Locura pt.2
Estando en su trabajo, el signo de pelo plata se encuentra acomodando algunas exhibiciones nuevas que acaban de llegar esta mañana. Todo va tranquilo.
Luego de acomodar las exhibiciones, se dirige a la bodega, que se halla en la parte trasera del lugar, y deja las cajas vacías ahí. Se sacude las manos y da media vuelta, dispuesto a irse por la puerta. Apaga la luz y cierra la puerta a sus espaldas, con la mirada clavada en lo que se halla sobre el techo; pequeños dragones de diferentes colores vuelan por encima de sus cabezas. Los ignora, sabiendo que solo son producto de su imaginación, y camina por el lugar para dirigirse al recibidor. Ahí, se encuentra con sus compañeros de trabajo, hablando tranquilamente pues es hora de la comida y el lugar se encuentra casi vacio; se une a la conversación sin problemas.
Entonces comienza a oir una voz que le susurra algo al oido, aunque la verdad no se fija en lo que le dice, se limita a fingir que nada pasa, pero esta voz extraña y grave no lo deja en paz. Presta atención a sus palabras y empieza a entrar en pánico sin remedio, quizás es un episodio de paranoia porque se siente acosado al punto de sentirse realmente incómodo y asustado. Sus manos van a sus orejas y las rascan y estrujan con la intensión de acallar los susurros, evitando hacer una notoria mueca de molestia.
—Maldita sea, callate— gruñe, cerrando los ojos y lastimándose las orejas al punto de dejarlas rojas y adoloridas.
Sus compañeros lo notan y callan, mirándole con preocupación. Tratan de acercarsele y hablarle, preguntarle qué sucede, pero él no escucha.
Abre ligeramente los ojos y ve que el suelo se comienza a resquebrajar debajo de sus pies, por lo que no puede evitar asustarse pues se ve muy real. Se echa para atrás, enredandose con sus propios pies y golpeando su espalda contra la pared.
—Callate. Callate.
Odia los momentos que son así, más cuando suceden en público porque todos comienzan a mirarle raro.
De pronto siente que unas manos sujetan sus muñecas, alejando sus manos de las orejas y evitando que se dañe más. Unos brazos lo envuelven y se acurruca sin remedio contra quien sea que se encuentre junto suyo, escondiendo su rostro en el cuello del adverso. El aroma que emana le parece sumamente conocido, pero se limita a concentrarse en no oir a la voz extraña.
—No te preocupes — escucha la voz encantadora de Leo hablarle al oido, con consistencia y opacando la otra que oye en su cabeza, la cual poco a poco se va desvaneciendo—. No hay nada. Todo está en tu cabeza. Relajate.
Aprieta los párpados, obligandose a solo fijarse en la colonia del signo fuego y en las palabras que éste le dice. Poco a poco, la voz extraña se va apagando hasta extinguirse y, con miedo, abre lentamente los ojos, topándose con la piel bronceada de Leo. Aprovecha para abrazarlo con fuerza, sintiendo como sus corazones se unen por encima de sus pechos causándole un sentimiento reconfortante y de seguridad. Mueve su cabeza y descubre su rostro para mirar alrededor, viendo nada fuera de lo normal; no hay criaturas extrañas ni objetos raros ni nada, todo ha desaparecido y suelta un suspiro aliviado.
Respira ya relajado, sintiéndose mejor al sentir la cercanía del signo fuego. Aún si le cuesta hacerlo, se separa lentamente del contrario para mirarlo de frente; Leo se acomoda la capucha que le cubre la cabeza, ocultando su rostro de los demás pues realmente le incómoda que le vean. Entonces, Acuario se percata de algo sumamente extraño: Su novio está ahí, en un lugar público, fuera de su casa, rodeado de más personas.
—Oh, por Zeus, Louis, ¿qué haces aquí?— indaga el peliplata, sosteniéndolo de los brazos con suavidad.
—Yo...— suspira, embutiendo sus manos en la bolsa frontal de su sudadera color gris—. Jamás había estado en un planetario.
—¿Viniste de visita?
El signo de fuego asiente en silencio, comenzando a sentir como la demás gente se le queda mirando, provocándole incomodidad y ansiedad que se va acumulando poco a poco.
La verdad es que lo pensó desde la mañana, pero no estaba muy seguro. Se quedó durante horas sentado en el borde de su cama, viendo el armario y estrujandose los dedos, procurando no jalarse la piel de éstos. Se vistió y se dirigió hacia la puerta principal de la casa, sabiendo que tenía que ir al mundo exterior donde había gente. Eso resulta aterrador. Salió de su hogar y se subió al autobús que lo llevaría al planetario, que por desgracia tenía uno o dos pasajeros; procuró no interactuar con ninguno y se acomodó en uno de los asientos. El viaje transcurrió sin inconveniente alguno y llegó a su destino luego de veinte minutos. Se quedó frente a la puerta del planetario, dudando si entrar o no. Por un momento pensó en echarse para atrás, regresar a su zona de seguridad que era su hogar y evitarse el tener que tratar con la demás gente del mundo, pero sintió presión porque su cabeza le hacia creer que todos le miraban con repulsión, como si fuese algo asqueroso o similar, y optó por ingresar al local. Agradeció que el sitio se encontrara sin gente, exceptuando a los empleados, y se encaminó a la recepción para comprar su boleto de ingreso.
—Buenas tardes— hablaba la joven trabajadora, con una sonrisa—, ¿en que le puedo servir?
—M-me gustaría un boleto... —era una batalla titanica el que el león pudiese hablar con otro humano, tan si quiera pensarlo le causaba pavor y un ataque de ansiedad, al menos en ese momento solo estaba tartamudeando—. P-por favor.
—Por supuesto.
La joven buscó la libreta de boletos y Leo aprovechó para mirar alrededor, descubriendo que a unos pasos de ellos se encontraba Acuario, teniendo lo que parecía ser un ataque de paranoia bastante serio. Podía ver como el menor se jalaba las orejas con fuerza, cerrando los ojos fervientemente y tensandose por completo. No dudó ni un segundo para ir hasta donde él y así poder ayudarlo.
—¿Ya estás bien?— pregunta el mayor, mirando con angustia al contrario.
—Sí, sí, muchas gracias. ¿Y tú?— indaga el peli-plata, viendo como Leo se encoge en su sitio, sintiendose cada vez más asfixiado entre más personas.
—Estoy bien— asegura, comenzando a estrujarse los dedos.
Acuario sonríe enternecido por el avance de su novio; sabe que Leo realmente sufre con su fobia social y lo limita mucho. Sin más, el peliplata toma las manos del contrario y evita que se jale la piel, aunque hace años que ya no lo hace y eso es bueno pues evita lastimarse al punto de sangrar.
—¿Quieres ver el lugar? Puedo tomarme un momento y acompañarte.
El mayor asiente suavemente, dejándose guiar por Acuario que le explica a sus compañeros de trabajo que se tomará unos minutos para descansar y demás, a lo que ellos acceden asegurándole que si desea tomarse el día es libre de hacerlo.
Agarrados de la mano, comienzan a caminar por el planetario que está lo suficientemente vacío como para que Leo no se sienta desfallecer por la atención, hasta se halla tentado de quitarse por completo la capucha sobre la cabeza, pero decide no hacerlo y simplemente se dedica a observar las exhibiciones con interés, aún aferrándose a la cremosa piel de Acuario que le recuerda que está para él. El menor le explica ciertas cuestiones astronómicas y similares con cada cosa que admiran, y el signo fuego disfruta el escuchar la voz de éste narrando con tanto ánimo lo que le fascina del universo. Y no es por el tema per se, sino por la alegría que el peliplateado transmite, por ver que le gusta algo de la vida y, aún si hay cosas que no entiende, Leo se esfuerza por seguirle el paso, porque si es importante para el contrario también lo es para él.
—Me alegra que hayas venido— dice el menor, meciendo sus manos entrelazadas como un infante una vez han visto todo.
—Yo... Quería ver cómo era este lugar y también quería verte.
Los ojos turquesa del menor se clavan entonces en los amarillos del contrario, y una sonrisa se dibuja en los labios blanquecinos del primero, con dulzura.
—Me enorgullece lo que has logrado— comenta Acuario, deteniéndose para tomar las dos manos de Leo entre las suyas—. Sé que te debió ser difícil.
—He hecho peores cosas...— musita el mayor, encogiéndose de hombros y sintiéndose ligeramente incómodo por el halago—. Como cuando fui por primera vez al psiquiatra. O como cuando tengo que comprar ropa nueva. O cuando pido indicaciones en alguna tienda o similar...
—O la vez que te besé por primera vez. Estabas hiperventilando tanto que casi te desmayas. Alex por poco me rompe la nariz ese día.
—Lo siento.
El peliplateado niega con la cabeza, quitándole relevancia a la situación. En ese entonces había entrado en pánico porque temía no poder ayudar al signo fuego a respirar correctamente. La verdad es que no era la primera vez que presenciaba un ataque de ansiedad, hasta los había experimentado desde su propia perspectiva, pero se sentía asustado de dañar severamente al mayor y las vocecitas molestas dentro de su cabeza no le daban tregua, empeorando todo. Estaba al borde de ponerse a llorar, buscando calmar a Leo justo cuando Aries apareció junto a ellos, claramente alterado por ver a su hermano así y no dudando ni un segundo en echar toda la culpa en el signo aire, mas Tauro, que había hecho acto de presencia con el mayor de todos, logró hacerle entender que no era momento para regaños y que había sido un descuido de parte de Acuario. Para el toro era claro que el peliplateado no quería hacer aquello con mala intención, pero así habían pasado las cosas y en ese punto tenía que tratar con dos signos que se sumian en un ataque de ansiedad, cuyos nervios eran de papel casi de manera literal y con quiénes debía tener especial trato si no quería arruinarlo por su inestabilidad mental.
Una vez que ambos se hubiesen calmado lo suficiente, Leo aseguró a Aries que no debía enfadarse con el signo aire. Si bien el león había sucumbido al agobio inexplicable e irracional qué tal gesto había provocado a pesar de ser algo mundano y a lo cual todos parecían estar acostumbrados, debía admitir que se había sentido bastante bien de una manera que no sabía describir y hasta quería repetirlo, pero quizás no en ese exacto momento. Entre tartamudeos y jadeos, el pelinaranja explicó el por qué se debía todo aquello, diciendo que él y el signo de ojos turquesas tenían sentimientos románticos entre sí, dando inicio así a una relación.
Y ahora Leo está comenzando a normalizar los gestos cotidianos que una pareja suele compartir, como el tomarse las manos, abrazarse y, aunque aún le cuesta acostumbrarse, se esfuerza para besar al contrario, o al menos a corresponderle cuando éste lo hace, porque es pedir demasiado que el mayor inicie un ósculo. No es de extrañar que Acuario se asombre por sentir los delgados labios del signo fuego sobre los propios en este momento, acariciándose entre sí de manera casta y temblorosa gracias a los nervios que brotan del mayor.
—Lamento— musita Leo una vez se separan lo suficiente—, no ser el novio que te gustaría tener.
—No digas eso. Yo sabía a lo que me atenia cuando comencé a salir contigo. Siempre lo supe y eso nunca hizo que mis sentimientos cambiaran. Si no fueses la pareja que quisiera, ya te habría dejado desde hace mucho, y lo sabes.
—¿Aún si... No puedo tener sexo contigo?
Acuario ríe, esperando que el mayor no piense que se burla de él en sí porque sea ridículo.
—Creo que una relación de pareja tiene cosas más importantes que el sexo— dice el menor, dejando con rapidez un beso en los labios del otro—. Eso es lo de menos, Leo.
Los ojos amarillos se deleitan con la vista, apreciando la sonrisa honesta y amigable del menor, adornando sus robes turquesas con un brillo de sinceridad y amor. El gesto es tan simple, tan sencillo y cotidiano, pero tan precioso para Leo que éste atina a suspirar como atolondrado y a sonreír por igual.
—¿Y si me esperas y vamos a comer algo después? — pregunta el de cabellos plata, causando con rapidez que el contrario comience a temblar aún más acongojado de solo pensar el tener que ir a otro lado repleto de gente y, peor aún, tener que hablar con un mesero para pedir sus alimentos.
—Yo...
—Es broma. Creo que has tenido suficiente por hoy, ¿verdad? No te preocupes, te llamaré a un Uber para que vayas a casa y no tengas que usar transporte público, ¿bien? Puedo llevarte algo de comer si quieres.
Acuario observa al signo fuego, esperando una contestación de parte de él, pero no dice nada y solo atina a encogerse de hombros, temiendo dar una respuesta equivoca y mostrando indiferencia.
—¿Sí o no, verga? No hay respuestas erróneas, Leo. No me voy a enojar contigo. Yo, genuinamente, quiero saber lo que deseas.
El pelinaranja asiente y permanece en silencio durante largos instantes en donde solo abre y cierra la boca, obligándose a decir en voz alta sus anhelos.
—Tu idea me parece bien... ¿Puedes... Por favor... Comprar alitas picantes?
—Por supuesto. Compraré tus favoritas, si estás de acuerdo con eso, y serán muchas, para que te llenes hasta reventar. Estómago lleno, corazón contento.
—Gracias...
...
Piscis, sentada en una de las sillas de la cocina, lee un libro que descansa sobre la barra, abierto de par en par. Capricornio, por otro lado, se dedica a servir café en su taza de cerámica negra, viendo el fluido oscuro descendiendo desde la boquilla hasta el fondo de la vajilla, llenándola de a poco.
El vaso vuelve a ser dejado en la cafetera y el castaño se permite disfrutar el aroma que emerge de su bebida. Está a nada de llevarse el objeto a los labios para darle un sorbo, sin embargo su cuerpo tiene otros planes y, careciendo de razón o justificación, un ataque de ansiedad hace acto de presencia, tan intenso que las manos del castaño comienzan a temblar de una manera espantosa y el agarre se debilita, ocasionando que la taza resbale de sus manos y caiga con estrépito sobre el suelo.
Ve la vajilla rompiéndose en cientos de pedazos, desperdigandose por ahí junto al café que mancha las baldosas y los muebles de la cocina, escurriéndose por las puertas de las gavetas que han sido salpicadas. Y Capricornio se aferra a la encimera como si su vida dependiera de ello, porque, con un demonio, siente que es así.
La signo agua se ha girado a mirarlo tan pronto a oído el escándalo, dando un brinquito en su sitio por el susto y apresurándose a auxiliar a su pareja cuyo cuerpo ahora vibra incesantemente. Su mano se frota sobre la espalda de la cabra, en círculos, mientras sus ojos le observan con preocupación, fijándose que empieza a sudar copiosamente y que trata, con esmero, no hiperventilar. Capricornio busca distraer su mente con otras cosas, cosas bonitas, pero no parece surtir efecto y, derrotado, se vira hacia Piscis a quien se lanza a abrazar como si fuera un salvavidas.
La peliazul le acaricia el cabello y lo acurruca contra su cuerpo, afianzando su agarre en busca de consolarlo. Puede oír el respirar pesado y casi jadeante del moreno contra su cuello, donde esconde su rostro. Los brazos largos del mayor rodean con fuerza la cintura de ella, aferrándose con desespero a la tela lavanda que cubre su cuerpecito.
La cosa no parece mejorar y, por mero impulso, Piscis comienza a tararear sonatas, canciones suaves e incluso la nana que Moses hace ya años le ha enseñado. La voz suave y dulce llega hasta los oídos de Capricornio, y el sentir el latir de su novia, junto a las caricias, parece surtir efecto, comenzando a calmarle. Sus ojos se cierran, con el calor de ella abrigandole y comenzando a mecerse suavemente de un lado a otro para mejorar más la situación. Pasados unos minutos, el signo tierra ya no se siente tan mal en comparación con el principio de todo, pero permanece así, abrazado a la chica de agua, olisqueando su aroma, sintiendo sus mimos, percibiendo el comfort que ella representa en su vida. Podría quedarse así toda la eternidad, quisiera hacerlo y sabe que si se lo propusiera a Piscis aceptaría sin negar, porque ella mandaría todo por un tubo si eso significaba estar únicamente para él, si así estarían juntos los dos para siempre, sin interrupciones. Pero eso sería contraproducente, por lo que lo deja como un pensamiento y un deseo, nada más.
—¿Estás mejor?— pregunta ella, acariciando cabellos castaños por detrás de su oreja.
—Algo.
—¿Qué quieres hacer?
Capricornio no dice nada y comienza a enderezarse, sin separarse mucho de la fémina que, angustiada, le peina el cabello lejos del rostro y besa su mejilla. Los ojos avellana entonces se clavan en el desastre causado en la cocina, soltando un suspiro agotado y pasándose una mano por la frente.
—Debo limpiar esto...
—Yo puedo hacerlo. Ve a descansar al sofá. Yo arreglo aquí.
—Piscis, no tienes...
—Quiero hacerlo. Por favor.
Sabiendo que será inservible el discutir con ella, el castaño acepta y, procurando no pisar en el café o un trozo de cerámica, se dirige a la sala en cuyo sillón se recuesta, aún ligeramente inquieto. Escucha como Piscis recoge la taza rota y la desecha en la basura, posteriormente limpiando el café y pasando la escoba para asegurarse que no hay ni un pedacito de la vajilla en el suelo. Instantes después, ella aparece con una taza nueva, ahora de color azul y con mariposas, llena de café.
Piscis se sienta a la par que él se incorpora y acepta la vajilla; la fémina no demora en pegarse al moreno y éste, a su vez, solo suspira. Al fin bebe un poco del café, ligeramente satisfecho con ello y descansando su cabeza, sin dudar, en el hombro de la signo agua. El silencio que se asienta entre ellos es cómodo, siendo aprovechado por cada uno de diferente manera; Capricornio se permite pasear la mirada por ahí, deteniendo sus ojos en la taza entre sus manos solo un segundo y, después, fijándose en los pequeños y delgados dedos de su novia, notando una pequeña herida abierta en la yema del pulgar derecho.
—Te has cortado— dice él, tomando la mano de ella y mirando de más cerca la fisura sobre su piel—. Te dije que yo podía recoger todo.
—No. No. Fui un poco descuidada, pero... Lo siento. No es gran cosa.
Capricornio suspira por segunda vez, resignándose con la menor. Sus ojos dejan de observar la pequeña herida para mirar la cara de Piscis que, cohibida, le sonríe. ¿Cómo es que realmente ella es capaz de sufrir daño solo por él? Porque indudablemente no es la primera vez que algo así sucede.
La cabra, en silencio, deja la taza sobre la mesa de centro y se levanta del sofá para ir a buscar un botiquín; la pececita siguiéndole como un pollito detrás de su madre. El contenedor de objetos médicos se encuentra dentro del armario bajo la escalera, y una vez Capricornio la tiene en manos se da la vuelta, topándose con la chica de agua que está a sólo un paso de él. El signo tierra ni siquiera se asombra; cierra el armario, toma la mano de la menor y se devuelven al sofá. Ahí, el castaño extrae una bandita del botiquín y una botellita de agua oxigenada. Limpia la herida con el líquido, oyendo como Piscis sisea por el ardor, y finalmente coloca la curita sobre la abertura.
—Gracias— dice ella, en voz bajita y viendo lo bien que su novio le ha colocado la bandita.
—No hay de qué.
Y no teniendo ganas de volver a dejar todo donde antes, la cabra deposita las cosas sobre la mesa de centro, junto a su taza. Al girarse a mirar nuevamente a la menor, se percata de que ella parece desear algo. Puede ver que Piscis está a punto de hablar para pedirle lo que sea, pero está claramente insegura de hacerlo. Nada más por mera suposición, Capricornio le toma la mano dañada y deposita un besito en sus nudillos, como para ahuyentar el dolor. Ante este gesto, satisfecha, la peliazul sonríe y vuelve a agradecer.
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