Kids
Era el primer día de clases; el primero de muchos más que faltaban. Cáncer estaba claramente nerviosa, a diferencia de Aries y Arac.
El pequeño de 3 añitos se encontraba junto a ella, caminando un poco torpe y alzando en demasía sus piecitos. Su madre le había explicado que iría a algo llamado escuela dónde habría más niños de su edad. No tenía problema al respecto hasta el momento, sinceramente. Bueno, lo único molesto era que debía despertar bastante temprano; requería de sus 12 horas diarias de descanso.
Llegaron a la entrada del edificio preescolar que lucía colorida. Ahí esperaba una maestra, que usaba un delantal color azul marino con algunos bordados simpáticos, mientras demás padres de familia llegaban y dejaban a sus hijos que ya parecían acostumbrados; hasta entonces eso era así, porque seguro más de una criatura estaría reticente a entrar, sobre todo si era su primera vez.
—Hola, buenos días— sonrió la maestra, joven y con cabello perfectamente ordenado en una coleta—. ¿En qué puedo ayudarles?
—Buenos días— saludó el par mientras Arac se plantaba en medio de ellos.
—Venimos a dejar a nuestro hijo— Aries explicaba, y señaló al menor—. Es su primer día.
—Oh, ya veo.
La mujer entonces se inclinó un poquito hacia el pelirrojo menor que la miraba en completo silencio y sujetaba los cordones de su mochila con estampado de puntos.
—¿Cómo te llamas? Yo soy la maestra Nancy.
—Me llamo Arac— respondió él, con una voz muy finita y algo tímida.
—Arac. Que bonito nombre. ¿Te gustaría venir a jugar con los demás niños?
El menor asintió; aquella persona no parecía mala.
—Bueno, vamos.
Arac tomó la mano de la maestra que ésta había extendido gentilmente hacia él. Hizo amago de avanzar cuando la mujer dio el primer paso al interior del recinto, sin embargo, su otra manita libre se agarró del pantalón de Cáncer con la intensión de arrastrarla ahí con él.
—No, no— le empezaron a decir las dos féminas mientras Aries optaba por no intervenir aún.
—Tú mami no puede venir.
Ante esto, los ojitos del menor se abrieron con sorpresa. Hubo un segundo de silencio, segundo que el signo fuego tomó como la calma antes de la tormenta. Los orbes plateados del menor se llenaron de lágrimas que salían a borbotones mientras los labios pequeños empezaban a temblar. Arac se soltó de la maestra y, explotando en llanto, se abrazó a la pierna de Cáncer que sentía su corazoncito estrujarse por la escena.
—Arac— le llamó la cangreja, pero el aludido no calló; trató de separarlo de sí, sin resultados—. Arac, corazón. No pasa nada. Te vas a divertir y harás nuevos amigos.
—¡No se vayan!— la signo agua suspiró.
—No podemos quedarnos. Tenemos que ir al trabajo, corazón. Volveremos por ti.
El menor no se movió de su sitio, llenando la ropa de su madre con sus lágrimas y mocos. Ella, en cambio, trataba de alejarlo suavemente, porque no quería lastimarlo, y a la vez quería llevárselo de ahí si eso significaba que su precioso hijo dejaría de llorar.
Aries, finalmente, se agachó y tomó al menor por debajo de las axilas. Lo jaló con la suficiente fuerza para sacárselo a Cáncer sin dañarlo.
—Calmate, Arac— le ordenaba el signo fuego mientras el mencionado se removía cual lombriz—. Arac, tienes que quedarte.
—¡No quiero! ¡No me dejen!
Si no fuera una criatura que a penas era el tercio de lo que él era, ya lo hubiera mangoneado y zarandeado cual costal sin importar las consecuencias. Hizo lo imposible por no tirarlo porque el chiquillo se movía por todos lados como si Aries tuviera un trozo de hielo entre sus dedos. Un trocito de hielo que lloraba, chillaba y golpeaba. En cierto punto, los bracitos de Arac se enrollaron como pudieron al cuello del mayor y simplemente se quedó colgando de éste como si fuera un monito.
El signo fuego se llevó, impaciente, la mano a la frente que sobó para calmarse antes de gritarle al menor que seguía fijo a su cuello por pura fuerza de sus infantiles brazos; menos mal había heredado la fuerza de él y no la de Cáncer o ya se hubiera estampado contra el suelo.
—Realmente lo sentimos— se disculpaba la signo agua, avergonzada por la actitud del niño ante la maestra.
—No se preocupe—tranquilizó la otra mujer, con una sonrisa comprensiva—. Estas cosas suelen pasar. No hay de qué apenarse.
Cáncer le dio la razón y se giró hacia el par de pelirrojos; podía ver que la paciencia de Aries estaba agotada y en cualquier segundo explotaría.
—¡Papá!— decía el chiquillo—. ¡No te vayas! ¡No me dejen aquí!
—Arac, tienes que obedecer. Serán un par de horas. Volveremos por ti a la hora de la comida. Te divertirás, conocerás a más niños y niñas, y aprenderás cosas nuevas— el mayor volvió a tomarlo de dónde antes y empujó, pero el menor se atrevió a usar sus piernas igualmente para aferrarse a él—. Maldita sea, niño. Haz caso. Vas a estar bien.
Arac parecía sanguijuela, completamente pegado al mayor. Cáncer se aventuró a tomarlo por la espalda, con cuidado, e hizo cosquillas en sus costados, logrando así, gracias a todo lo bueno, que el niño se soltara. Se apresuró a dárselo a la maestra que lo tomó sin problema; ya debía estar acostumbrada a ese tipo de situaciones.
—No se preocupen, estará bien.
—Muchas gracias— dijeron ambos, aliviados.
Cáncer se despidió del niño con una sonrisa y un meneo de su mano al aire. Aries, por otro lado, le recalcó que irían por él y que no causara problemas. Luego, se llevó rápidamente a la cangreja de ahí porque si la conocía bien, y claro que lo hacía, podía sucumbir ante la presión y se llevaría a Arac de vuelta a la casa, cosa que no se podían permitir. El preescolar era obligatorio para todos.
—Estará bien— le afirmó el pelirrojo a su pareja que seguía insegura al respecto.
Arac, como Cáncer, era muy cariñoso y le gustaba estar todo el tiempo con sus padres. Además de eso, cuando lloraba era una cosa imparable y que podía llegar a destrozar tímpanos. No era que llorara con frecuencia, solo que al hacerlo era muy fuerte y estruendoso. Si iba a llorar iba a hacerlo bien, nada de sollozos chiquitos ni nada de eso.
—Verás que cuando pasemos por él va a estar como si nada.
—Eso espero.
Le sonrió y beso su clara frente para calmarla. Más tarde, al recogerlo, Arac salió alegremente del preescolar, con su mochilita en la espalda, e incluso se despidió de un par de niños de su edad con emoción.
***
Tauro llevaba en brazos a la pequeña Carina que, tranquilamente, le había pedido un bocadillo. El mayor se dirigió hacia la cocina donde se encontraba Escorpio y en sus hombros Ciro permanecía sentado. Los ojos oscuros miraron al más alto de manera inquisitiva y éste se limitó a acomodar bien al niño.
—A Ciro le gusta sentirse alto— Escorpio aclaró.
—Oh.
Tauro miró al pequeño que rodeaba con sus bracitos la frente del signo agua mientras sus tobillos eran sujetados por él para que no cayera. Sonrió enternecido y no dijo nada más, procediendo a ir hacia el refrigerador de dónde extrajo un envase pequeño de yogurt para niños sabor manzana; lo abrió, tomó una cucharilla de plástico y se lo entregó a la castaña.
—Gracias— dijo ella suavemente.
—No hay de qué.
Al segundo siguiente, ingresaron a la casa Cáncer y Arac. El par llamó la atención del resto y fueron recibidos con un saludo hasta que notaron el yeso en el brazo izquierdo del menor.
—¿Qué pasó?— preguntó Tauro.
—Se rompió el brazo en la escuela— Cáncer comentó, pasando una mano cariñosa por el cabello rojizo.
—Estoy bien. Solo me fastidia no poder moverlo.
—Ten cuidado, Arac— le pidió el signo tierra y él suspiró.
—Sí, tío.
—¿Cuánto tiempo lo tendrá?
—Un mes— Arac gruñó.
Odiaba la idea de traer eso encima. Le picaba, le hacía sudar y no dejaba que su brazo se moviera. Obviamente era por su salud, tenía que aguantarse, pero no quitaba su insatisfacción.
—Enano— le llamó Escorpio, haciendo un ademán de mano para que se le aproximara.
Se sentaron en el sofá, uno al lado del otro, y el mayor bajó a Ciro de sus hombro, colocándolo sobre la alfombra. Con un plumón que había tomado de por ahí, Escorpio comenzó a hacer un dibujo sobre el yeso inmaculado de manera cuidadosa. Tanto el hijo de Cáncer como el de Piscis se quedaron inmersos en su actividad, viéndolo con atención. El tatuado no era un profesional del dibujo, pero producía cosas decentes; la calavera que había plasmado en el brazo de Arac no era perfecta, sin embargo, se vía bien.
Notando el interés de Ciro, le extendió el plumón y preguntó:
—¿Quieres dibujarle algo, pulga?
El menor asintió suavemente a la vez que profería un ruidito de afirmación. Tomó la herramienta de escritura y dibujó torpemente sobre el yeso. Por otro lado, Carina, que aún no terminaba con el yogurt, miró a Tauro que comprendió la petición silencio de ella. Sonriendo divertido, se acercó al grupo, dejó sobre el suelo a la niña y tomó de sus manitas el envase y la cuchara.
No hizo falta que le hablara a Ciro, al terminar su obra, para que le entregara el plumón a su melliza que no demoró mucho en dibujar. El sol y la flor que ambos habían creado se veían un poco deformes y claramente infantiles; no tenían talento para ello, pero lo habían hecho porque querían y eso era suficiente.
La castaña devolvió el plumón a Escorpio y, mientras éste lo tapaba, Tauro dejó, nuevamente, el envase de yogurt sobre sus manitas.
—No seas imprudente, enano— Escorpio le dio un par de golpes en la espalda, muy suaves—. No eres de goma.
Se puso en pie y miró a Ciro que a su vez hizo lo mismo mientras jugueteaba nervioso con sus dedos. Lo levantó y lo volvió a colocar sobre sus hombros, consiguiendo que en el rostro del menor se dibujara una sonrisa pequeña. Sin más que agregar, se marchó escaleras arriba. En cambio, Carina culminó con el bocadillo, procediendo a tirar en el cesto de basura el envase y batallando para dejar la cuchara de plástico en el fregadero. Fue entonces que el signo tierra lo hizo en su lugar, recibiendo un agradecimiento de parte de ella. Tauro no podía evitar pensar que era una criatura tierna y que le recordaba a Capricornio cuando era un niño.
***
Ser padre no era cosa fácil. La paternidad no venía con manual incluido. Había, por supuesto, muchas personas que aseguraban que todo se volvía más fácil luego del primer hijo o hija, pero él, luego de tener tres criaturas, no estaba muy seguro. Tenía que encargarse de muchas cosas; la escuela de cada uno que eran distintas pues Gemma iba a la preparatoria, Lily en primaria y Luke estaba por entrar a preescolar, de brindar alimento, ropa y herramientas para su educación y diversión sin descuidar el estado mental y emocional de cada uno.
Cuidar a un niño no solo implicaba darle todo lo material sino también lo intangible.
Él estaba ligeramente estresado en ese momento porque estaba viendo papeleo para la escuela de su hija e hijo menor; Gemma decía que ya estaba muy grande como para que siguiera encargándose de eso por ella. Tenía las hojas desordenadas sobre una mesa alta en su habitación a la par que, supuestamente, cuidaba de Luke que yacía sentado sobre el suelo junto a un grupo de plumones, pinceles y pinturas.
Se giró a mirar al pequeño, descubriendolo con un plumón en mano el cual usaba para dibujar en la pared blanca que tenía frente a sus ojos. Lo que plasmaba era feo, digno de un niño de su edad; por supuesto que sin práctica no iba a conseguir más que hacer formas abstractas.
Géminis parpadeó con sorpresa y algo de horror, pues el pequeño no debía acostumbrarse a rayar los muros de su casa; los demás se enfadarían. Fue entonces que el rubio tomó un pedazo de cinta adhesiva roja que tenía por ahí y le pidió a su hijo que se detuviera solo un segundo. Con la cinta formó un lienzo cuadrado en la pared, bastante ancho más que alto, para que Luke fuera capaz de alcanzar la parte de arriba con facilidad.
—Mira— le empezó a hablar el mayor, hincado frente a él—. Tienes permitido dibujar, pero solo dentro de este cuadro, ¿de acuerdo?
—¿Puedo usar plumones?— Luke inclinó la cabecita a la par que arrastraba las palabras.
—Solo si me prometes que no te los meterás a la boca. También puedes usar pinturas, pero solo si estoy contigo, ¿bien?
Y el pequeño asintió efusivamente, esbozando una sonrisita de satisfacción antes de volverse hacia su lienzo improvisado que comenzó a rayar nuevamente. Esperando que su hijo fuera obediente, Géminis sonrió y se sintió más tranquilo para continuar con los arreglos de la escuela luego de acariciar los suaves y delgados cabellos claros de la criatura que parecía estar dibujando un perro, o eso esperaba que fuera porque no tenía mucha forma.
***
Géminis no era un impulsivo ni reaccionaba rápido a las situaciones, por eso le tomó un par de segundos en ir hasta la habitación de Lily que le había llamado a gritos con claro miedo.
Entró al cuarto de su hija que pronto corrió a treparse a sus caderas como si fuera un monito, ocasionando que se tambaleara un poco por el esfuerzo.
—¡Una araña!— sentenció la chiquilla, señalando el animal que estaba quieto frente al tocador.
Géminis palideció un poco, aterrado y asqueado, pero no hizo más por no querer espantar a la menor.
—Oh— dijo tras unos instantes, tentado a morder sus uñas.
Tras pensarlo un poco, nervioso, se quitó a Lily de encima y se acercó, temeroso y trémulo, hacia el bicho que permanecía inmutable. Dudó, alzando el pie lo suficiente, posteriormente aproximando éste a la araña y, finalmente, la pisó. Se sentía mal por ello, porque Tauro siempre los había regañado con no matar a los insectos pues, aunque no lo pareciera, eran importantes en el ecosistema y esa araña, aunque era fea y atemorizante, no había hecho nada.
Sintió el cuerpecito del bicho aplastarse bajo su calzado y un escalofrío surcó su espalda con velocidad. Era una sensación muy desagradable. Levantó el pie y, por suerte, la araña no se había quedado pegada a su suela, sino que estaba aún en el suelo con las patas enroscadas. Suspiró con alivio y pidió a la niña que le entregara un pañuelo de papel. Ella, veloz y aún exaltada, le entrego uno de los que descansaban en su cajita colorida. Con éste, Géminis recogió el cuerpo del bicho antes de que las hormigas llegaran a reclamarlo y lo desechó en baño, procediendo a bajar la cadena del váter. Se lavó las manos, porque le daba asco tocar a los insectos, fuesen los que fuesen, y se regresó a donde estaba su hija.
—Listo— reconfortó, dándole una caricia a su cabello rubio—. Ya lo arreglé.
—Muchas gracias.
Lily parecía mejor, y pronto volvió a sus infantiles asuntos. El signo aire, poco después, se retiró. A penas salió y cerró la puerta detrás de sí cuando hizo un gesto de disgusto total y horror. Se sacudió los brazos y la espalda, además de que agitó la cabeza porque sentía como si animalitos caminaran por ahí. Por supuesto, solo era una paranoia. Luego, se dirigió hacia su cuarto compartido con Libra que, hacía unos instantes, había salido de la ducha y se había vestido. No tardó mucho en acercarse para abrazarle, pálido y asqueado aún.
Libra no le dijo nada y simplemente le acarició la espalda un par de veces antes de rodearlo con sus delgados brazos. Desde que tenían hijos, era muy común que ambos tuvieran que enfrentarse a cosas que odiaban para cuidarlos.
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