Hanahaki
Volvió a mirar los desinflamatorios que se hallaban sobre el tocador de su cuarto, junto a una botella de agua. Se pasó la mano por el cabello, pensando en que quizás no los necesitaría, aunque no estaba de más el tenerlos con él. Guardó la botella y los medicamentos en el interior de su mochila, la cual se colgó al hombro, y salió de la habitación. Mientras bajaba las escaleras, pudo escuchar que el timbre sonaba por lo que no se demoró en bajar por completo para luego correr hacia la puerta.
—¿Listo?— indagó el muchacho de pierciengs que se hallaba fuera de la pequeña casa del pelinaranja.
—Por supuesto— dijo, saliendo y cerrando la puerta con llave—. Si te dejo esperando más de un minuto, me dejarás atrás.
—Que bien me conoces.
Así, los dos comenzaron a andar por las calles, directo a la universidad en la que estudiaban. Hablaban lo suficiente entre ello. Louis no pensó ni una sola vez en decirle a su mejor amigo lo que le sucedía, porque no hallaba necesidad de contárselo. Era su problema a fin de cuentas. Quizás le diría cuando la situación fuese critica.
Al llegar a la institución educativa, se separaron en diferentes caminos pues ambos estudiaban cosas distintas. Se despidieron y continuaron sus rumbos sin darle mucha importancia.
El pelinaranja llegó y tomó asiento, y en un abrir y cerrar de ojos la clase comenzó. Casi no prestó atención a lo que los maestros decían, pero no se le podía culpar teniendo en cuenta que el día anterior a ese le habían dado la noticia de su vida.
Llegado el mediodía, el joven se levantó y se dirigió a la cafetería para tomar el almuerzo. Estaba taciturno y se limitaba a mirar por las ventanas, pensando qué debería hacer al respecto. Cuando arribó a su destino, miró las mesas esparcidas en el lugar y lo vio.
Estaba sentado junto a otros chicos de su carrera con quienes ya lo había visto; reía y charlaba con tanta felicidad que el de ojos amarillos no pudo evitar sonreír. Sin embargo, un malestar en su pecho se hizo presente y atinó a llevarse la mano a la zona donde sentía dolor. Frunciendo las cejas, se marchó rápidamente del lugar y fue corriendo a los baños, en donde se encerró en uno de los cubiculos. Comenzó a toser con vehemencia, llenando el agua del escusado con algo de sangre y petalos de rosas de un color rubí; duró un rato ahí, sintiendo como las plantas lastimaban sus pulmones y traquea, rasguñando ligeramente la parte trasera de su boca.
La puerta del baño se abrió, pero él no se percató y prosiguió con lo suyo hasta que escuchó que golpeaban a la puerta del cubículo en el que se hallaba.
—¿Louis?— la voz de un joven le llamó del otro lado—. ¿Te sientes bien? ¿Quieres ir con la enfermera?
Como el aludido no contestaba, el contrario se vio en la penosa necesidad de abrir la puerta, aprovechando que no se hallaba con el pestillo puesto. Se acercó lentamente y le sobó la espalda al joven que estaba doblado por la mitad sobre el váter, tosiendo repetidas veces para expulsar los petalos que se alojaban en sus pulmones. El peli-plata no dijo nada en todo el rato que estuvo con él, se limitó a pasarle la mano por su ancha espalda para hacerle saber que estaba ahí. Finalmente, minutos largos pasaron, y Louis dejó de escupir sangre y rosas.
El pelinaranja se pasó la mano por los labios mientras sus ojos observaban el desastre que había ocasionado, hasta que su acompañante capturó su atención en cuanto le tendió un poco de papel. No dudó en tomarlo y se limpió la boca a la par que se aclaraba su adolorida garganta.
—Vamos— le indicó el menor, sujetándole de los brazos para ayudarle a ponerse de pie.
Louis se irguió, sintiendo el ardor en el pecho que lo fastidiaba inmensamente, y fue guiado por el peli-plata hasta el lavamanos donde se enjuagó la boca.
—¿Ya estás mejor?— se aventuró a preguntar el de ojos turquesa, viendo como el contrario se sobaba el cuello.
—Me duele todo— indicó el mayor, con voz rasposa—. Pero sí, estoy bien. Gracias.
—No hay de qué. Y, dime, ¿es eso? ¿Tienes Hanahaki, Louis?
El aludido se calló, mirando los ojos turquesas del otro muchacho a través del espejo, notandolo ligeramente angustiado.
—Sí— respondió él, en un susurro, mientras se giraba a mirar a Alec.
—¿Cuando te enteraste?
—Ayer. Hace unos días que me siento mal y me decidí por ir al médico. Me dijo que tengo Hanahaki en la penúltima etapa.
—¿No piensas operarte?
—No. Si hago eso, es muy probable que no vuelva a sentir nada. No quiero que pase.
Alec se llevó la mano a la barbilla y se puso a pensar con cara seria, mirando únicamente a los ojos brillantes del contrario.
—Tenemos que hacer que esa persona te ame también— aseguró el menor, tronando sus dedos y señalando a Louis quien le miró con escepticismo—. Es la única forma. Si dejamos que las flores sigan creciendo y formando raíces en tus pulmones y corazón, te asfixiarás y morirás. No creo que sea bueno morir por un amor no correspondido. Y viendo que te niegas a hacerte la operación, no nos queda otra opción.
—¿Nos? ¿Por qué lo dices en plural?
—Porque te voy a ayudar— dijo, moviendo su cabello con una mano de manera diva—, ¿no es obvio?
—¿En serio?
—¡Por supuesto!
—Alec, te lo estás tomando muy en serio.
—Es porque es algo serio. Tienes que hacer algo al respecto, no puedes quedarte así. ¡Tenemos que hacer algo!
—Tranquilizate— le ordenó el mayor, sujetándole de los hombros —. Esto es asunto mío, yo lo arreglaré. No lo pienses mucho.
Antes de que el peliplata pudiese decir algo, el contrario se marchó, dejándolo solo en el baño.
...
Estaba tumbado en el sofá de la sala, bebiendo una lata de cerveza en la completa oscuridad. No se sentía con ganas de nada, únicamente podía tener cabeza para el joven de ojos turquesas y cabellos platas, además de los sentimientos que éste provocaba en su interior.
Justo como si el destino se burlase de él en la cara, el timbre sonó y no vio otra opción más que levantarse de su sitio para ir a abrir. Alec se encontraba al otro lado, sonriendole.
—¿Puedo pasar?— preguntó el menor, pero aun así se adentró al recinto sin esperar respuesta.
Encendió las luces de la sala mientras que Louis cerraba la puerta y se le quedaba mirando, preguntándose qué hacia ahí.
—Mira, ya lo pensé— decía Alec, sentandose en uno de los sofás y sacando algunas revistas para adolescentes del interior de su mochila—. Lo he meditado desde hace semanas, en cuanto me dijiste, y llegué a la conclusión de que esta es la respuesta.
—¿Revistas para pubertas?— se quejó el dueño de la casa, sentándose junto a la visita y mirando los objetos que ésta tenía en la mano.
—Ajá. Aquí tenemos tips para conquistar a tu personita especial. Nos pueden ayudar, ¿no crees?
—Alec, no creo que esto...
—Sh... Vamos a darle un intento, ¿sí?
Viendo la cara de suplica e insistencia del menor, Louis no pudo negarse y simplemente asintió de acuerdo. El peliplata le sonrió con satisfacción para luego tomar una de las revistas y ojearlas. Alec se pegó un poco al contrario para que ambos pudiesen leer, y el pelinaranja le observó en silencio.
—¿Qué tipo de persona es?— preguntó el de ojos turquesa.
—Es...— se silenció un instante, inspeccionando las facciones de Alec mientras éste miraba la revista—. Es única...
...
Alec estaba notoriamente molesto, pero no sabía claramente con quién. El pelinaranja le miró beber furiosamente su frappé por la pajilla, frunciendo las cejas y golpeando el suelo con el pie de manera repetida. No entendía el por qué reaccionaba así.
—Esto iba a pasar tarde o temprano— dijo Louis, tratando de relajar a su acompañante, pero solo provocó que éste le mirara con enojo.
—Es que no puedo aceptarlo. ¿Cómo que estás en fase terminal? ¿Qué hay de todos nuestros esfuerzos por conquistar a la persona que te tiene así? ¿Por qué no ha funcionado? ¿Realmente no quieres operarte?
—Ya he dicho que no, Alec.
El joven dejó el frappé en la mesa con un golpe y se cruzó de brazos para mirar su bebida con ojos llenos de ira. A Louis le parecía muy extraño ver al contrario con aquella seriedad, manteniendose en silencio mientras que la cafetería en la que estaban todo se mantenía animado.
—Iré a pagar— sentenció el muchacho de blanca piel, levantándose de su asiento y dirigiéndose a la caja de cobro.
El joven de ojos brillantes se quedó solo, observando su taza vacía mientras la tocaba con los dedos.
No había querido que el peliplata lo hubiese visto tan debil y tan frágil; había tenido un colapso. Se había quedado de ver con Alec en su casa, pero no pudo ni si quiera vestirse correctamente cuando un dolor intenso comenzó a quemarle todo el pecho. Era algo que lo tenía agonizando, tosiendo en posición fetal sobre su cama. Para cuando el menor llegó, éste se preocupó por la tardanza del adverso y, sabiendo que Louis le dejaba la puerta sin seguro para cuando él iba, ingresó al recinto. Al escuchar los ruidos provenientes de la habitación principal, no dudó en dirigirse a aquel sitio, encontrandose con que Louis se hallaba regresando cientos de petalos acompañados de sangre que manchaban la colcha de la cama. El peliplata corrió a su lado para ayudarlo y, luego de casi literalmente meterle la mano a la garganta para extriparle algunas flores y evitar que se asfixiara, lo ayudó a vestirse y lo llevó al hospital más cercano, descubriendo que el estado del pelinaranja había empeorado tanto que el médico solo le daba un par de semanas más de vida.
Se pasó la mano por el cuero cabelludo y suspiró pesadamente. A sus oídos llegó el sonido de alguien tosiendo y, al girarse a mirar, descubrió a Alec cubriéndose la boca con un pañuelo. Mirando detenidamente, vio manchas de algo carmesí en el pañuelo mientras el cajero guardaba el dinero en la caja registradora. Louis se levantó de su silla y, con las cejas unidas, se acercó al muchacho de piel pálida, quien ya se encontraba despidiendose del trabajador que le atendió. El pelinaranja lo detuvo de imprevisto y tomó la muñeca del peliplata con fuerza; en su mano se hallaba el pañuelo con sangre y petalos de flores azules; era demasiado como para ser el comienzo de la enfermedad.
—¿Desde cuándo?— preguntó Louis, mirando la mano del contrario que no se movía, para luego clavar sus ojos en los de él.
—Eso no importa— aseguró Alec, safandose del agarre con facilidad y comenzando a caminar hacia la salida.
—¿Quién es?— insistía el mayor, siguiéndole de cerca.
—No es nadie. Louis, no es nada. En serio.
—¿Me quieres ver la cara de imbécil?— espetó molesto el de ojos amarillos, tomando al contrario del brazo y obligándolo a parar a mitad de la acera—. Más vale que hables o juro que no vuelves a verme.
Alec le miró, notando únicamente verdad y convicción en su rostro, sabiendo que estaba hablando muy en serio, por lo que se doblegó. No podía permitir que eso pasara.
—La tengo desde hace medio año, quizás — relataba el menor, luego de suspirar—. Estoy en fase terminal desde hace semanas. No quería que lo supieras.
—¿Y qué te ha dicho el médico?
—Me quedan una o dos semanas más. Pero no me pienso operar.
—¿De quién se trata?
—Louis... No creo que... — el joven soltó unas cuantas risas mientras miraba sus pies antes de volver a mirar a los ojos del mayor—. No creo que pueda llegarle a gustar, mucho menos que se enamore de mí.
—¿Por qué?
—Porque somos de niveles muy diferentes.
—Esa no es excusa.
—Supongo que no. Pero así son las cosas.
—Pues debe ser un idiota por no corresponderte, eres un gran partido.
—Lo dices porque somos amigos.
—Lo digo porque te quiero.
Los ojos claros del menor se abrieron con genuina sorpresa e hizo un intento de proferir algo, sin embargo, nada de sus labios salió. Louis tomó la mano del otro joven y se la llevó al pecho, causándole confusión.
—Es de ti de quién estoy enamorado.
La sorpresa abrió paso a la alegria y una sonrisa se dibujó en los labios de Alec, acompañada de un ligero e imperceptible sonrojo.
—Pues que idiota he sido yo por no darme cuenta— dijo el de ojos turquesa, sujetando a Louis del cuello de su camisa y jalandolo para unir sus labios en un beso.
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