La Bella y la Bestia

Una notita rápida antes de que lean.

Como me basé en el live action y en la animación, vi que el live action mencionan la peste negra y, luego de investigar, supe que está ambientada en el siglo XVI.

Busqué compositores de esa época y di con Monteverdi. Puse una canción para que la escuchen. Me pareció bonita y espero les guste.

El chocolate llegó a Europa, o al menos a España, fue en el siglo XVI y se volvió popular entre la gente de alta clase, sobre todo en el siglo XVII por lo que era caro.

La ropilla era una prenda con mangas que se ceñía sobre los hombros de cuyos pliegues pendían por lo general mangas sueltas. El jubón era una prenda dura que iba desde los hombros hasta la cintura. Las calzas eran mallas. Si gustan, les recomiendo ver imágenes en Google.

En fin, son alrededor de 15 mil palabras y demoré en escribirlo. Está muy cambiado, pero la idea base es la misma de la historia original. Si ven un error, me lo pueden decir, grax.

Disfrútenlo! 😄💙

El muchacho estaba en la biblioteca, andando por un pasillo mientras miraba los libros en los anaqueles con sumo interés. Cómo no era un lugar muy grande le fue fácil encontrar el tomo que buscaba, sonriendo en cuanto lo tuvo entre sus manos y dirigiéndose pronto al hombre que se encargaba de la biblioteca. Era la decimotercera vez que tomaba ese libro, pero no podía hacer más teniendo en cuenta que eran muy escasos los volúmenes que existían de Astronomía y Física, o al menos en aquel pueblo así eran las cosas. Se despidió del hombre y salió a la calle, con el libro en una canasta de mimbre que posteriormente llenó en el mercado con pan, algo de carne y unas cuantas verduras. Las miradas de los demás habitantes que circulaban entre las casas pequeñas se le clavaban encima, con curiosidad y/o desagrado.

Era bien conocido por el pueblo debido a los experimentos y creaciones locas que llevaba a cabo con Gill. La verdad es que a él no le preocupaba mucho lo que el resto pudiera pensar, era aún más importante disfrutar de lo que hacía, descubrir nuevas cosas e innovar. ¡La ciencia era algo superior a la gentuza esa! Es decir, no los odiaba, de verdad que no.

Iba saltando de una roca a otra que formaban el camino el cual llevaba a la entrada principal de su hogar, sin embargo, se vio interrumpido al divisar unas botas de cuero altas y cafés frente a su propio calzado. Paró de golpe y alzó la mirada hasta encontrarse con un hombre más alto que él y aún más fortachón. Prontamente su gesto se deformó en una mueca de queja.

—¿Ahora qué quieres, Gastón?— preguntó el muchacho de cabellos plateados.

—Solo vengo a ver a mi futuro esposo.

—¿Quién? — miró curioso a todos lados, logrando que el pelinegro que carcajeó para luego pasarle el brazo por los hombros.

—A ti, ¿a quién más?

Alec soltó risas fingidas mientras se sacaba al otro de encima, aguantando su asco y fastidio.

—Estoy ocupado. Pasa por aquí después— dijo el más bajo por cordialidad, a punto de marcharse.

—¿Ocupado haciendo qué? — musitó, viendo la canasta que llevaba encima y comenzando a escucharla como si fuera de él, encontrando un libro dentro—. ¿Qué es todo esto?

—Astronomia.

El muchacho de cabellos oscuros observó las hojas con escritos raros que parecían palabras en otro idioma.

—Tonterias— dijo Gastón, molesto por no entender las patrañas de aquel libro, a punto de lanzarlo lejos si no fuera por Alec que no dudó en tomarle la muñeca.

—No es mío, así que no lo maltrates, por favor.

Con cierta brusquedad, el peliplateado recuperó su objeto prestado y lo acomodó donde anteriormente estaba. Luego de quitarse al contrario de encima casi corrió hacia su casa alegando que ya podrían verse después, esperando que eso no fuera así. Escuchó los quejidos y órdenes de Gastón a lo lejos, pero no les dio relevancia y cerró la puerta tras de sí. Suspiró luego de esperar unos segundos, atento a que el contrario pudiese acercarse a su hogar para hostigarlo aún más, y se dirigió a la cocina dónde comenzó a guardar todo en sus respectivos lugares. Con el libro en manos, decidió dirigirse a sus aposentos, mas escuchó un estruendo venir del sótano y con velocidad fue hacia allí, encontrándose con un denso humo negro que cubría todo y una llama que brotaba de alguna parte que no lograba vislumbrar.

—¿Gill?— llamó, abanicando con su mano para despejar un poco el aire.

—¡Ah, hola!— respondió una voz desde el cuerpo oscuro de gas, seguido de pasos y una puerta que se abría para dejar entrar la luz del Sol y aire fresco—. No oí cuando volviste. ¿Cómo te fue?

—Mejor que a ti, por lo que veo.

El mayor soltó un sonido de afirmación mientras el humo se dispersaba y le dejaba a la vista, parado frente un armatoste raro que tenía llamas saliendo de un costado. Rápidamente, Gill fue por un trapo largo con el cual ahogó el fuego como si ya estuviera acostumbrado a esas cosas. Suspiró con inmensa decepción, cruzándose de brazos y observando su experimento terriblemente fallido.

—Demonios— expresó, dejando el trapo ya roído y sucio sobre un soporte de madera del objeto que ya ni forma tenía—. Y ya no me queda hierro.

—¿Te lo has acabado todo?— preguntó el de cabellos platas.

—Fuiste tú y tu intento de telescopio.

—Ah— los dos miraron al aparatejo en una esquina del sótano, rodeado de miles de cachivaches, papeles, planos y demás; estaba incompleto—. Es verdad.

—Tendré que ir a la ciudad por más

—Puedo ir yo si quieres.

—No. Fuiste la vez pasada. Es mi turno— sonrió el rubio—. Además, Gastón me estuvo molestando todo el tiempo que anduviste fuera.

Alec gruñó claramente disgustado y ganándose una risita del otro.

— No puede resistirse a los encantos de mi hermanito— comentó con burla el mayor que rió nuevamente al ver al contrario cruzándose de brazos con aires de egolatría.

—Claro que no. Eso lo sé. Pero hasta una rata es más inteligente que ese pusilánime y si alguien me va a traer de perro faldero, que al menos sea más listo que yo.

—Si yo no te digo que estés con él, simplemente me parece divertido que no acepte tu rechazo.

Gill se limpió la grasa de las manos con el mandil de cuero que le caía desde la cintura y que ya había dejado de ser color café por las manchas negras y amarillentas que lo cubrían. Para ese punto ya se había ventilado el sótano casi por completo y solo quedaba un nubarrón grisáceo.

—Pero si se pasa de la raya— prosiguió el de ojos azules—. Dale un puñetazo en la cara y a ver si se aplaca.

—No creo que lo haga, aunque lo tendré en cuenta.

—Puedo llamar a Sam.

—No lo molestes con cosas que no le conciernen.

—Sí lo hacen...— suspiró, se encogió de hombros y camino hacia la pequeña puerta que conectaba el exterior con el sótano para cerrarla—. Está bien. Ten cuidado, es todo.

Alec asintió a la vez que soltaba un ruido de afirmación sin importar que el otro no le viera. Luego, ambos salieron de aquel cuarto que era más grande que cualquier otro en la casa y se dirigieron a la cocina mientras hablaban de una que otra cosa. Gill alegó que tenía un hambre atroz y no demoró mucho en ir al baño para limpiarse la cara y dejar de lado su mandil sucio, y así poder prepararse a él y a su hermano algo de comer.

Llevaron a cabo su día sin nada nuevo ni contraproducente. El menor de los dos estaba en un sofá, leyendo parsimoniosamente el libro que acababa de adquirir nuevamente, asombrandose como la primera vez con las cosas que ahí suscitaban. El rubio, por otro lado, se encargó de la pequeña granja que tenían detrás de su hogarcito acogedor. La verdad es que no sabían si considerarla una granja porque no tenían más que un caballo, aunque de buena raza, un par de gallinas, un gallo y varios polluelos, además de un pequeño sembradío de vegetales y una que otra fruta. No abarcaba ni siquiera un kilómetro, a penas si era un poco más grande que el lugar donde ellos se resguardaban del frío y el Sol.

Para cuándo empezó a caer la noche, Gill se encargó de sus últimas tareas, como asegurarse de que los animales y sus plantas no pasaran frío, y volvió al interior de su hogar donde la chimenea crepitaba gracias al fuego que consumía la leña que tenían guardada de hace días. Luego de beber un poco de agua con ciertas hierbas en específico, se dirigió al sofá donde su hermano permanecía inmutable, medio desparramado sobre el mueble, y se acomodó a su lado, dejándose caer contra él.

Las horas continuaron en un cómodo silencio que a ninguno molestó. Finalmente, cuando Alec culminó, cerró el libro y se giró a mirar a su hermano rubio que ya se encontraba dormitando contra su hombro. Dejó el objeto a un lado y, con mucho cuidado, tomó a Gill entre sus brazos para llevárselo a la habitación en donde lo acomodó sobre la cama y lo cubrió con las suaves mantas. Luego, volvió a la sala y apagó la chimenea, quedándose en penumbras por completo, viéndose en la necesidad de caminar con torpeza y las manos frente a él hasta su cuarto.

...

Cuando la mañana comenzó, el muchacho de cabellos plateados se encontraba en el piso inferior de su hogar, ayudando a su hermano a ordenar las últimas cosas que le faltaban para dar inicio a su viaje hacia la ciudad más cercana. Hablando tranquilamente salieron, siendo el más grande en complexión quien se encargó de montar todo en un caballo antes de que Gill se subiera a este.

—Ve con cuidado— le pidió el menor, acariciando al caballo marrón mientras veía a su hermano acomodar las riendas de éste—. Y tráeme algo.

—Seguro. No hagas nada raro ni te metas en problemas.

—Nop. Tú tranquilo. Adiós, hermanito.

—Volveré en unos días.

Alec se hizo hacia atrás para permitir al mayor, que ya estaba listo, marcharse veloz pues era un viaje largo y cansado. Gill hizo un movimiento con las manos y el caballo empezó su cabalgata con rapidez, dejando que el menor admirara su parte posterior alejarse hasta perderse por el camino que se adentraba al bosque.

El peliplateado suspiró antes de darse la media vuelta para devolverse hacia su hogar, dispuesto a dormir un rato más hasta el medio día cuando se sintiera con energías para hacer sus labores de ese momento.

La casa se sentía vacía estando él solo; se consideraba una persona amigable y social que no estaba hecha para pasar todo el tiempo en soledad, y teniendo en cuenta que solo eran él y Gill desde siempre, pegados el uno al otro, le resultaba raro no tenerlo cerca incluso por solo dos o tres días. Sabía que era algo que debía pasar, lo entendía, pero no le era muy agradable quedarse esperando sin compañía, menos cuando la gente del pueblo no eran muy afines a pasar el rato con él. Le veían un poco raro y les era difícil comprender lo que hablaba porque eran temas que ellos no lograban manejar y de los que no habían oído jamás.

Bueno, no le quedaba más que trabajar en su pequeña huerta, cuidando a los animales, etc. Así servía que se olvidaba de su soledad.

Pasados los días, Alec comenzó a angustiarse por la falta de su hermano. Aún sabiendo que el viaje solía tomar días en concretarse le resultó peculiar que, luego de una semana, él no hubiese regresado. Ideas llenas de angustia y ligera paranoia invadían su mente con mayor frecuencia conforme las horas pasaban lentamente. ¿Hubiera sido mejor que lo acompañara?

Aquel día se encontraba alimentando a las gallinas con la cabeza sobre las nubes, viajando de un pensamiento a otro con velocidad, cuando de pronto oyó el relinchar de un caballo que le hizo girar a mirar, topándose con su animal marrón que se acercaba a una velocidad alarmante hacia donde él se hallaba. Lleno de temor por no ver a su hermano encima de la montura, el peliplateado se acercó al cuadrúpedo para calmarlo y soltarle una sarta de preguntas que no tuvieron contestación. Con decisión, Alec regresó a la casa y arregló todo para su partida, dejando suficiente comida a los animales por unos días y cerrando cualquier entrada de su casa para evitar que alguien pudiese colarse. Una vez preparado, se subió al lomo del animal y le ordenó que lo llevará inmediatamente a dónde se encontraba Gill.

De manera milagrosa y mágica, el caballo comprendió el pedido de Alec y se dirigió al destino deseado. El peliplateado ni siquiera se percató de que, más allá, Gastón y su siempre fiel amigo Lefou se quedaron en su sitio, observando cómo se marchaba de manera presurosa.

—¿Adónde crees que va?— preguntó el bajito, con su voz chistosa.

—No lo sé, Lefou. No soy vidente. Seguramente fue de viaje.

—Ah, es verdad. Él y Gill suelen ir mucho a la ciudad que queda a unos días.

—Sí— concordó Gastón, recargando su peso contra un árbol de manera altanera—. De verdad que no entiendo esos delirios suyos de inventor. ¿No sería mejor casarse conmigo y vivir cómodamente sin trabajar? Él solo tendría que cocinar y atenderme, por supuesto.

—Quién no quisiera esa vida. Lo que hace es una locura.

—Lo es. Pero no entiende. Ah, realmente es un poco bobo, ¿no crees?

—Sin duda alguna.

El fortachón suspiró con rendición, dando media vuelta para regresar por dónde había llegado.

—Volverá. Mientras tanto, debería pensar cómo hacerlo mío. Vamos, Lefou.

...

Él no era quien corría a toda velocidad, pero su corazón latía desbocado dentro de su pecho con terror de pensar qué había pasado con su adorado hermano mayor y con el único familiar que le quedaba.

El caballo saltaba, cabalgaba y esquivaba todo obstáculo que se le presentara en su camino, tomando una ruta poco transitada y que el peliplateado nunca había visto hasta el momento, pero no tuvo tiempo de preocuparse por esos detalles.

Luego de lo que le parecieron horas, llegó a el portón de hierro de lo que parecía ser un territorio privado. Era grande y de tono oscuro, cubierto de nieve aunque estuvieran en pleno Julio. Tan absorto estaba en su misión de recuperar a Gill que no tomó aquel dato en cuenta y se adentró al enorme jardín repleto de nieve pulcra y plantas medio muertas, por un sendero de rocas a penas visibles que lo guió hasta una edificación digna de una historia de terror.

Miró hacia arriba, observando todo lo que podía de aquel castillo que lucía tétrico y que por poco, muy poco, le hizo retractarse de su idea. El caballo paró frente a la puerta y él, lentamente, bajó y le pidió que aguardara ahí. Se acercó nervioso y temblando a la puerta que abrió al suponer que ya nadie vivía ahí por lo deshabitada que parecía estar aquella residencia. Asomó su cabeza y miró el oscuro interior, armándose de valor para avanzar, asustandose cuando cerró la puerta detrás de sí con demasiada fuerza.

Cauteloso como espía, anduvo por ahí sin saber del todo adónde ir o si llamar a su hermano temiendo que hubiera algún animal salvaje dentro que pudiese alertarse por el ruido. Entonces, una luz iluminó un camino y el observó con curiosidad aquel pasillo, notando que aquella llama de fuego se alejaba y pensando por ende que alguien había ahí.

—¿Disculpe?— habló Alec, acercándose veloz hacia la luz que se seguía alejando—. Perdón por meterme a su casa. ¿Gill?... ¿Hay alguien?

Nadie respondía y se sintió un poco estúpido por seguir una luz desconocida sin saber a qué lugar se dirigía. Bajó unas escaleras con cuidado hasta llegar a lo que parecía ser una mazmorra llena de celdas de hierro, divisando en el interior de una al rubio que se esmeró en buscar.

—¡Gill!— exclamó, corriendo a encontrarse con su hermano que inmediatamente se giró a mirarlo desde su posición en el suelo—. ¿Qué mierda haces aquí? ¿Estás bien?

—¿Cómo llegaste?— preguntó el rubio, acercándose a rastras a las rejas para mirar mejor al peliplateado.

—Esa debería ser mi puta pregunta— espetó el menor, sujetando los barrotes con ambas manos e inspeccionando su material y forma—. Este no es el maldito camino a la ciudad.

—No deberías estar aquí.

—Tú tampoco.

—No. No. No entiendes. Tienes que irte, Alec.

—¡¿Estás loco?!

Antes de seguir con su discusión, una voz gruesa y gutural hizo eco en el lugar, preguntando qué hacía él ahí. Alec, alerta, se dio media vuelta, pegando su espalda a las rejas y mirando hacia la silueta que suponía era el recién llegado.

—¿Que qué hago aquí?— preguntó el muchacho, ignorando que su hermano le sujetaba el brazo con fuerza para que se detuviera—. ¡¿Por qué carajos tienes a mi hermano encerrado?! ¡Maldito bastardo!

—Alec, espera...

—No me digas que espere. Este imbécil te ha encerrado como si fueras un criminal.

—Lo es— respondió la tercera persona.

—¡Claro que no! Su único delito es que es un poco torpe, solo eso.

—Tú hermano se atrevió a meterse en mi castillo a hacer quién sabe qué cosas. Seguro deseaba robar algo de mi propiedad, o peor.

—No me jodas.

—Alec, detente.

—¡Él jamás robaría nada!

—¿Con qué cara lo dices? Qué valor tienes para defender a un ladrón.

—No lo hago. Pero tengo más valor que tú qué ni siquiera puedes decirme las cosas de frente.

La sombra que se escondía lejos de la luz de una vela se acercó a paso lento hasta quedar completamente descubierto y a solo centímetros del muchacho de ojos turquesas que le miraba con fijeza y el ceño fruncido en enojo y convicción. Gill sujetó con aún más fuerza a su hermano a través de los barrotes como si deseara protegerlo de esa bestia que parecía intimidante en todo sentido.

Alec sintió el aliento que aquel ser grande exhalaba por la nariz, pero no se inmutó ni mostró algún signo de temor, simplemente observó severo los ojos amarillos de la bestia bípeda que tenía a solo un palmo de distancia.

—¿Te mordiste la lengua o por qué no hablas?— musitó aquel ente.

—Que altanero eres— contestó Alec—. Saca a mi hermano de aquí. Ahora.

—No. ¿Crees que es un juego?

—¿Crees que yo estoy jugando? No te estoy preguntando, te exijo que liberes a mi hermano de tu asquerosa mazmorra.

—¿Por qué debería?

—¡Él no ha hecho nada para merecer esto! No puede estar aquí.

— Se ha colado a mi castillo sin mi consentimiento. ¿De qué derechos cree que goza?

—Solo quería un lugar para pasar la noche— musitó bajito el rubio, odiando tanto el estar detrás de su celda.

—O viniste para ver a la bestia. Para verme y burlarte de mí.

—¡Ni siquiera sabíamos que existías!— le respondió el peliplateado—. Esto no se trata de ti. Joder. Él no se puede quedar. No puede.

—¿Por qué no? Si me dices una excusa lo suficientemente buena puedo considerar que se vaya.

—Está enfermo. Y seguro que no tienes lo necesario para encargarte de él. Requiere cuidados especiales que aquí no tendrá. Dejarlo encerrado en la mazmorra lo empeorará. No quiero que pierda la cabeza por delirios tuyos.

—Uhm...— vociferó la bestia, mirando al par, fijándose en como el mayor sujetaba al menor por el brazo con una mano y con la otra lo pegaba contra la celda mientras que este último parecía cubrir al rubio con su ancho cuerpo en una medida defensiva—. Está bien. Pero tú te quedarás en su lugar.

—¡No!— espetó Gill, siendo completamente ignorado por el par que seguían mirándose fijamente a los ojos.

El silencio reinó por unos segundos que al mayor le parecieron horas, jocosas y molestas horas.

—Trato hecho.

Los ojos del rubio miraron con horror al peliplateado, creyendo que había sido él quien enloqueció en vez de su propia persona. La bestia asintió con la cabeza y apartó al muchacho de ojos turquesa, en contra de la voluntad de Gill, y se acercó a las rejas para abrirlas. El joven cautivo no tardó mucho en correr a abrazar a su hermano menor que, a pesar de ya ser más grande en físico, seguía siendo un niñito frente a sus ojos. Balbuceaban cosas entre sí; Gill le reclamaba su estupidez a Alec que simplemente le decía que solucionaría todo de una forma u otra.

Su pequeño y efímero momento fraternal fue interrumpido por el ente amenazante que tomó al mayor por la camisa y lo jaló con él, subiendo las escaleras y haciendo oídos sordos a las mil y un palabras que salían de la boca de éste porque al final de cuentas no eran dirigidas para él. Le indicó a uno de sus sirvientes que llevara un carruaje que en cuestión de segundos apareció y en el que lanzó, con escaso cuidado, al rubio en su interior, cerrando la puerta prontamente y ordenándole al carruaje que se marchara al hogar de aquel muchacho.

Alec observó cómo el vehículo se alejaba mientras su hermano golpeaba todas las paredes que lo aprisionaban y buscaba romper las ventanas con su fuerza de niñato, llorando desconsoladamente por la culpa y el temor.

¿Qué le sucedería al menor en aquella tétrica casa y con aquel ser tan espeluznante y misterioso?

Las puertas se cerraron y fue entonces que volvió a mirar a la bestia imponente que yacía a su lado y la cual le tomó del brazo para arrastrarlo nuevamente a las mazmorras donde lo encerró. No hubo intercambio de palabras entre ellos, solo miradas molestas y severas antes de que aquello se marchara con pasos pesados.

...

Pensaba cómo se las arreglaría para escapar de ahí cuando escuchó metal chocando y un par de voces acercándose a su celda. Al mirar se topó con un candelabro dorado, de cera blanca y unas llamas de fuego en sus tres pabilos, además de una tetera de fina porcelana blanca y morada, y un reloj de caoba pulida. Los tres se movían y hablaban, como lo harían las personas, y él simplemente se quedó asombrado.

—Nos va a matar— comentó el reloj con voz seria.

—Qué importa. Sabes que no estoy de acuerdo con esta actitud suya— le respondió el candelabro que llevaba consigo unas llaves—. Fue lo que nos puso en esta situación en primer lugar.

—Tiene razón — concordó la tetera con voz femenina—. Ellos no han hecho nada malo y aún así los apresó como animales.

—Bueno, ¿y cómo vas a abrir la celda?

Los tres alzaron la mirada hacia el cerrojo, notando que estaba bastante lejos de su alcance. En lo que el candelabro maquinaba el siguiente paso de su plan, Alec se acercó cuanto pudo y le extendió la mano a través de los barrotes.

—Yo puedo hacerlo— indicó, no dejando escapar la oportunidad de salir de ahí solo por estar pasmado por aquellos tres seres.

El candelabro le entregó las llaves y pronto se enderezó para comenzar a abrir la cerradura. Una vez en libertad, devolvió toscamente las llaves al objeto dorado y corrió sigilosamente, escaleras arriba, hacia la puerta principal. Escuchó las voces preocupadas y que le pedían que parara de los tres extraños objetos que le iban siguiendo a una gran distancia.

Uno de ellos le indicó a un banquillo, pequeño y blanco, que le detuviera en su huida. Así, Alec zapateaba para tratar de quitarse al mueble de enfrente y cumplir con su cometido; seguro su caballo seguía allá fuera y podría escapar en él.

Milagrosamente, rodeó al banquillo y salió disparado por la puerta, montándose veloz en el caballo al que le indicó que cabalgara lejos de ahí. El animal le obedeció sin rechistar y ya había abarcado buen parte del camino cuando oyó ramas crujir y pisadas rápidas que se iban acercando más.

Notó lo alerta que el caballo se mostró de repente y miró cuidadosamente en todos los ángulos posibles para percatarse de que una manada de lobos le venían siguiendo.

La nieve del suelo no ayudaba en su huida y para su desgracia uno de los carnívoros logró asestarle una mordida a su montura en la pata trasera, ocasionando que se detuviera luego de tropezar y que se asustara en demasía. Oyó los relinchos angustiados de su caballo que daba patadas a sus atacantes y él no supo el momento exacto en el que cayó al suelo, llenándose de nieve hasta el cabello y mirando con horror los ojos ambarinos de un par de lobos que se le acercaban en posición defensiva.

Un ente enorme fue lo que le salvó en cuanto apareció frente a él y comenzó a batallar con la jauría de lobos que, luego de morderlo, arañarlo y demás, se dieron cuenta que ni con su espléndido trabajo en equipo serían capaces de derrotarlo, así que se marcharon veloces por donde habían venido.

Alec, con el corazón desbocado, se levantó de un salto y se acercó a su adorado caballo para ver mejor aquella herida sangrante en su pierna que, gracias al Cielo, era lo único que tenía.

Meditó la situación, girándose a ver a la bestia que se sobaba el hombro con una mueca de dolor y que claramente estaba lleno de lesiones severas. No podía ser mala si había ido hasta allá para ayudarle, ¿no? No podía dejarlo ahí, herido.

...

Luego de dejar a su montura en la caballeriza y de haberle sanado la mordida de la pata trasera, Alec se encontraba en la sala principal del castillo, frente a la chimenea que crepitaba con ferocidad, y se dedicaba a tratar las lesiones que la bestia tenía en su cuerpo.

Aquel ser permanecía en completo silencio y sin moverse, como si no sintiera en lo absoluto lo que el otro hacia cuando incluso le estaba suturando un par de heridas que sangraban en menor medida que anteriormente. ¿Acaso estaba acostumbrado? ¿No padecía de dolor? ¿O su tolerancia era muy alta?

—Gracias por ayudarme— indicó el menor, aunque le parecía raro hacerlo cuando el contrario lo había aprisionado en su castillo.

—Seguro...

Oyó el resoplido que soltó, dándose cuenta de que sí, aquel ente sí sufría como cualquier otro ser humano.

—Otra vez— de pronto la tetera había aparecido en la habitación, junto al candelabro y el reloj; lucía molesta—. ¿Qué te he dicho? Louis, de verdad que no tienes sentido del peligro en lo absoluto.

—Esto no hubiera pasado si no lo hubiesen dejado salir— gruñó la bestia hacia la vajilla de porcelana que ni se inmutó.

—No habría pasado si no lo hubieras encerrado.

—No hubiera pasado si su hermano no...

—Mi hermano— habló el peliplateado, ejerciendo más presión de la necesaria en una venda —, buscaba refugio. Estaba en un viaje hacia la ciudad que está a dos días.

—Y, ¿por qué tan lejos?— indagó el candelabro.

—Necesitamos hierro para unos proyectos.

—¿De armaduras y armas?

—No. De ciencia— aseguró Alec, encargándose de la última herida que quedaba—. Mi hermano le tiene pavor a las armas de cualquier tipo. Y es un llorón de primera. Se asusta con facilidad. Él seguro solo quería dormir una noche aquí antes de seguir con su camino. Debí haber venido yo desde un principio.

—¿Qué clase de proyectos de ciencia?

—Bueno... Yo estoy construyendo un telescopio.

—¡¿De verdad?! ¡¿Funciona?!

—Aún no— comentó con emoción y anhelo, mirando al candelabro que parecía igual de extasiado que él—. Me faltan algunos detalles. No sólo quiero hacer uno, también quiero mejorarlo. Imagina todas las cosas que están ahí afuera y que aún no conocemos.

—Suena como algo interesante— acotó el reloj.

—¿Verdad? Ah, ya quiero terminarlo. Me falta mucho, pero lo bueno toma tiempo.

Guardó silencio al terminar de vendar el brazo de a quién entonces conocía como Louis. Los ojos amarillos de éste observaron el buen trabajo que se hizo en él y agradeció con un susurro muy insípido.

—Justo a tiempo— indicó la tetera—. La cena está lista.

—¿Eh?

—Sí. Ya es bastante tarde, no puedes irte ahora y tu caballo está en mal estado, ¿cierto?

—Y yo no he cambiado de opinión con nuestro trato.

—Louis, no seas así.

Cuando estaba por responder, su estómago rugió con fuerza y cayó en cuenta de que en verdad sentía un hambre atroz. La tetera sonrió con un gesto divertido y maternal antes de guiarlo al comedor, importándole poco que la bestia le seguía con cara de pocos amigos por la actitud de la vajilla y su cuerpo adolorido.

Se sentó frente a la larga mesa de madera adornada y vio como los platos se acercaban hasta posarse frente a él, por sí solos, y se llenaban de exquisiteces. Por extraño que le pareciera, agradeció a un perchero que se había encargado de colocar un pañuelo de tela sobre su regazo y saludó a una tacita que se posó junto a su mano, repleta de lo que parecía ser té.

—¿Por qué todo en este castillo es así?— preguntó abruptamente, ocasionando que la bestia, en la otra cabecera, dejara de lado sus cubiertos para mirarle.

—Verás— fue el candelabro quien habló—. Todos aquí tenemos una maldición.

—¿Es así?

—Sí. Nosotros, en realidad, somos humanos.

—No todos— comentó el reloj—. Pero sí la mayoría.

—Y, ¿por qué?

—Eso es un tema que preferimos no tocar— aseguró el que hacía "tic-toc", cubriendo la boca al candelabro para que no dijera demás—. En todo caso, ya que estás aquí, no estaría mal saber tu nombre.

—Oh, sí, sí. Me llamo Alec. ¿Ustedes quiénes son?

—Soy Carlos, y él es Scott. Somos la mano derecha e izquierda de Louis.

—Mi nombre es Lucia— fue la tetera, sonriendo amigable al muchacho—. Yo soy la sirvienta personal de Louis.

—Si fueses aún más mayor que él seguro serías su nana— dijo Scott, liberándose del agarre del reloj.

—Eso es mentira— aseguró la bestia luego de terminar con su plato; tenía buenos modales, debía admitir, al menos en la mesa.

—Sí, sí. Lo que digas. Oh, en vez de esto debería decirles que arreglen el cuarto de Alec.

—¿Cuarto? Se quedará en las mazmorras.

—No, tendrá una habitación.

—Es un invitado, Louis— le reprendió Lucia.

—Bien, cómo quieran. Pero que no se acerque al ala este.

—¿Por qué?— preguntó Alec.

—No es asunto tuyo. No vayas ahí y punto.

El menor hizo una mueca de disgusto y, cansado, decidió dejar el tema de lado para saciar su hambre que seguía haciendo doler sus tripas.

La bestia fue el primero que se marchó, acompañado de Scott que indicaba a un par de sacudidores que limpiaran muy bien un cuarto sin usar. Alec permaneció unos minutos más en el comedor en compañía de la tetera y el reloj que le hacían un poco de conversación, sobre todo la chica pues parecía que el otro era un ser de pocas palabras. Una vez terminó con sus alimentos, fue llevado a la habitación que habían arreglado para él, se despidió del par que le guió y, en completa soledad, se sentó al borde de la cama para pensar en la situación.

...

No supo en qué momento se había tumbado en la cama ni cuándo se sumió en un pesado sueño. Simplemente había despertado y el Sol ya había salido, bañando la habitación de calidez y color dorado al colarse por la ventana.

Se incorporó y miró el alrededor, notando lo caro que parecía todo y lo bonito que era. Rascándose la cabeza, se levantó de su sitio y avanzó hacia el pasillo, notando lo desértico de personas, o de objetos animados en todo caso, haciéndole pensar que debían estar aún dormidos u ocupados en otras cosas más importantes que él.

Vagó sin rumbo por el castillo, admirando las armaduras que aún conservaban brillo, deleitándose con las pinturas detalladas que adornaban las paredes y sintiendo la suavidad de las cortinas que enmarcaban las ventanas enormes que dejaban ver el bello jardín repleto de nieve blanca y fría.

Llegó, luego de mucho rato, a una habitación de doble puerta que por un segundo temió abrir, pero se aventuró a ingresar cuando pensó que aquello no era el ala este y la bestia, o Louis como se llamaba, no estaba por ahí. Se asombró al ver el enorme, gigantesco cuarto repleto de libros que descansaban en muebles de madera que abarcaban desde el cielo raso hasta el suelo y de extremo a extremo de la pared. En el centro había una mesa larga de madera reluciente, rodeada de un par de sillas acojinadas, y más al fondo había una pequeña sala de estar conformada de una chimenea y varios sillones junto a un tapete que se notaba suave y aterciopelado.

—Santa madre...— musitó el peliblanco, con el cuello torcido por mirar tanto hacia arriba.

—Qué descortés— se espantó, girándose hacia dónde había oído aquello y encontrándose con Louis junto a un librero, claramente leyendo los lomos de los volúmenes que tenía en frente—. Se saluda, ¿sabes?

—No te vi, lo siento. Es que este sitio es... Impresionante. ¿Cuántos libros tienes?

—Sinceramente no lo sé. Debe haber cómo menos unos mil.

—Ni siquiera la biblioteca local de mi pueblo tiene tantos— dijo, notando que incluso había una escalera corrediza—. Bueno, era de esperarse. Somos un lugar pequeño y la gente no es muy... No sienten interés por la lectura. ¿Los has leído todos?

—Aun no— confesó la bestia, mirándole al fin y notando lo genuinamente emocionado que el otro lucía—. No hay mucho que hacer por aquí, pero no soy un lector veloz. Además, hay algunos géneros que no son muy de mi estilo.

—¿Romance?

—Sí. Y fábulas.

Alec asintió, comprendiendo, y siguió admirando los diversos colores de los libros que descansaban sin ser perturbados, bien cuidados por su dueño.

—En mi pueblo ya he leído todo de la biblioteca. Incluso he tenido que repetir volúmenes.

—¿No dices que vas de vez en cuando a la ciudad?— preguntó y los ojos turquesas, magníficos, del menor se clavaron en los suyos.

—Sí, pero hay algunos que están en latín, por ejemplo, y no soy muy bueno en el idioma. Tampoco tengo tanto dinero. O compro mis materiales o compro libros, no se pueden las dos cosas.

Louis se devolvió a mirar los nombres de los libros, no encontrando alguno que le llamara la atención y oyendo pasos suaves y ligeros que se acercaban hasta donde estaba.

—¿Shakespeare? —habló Alec—. Me gusta Hamlet más que Romeo y Julieta. El sueño de una noche de verano es mi favorita.

—No es tan trágica como las otras.

—Es comedia. Y tiene mitología. Es lo que más me agradó— aclaró su garganta de manera dramática, ganándose una mirada curiosa del mayor que alzó una ceja—. Pero el amor puede transformar en belleza y dignidad cosas bajas y viles, porque no ve con los ojos, sino con la mente, y por eso pinta ciego a Cupido el alado. Ni tiene en su mente el amor señal alguna de discernimiento; como que las alas y la ceguera son signos de imprudente premura.

—¿Te lo has aprendido?

—Parcialmente. Esa parte sobre todo.

—¿No crees que es muy infantil?

—¿Por qué? ¿Aprendermelo?

—No. Ese monólogo de Elena.

—¿Lo es? Para mí tiene sentido lo que dice. ¿No lo entiendes?

Louis hizo una mueca de total desagrado; sabía qué quería decir la mujer en el texto, pero no lo comprendía del todo. ¿Cómo el amor podía ser ciego? ¿Eran capaces de ver lo repulsivo de una persona para transformarlo en algo hermoso?

—¿Hm? ¿Tienes hermanos?— la bestia negó—. ¿Y tus padres?

—En paz descansen.

—¿Pareja? ¿Prometida o algo así?

—No.

—¿Una mascota?

—El banquillo de la sala es Hades, mi perro.

—Me sirve para ejemplo. Seguro que amas a Hades, ¿no?

—Sí. Es bastante tranquilo.

—¿Cómo era antes de la maldición?

—Una bola blanca de pelos diminuta. Era... Lindo, supongo— viendo que el otro le invitaba a seguir hablando, luego de suspirar, prosiguió—. Es pequeño, como ya lo he dicho, así que no sirve como un perro vigía. De una patada seguro que lo mandas al otro lado del castillo. Pero es cariñoso y muy perceptivo cuando la gente está en un humor apagado. No ocupa mucho espacio y nunca he tenido problema con adiestrar sus instintos; si acaso cuando era cachorro se orinaba en los tapetes, pero de ahí en más no había otro problema. Aprende rápido.

—¿Y ahora?

—Sigue siendo una criatura simpática, diría yo. Es pequeño, no hace mucho ruido y por lo general siempre está animando el castillo.

—¿Por qué te sientes igual ahora que es un mueble a cuando era un perro? — Alec enarcó una ceja y sonrió de lado, dándole unos toquecitos al lomo del libro que era trabajo del dramaturgo famoso—. A eso se refiere Elena. Te fijas en la persona, en este caso en el perro, por su actitud, su alma más allá de lo que ves físicamente. No importa si Hades es un perro o un banquillo, tú lo quieres porque es él. Y con respecto a lo de ver belleza en lo vil, se entiende como que todos tenemos nuestros defectos. Nadie es perfecto ni aunque lo jure en nombre de su Dios, pero una persona que te ama aceptará y respetará todo lo que conforma el "tú". Seguro que hay una o dos cosas que no te agradan del todo de Hades, por ejemplo, pero no por eso lo quieres menos y hasta se te haría raro que de un día para el otro deje esas mañas que te disgustan. O es lo que yo interpreto de su monólogo.

Louis permaneció en silencio mirando al pálido que se había cruzado de brazos y miraba las letras impresas en el lomo del libro, frunciendo las cejas en un gesto de meditación total.

—Qué milagro ser amado por ser tú mismo, pero más a pesar de serlo— Alec hizo una mueca de cierto disgusto con los labios antes de dejar escapar un pequeño suspiro.

—Puedes leer lo que quieras— soltó de la nada la bestia de pelaje sutilmente anaranjado, ganándose una mirada asombrada del contrario—. ¿De qué sirve tener algo si no lo vas a usar?

—¿De verdad?

—Sí.

—¿Lo que sea?

—Acepta antes de que cambie de opinión.

Una sonrisa adornó el rostro del menor antes de soltar un genuino y suave agradecimiento. Procedió a inspeccionar los tomos al alcance de sus ojos y en completo silencio; había algunos libros que no conocía y llamaron su atención, por lo que los tomaba y los apilaba en sus brazos, deseoso de llevárselos pronto a la habitación para leerlo. Louis lo observaba en silencio, intrigado sobre su persona.

Esa mañana, ya calmado y con una noche de relativo sueño tranquilo, la bestia charló con la tetera con respecto a la presencia del muchacho pálido. Si era honesto, quizás había exagerado con su reacción, pero tampoco podían culparlo pues, básicamente, habían allanado su hogar. Tras discutirlo por un largo tiempo, optó por, entonces, hablar con Alec sobre ello.

—Creo que— empezó a decir, logrando que el joven se detuviera y le mirara—, lo que pasó ayer fue algo precipitado de mi parte. Debí permitir que tu hermano pidiera asilo para la noche.

El rostro de Alec se tornó serio.

—Supongo que tampoco estuvo bien que él entrara a propiedad privada. Fue normal que reaccionaras así.

—Siendo las cosas así, olvida lo que dije. Puedes marcharte sin problema.

—¿De verdad? Aunque mi caballo está en mal estado. ¿Podría quedarme unos días hasta que mejore?

—Lucia me matará si no lo permito, así que sí.

—Muchas gracias— le sonrió de forma genuina.

Era una buena persona, al menos había cambiado su primera impresión de él, pues bien que había podido negarle el pedido para dejarlo fuera en la nieve, descobijado y con frío, pero no lo había hecho. Incluso le estaba permitiendo usar sus libros.

...

Louis solía caminar por todo su castillo para no atrofiar sus músculos y, de paso, distraerse en aquel solitario lugar; no siempre podía estar pegado al resto pues tenían cosas que atender.

Se encontraba avanzando por un pasillo que estaba repleto de balcones que llevaban al patio exterior. Al pasar junto a uno de estos se encontró que las puertas de cristal estaban abiertas de par en par y una suave brisa fría se colaba al punto de hacer ondear las cortinas de encaje que la enmarcaban. Curioso, la bestia se acercó lentamente, asomando primero su cabeza por la abertura y luego el resto de su cuerpo al percatarse que Alec yacía ahí, sentado en una banca de cantera con algunos adornos metálicos que mejoraban su aspecto.

La noche era fresca y oscura, pero el peliplateado estaba ensimismado en algo más. Su rostro daba al cielo y sus manos permanecían sobre su regazo, completamente quieto. Louis se aproximó hasta él, en silencio y sin recibir ni una mirada en respuesta.

—¿Qué haces?— preguntó al cabo de un rato.

—Veo las estrellas— señaló el firmamento—. Se ven con suma claridad.

La bestia alzó su mirada al manto índigo, casi negro, que yacía únicamente decorado por puntitos brillantes de diferentes tamaños y rodeando la hermosa Luna que estaba en cuarto menguante.

—¿Puedes ver las constelaciones?— se giró a Alec que ya entonces le miraba.

—Algunas— afirmó, sentándose junto al muchacho a una distancia prudente.

—¿Cuáles?

Volvió a alzar la mirada al cielo oscuro y señaló una estrellas agrupadas que titilaban tenuemente.

—¿Orión?— dijo con cierta inseguridad.

—Sí. Es fácil distinguirla por sus tres estrellas principales. Las que forman el cinturón. ¿Es la única que reconoces?

—Sí.

—¿Sabes por qué es Orión? ¿Por qué la llaman así?

—Mn, no. ¿Tú sabes?

—Es un cazador. Bueno, se dice que era un cazador. Un gigante. Hay muchos mitos al respecto. Todos diferentes, así que no se sabe con exactitud cómo murió. Pero se sabe que al lado de él están sus perros de caza. Canis Maior y Canis Minor— señaló el pálido a las estrellas que, a ojos de Louis, no conseguían formar nada.

La bestia se quejó, ganándose de nuevo la mirada de Alec sobre sí.

—No veo nada.

El muchacho peliplateado se rió.

—Es normal. Yo tampoco sabía reconocerlas, pero luego de un tiempo me sé casi la mayoría.

—Suena como algo difícil.

—Si es algo que te gusta, no. Podría hacerte un mapa estelar para que puedas ver las estrellas mejor— ofreció, sonriente.

—No lo veo necesario.

Hizo una mueca de insatisfacción, casi como un puchero, pero no insistió y volvió a admirar el cielo extenso y bello que yacía sobre todo. La quietud y calma del sitio era agradable y hasta le relajaba. Louis no mencionó nada más, mirando las estrellas por igual sólo por un instante antes de girarse hacia su acompañante; notó como los orbes turquesas brillaban, hasta podía decir que brillaban más que las lucecitas encima de su cabeza, y le resultó algo agradable y admirable. No solía toparse con gente que realmente gustara de temas con honestidad; se había topado con mucha gente hipócrita a lo largo de los años.

—¿Todas las constelaciones tienen historias?— los orbes amarillos se encontraron con los del otro.

—Sí. No conozco todas, pero sí.

Leyendo entre líneas, Alec empezó a contar los mitos de las figuras estelar con emoción infantil. Louis le escuchó, a veces interrumpiendo y debatiendo con él sobre el tema de turno. Las horas pasaron en un parpadeo y solo notaron lo tarde que era cuando las constelaciones en el cielo cambiaron; el muchacho fue quien indicó este hecho, y ambos se retiraron del balcón, regresando cada uno a sus aposentos para dormir.

...

Notó los instrumentos que había en el enorme salón de baile del castillo. Eran bonitos, aunque estaban un poco empolvados, y tenían unos adornos dorados que los hacían ver caros. Había un piano de cola, un arpa, un cello, algunos violines , etc. Él no sabía tocar, la verdad es que no tenía talento para la música, pero admiraba a las personas que sí podían, pues su hermano había batallado para conseguir ser casi un prodigio de la lira y el piano.

Le gustaba bailar, eso sí. Era una actividad sumamente satisfactoria y divertida para él. En los pequeños bailes y festivales de su pueblo bailaba poco, solo con Gill, porque los demás le rehuían ligeramente y no tenía ganas de soportar a Gastón.

—Oh— escuchó la voz de Scott a su lado—. Antes de estar en esta situación, solíamos tener muchas fiestas. Siempre teníamos músicos excelentes y la gente se animaba mucho.

— Debía ser un tumulto. Este salón es inmenso.

—Por supuesto. Venían personas importantes de todos lados. Adultos, niños, ancianos. A lo mejor te hubiera gustado asistir a ellas.

—Para bailar, sí.

—Ah, te gusta danzar— comentó el candelabro, subiéndose al banco acojinado frente al piano para mirar más de cerca al otro—. Si pudiera te sacaría a la pista.

—Qué galán—Alec fingió esconder un sonrojo con sus manos cual doncella antes de reír junto a Scott.

—Uno tiene que hacer uso de sus atributos. Bueno, ahora no se puede ver, pero soy un hombre bastante apuesto.

—¿Ah, sí?

—Claro.

—Mh. Tendría que juzgarlo con mis propios ojos.

Pasó sus dedos por encima del piano, quitándole polvo que se acumulaba en una capa fina, aunque notoria.

—Lastima que no se ha usado.

Alec prosiguió con su día, sentado frente a un escritorio enorme que estaba en la biblioteca, y usando utensilios de escritura y diseño para hacer su mapa estelar; no era para Louis, si no para él mismo, aunque sonara extraño. Para la hora de la cena, estaba sentado frente a la mesa, en la punta contraria a la bestia, y degustaba la deliciosa comida que los cocineros y ayudantes le habían brindado.

Entonces, el candelabro, plantado junto a un plato con puré de papas, habló:

—Tras la cena, se darán un baño y se vestirán con sus mejores galas.

Alec le miró curioso mientras que Louis le dirigió su atención con poca alegría; temía que su amigo tuviera una idea estúpida y ridícula en su cabeza.

—Hoy tendremos un baile— sentenció con extrema seriedad.

—¿Un baile?— la bestia gruñó—. ¿De dónde has sacado esa idea?

—Bueno, me pareció algo que animaría el sitio. Un poco de música, un poco de un dos tres. Los instrumentos del salón se tienen que usar, no son para acumular mugre.

—Scott tiene razón— asevera la tetera—. No estaría mal. A lo mejor nos hace sentir mejor sobre esta situación.

—Me gusta— Alec comentó—. Aunque no sé vestirme elegante.

—No te preocupes, yo te ayudaré. ¡Te verás magnífico! Luci se encargará de Louis. Carlos ya se está arreglando con los instrumentos. No acepto un no como respuesta. Listo, eso es todo, continúen con su comida.

Bajó de la mesa, rechinando, y se marchó por la puerta a otro sitio del castillo. Lucia y Alec, en cambio, miraron al dueño del lugar que no parecía estar de acuerdo con el plan; se levantó de su asiento y sentenció que había terminado ya con sus alimentos, retirándose del comedor y siendo seguido velozmente por la tetera. El de ojos turquesa se quedó ahí solo, mirando su plato con comida.

...

—¡Pero qué idea se le ha ocurrido a Scott!— se quejó mientras tallaban su espeso pelo casi cobrizo mientras se encontraba dentro de una tina de madera con agua espumosa y caliente.

—Será algo bueno— Lucia le miraba desde el tocador—. Hace mucho que no asistimos a fiestas.

—¡Desde que esa bruja me maldijo!

—Sí. Desde entonces. Vamos, Louis. No puedes estar amargado todo el tiempo. Hay que cambiar el ánimo.

Los ojos amarillos lanzaron una mirada fulminante a la tetera, pero ésta no se inmutó; estaba acostumbrada a la actitud del otro. Un perchero se encargó de pulir los cuernos de la bestia mientras otro limpiaba sus colmillos afilados y notorios.

—¡No me digas que estará queriéndome emparejar con Alec!— le exclamó, antes de volver a sentir las cerdas del cepillo en su boca.

—No creo. Scott no parece haberse enterado de tu interés por él— le sonrió maternalmente—. No como yo, al menos.

El silencio los cubrió de repente, permaneciendo entre ellos durante largos minutos. Louis salió de la bañera y se vistió y secó detrás de un mueble.

—Esto es estúpido.

—No veo por qué.

—Por qué. Bueno. Será porque soy una bestia.

—Por fuera, pero no por dentro. Alec podría llegar a ver eso.

—Tonterias.

Bufando y resoplando, se sentó frente al tocador y se miró al espejo resquebrajado. Lo odiaba. Odiaba su aspecto, su situación y odiaba ver el maldito cristal roto. El mismo perchero que se encargó de bañarlo le peinó el pelo con devoción.

¿Qué tenía él de encantador? Nada. Eso mismo. Nada en él era atractivo, ya fuera por fuera o por dentro.

Los pétalos de la flor terminarían por caer y se vería obligado a permanecer como una bestia. Peor aún, sus amigos se quedarían como objetos de la casa. ¿Ellos qué culpa tenían? Ninguna.

Se arrepentía de sus acciones. Pero, a ese punto, ¿de qué servía?

—Venga, que Alec debe estar esperándonos.

Pidió a un ser superior que lo matara en ese momento. Todo para no tener que ir a ese tonto baile que el baboso de Scott había organizado. Pero obedeció a la tetera y emergió de su lúgubre habitación para caminar hasta el salón de baile. Ahí, muchos de los objetos de la casa se encontraban reunidos mientras los instrumentos se afinaban; había mucho ruido y eso era inusual desde hacía un par de años. Esperaron la llega de Alec, que, minutos después, apareció por las escaleras con un elegante traje azul marino con una capa negra.

Le habían arreglado el cabello, pues lo llevaba hacía el costado, bien peinado y sin nudos, así que era fácil apreciar sus mejillas pálidas, labios rosados y ojos grandes color turquesa.

—Esta ropa es tan cara que hasta se siente— dijo una vez se postró frente a la bestia y se colocaba las manos sobre el abdomen—. Y jamás había tenido que ponerme una capa de prenda sobre otra capa.

—Se te ve muy bien— elogió Lucia, divertida por sus comentarios.

—Gracias. Aunque me queda un poco suelta de algunas partes, nada grandioso.

—Mh— musitó el reloj con escrutinio—. Debes tener una complexión similar a la de Louis, pero no idéntica, así que es normal.

—Ah, ¿esta es tu ropa?

—Era, sí. Cuando me quedaba. Ahora solo se queda en el armario.

—Con razón huele a polvo y madera— se miró las piernas, nada acostumbrado a su aspecto de ese momento—. Aún si no eras como ahora, tenías un cuerpo grande. Seguro atraías la atención de todas las mujeres.

—Por supuesto— acotó Scott—. Louis siempre fue un hombre con muchas pretendientes. Todas se enamoraban de su rostro y cuerpo. Oh, ya han comenzado a tocar.

Antes de que la bestia pudiera lanzar lejos al candelabro, éste se fue dando saltos; buscaba a alguien. La música entonces llenó el salón, era animada y armoniosa, pero con ese toque elegante, de la aristocracia.

Louis intercambió una mirada cómplice con Carlos y Lucia que le indicaron que siguiera adelante con el evento. El reloj no lucía interesado en sus aventuras románticas, pero la tetera sí y fue quien le sonrió para brindarle ánimo y algo de confianza.

Hacia mucho que no bailaba, sinceramente, así que había una posibilidad de que ya no fuera bueno. Además, su cuerpo era enorme y por ende un poco torpe, difícil de mover incluso. ¿Qué estaba haciendo? Se giró a mirar a Alec que observaba a los cubiertos y demás moviéndose enérgicamente sobre el salón, como si también estuvieran bailando. Golpeaba al ritmo de la música su pie contra el suelo y meneaba un poco la cabeza. Antes bailaba con Gill, pero no estaba ahí y ninguna otra persona con cuerpo humano había cerca como para invitarlo; pensó que Louis no querría bailar.

Mucho se sorprendió cuando la mano con garras se extendió frente a él y la voz profunda preguntó si deseaba danzar. No lo rechazó, todo lo contrario, lo tomó y lo arrastró hasta el centro del salón con energía infantil, y comenzó a bailar sin patrón alguno con él. No era bueno bailando, pero tampoco parecía un lunático haciendo el ridículo.

Canción tras canción, bailaron animosamente, girando y meneandose de un lado a otro; Alec a veces hacia pasos raros que le hacían reír tontamente y ocasionaban lo mismo en Louis. Al pasar dos horas, la música se volvió tranquila y fue un alivio porque el par se estaba cansando prontamente; el peliplateado tenía mucha energía, como si fuera un niño pequeño aún.

—No sé bailar esta pieza— confesó, ganándose una sonrisa divertida del otro que extendió sus manos hacia él.

—Es más fácil que esos pasos estrambóticos que haces— Alec le miró indignado de forma fingida mientras tomaba una de sus manos y la otra la dejaba sobre su hombro.

—Lo dices como si fueran feos.

—Son raros— aceptó, posando su mano grande en su cintura—. A veces pareces poseso.

—Oye.

Louis se rió, ignorando el puchero de Alec que claramente hacia por dramatizar la situación. Estaba de acuerdo con él, pero no quería admitirlo. Él se divertía con sus pasos especiales de baile y, de todas formas, todos en su pueblo creían que estaba loco, así que no importaba.

—Solo es hacer esto.

La bestia lo guió; derecha, izquierda, atrás, adelante y vuelta. Era sencillo y fue capaz de aprenderse el patrón tras un par de repeticiones.

Se movían suavemente por el salón, casi como si tratarán de flotar con gracilidad. Era un tipo de baile que Alec no veía en el pueblo, a lo mejor en la ciudad sí, pero en donde vivía solían decantarse por los cosas vivaces y vibrantes. La canción era preciosa, no sabía de quién era, pero la composición era dulce y suave, así que la disfrutaba y, de paso, ayudaba a que sus músculos se relajaran luego de todos su supuestos pasos anteriores.

Su rostro reflejaba satisfacción y tranquilidad, a pesar de tener que procurar no pisar a Louis o a los demás presentes.

—No la había oído— dijo con voz calmada—. Es bonita.

Si dolce è'l tormento — mencionó la bestia—. Monteverdi es buen compositor y famoso además.

—Y ya veo por qué. Parece que tus fiestas estaban bien ambientadas.

—Supongo, sí. Una excusa para beber vino, chismear entre sí y cortejar mujeres.

—¿Para qué más quieres una fiesta?— bromeó Alec mientras giraban.

—Mh. Las hubiera disfrutado más si no hubiera tantas chicas tratando de bailar conmigo. Sé hacerlo por modales y etiqueta, pero necesito parar de vez en cuando. Además, muchas intentaban seducirme para conseguir riquezas y poder.

—Gajes de ser príncipe, supongo. Aunque, entiendo. Algunos pretendientes pueden ser molestos.

—¿Sí? ¿Hay alguien que te atosigue en el pueblo?

—Ugh, Gastón. Es un cazador y es famoso donde vivo. Todas quieren desposarlo. No te mentiré, es guapo, pero le falta cerebro. ¿De qué sirve ser atractivo por fuera y no por dentro? — rodó los ojos e hizo una mueca de disgusto—. Siempre insiste que me case con él. Soy mucho pan para su mesa.

Louis soltó una risa ante la comparación.

—Aunque todos dicen lo contrario— Alec pensó en voz alta antes de encogerse de hombros—. Bueno, todos ahí piensan que mi hermano y yo estamos dementes, así que no me parece raro.

—¿Por qué?

—Porque nos gusta inventar, leer y demás cosas con respecto a la ciencia. Ellos piensan que son tonterías o incluso cosas del diablo. Solo nos gusta el conocimiento y el ingenio. Es todo.

—Podrían irse de ahí.

—Mh. Lo mejor es que no. Gill tiene una condición peculiar y vivir alejado de la muchedumbre de la ciudad y su ritmo más veloz la mantiene a raya. Y quiero que él esté bien. Además, es divertido cosechar frutas y verduras, y criar ganado.

La bestia asintió comprensivo, dejando que el silencio se asentara entre ambos de forma cómoda. Miró que Alec tenía la cabeza gacha y que observaba sus pies conforme danzaban, cuidando no pisarle o tropezarse con sus propias piernas. La mano que sostenía se sentía fría y extremadamente tersa, cosa que pronto le hizo sentir disgusto e inseguridad por sus garras enormes y brutas.

El par de ojos turquesas se alzaron y se toparon irremediablemente con los amarillos del mayor; le obsequió una sonrisa a Louis que a penas pudo hacer una mueca en respuesta. Parecía que el peliplateado estaba disfrutando el evento, aunque no era tan grandioso como en antaño, y eso era bueno de saber. Quizás Scott había tenido una buena idea.

—Bailas bien—comentó Alec, inclinando la cabeza conforme daban una vuelta.

—Gracias. Tú no bailas tan mal este tipo de canciones.

—Burlate de mis pasos cuanto quieras, son muy buenos y me gusta hacerlos— el muchacho miró hacia los instrumentos, atento—. Creo que es la última pieza. Supongo que está bien. Ya ha sido mucho y deben estar cansados.

—Y seguro quieres quitarte tanta ropa de encima.

—Sí. Es molesto. Siento que no me puedo mover muy bien.

—Uno se acostumbra.

Siguieron moviéndose, mirándose a los ojos y en silencio. Finalmente, la música paró y los presentes agradecieron a los intérpretes su trabajo. A pesar de ya no tener con qué bailar, ambos permanecieron en la misma posición, aferrados al otro sin moverse de su sitio. Luego de unos segundos se soltaron y se giraron hacia los instrumentos para aplaudir y agradecerles. Es así que la noche culmina y todo mundo se dispersa a sus aposentos con buen ánimo.

El peliplateado llegó a su cuarto, algo cansado, y se dispuso a desvestirse; abrió el armario en cuya puerta había un espejo largo que le reflejaba de pies a cabeza. La ropa era de algodón, suave. Llevaba un jubón encima de una ropilla junto a unos pantalones, todo de color azul. Las calzas y los zapatos eran negros al igual que la capa que iba adornada con bordados dorados que igualmente se encontraban en las mangas de su ropilla. Era ropa muy elegante y de la alta clase que se veía bien, aunque no era muy práctica; él prefería usar unos pantalones a la rodilla y una camisa de lino bastante holgada para mayor movilidad.

No le quedaba a la perfección el atuendo y pronto recordó que seguramente había sido hecho a la medida para Louis. Sonrió contento, sabiendo que la noche había sido divertida y amena, y guardó toda la ropa en el armario, posteriormente pasándose la mano por el cabello para despeinarlo. Con solo la ropa interior, se tumbó en la cama y se cubrió con las mantas, dejándose llevar sin arrepentimientos al mundo de los sueños.

...

No nevaba, pero la nieve cubría por completo los jardines que rodeaban el imponente castillo. Había copos blancos encima de los arbustos de flores y en las ramas de los árboles. El cielo estaba nuboso y a penas se lograban distinguir algunos rayos de Sol que no calentaban mucho el ambiente.

Alec paseaba con Louis por ahí, lentamente como si tuvieran todo el tiempo del mundo, y charlaban en voz impasible. La bestia iba bien abrigada, a diferencia del muchacho peliplateado que llevaba ropas delgadas encima.

—¿Realmente no tienes frío?— indagó Louis y el acompañante negó.

—No. ¿Tú sí?

—Por supuesto.

—Qué delicado— se burló, cruzando un pequeño puente de piedra—. El invierno es mi estación favorita. Es divertido jugar con la nieve.

—Solo si no se te congelan los dedos o te provocas una quemadura.

Asintió, de acuerdo, y se detuvo a mitad del puente, viendo la mayor parte del jardín, para tomar un cúmulo de nieve y formar una esfera. Repitió éste proceso varias veces, construyendo un muñeco de nieve gordito y deforme.

—¿A ti qué te gusta? — le preguntó a la bestia, sin mirarle.

—El verano.

Guardaron silencio y Alec no parecía muy conforme con su respuesta.

—¿Qué más?— insistió, meneando la mano para que continuara; sus dedos estaban rojos.

—¿Qué más?

—Sí. ¿Qué más te gusta? Cualquier cosa. Comida favorita. Libros favoritos. No sé, cosas así. Incluso si es muy banal.

—Mh...— lo meditó, notando que el contrario acomodaba la cabeza del muñeco que amenazaba con resbalar del cuerpo para caer al suelo—. El teatro.

—Oh, ¿en serio? ¿Ibas mucho a ver las obras?

—No realmente. De vez en cuando iba. Mi padre prefería que dedicara mi tiempo a otras cosas.

—¿Como en esas fiestas?

—Sí. Y en clases de etiqueta, cacería y espada.

—¿Qué tal eran esas clases?

—Buenas— se encogió de hombros.

—No suenas del todo satisfecho— le echó un vistazo antes de agacharse para tomar dos piedritas de forma ovalada.

—No me mal entiendas. Tenía instructores excelentes y era entretenido, al menos las clases de cacería y espada, las de etiqueta no mucho.

—Pero...

—Pero, me hubiera gustado tener otro tipos de cursos— notó que Alec buscaba algo con que hacer una boca a su muñeco—. Mi padre decía que los actores y actrices son para entretener a la realeza, no para pertenecer a ella.

—¿Te hubiera gustado actuar?— se miraron; el peliplateado parecía interesado.

Louis no dijo nada un segundo a la par que bajaba la mirada hacia el suelo antes para apreciar las bolitas de nieve con ojos de piedritas.

—Sí. Parece algo interesante.

—¿Nunca se te permitió intentarlo?— la bestia negó—. Bueno, ahora podrías hacerlo. No hay nadie que sea superior a ti en nivel en esta casa. Si te interesa, no veo por qué ignorarlo.

Siguieron charlando amenamente. Alec encontró una hoja alargada y de color cobrizo que decidió colocar como los labios de su creación. Luego buscó ramitas mientras se enteraba que Scott y Lucia habían crecido con Louis desde siempre, a diferencia de Carlos que llegó cuando tenían unos 17 años aproximadamente, junto a su hermana.

Incrustó las ramas a los costados de la bola que formaba el cuerpo del muñeco, haciendo que parecieran sus brazos. Miró con orgullo la figura blanca e imperfecta, procediendo a llamarla Francis porque era el primer nombre que se le había ocurrido.

Alec no sentía dolor ni tenía frío sin importar que tan rojos estaban sus dedos y sus palmas. No parecía tener quemaduras ni nada, pero realmente parecían tomates maduros.

Retomaron la marcha, entonces hablando de aún más cosas de sus respectivas vidas. Los padres de Gill y Alec habían fallecido así como los de Louis, pero en circunstancias diferentes. Louis había perdido a su madre por una gripe mal tratada y su padre por un fallo cardiaco. Alec, en cambio, explicó que su padre a veces gustaba de navegar por los mares y su barco se hundió, su madre había fallecido por causas naturales.

Charlaron y charlaron, conociéndose más y más mientras recorrían los enormes jardines cubiertos de un blanco inmaculado. Tras tantas horas en el exterior, Louis comenzó a quejarse del frío y decidió que era momento de volver al castillo. Entraron a la sala principal donde había sofás acolchonados y ostentosos frente a una chimenea y sobre un tapete amplió de tela roja y dorada. La bestia se sacó la capa felpuda de encima y la dejó  sobre un perchero mientras que Alec se sentaba frente a los trozos de leña que se quemaban en un fuego crepitante. Poco después apareció Lucia con tazas humeantes de un líquido marrón que el peliplateado desconocía.

Agradeció a la tetera, con sus manos rodeando su taza, y, después, olió la bebida. Era dulce, pero nada que pudiera reconocer. No era té o algo parecido. Tampoco olía a alcohol. Mientras Louis se acomodaba a su lado, a una distancia decente, con su respectiva tácita que lucía aún más diminuta en sus garras,  Alec llevó la propia a sus labios y sorbió.

—¿Qué es esto?— inquirió con inmenso interés.

Era como seda caliente y dulce danzando en sus papilas gustativas. Sabía exquisito.

—Chocolatada. Luci suele hacer para todos.

—Es delicioso.

—¿Te gusta?— asintió efusivamente antes de beber nuevamente—. Es bueno, aunque muy dulce para mi gusto. Es chocolate con leche hervida.

—Creo que he oído de ello. Pero es muy caro, así que nunca antes lo había probado.

Estaba fascinado con el sabor y a penas si se despegaba el borde de la taza de sus labios para hablar. Hades, el pequeño banquillo, se acercó y se acurrucó junto a Louis que solo le dedicó un par de palmadas antes de volver su atención al fuego que se alzaba anaranjado y rojizo desde la leña.

—¿Aún tienes frío? — preguntó de pronto Alec.

—Un poco.

Se levantó de su sitio, dejando la taza próxima a la bestia que solo le miró con las cejas fruncidas, y se acercó a uno de los sofás donde descansaba una frazada larga y roja. Ésta la usó para envolver al contrario y, posteriormente, se sentó con las rodillas pegadas al pecho, tomó la taza nuevamente y se recargó en el inmenso cuerpo; Louis era más pelo que otra cosa y se sentía esponjoso como las nubes.

Los ojos amarillos le examinaron sin decir nada, sin embargo, Hades llamó su atención al insistirle que deseaba mimos. Debía admitir que lo recorría una calidez reconfortante que de a poco eliminó cualquier rastro de frío. Eran capaces de oír el crujir de la madera quemándose y de sus propias respiraciones; en el pueblo no había muchas personas, pero aún así era común el oír ruidos de personas charlando o laborando, además, él en muchas ocasiones estaba con la mente activa y centrada en mil cosas, por lo que la calma y el silencio del momento le pareció algo sumamente agradable.

Estaba cómodo y hasta contento a pesar de que no estaba haciendo nada en realidad. Solo estaba ahí, tomando leche caliente y chocolate, pegado contra un ser que le doblaba en tamaño y viendo la chimenea. De cierta forma, Louis le recordaba un poco a un gato, a un gato muy grande.

...

Su caballo ya estaba en condición de devolverlo al pueblo, por lo que arregló todo en su montura y se dispuso a despedirse de sus huéspedes antes de partir.

La pequeña y blanca tetera le indicó que fuera con cuidado y le obsequió unos panecillos dulces para que se los llevara a casa. Scott fue un poco más dramático en su despedida, pero le deseó lo mejor en su viaje, al igual que Carlos que le indicó que no había sido problema alguno tenerlo en el castillo, al contrario, había sido hasta algo divertido.

Por último, iba a despedirse de Louis, pero no lo hallaba por ningún lado. Se quedó en las escaleras un instante, pensativo, y miró el pasillo que llevaba al ala éste. No tenía permitido ir, pero ya quería marcharse para que la noche no lo agarrara y no podía hacerlo sin decir adiós al dueño del lugar. La verdad, tampoco quería irse, porque disfrutaba el tiempo que compartía con Louis, sin importar que tan raro y loco parecía eso.

Él podía verse amenazante, y lo era cuando se enfadaba, pero, generalmente, era relativamente simpático. Fue educado y lo aguantó sin replicar mucho todos esos días de hospedaje.

Decidido, se dirigió al ala éste.

Llegó a una puerta grande y adornada con ornamentos dorados que solo estaban ligeramente desgastados por la años; estaba entre abierta. Asomó su cabecita por la abertura y se topó con una habitación sumida en una oscuridad casi total. Al fondo podía ver un balcón cuyas puertas estaban abiertas de par en par, dejando al descubierto el cielo desde donde alumbraba el Sol.

—Louis— llamó, entrando por completo.

No parecía que estuviese interrumpiendo algo o presenciando un acto indebido.

Caminó un poco, deteniéndose de golpe a mirar una pintura que colgaba chueca de una pared; estaba desgarrada. Se aproximó y trató de juntar las piezas para poder apreciar la imagen, pero le fue imposible.

—¿Qué haces aquí?

La voz gutural detrás de su espalda le hizo sorprenderse. Se giró sobre sus talones y sus ojos se conectaron con los amarillos de Louis que no parecía muy contento con su presencia en ese sitio en específico.

—Sé que dijiste que no puedo venir aquí— hablaba, meneando las manos en ademanes—. Pero quería despedirme.

El rostro del mayor se suavizó a tal punto que hasta parecía decepcionado.

—¿Tu caballo está bien?

—Sí, ya lo está. Y creo que es mejor que regrese a mi casa. Gill debe estar al borde de un colapso mental por todo lo que ha pasado— trató de sonar bromista, como siempre.

Sus ojos volvieron a divagar por el cuarto, reparando en los destrozos y el descuido, pero sobre todo, fijándose en una cúpula de cristal, cerca del balcón y sobre una mesa. Algo había dentro y él era curioso como Scott, así que deseaba saber el qué.

Louis por supuesto que lo notó. Lo observó un segundo y luego a la cúpula antes de tomarlo y llevarlo con él para que pudiera apreciarla de cerca.

El cristal parecía moldeado de forma que la agarradera tenía forma de romboide, y tenía algunos detalles en el borde de la cúpula con lo que parecía ser plata formando espirales. Dentro había una rosa. Era una rosa brillante, roja como ninguna y sumamente hermosa. Sin embargo, debajo de ella había numerosos pétalos que yacían ya marchitos y, desgraciadamente, parecía que quedaban muy pocos sobre el tallo.

—Deberías ponerla en agua— comentó, mirándola con inmenso interés—. Sería una pena que pereciera.

—No servirá de nada que lo haga. Se seguirá marchitando.

Alec le prestó atención a la bestia que miraba con arrepentimiento y culpa la planta resguardada.

—Al caer el último pétalo de la rosa, la maldición que sobre el castillo yace no podrá ser quebrada.

—Y, ¿no hay una forma de impedir que eso pase? ¿O podrían romper el hechizo?

Louis no respondió, permaneciendo con los labios unidos en una línea fina. Eso le molestó un poco al peliplateado, pues quería ayudarlo y si él sabía cómo podía hacerlo, entonces debía decírselo.

—Es un problema del que no debes preocuparte— le explicó el mayor.

No le gustaba inmiscuir a otras personas en sus malas decisiones y problemas; ya era suficiente que todo su personal y amigos estuvieran condenados a ser decoración del castillo como para permitir que alguien más se enrollara en eso, sobre todo, si ese alguien era Alec.

—Bueno— el pálido sentenció con un ligero tono de enojo y cruzándose de brazos—. No me meteré. Como te decía, ya deseo irme. No quiero que la noche caiga, sería peligroso viajar.

—Tienes razón— le miró y pensó un segundo—. Solo espera un segundo.

Dicho esto, caminó hasta el tocador; abrió uno de los cajones superiores y extrajo algo brillante que Alec solo pudo ver bien cuando se le entregó. El espejo de mano era ovalado, pero el metal alrededor suyo formaba algo parecido a las enredaderas, con flores y joyas preciosas.

—Te lo regalo— antes de que pudiera agradecer, agregó—. Muéstrame a Scott.

Una espiral se formó sobre la parte reflejante, como si fuera líquida, y poco después apareció el mencionado molestando a Carlos. Podían oírlos y verlos con suma claridad, y aquello impresionó enormemente al muchacho cuya boca se abrió y sus ojos brillaron.

—¡Qué chulo!

—Puede mostrar a quien quieras o el sitio que quieras en el mundo.

Alzó la cara hacia Louis y le sonrió ampliamente, de oreja a oreja.

—Muchas gracias. Lo cuidaré muy bien.

Una sonrisa le fue devuelta, aunque más tosca, y también un asentimiento. De verdad pensaba que no quería irse, porque la gente de ese sitio le caía bien y Louis, bueno... Tenía que volver a casa, amaba a su hermano y realmente quería regresar con él.

—Entonces, me voy.

— Adiós.

...

Había llegado al pueblo hace un par de días atrás. Había sido dejado por el carruaje a solo unos metros de las construcciones más expuestas, y no demoró en correr hacia el sitio más cercano para pedir ayuda. Su hermano, su querido y único hermano menor estaba atrapado en las frías mazmorras de una bestia con voz de hombre. Le pidió auxilio a todo quién se le cruzara, pero lo único que conseguía era miradas de disgusto, burla y desaprobación.

Para colmo, eso solo había empeorado su condición mental y Sam aparecía en intervalos indefinidos, hablándole, ordenándole y regañandole; a veces parecía que estaba hablando solo y la gente solo podía chismear y criticar entre sí. De verdad estaba loco, demente.

Aunque los días pasaron, nadie le creyó y lo segregaron de a poco. Realmente desesperado y en llanto, se dirigió a la taberna una noche. No le gustaba ese sitio, olía a alcohol, orina y sudor. Resultaba repulsivo, pero tenía que entrar pues ahí estaba su última opción. Era una emergencia, así que quería la ayuda de quién fuera.

Entró. La música era anima y estridente. Los hombres hablaban, se gritaban, reían y maldecían. Todos bebían, sin excepción, esparcidos por las mesas y sillas de madera apenas lijada. Buscó con la mirada y, finalmente, dio con él. Corrió hasta Gastón que estaba en su silla de piel, rodeado de sus animales disecados y los cráneos colgados en la pared. A su lado estaba su fiel amigo y acompañante, quién parecía estar hablando de algo que no era de su mínimo interés.

— Gastón— le llamó, jadeante, y se postró frente a él. La cara del hombre de cabellos oscuros cambió de aburrida a curiosa y confundida—. Gastón, necesito tu ayuda, por favor.

—Vaya, Gill. ¿Qué no habías ido a la ciudad? ¿Cuando volviste? Y— miró detrás del rubio—. ¿Dónde está Alec? Hace días que no lo veo.

El pobre rubio lloraba y se esforzaba por hablar.

—Ese es el problema— empezó—. Está atrapado.

—¿Atrapado? ¿Dónde?— Gastón se alarmó y pronto se puso en pie, dispuesto a ir tras el muchacho de ojos turquesas.

—En el castillo... En el castillo de la bestia.

—¿La bestia? ¿Cuál bestia?— mostró decepcionado; realmente era un chiflado—. Gill, no entiendo tus bromas. Si estás consumiendo algo raro, creo que ya no deberías hacerlo.

—Pero es verdad. ¡Yo la vi!

—¿Cómo era?— se burlaba el bajito de los tres mientras Gastón se volvía a tumbar en su asiento—. ¿Tenía colmillos enormes y cuernos gigantes?

—¡Sí! Era inmensa. Más grande que Gastón.

El par se rió a carcajadas, pues lo que decía era ridículo.

—Gill, no existe ninguna bestia.

—¡Qué sí!

El fortachón negó con la cabeza y sonrió con rendición.

—Mira, si quieres que vayamos por Alec, bien, podemos hacer eso, pero todo tiene un precio.

—¿Cuál es el tuyo?— sonó con demasiada seriedad, dejando atrás el miedo.

—Que me des la mano de Alec. Piénsalo. Haríamos una pareja perfecta. Seríamos la envidia de todos. ¿Qué más quisiera él? ¡Tener un marido como yo! Fuerte, guapo y capaz.

—Por supuesto que no— respondió, frunciendo sus cejas rubias.

—¿No?

—No. Alec no es un niño. Yo no voy a decidir por él. Si no quiere estar contigo, entonces yo tampoco quiero que estés con él.

—Bien— rugió Gastón, molesto—. Entonces no me pidas ayuda.

—Gracias por nada.

Y se marchó, con más seguridad que con la que había entrado; menos mal Sam se había presentado.

...

Cuando llegó notó la conmoción que había en la plazuela central. Se acercó con su caballo y vio ala mayoría del pueblo reunido ahí, rodeando a Gastón y Lefou que parecían discutir con alguien. Bajó del caballo y se abrió pasó entre la gente, dudoso. Al llegar al frente de todos, vio a un loquero batallando con Gill para meterlo a un carruaje especial para los dementes y chiflados. Fue entonces que llamó la atención de los cuatro, corriendo hasta ellos y gritandoles qué carajos hacían con su hermano.

—¡Alec!— exclamaron tanto Gill como Gastón.

El de cabellos plateados miró a su hermano que estaba siendo sujetado de sus brazos por el médico y luego observó, furioso, al pelinegro que pronto le empezó a tratar de manera coqueta.

—Oh, Alec. Has regresado. Que mal que sea en estas circunstancias.

—¿Qué hacen con Gill?

—Verás— fingió pesar—. Tu hermano no se ha estado sintiendo bien. Sí. Mirá. Últimamente ha estado delirando. Yo simplemente pensé que sería mejor llevarlo a otro lugar.

—¿A qué lugar?

—¡A un loquero!— afirmó el bajito y los dos le hicieron callar con una mirada fulminante.

—Gill no está loco. No tiene por qué ir a ningún lado.

—Pero, Alec, querido, está diciendo tonterías de una bestia y que has sido cautivo de ella.

—¡Es verdad!— chilló el rubio.

—¿Ves? Está bien, Alec. No hay de qué avergonzarse. Tu hermano no está bien de la cabeza y necesita ayuda. Y...

—Es cierto— interrumpió—. Lo que Gill dice es cierto. Hay una bestia. Y sí, estuve en su castillo, pero no me ha hecho nada.

—¡Ya está enloqueciendo también, Gastón!

—Alec, no tienes que mentir para encubrir a Gill. Esto...

Harto, sacó de entre sus ropas el espejo a la par que musitaba que deseaba ver a Louis. Mostró la imagen a Gastón que había quedado perplejo ante la bestia enorme, peluda, de colmillos, garras y cuernos; se veía peligrosa.

—¡Santo cielo!— exclamó, arrebatándole el objeto y mostrándoselo al resto del pueblo—. ¡Miren esto! ¡Es una abominación!

El cuchicheo no se hizo esperar.

—¡No es una abominación! Tiene un nombre y es tan humano como tú y como yo.

—¡Es un monstruo! De seguro se querrá cenar a nuestros hijos y se llevará a nuestras mujeres. ¡¿No lo ven?!

—¡Mentiras!

—¡Es un peligro!

—¡Claro que no! Es amable, un poco amargado, pero no más. Es educado y tiene clase, a diferencia de ti.

Gastón le miró con inmensa incredulidad mientras el pánico se sembraba en cada habitante del pueblo que estaba presente.

—¡Te ha hechizado! — le señaló—. ¡Dios mío! Te tiene bajo sus embrujos. ¡Casi parece que en verdad te importa!

—¡Porque es así!— Alec gritó, cada vez más a la defensiva—. Es bueno, no peligroso. Ahora, dame eso, dile que suelte a mi hermano y déjame en paz.

El pelinegro sucumbió a los celos y envidia ante el rechazo y la derrota. ¿Que lo dejara en paz? ¿Por qué hablaba mejor de una horrible criatura y a él, el increíble Gastón, lo trataba como si fuera basura? ¡Alec era suyo y de nadie más! Enfurecido, miró al médico que, bruscamente, metió a Gill a la carroza y, ante la distracción, aprovechó para aventar dentro a Alec también.

Las puertas metálicas se cerraron, solo permitiéndoles ver a los demás a través de unas rejillas que había en la parte superior.

—¡Gastón!

No le hizo caso, pues aquel se encontraba incitando a las masas a ir por la bestia que representaba un riesgo para ellos, por mero capricho en realidad.

Los vieron subirse a sus caballos, tomar cualquier cosa para usarla de arma y siguieron al fortachón por el bosque hasta perderse de vista.

En un arranque de ira, pateó la puerta y se llevó las manos a la cara. ¿Ahora qué?

—Alec, ¿estás bien?— Gill le preguntó, preocupadisimo, y le abrazó con fuerza.

—Estoy bien— afirmó, correspondiendo el gesto—. Él de verdad no es malo. Gill, te metiste a propiedad privada, cualquiera reaccionaría a la defensiva. Pero él también confesó que estuvo mal. Rompió el trato de tenerme ahí aprisionado y me dejó volver.

—¿Juras que no te hizo nada?— se separaron y cruzaron miradas.

—Te lo juro— parecía serio y suplicante—. Por mi culpa ahora está en peligro. Por favor, Gill, ayúdame.

El rubio le dirigió una mirada larga y silenciosa, examinandolo. No parecía que hubiese algo raro en él y, si lo pensaba bien, tenía algo de razón en sus palabras. Suspiró y asintió, ganándose otro abrazo fuerte de su hermano.

...

El caballo corrió con tanta velocidad que los ropajes de ambos volaban con el viento, detrás de ellos. Al arribar al castillo, el caos ya se había desatado en éste. Las puertas frontales habían sido forzadas y estaban abiertas por completo; una parte de ellas estaba rota y caída.

Dentro se libraba una batalla entre la gente del pueblo y el personal del castillo; se oían golpes, gritos y voces resonantes, cosas rompiéndose, etc. Bajaron del caballo que no se había detenido por completo, y se apresuraron al interior; Alec sujetó la mano de Gill para no perderlo entre los cuerpos y la pelea. Él guió el camino, esquivando los objetos que volaban por el aire, los puños y demás, evitando ser golpeados.

Sus orbes turquesas inspeccionaron el recinto, inquieto y desesperado, hasta que dieron a parar al candelabro el cual perseguía a uno de los pueblerinos con sus pabilos encendidos al rojo vivo. Corrió hasta él y lo alzó del suelo con la mano libre, ganándose una mirada molesta de Scott que se volvió asombrada al ver que se trataba de él.

—¿Dónde está Louis? — inquirió, apresurado.

—En su habitación...

Alec no esperó que dijera algo más, lo depósito de nuevo en el suelo, sabiendo que no podría evitar que Scott peleara, y subió rápidamente las escaleras.

Cuando la muchedumbre se había acercado al castillo, Carlos y Scott la vislumbraron desde los ventanales enormes y comprendieron que eso solo significaba malas noticias. No dudaron en ir con la bestia para informarle de la situación; podían empezar a oír a la gente de fuera, la cual parecía molesta y lista para enfrentarse a lo que fuera.

Louis pensó entonces que su hogar había sido descubierto y que los pueblerinos habían decidido atacarlo por ser un monstruo antes de que él pudiera hacer lo mismo con ellos.

Les indicó a sus dos amigos que llevaran a todos los presentes del castillo a una habitación segura y escondida para que no les ocurriera nada, y que fingieran ser objetos realmente inanimados. Tanto el reloj como el candelabro parecían en desacuerdo con él, e incluso el último mencionado estaba a nada de discutirle su decisión, pero Louis no dejó que se quejara y le recalcó que debía obedecer, gruñendo y mostrándose amenazante.

Scott y Carlos se retiraron, sin decir nada más, pero optando por no hacer caso a lo que la bestia les indicó. Ese era su hogar y sus amigos también, no podían dejar que esas personas entraran a hacer lo que se les placiera. Solo llevaron al personal menos capacitado para pelear a una zona escondida y resguardada donde no ocurriría nada.

Fue así como habían llegado a ese punto. Muchos se encontraban batallando con la gente del pueblo, pero Louis estaba en su cuarto y, por el vistazo que dio a su alrededor, supuso que Gastón también.

Alec y Gill eran pésimos corredores y malos en el ejercicio, sin embargo, debido a las circunstancias su cuerpo se había llenado de golpe de adrenalina y se movían con destreza inusual.

Subieron veloces los escalones, amenazando con tropezarse en cualquier momento para estrellar su cara contra el suelo de manera desagraciada y dolorosa.

Llegaron a la habitación que estaba abierta. Al ingresar, reparó en que las ventanas del balcón estaban rotas; el vidrio se encontraba desperdigado por el suelo de manera desordenada. La cúpula y la rosa permanecían intactas, al menos, y Alec agradeció inmensamente a un ser superior por ello.

Soltó a Gill, arriesgándose, y se dirigió como alma que lleva el diablo hacia la baranda del balcón, asomándose desde ahí y causando pánico en su hermano. Inclinaba la mitad superior del cuerpo sobre la baranda mientras su cabeza giraba en todas las direcciones posibles en busca de la bestia. La encontró en los tejados, a unos metros de su sitio, peleando con Gastón quién trataba de herirlo con alguna de sus muchas armas; en ese instante parecía estar usando un puñal.

—¡¿Qué estás haciendo?!— chilló el rubio al ver que su hermano se trepaba a la baranda gruesa, haciendo amago de cruzarla.

Su voz llamó la atención de ambos contendientes que se asombraron por su presencia. Gill comenzó a forcejear con el peliplateado, intentando jalar a éste hacia el interior y así alejarlo de una posible caída de gran altura. Alec le replicaba que debía ir a ayudar a Louis, insistiéndole que lo soltara y lo dejará hacer lo que tuviera que hacer. Mientras tanto, Gastón volvió a atacar a Louis que, milagrosamente, reaccionó a tiempo y lo esquivó.

—¡¿Te crees muy genial, no?!— exclamó el pelinegro, lleno de ira—. ¡No eres más que una bestia!

La bota pateó a Louis por el pecho y éste se golpeó de espaldas con una de las gárgolas que había en el techo para la decoración.

Cuándo Gastón se acercó, dispuesto a clavarle la daga en el corazón, lo tomó del cuello con una de sus enormes manos y lo alzó del suelo con una facilidad que resultaba inhumana. Amenazó con dejarlo caer desde ahí hasta el suelo, escuchando las plegarias que de su boca fanfarrona salían, y se retractó.

—Te dejaré, sí, te dejaré en paz. Por favor, no me mates. Por favor.

Era irascible e imprevisible, pero no era un insensible. Lo dejó nuevamente en el suelo, empujándolo con la fuerza suficiente para hacerlo caer de culo contra el suelo. Tras mirarle un segundo, desde arriba, notandolo patético y pequeño, se dio media vuelta y se fijó en la discusión de ambos hermanos que aún continuaba. Se acercó al borde del techo de esa parte del castillo e hizo amago de saltar hacia el cual se encontraba el balcón de su habitación. Sin embargo, Gastón se había levantado de golpe, sabiendo que era ignorado y que su contrincante estaba distraído, y lo apuñaló por la espalda con tanto ímpetu que cayó del tejado.

—¡Louis! —Alec gritó con fuerza y pavor.

Lo vieron descender, golpeándose con ciertos recovecos de la construcción, y estamparse sonoramente contra el suelo. El peliplateado se tornó más pálido, de ser posible, y su rostro mostraba incredulidad.

Gill logró meterlo a la habitación a base de jalones. Tras unos segundos de conmoción, el rubio tomó la mano de su hermano y corrió con él hacia la parte baja. Descendieron los escalones de dos en dos y llegaron a la entrada donde ya todo estaba silencioso, pues la caída de la bestia había llamado la atención de todo mundo, deteniendo abruptamente la batalla.

Sus pasos resonaban contra la gravilla que adornaba la sección frente a la puerta, en el jardín, mientras se acercaba corriendo hacia el cuerpo tendido de Louis que hacía sobre un charco creciente de sangre rojiza y espesa. Se tiró bruscamente junto a él, dañandose las rodillas, raspandose las piernas y llenando su piel de piedritas molestas y dolorosas. Gill se había quedado un poco detrás, hacia solo unos segundos, mirando a su hermano con pesar, pues parecía desesperado y temeroso.

Alec miró de arriba a abajo el cuerpo de la bestia, notando la herida sangrante que manchaba la ropa, y dudó qué hacer. Se aventuró y lo tomó con fuerza de los hombros, y lo acurrucó entre sus brazos, ensuciandose de carmesí; eso no le importaba. Agitó a Louis, llamándole con voz impaciente y ansiosa, pero no importaba cuanto lo hiciera, no recibía respuesta alguna.

Las lágrimas se comenzaron a acumular en sus orbes turquesas, amenazando con desbordar de éstos para caer en el espeso pelo de la criatura.

Una risa triunfal se oyó y, al alzar la vista, se topó con Gastón que, habilidoso, bajaba por los muros del castillo y se acercaba con pasos firmes. Caminaba con orgullo, sacando el pecho y con una sonrisa fanfarrona.

—¡No teman ya!— decía, alzando los brazos —. ¡Me he encargado de la bestia! ¡Ya nada podrá hacernos!

Un puñetazo en su rostro le hizo callar. Todos se asombraron de ver cómo Alec se levantaba, dejando a Louis sobre el piso, y se acercaba a Gastón para darle tremendo golpe que resonó estruendosamente. Tenía la piel pálida manchada de sangre, pero su rostro estaba rojo por el enojo, la impotencia y el dolor. Un par de lágrimas lograban escapar de sus pestañas, silenciosas y calientes.

—Eres un bastardo— le reclamó con odio al pelinegro que se enderezaba y se llevaba una mano a la zona dañada.

—¿Por qué me has golpeado?— respondió molesto, fulminandolo con la mirada—. Solo estoy haciendo mi deber. Estoy protegiendo al pueblo. Por eso lo he matado.

—¡Porque él nunca hizo nada!

—¡Era un monstruo! ¡¿Por qué te importa tanto un jodido raro?!

—¡Porque es inocente! ¡Porque nunca haría algo para dañar a alguien! ¡Porque lo amo! — Alec lo empujó, aunque el otro a penas se echó para atrás, más impactado por sus palabras.

Se limpió las lágrimas con ambos manos de una manera descuidada, consiguiendo que sus mejillas se mancharan de sangre.

El silencio reinaba en el sitio, era uno denso y pesado como cientos de toneladas de hierro. Antes de que cualquiera pudiera decir lo que fuera, un cúmulo de brillos rodeó el castillo; cambió de un aspecto sombrío y descuidado a uno reluciente y nuevo. El oro brillaba de manera increíble al igual que las piedras preciosas. La mugre parecía haber desaparecido por completo. Las ventanas eran traslucidas de nuevo. Cuando se fijaron, la nieve había desaparecido por completo, como si no hubiera existido en primer lugar, dejando a las flores y los árboles con vida, luciendo saludables. Brindaban belleza a los jardines en donde había pájaros cantando y animalitos como ardillas escabullendose entre los arbustos verdes y frondosos.

Miraron los alrededores, estupefactos, plantando entonces su atención a los objetos de la casa que fueron rodeados por brillos diminutos y mágicos, siendo, a los segundos, transformados en personas. Alec miró a Scott y Carlos con interés; el candelabro y el reloj habían pasado a ser dos jóvenes, uno de cabellos azabaches y ojos púrpuras como amatistas, y el otro moreno, de cabellos castaños y serios ojos avellana. Ellos parecían tan conmocionados por la situación como los pueblerinos quienes tenían pequeñas luces como diamantes en sus ojos que aparecieron solo unos ínfimos instantes.

Los orbes turquesas se clavaron entonces en el cuerpo tendido sobre el suelo, inerte cual estatua. Brilló como todo lo demás, durante un tiempo que la resultó eterno. Cuándo aquello acabó, la bestia ya no estaba, sino que era un hombre de cabellos anaranjados y cuerpo ejercitado. La camisa de lino ya no tenía la abertura causada por el puñal ni la sangre rojiza, entonces era color crema; el charco carmesí dejó de existir.

Louis se quejó a la par que se sobaba la frente y los párpados. Pesadamente, se puso en pie, aún gruñendo, y giró hacia donde suponía que se encontraba el peliplateado.

—Mierda— maldijo, pues le dolía la cabeza de manera horrorosa.

Dejó caer su brazo junto a su costado e hizo amago de comentar algo más, pero Alec se le colgó encima y le besó de imprevisto. Los ojos amarillos se abrieron con sorpresa, clavándose en el rostro pálido del menor que se sujetaba de su cuello con ambos brazos, aunque no tardó mucho en corresponder, posando sus manos en su espalda.

El joven de ojos púrpuras se emocionó, chillando y zarandeando a Carlos que sonreía sutilmente.

Al separar sus rostros, Louis lo abrazó con fuerza y depositó su barbilla contra el hombro del menor. La gente alrededor suyo, que no pertenecía al castillo, comenzaba a murmurar entre sí. Aquel joven era el rey, el cual habían olvidado por la maldición y lo habían recordado al romperse ésta. Gastón había herido al rey de ahí. Que audacia, que irrespetuoso e indecoroso.

Todos se sentían bastante avergonzados por su comportamiento precario. ¿Cómo podían ser tan viles con su alteza?

Finalmente, rompieron el abrazo y las manos bronceadas de Louis retiraron algunas pequeñas lágrimas que rodeaban por las mejillas de Alec. Le sonrió de manera deslumbrante y cautivante, con sus encantadores ojos amarillos siendo vibrantes. Luego, se dirigió con aires severos y autoritarios hacia Gastón que parecía llenarse de pánico e insatisfacción.

—Ahorra tus palabras— detuvo el pelinaranja cuando vio al pelinegro abrir la boca, y alzó una mano—. Carlos.

—Una ofensa verbal o física hacia un miembro de la realeza es inaceptable— explicaba el castaño—. El perpetuador suele ser castigado con la horca.

—Un poco drástico— Gastón balbuceó, temeroso.

Louis asintió, de acuerdo con él.

—Destierro— comentó Carlos nuevamente.

—Mh. Sí. Estás desterrado—  Louis sentenció—. Tendrás que irte de estas tierras y nunca volver. Está totalmente prohibido para ti pasarte por el castillo y por el pueblo.

—¡Pero soy el cazador del pueblo!

—No te preocupes por eso. Scott.

La ropa del mencionado tenía numerosos artilugios colgando; navajas, ganchos, una cantimplora pequeña, etc. De su espalda tomó una ballesta y de un carcaj, que colgaba de su cadera, una flecha que cargó en el arma. Apuntó hacia arriba y disparó, ocasionando que un pájaro cayera sin vida sobre el césped del jardín. Su pose para disparar era perfecta, sus manos no temblaron y no dudó ni un segundo así como no tardó en lanzar la flecha. Su puntería era excepcional, impresionante. ¡Era un tirador increíble!

—Lo tenemos cubierto— Scott sonrió, descansando su ballesta contra su hombro.

—Te quiero fuera de aquí para mañana en la mañana.

Con eso dicho, Gastón se vio completamente derrotado.

...

—¿Cuál era la solución para la maldición?— indagó Alec.

Estaba en el cuarto de Louis, junto a éste, frente a la cúpula de vidrio que ya no resguardaba algo pues la rosa había desaparecido.

—Cuando era más joven y estúpido— explicaba el pelinaranja, cruzándose de brazos—, le negué a una mujer resguardarse en el castillo porque tenía un aspecto horrible y la juzgué mal. Resultó ser una bruja que me maldijo. Me convirtió en una bestia y a mis amigos en objetos. La maldición se rompería si amaba a alguien y ese alguien me amara por igual, antes de que el último pétalo de la rosa cayera marchito.

—Suena a una solución imposible, ¿no?

—Mh. ¿Quién amaría a una bestia temible y espantosa?

El hombro de Alec golpeó de manera suave y juguetona el hombro contrario, consiguiendo que el dueño de éste se girara a mirarle. Le sonrió con inmensa alegría, demostrando lo conforme que se sentía con el desenlace de todo.

—¿Conoces a alguien?— bromeó el mayor.

Ante esto, el peliplateado hizo un puchero de enfado fingido que poco le duró, pues el contrario lo tomó de la cintura para acercarlo y besarlo en los labios. Volvió a sonreír, pasando sus brazos por el cuello ajeno, y sintió los labios de Louis curvarse por igual.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top