Love

—¡Traje un regalo de Francia! — exclamó la joven bronceada mientras alzaba una bolsa de regalo en una de sus manos.

El joven de cabellos verdes le miró desde su silla de escritorio, alzando ambas cejas de manera inquisitiva mientras movía un lápiz entre sus dedos.

—¿Puedo verlo?

—¡Esperaba que lo preguntaras!

Sagitario estaba demasiado emocionada, pero Virgo dijo nada al respecto pues ya se había acostumbrado a aquello. Lo que le pareció raro fue que ella, en vez de entregarle la bolsa de decoraciones rosas y flores, se metió en el baño durante un largo rato. El signo tierra se quedó en su sitio, dejando el lápiz sobre el escritorio donde rodó hasta detenerse contra la laptop. Esperó pacientemente mientras guardaba el documento que estaba escribiendo en el computador, escuchando poco después la puerta del baño que se abría con energía al igual que la voz vibrante de Sagitario que gritaba:

—¡Mira!

Apartó la mirada esmeralda de la pantalla y se dio la vuelta para fijarse en la bronceada, ahogándose con su propia saliva de manera inmediata y abriendo los párpados con sorpresa. Sus mejillas morenas se sonrojaron notoriamente y un temblor apareció en su cuerpo. Una de sus manos pronto se alzó para cubrir sus pupilas y dejar de observar a la pelinegra que portaba únicamente un conjunto de lencería fina.

—¿Qué diantres traes encima?— su voz tambaleó un poco—. ¿Estás loca?

—¿Está feo? ¿No te gustó? — preguntó ella con un mohín fingido—. ¿Se ve mal en rojo? Tengo piel un poco oscura así que pensé que un color claro o brillante sería mejor que un tono negro. No me gustaban los púrpuras que había y verdes casi no encontré.

—Ese no es el problema. ¿Por qué lo traes?

—Pues pensé que estaría bien.

—Eso no es un regalo.

—¡Lo es! Un regalo para ti y para mí.

—No. Ve y vístete, Sagitario.

Escuchó los pasos descalzos de la signo fuego que se acercaban lentamente hasta donde estaba. Virgo no retiró la mano de su rostro y solo atinó a tragar saliva con fuerza, nervioso. Temía las cosas que Sagitario pudiera hacer.

Percibió el calor que despedía de la joven pelinegra que estaba justo frente suyo. Sintió una mano firme y callosa sujetar su muñeca para, con fuerza, retirarla de sus párpados. Virgo era muchísimo más débil que la signo fuego y fue difícil para él resistirse.

—Realmente me voy a enojar si sigues así—sentenció ella—. Aunque sea échale un vistazo.

Suspiró largamente y cedió. Sus pestañas oscuras subieron hasta que fue capaz de mirar a su alrededor, sin embargo, lo único con lo que se topó fue con Sagitario. La chica de ojos púrpuras tenía el cabello oscuro completamente hacia un lado, su cuerpo esbelto y bronceado estaba cubierto por la lencería roja. Se veía un poco extravagante, con un par de cordones rodeándole cada muslo, la pantaleta tenía encaje y tirantes que rodeaban su cadera por los costados, el sostén era también decorado, con copas de color negro y un collar que emergía entre ellas como gargantilla.

O sea, era bonito y se le veía jodidamente bien, pero Virgo se avergonzaba inmensamente de pensar esas cosas y las mejillas se le tornaban tan rojas como la prenda.

—Ah— vociferó ella con una sonrisa traviesa e inclinándose hacia él—. ¿Ves que sí te gustó?

—No es así.

—¿No?— inquirió Sagitario, trepando una rodilla sobre la silla y ocasionando que Virgo aguantara la respiración—. Si me miras a los ojos y me dices eso te creeré.

El muchacho había estado con la vista fija en un punto lejos de ella, concentrándose en las cosas sobre su escritorio.

—Virgo...— cantó la pelinegra, buscando la atención del otro—. ¿Se vería mejor en blanco? Puedo pedirlo en ese estilo, pero demorará en llegar. O, ¿me veo fea?

—Eres una desvergonzada.

—Eso no es lo que pregunté, pero tienes razón. ¿Qué importa? Eres mi novio, ¿no? Puedo enseñarte este tipo de cosas. ¿Realmente esperas hasta el matrimonio para dejar de ser virgen? Hey, ¿no dices que es de mala educación evitar el contacto visual con alguien cuando te habla? Mírame.

—¿Qué hay de malo con ser virgen?

—Nada. Así como no hay nada de malo en experimentar. Oh. No me digas que tienes miedo de que te pegue una enfermedad. Me ofendes— finalmente, Virgo le miró—. Puedo disfrutar de mi sexualidad, pero responsablemente. Siempre he usado condón. Jamás me han contagiado nada, así que estás a salvo. Aunque ya no he comprado, se siente mejor sin el condón, tú no has estado con nadie más, yo ya dejé mi vida de loca y me he inyectado hormonas, estoy preparada.

—Yo no.

Sagitario le dedicó una sonrisa de lado y alzó suavemente ambas cejas antes de acercarse aún más a él y besarle. Agradecía infinitamente que estuviera sentado porque de lo contrario hubiera sido complicado el alcanzar sus labios. Se trepó por completo sobre el regazo del moreno mientras sus manos acunaban el rostro afilado de éste y sus labios danzaban contra los de él. Era un poco torpe, pero aquello le divertía y enternecía, por lo que era ella quién llevaba el control de la situación, al menos durante un rato en lo que él se acostumbraba lo suficiente para hacer lo que le placiera. Se percató que las manos delgadas de él, como de pianista, no sabían donde colocarse, así que las tomó y las acomodó contra su piel, dejándolas en su diminuta cintura desnuda y de textura firme. Le temblaban ligeramente los dedos y aquello le provocó una suave risa a la signo fuego, lo suficientemente alta como para que el peliverde frunciera las pobladas cejas que tenía.

Tomó la camisa de Virgo por el cuello y jaló a la par que ella misma se hacía hacia atrás un poco, para separarlo del respaldo de la silla y poder así retirarle la prenda superior que terminó aventando a alguna parte desconocida de la habitación. Sagitario sintió las manos que se aferraban a su cuerpo para evitar que se cayera de espaldas, aunque no era tan descuidada como para dejar que pasara eso.

Alejó sus labios de los del contrario y sus manos se posaron en el pecho masculino para comenzar a descender lentamente, provocando escalofríos en el dueño de éste que miraba la sonrisa traviesa que adornaba el rostro de ella.

—No estés nervioso. La vamos a pasar bien— dijo con voz seductora mientras sus dedos viajaban por su delgado cuerpo hasta detenerse en el borde del pantalón negro. Se inclinó más hasta rozar sus labios con la oreja del signo tierra—. Pero si quieres parar de verdad, dime.

Un quejido se ahogó a mitad de camino en la garganta de Virgo cuando las hábiles manos de Sagitario tocaron, por encima de la ropa, su virilidad. Había sido algo muy sutil aún, pero lo había sentido como una cosa impresionante. Cerró los ojos con fuerza y trató de regular su respiración que de a poco comenzaba a agitarse como si hubiera corrido un maratón. La pelinegra masajeó aquella zona con sumo cuidado, aún sin retirar las capas de ropa que alejaban su piel de la del peliverde; de todos modos, no tenía prisa y lo que menos quería hacer era asustar a su novio.

Virgo no sabía que era peor, abrir los ojos y ver lo que hacía la signo fuego o cerrarlos y sentir todo de manera amplificada por mil.

—¿Así está bien?— indagó ella.

Trató de decir algo, lo que fuera, desde una palabra para que se detuviera o una afirmación, pero de su boca solo salió un jadeó ronco muy bajito que le avergonzó al punto de hacer sus orejas enrojecer. Sagitario rió un momento antes de acercar sus labios al cuello moreno para comenzar a besarlo, lamerlo y morderlo, sintiendo el bombeo desenfrenado que producía el corazón del otro. Bajó lentamente la cremallera del pantalón y Virgo se sorprendió de lo desesperado que se sentía porque ese simple acto terminara de una vez, como si estuviera impaciente de lo que seguía a continuación.

—Ayudame.

Ni siquiera hizo falta que le explicara el qué. El moreno pronto apoyó a la bronceada con sus pantalones y ropa interior, quitándose ésta en tiempo récord y dejándola sobre el suelo del cuarto de manera descuidada nada común en él. Sagitario volvió a su labor de masajear aquel apéndice con las manos mientras permanecía con la vista fija en el rostro del contrario que había perdido cualquier rastro de frialdad; sus mejillas estaban encendidas y su nariz junto a sus cejas estaban fruncidas, sus labios delgados permanecían entre abiertos sutilmente y sus ojos brillantes como dos luciérnagas estaban llenos de algo que nunca antes había visto. Aquello se sentía bien de una manera que no se había imaginado; pensaba que eran exageraciones de la gente.

—¿No te alegra que sea una desvergonzada?

Otro quejido salió de la boca de Virgo cuando el pulgar de ella rozó y presionó la punta, impidiéndole responder, aunque tampoco es que tuviera mucho que decir; su cerebro comenzaba a freírse lentamente por el calor inconmensurable.

Luego de un rato así, la de ojos púrpuras le soltó y aquello provocó que sus miradas se encontraran en silencio por unos segundos.

—Te toca desvestirme— dijo ella, llevándose las manos a las pantis para jalar de los cordones que le rodeaban y enfatizar su punto.

Su sonrisa llena de diversión, encanto y lujuria seguía fija en su rostro, pero a Virgo aquello más que molestarle le estaba gustando. Sin embargo, no sabía qué hacer o cómo hacerlo. ¡Era un virgen! Ni siquiera un faje (manoseo) había tenido en toda su vida. Sagitario era su primera experiencia. Al ver lo perdido que el moreno le miraba, recuperando el aire, tomó sus manos que aún descansaban en su cintura y las invitó a moverse por donde pudieran.

—Puedes tocar donde quieras— hablaba ella con voz sedosa mientras una de las manos del contrario la llevaba a su mejilla y la adeversa la colocaba en sus anchas caderas y muslos—. Ya te digo yo dónde me gusta más. Aunque puedes hacer lo que se te plazca, en realidad.

Virgo dijo nada y bajó la mano derecha hacia el cuello de ella para jalarla hacía él y volver a besarla, tomándose su tiempo para que sus labios se acariciaran. Los brazos de ella se enrollaron en el cuello de él y sus dedos empezaron a jugar distraídamente con los largos cabellos lacios y verdes que de un momento a otro dejaron de ser sujetos por la liga que se perdió en la infinidad del universo. La mano izquierda morena empezó a tantear su recorrido, aún tímida y algo temblorosa, jalando y moviendo los tirantes del muslo y las caderas y acariciando suavemente la piel bronceada a su paso. Sentía los músculos firmes de la signo fuego y las cicatrices que los adornaban. La pelinegra se sentía cálida y agradable bajo sus yemas y contra sus labios.

Los dedos largos pasaron por debajo de las correas y se dirigieron a la parte trasera de Sagitario. En un movimiento veloz, mientras se arriesgaba a dejar besos en el cuello y hombros de ella, desabrochó la gargantilla que cayó contra el sujetador. Los jadeos suaves y pausados que salían de boca de la bronceada llegaban hasta los oídos del moreno que más que disgustarle le animaban a continuar. Aquello era muy raro.

—Virgo— musitó Sagitario, alargando la "o" al final y tomando la mano del aludido en sus posaderas para llevarla a la parte interna de sus muslos—. Aquí. Junto a la ingle.

Tocó dudoso donde le decía, pellizcando y masajeando con cuidado.

—¿Así?— preguntó él y ella asintió efusivamente a la par que soltaba un gemidito.

Su mano derecha descendió hasta toparse con los ganchitos del sujetador que, con dificultades, logró desenlasar, permitiéndole recorrer la espléndida espalda de ella de arriba a bajo, de un lado al otro, con total libertad. Virgo se aventuraba a besar aquí y allá mientras sus manos rozaban cariñosamente la piel de Sagitario; a pesar de lo experimentada que era, no quería que pasara un mal rato y tampoco deseaba lastimarla por algún descuido. De todos modos, si él se equivocaba seguro que no dudaría en decirle de inmediato.

Acarició los pechos de la pelinegra con cierto agobio porque jamás había tocado a alguien en aquella zona y le daba algo de vergüenza incluso si tenía su permiso para hacerlo; no tenía un busto prominente, debía admitir, pero estaba proporcional desde la perspectiva del peliverde. Más gemidos eran proferidos por Sagitario junto a jadeos bajitos y Virgo solo lograba tragar con dificultad, aún nervioso.

—Ya. Espera.

Se detuvo y alejó las manos de ella. La vio bajarse de su regazo y quitarse el conjunto, todo con prisas antes de volverse a trepar encima suyo como si estuviera impaciente. Ya entonces Sagitario se pegó más a él, empujando su pelvis que irremediablemente rozó el miembro de Virgo el cual, anonadado, gruñó por lo bajo y le sujetó, inconsciente, las caderas.

—No te preocupes— la pelinegra se alzó un poco para alinearse con la erección—. Todo va a estar bien, ¿sí?

El rostro de Virgo demostraba todo menos calma y tranquilidad en esos momentos. La imagen frente a sus pupilas era una cosa que en cualquier instante le provocaría un paro cardíaco; Sagitario, aún trepada, se ayudó con una mano a dirigir el miembro a su entrada mientras la otra se sujetaba del respaldo de la silla. Resoplidos emergían de la nariz del peliverde que, apenado y nervioso a más no poder, se cubrió el rostro enrojecido con ambas manos. Sintió algo rozar con la punta de su virilidad que poco después se convirtió en algo cálido y resbaladizo que envolvía todo el volumen de éste.

Respirando como le era posible, mantuvo su cara cubierta hasta que la pelinegra le tomó ambas manos y las apartó, haciendo que sus orbes púrpuras destellantes se encontraran con la verdes.

—¿No crees que es muy tarde para apenarte?— indagó ella con ligera diversión, sujetando la barbilla del otro cuidadosamente con una mano para alzarle su rostro y que se enfrentara mejor con el suyo—. ¿Estás bien? Puedo parar si eso deseas. Aunque dudo mucho que sea así.

Vio como el moreno tragaba difícilmente, haciendo que su manzana de Adán, gruesa, subiera y bajará lentamente, generando un sonido curioso. Podía oír la respiración agitada de su novio y era consciente del brillo en su mirada diferente al normal; parecía que ahí habían cientos de estrellas y seguro que se debía a lo bien que se sentía. Enternecida y emocionada, soltó unas risas que provocaron en el contrario un bufido a la par que sujetaba sus brazos con ambas manos y cerraba fuertemente los ojos.

—No te muevas— pidió Virgo con voz muchísimo más ronca y profunda antes de soltar un pequeño jadeo.

—Ah, ¿te vas a venir? Eso es rápido. Quiero decir, lo siento. Sé lo mucho que a los hombres les afecta terminar tan pronto. Bueno, es tu primera vez, así que me lo esperaría, no pasa nada. Además, tenemos todo el tiempo del mundo para hacer todo tipo de cosas. No ahora, quizás, pero en diferentes ocasiones.

—Eres... Una pervertida.

Sagitario se estremeció al escuchar la forma en que el otro hablaba y la manera tan intensa con la que sus ojos verdes le miraban, encendiendo aún más la chispa dentro suyo. Le prendía ver ese lado agresivo y expresivo del contrario, sintiendo cómo le comía con los ojos y cómo era ella quién provocaba esas ansias en él. En un acto reflejo, se contrajo por solo un segundo, pero aquello fue suficiente para que Virgo volviera a resoplar y le apretara un poco más los brazos bronceados.

—No te hagas el Santo— su voz sonaba un poco forzada mientras hablaba sonriendo y se llevaba una mano a los labios de manera atrevida—. ¿Me juras por tu padre que nunca has fantaseado con algo así?

—Tal vez...

—¿Con quién?— el peliverde negó con un movimiento de cabeza; generalmente eran personas que su imaginación creaba—. ¿No lo has hecho conmigo?

La signo fuego acercó sus labios a los del contrario. Su atención viajaba de éstos a los orbes esmeraldas del signo tierra que parecía estar haciendo lo mismo con ella; como si estuvieran viendo una exquisitez.

—Después de empezar a salir...

—Oh. ¿Qué tal? ¿La realidad es mejor que la expectativa?

—Hablas mucho como para estar en una situación así, Sagitario.

—Si quieres comienzo a moverme...

Amenazó, a penas alzando un poco sus caderas, sin embargo, con un movimiento brusco Virgo la hizo descender nuevamente con ambas manos aun aferrándose a sus fuertes brazos. Un gemido de la chica se mezcló con el gruñido del peliverde.

—Disculpa— susurró él—. No quise ser bruto...

Los brazos bronceados se liberaron para enrollarse en el cuello moreno. Sagitario se inclinó hacia adelante, jadeando y empezando un vaivén lento con las caderas que subían y bajaban de manera tortuosa para Virgo.

—Por mí está bien— suspiró, sintiendo el agarre firme del otro en su cintura y viendo como su rostro expresaba su deseo de aferrarse aún a su castidad—. Me encanta incluso si me estampas contra la cama y me coges hasta que no pueda hablar.

Aquello sonaba a una idea parcialmente desagradable, por lo que meneó su cabeza con fervor para negar la sugerencia, aunque lentamente le hallaba el lado tentador. Sentía como todo el cuerpo le hormigueaba y se estremecía con cada movimiento que hacía la pelinegra, haciendo que se volviera cada vez más estúpido.

—Descarada— gruñía Virgo con su afilada mirada aún fija en Sagitario—. No puedo creer... Hasta donde llega tu lujuria...

Satisfecha y aún más excitada, la pelinegra continuó con su labor.

—Sí...— alcanzaba a decir entre gemidos y llantos de placer, con las mejillas un poco rojas y los ojos acuosos—. Soy muy depravada...

—Te pedí que no te movieras— trató de ignorar lo dicho por ella, pues era algo tan desvergonzado que mejor borrarlo de su memoria.

—Pero si ya dejé de hacerlo... Eres tú quién se mueve... Virgo...

Algo similar a un rugido salió de los labios del aludido que, rendido, dejó caer su frente contra el hombro de la signo fuego. Oír su nombre en su lengua materna había causado un no-sé-qué dentro suyo que más que ser repugnante le había provocado inmenso calor. Inconscientemente se removió en su asiento aún meciendo su pelvis contra la de Sagitario que, de pronto, soltó un largo y alto gemido a la par que sus dedos se contrajeron un poco sobre la espalda del otro.

—¡Ahí! Virgo... Ahí. Otra vez—el mencionado alzó la cara para toparse con el rostro y la voz suplicante de ella. Sus orbes púrpuras habían adquirido un tono más oscuro y su gesto era endemoniadamente atractivo que le invitaba a seguir pecando—. Otra vez, otra vez. Por favor. Justo así...

Incapaz de negarse, sucumbiendo a la situación, el signo tierra obedeció y buscó repetir lo que había hecho segundos atrás, consiguiéndolo luego de un par de intentos y concentrándose en seguir aquel patrón. Uno de sus brazos se encontraba alrededor de la cintura de Sagitario mientras la mano contraria sujetaba uno de los muslos de ésta y su frente casi rozaba la piel tersa del hombro. La pelinegra, en cambio, arañaba un poco la espalda delgada y esbelta de su novio, encorvandose hacia atrás un poco y echando la cabeza en la misma dirección.

Negó con un movimiento de cabeza y se apartó lo suficiente para tomar el rostro varonil de Virgo con ambas manos, cuya respiración era tan superficial que ya no solo parecía que había corrido un maratón sino que había hecho un triatlón o algo así. Le volvió a besar entre suspiros, gemidos, gruñidos y bufidos que se mezclaban entre sí en tonos diferentes. En cierto punto, Sagitario ya fue incapaz de hacer otra cosa que no fuera jadear y gemir reiteradas veces en cortos períodos de tiempo, aferrándose a los hombros menudos del signo tierra que por un segundo pensó que comenzaría a hiperventilar.

Virgo sintió una opresión en su zona baja que se hacía más notoria conforme pasaban los segundos y se percató que su novia estaba temblando de manera ligera hasta que, finalmente, ella dejó salir un largo y sonoro soplo de aire con un rostro lleno de satisfacción mientras se contraía alrededor del apéndice ajeno. Había procurado no ser brusco, pero en ese momento no le importó mucho y su mano se ciñó con fuerza en la piel bronceada del muslo contrario, hundiendo sus dedos y aclarando sus nudillos a la par que su brazo contrario se aferraba posesivamente en la cintura de ella.

Un cosquilleo placentero emergió desde su vientre y subió hasta acalorar su cabeza. Inmediatamente terminó, jadeando cansado y buscando atrapar la mayor cantidad de aire posible para sus pobres pulmones que se resentían del esfuerzo. Se sentía sudoroso, pegajoso y con una temperatura corporal elevada que le causó cierto mareo.

Ambos se quedaron quietos durante largos minutos, acompasando sus respiraciones y recuperando las fuerzas mientras seguían sujetos al otro. Poco después, la pelinegra se removió y se apartó para mirar el rostro del adverso que parecía estar recobrando la compostura.

—¿Qué piensas?— los ojos verdes, que comenzaban a conseguir ese aire sereno y taciturno, se clavaron en los púrpuras—. ¿Diez de diez? ¿Te ha gustado?

—Pienso que quiero un baño.

Un puchero se formó en los labios finos de Sagitario que no desapareció ni siquiera cuando Virgo le dio un golpe suave en la pierna para que se quitara de encima. En cambio, volvió a abrazar por el cuello al mayor y le miró como un cachorrito triste haría, ocasionando que una mueca de claro enfado apareciera en el rostro de éste.

—Sagitario. Ya bájate— ordenó, aunque su voz sonaba calma como siempre. Sus ojos verdes se habían clavado en el teclado de su computador, sintiendo terrible pena por las circunstancias en las que se hallaba—. Quiero un baño.

La mencionada soltó un bufido por la nariz para proceder a golpearle en el brazo con la fuerza suficiente como para que se quejara y le mirara interrogante. Virgo se sorprendió un poco de ver la cara de genuina molestia que se dibujaba en la bronceada cara de la signo fuego, cuyos ojos habían recuperado su claridad.

—Se dice gracias, cerda mal agradecida.

Dicho eso, se retiró pronta y eficazmente del contrario para luego tomar la playera blanca de éste que había dado a parar junto al pie de la cama; le quedaba apenas justa de lo ancho mientras que de lo largo llegaba a sobrepasar la mitad de su muslo. Con aires llenos de berrinche, Sagitario recogió el conjunto de lencería que estaba desparramado sobre el suelo y se lo enrolló en uno de los brazos. Por otro lado, Virgo se quedó un eterno segundo mirándole en silencio, estupefacto, y se levantó de un salto de su sitio cuando recuperó la noción del tiempo y el espacio para colocarse la ropa interior que descansaba sobre sus zapatos deportivos. Se acercó a la signo fuego cuyas cejas oscuras estaban fruncidas y su labio inferior continuaba formando un puchero. Le tomó gentilmente uno de los brazos para llamar su atención, lograndolo; los ojos púrpuras de ella le fulminaron.

—¿Por qué te has enojado?— preguntó él.

—Pensé que tu virginidad y castidad eran muy importantes para ti. Ahora ya no las tienes y actúas como si nada.

—¿Querías que me enojara?

—No— Sagitario negó con la cabeza y se apartó de la mano delgada—. Traté de que te lo pasaras bien. Que fuera un buen recuerdo. Un buen momento. Me pongo romántica y tú te pones mamón. Al menos si no te gustó podrías decirme.

Virgo suspiró de manera derrotada antes de seguir a la contraria hacia el baño del cuarto. Ahí, sobre el lavabo, estaba la bolsa de regalo con la ropa de calle de la pelinegra mientras que los zapatos estaban desparramados junto al cesto de la ropa sucia.

—Sagitario— la aludida respondió con un "Mhm" tajante a la par que metía la prenda roja en la bolsa con cierta agresividad—. Por supuesto. Tienes razón. Por eso no la perdí con cualquiera.

Los hombros de la menor bajaron como si se hubiera tranquilizado un poco con solo aquella pequeña explicación, pero no se giró a mirarlo inmediatamente si no que aguardó un momento antes de hacerlo. Sus orbes púrpuras no se veían tan molestos como en instantes anteriores. Notó el ligero sonrojo que adornaba las mejillas morenas del signo tierra que miraba tímidamente el par de zapatos de talla más pequeña que la propia tirados de manera tan desarreglada.

—¿No soy cualquiera?— aventuró a decir, medio bromeando y medio hablando en serio.

Virgo no respondió, fingiendo distracción con el calzado y pasándose la mano por sus verdes cabellos.

Virgo.

Mh... No...— el rojo se avivó en sus mofletes—. Eres mi novia.

—¿Mhm? ¿Solo eso?

Verdaderamente apenado, tomó su larga melena y la pasó elegantemente hacia un costado, dejándola caer contra su hombro mientras aclaraba su garganta con fuerza.

—Llevaba más de tres mil años sin una pareja romántica ni sexual— su voz salía un poco temblorosa—. Jamás nadie me interesó... No a tal punto...

Extrañamente, comenzó a balbucear mil y un cosas que Sagitario no fue capaz de comprender, pero con solo ver su postura y el gesto en su cara comprendía claramente lo que quería expresar. Las facciones de ella se suavizaron hasta que sus labios se elevaron para formar una sonrisa enternecida y divertida.

—No me convences...— soltó, actuando para parecer que meditaba, golpeándose la barbilla con el dedo índice y acercándose lentamente al muchacho que yacía bajo el umbral—. No, no. ¡Ah! Ya sé cómo puedes ganarme.

Los ojos verdes le observaron de soslayo poco antes de estirar los labios fruncidos para dejar en claro que deseaba al menos un ósculo. Virgo cubrió sus párpados con la mano derecha mientras que la izquierda se posaba contra la boquita de la pelinegra, empeorando la rojez que llegó hasta sus orejas. El nombre del moreno intentó salir congruente de la garganta de la signo fuego con tono de reproche.

—Sagitario...

La aludida le pidió que al menos le diera un besito y le sujetó la muñeca con ambas manos para hacerle cosquillas en ella. Se pasó la mano por la cabeza desde la frente hasta la nuca y giró su rostro hacia ella con pupilas temblorosas. El cabello le caía a los lados del rostro como una cascada llena de brillo y vitalidad que enmarcaba sus afiliadas y varoniles facciones. Mordió levemente su labio inferior y arrugó la nariz, pensativo. Poco después, movió su mano y la posó, dudoso, bajo el mentón de Sagitario para alzarle el rostro lo suficiente para poder tener mejor acceso. Se inclinó y posó su boca delgada contra la de ella de manera suave; la cortina de hebras verdes se partió por la mitad y cubrió tanto el rostro de él como el de Sagitario, llegando un poco más allá de la cintura de ésta última.

Iba a separarse, pero la bronceada le sujetó por el cuello con ambas manos para mantenerlo cerca y seguir besándolo con una sonrisa de por medio, ganándose un quejido del otro por tener que encorvarse para alcanzarla. Le empujó por el abdomen, no consiguiendo nada de ello por lo que recurrió a picotearle para ocasionarle cosquillas. Escuchó las risas que provenían de la pelinegra que se removía inquieta al punto en que se echó para atrás.

—¿Puedo darme mi baño ahora?— indagó el muchacho, señalando la regadera a su costado con un desinteresado ademán de mano.

—Mh... Bueno.

Sonriendo, se agachó para tomar el calzado con una mano para, posteriormente, tomar donde la lencería se encontraba y marcharse de la habitación.

—Te devuelvo la playera después, bye.

Virgo soltó una exhalación, negando con un movimiento de cabeza, rodando los ojos con diversión y sonriendo de lado de manera discreta.

👀 No pues. Qué les digo.

Les dejo este meme, porque así casi me imaginé a Virgo cuando le pregunta a Sagi que trae puesto 😂 siempre me he imaginado que Virgo nunca dice groserías y se disculpa por cositas como "mendigo", "bobo" y así

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