Gracias

Acuario estaba ansioso e inquieto al punto que no le importaba si el resto del zodiaco seguía en casa. Sentía que era incapaz de seguir de esa manera y menos cuando Leo yacía ahí en el cuarto con él. Rodó impaciente sobre la cama del signo fuego, quejándose y haciendo berrinche mientras que éste estaba ordenando su ropa en el armario con tranquilidad.

Se levantó de un salto y se acercó al pelinaranja que en ese momento ya había cerrado su clóset y había dado media vuelta hasta quedar uno frente a otro. Leo enarcó una de sus agraciadas cejas de manera inquisitiva ante la actitud de Acuario cuyas manos se posaron sobre el pecho ajeno a la par que su rostro se acercaba amenazante.

—¿En serio estás caliente?— preguntó el mayor, logrando que el contrario asintiera con un movimiento de cabeza y un "Mhm".

—Vamos, Leo...

—Todos están en casa— el menor le restó importancia con un encogimiento de hombros antes de sentir un cosquilleo al momento de que una mano del contrario se posó sobre su barbilla. Leo sonrió de lado—. Haces mucho ruido.

—Guardaré silencio.

—No estoy seguro de eso.

Le empujó suavemente hasta que su espalda chocó contra el armario y se pegó excesivamente a él, colando una de sus piernas entre las del signo fuego para hacer presión en la ingle de manera sutil y táctica. Pudo ver que el semblante de Leo se torció, aunque fue algo casi imperceptible.

—No es mi culpa—aseveró Acuario, jugando con el primer botón de la camisa del adverso mientras aproximaba sus labios a los de éste hasta que solo los separaban dos centímetros—. ¿Es que no me quieres?

—Yo tampoco tengo la culpa. Y sabes que no es eso. Ya te lo he dicho, haces mucho ruido, Acuario. Se enojarán.

—Es tu culpa por hacerlo tan bien— enfatizó el "tan" y aquello hizo que las comisuras de los labios bronceados se alzaran con prepotencia.

Las yemas de Leo acariciaron la mandíbula marfil del otro que parecía temblar con tan simple acto. Su nariz rozaba suavemente la de Acuario que se veía cada vez más tentado a dejar de lado sus coqueteos para tomar él la iniciativa. Debía estar realmente desesperado de ser así, porque gustaba más de dejarse mangonear por el mayor que de tener el control.

—Promete tener esa boquita tuya cerrada.

—Lo prometo, lo prometo.

—Te aguantarás el regaño de lo contrario.

—Lo haré, lo haré. Aunque prefiero que me castigues tú.

Se ahorró un "Lo sé" y besó al peliplateado con ímpetu. Aquel había dejado salir un suspiro de satisfacción cuando lo hizo y sus brazos no demoraron en enrollarse alrededor del cuello ajeno con fuerza para mantenerse pegado a éste. Acuario sintió los dedos bronceados, grandes y largos pasar por su espalda, desde la nuca hasta la parte baja, como si delinearan el camino que formaba su columna incluso por encima de la estúpida playera rosa que llevaba. Giró algunos mechones anaranjados entre sus dedos pálidos y se dejó llevar por el contacto fiero que sus labios compartían con los del contrario.

Las manos bruscas de Leo sujetaron un segundo sus caderas para presionarlas contra las propias antes de colarse debajo de la prenda clara de ropa y comenzar a tocar esa tersa y marfilada piel que se sentía tan distinta a la suya.

Se separó, aún acariciándole, y llevó su boca hasta la oreja sensible que ya estaba roja como un tomatito.

—Estamos empezando, pero ya estás así de impaciente— murmuró como si su voz fuera seda y Acuario se aferró a él con más fuerza, sobre todo cuando mordisqueó esa zona.

—¿Y qué?— jadeó con voz trémula.

—Nada. Qué eres tan vulgar como tus palabras.

—Lo soy. Me merezco una reprimenda, ¿no? Un par de nalgadas deberían ser suficiente para corregirme.

Un chillido escapó de los rosados labios del signo aíre que arrugó la camisa de Leo entre sus dedos formando puños cuando las manos de éste se estamparon, sonoramente, contra sus posaderas que afirmaron y masajearon rudamente sin importar que sus uñas pudieran rasgarle.

—¿De verdad? — la piel se le erizó cuando el mayor habló contra su cuello antes de empezar a besarlo con devoción.

—No. No es suficiente.

—¿Debería ser más gentil?— indagó antes de morder el tendón que iba desde el final de la mandíbula hasta las clavículas. Acuario logró apenas menear la cabeza para negar—. ¿No? Eres muy sensible, ¿sabes?

—Pero no frágil. No hace falta que me tengas piedad.

—Ah, bien. Creí que te molestaba que llenara de moretones tu piel de porcelana, mi vida.

—Me encanta.

—Oh, ¿te gusta?

—Mhm. Me encanta que me marques— otro ruidito salió de su garganta al sentir que Leo mordía con más fuerza y presionaba con mayor brusquedad sus glúteos—. Que dejes tus manos en mi piel.

—Porque eres mío— aseguró y el menor afirmó con un "Mhm".

Las manos del signo fuego se movieron por encima de la tela de mezclilla hasta llegar a donde estaba la cremallera y jalaron con tanta fuerza de ésta que pronto se rompió. Un jadeo escapó de Acuario por ello, y sus ojos turquesas se encontraron, entrecerrados, con los amarillos de Leo que parecían refulgir violentamente como dos preciosos Soles listos para devorar lo que tenían enfrente. Volvieron a besarse entre respiraciones agitadas y mordiscos que Leo propinaba al menor.

El peliplateado siempre sentía calor a menos que fuera otoño o invierno y aquello de verdad que no le gustaba. Pero sí que le agradaba sentir el toque ardiente del pelinaranja contra su fría piel. Hacia que su cabeza diera vueltas y varios cables hacían corto circuito. Quería sentir su dermis rozar exquisitamente contra la bronceada del signo fuego, por lo que, veloz, llevó sus manos a la hebilla del cinturón con claras intenciones de quitarlo. Sin embargo, Leo le detuvo al sostenerle ambas muñecas para después separarse lo suficiente como para acariciar suavemente sus labios conforme hablaba con voz profunda y autoritaria.

—Desvistete

No hubo necesidad de que repitiera la orden. Acuario se apresuró y dio un paso hacia atrás para quitarse la playera sin tener que golpear con sus brazos al adverso. La prenda cayó a su lado y poco después le siguieron sus pantalones y su ropa interior; los zapatos giraron sobre el suelo en direcciones opuestas.

Su mejilla derecha fue acunada por una mano bronceada que hizo un viaje lento desde su pómulo, pasando por su quijada, deslizándose contra el cuello, enmarcando las clavículas y costillas, causando escalofríos que le recorrían de pies a cabeza y haciéndole vibrar las sienes.

—Preparate por tu cuenta.

Inclinó la cabeza hacia un lado, haciendo que sus cabellos cayeran todo sobre su párpado izquierdo. Respirando con fuerza, llevó su mano hacia su parte trasera y comenzó a presionar aquel sitio con el dedo medio, cuidadosamente. Se sujetó de Leo con la mano libre mientras la otra masajeaba y jugaba con su zona sensible. Un gemido pequeño emergió de su garganta a la par que introducía un dedo que ingresaba y salía consecutivamente. Cuando pensó que se había relajado lo suficiente, añadió otro dedo y con éste tanteó el área para encontrar un punto exacto que, por desgracia, no podía hallar.

Chilló claramente frustrado por su labor infructuosa. La mano de Leo descendió serpenteando hasta que logró tomar su virilidad con la que comenzó a torturar al menor. Tocó gentil la punta con la yema de sus dedos y un resuello fue proferido por Acuario. Bajó sus dedos por toda la longitud hasta enrollar por completo el volumen con ellos y la palma de su mano. Comenzó a bombear lentamente, a veces haciendo presión con el pulgar en el glande y ganándose gemido y jadeos que le animaban a seguir.

—Leo...— lloriqueó el menor, sintiendo las rodillas tensas.

—¿No puedes?— Acuario negó con la cabeza de manera efusiva—. ¿Te tengo que ayudar?

—Por favor.

Sus dedos se movieron de manera juguetona por su cadera, fingiendo que caminaban por la pálida piel que comenzaba a tomar colores morados y rojizos por el jaleo. Los apéndices estaban mojados con líquido traslucido gracias a la erección que habían frotado y eso les propició el escurrirse por esa entrada fácilmente aún cuando los dedos del menor ya estaban ahí. Tomó los de Acuario y los guió con experiencia hasta el punto clave. Ejerció fuerza y vio como las piernas del menor temblaron. Escuchó el gemido sonoro que expulsó al tiempo que se aferraba con fuerza a su camisa, arrugando la tela bajo su puño y volvió a hacer lo mismo un par de veces más.

—No...— gimoteó el joven de cabellos plateados, encorvado y con la cara enrojecida—. Espera...

—¿Qué?

—Si sigues...— Leo alzó una ceja al ver que se lamía los labios y daba una pausa para respirar—. Me voy a venir...

—¿Y? —un tembloroso resuello del menor interrumpió—. Aquí es donde te gusta, ¿no?

La voz de Acuario salió como un llanto lastimero cuando su próstata fue presionada nuevamente y sus ojos se cerraron fuertemente, formando arrugas y mojando sus pestañas.

—No...

—¿No?— las clavículas de Leo eran visibles ya en ese punto, pues la camisa estaba fuera de lugar por el agarre del signo aíre—. Entonces mejor me detengo.

—No, Leo, no. No pares.

—No tiene caso que siga si no te gusta.

Las caderas del menor se mecían hacia adelante y atrás, al compás de sus dedos y los de Leo que entraban y salían rítmicamente, sobando esa zona especial, jodiendo con ella. Sentía como le vibraban las rodillas y estaba tan inclinado hacia en frente que parecía ser más bajo que Leo cuando no era así. El pelinaranja sabía que el acto le estaba enloqueciendo, solo debía oír su voz llena de placer jadeando y gimiendo, y ver sus movimientos de pelvis que parecían ir acrecentando en vez de disminuir, pero quería molestarlo, verle suplicar y rogar por más. Notar el deseo y lujuria absoluta en su mirada turquesa que usualmente era brillante de alegría y diversión.

—Me gusta— dijo en un susurro el signo aire, soportonado su peso en sus débiles piernas.

—No hay problema con que te vengas si es así.

Acuario negó con tanto ímpetu que su cabello se alborotó más de ser posible, todo porque la mano libre de Leo había acunado su miembro para comenzar a frotarlo de manera hábil.

—Así no— chilló, desesperado—. Para... Así no...

—¿Cómo?— un resopló salió de la nariz del menor cuando el contrario se acercó a su oreja para hablarle de manera seductora—. ¿Qué quieres? Dímelo.

Ninguno dijo nada un segundo. Leo detuvo sus movimientos por completo y Acuario le siguió, quejándose en voz alta como si fuera a hacer berrinche, pero su voz estaba tan temblorosa que pareció el sollozo de un cachorrito. Respiró agitadamente antes de alzar la mirada que se conectó irremediablemente con la brillante de color amarillo. El rostro serio, atractivo y varonil de Leo permanecía con un semblante fiero y decidido, al igual que su voz que hacía al signo aire vibrar de pies a cabeza.

—Dilo.

—Metela— gimió, haciendo que la chispa en los ojos de Leo se encendiera todavía más—. Leo, por favor, por favor, por favor. Métela.

Extrajo su mano y tomó fuertemente las caderas del menor a quién comenzó a besar, pegando sus pechos mientras guiaba velozmente el camino hacia la cama. Tambaleaba, pero a Acuario no le daba miedo caerse porque sabía que Leo no lo permitiría y, aún si fuera así, no le iba a importar en la situación en la que estaban.

— Quítate la estúpida ropa— entre besos y jadeos alcanzó a decir, pero lo único que recibió fue un gruñido y una mordida en respuesta.

Le aventó con la suficiente fuerza como para caer medio tendido sobre el cómodo colchón. Había rebotado un poco, pero nada que pudiera mandarlo al otro lado del cuarto. Desde ahí, pudo ver como el pelinaranja tomaba su camisa del dobladillo y, por la ansiedad, se la quitaba pasándola por sobre su cabeza. Había sido un movimiento tan jodidamente sexi que Acuario casi terminaba en el acto, observando el bien trabajado cuerpo de su novio que lanzaba la prenda lejos de sí mientras le comía con la mirada felina, digna de un depredador al acecho. Sus mechones anaranjados se habían revuelto, dándole un aspecto más salvaje y atractivo. Poco después se retiró el calzado, los pantalones y el bóxer que desaparecieron en algún rincón de la habitación.

—Abre las piernas— ordenó de tal forma que Acuario tembló.

El menor acató lo dicho, viendo como el león se acercaba amenazante hacia él, trepandose en la cama que rechinó un poquito por el peso. Leo tomó fácilmente una de las blancas piernas de Acuario que comenzó a manosear y amasar para luego acercar sus labios a la zona interna de los muslos, dejando un recorrido de besos, mordidas y chupetones que ocasionaban marcas rojizas que luego se tornaban moradas, húmedas y sensibles. El signo aire se esforzaba en no gemir tan alto, porque de verdad el resto de los signos estaban en casa y no quería tener que aguantar los regaños de Capricornio, pero le resultaba una tarea titánica con Leo complaciendo sus deseos.

El mayor se enderezó un poco a la vez que el contrario depositaba toda su espalda en la suave colcha. Sintió las manos grandes que sujetaban sus caderas, ahí donde se unía su torso con sus piernas, y luego éstas lo jalaron. Su columna hizo una curva hacia atrás y sus labios se abrieron para dejar salir un largo y fuerte gemido cuando Leo finalmente, finalmente le penetró.

Sus piernas rodearon la cintura bronceada que se hundió más contra él. El pelinaranja subió, haciendo un recorrido de marcas hasta detenerse cara a cara con el peliplateado que estaba comenzando a jadear y gemir con mayor vehemencia.

—¿Ves que eres ruidoso?— inquirió el mayor, colocándole el pulgar sobre su labio inferior.

No esperó una respuesta y jaló para volver a empujar, ganándose más sonidos de placer que sonaban como música para él.

—Yo...— Acuario alargó la última vocal, siguiendo el veloz vaivén de las embestidas de Leo que tocaban eficazmente la próstata—. ¡Santo Olimpo! ¡Más fuerte! ¡Ah! ¡Más!

¿Más?

Sí, sí— chilló, asistiendo de manera eufórica y aferrándose a las mantas debajo suyo; el signo fuego le concedió su deseo—. ¡Oh, Leo! ¡Leo! Me vas a romper...

—¿Importa?

—No, no, no...

Tenía los ojos abnegados en lágrimas de placer y sus mejillas estaban teñidas de un intenso color rojizo. Su piel estaba bañada en una fina capa de sudor que hacía a su cabello pegarsele en la frente. Los labios le brillaban, hinchados y rosas por los besos y mordidas, además de que él mismo se mordía el inferior para contener tanto goce, aunque esto no servía de mucho. Leo casi podía ver que las pupilas del menor formaban corazones de tan bien que se estaba sintiendo aún si era más un producto de su imaginación aquella imagen; era imposible que se deformaran así.

Mantenía su soporte en las rodillas y los brazos, agachado contra la tersa piel blanquecina que lamía y jalaba con los dientes, provocando que los resuellos subieran de volumen al punto de que supo que Acuario iba a quedar afónico hasta la mañana siguiente. El menor abrazó por el cuello al otro, rasguñando la bronceada piel de su espalda, dejando hilos rojizos de uñas que iban desde sus omóplatos hasta sus hombros. Le dolía todo, pero a la vez le ardía de una manera agradable que le hacía dar vueltas en las nubes; la verdad es que era un poco masoquista. Le gustaba que Leo le apretara, mordiera, le jalara y le diera manotazos que manchaban su piel de porcelana con la figura de su cuerpo.

¡Leo! Lento, ve lento...—el aludido hizo oídos sordos a la petición—. Me voy a correr. Leo... ¡Despacio! No quiero... No quiero que acabe...

Se aferró con más fuerza a la ancha espalda de su novio, disfrutando de las caricias y el mecer de sus pelvis. Aquel goce pareció mandar una corriente eléctrica desde sus pies hasta su cabeza, impidiéndole hacer otra cosa más que respirar entrecortadamente y gemir a viva voz, sintiendo un remolino de emociones que estalló desde su vientre e hizo que pudiera tocar el cielo. Sintió que la velocidad de los movimientos incrementaba y, poco después, Leo encajó sus dientes en la suave piel, sacando sangre de ésta y un gemido roto del dueño cuando notó el semen que se esparcía dentro suyo.

Oía los bufidos que el mayor soltaba junto a su oído, aún aferrado a la unión del hombro y el cuello con sus fauces. Pasados unos instantes, cuando ya estaban más conscientes de su entorno, soltó un gruñido y se separó, sintiendo el fierroso sabor a sangre que danzaba en su lengua y enfrentando su rostro al del menor que respiraba jadeando como si hubiera participado en una competencia olímpica. Los orbes turquesas y amarillos se toparon durante largos segundos de completo silencio. Acuario alzó una mano trémula para limpiar una gotita del líquido carmesí que descansaba en la comisura de los bronceados labios de Leo y le obsequió una sonrisa divertida.

—Sé que todavía aguantas otra ronda— dijo el peliplateado, acomodando un mechón de anaranjado cabello detrás de la oreja.

—¿Quieres otra?

—Sí.

—¿Me quieres desgastar? Eres un dolor de cabeza.

—Me amas, Leo.

—No realmente— el aludido sonrió de lado.

—Exclamó el que tiene su pene dentro mío. Otra— suplicó, aleteando las pestañas de manera angelical y acariciando con ambas manos el masculino rostro—. Una rapidita.

—Acuario.

—Anda, por favor.

Estaba a nada de ceder, con sus labios muy próximos a los ajenos, pero repetidos golpes a la puerta le detuvieron. Seguido de eso, escucharon la voz de Capricornio exigiéndoles que pararan o se fueran a un motel.

—¡Aguafiestas!— le reclamó Acuario antes de reírse suavemente.

Leo rodó los ojos con diversión, le depositó un beso en la nariz y procedió a retirarse de ahí, dirigiéndose al baño mientras que el signo aire permanecía tumbado, completamente cansado. Luego de darse una ducha rápida y de vestirse, ayudó a su novio a limpiarse con la lluvia artificial, porque sus piernas le seguían temblando y la espalda le dolía como si tuviera calambres.

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