La princesa y el sapo
Nota rápida antes de empezar. No todos los personajes fueron cambiados por los signos ni nada. Algunos son los originales de la película. Son más de 17 mil palabras. Me costó un poco meter el romance sin emplear las escenas de música, pues son esas las que hacen que poco a poco se enamoren del otro. En fin, espero les guste, lamento la demora.
La habitación estaba repleta de objetos tiernos, adorables, de colores pasteles, además de florecillas y decoraciones simpáticas. Emma estaba sentada sobre la alfombra peluda de color blanco junto a la jovencita apenas un año más grande que ella. Ambas escuchaban los relatos de la mujer morena que yacía acomodada en un banquillo amplio acojinado del color de las flores de durazno, decorado con hilo dorado formando plantitas bonitas.
Kaia, mientras terminaba de arreglar la tiara pequeña de cristales azules y metal brillante empleando alicates y herramientas de esa índole, narraba la historia de "El príncipe rana" con voz calmada y escueta como de costumbre.
Los ojos de la más joven se mostraban soñadores conforme se sumía en la historia que se le antojaba romántica y entrañable, a diferencia de la pequeña de cabello verde que estaba indiferente; si oía esas cosas era porque sabía que a su amiga le gustaban y tampoco le pasaba nada por complacerla.
Emma soñaba con encontrar a su príncipe e incluso estaba dispuesta a besar cuantos sapos fueran necesarios para conseguirlo, pero Valentina no compartía el mismo anhelo. Primero que nada, no es que le dieran asco los anfibios, pero no consideraba que fuera buena idea besar a alguno. Muchos podían ser dañinos.
—Es bonito el amor.
No negó ni afirmó lo que su amiga había dicho, porque ella comprendía que había diferentes formas de amar; ella amaba a sus padres y hermanos, amaba a Emma, a los animales, etc. Pero, ¿era realmente tan necesario el amor de pareja? ¿Acaso uno como individuo no tenía valor propio?
Logró observar, desde el ventanal enorme del cuarto, el cielo que se tornaba azul índigo, como el cabello de la otra menor que, de inmediato, se puso de pie, aún abrazada a uno de sus peluches con forma de cachorro, y se acercó al cristal para apreciar la primera estrella de la noche que tintineaba deslumbrantemente. Valentina le siguió poco después, con tranquilidad, y la encontró apretando fuertemente los párpados durante unos instantes.
—¿Has pedido un deseo? — indagó la mujer.
—Sí— respondió la niña, con las mejillas adquiriendo un color más rosado—. ¿No quieres desear nada, Val?
—No. Estoy bien. ¿Qué has pedido?
—Es un secreto. Si dices tu deseo en voz alta no se te cumplirá.
Le sonrió, optando por no insistir, pero podía imaginarse que era lo que la peliazul con tanto fervor había pedido a la estrella. Kaia terminó el artículo de joyería y llamó a ambas niñas que pronto se le acercaron con ojitos brillantes llenos de interés; la tiara era preciosa y bien moldeada incluso si había sido únicamente hecha a mano. La colocó en la cabecita de Emma que sonrió complacida y agradeció con voz honesta.
Unos minutos después, tras recoger sus herramientas, la mujer morena se levantó de su asiento y caminó, seguida del par de chiquillas, hacia el dueño del hogar. Luego de un intercambio ameno de palabras entre los dos adultos, siendo que Kaia recibió su pago por sus servicios, se despidieron y, luego de que las niñas prometieran que volverían a jugar en otra ocasión, se retiraron por la puerta principal de gran tamaño.
Viajaron en transporte público hasta su hogar, el cual se encontraba en un barrio de gente de tez oscura que rozaba la clase media y baja. Era diferente de la colonia de gente bien acomodada en la que vivía la familia de Emma, con sus casas enormes, jardines extensos, etc.
Avanzaron por la acera, subieron el par de escaleras en la entrada y abrieron la puerta de madera blanca que daba hacia la sala. Anunciaron su llegada mientras se dirigían a la cocina de donde habían recibido respuesta de Teo y Carlos; el mayor de los dos, de dieciocho años, estaba preparando gumbo con lo que tenía a su disposición mientras que el castaño, de catorce, ayudaba con la vajilla sucia.
—¿Qué tal les fue? — preguntó el de cabellos verde claro, mirando un instante a las dos féminas antes de regresar su atención a la olla.
—Bien. La familia Taylor es amable como siempre.
—Qué bueno. ¿Te divertiste? — Valentina asintió una sola vez, plantándose junto a él y oliendo la comida calentándose.
—¿Qué es?
—Gumbo— Teo extendió el brazo desde su sitio para tomar una cuchara de metal más pequeña que la de madera que estaba usando, y tomó un poco del alimento para dárselo a la menor—. ¿Le falta algo?
—Está bueno.
—¿Le ayudaste? — le preguntó al castaño Kaia, que ya se estaba limpiando las manos con un trapo.
—No. De haberlo hecho sabría a agua de calcetín.
—No digas eso— reprochó el más alto.
—Soy malo cocinando, no hay nada de malo en admitirlo. Tú eres el que tiene talento para ello.
—Mh, pero tú también tienes tus propios talentos— afirmó la mujer, logrando que Carlos se mostrara cohibido al respecto, y sonrió—. Gracias por ayudar en la casa.
Teo negó con un movimiento de cabeza, pero no agregó nada más. Su madre se esforzaba por cuidarlos y mantenerlos a los tres, y sabía que era agotador llegar a arreglar la casa luego de un día arduo de trabajo, pues él mismo pasaba por esas situaciones. Había terminado la preparatoria y no era común que se les permitiera entrar a la universidad que, además, era bastante cara. No, la necesidad de estabilidad económica lo había orillado a conseguir trabajo en una imprenta y, cuando arribaba a su hogar, tenía que encargarse de los menores a falta de la presencia de su madre.
Entre los dos ganaban lo justo.
Sirvió un poco de gumbo en otra olla, más pequeña, y entregó ésta al castaño, indicando que fuera con los vecinos de al lado para obsequiársela, pues tenían entendido que no les estaba yendo muy bien durante las últimas semanas y ellos podían permitirse el compartir lo conseguido con los demás.
Luego de algunos minutos, Carlos regresó y, en vez de la olla, llevaba en manos una bolsa de papel café.
—La señora Wilson me ha dado pan— dijo, colocando la bolsa sobre la mesa mientras Kaia ordenaba ésta—. Anika y Cody se emocionaron bastante. Dicen que adoran tu comida.
—Siempre tan popular— comentó Kaia, divertida.
—¿Y si pones un restaurante? — la menor de todos comentó.
—Mh. Me gustaría— la verdad era un sueño que tenía desde joven—. Cuando consiga el dinero suficiente lo haré.
—Yo te ayudaré.
—¿Sí?
—A organizarlo. Tampoco soy buena cocinando. Carlos puede llevar las cuentas.
—Eso estaría bien— la mujer miró al menor de sus hijos varones que asintió en acuerdo.
—Madre puede atender a los clientes. Solo tenemos que crecer un poco más— dijo ella, intercambiando una mirada cómplice con el castaño.
—No te preocupes por eso, Val— Teo aseguró, comenzando a servir el gumbo en los platos que descansaban sobre la mesa—. Lo importante ahora es que estudien. Ya veremos qué pasa después.
Le sonrió dulcemente, devolviéndose a la estufa donde depositó nuevamente la olla y, después, se sentó con el resto a cenar. Aunque fueran jóvenes, no eran estúpidos; Carlos y Valentina sabían perfectamente que los mayores deseaban eso, compartir una buena comida con el mundo para poder alegrarles el día y calentar sus corazones. Era un poco romántico de cierta forma, pero entendían que ambos eran personas complacientes y empáticas que casi siempre pensaban más en el prójimo que en sí mismos.
A la noche siguiente, decidiendo agotar todas las opciones posibles incluso si se trataban de cosas que se le antojaban fantasiosas, le pidió a la primera estrella de la noche, que se asomaba en el firmamento, que pudiera cumplir el sueño de su familia. Era consciente que no solo con desear las cosas iba a cumplir sus metas, sino que debía esforzarse y trabajar duro.
***
Durante la noche trabajaba en una especie de bar que también hacía función de restaurante, por lo que llegaba alrededor de las 3 de la mañana, cuando el sitio cerraba, y tenía un par de horas para dormir en lo que llegaba la hora de su turno en una cafetería del centro de la ciudad. En ambos sitios laburaba de camarera, que era unos de los pocos trabajos decentes que alguien de su raza, clase y sexo era capaz de conseguir. La paga en ambos lugares era una miseria que más de una vez le había provocado ganas de llorar; juntos, los sueldos eran lo suficiente como para ayudar a pagar las cuentas de la casa o al menos la mitad de éstas.
Entraba a eso de las siete de la mañana, y el viaje le tomaba alrededor de media hora o cuarentaicinco minutos, por lo que debía levantarse a eso de las cinco de la mañana para bañarse y arreglarse con el uniforme. Además, era tiempo que aprovechaba para comer un poco del desayuno que Teo dejaba para ella y Carlos en la mesa de la cocina, pues éste se retiraba, igualmente, a trabajar, en una constructora a eso de las seis.
Estaba agotada, exhausta, pero no podía simplemente dejar sus trabajos. Sus hermanos no podían pagar todo; debían encargarse de la luz, agua, la comida y a veces de los medicamentos (calmantes) para Teo, además, ella estaba ahorrando, secretamente, para comprar un molino de azúcar que había estado en venta desde hacia años en la ciudad y, después, transformarlo en un restaurante. Era lo más barato que había encontrado.
Quería dormir un poco más, pero estaba atendiendo a los comensales de la cafetería, aguantando un poco las burlas del cocinero del sitio, aunque no debía soportar los malos tratos de la gente de alto estatus y blancos porque no se dignaban a entrar a un sitio repleto de gente de su calibre.
Exceptuando a la familia de su mejor amiga.
Vio al padre de la muchacha de cabellos índigos entrar por la puerta, saludándole con una sonrisa y sentándose en una mesa lejana mientras esperaba que fuera a tomar su orden, cosa que no era necesaria porque Valentina sabía a la perfección qué era lo que deseaba; un café y buñuelos azucarados.
—Buenos días, señor.
—Buenos días, Val.
—Felicidades por ser el rey del Mardi Gras— decía, depositando sobre la mesa un plato de aquellos postrecitos y una taza humeante.
—Gracias. Con este son cinco años consecutivos, pero sigo sorprendiéndome.
Respondió la sonrisa del mayor con una más escueta, continuando con su labor, sirviendo más café a los clientes, entregando cubiertos nuevos cuando tiraban los que estaban usando por accidente o poniendo más servilletas en las mesas. Por la puerta entró Emma que pronto se dirigió a sentarse junto a Moses que ya degustaba su pedido con parsimonia.
—¿Ya le dijiste? — preguntó ella al mayor, ganándose una mirada confundida de parte de éste.
—Oh, no. Pensé que querías decírselo tú.
—Ahora, ¿qué has hecho? — indagó Valentina desde detrás de la barra, esperando una orden de huevos estrellados.
—No he hecho nada— formó un puchero—. ¿Sabes? Va a venir un príncipe. El príncipe de Maldonia. Se va a quedar con nosotros y planeo invitarlo a la fiesta de disfraces.
Miró al hombre, que no se veía muy contento por este hecho, porque, sinceramente, complacía a su hija, pero le preocupaba que fuera descuidada e irresponsable. Él no tenía idea de cómo era ese tal príncipe. ¿Y si era una mala persona?
—Con razón estás tan emocionada— comentó la más alta—. Madre siempre dijo que puedes conquistar a un hombre a través de su estómago. Si te sirve de consejo.
La peliazul resolló con fuerza, como si cayera en cuenta de algo muy importante.
—Val, val. ¿Pueden llevar de los buñuelos que prepara Teo a la fiesta?
—Puedo decirle, pero...
—No te preocupes. Les voy a pagar. ¿Cierto, papá?
Moses observó a su hija y, tras notar la insistencia en los ojos grandes de color aquamarina, suspiró pesadamente mientras extraía su cartera del interior de su saco conforme continuaba masticando el bocado.
Emma extendió ambas manos hacia el adulto que dejó un gran fajo de dinero sobre éstas y, posteriormente, la vio ponerse de pie y correr emocionada hacia su amiga.
—¿Esto es suficiente?
Valentina miró el dinero que se le obsequiaba con ojos más abiertos de lo normal, sorprendida e incrédula. Se quedó pasmada por un instante antes de tomar los billetes. El rostro se le iluminó y no pudo evitar agradecer un par de veces en voz baja y rota.
Era mucho más de lo que le faltaba para completar la mitad del pago del molino; tenía permitido pagar el resto del precio conforme el negocio diera ganancias.
***
—Su alteza— pedía cansado el hombre robusto que cargaba con enormes maletas en cada brazo y en cada mano—. Recuerde lo que sus padres dijeron.
El muchacho de cabello negro continuaba charlando con las jóvenes que se reunían en la calle adoquinada donde tocaban amateurs del jazz. Escuchó a su mayordomo, pero optó por ignorarlo completamente, porque no quería pensar en las indicaciones de sus progenitores que, prácticamente, lo habían desheredado. No quería pensar en cosas deprimentes, prefiriendo seguir con sus casuales coqueteos con las mujeres que consideraba hermosas y agradables.
—Su alteza.
Exhaló con fuerza y se acercó al hombre con aire ligeramente fastidiado.
—Vamos, Lawrence— empezó a decir, pasando de manera fraternal el brazo alrededor de los hombros del más bajo—. Escucha el jazz. Diviértete un poco.
—¿Cómo podría divertirme? Tiene que conseguir trabajo o casarse con alguien pronto para recuperar el apoyo de sus padres. Es por eso que hemos venido, ¿no es cierto?
—Es verdad— vio a unas muchachas avanzar frente a ellos y él les sonrió coquetamente—. Es que hay tantas bellezas.
—Alteza.
—Está bien. Empecemos yendo con los Taylor, que es donde nos quedaremos, ¿verdad?
Lawrence, sudando profusamente, asintió antes de ponerse en marcha en dirección a la casa, casi mansión, de los mencionados. Sin embargo, el pelinegro era una persona extremadamente curiosa y su atención fue completamente atrapada por un hombre aún más alto que él, sumamente delgado, de tez morena y atuendo llamativo.
Este hombre le hizo una seña y pronto se acercó a él.
—¿Quiere ver algo interesante? — preguntó el sujeto con sombrero.
—Sí.
—No.
—Oh, es muy inteligente— aseveró el más alto, pasando el brazo por los hombros del pelinegro y extendiendo la mano libre hacia él en forma de saludo—. Soy el doctor Facilier. Puedo ver que usted es alguien de gran estatus. Un integrante de la realeza.
—Así es. ¿Cómo lo sabe?
—Bueno— Facilier agitó la mano bronceada antes de soltarla y guiar al muchacho por los callejones, con el mayordomo andando a unos pasos detrás de ambos—. Verá, su alteza, yo puedo manejar las artes oscuras. El vudú y la brujería.
—O simplemente sabe leer— comentó Lawrence, refiriéndose a que el hombre tenía un periódico en su bolsillo del pantalón.
—¿Hace magia?
—Sí, su alteza. Yo puedo leer su futuro u otorgar lo que más anhela. ¿Le gustaría conseguir algo?
—¡Por supuesto!
Lawrence no pudo evitar bufar y maldecir en su mente, pensando que se trataba únicamente de un embustero, pero, conforme pasaron los minutos, estaba más convencido y emocionado que el propio pelinegro quien había sido el que los arrastró a esa situación.
***
Logró conseguir un par de horas para hablar con los vendedores de bienes raíces, que eran hermanos, y concretar mejor el trato. Les indicó que había conseguido lo que le faltaba de dinero para la primer parte del pago, lo que a ambos hombres les resultó una espléndida noticia, indicando que volverían a la oficina para terminar el contrato, posteriormente firmándolo y entregando así el edificio a la muchacha de cabellos verdes. Retiraron el cartel de "Se vende" que estaba clavado en el jardín, y, tras concordar con Valentina que cerrarían el trato esa noche en la fiesta de disfraces de los Taylor, se marcharon en su vehículo.
Ella, en soledad, miró el enorme molino que se llenaba de plantas y suspiró con algo de satisfacción y alivio. Entró, encontrando el recinto lleno de polvo, telarañas e insectos, cosa que le provocó asco en demasía, calmándose al pensar que se arreglaría tras una profunda y meticulosa limpieza. Ya solo faltaba firmar los papeles y podría hablar con sus hermanos al respecto, porque ni siquiera Carlos estaba al tanto de la situación.
Iba a poner mesas cubiertas de manteles blancos, cambiaria el color de las paredes a uno más agradable, etc. Tenía muchas cosas planeadas e iba a ser difícil concretarlas, pero se podía conseguir si se esforzaba aún más. Después de todo, ya había llegado demasiado lejos como para rendirse.
Tras inspeccionar un poco el sitio, regresó a su casa para llenar su vacío estómago que ya comenzaba a quejarse de hambre y se encontró a sus dos hermanos ya en ella.
—Teo— hablo, dejando su bolso en el perchero junto a su gorro de color ocre como su vestido—. Emma me ha pedido que te pregunte si puedes preparar buñuelos azucarados para la fiesta de esta noche.
El mayor miró el reloj que colgaba de un clavo en una de las paredes.
—Serán muchas personas— comentó el castaño, frunciendo las cejas.
—¿Cuántas? ¿Unas cien? — Teo se encogió de hombros y sonrió casi como de costumbre—. No tengo problema.
—Me ha pagado— explicó ella, sacando parte del dinero de uno de sus bolsillos mientras dejaba, con la otra mano, una bolsa de papel con diversos ingredientes—. Y he comprado lo necesario.
—No tenía que hacerlo.
—Se ha ofrecido. No me dio tiempo ni de respirar.
—Para que estén listos tienes que empezarlos ya.
—Me apresuraré a comer y comenzaré con la primera tanda. De todas formas, son rápidos y sencillos.
—Al menos ha pagado— resopló Carlos.
Estuvieron toda la tarde preparando los bocadillos, colocándolos en varias bandejas de metal, cubiertos con papel encerado para evitar que salieran volando mientras viajaban en el tranvía.
Se vistieron con disfraces improvisados, pues realmente no tenían tanto dinero como para gastarlo en cosas de ese estilo, y se dirigieron a la casa de la peliazul cuando la noche comenzaba a caer. El gran patio bien cuidado, verde, repleto de flores y con múltiples fuentes con sus estatuas de marfil, resguardaba numerosas personas que vestían de diferentes formas. Emma los saludó de inmediato en cuanto llegaron y los llevó a una mesa larga con un soporte de plata donde se desplegarían los postrecitos. Ordenaron todo y la gente no tardó mucho en rodearlos para tomar la comida dulce por montones, como si nunca hubieran degustado algo igual.
La fiesta estaba ocurriendo sin mayor problema, pero la joven de oscuros cabellos índigos estaba comenzando a impacientarse y a angustiarse porque el príncipe de Maldonia aún no llegaba. ¿Lo habría ofendido de alguna forma? ¿Se había arrepentido de aceptar la invitación y la oferta de quedarse ahí en la casa?
Comía los postrecitos con una ansiedad tal que Valentina tuvo que tomarle ambas manos para alejarla lo suficiente de la mesa y tranquilizarla.
—Pero... pero...
—Quizás se ha retrasado o se ha perdido. Espera un poco más.
Emma jugueteó un poco con sus dedos antes de tomar la primera capa de tela de su vestido para estrujarla con ambas manos de una manera discreta. Cuando estaba por sucumbir todavía más en la angustia, escuchó el barullo de las personas cuchicheando entre sí de manera sorprendida y emocionada. Observaron al joven de tez bronceada y cabello negro aparecer, saludando cortésmente a todos con una sonrisa carismática en el rostro y acercándose a la joven de ojos aquamarina.
El recién llegado extendió una mano hacia ella mientras le pedía que bailara con él con una voz que desencajaba completamente con su apariencia. Tras asentir repetidas veces con la cabeza con energía, Emma tomó la mano del otro y lo siguió a la pista a danzar con la música que sonaba en vivo.
Valentina suspiró con alivio, porque la ansiedad de su amiga parecía estársele contagiando y así iba ser más difícil actuar con claridad. La soledad no le duró mucho tiempo, pues los hermanos encargados de los bienes raíces aparecieron junto a ella mientras engullían lo que Teo había preparado.
—Buenas noches, Valentina.
—Buenas noches, señores.
—Como siempre, deliciosa la cocina de Teo.
—Estoy segura de que se venderán bien en el restaurante— el rostro de uno de los hombres se tornó culpable—. ¿Pasa algo?
—Bueno, verás. Salió una mejor oferta.
—¿Qué?
—Sí. Un hombre vino y ofreció el pago en efectivo y total.
—A menos que pagues completo el precio para el miércoles, despídete del lugar— dijo el más bajo con un rostro de indiferencia total.
—Es prácticamente imposible— Valentina aseveró, frunciendo las cejas y sintiéndose ligeramente agitada—. Me ha costado mucho conseguir la cantidad de dinero que acordamos.
—Por eso mismo. Alguien de tu posición no podría dirigir su propio restaurante. Piénsalo. Es mejor así.
—Con permiso.
Se arreglaron su disfraz de caballo antes de retirarse a otra parte del patio, dejándola en su sitio con el alma cayéndole a los pies. ¿De su posición? ¿Acaso no podían ver que por eso estaba pagando únicamente la mitad del precio total? Se mataba en varios trabajos mal pagados para poder sobrevivir y, a su vez, ahorrar. Sobó gentilmente su frente con las yemas de los dedos en un intento de relajarse, sintiendo que podría sufrir de una migraña en cualquier momento.
—Valentina— la voz del mayor de sus hermanos llegó a sus oídos con severidad y, al escuchar su nombre completo, supuso que estaba en problemas.
Unió sus manos y se giró elegantemente en dirección hacia sus hermanos que le miraban de una manera interrogante y reprobatoria.
—¿Qué es eso de pagos a los señores Fenner? — Teo preguntó, cruzándose de brazos.
—Es...— lamió rápidamente sus labios y habló con voz calmada, pero disminuyendo el volumen—. Acordé con los señores de entregar la mitad del dinero para comprar el molino de azúcar.
—¿El que lleva años en venta? — Carlos indagó.
—¿Para qué?
—Para poder tener nuestro restaurante.
—Valentina— reprochó el mayor de los tres, murmurando sinsentidos mientras buscaba qué decir, pues se quedó sin palabras durante un momento—. No tienes que hacer todo esto.
—¿Por qué no? Estoy segura de que nos iría bien. Sería lo mejor. Así no te estresarías tanto por el dinero, porque yo puedo encargarme de la administración. Y dejarías tu trabajo en la constructora— Teo abrió la boca un par de veces intentando proferir lo que fuera—. No es un buen trabajo...
—Es de los pocos que puedo conseguir.
—Mal pagado, como todos, pero extremadamente riesgoso. Teo, estás metros sobre el suelo, cargando cosas pesadas y maquinaria peligrosa. ¡Ni siquiera tienes seguro! Si puedo ayudar y que cumplas tu sueño...
—Valentina— espetó el mayor, tomándola de ambos brazos y agitándola ligeramente—. Basta. Olvida esas cosas. Por Zeus, ¿te estás exigiendo tanto por algo así? No hace falta.
—¿Por qué? Tú también te matas en el trabajo. ¿Por qué tú y yo no?
Fue en ese punto en que Emma apareció, siendo atraída por el ruido de las voces ajenas bastante fuertes y agitadas. No estaban gritando, pero pudo deducir prontamente que estaban en una discusión que, de no ser vigilada, se tornaría en una pelea. Podía ver la molestia y lo que suponía que era ofensa teñir el rostro del moreno más alto, el cual tenía muchas cosas que decir al respecto, y también la inquietud en la de cabello verde.
—Sé que quizás no debería meterme— decía la más bajita del grupo—, pero están bastante alterados. Tal vez deberían darse un tiempo fuera para calmarse y hablar más tranquilos en otro momento.
La mano pequeña y más pálida de Emma tocó suavemente una de las muñecas de Teo. Las miradas de los dos varones se clavaron en la jovencita de menor tamaño durante un instante antes de que la mirada avellana de Carlos se posara sobre su hermano mayor. Soltó a Valentina con lentitud y le miró nuevamente.
—Hablaremos en la casa— sentenció el de ojos chocolate sin esperar respuestas.
Se retiró del sitio, con la vista de todos los presentes de ese grupo clavada en su persona. Carlos exhaló con fuerza, fijándose en su hermana un instante, luego en Emma e, igualmente, se marchó a beber algo.
—¿Quieres ir a descansar un rato a mi habitación? — preguntó la aguda voz de la menor.
—Por un momento, si no es problema.
—Seguro. Vamos.
Subieron las escaleras blancas ligeramente en forma de caracol, ingresaron al edificio y se dirigieron por los pasillos decorados por montón hacia el cuarto de Emma. Valentina se sentó al borde de la cama mientras Emma se arreglaba un poco, pues su maquillaje se había movido hasta ese punto
—Quédate aquí cuanto quieras— dijo la más baja, plantada frente a la otra muchacha—. Si necesitas algo puedes decirme o a alguno de los trabajadores de la casa. ¿De acuerdo?
—Muchas gracias.
—No es nada. Volveré a la fiesta.
—Mh. Sí. No te preocupes.
Tomó la mano más morena, a la que le dio un apretoncito, y le obsequió una sonrisa a su dueña antes de cruzar la habitación y salir por la puerta que cerró detrás de ella. El silencio en el recinto era bastante agradable y necesario, pues la fiesta se encontraba un poco lejos y todo el ruido no alcanzaba hasta aquel punto de la casa.
Se sobó las sienes con ambas manos y exhaló largamente mientras cerraba los ojos. Primero la amenaza de perder el contrato y después una pelea con sus hermanos que se le antojaba jocosa. Aquello no estaba siendo una buena noche y el estrés estaba empeorando dentro suyo.
Luego de unos minutos, se levantó de la cama y avanzó hasta el balcón que se encontraba abierto por el clima caluroso que envolvía el ambiente de esa noche. Miró el firmamento en el cielo nocturno y se fijó en la estrella más brillante que resultaba ser la primera que aparecía en la noche. Apretó los labios y mentalmente volvió a pedir a la estrella que cumpliera su deseó.
Reposó sus manos sobre el barandal, aun apreciando las lucecitas sobre ella, y escuchó algo golpear secamente junto a su persona. Al girarse a la dirección del ruido, vislumbró un sapo de un tono verde oscuro y ojos grandes de color púrpura.
Un poco fastidiada de todo, alzó una de sus cejas oscuras y preguntó:
—¿Acaso esperas que te bese?
—Eso estaría bien— respondió el animal, sonriendo con coquetería.
La sorpresa cubrió el rostro de Valentina, aunque por un momento pensó que había sido todo obra de su imaginación. Los animales podían entender a las personas, pero no hablaban.
—Estoy escuchando cosas— aseveró, sin quitarle los ojos de encima al sapo.
—Oh, no. Solo me escuchaste a mí.
—Dioses acabas de hablar.
Llevó una mano a su boca que se abría con asombro e incredulidad mientras se alejaba de reversa de la criatura con lentitud, como si fuera una bestia lista para atacarla ante el movimiento brusco más mínimo.
—No te asustes, no te asustes— pedía el sapo, saltando en dirección a ella.
—Estás hablando. ¿Cómo esperas que no me asuste?
—Tú te dirigiste a mí.
—No te acerques.
—¡No hago nada! — Valentina se detuvo al chocar su espalda con un estante lleno de peluches y el sapo saltó hasta parar en el tocador—. ¡Deja que me presente!
Se alzó en dos patas e hizo una reverencia, haciendo pensar a la muchacha que realmente estaba ebria o había enloquecido.
—Soy el príncipe Scott de Maldonia.
Lo señaló vagamente y luego a un punto detrás de sí, acercándose lentamente hasta él con cuidado.
—Si tú eres Scott, ¿quién está bailando con Emma?
—No lo sé. Yo tampoco entiendo bien qué está pasando. Esta mañana era un príncipe encantador, bailando y tal, y al poco rato ya estaba tropezando con estas tontas cosas— dijo, mostrando las patas inferiores que se encontraban aplanadas entre los dedos. Se sentó de la forma típica en que lo hacen los sapos y ranas, soltó un suspiro decepcionado y miró hacia su alrededor—. ¡Yo conozco este libro!
Dio un par de brincos hasta aproximarse hacia el libro cerrado que se encontraba en un soporte que lo mantenía de pie. Observó el título impreso en letras doradas en la pasta dura de color verde botella.
—Mi madre siempre les ordenaba a los sirvientes que me lo leyeran— Scott hablaba mientras abría el libro y pasaba las hojas—. El príncipe rana. Eh, espera, espera.
Se detuvo en la página donde mostraba un dibujo de una princesa en su vestido pomposo besando a una rana que, posteriormente, se convertía en un rubio príncipe de ropa estrafalaria.
—¡Ya sé! — se giró de un salto hacia Valentina—. Tienes que besarme.
—¿Disculpa?
—Te encantará, lo garantizo— nuevamente en dos patas, caminó hasta ella—. ¿Lista?
La zona inferior, por debajo de la boca, se infló repentinamente y ambos se mostraron impresionados por el hecho.
—Eso es nuevo— Scott comentó, tocando aquella parte que había vuelto a su forma inicial.
—Perdona, pero yo no pienso besarte.
—Pero en el balcón me lo pediste.
—No creí que me fueras a responder.
—Eh, ah. Mira. Si lo haces, puedo recompensarte. Soy un príncipe, vengo de una familia adinerada, así que puedo darte lo que me pidas. ¿Qué te parece?
—¿Lo que sea? — Valentina insistió, empezando a considerarlo una posibilidad.
—¡Lo que tú quieras!
Bajó un instante la mirada mientras dentro de su mente pensaba a toda velocidad y de una manera meticulosa. Si era verdad, podría pedirle todo el dinero necesario para comprar el molino de azúcar y su remodelación para transformarlo en el restaurante que tanto deseaba.
—Un solo beso.
—A menos que pidas más.
Frunció el entrecejo con ligero desagrado, pensando en lo coqueto que era aquella persona. Asintió y Scott sonrió como le fue posible. Así, cerrando los ojos con ímpetu, se aproximó al anfibio que besó en los labios de textura viscosa y una sensación eléctrica y rara la recorrió de los pies a la cabeza. Cuando abrió los ojos se topó con oscuridad y un peso sofocante sobre ella, por lo que comenzó a removerse hasta poder emerger de las capas de tela que conformaban su ropa. Se dio cuenta que se encontraba sobre el piso, a una altura muy baja al punto de que podía ver debajo de los muebles y tenía que alzar el rostro para ver al otro sapo sobre el tocador.
—¿Qué ha pasado? — indagó ella.
Miró entorno suyo y se fijó en su reflejo en un espejo de mano que yacía tirado en el suelo por la descuidada de su amiga. Era un sapo, verde y lleno de moco pegajoso. Ante el asombro, dio un salto tan alto que terminó a parar junto a Scott.
—¿Por qué soy un sapo? — Valentina miró fulminante al otro—. ¿Qué has hecho?
—¡Yo no he hecho nada!
Extendió sus manos frente suyo para observarlas, sintiéndose asquerosamente pegajosa por la mucosidad que le cubría. Lo primero que pensó, entonces, fue en ir prontamente con sus hermanos para pedirles ayuda con tan bizarra situación, sin embargo, no estaba acostumbrada en lo absoluto con su cuerpo en ese momento y, además, lo sentía ligeramente adormecido, por lo que caminar estaba resultando una tarea titánica. Se tambaleaba, saltaba sin avisar y sin medir fuerza, por lo que Scott se vio en la necesidad de seguirla con la intención de ayudarla.
—¡Ve más lento! — le indicó el varón a la fémina.
Valentina no hizo mucho caso y, por tal descuido, terminaron, ambos, saltando por el balcón tras recorrer toda la distancia del tocador a éste con una velocidad impresionante y un montón de movimientos erráticos. Cayeron sobre los tambores de la batería que empleaban los músicos presentes en la fiesta y, ante esto, el hombre que se encontraba detrás de ésta, trató de golpearlos con las batutas. El ruido sin armonía llamó la atención de todos los presentes que pegaron el grito al cielo, sobre todo las mujeres, al ver tan horribles criaturas.
La noticia de que sapos, confundidos por ranas, se hallaban en el recinto, recorrió todo el salón, pasando por los invitados, hasta llegar a los oídos de los dos morenos. El mayor de estos pronto se apresuró en buscar a los animalitos antes de que les hicieran algo malo y, en consecuencia, el menor le imitó.
Scott tomó a Valentina para guiarla con él lejos de todo el caos que acababan de formar, pues un hombre indicó a su perro, que había llevado con permiso de Moses, que los atacara, y muchos trataban de matarlos con lo que tuvieran a la mano. Saltaron por el suelo, esquivando los pies que amenazaban con pisarlos y huyendo del animal aún más grande. Se treparon en una mesa llena de bocadillos salados y, posteriormente, se aferraron a los hilos que caían de globos llenos de helio, los cuales comenzaron a flotar lejos de ahí.
—¿Adónde vamos? — inquirió ella.
—No lo sé, pero lejos de aquí. Por el momento.
—Dioses. Esto va a ser largo— Valentina miró al contrario soltando un suspiro—. ¿Al menos podrías explicar cómo es que llegamos a esto?
—Pues es muy simple— asintió repetidas veces Scott, un poco apenado por la historia—. Llegué junto a mi mayordomo a la ciudad y, antes de dirigirnos a nuestro hospedaje, nos encontramos con un brujo.
—Oh, no. ¿Vudú? ¿De verdad? ¿Cómo se te ocurre meterte con un hombre sombra?
—¡Era simpático!
Se sobó entre los ojos con insistencia para calmar la frustración y el dolor de cabeza que se avecinaba.
—Eso me pasa por confiar en una estrella. Los deseos no se cumplen si no trabajas por ello.
—¿Para qué quieres trabajar? Eres una princesa.
—Oh, ¿eso? No lo soy.
—¡¿Qué?!— chilló Scott, mirándole sorprendido e indignado.
—No. Soy mesera, en realidad. Todo ese atuendo de princesa no era más que un disfraz que Emma me obsequió.
—¡Por eso no funcionó! — Valentina le miró molesta cuando le señalo acusatoriamente—. ¡Me engañaste!
—Jamás dije que era una princesa.
—¡Tampoco mencionaste que eres una camarera!
—No lo digas así. Es un trabajo honrado. Por supuesto que alguien como tú no lo sabe. No eres más que un malcriado.
—Di lo que quieras, pero al final yo soy quien ríe. ¿Sabes? No tengo ni un centavo.
—¿Cómo? — fue turno de ella de mostrar estupefacción mientras el contrario reía victorioso.
—Así es. Mis padres me desheredaron.
Mientras Scott continuaba regodeándose de algo que en parte Valentina no entendía, porque el que no tuviera dinero con que pagarle a ella no quitaba el hecho de que él siguiera siendo un sapo y, además, pobre, los globos se dirigieron a un conjunto de árboles sin muchas hojas y de ramas secas y puntiagudas que terminaron reventando cada uno de los globos en los que viajaban. Fue así como cayeron, enredándose en las telarañas, golpeándose con algunas hojas y rasgándose con las ramas hasta caer en el agua del arroyo que se encontraba cubierta por musgo y demás plantas similares.
—Dijiste que tenías dinero— acusó Valentina una vez emergieron del manto acuático.
—Mis padres tienen dinero— Scott corrigió mientras se arrancaba del brazo una pequeña sanguijuela negra que lanzó, posteriormente, lejos—. Me dejaron a mi suerte, así que estoy quebrado.
—Has sido tú quien me ha engañado a mí.
—¡Mentira! — aseguró, alzando el dedo índice para hacerla callar—. Pienso pagarte cuando vuelva a tener dinero. Cosa que lograré cuando me case con Emma Taylor.
Con rostro cansado y rendido, la joven, dentro del cuerpo de un sapo, exhaló con demasiada fuerza.
—Si eres un príncipe te va a aceptar sin dudar— aseveró, bajando un poco la mirada hasta encontrar, en su abdomen, una sanguijuela relativamente grande.
No gritó ni se quejó. Permaneció quieta, con las manos alzadas por encima de los hombros, y mirando fijamente el animal mientras pensaba como quitárselo de encima. Los ojos púrpuras de Scott le miraron dudosos por un instante. Se mostró curioso por la estupefacción de la fémina, pero no dijo nada. Se acercó a ella, tomando en el camino un palito que, posteriormente, metió entre la boca de la sanguijuela y el cuerpo de su acompañante. Logró retirarla sin la necesidad de arrancarla, lo que resultaba bueno porque podría quedarse la boquita aun aferrada en la piel o causar heridas más grandes. La lanzó lejos, y escuchó un agradecimiento quedo provenir de la joven.
Iba a devolver la cortesía, pero el movimiento, a unos pasos, le hizo parar y llamar por completo su atención.
—Los troncos no se mueven— comentó extrañado al ver objetos enormes que se empezaban a desplazar por el agua.
—Lo más probable es que no sean troncos— Valentina respondió, sin moverse.
Cruzaron miradas de manera cómplice. Eran caimanes.
Por segunda ocasión en la noche, se apuraron en escabullirse de los depredadores. El agua se agitaba y resonaba al chocar entre sí o con objetos diversos. Los caimanes se movían abruptamente, enrollándose entre ellos con todo el peso de sus cuerpos mientras que ellos se mezclaban con la vegetación, buscando un sitio donde resguardarse.
Encontraron un árbol cortado y hueco que decidieron, silenciosamente, usar como su escondite. Se metieron rápidamente, aun escuchando todo el ajetreo en el exterior. Sus corazones estaban agitados por la adrenalina que se había disparado al verse envueltos en una situación de sobrevivencia.
—Esto es un desastre— comentó ella, recuperando el aliento con usual elegancia.
—¿Cómo vamos a salir de aquí?
—El bayú no es muy complicado de descifrar. Solo hay que tener cuidado de los caimanes y demás.
—Si me ayudas a salir de aquí y a concretar un matrimonio con Emma Taylor te juro que te daré el dinero que tú quieras.
—¿Realmente lo harás?
—Sí. Sí. Te lo aseguro. Por favor.
Valentina le miró uniendo las manos en forma de petición y guardó silencio durante un largo instante mientras meditaba.
—Bien. Está bien. Hoy deberíamos descansar. Ya es de noche y no es buena idea ir por ahí ahora.
—Sí. Muy bien. ¿Qué tal si nos ponemos cómodos? — Scott le guiñó.
—No te me acerques o te dejaré varado en el bayú.
***
Cuando la mañana comenzaba a hacer acto de presencia, iluminando todo lo disponible a su alcance, Scott despertó lentamente debido a la incomodidad de dormir en aquel tronco duro de madera. Miró alrededor y se mostró confundido cuando vio que su acompañante estaba ausente. Alertado, se paró de golpe y salió del hueco en el tronco para ir en busca de la fémina, encontrándola en la orilla de la pequeña isla donde se encontraban, juntando un montón de madera suelta que había hallado por ahí.
—¿Qué estás haciendo? — preguntó, acercándosele.
—Planeo hacer una especie de barco o, mínimo, algo que pueda flotar, será más rápido que nadar.
—¿Desde cuando estás despierta? — Valentina le miró de vuelta, como si no fuera la gran cosa.
—Desde hace una hora, quizás.
—¿Tan temprano?
—Tú tampoco has despertado muy tarde que digamos. Creí que tendría que levantarte o dormirías hasta el mediodía.
—Jamás he dormido tanto. Siempre despierto apenas amanece.
—Yo despierto un poco antes. Tengo trabajo que atender.
—Uhm...— Scott musitó largamente, viendo a la contraria ordenando la madera con cierta dificultad—. Déjame hacerlo, se ve pesado.
Hizo a la joven a un lado para poder unir los trozos de tronco empleando largas plantas de aspecto triste y ligeramente desagradable. Valentina le miró con fina sorpresa, pues no esperaba que el muchacho se ofreciera a hacer absolutamente nada. Se quedó pasmada en su sitio durante un instante antes de aproximarse para ayudarle a atar todo, en un silencio sepulcral que, extrañamente, no resultaba incómodo.
—Creo que ya está— dijo él, señalando el lado contrario al que se encontraba—. Tú empuja y yo lo meteré al agua.
—Muy bien.
Jaló la madera enlazada con fuerza, llevándose más peso del necesario para evitar que la fémina se sobre esforzara y pudiera sufrir alguna lesión. Metieron su especie de lancha, si es que podía llamarse así, al agua del bayú y, por suerte, ésta comenzó a flotar como debía. Con su fructífero trabajo hecho, Valentina tomó una larga rama para emplearla como un remo o algo parecido, y se montó en el objeto flotante, seguida poco después por Scott quien, sin saber a dónde se dirigían o a dónde guiar el rumbo, se sentó al lado de ella que fijaba la dirección en la que debían ir.
—¿No vas a ayudar? — indagó ella sin detener su labor.
—No sé a dónde vamos. Podría hacer la cosa menos aburrida.
Tras ello, el joven comenzó a tararear, con una voz desastrosa, una canción de jazz que llevaba pegada a la cabeza desde hace unos días. Valentina apretó las cejas, prosiguiendo con el trabajo de remar, y pensó lo mal que su acompañante cantaba. Cuando se giró en dirección a él con toda la intención de decirle que, por favor, se callara, vio los ojos de un caimán mostrándose por encima del agua verdosa del bayú.
—Scott...
—¡Yo conozco esa canción! — de pronto el caimán dijo, saliendo por completo del agua que, en esa zona, era poco más de un metro de profundidad.
Antes de que los dos sapos pudieran decir algo más, el animal más grande sacó una trompeta, ligeramente vieja y mohosa, que tocó, produciendo la misma melodía que hacia poco Scott estaba tarareando. Aquello sorprendió a ambos; el muchacho se había parado prontamente para cubrir con su cuerpo el de la fémina en forma de protección, y eso a ella, sinceramente, le pareció algo agradable.
—¡Qué bien tocas! — aseveró Scott cuando el caimán terminó—. ¿Dónde has aprendido?
—Aquí mismo. Los barcos siempre llevan músicos y me gusta oírlos.
—Impresionante.
—Sí, bastante— intervino Valentina—. Pues, ha sido un placer, pero debemos marcharnos.
—¿Adónde?
—Bueno. De vuelta a la ciudad. Tenemos que buscar una forma de romper el hechizo.
—¿Un hechizo?
—Sí. No somos sapos, ¿sabes? — Scott respondía, señalándose a ambos—. Somos humanos.
—El señor, aquí presente, se dejó engañar por un hombre sombra que lo embrujó con vudú.
—¿Vudú? Oh, como lo que hace mamá Odie.
—¿Quién?
—Es la mayor hechicera del bayú, hace magia y encantamientos. Ese tipo de cosas.
—¿Podrías llevarnos con ella? — Valentina le miró con ligera esperanza—. Es la primera vez que escucho de su existencia.
—Uhm...— era peculiar como un animal tan grande y temible jugaba con sus dedos nerviosamente—. No.
—¿Por qué no? Ah, ya. Si es por las presentaciones, déjame hacerlas. Yo soy el príncipe Scott de Maldonia.
—Yo soy Valentina.
—Mucho gusto, soy Gill. De todas formas, no, no los llevaré con mamá Odie. Se encuentra en la parte más escalofriante y peligrosa del bayú.
—¿Cuánto has de pesar? ¿Cuatrocientos kilos? Y tienes un montón de colmillos.
—Doscientos cincuenta y seis, en realidad. Soy chiquito. Hay caimanes más grandes que yo, sobre todo por allá, además, hay cazadores.
Scott guardó silencio un instante, meditabundo.
—¿No te gustaría que la gente escuchara tu música?
—Me encantaría, pero, como puedes ver, es imposible.
—Si vamos, podrías pedirle que te convierta en humano y así podrás tocar donde tú quieras.
Gill, callado, frunció el rostro mientras pensaba con detenimiento; era un asustadizo y odiaba afrontarse a las cosas peligrosas, pero, si tenía la oportunidad de seguir un sueño, ¿no sería lo mejor intentarlo?
—Está bien. Puedo guiarlos.
—Muchas gracias.
Se tumbó sobre el agua, dejando expuesta la parte superior del cuerpo, así como su rostro.
—Suban.
Obedecieron; la piel del caimán era dura y firme, escamosa, como si fueran piedras mojadas, de un tono verde que rozaba el amarillo. Se acomodaron cerca de su cabeza mientras éste nadaba tranquilamente, pero con velocidad, por el canal.
—Espero que pueda volvernos humanos— Valentina musitó, suspirando suavemente al final.
—Así podré volver a las fiestas. Aún hay muchas jóvenes de Nueva Orleans que no he conocido.
—Recuerda que te vas a casar.
—Ah, es verdad.
—Oh, que bonito. Una boda— Gill comentó con enternecimiento.
—Uhm. No diría que es bonito...
—¿Por qué no? Das el resto de tus días a tu ser amado y viceversa.
—No en su caso.
—Mis padres me han desheredado— explicaba Scott—. Y solo me han dado dos opciones. Casarme con alguien con dinero o trabajar.
—No es sorprendente saber que ha escogido lo primero. Siendo un mimado que seguro no ha trabajado ni una vez en su vida...
—Sé del trabajo duro.
—Lo dudo mucho.
—¿Tú que harás, Valentina? — Gill intervino, temiendo que ambos se enrollaron en una pelea.
—Puedes decirme Val, no te preocupes. Le ayudaré a casarse con mi amiga. Después de eso, espero recibir el dinero que me ha prometido.
—¿Para qué deseas el dinero con tanta fuerza? — Scott y Valentina se miraron.
—Pagaré por completo por un molino de azúcar que acondicionaré para ser un restaurante.
—¿Eres buena cocinera? —la voz alegre del caimán volvió a oírse.
—No. Mi hermano lo es. Iba a conseguirlo anoche, pero los vendedores están pensando, mejor, dárselo a otro ofertante.
—Oh, tienes hermanos.
—Dos. Son mayores que yo.
—¿Por qué necesitas que te den el dinero? — el príncipe habló una vez más, ganándose una mirada fulminante de ella.
—¿Por qué más? No tengo el suficiente para lo que deseo y necesito. Nos has metido en esto, además, y quiero una compensación por ello— bajó la voz, deprimida—. No todos nacimos en cuna de oro.
—¿Y qué servirían en aquel restaurante? ¿Gumbo?
—Sí. Todo lo que te puedas imaginar. Teo, mi hermano, es simplemente un excelente cocinero y es capaz de hacer numerosos platillos con facilidad.
—Ah, que rico. ¿Podría probarla después?
—Por supuesto. Luego de ayudarnos, creo que es lo mínimo que podría hacer por agradecerte.
***
Teo llegó a temprana hora de la mañana a casa de los Taylor cuando vio que su hermana no apareció. Quería creer que la joven se encontraba con su mejor amiga. Tocó repetidas veces a la puerta frontal de la, casi, mansión mientras Carlos, detrás suyo, lo miraba, buscando mantenerse en calma a diferencia suya.
Tras unos minutos, Emma abrió la puerta, vestida con una bata de seda color rosa con olanes en los bordes de color blanco, y miró a ambos con sorpresa y confusión.
—Hola, hey— el peliverde tragó con fuerza, pasando su lengua por los labios—. ¿Val está contigo?
—¿Val? — cualquier rastro de sueño se desvaneció de la menor, infundando más preocupación en Teo—. No. ¿No regresó a casa?
—No— al ver que el mayor comenzaba a respirar con ímpetu, el castaño intervino—. No volvió anoche y pensamos que durmió aquí contigo. ¿Sabes dónde podría estar?
—No. La verdad es que no.
—Vamos con la policía— Carlos le habló a su hermano quien, desesperanzado, le miró de vuelta—. Al menos hay que probar con eso.
—Iré yo— interrumpió Emma, sabiendo lo complicado que era para la gente morena y de clase baja hacer que las autoridades les prestaran atención—. Me apresuraré a vestirme e iré. Ustedes vayan a sus trabajos. Pidan el día si puedan, pero si no quédense. No queremos que pierdan el empleo.
—Cuando salgamos podremos buscarla— agregó el castaño.
—¿De verdad puedes ir?
—Sí, Teo. No te preocupes. Me encargaré de eso. Si tengo problemas le llamaré a mi papá para que ayude.
—Está bien, bien. Muchas gracias.
Se despidieron; Emma les miró mientras se daban la vuelta y se retiraban. Teo estaba lleno de ansiedad y preocupación, podía notarlo por lo tenso que estaban sus hombros, mientras que Carlos le pasaba la mano, con duda, por la espalda para relajarlo, aunque fuera un poco. El castaño también estaba angustiado por su hermana, pero trataba de no pensar en lo peor ni perder la razón. Si lo hiciera, ¿quién mantendría el control en la situación?
—No te desconcentres en tu trabajo— le pidió al mayor.
—Sí, sí. No te preocupes. Ve al tuyo. Estaré bien.
Emma fue a las oficinas de la policía más cercana mientras era acompañada por quien ella creía que se trataba del príncipe de Maldonia. Este hombre, quien no era más que el sirviente que había ido con Scott a Nueva Orleans, obviamente había ofrecido su acompañamiento a la joven para ganar puntos con ella, sin contar que, luego de un rato, la sangre del verdadero príncipe comenzaba a acabarse en su amuleto de madera que el hombre sombra le había dado.
Al volver a la casa, a la par que Emma se encargaba de algunas cosas para poder ir en busca de su mejor amiga, luego de horas discutiendo con los policías, él se dirigió a su habitación donde se encerró, viendo que el amuleto perdía poder hasta dejarlo en su apariencia original.
—No puede ser— Facilier apareció detrás suyo, espantándolo.
—¿Cómo llegó ahí?
Fue ignorado por el otro hombre con peculiar vestimenta que se dirigió al tocador de donde tomó una caja de madera gruesa. Esperó encontrarse con el príncipe de Maldonia transformado en sapo, pero solo se topó con vacío.
—¿Dónde está el sapo?
—Yo... Dejé un poco abierta la caja. No quería que se ahogara.
—Por favor. Eres un idiota. Gracias a esto nuestros planes se han arruinado.
—¿No hay una forma de arreglarlo?
—Sí. Pediré ayuda a mis amigos del más allá, pero ahora tú deberás hacer caso a todo lo que te diga, sin replicar ni hacer lo que se te antoje. ¿Entendiste?
—Sí. Está bien.
—Dile a la niña de papi que te has enfermado del estómago o lo que sea. Dale una excusa que te permita quedarte en el cuarto, fuera de su vista. Yo me encargaré del resto.
***
—Estoy comenzando a sentir hambre— comentó Scott mientras se sobaba la barriga con ambas manos.
Miró a su alrededor y se fijó en una luciérnaga que volaba por el aire hasta descansar en un diente de león que emergía desde un tronco húmedo y musgoso. Ante esto, el instinto de emplear su lengua para atrapar a su presa se presentó y ésta salió disparada hacia adelante. Interesado por esto y por el sabor desconocido de los insectos, optó por atreverse. Se acercó lentamente hasta la luciérnaga que era completamente indiferente a la amenaza y, una vez estuvo a una distancia prudente, atacó.
La luciérnaga voló lejos de ahí a la par que la lengua se pegaba a la de Valentina quien, en algún punto de la noche, había sucumbido, igualmente, a sus instintos y sus necesidades básicas. Sus órganos se enredaron entre sí de una manera que a ella le resultaba asquerosa, a diferencia de a él que mostraba indiferencia por este hecho. Le saludó con dificultad, recibiendo una mirada fulminante de esos ojos verdes como esmeraldas.
—¿Lograron cazar algo? — Gill apareció en escena, mirándoles incómodo por encontrarlos así—. Oh. ¿Debería...? ¿Debería ayudar?
—Parece que se les pasó la mano— una voz ajena comentó con diversión.
Se giraron a mirar, entonces, a una luciérnaga, seguramente la que trataban de comer, que revoloteaba cerca de ellos con rostro divertido.
—¿Les echo una ayudadita? Esto necesita un poco de luz.
Encendió la parte trasera de su cuerpo y se acercó al par de sapos para poder ver correctamente el enredo. Inspeccionó por un momento más antes de proceder a deshacer el nudo. En cuestión de segundos, ambos se encontraban libres.
—Momento perfecto para presentarme— dijo la luciérnaga, escribiendo en el aire su nombre con ayuda de la estela de luz que dejaba a su paso—. Me llamo Alec. Un placer. Ustedes son nuevos por aquí, ¿no?
—Sí. Somos de, prácticamente, un mundo lejano.
—No creo. ¿De qué pantano vienen?
—Ahm. No.
—Somos humanos— Valentina comenzó a explicar—. Scott, fue engañado por un hombre sombra y ahora ambos somos sapos.
—Ah. Ya veo.
—Ahora nos estamos dirigiendo a donde mamá Odie para...
—¿Mamá Odie? — Valentina afirmó con un movimiento suave de cabeza—. Bueno. Pueden ir por aquí, pero se tardarán más.
—Es que...— Gill jugaba nervioso con sus dedos—. Es el camino más seguro.
—Pue sí, pero...
Comenzaron a discutir, no necesariamente peleando, sobre el recorrido más rápido y seguro que tomar mientras los dos jóvenes atrapados en el hechizo se miraban, sintiéndose ligeramente fuera de lugar. No podían opinar nada al respecto porque, al parecer, no conocían bien el bayú como para sugerir direcciones.
—¡Muy bien! —Alec dijo, tras un buen rato de hablar con el caimán—. Hemos decidido que los guiaré de aquí en adelante.
—¿De verdad?
—Sí. Solo necesito la ayuda de mi familia durante este tramo.
Una estela de luces de un tono verde hizo acto de presencia debido al montón de luciérnagas que volaban. Música suave se oía y Scott se meneó un poco por ello. Se subieron una vez más en el lomo de Gill quien retomó el andar, nadando sigilosamente como lo hacía usualmente.
Valentina, a diferencia del resto, parecía estar deslumbrada por los brillantes insectitos que se asemejaban a las estrellas en el cielo que se podía vislumbrar entre los árboles del pantano. Era una vista bonita. Scott se giró a mirarle, notando como los ojos verdes de ella resplandecían de una manera que, sinceramente, le parecía bella, y se acercó, extendiéndole la mano.
—¿Qué? — preguntó ella, confundida.
—Vamos a bailar.
—Yo no sé bailar.
—Yo tampoco. Eso no es lo importante, sino divertirse con ello. Venga.
Viendo cierta reticencia, Scott le tomó la mano con gentileza y, con una torpeza ligera que causaba gracia, empezó a bailar. No es que no supiera hacerlo, en realidad, a Valentina le daba vergüenza danzar, sintiendo que llamaba demasiado la atención de las personas alrededor. Siendo sincera, era divertida la situación, aunque no reía y únicamente se limitaba a sonreír tenuemente, provocando algo de satisfacción en su acompañante; al fin había cambiado su expresión a una mejor y más agradable.
Se movían de un lado a otro, de atrás hacia adelante y dando vueltas en ocasiones; Valentina era más grácil de lo que era Scott. Danzaron durante un largo rato hasta que se cansaron y reposaron sobre la piel dura de Gill. Charlaron un poco con Alec, quien era simpático y todo. Finalmente, llegaron a otra zona del bayú que se caracterizaba por tener montones de arbustos llenos de espinas y el resto de las luciérnagas se marcharon en otra dirección, despidiéndose de aquella que les acompañaría durante su viaje.
—Me saludan a Angela— dijo Alec antes de que sus conocidos desaparecieran de su vista.
—¿Es tu chica? — le preguntó Scott.
—¿Mi chica? No, que va. Mi chico es Louis— respondió con una sonrisa que el resto solo podía catalogar como una digna de alguien perdido por el amor.
Aquello le parecía lindo a Valentina, de cierta forma recordándole a su mejor amiga que, a veces, creía que estaba más enamorada de la idea del amor que de las personas en sí. Gill, a su vez, compartía el pensamiento de que era agradable ver a alguien tan encantado con otra persona. Sin embargo, Scott pensaba que simplemente estaba enamorado y después perdería completamente el interés en aquella persona. Así siempre eran las cosas.
—Es la luciérnaga más brillante y bonita que he visto. Siempre viene durante la noche para conversar, aunque soy yo quien suele hablar más. Espero algún día poder estar juntos.
—¿No crees que hay muchas luciérnagas en el pantano como para apresurarse a estar con una sola? — el príncipe cuestionó, no de mala forma, sino genuinamente interesado.
—Sí. Es verdad que hay un montón. Pero no me interesan.
—Está bien— interrumpió Valentina—. Que seas un playboy no significa que todos lo sean, Scott. No le hagas caso, Alec. Si quieres ser fiel únicamente a Louis, puedes serlo.
Siguieron avanzando, teniendo que meterse entre uno de esos arbustos llenos de pequeñas esferas con espinas. Valentina y Scott se abrieron paso con ayuda de una rama que habían encontrado en el suelo, mientras que Gill apenas se acercó lo suficiente como para terminar con una espina en el brazo. Él, con un umbral de dolor reducido, se quejó exageradamente de malestar, ocasionando que Alec se quedara a ayudarle, riéndose suavemente por la reacción que se le antojaba exagerada.
—¿Sabes? — el príncipe hablaba, yendo detrás de la fémina—. Deberías divertirte un poco más. Tomas todo con bastante seriedad.
—Y tú eres demasiado relajado. ¿Divertirme? — Valentina suspiró largamente, como si estuviera exhausta—. Realmente no tengo tiempo para eso.
—¿Por qué no?
—A diferencia tuya, que seguro has vivido con lujos y sin tener que trabajar por algo, mis hermanos y yo debemos esforzarnos siquiera para poder llevar comida a nuestra mesa.
Scott hizo una pausa un momento, saltando y mirando a Valentina.
—Mencionaste que tienes dos hermanos.
—Sí. Teo y Carlos.
—¿Viven juntos? — la fémina afirmó con un "sí" muy bajito—. ¿Los tres trabajan?
—Teo trabaja en una constructora, como obrero. Carlos en una imprenta. Y yo como mesera en dos sitios.
—¿Y no es suficiente?
—Somos tres personas de tez oscura, en Nuevo Orleans, de clase baja y uno de nosotros es mujer. ¿Tú qué crees? — se detuvieron y Valentina se giró hacia él con rostro apacible—. Mi padre, desde que tengo memoria, jamás ha estado presente en nuestras vidas. Como el dinero que mi madre ganaba no era suficiente, mi hermano, Teo, apenas pudo terminar la preparatoria mientras trabajaba, siendo que se dedicó a laburar para ayudar con los gastos. Durante ese tiempo empezó la Gran Guerra. Me imagino que la recuerdas.
Scott asintió, sumamente interesado con lo que su acompañante le relataba. Sus ojos purpuras estaban atentos en ella, fijándose en el semblante ligeramente apesadumbrado. ¿Quién no había oído de la Gran Guerra? Había sido todo un caos para numerosos países.
—Debido a la falta de soldados formales, empezaron a reclutar a todo hombre mayor de dieciocho años que estuviera físicamente capacitado. Carlos tenía catorce años, así que no podía ir, pero Teo sí. Cuando volvió, nuestra madre estaba bastante enferma por toda la pólvora y la falta de medicamentos e incluso alimentos. ¿Has escuchado a un exsoldado teniendo pesadillas?
—Jamás.
—Es bastante desagradable. Teo se despertaba en ocasiones gritando tan fuerte que los vecinos iban a nuestra casa para ver qué pasaba. Eran terrores nocturnos. E incluso en un momento, cuando Carlos y yo fuimos a calmarlo, lo golpeó por accidente pensando que se encontraba aun en la guerra. Recuerdo que le rompió el labio. Teo, cuando vio donde estaba, se volvió un manojo de lágrimas y disculpas. Logramos que vieran a Teo por cómo había regresado; tiene estrés postraumático y los medicamentos no son tan accesibles como quisiéramos. Madre eventualmente murió. Aunque Teo reciba dinero por su servicio en la milicia, apenas nos permite pagar la luz. Nadie quiere a personas de piel morena cerca suyo y cualquier trabajo que conseguimos es pagado con una miseria. Ahora, ser también mujer lo pone más difícil. Me pagan menos que a la gente blanca e incluso me pagan menos de lo que les pagan a los hombres de mi etnia. Mi sueldo es la miseria de una miseria.
Volvieron a guardar silencio. Scott estaba sin palabras, sintiéndose algo ridículo al comparar sus problemas con los de la joven quien, cansada, negó con un movimiento de cabeza.
—Creo que es obvio que no puedo divertirme en una situación así.
La mirada verde de ella, que en un momento había bajado al suelo oscuro y sucio, se alzó hasta clavarse con la púrpura. Vio al príncipe abrir la boca, dispuesto a decir algo. Una red irrumpió en escena y capturó dentro suyo a Scott que pronto fue llevado lejos.
El asombró se acrecentó cuando uno de los cazadores en la zona (en total eran tres) trató de atraparla, sino fuera que logró escaparse con facilidad; agradecía que fuera viscosa y resbaladiza. Buscó huir, tratando de averiguar una forma de ayudar a Scott. Mientras tanto, Gill, asustado al ver a los cazadores, se escondió sin pensarlo en uno de los arbustos, llenándose de espinas en el cuerpo. Alec le miró, antes de fijarse en el barco que empleaban esos hombres, vislumbrando al bajito que llevaba en la red a Scott. Sabiendo que se encontraba en peligro de no ser que sucediera algo a su favor, la luciérnaga voló hacia el cazador, metiéndose en su nariz para distraerlo; el hombre se quejaba y mostraba una mueca de malestar en su rostro, agitando la cabeza y buscando sacarse el animalito de la narina derecha.
Aquello hizo que soltara a Scott, quien cayó al agua del bayú y se liberó de la malla que lo rodeaba. Conforme Alec salía disparado de la nariz del sujeto, yendo a parar a una roca, cubierto de mucosidad que se apresuró a retirar con disgusto, Valentina fue atrapada por los otros dos hombres.
Cuando el príncipe emergió del agua, sintiéndose victorioso de su huida, preocupación y urgencia tiñeron su rostro mientras buscaba qué hacer para ayudar a la joven que se encontraba encerrada en una jaula. Sacó la lengua y está se pegó al barco que ya amenazaba con alejarse. Se escabulló con cuidado, trepándose en el hombre, que anteriormente lo había capturado y que remaba, hasta posarse en su cabeza. Por esto, el resto de los cazadores se decidieron por atacarlo, golpeándose entre sí, creando una confusión total. El más grande, físicamente, había estado sentado sobre la jaula para evitar que el sapo dentro escapara y, debido al caos, esto sucedió. Así, brincando de un lado para el otro, consiguieron que los hombres se golpearan entre sí al punto de que quedaron completamente noqueados. Finalmente, Scott tomó la mano de Valentina para llevársela lejos, a un lugar más seguro junto a sus dos más recientes amigos, donde le preguntó si se encontraba bien. La joven podía ver genuino interés en el contrario conforme se aseguraba que estuviera completa y sin daños algunos, y aquello le hizo sentir que el estómago le daba una vuelta.
Gill, una vez a salvo, salió de su sitio y se acercó a Alec para inspeccionar su estado, encontrándolo nada más cansado.
—¿Podrías ayudarme? — le preguntó el caimán a la luciérnaga, señalando su cuerpo lleno de las espinas.
Alec suspiró largamente, pero asintió. Mientras se esforzaba en retirar las bolitas que se pegaban en la piel, los dos sapos hicieron acto de presencia, oyendo los quejidos y chillidos de Gill por el dolor.
—Vamos a tomar un descanso, ¿está bien? — dijo el insecto al par.
—Sí. Creo que es necesario que paremos un rato.
Escuchó el estómago de alguien rugir; Valentina se giró a Scott que se tomó la barriga con ambas manos.
—Supongo que deberíamos aprovechar para comer algo.
La joven comenzó a buscar a su alrededor; había memorizado los ingredientes que su hermano y su madre usaban para preparar ciertas cosas y, aunque no era buena cocinera, sabía un par de recetas para poder sobrevivir. Scott se ofreció a ayudarle a encender un fuego donde preparar todo mientras ella recolectaba lo necesario. Empleó una calabaza como olla, siendo reinados, ambos, por un silencio extraño; no era incómodo ni agradable, pero se sentía necesario.
—Me disculpo si llega a saber mal— dijo ella, meneando el contenido de la calabaza.
—Con que sea comestible.
Hubo una pausa; aún se oían los quejidos de molestia de Gill.
—Entonces...— alargó él, sentándose a un palmo de la joven, abrazándose a sus piernas—. ¿Tú hermano está mejor?
—Aun tiene pesadillas, pero ya no despierta gritando ni llorando. Es un proceso lento.
—Sí, por supuesto. No me imagino lo que tuvo que ver para terminar así.
Tanto él, como Carlos y Valentina le resultaban personas admirables. Aun se esforzaban por salir adelante sin importar lo difícil que estaba siendo.
—Tienen mis respetos— los ojos verdes se encontraron con los púrpuras —. Lo digo en serio. Yo siempre fui atendido por sirvientes. Hacían todo por mí. Cocinarme, vestirme, entretenerme, etcétera. Nunca vi lo difícil que puede ser la vida. Ahora que mis padres me han desheredado, me doy cuenta que no soy bueno para muchas cosas.
—Bueno— la joven exhaló por lo bajo—. Creo que es importante saber en qué fallamos. Siempre podemos aprender nuevas cosas.
Scott era extrañamente muy honesto y eso le gustaba. Estaba harta de la gente doble moral e hipócrita, así como de las personas creídas que la miraban por encima, como si fuese algo patético. El príncipe la veía como una igual, lo sabía, lo podía notar.
No dijo nada en respuesta y asintió, apretando los labios. Valentina volvió a lo suyo mientras que el príncipe aun le miraba; la mayoría de las chicas que conocía eran tan despreocupadas como él y no parecían tener ningún plan para sus vidas. Si era honesto, todas ellas tenían la vida resuelta, como él, así que iban por la vida haciendo lo que se les pegara la gana, en ocasiones sin poder pensar en los demás. Lo importante eran ellas, no las consecuencias negativas de sus acciones hacia el resto de las personas.
Valentina parecía tener los pies bien puestos en la tierra, segura, decidida y trabajadora. Aquello le provocaba un interés que hasta entonces desconocía.
La vio servir todo en cuencos improvisados a base de bellotas vacías. Le entregó la comida antes de dirigirse a los otros dos que, para ese punto, ya habían terminado con lo propio; Gill estaba tumbado boca abajo, adolorido, mientras Alec yacía sentado sobre una roca, aun cansado.
Se sentó junto al príncipe con su respectivo cuenco y el resto probó los alimentos. No hicieron caras de asco, pero sí de duda, pues apenas notaban algo de sabor en la comida.
—Lo siento— decía ella—. No soy muy buena.
Scott rio un poco, negando con la cabeza.
—Espero tu hermano sea mejor o tendrán un problema con su restaurante.
—Él es muy bueno. Tiene un gran talento para la cocina. Yo simplemente tengo problemas con indicaciones ambiguas. ¿Cuánto es un poco de sal?
—Lo bueno de tener hambre es que todo sabe bien— comentó Gill, buscando ver el lado bueno de la situación, por decirlo de una forma.
—Al menos no sabe a podrido o similar— acotó Alec.
—Al menos no se ha quemado. Si hubiera cocinado yo, probablemente, gran parte del bayú estaría ahorita incendiado. Ni siquiera puedo romper bien un huevo.
—Sí, prefiero que tenga sabor suave a comer una roca, entonces.
Los ojitos de Alec subieron al cielo y, resollando, dejó el cuenco a un lado y comenzó a volar.
—¿Pasa algo? — preguntó el caimán.
—Louis está aquí.
—Oh. ¿Dónde?
—Ahí.
Señaló el firmamento, ocasionando que todos miraran una estrella en específico. Era la estrella que brillaba con mayor intensidad, pero no era más que eso, una estrella.
—Es tan bonito.
Valentina miró con confusión a Scott, quien le restó importancia, encogiéndose de hombros. ¿Era un problema que sintiera amor por una estrella? Gill hizo amago de comentar que no era un ser, sino un objeto inanimado a cientos de kilómetros de distancia, mas Scott le lanzó el cuenco ya vacío y le hizo una seña de que callara, que lo dejara pensar lo que quisiera.
Lo escucharon hablar con aquella estrella como si realmente lo oyera, pero optaron por no interrumpir. Los ojos verdes de Valentina miraban con curiosidad al insecto, a la vez que Scott le daba un vistazo a ella. El amor era raro. Él no lo había experimentado sin importar que ya era un hombre adulto, pero tampoco le interesaba, o no hasta entonces. ¿Uno realmente podía encontrar, entre toda esa cantidad de estrellas, la única que le robara la atención? Se entretenía con las mujeres, ya fuese charlando o teniendo sexo, pero eran amistades muy peculiares, no un noviazgo.
Estuvieron así un rato, hasta que terminaron de comer y Alec concluyó con la conversación. Se dispusieron a retomar su camino, pero la pierna del príncipe fue sujetada por algo que identificaron como una sombra. Él trató de aferrarse a lo que estuviera a su disposición mientras era arrastrado por aquel ente con una velocidad impresionante, no permitiéndoles al resto alcanzarlo.
Llenos de pánico, vieron una luz aparecer, posándose en las sombras que los atacaban, haciéndolas evaporarse, y al buscar la fuente de aquello se encontraron con una mujer anciana, de tez morena y arrugada, con unos lentes negros, joyería dorada y ropajes blancos que cargaba con una calabaza de donde salía luz.
—Nada mal para una anciana ciega de ciento noventa y siete años— dijo la mujer, antes de empezar a señalar a los presentes—. Ahora. ¿Quién fue el niño travieso que fue a meterse con el hombre sombra?
Gill y Alec señalaron al sapo varón quien, avergonzado y fingiendo inocencia, sonrió.
La mujer, quien resultó ser mamá Odie, los guio a lo que era su hogar; un barco viejo y roto atrapado entre las ramas de un árbol grande y robusto. Dentro había un montón de artefactos de todo tipo y muebles que daban un aire más hogareño al sitio.
—Qué bueno que te hemos podido encontrar, mamá Odie— decía Valentina, saltando detrás de la mujer junto a Scott.
—¡Juju!— mamá Odie exclamó, ignorando completamente a sus invitados.
Del techo apareció una serpiente que lentamente se deslizaba hasta estar frente a ella, procediendo a restregarse contra su mejilla como si se tratara de un felino y no de un reptil. Mamá Odie la tomó, aseverando que Juju, como suponían que se llamaba aquel animal, le quería mucho, y la estiró, empleándola como un bastón para saber donde se encontraban las cosas, caminando libremente hasta sentarse en una silla y depositando los pies en un banquito.
—¿Cómo está tu abuelita, Alec?
—Oh, está bien. Gracias por preguntar.
—Mamá Odie— volvió a hablar la única chica del grupo, saltando hasta posarse en el brazo de la silla, seguida del príncipe—. No queremos quitarte mucho tiempo...
—¿Quieren un caramelo? — preguntó de la nada, mostrando su mano en donde se encontraba un dulce esférico, rosa y lleno de pelusas. Ambos negaron ante la oferta—. Que lastima. Es especial. ¿Saben? Los convierte en humanos.
—¡Espera!
—Es broma, nenes— rio ante la urgencia del par.
—¿Quién te dijo que queremos que nos conviertas en...? — había empezado a formular Scott, deteniéndose al ver que la mujer había caído dormida en su sitio.
Dudoso, miró a Valentina antes de acercarse un poco más, tocándole suavemente los anteojos y llamándole. La mujer de golpe se despertó, aseverando que su gumbo se quemaba y que debía hacer todo por ahí. Se levantó de su asiento y caminó hasta una tina que se calentaba y de donde burbujeaba un contenido líquido entre marrón y rojizo. Lo meneó con una rama mientras los sapos se acercaban prontamente, trepándose al borde del mueble.
—Ahora— dijo, una vez se aseguró que el gumbo estaba en perfectas condiciones—. ¿Saben que es lo que necesitan?
—Necesitamos ser humanos—afirmó Valentina.
—No, no. Eso es lo que quieren, pero no saben qué es lo que necesitan.
—Querer, necesitar. Es la misma cosa— aseveró Scott.
—¡Por supuesto que no! — golpeó al príncipe, sacándole una suave risa a Valentina que, después, se aseguró de que estuviera bien—. Escuchen bien, nenes.
Los dos se acomodaron en su sitio, mirando a la mujer que señaló al varón.
—Eres un príncipe ricachón. Siempre has tenido dinero, pero quieres más— negó con la cabeza—. ¿Realmente es importante? Necesitas controlarte. Hay más cosas que merecen tu atención. Amar, conocer otras perspectivas, ya sabes.
Scott dejó caer los hombros, pensativo, mientras mamá Odie se dirigía entonces a Valentina antes de tocar el gumbo con el dedo índice, el cual formó un remolino antes de dejar ver la imagen de años pasados; eran sus hermanos, su madre y ella disfrutando de una cena familiar.
—Sé que tu familia es tu adoración. Tu madre y tus hermanos son trabajadores y buenas personas, y tú también, pero la vida no es solo fijarse en el trabajo. Necesitas relajarte un poco.
—No puedo relajarme ahora— afirmó ella, arrugando el entrecejo—. No cuando mis hermanos se matan en trabajos que no les gustan, mal pagados y hasta peligrosos. Tengo que esforzarme por el restaurante. Es lo que mi madre soñaba.
Suspiró, dándose cuenta de que sería más difícil convencer a la joven de lo que había sido con el príncipe.
—Bien— aceptó la anciana—. Si tanto quieren convertirse en humanos, les daré una mano.
Revolvió el gumbo, musitando que deseaba saber si había una princesa cerca y la imagen de Emma empezando a despertar apareció.
—Emma no es una princesa.
En ese momento apareció Moses, probándose una última vez su ropa para el Mardi Gras de ese año, y traía en manos las prendas que usaría su hija. Llevaba una capa roja y con peluche blanco, además de una corona; parecía un rey de aquellos que salían en cuentos.
—Oh, es verdad. Es el rey del Mardi Gras.
—Por lo tanto, ella es una princesa. Pero solo hasta la media noche, cuando termina el Mardi Gras. Tienen hasta entonces para que te bese. Una vez lo haga, ¡boom! Serán humanos.
—No nos queda mucho tiempo.
—Tengo una idea.
***
Subieron al barco que pasaba por el bayú en aquella ocasión, por la zona menos concurrida y con el mayor cuidado posible. Sin embargo, para cuando Gill estuvo montado por completo, vieron en una esquina del pasillo figuras de personas aproximándose; parecían más cazadores. Pronto se escondieron donde pudieron, pero, debido al tamaño del caimán, éste no fue capaz de hallar donde ocultarse, únicamente atinando a abrazarse a sí mismo mientras cerraba los ojos.
Las personas aparecieron por completo en escena y, aunque se dieron cuenta de que eran músicos vestidos de animales, no se movieron de su sitio. Avanzaron unos pasos y pensaron que se habían salvado, sin embargo, estos regresaron y se concentraron en Gill a quien pronto comenzaron a hablarle, aseverando que su disfraz era impresionante y realista, así como le preguntaron si era capaz de tocar la trompeta que llevaba. Él, temeroso, empleó el instrumento para producir una melodía, ocasionando que la gente presente le diera cumplidos y, posteriormente, lo invitaran a tocar, a lo que aceptó con emoción, retirándose y dejando al resto atrás.
Manteniéndose ocultos entre las cosas, optaron por ir a ver el espectáculo que duró algunas horas. A mitad de éste, Scott se marchó a otra dirección del barco, después de avisarle a sus acompañantes que volvería en un rato. Se acomodó en la zona exterior, cerca del agua y mirando el cielo que comenzaba a oscurecerse al caer la noche. Las estrellas comenzaban a aparecer en aquella manta oscura y se fijó en ellas, sobre todo en la más luminosa que Alec nombró Louis.
Suspiró largamente, sintiéndose ligeramente cansado por todo lo que estaba ocurriendo. Había viajado varios días en barco desde Maldonia hasta Nueva Orleans, luego había sido convertido en un sapo, metiendo a otra persona en sus problemas, perdiéndose en el bayú, casi siendo comido por caimanes y atacado por sombras misteriosas y peligrosas. Para rematar todo eso, estaba sintiendo cosas raras por Valentina. No era deseo sexual, eso lo identificaba perfectamente, pero tampoco era simplemente que le agradara la muchacha. Lo confundía.
Tras unos instantes de soledad, oyendo a lo lejos la música de jazz que seguía encantando a los pasajeros, Alec apareció volando con tranquilidad hasta él, mirándole con curiosidad.
—¿Qué haces? — le preguntó el insecto.
—Nada— Scott se encogió de hombros, sumiéndose en silencio un momento—. Creo que quiero a Valentina.
—¿Cómo amigos?
—No. No. Es... ¿Cómo lo digo? Temo estarme apresurando, pero... Ya sabes. Creo que la amo.
—Oh— Alec soltó un ruidito de enternecimiento—. ¿Es la primera vez?
—Sí.
—Con razón has dicho que crees. Yo digo que es así. Desde un principio pensé que eran pareja. Me parece que tienen buena química y, aunque tienen desacuerdos, parecen congeniar bien.
Scott dijo nada y afirmó con la cabeza, volviéndose al cielo estrellado.
—¿Qué vas a hacer? — la luciérnaga preguntó.
—Ya no me casaré con Emma. Le diré a Valentina como me siento— exhaló fuertemente, meneando las manos mientras hablaba—. Puedo conseguir un trabajo, o dos, para conseguir el dinero suficiente para vivir y ayudarle con eso de su restaurante.
—¿Le vas a decir hoy?
—Ese es mi plan.
—Suerte.
***
Scott llevó a Valentina, con cuidado y precaución de no ser atrapados por las personas del barco, hasta una zona alta donde se encontraba una mesa, rodeada de dos sillas, con una tela blanca haciendo función de mantel sobre el cual había platos con comida sencilla como vegetales rebanados en circulo, además de una vela encendida en el medio, debajo de las constelaciones brillantes.
Los ojos verdes de la fémina se mostraron sorprendidos de una manera amena, inspeccionando la imitación de un balcón de restaurante romántico. ¿Cómo se le había ocurrido aquello? Miró al príncipe, sonriendo divertida al ver que éste tenía una mariposa negra en el pecho, como si se tratara de un moño elegante para un traje.
—¿Es demasiado? — preguntó él.
—Me parece que sí.
Agradeció a la mariposa que se marchó volando gentilmente, aseverando que era un detalle bueno.
Valentina no estaba molesta ni nada, sino que se sentía impresionada, halagada y agradecida. Usualmente sus amigos le invitaban a fiestas y a salir, pero, hasta donde sabía, ninguna persona había mostrado interés romántico en su persona y, aun si fuera así, pensar en alguien más haciendo esos gestos por ella le resultaba incómodo.
Se sentaron y comenzaron a llenar sus estómagos.
—Al menos eres capaz de cortar verduras— comentó ella, recordando la última conversación entre ellos dos únicamente.
—Sería preocupante que ni eso pudiera hacer.
Valentina sonrió un poco más grande, bajando la mirada un instante antes de alzarla y mirar la ciudad que se desplazaba a su alrededor conforme el barco avanzaba, fijándose en el molino de azúcar. Notando el interés de la joven, Scott miró en la misma dirección.
—¿Ese es el molino?
—Sí— apretó los labios, recargándose en la mesa improvisada con una copa puesta boca abajo—. Por dentro está sucio y bastante abandonado, pero con un poco de cuidados y una capa de pintura nueva se verá decente. Bueno, esa es la idea. Estuve ahorrando tanto solo para que se lo den a alguien más.
—¿Por qué?
—Había quedado con los vendedores en pagar la mitad del precio ahora y luego, después de que el restaurante funcionara, pagaría lo que faltara, pero llegó un ofertante nuevo que pagara todo en un solo pago. Si no tengo el dinero completo para el miércoles lo perderé.
—Realmente te urge el dinero. Por eso me has insistido tanto.
—Uhm, sí. El sueño de mi hermano y mi madre era tener un restaurante. Además, quiero que mis hermanos dejen esos trabajos. Trabajar en una constructora es extremadamente peligroso y Teo ni siquiera tiene seguro por parte de su patrón, lo que sería lo legal. Y Carlos no es que lo traten muy bien en la imprenta.
Hubo una pausa durante la conversación, pausa en la que Scott dejó de mirar la edificación para fijarse en la joven. Buscar trabajo no era la opción, entonces, sino que de verdad debía casarse con la hija de Moses Taylor. Así tendría el dinero que Valentina tanto quería. Probablemente no sonreiría de oreja a oreja cuando comprara el molino, pero sí lo haría con elegancia y sorpresa y, sinceramente, quería verle con esa suave expresión.
Podía ver la melancolía, el cansancio y ligero resentimiento en las facciones de ella mientras continuaba con los ojos fijos en el paisaje. ¿Realmente podía culparla? Era lo que él consideraba una marginada y cualquiera sentiría aquella mezcla de emociones en una situación similar, pero la vida no solo era mala.
—Entiendo que es importante trabajar duro para salir adelante— decía Scott, ganándose la atención de la joven que se giró hacia él—. La vida es difícil, eso lo comprendo, pero hay que tratar de ver las cosas buenas que tenemos.
Valentina no dijo nada y se sumió en sus respectivos pensamientos. Tenía una casa donde resguardarse, ropa que le cubriera del Sol, frío y la lluvia, aunque sus trabajos eran mal pagados se podía considerar afortunada por tener trabajo, pues muchas personas de su misma clase, sexo y tez no tenían de donde conseguir dinero para pagar la comida y demás. Conocía a un par de personas desempleadas y era una situación aun más infernal que la propia. En su vida había amigos que la querían y se preocupaban por su persona, así como hermanos con los que se llevaba de maravilla. La vida era jodida, pero en varios aspectos ella era dichosa.
—Tienes razón.
Scott le obsequió una sonrisa, recibiendo de vuelta una mirada suave de parte de ella.
—Relájate un poco. Haré que consigas ese molino.
—Muchas gracias.
—Si quieres, incluso te puedo ayudar a decorar. Un escenario para una banda de jazz. Pinturas de colores vibrantes en las paredes. ¿Qué tal?
—Lo de la banda no suena mal.
Scott no era un mal chico, quizás nada más podía afirmar que estaba en su burbuja de privilegiado y por ende le costaba entender la vida de otros. Sin embargo, era capaz de darse cuenta de eso y parecía estar aprendiendo, cambiando ese lado que podía considerarse mimado o similar. Tenía carisma y era simpático, afirmaba Valentina para ella misma, tanto que hasta la estaba cautivando a ella también.
Escucharon la voz de un hombre anunciar por todo el navío que ya iban a desembarcar en Nueva Orleans, por lo que Scott se levantó, aseverando que iría por los demás, dejando a Valentina en aquel lugar decorado con cosas muy básicas; con solo decir que las sillas eran tazas. El príncipe no volvió, cosa que le resultó extraña a la fémina que pronto fue a buscar al resto de sus acompañantes.
El varón había sido nuevamente atrapado por las sombras malignas que rápidamente lo llevaron, a la fuerza, a Facilier. Intentó pedir ayuda, pero su boca había sido cubierta. Su corazón latía desbocado, con la adrenalina al tope, pues se sentía tremendamente espantado y amenazado; temía por su vida.
Bajó del barco, topándose con Alec.
—¿Sabes dónde está Scott? — le preguntó al insectito.
—Pensé que estaba contigo.
—Lo estaba, pero se fue a reunirlos.
—Entonces, ¿ya te dijo?
—¿Decirme qué?
—Oh. Si él no te lo ha dicho, no lo haré yo.
—Alec. Habla ya.
—Mh... Bueno— se hizo el inocente—. Él iba a decirte que te ama y que no planea casarse con Emma. Solo la besaría para convertirse de nuevo en humanos. Luego conseguiría trabajo y te ayudaría con lo del restaurante.
Los ojos verdes de Valentina se abrieron aun más por la sorpresa, sintiendo, a la par, como su corazón se apresuraba al bombear sangre y una calidez curiosa, hormigueante, aparecía en su pecho. No dijo nada por un buen instante, incluso comenzando a preocupar a su acompañante.
—Quizás se adelantó a buscar a Emma— dijo, justo cuando Alec hacía amago de hablar—. Vamos a ver si lo encontramos.
Estando de acuerdo con ella, Alec la siguió por las calles de Nueva Orleans que se encontraban llenas de autos decorados y colmados de luces, enormes y exagerados, mientras numerosas personas los apreciaban, al igual que los bailes que se llevaban a cabo y poco más. Avanzaron, procurando que no los pisaran, pues la gente estaba más concentrada en el espectáculo, provocando también que chocaran entre sí.
—Busca el carro más grande y pomposo que pueda haber— le comentó a Alec.
Era muy difícil ver algo entre tantos cuerpos y a esa distancia, por lo que la luciérnaga le sugirió que se subieran a un poste; eso seguro ayudaría a tener un mejor panorama. Llegó hasta el punto más alto, aferrándose a éste como si su vida dependiera de ello, totalmente asustada debido a su miedo a las alturas. Su atención viajó por todos lados hasta parar en el carro alegórico de la familia Taylor. En una parte era una corona, donde estaba Moses sentado, y en otra era un pastel clásico de bodas, blanco con flores rosas y adornos similares al encaje, donde se hallaba Emma, vestida con un enorme vestido rosa, acompañada de Scott, o al menos quien parecía serlo.
La chica parecía estar preocupada, siendo consolada por su acompañante que la abrazaba coquetamente de los hombros. Valentina observó la escena durante un largo momento mientras Alec trataba de hacerle saber que el príncipe la quería a ella, entre otras cosas más que no logró escuchar.
Frunció el entrecejo, confundida porque Scott ya era un humano y ella no. ¿Qué no el muchacho se había presentado en forma de sapo cuando un desconocido, con el aspecto del príncipe, bailaba con Emma? Respiró impetuosamente, pensando que no se trataba del original, sino del imitador.
—Ese no es Scott— aseveró Valentina, silenciando al insecto—. Tenemos que ir.
Con eso dicho, descendió del poste y volvió a introducirse en todo ese caos, dirigiéndose al auto de su mejor amiga con velocidad. Trepó silenciosamente a la par que Alec volaba frente suyo, hasta llegar a la última capa del pastel artificial. Inspeccionaron alrededor y se encontraron con una caja de madera que poseía un cerrojo bastante grande por el cual la luciérnaga se asomó.
—¡Scott! — exclamó Alec al ver que al sapo ahí encerrado—. Espera. No te oigo. Abriré el cofre.
Segundos pasaron hasta que, finalmente, el seguro fue retirado y el príncipe emergió de su encierro con fuerza. Posó sus ojos en Valentina antes de girarse a su mayordomo actuando como él, a quien se lanzó para rebuscar dentro de sus ropas hasta dar con el amuleto de madera que Facilier estaba empleando para su magia negra. Le jaló de éste con tanta fuerza que ambos cayeron al suelo, golpeándose con los demás pisos del pastel, llamando la atención de todos.
—¡¿Estás bien?!— Emma le preguntó con angustia desde su sitio.
Como pudo, Lawrence se levantó, afirmando que estaba bien y que solo necesitaba un momento para recuperarse, prontamente ingresando a una iglesia cercana. Valentina y Alec se apuraron a seguirlos, justo antes de que la puerta fuera cerrada.
Dentro estaba el hombre sombra, ordenándole al mayordomo que atrapara al sapo cuando éste haló una vez más del amuleto, rompiendo el hilo que empleaba para rodear su cuello como un collar, procediendo a lanzar éste a Valentina.
—¡Hay que romperlo! — Scott le explicó a la par que Lawrence volvía a recuperar su cuerpo bajito y robusto.
Valentina vio que Facilier se aproximó a ella, por lo que velozmente se dirigió hacia un costado, buscando escondite entre los asientos de madera del recinto, en compañía de un asustado Alec. El hombre sombra los perseguía, amenazando con pisarlos o tomarlos con las manos. Subió sobre una estatua bastante alta de Jesús y, antes de que Facilier se acercara, lanzó con toda su fuerza el artefacto; se rompió en varios pedazos, dejando salir un poco de la sangre de Scott que manchó las baldosas del piso.
Aterrado y angustiado, Facilier corrió a tratar de unir los pedazos al tiempo que numerosas sombras monstruosas aparecían, al igual que espectros de numerosos colores y muñecos vudú de materiales desconocido con ojos de botones o en forma de x. Mientras él suplicaba su perdón y tiempo para resolver todos los inconvenientes, aquellos seres malignos lo tomaron por todo el cuerpo y lo arrastraron, provocando que se golpeara contra el suelo, al cual trató de agarrarse con las uñas, rasgándolo, para evitar que se lo llevarán, prácticamente, al más allá a través de una enorme cabeza similar a una mascara siena y blanca, con ojos verdes y enormes cuernos dando hacia abajo, con dientes puntiagudos.
Cuando la boca de aquella mascara, o lo que fuera, se cerró con Facilier dentro, todo en la iglesia volvió a la normalidad; los muñecos y las sombras desaparecieron por completo. Hasta entonces, Valentina se percató que volvía a oír el ruido del festival, como si se hubieran sumido en una burbuja anti sonido.
Respirando agitadamente, los dos sapos cruzaron miradas, sin palabras, apartando su atención del otro cuando la puerta fue abierta. Emma observó con ojos confundidos y extrañados al hombre robusto que estaba usando la ropa que, según ella, había dado al príncipe de Maldonia. Antes de que pudiera decir cualquier cosa, Lawrence soltó al sapo y huyó totalmente avergonzado.
—¡Papi! — giró la fémina de cabello azul, saliendo de la iglesia para ir a hablar con Moses.
Aquel le miró con duda y angustia, rápidamente yendo tras del hombre adulto y robusto al oír el relato de su hija. Al poco rato aparecieron Carlos y Teo que, a su vez, fueron a ayudar al hombre de cabellos negros y coral. Fue hacia ella con rapidez, llamando su atención.
—Disculpe que la moleste— decía el anfibio, ocasionando que la joven le mirara con interés y asombro—. Soy Scott, el príncipe de Maldonia. Quisiera hablar con usted.
Se sentó en las escaleras frontales de la iglesia. Mientras escuchaba la narración del joven monarca, Valentina bajaba lentamente y con miedo de la estatua. De verdad odiaba las alturas. Se sujetó de ésta, ya en el suelo, y comenzó a respirar con esfuerzo a la par que buscaba tranquilizarse; sentía la mano de Alec acariciándole la espalda conforme los segundos pasaban.
—¿Estás mejor? — preguntó el insecto al ver que recuperaba su color usual.
—Sí. Gracias— inhaló con fuerza—. Vamos con Scott.
El mencionado estaba aun conversando con la joven de cabellos índigos que parecía aun estar procesando toda la situación. Moses había conseguido que la policía llegara para llevarse al mayordomo encarcelado con apoyo de los dos hijos de Kaia.
—Si te beso, ¿Val y tú volverán a ser humanos? — quiso confirmar Emma.
—Sí. Solo... Recuerda que, después de casarnos y todo eso, daremos dinero suficiente a Valentina para su restaurante.
—Por supuesto. Siempre he esperado que ella me pida aunque sea un préstamo, pero conociéndola, nunca lo haría.
—Yo dije que le pagaría si me ayudaba con esto.
—Ah, entonces tiene sentido.
—Yo...— suspiró—. Quiero que cumpla sus deseos.
Emma no dijo nada y asintió con gesto facial enternecido. Hizo amago de tomarlo con ambas manos, gentilmente, pero Valentina apareció en escena, interrumpiendo.
—¿Sabes? — ambos se giraron a mirarle conforme se acercaba más a Scott—. Si no quieres casarte con Emma puedes no hacerlo.
—Pero...
Carlos y Teo, quienes estaban en el festival aun buscando a su hermana, se aproximaron a la joven de ojos aquamarina. El mayor de ellos le preguntó si se encontraba bien, preocupado de que aquel farsante pudiera haberle hecho algo.
—Ah. No. Ehm...— jugó nerviosamente con sus dedos, volviendo a mirar al par que continuaban interesados en el otro.
—¿Qué? — respondió Valentina a Scott, ocasionando que ambos morenos se mostraran estupefactos.
El mayor miró a la joven como buscando confirmación de lo que había oído mientras que el castaño mantenía los ojos fijos en ambos sapos, no creyendo que el más pequeño había hablado. ¿Esa no era la voz de Valentina?
—Si es por el dinero, no importa— continuaba ella—. Aunque he querido el molino, es verdad que puedo conseguir otro edificio para el restaurante. Juntos podemos esforzarnos por él.
—¿Juntos? — los ojos púrpuras le miraron con esperanza.
—Alec me dijo lo que querías hacer. Aunque debería, mejor, escucharlo de ti.
Scott le tomó de las manos con una ternura que a Valentina le resultaba impresionante viniendo de él.
—En estos días, a pesar de que empezamos con el pie izquierdo, he llegado a amarte.
—¿No son estas tus típicas frases para ligar con mujeres?
—No. Jamás he usado la palabra "amar" o "amor" cuando coqueteaba.
—¿Y estás dispuesto a casarte solo para darme el dinero?
—Si no lo entregas mañana el molino será de otra persona. ¿No es así? Es algo por lo que te has esforzado tanto y, si puedo, quiero ayudarte a lograr lo que quieras. Como ya has de saber, además, mi plan era decirte como me siento, pedirle a Emma que me besara y, después, buscar algún trabajo o varios para poder darte el dinero para el restaurante. Así no me casaría con ella, pero eventualmente podría pedirte matrimonio a ti.
—¿Te atreverías a trabajar solo por eso? A diferencia de Emma, yo realmente no puedo ofrecerte nada como dinero ni las comodidades a la que estás acostumbrado. ¿Lo sabes?
—Lo sé. Y no me importa. Realmente quiero estar contigo, si tú me dejas.
Valentina sonrió dulcemente y asintió.
—Qué bonito— expresó Emma, tan conmovida que lágrimas empezaron a brotar de sus ojos—. Olvídenlo. ¿Cómo me voy a casar con él luego de esto? Vamos, aun tenemos tiempo.
Emma se inclinó un poco para, ahora sí, tomar al príncipe con cuidado de no aplastarlo y con intenciones de besarle. Las campanadas que provenían de la iglesa anunciaban que eran las 12 de la noche, ocasionando que sintieran su alma caer al suelo.
—¡Quizás todavía se pueda! — la joven de pelo índigo trató de ser positiva.
Besó el rostro del príncipe en repetidas ocasiones, pero, al alejarlo, vio que seguía siendo un sapo. Ante esto, más lágrimas se deslizaron por las mejillas rosadas de la joven vestida pomposamente, sintiéndose inútil y culpable por no poder ayudar a su mejor amiga.
—Lo siento.
—Está bien, Emma— Valentina quiso calmarla—. No es tu culpa.
Depositó al príncipe en el suelo y procedió a limpiarse la cara con los dedos de manera delicada.
—¿Val? — Teo habló, acercándose lentamente a la aludida.
—Hola.
Se inclinó, extendiendo la mano hacia ella quien se subió. Enderezándose, miró a su hermana que reposaba sobre su palma mientras Carlos se unía a la escena.
—¿Eres un sapo? — preguntó, con rostro entre triste y aliviado.
—Con mucosidad y todo, sí.
Explicó como llegó a ese estado, ocasionando que el par oyera con cientos de emociones revoloteando dentro suyo.
—Te estuvimos buscando todos estos días— masculló Teo con un nudo en la garganta.
—Perdón por haberlos preocupado. Estoy bien.
—¿Segura? — Carlos intervino, también aliviado por tener, finalmente, a su hermana con ellos.
—Sí. Soy un sapo nada más, pero todo está bien dentro de lo que cabe.
—¿Ahora qué van a hacer?
—Volver al bayú, supongo.
Gill apareció, caminando en sus cuatro patas con lentitud y pesadez, asustando a Emma que se encogió en su sitio mientras los dos morenos mantenían la calma.
—Es simpático— decía Scott, al lado de la peliazul—. No hace nada. Nos ha ayudado a llegar hasta aquí.
Hubo un silencio mientras admiraban al enorme animal. Nuevamente, Teo y Carlos volvieron a fijarse en el pequeño sapo que ahora era su hermana.
—Yo quería conseguir dinero suficiente para poner el restaurante porque pensé que sería lo mejor— Valentina hablaba con algo de arrepentimiento—. Esos trabajos no me gustan para ustedes. En la imprenta son maleducados y denigrantes, y la constructora es extremadamente peligrosa. No quise contarles porque sabía que me dirían que no debo sobre esforzarme y ustedes continuarían matándose en sus empleos.
—Lo sé. Lo entiendo— Carlos asintió de acuerdo con el mayor de los tres—. Pero no quiero que te lastimes ni nada así por hacer más de lo que .
—Así como se preocupan por mí, yo me preocupo por ustedes.
—Y lo agradecemos. Lamento haberme enojado.
—Lamento no haberles dicho.
—Está bien— respondió el castaño, colocando la mano sobre el hombro del más alto.
Acunó aun más a Valentina entre sus manos, acercándola un poco más a sí mismo como si quisiera abrazarla, pero no lo haría por miedo a aplastarla similar. Carlos, en cambio, tocó suavemente la espalda de ella, como si le diera palmaditas.
***
La boda se llevó a cabo en el bayú en presencia de luciérnagas y animales de ahí. Mamá Odie oficiaba la boda mientras Alec miraba con emoción todo y Gill lloraba a mares, totalmente conmovido. Había flores de todos los colores y el día era tan bueno que parecía inundar con una luz dorada y encantadora todo el sitio. Ellos dos se encontraban sobre una diminuta isla en medio de otras más grandes, donde se encontraban todos los invitados, junto a mamá Odie que llevaba a cabo la ceremonia. Valentina tenia un velo traslucido sobre la cabeza, adornado con flores chiquitas de color blanco mientras en sus manos sostenía una más grande y del mismo tono. Scott, en cambio, llevaba una mariposa en el pecho, de color amarillo verdoso suave como si fuera un moño.
Tras unos instantes, mamá Odie indicó que ya eran marido y mujer, instándolos a besarse. Cuando esto ocurrió, el agua golpeó fuertemente contra la islita y remolinos de color verde traslucido empezaron a rodearlos a la par que luces deslumbrantes aparecían y se apagaban rápidamente.
Tras ese espectáculo, aparecieron ambos en sus cuerpos originales; ella traía un vestido con varias capas que se asemejaban a hojas de diferentes tonos de verde, sin tirantes y con unas mangas largas hasta por debajo de los hombros de un color casi blanco, además, llevaba una tiara, una flor de loto blanco sobre su cadera y su velo brillante. Él, por otro lado, vestía un traje de pantalones negros, botas del mismo color, y una camisa larga hasta la cadera de dos tonos de verde y botones dorados, ajustada con un cinto café, y una capa de tono blanco.
Se alejaron y la sorpresa tiñó sus rostros al mirarse.
—¡Les dije que el hechizo se rompería cuando besaras a una princesa! — comentó mamá Odie con emoción mientras su serpiente se acurrucaba contra su mejilla.
—¡Oh! — Scott la miró, chasqueando los dedos—. Al casarte conmigo te has vuelto una princesa.
Sus ojos eran grandes de un color púrpura tremendamente vibrante. Tenía tez bronceada más que morena. Sus cabellos eran suaves, lisos y del color del ébano, cayéndole fluidamente hasta las cejas. No se había fijado bien en él, pero podía afirmar que era atractivo y entendía por qué tenía muchas mujeres detrás suyo. Además, su personalidad era bastante agradable también.
—Sí. Ah. Tiene sentido. Vaya. Besar a una princesa...
—A mi esposa la princesa— sonreía con todos los dientes, tan extasiado como un niño pequeño—. Lo haré de nuevo.
Valentina apretó los ojos con fuerza y sintió los labios finos del joven presionar los propios con devoción. Aquello provocó que sus mejillas adquirieran un leve tono rosa.
—¡Felicidades! — exclamó Alec. Gill no dejaba de llorar.
Suerte que seguían entendiéndose entre sí.
—Hay que volver a la ciudad— dijo Valentina nuevamente distanciados.
Tan pronto como pudieron se dirigieron a Nueva Orleans; mamá Odie los ayudó a acercarse al sitio.
Avanzaban por las calles llamando la atención de todos debido a su aspecto; más de una niña y un niño se detenían a señalar lo bien que se veían, pensando en voz alta que parecían una princesa y un príncipe sacado de un hermoso cuento de hadas.
—Mi casa es por aquí.
Salieron de la zona central de Nueva Orleans, caminando varios minutos, de la mano, hasta llegar a una zona de clase media y baja. Algunos vecinos la reconocieron y saludaron, comentando positivamente por su vestido y similar, ocasionando algo de vergüenza en ella; no le gustaba llamar la atención.
Se detuvieron frente a una puerta de un hogar bastante sencillo y de madera. Tras trocar con los nudillos la entrada, pasado unos instantes, Teo abrió, iluminándosele la cara al verla. El mayor la abrazó con fuerza en silencio durante largos segundos, siendo correspondido con timidez por ella cuyos ojos vislumbraron a Carlos a unos pasos de ellos.
—Pasa, pasa— decía el más alto—. Scott. Hola. Pasa.
—Hey. ¿Están ocupados? — preguntó el príncipe, adentrándose al humilde hogar, siguiendo a la fémina que fue a abrazar a su hermano castaño.
—No. Hoy salimos temprano del trabajo.
—Qué bien. Son humanos, necesitan un descanso.
—Veo que ustedes han vuelto a la normalidad— dijo Carlos conforme Teo cerraba la puerta—. Al final sí te cásate con él.
—¿Cómo lo has sabido?
—Pareces una novia, Val.
—Te ves bien— Teo aseguró, demasiado emocional.
—Está bien si quieres llorar— le dijo el castaño al mayor.
—Por favor no me des cuerda. Quiero ahorrarme la vergüenza.
—No te preocupes—Scott le palmeó el hombro—. Val se ve tan bonita así que hasta yo podría llorar.
***
Se casaron por la iglesia. Momento que ella conoció a sus suegros, cosa que la puso algo nerviosa, aliviándose al saber, de parte de Scott, que a sus padres le agradaron mucho. Emma estaba llorando sin parar, encantada por el romance de su mejor amiga; esperaba encontrar algo así.
Les costó un largo tiempo conseguir dinero para conseguir un local casi tan grande como el molino, pues, desgraciadamente, no tuvieron la oportunidad de recuperar el contrato. Tampoco les importaba tanto, si eran honestos. Los tres varones de la familia, ahora incluyendo al pelinegro, se encargaron de repararlo y acondicionarlo para el restaurante, solo siendo ayudados a decorar y amueblar el recinto por Valentina después. A la par de eso, hicieron malabares para equilibrar ese proyecto con su trabajo; Scott consiguió empleo en una carnicería. No le gustaba realmente, pero era lo mejor que pudo conseguir sin emplear sus influencias de la realeza.
Tuvieron que utilizar a Gill como amenaza para que los vendedores de bienes raíces no volvieran a hacer lo del molino. A él y a Alec les gustaba mucho el restaurante; había mesas con manteles blancos y verdes, con sillas del mismo tono de madera, con cientos de luces colgando en candelabros elegantes y detallados en el techo, además de muchas plantas de todo tipo, brindando cierta vivacidad al recinto. Al fondo había un escenario donde tocaba una banda local de jazz junto a Gill; los músicos al principio le temían, pero se fueron acostumbrando. Todos amaban la comida, el ambiente y la buena atención; la organización de Carlos y Valentina, combinada con el talento para la cocina de Teo y el carisma de Scott como host, era increíble.
Valentina estaba revisando que todo estuviera en orden, yendo a uno de los balcones para tomar un respiro del trabajo. El pelinegro, eventualmente, apareció junto a ella, preguntándole si todo estaba bien.
—Sí. Solo es un descanso— dijo ella, mirando el cielo que pasaba de ser naranja a ser azul oscuro.
Afirmó con la cabeza, procediendo a tomarle de la mano con gentileza.
—Jamás me vi casado, menos por gusto propio.
Los ojos verdes miraron sus manos juntas, reparando en la banda plateada en el dedo anular de Scott, y luego subieron hasta posarse en el rostro de éste; su atención estaba sobre sus apéndices.
—Yo tampoco. Emma me hacia escuchar cuentos de romance con ella. Le gustaban mucho, pero a mi no me interesaba algo así.
—¿Qué tal?
—Uhm...— dramatizó —. Podría ser peor.
—Oye.
Sonrió, con los orbes mágicos clavándose en los propios de manera divertida y ofendida, aunque esto útimo era fingido.
—¿Tú?
—Mi esposa es un poco adicta al trabajo, pero es algo que me gusta de ella.
Negó con la cabeza y rodó los ojos, más divertida que agredida, a la par que un sonrojo aparecía en sus mejillas.
—Tienes que volver al trabajo— dijo Valentina.
—Si me das un beso, lo haré.
Apretó los labios, avergonzada, y pidió que cerrara los ojos. Cuando él lo hizo, acarició castamente sus labios con los propios.
—Anda.
—Sí, señora.
La besó una vez más antes de retirarse y dejarla sola. Ella miró nuevamente el cielo, fijándose en la estrella más brillante.
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