré a lo mío y tú a lo tuyo. No te marcaré y no significara que debamos convertirnos en pareja. ¿De acuerdo?

-No.

-¡¿Por qué no?!

-Porque no quiero.

-Por favor. Estás actuando como un virgen reprimido sexualmente.

-Quizás lo soy.

-Será una sola noche, ¡nada más!

Victor ni se inmutó, lo miró seriamente y se cruzó de brazos, ocasionando que el menor bufara con fastidio.

-Por favor - pidió el muchacho de ojos purpuras, hincándose frente al otro-. Una noche y te olvidarás de mí. Haremos como si nada hubiese pasado.

El peliverde se pasó la mano por el cabello, de manera pensativa, y, finalmente, clavó sus ojos esmeraldas en Scott. Realmente se veía desesperado por una respuesta afirmativa.

-Está bien- aceptó, viendo como le brillaban los ojos al pelinegro-. En fin de semana. Sino no. No puedo desenfocarme de mis estudios.

-Sí, sí, como digas. Ahm... ¿Dónde quieres hacerlo?

-Aquí está bien.

-¡De acuerdo! ¿Sábado a las ocho?

Victor asintió con la cabeza una vez. Si eso hacia que ya no tuviese que ver al pelinegro, lo haría con gusto.

***

La verdad que no entendía por qué el mensaje de Emanuel sonaba tan serio. Era escueto, sencillo y directo, sin ningún emoticón de por medio. Le decía que pasaría por él el viernes a eso de las cinco de la tarde. No le dijo el por qué ni el para qué.

Carlos frunció el ceño con duda y confusión, mirando el texto recibido de su Alfa; como siempre, la librería no tenía muchas visitas y por el momento se hallaba solo. Contestó que le parecía bien, que podían verse en su apartamento, pero no indagó más allá en el tema. La realidad es que no quería forzar al menor a hablar, quizás quería verlo por una situación de gran seriedad que no podía ser dicho por medio de mensaje o llamada. O tal vez estaba haciendo especulaciones apresuradas y solo era necesario verse con el peliazul para saber qué sucedía.

¿Eso era una cita?

***

Podía sentir que algo estaba realmente mal, pero no sabía el qué. Tenía una sensación enorme de repudio y rechazo total, como si algo le pareciera asqueroso, sin embargo, no encontraba nada que causara aquellos sentimientos extraños que lo mantuvieron incómodo durante toda la jornada escolar.

Ya a la salida, sintió unas ganas inmensas de hablar con Lucas, así que tomó el celular del interior de su mochila y marcó el número del Alfa. Se escuchó el tono de espera un par de veces, pero nadie contesto. Eso le provocó angustia, más cuando intentó contactarlo otras veces, teniendo el mismo resultado. Algo no estaba bien.

Se subió a un taxi y éste lo llevó al complejo departamental donde el otro rubio vivía junto al de ojos púrpuras. El elevador lo dejó en su piso deseado; dudó unos instantes si llamar a la puerta o no y, luego de golpear la madera con sus nudillos, esperó. Volvió a intentarlo, pero el resultado fue el mismo. Hizo una mueca pensativa con los labios y se mordió las uñas con nerviosismo. Realmente se encontraba algo inquieto. Curioso, tomó la perilla de la puerta entre sus dedos y se sorprendió de ver que se hallaba sin seguro. La entre abrió y se asomó un poco, pensando que quizás era allanamiento de morada.

Logró escuchar ruidos muy al fondo y creyó que bien podría estar Scott o Lucas en casa, por lo que ingresó en el apartamento, cerrando cuidadosamente la puerta a sus espaldas. Comenzó a avanzar por el sitio, a tientas. Se fue acercando al sitio de donde provenía el ruido y poco a poco distinguió que aquello era el sonido de alguien vomitando. Se detuvo frente a la puerta del baño que se hallaba ligeramente abierta y miró por la rendija. Con la mano, la empujó suavemente y dio un par de pasos, topándose con que ahí, hincado sobre el suelo y doblado en dos por encima del asiento del escusado, Lucas se hallaba regresando todo el contenido de su estómago.

Gill abrió los ojos con asombro y sin habla.

El menor paró de hacer aquello y se recargó contra el váter, limpiándose los labios con un trozo de papel y con lágrimas estancadas en sus finas y curveadas pestañas.

-Lucas...

Los ojos azules del mencionado se abrieron con sorpresa y horror, quedándose completamente quieto en su sitio. Cuando reaccionó, bajó la cadena del baño y desechó el papel sucio en el bote de basura.

-Sal... Por favor...- pidió el menor, con tono débil y adolorido.

Gill se negó a obedecer y se le acercó con rapidez, acuclillandose junto al otro rubio, tratando de encontrar su mirada con la propia y sujetándole del brazo con seguridad y gentileza.

-Hey, ¿qué sucede?- quiso saber el mayor, viendo que el adverso lucía reacio a dejarse ver por él, pues escondía su rostro con su cabello.

-Vete...- rogaba Lucas-. Gill... Vete, por favor.

Sin previo aviso, el menor no pudo contener la vergüenza y dolor, por lo que comenzó a llorar contra sus brazos que se recargaban sobre la taza del baño. El Omega se sentía muy mal por ver de esa forma a su Alfa.

-No quiero que me veas así- sollozó Lucas, encajandose las uñas en el cuero cabelludo con desespero.

-Oye, no pasa nada. Ven- le indicó el mayor, tomándolo del brazo para ayudarlo a ponerse en pie; se levantó-. Este no es lugar para hablar.

Lo alzó como pudo y lo llevó hasta su cuarto, que era el sitio más cercano al baño. Lo sentó en el colchón individual y se acomodó junto a él, comenzando a acariciar su espalda para relajarlo pues el rubio menor jadeaba y sollozaba incesantemente, jalandose el cabello y arañandose el rostro como si fuese un energúmeno.

-Lucas, por favor. Dime qué pasa- le pidió el mayor cuando vio que el aludido se iba relajando lo suficiente como para hablar, cosa que había demorado largos minutos.

-Me vas a ver mal. Tendrás una mala imagen de mí.

-Por supuesto que no. Lucky, me puedes contar lo que quieras. Por favor, quiero saber qué te tiene así.

-Gill... Es... Soy un Alfa y... Y todos tienen este estereotipo de que los de nuestro sexo debemos ser grandes, fornidos y musculosos. Pero yo... Yo soy gordo...

El Omega le miró con el ceño fruncido ligeramente, incapaz de creer que el chico que observaba tuviese ese pensamiento, porque, de los dos, Lucas tenía mejor cuerpo; eran de la misma estatura, pero tenía más masa muscular que él, su piel era tersa y su vellos eran realmente rubios y casi traslucidos, cosa que lo hacía lucir lampiño y la verdad es que Gill no se inclinaba mucho por los hombres velludos. Para el mayor, el Alfa tenía un cuerpo estupendo y una cara divina, sin mencionar su preciosa personalidad.

-Tengo que tener buena figura- continuaba el menor, con la voz temblorosa-. Es que soy poca cosa. No soy ni guapo ni grande ni simpático.

-¿Y piensas que vomitando tu comida y saltandotelas tendrás buen cuerpo?- Lucas asintió y Gill sonrió entristecido. Le tomó el rostro suavemente, acunando sus mejillas con ambas manos y obligándolo a que alzara sus rostros para que sus ojos se encontraran -. Mírame. Somos destinados, sí, pero no estoy contigo solo porque así me lo dice la vida, sino porque realmente me enamoré de ti. Tienes una personalidad bellísima y eres todo lo que podría querer. Tu cuerpo es bastante atractivo, o sea, yo no tengo los músculos que tú. Y tienes una cara muy linda. Eres perfecto.

-No lo soy...

-Lo eres. O al menos para mí. Además, es normal tener defectos. No es nada malo, ¿de acuerdo? Todos los tenemos, así que no tienes que ser el Alfa soñado. Está bien si eres débil de vez en cuando. Yo estoy aquí. Puedes apoyarte en mí.

-¿Hablas en serio?- dijo el menor, sorbiendo su nariz y ya calmado.

-Sí. Muy en serio.

-¿No me ves raro por... por tener anorexia y bulimia?

-Para nada- sonrió -. De hecho. Creo que es momento para presentarme, presentarlo, present... Para conocer...nos, conocerlo...

-¿Gill? - Lucas vio preocupado al muchacho que parecía concentrado en otra cosa, arrugando el entrecejo y y balbuceando cosas sin mucho sentido.

-Yo...- hubo un largo momento de silencio. Parpadeó un par de veces y luego enfocó sus ojos claros en los del menor, con un brillo distinto al de segundos atrás y habló con voz profunda-. Tengo Trastorno Disociativo de la Personalidad.

Lucas se le quedó viendo, en silencio, comprendiendo lo que eso significaba. El rubio mayor le limpió las lágrimas con los pulgares, mirándolo fijo.

-Yo, soy Sam. La otra personalidad de Gill- explicaba el Omega-. Soy totalmente diferente de Gill. Él es jovial, alegre, extrovertido. Yo soy reservado, calculador y un poco malicioso. Quería que me conocieras antes, pero él estaba asustado de que lo rechazaras por esto. No quería que lo vieses como un loco o un bicho raro. Pero, así como yo te amo, quiero que me ames por igual. No solo a Gill, sino que a mí también.

El Alfa lo observó, inspeccionándolo en silencio y viendo lo sincero que Sam era, así como Gill.

-Tendré que conocerte también - sonrió sutilmente el menor, colocando sus manos sobre las del mayor.

-Me alegra oir eso. Espero que no vayas a extrañar mucho a Gill, porque serás mío durante un rato.

Y lo besó en los labios con cariño y seguridad, decidido a hacerle saber al contrario lo mucho que era amado.

***

Despertó entre los cálidos brazos de su Alfa. Sintió la suave respiración del adverso sobre su nuca, seguido de unos labios que le depositaban un suave beso en la marca reciente que llevaba en esa zona, reafirmando que era de Nicolás y de nadie más. La verdad es que aquel sitio cosquilleaba y dolía un poco, pero nada de lo que debiesen preocuparse.

-No puedo creerlo - dijo el pelirrojo-. ¿Estás duro?

-Ahm... Es una erección matutina...

-Eso es una vil mentira, Nicolás- aseguró, rodando sobre el colchón para quedar cara a cara, viendo el sonrojo que había en el rostro del aludido.

-Perdón- contestó, como un cachorro entristecido.

Rodó los ojos y se levantó de la cama, dirigiendose al baño de la habitación, dejando solo al de ojos grises que le miraba sin decir nada, pero con ganas de hablar.

Poco después regresó, casi de inmediato, y, antes de subirse a la cama y acercarse a gatas al menor, profirió:

-La última vez que te ayudó con tu problema.

Y es que no podía negarle nada a su Alfa, menos con el lazo que tenían y que conservarían.

***

Faltaban menos de quince minutos para que fuesen las ocho en punto de la noche y él se encontraba sumamente nervioso. ¿En serio iba a perder la virginidad con aquel pelinegro que a penas conocía? La respuesta era que sí, eso mismo iba a pasar.

Tenía que admitirlo, sentía miedo porque todo era improvisado, no sabía que iba a pasar, si el momento iba a ser algo placentero o una pesadilla. Él no era del tipo de persona que le daba tanta importancia al sexo. Aquello era algo que estaba en última instancia en su lista de prioridades. Pero, de cualquier forma, pensar en tener relaciones era algo que le ponía ansioso en demasía, tanto, que no dejaba de pasarse las manos por su cabello verde.

Se aseguró que su habitación estuviese en orden y limpia para cuando llegara el pelinegro.

Llamaron a la puerta y él casi dio un brinco del susto por tan repentino acto. Se arregló el cabello por última vez mientras iba a atender. Abrió la puerta y dejó que el muchacho de ojos púrpuras entrara. Las feromonas de Scott no tardaron en brotar en cuanto estuvo en presencia de su Omega, y el sitio se llenó del aroma a frutos tropicales. Otra cosa que Victor odiaba admitir esa noche, es que amaba aquel olor y sí, lo hacía soltar su aroma a menta.

El más alto pegó su espalda contra la madera de la puerta cerrada, mirando al contrario; ninguno sabía exactamente qué hacer.

La tensión entre ambos fue subiendo de nivel hasta ser tan palpable que podía ser cortada con un cuchillo. Los ojos del menor se clavaron en los labios del contrario y se sorprendió de sentir deseos indescriptibles de besarlos. Como sabiendo los pensamientos de Scott, Victor se acercó con demasiada rapidez para su gusto y estampó su boca contra la de él; era totalmente inexperto, pero el pelinegro no demoró en tomar el control de la situación.

Las cosas iban a ir en subida a partir de eso.

***

Alec lucía realmente orgulloso, poco le importaba que los demás lo viesen con insistencia o mala cara, eso solo hacia que se regodeara aun más en su suerte. Y es que todos observaban la marca que tenía en la nuca como si fuese algo traído de otra universo.

Llegó con sus amigos portando una enorme sonrisa que desde hace días, casi semanas, llevaba. Se sentó en una de las sillas que rodeaba la mesa de la cafetería y comenzó a comer sus alimentos con emoción.

-Zeus Santo- hablaba el rubio, con un deje de diversión en su voz-. Aun tienes esa cara boba.

-Envidioso- se jactó el peliplata-. Sólo tienes envidia de que mi Alfa ya me haya marcado, Sam.

-Que va. Lucas me acaba de marcar anoche.

-¡¿En serio?! ¡Dejame ver!

Alec casi se tiró encima del mayor para poder levantar el cabello lacio de éste que le caía al raz de los hombros para poder observar que, en efecto, había una mordida en su nuca que lucía reciente, a penas estaba formando una costra.

-¡Ah, que emoción!- chilló Alec, siendo apartado por el rubio. Luego, puso cara de enamorado total y recargó su mejilla contra su mano en una pose soñadora-. Es que Louis es tan... Sexy y guapo y... Y...

-Por favor, para. Te dará algo si continuas pensando en él.

-Está bien- sonrió con inocencia antes de mirar al menor de los tres que se mantenía extrañamente callado, mirando su comida -. ¿Qué ocurre, Ema? Parece que algo te abruma.

-No es nada- dijo, restandole importancia con una sonrisilla incómoda -. Solo que saldré con Carlos pronto y estoy algo ansioso.

-Tranquilizate, pequeño. Todo saldrá bien. Tendrán un buen rato.

-Eso espero.

***

Así como Carlos lo había dicho, luego de tener su momento con el chico de pelo verde, logró volver a la normalidad, pero existía otro problema. Las cosas no se sentían tan bien como antes. No dejaba de comparar la emoción y el placer que sintió estando con Victor cuando se encontraba con alguna chica Omega. Era algo fastidioso.

Entró a la biblioteca de la universidad, soltando un suspiro cansado, y se dirigió a las mesas que ahí se hallaban. Encontró algo inesperado y peculiar. Decidió acercarse al muchacho de pelo verde que yacía recostado encima de una de las mesas, arriba de sus libretas y algunos libros del lugar. Lucía tranquilo, con la mejilla siendo aplastada contra las hojas, respirando pausadamente y manteniendose quieto por completo.

Por un impulso, que salió de un lugar misterioso y desconocido de su interior, se quitó la chaqueta de encima y se la colocó en la espalda al más alto, procurando ser cuidadoso. Era como si quisiera cuidarlo y velar por sus sueños. Dejó su mochila sobre la silla de al lado para luego marcharse un segundo por unos libros que necesitaba. Cuando regresó, se sentó junto a Victor y comenzó a hacer su trabajo escolar en silencio. De vez en cuando miraba de reojo al durmiente, que no parecía listo para despertar. Supuso que debía encontrarse realmente cansado como para dormirse en aquel lugar, tan indefenso.

Los minutos pasaron en un abrir y cerrar de ojos y se volvieron un par de horas. Victor comenzó a despertar, moviéndose en su asiento y arrugando el entrecejo. Se pasó la mano por el cabello mientras se enderezaba, con los ojos cerrados, y estiró las piernas. Cuando abrió los ojos, éstos se clavaron somnolientos sobre el pelinegro, sorprendiéndose.

-Hey- saludó el menor, suavemente-. Te has dormido un buen rato.

-La verdad es que no me di cuenta en que momento me dejé llevar- contestó, percatandose de que llevaba encima una chaqueta que no era suya, pero no se la quitó, porque se sentía cálida -. Necesito terminar este ensayo.

-Necesitas un descanso. Estás trabajando muy duro. ¿Has comido?

-Aun no.

-¿Qué te parece si vamos por algo?

Victor alzó una ceja con duda, y no supo en que momento fue que terminó sentado junto al azabache en una cafetería, comiendo un panini o algo parecido y bebiendo té verde mientras conversaban con animosidad. La verdad es que no estaba tan mal el estar en compañía de Scott.

***

Estaba enamorado, tenía que admitirlo. ¿Cómo había sucedido? Quizás era gracias a los pequeños detalles que el Alfa hacía por él. Como por ejemplo, en ese mismo momento.

Emanuel estaba parado justo frente a la entrada de su pequeño hogar de un piso, vestido lo más formalmente posible; tenía un pantalón color negro y algo ajustado para sus delgadas piernas, con unos zapatos de vestir del mismo color, usando una camisa blanca de manga larga y unos tirantes de color vino. En sus manos llevaba un ramo de doce tulipanes rojos cual rubíes.

-¿No tienes frío?- preguntó el castaño, no sabiendo si lo rojo del rostro del menor era por la vergüenza o por el clima gélido.

-Un poco- contestó, temblando levemente, de manera casi imperceptible.

-Entra.

Carlos se apartó y señaló el interior de su hogar con un ademán de cabeza, invitando al menor a que pasara, cosa que hizo sin negar. El lugar era minimalista, no tenía muchos muebles y carecía de colores vibrantes, todo era de un tono cálido. Emanuel lo observó con interés, aunque no supo por cuánto tiempo, porque de repente el castaño apareció con un saco negro en manos. Intercambiaron objetos.

Carlos fue a dejar el ramo en un jarrón que llenó con agua mientras el menor se colocaba encima la nueva capa de ropa. La textura era suave y se sentía cómodo y caliente, además de que desprendía el delicioso aroma del moreno.

-¿Entonces?- indagó el mayor, ocasionando que el de cabello índigo dejara de olfatear discretamente su saco para que le mirase-. ¿Qué es todo esto?

-Ahm...- Emanuel se encogió en su sitio, avergonzado-. ¿Una cita?

-¿Hm?

-Yo... Es una cita, pero es algo especial. Quería hacer algo único... ¿Fue demasiado? Debes creer que es ridículo...

Comenzó a mirar sus manos con nerviosismo, incapaz de clavar sus ojos claros en los avellana del mayor. Escuchó pasos que se aproximaban hacia él y lo que ocurrió poco después fue que unas manos le tomaron el rostro por las mejillas, obligándolo a alzarlo para que sus miradas se encontraran y sus labios se rozaran. Emanuel enrojeció por completo.

-¿A dónde iremos? -quiso saber el castaño, apartándose y actuando con normalidad aunque se apenaba de su comportamiento.

-Ahm... -Emanuel se perdió en la sensación que se había quedado en sus labios aun después de que el Omega se apartara; parecía algo distraído-. Es una sorpresa.

-¿Debería cambiar mi ropa?- se señaló de arriba a abajo, mostrando sus pantalones caqui, un jumper gris y unos zapatos cafés.

-No. Así estás bien.

-De acuerdo. Solo iré por una chamarra.

El menor asintió, entendiendo. Carlos se retiró a su pieza para ir por la prenda mencionada y, una vez la encontró y se la puso, se marcharon de la casa. Anduvieron un rato por las calles, tomados de la mano; el moreno no sabía a dónde se dirigían, pero la verdad es que no le importaba mucho. Si era algo que el peli-azul había planeado, tenía que ser algo bueno. Es decir, no es que Emanuel lo fuese a llevar a un mercado negro de órganos a venderlo.

Luego de unos minutos, llegaron a su primer destino. El menor entendía que el moreno no era alguien que gustaba de ir a bares o lugares concurridos, tampoco gustaba de fiestas o cosas de ese estilo. Él prefería los lugares culturales, la comida con toque casero, los parques naturales, etc. Por eso estaban ahí, comprando el boleto que les permitiría entrar al museo de máscaras. Emanuel estaba algo nervioso, no dejaba de estrujar las mangas del saco, pensando que quizás a Carlos no le gustaría la idea. Entraron, y comenzaron a pasearse por todo el recinto, admirando las exposiciones con asombro e interés, guardando silencio y manteniéndose juntos. El menor se sorprendió de si mismo cuando se halló disfrutando de las historias que venían escritas al lado de las máscaras, colgando en laminas de la pared.

En un parpadeo, ya se encontraban fuera del museo, incapaces de creer que se les habían ido dos horas en aquel lugar. A continuación, Emanuel llevó al moreno a otro sitio; el restaurante era cómodo y elegante, pero la comida era deliciosa y algo hogareña. Estuvieron conversando mientras engullían sus alimentos, olvidándose por completo de todo lo demás. La noche cayó en un santiamén, tiñendo todo con las luces de la ciudad y nublando las estrellas del cielo. Luego de pagar la cuenta y salir del restaurante, comenzaron a andar sin rumbo alguno, sintiendo el frío en sus mejillas y la calidez de ir acompañados. Se pasearon por la plaza principal, que a esas horas estaba bien iluminada y algo abandonada por las personas, dejando que ambos caminaran con tranquilidad. Carlos se fijo que Emanuel iba pisando con cuidado los cuadros, evitando las rayas de manera disimulada, como un niño pequeño. El menor sabía que el moreno se había dado cuenta y agradecía que él no dijera nada. Le parecía extraño que alguien tan inteligente, reservado, maduro y responsable, estuviese con alguien tan infantil como él. Era tan raro, pero lo amaba. Amaba lo centrado que era cuando cumplía un deber. Que se tronara los dedos con nerviosismo y ansiedad. Su actitud neutra y de cabeza fría para pensar en sus decisiones. Carlos era una persona realmente increíble.

Se detuvo y observó el perfil del moreno que admiraba la arquitectura colonial de la plaza, decorada con una fuente en el centro.

-Te amo.

Los ojos avellana del mayor se clavaron en los aquamarina del otro muchacho quien estaba impresionado por lo que había soltado en un suspiro. Sin querer había dicho cosas que quizás pondrían incómodo a Carlos. El rostro de Emanuel se pintó de un rojo escarlata mientras se encogía en su sitio con vergüenza.

-Y-yo...- casi tembló el menor.

-También te amo- dijo el moreno, causando que el contrario se pusiera de piedra-. No mueras, por favor.

-Siento que me va a dar un ataque al corazón. Va demasiado rápido.

Carlos sonrió ligeramente, viendo como el menor se agarraba el pecho como si fuese a tener una crisis de ansiedad o algo por el estilo. Se le acercó un poco, no sabiendo con exactitud que hacer.

-Hey...- le llamó el mayor, ocasionando que sus miradas se volvieran a encontrar. Se comenzó a tronar los dedos con nervios y se aclaró la garganta-. Nosotros... Podrías... Podrías marcarme... Ya sabes...

Los ojos de Emanuel se abrieron con sorpresa y comenzó a entrar en pánico. Entonces Carlos realmente comenzó a preocuparse con que el menor fuese a tener un desmayo o algo por el estilo con tantas cosas que estaban sucediendo.

-Santo Olimpo... ¿Hablas en serio?- indagó el peliazul, casi hiperventilando.

-¿Alguna ves he mentido o bromeado? -el menor negó con la cabeza lentamente-. Es más que verdad.

Un silencio se asentó entre ambos mientras se miraban con fijeza, como discutiendo con ellos mismos.

-Vamos a mi departamento.

***

-¡Scott!

El muchacho se detuvo a medio camino hacia la salida de la universidad, girándose a ver a quien había clamado su nombre y observando a la joven que se acercaba a trote.

-¿Qué pasa?- preguntó el pelinegro una vez tuvo a la chica frente a él.

-Sabes. Es que hoy tengo casa sola y pensé que quizás te gustaría ir- dijo, con voz insinuante y una sonrisilla coqueta.

-Oh.

Sabía lo que eso significaba, lo comprendía perfectamente, pero la verdad era que no tenía ganas de sexo con aquella chica, ni con ninguna. Pensó en Victor, sin querer, y sonrió.

-Lo siento- dijo el chico-. Hoy no tengo ganas. Será para otra ocasión.

Entonces se marchó, dejando completamente confundida a la muchacha que le miró como si fuese un ser extraño y desconocido de otro planeta. ¿Acaso el pelinegro se sentía bien? Es que nunca rechazaba la oportunidad de tener sexo. Algo estaba pasando con él.

Inconscientemente, Scott buscó el móvil en los bolsillos de su pantalón y, cuando lo tuvo entre sus dedos, buscó el contacto del peliverde. Quería invitarlo a una fiesta que habría esa noche, pero lo descartó en cuanto recordó que él no gustaba de esas cosas. Con una mueca en los labios, pensó que quizás podrían ir al cine o a comer algo, así que, sin dudar, marcó el número de Victor.

-¡Oye!- exclamó el menor en cuanto el contrario contestó -. ¿Qué tal si salimos? Estaba pensando que podríamos ir a comer pizza hecha en horno de piedra y luego ir a ver una película. Puedes escogerla. ¿Qué dices?

-Lo siento, pero no- respondió, con la voz gangosa y nasal-. Scott, me siento realmente mal. Estoy bastante enfermo así que prefiero quedarme en casa por hoy.

-¿Qué? ¿Qué tienes?

-Una gripe- tosió un poco, alejandose el teléfono para no llenarlo de gérmenes -. Estaré bien luego de descansar y tomar el medicamento.

-Voy para allá.

-Scott, no...

Y colgó. Su lado protector, que existía muy en el fondo de su ser, salió a relucir. Estaba angustiado por su Omega. Sí, porque ya lo había aceptado y no se sentía como él había esperado. Se sentía bien el saber que él era su destinado. ¿Aun le importaba que fuera un chico en vez de una chica? La verdad es que trataba de no pensar en ello.

Pasó por otros lugares antes de llegar a la puerta del departamento del de ojos esmeralda. Llamó y esperó unos segundos, con las manos llenas de cosas. Victor abrió, con cara demacrada, lucía pálido de manera enfermiza y sudaba copiosamente. Le miró extrañado.

-He venido a cuidarte - dijo el de ojos púrpura, sonriendo con todos los dientes.

El de pelo verde no dijo nada, mas se hizo a un lado para dejarlo pasar. Fueron a la cocina, donde Scott desperdigó los objetos que traía sobre la mesa; una caja de pizza grande de pepperoni, cajas de té de diferentes sabores, compresas frías y medicamentos.

-¿Qué té quieres? - indagó el menor, tomando las cajas y mirando los sabores-. Escuché que el té de limón y miel es bueno para los resfriados. O quizás de menta para que se te descongestionen la nariz y los pulmones.

-El de limón y miel está bien- respondió el moreno, con lentitud.

-Bien. Vete a la cama-ordenó el chico de piel bronceada, empujando al otro muchacho para que se retirara a su pieza-. Yo me encargo de todo.

El peli-verde aceptó, confundido. Se regresó a la cama, donde se cobijo hasta el pecho, mirando el techo y escuchando al menor en la otra parte del apartamento. Poco después, Scott apareció con las compresas en la mano, un termómetro y los medicamentos. Se sentó en el borde de la cama y dejó todo sobre el buró. Tomó el termómetro y lo agitó un par de veces antes de indicarle al mayor que alzara el brazo para ponerlo en su axila.

-¿Qué te tomaste?- preguntó mientras esperaba que el aparatito midiera la temperatura del más alto.

-Un medicamento que tenía desde hace tiempo. Aunque no ha funcionado.

-¿Probamos con esta marca?- indagó, mostrando la caja de color rojo con diseños en amarillo.

-Uhm... Sí. Está bien. Podría funcionar.

-¿Quieres agua?

-No. Puedo tomarlas así.

Scott asintió, sacando la pastillita azul de la caja y dándosela al enfermo quien la tragó sin problema. Luego, le quitó el termómetro y observó el resultado.

-Treinta y ocho grados- dijo el pelinegro, no muy contento con aquello-. Tienes fiebre. Te pondré una compresa fría para que baje.

El menor sacó una de ellas de su empaque y se la colocó al adverso en la frente. Victor lo agradeció, porque se sentía jodidamente bien pues se asfixiaba del calor que sentía por culpa del resfriado.

-Listo. Iré por el té y la pizza.

Scott se levantó y salió de la habitación. Luego de unos minutos, regresó con un plato lleno de pizza y una taza humeante de té. El moreno se incorporó, procurando que la compresa no resbalara de su cara, y recibió lo que el menor traía.

-¿Quieres algo más? ¿Cómo te sientes?

Victor tragó el bocado de pizza y miró directo a los orbes del menor.

-¿Por qué haces esto?- preguntó, incrédulo y frunciendo las cejas-. No tienes ninguna obligación aquí. No estás obligado a cuidarme ni nada de eso.

-Pero... Quiero hacerlo.

-¿Por qué? ¿Qué ganas con ello?

Scott desvió el rostro, pensando. Se pasó la mano por los labios, arrugando el entrecejo y suspirando ligeramente.

-Porque me preocupo por ti- dijo, mirando nuevamente a los ojos esmeraldas-. Porque quiero que estés bien y... Y quiero cuidarte y encargarme de que nada te falte... Y...

-Suenas como un Alfa reclamando a su Omega...

El menor abrió ligeramente los ojos, sorprendido. Victor suspiró cansinamente.

-No tienes que hacerlo solo porque somos destinados...

-No lo hago por eso. Es en lo último que pienso. Realmente quiero cuidarte, Victor.

El mayor dejó de mirar los ojos púrpuras del mayor, acongojado. Scott se acercó un poco más al aludido, ocasionando que él alzara un poco el rostro para observarle. Los ojos esmeralda se abrieron asombrados cuando sintió que los labios del menor se posaban en los suyos con delicadeza.

-Te pasaré el resfriado- musitó Victor una vez se separaron.

-No me importa- dijo, y volvió a besarlo.

Se acabó :B espero este AU les haya gustado. Gracias por leer, comentar y votar.

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