Familia

—¡Con un demonio!— se quejaba Alcander, deteniendo su carrera para sostenerse de una de las sillas de la cocina y frotarse la cara en un gesto de molestia total.

Estaba batallando con sus hijos porque los escuincles no querían meterse a bañar y, bueno, se las había dejado pasar un día, total, que no se habían ensuciado tanto y olían a bebés todavía, pero ya no. Habían salido al bosque de paseo esa mañana y los mendigos se revolcaron en lodo, tierra, musgo, etc. Así que necesitaban urgentemente un baño para dejarlos limpios y relucientes, además para poder sacarles el mal olor de la humedad.

Escuchó pasitos presurosos y una puerta cerrándose. Con velocidad se dirigió, por el pasillo, hacia el cuarto de Aries que era el único que no estaba abierto. Tocó con fuerza la madera, pero los menores no respondieron de ninguna forma.

—¡Abran ya, pequeños renacuajos! — decía, jalando la manija que no cedía.

—¡No! — respondieron los tres con voz infantil.

—¡Obedezcan!— los golpes de su puño resonaron en el sitio cuando impactaron contra la puerta.

—¡No!

—¡Come tierra!— le reclamó el mayor de los signos.

—¡No estoy jugando! ¡O me abren la puerta o la rompo!

—¡No puedes!— le retó Sagitario.

Lo que sucedió después es que Alcander, de un par de patadas, rompió la manija y logró abrirse paso a la habitación donde los tres signos, despavoridos, gritaron con sus vocecitas chillonas y corrieron por todos lados, dispersándose.

Al primero que capturó fue a Aries, quién no dejaba de retorcerse entre sus brazos a la par de que el lodo y suciedad se le quedaban pegadas al mayor en la ropa. Leo, en algún punto, tomó la manita de su hermano pelinegro y los dos corrieron fuera del cuarto para refugiarse en otro lado. Alcander les siguió de cerca, aguantando las patadas que el carnerito le daba en cualquier parte del cuerpo. Cuando estaban por meterse a la cocina, quizás para esconderse en la alacena, el mayor los sujeto fervientemente de sus manitas unidas y, sin más, los arrastró con él al cuarto de baño. Por supuesto que hubo pelea; Leo le mordía la mano para soltarse, y Sagitario corría con toda su fuerza en dirección contraria a dónde los llevaban. Llegaron al cuarto de baño donde Alcander aseguró la puerta, haciendo malabares con Aries cargado y Leo y Sagitario atrapados de su mano. La tina de madera ya estaba llena hasta el borde de agua que anteriormente, hacia ya mucho rato, había calentado. Junto a ésta se encontraban diversos productos naturales de aseo personal, tanto para el cabello como la piel, y un par de telas que consistían en las prendas limpias que iba a colocarle a sus hijos después y otras con las que se encargaría de secarles.

Sin soltar a Aries ni a Leo, Alcander desvistió a Sagitario con dificultad, y dejó la ropa sucia tirada por ahí pensando que luego la lavaría. Antes de que el pelinegro pudiese huir, lo tomó con el brazo libre y lo metió al agua, consiguiendo que ésta pronto comenzará a adquirir un color café. Luego fue el turno del mayor de los tres, que movía sus manos en todas las direcciones con la vaga esperanza de quitarse a su padre de encima, no consiguiéndolo y siendo sumergido, por igual, en el agua. Leo ya no desistió tanto cuando vio que le tocaba y que la batalla, al parecer, la tenían pérdida, así que se dejó hacer con la nariz arrugada en molestia y los bracitos cruzados.

Alcander se atrevió a suspirar con satisfacción cuando vio a sus tres hijos dentro de la tina con el agua que les cubría hasta su pechito. Ellos no estaban contentos, pero a él poco le importaba.

—¡Está fría!— se quejó el pelinaranja mientras Sagitario se arrancaba una costra de lodo seco del brazo.

—¡Estaría caliente si hubieran obedecido cuando se los indiqué!

Gruñendo, el mayor se alzó las mangas hasta los codos y con las manos tomó un poco de agua que fue tirando en las cabecitas de los menores.

—Al menos cooperen conmigo y mojense el jodido cabello.

—¡Está limpio!— se quejó el pelinegro, agarrando sus hebras oscuras con los dedos—. ¡Ve!

—Sagitario, tienes un insecto.

Los ojitos morados del mencionado se fijaron, entonces, en un bichito verde como una hoja que caminaba por su flequillo. Una sonrisa llena de impresión se abrió paso en su carita infantil mientras tocaba al animalito y alegaba que le pondría nombre. Alcander, sin mucho remordimiento, se lo quitó de encima y lo dejó por ahí, en el suelo.

Antes de que el menor pudiera reclamarle, el mayor tomó un cuenco de madera que llenó con agua y la vertió sobre sus cabellos del color del ébano, e hizo lo mismo con los otros dos.

—A ver— dijo, tomando un frasco del cual tomó un líquido espeso de color de las esmeraldas y que posteriormente colocó en el cabello de Leo—. Me avisan si les cae en los ojos.

Talló sus cabecitas hasta formar espuma beige gracias a la mugre que tenían en ellas. Luego, en lo que Sagitario y Aries se hacían peinados bobos, enjuagó a Leo con mucho cuidado, cubriéndole los ojos con una mano para que la espuma no se le metiera y no tuviera que lidiar con el dolor. Repitió el mismo proceso con los otros dos y, poco después, se encargó de limpiar sus pieles de bebé, quitando el moho pegado detrás de sus orejas, el lodo seco de sus codos, etc. Al terminar los secó con velocidad y cuidado para, finalmente, vestirlos con propiedad.

—Listo— dijo, orgulloso de su trabajo—. Fuera de aquí. Y no se vayan a ensuciar de nuevo si no quieren que los bañe otra vez, ¿entendido?

—Bueno— aceptaron de mala gana, saliendo con cuidado del cuarto porque el suelo estaba un poco mojado.

Alcander suspiró otra vez, pensando que ya solo le quedaba desechar el agua sucia y lavar las prendas endurecidas por el lodo que sus hijos habían traído antes.

...

—¡Lance!

—¡No quiero!

Acuario veía desde arriba del colchón, mientras peinaba el cabello cortito y naranja de Ally, como Leo se encontraba tumbado boca abajo sobre el suelo mientras se asomaba por la cama donde el mayor de sus hijos se encontraba escondido como si fuera un gato.

—¡Tienes que bañarte, carajo! — espetó el león, asestandole un manotazo al piso y viendo que el menor negaba efusivamente con la cabeza.

—¡Me bañé antier!

—¡Con mayor razón!

—¡Jamás sucumbire!

—¡Ni siquiera sabes que significa esa palabra!

—¡Pero la usa tío Sagi, y suena intelectualosa!

—¡Lance!

—¡NO!

Bufando y resoplando, Leo se levantó, se inclinó un poquito, tomó la cama por la madera debajo del colchón y la empujó para despejar donde su hijo se escondía. Ally se rió un poquito por aquello, escuchando como su hermano mayor gritaba de manera aguda. Acuario, por otro lado, se quedó mirando al mayor con la boca abierta y un dejé de... Asombro al ver todo aquello porque... Bueno, la verdad es que le gustaba mucho ese lado dominante y salvaje que podía tener Leo, pero eso no venía al caso en ese momento.

El signo fuego se dobló sobre sí mismo para tomar a Lance que ya comenzaba a arrastrarse como una lombriz para huir de él, y lo llevó al baño donde la tina ya se encontraba llena con agua caliente que, gracias al cielo, mantenía su temperatura por obra de un ser divino.

—¡Papi!— chilló el menor, buscando que le ayudarán.

—Tienes que bañarte, príncipe— le respondió Acuario.

—¡La traición!

—Deja de quejarte— le ordenó Leo, sentado en un banquito frente a la tina donde Lance yacía haciendo berrinche—. Mójate el cabello.

—¡Sobre mi cavader!

—Se dice cadáver, y obedece a tu padre.

Entre quejidos y chillidos, logró bañar correctamente al menor, dejándolo reluciente de limpio y oliendo a frutas. Lo envolvió con una toalla, como si fuera E.T., y lo llevó de vuelta al cuarto para entregárselo a Acuario que se encargaría de secarlo bien en lo que él vaciaba la tina.

Finalmente, en lo que el signo aire vestía veloz a Lance con unos pantaloncillos grises y una sudadera rosa, Leo devolvió la cama a su lugar original sin importarle mucho que el resto siguiera sobre ella, agregando más peso. Ally, para ese punto, se había acercado hasta el borde con pasos tambaleantes y estiró sus bracitos en dirección al mayor que, sin dudarlo mucho, la cargó contra su pecho donde ella reposó su cabecita. Leo, con cierto cansancio, se sentó al borde de la cama, con una pierna sobre el colchón, y miró como Lance se enrollaba en la cobija de su hermana, de dinosaurios, y se sentaba entre las piernas cruzadas de Acuario, sintiendo como éste le cepillaba el cabello.

—Por todo el Olimpo— comentó el signo fuego.

—¿Qué?

— Me acaba de recordar a mí cuando era pequeño.

Acuario carcajeó, peinando las hebras claras de su hijo hacia atrás mientras éste se aferraba a la cobija.

—¿Por qué?— indagó el infante, con ojitos curiosos.

—A tu edad también me peleaba mucho con Alcander por lo mismo.

—¿Con el abuelito?

—Sí— sonrió, divertido de que el pequeño le dijera así a su tutor—. A veces hasta lo mordía.

—No creo que debas darle ideas, Leo.

—¿Qué tan fuerte podría morderme Lance? Hasta Ally muerde peor.

—¡Oye!

...

Ally había invitado a sus amigas a casa no solo por gusto, sino porque tenían que encargarse de un trabajo en equipo que debían entregar la próxima semana. Gracias a todo lo bueno, el lugar estaba en silencio y eso propiciaba que no hubiera demasiadas distracciones más que las charlas tontas entre ellas.

Yacían sobre los sofás y la alfombra felpuda de la sala, con numerosas libretas, libros y una laptop desperdigadas por ahí, en el suelo y la mesita de centro. Habían pasado un par de horas cuando el hambre empezó a hacer acto de presencia en cada una de las jovencitas que pronto discutieron qué debían hacer al respecto, siendo interrumpidas por la puerta principal cuando fue abierta y por ésta ingresaron tres personas.

—Oh, hola— saludó Tauro con una espléndida sonrisa en el rostro antes de dirigirse hacia la cocina con bolsas de plástico enormes en sus manos.

—Buenas tardes— musitó el grupo de chicas, exceptuando a la pelinaranja que simplemente agitó la mano hacia su tío.

Arac se fue detrás del peliverde, igualmente con las manos llenas de objetos que parecían haber comprado de alguna gran franquicia de comida rápida; seguramente era pollo frito, pensó Ally.

—¡Hola!— los múltiples pares de ojos de las féminas se enfocaron en el último joven que había entrado y que se acercaba a ellas con un par de cajas de pizza en sus brazos y una botella grande de gaseosa—. Lamento interrumpir, pero seguro que tienen hambre y por eso les hemos traído esta exquisitez.

Dejó todo sobre un espacio vacío de la mesa, siendo observado con demasiada atención por las menores pues ellas habían quedado encantadas por sus sedosos cabellos plateados, ojos brillantes color amarillo y su porte que emanaba un aura impresionante de "príncipe"; o al menos eso era lo que pensaban.

—Gracias— había mascullado una chica, recibiendo una sonrisa del apuesto muchacho.

—No hay de qué— Lance respondió, encaminándose, entonces, a la cocina y besando la coronilla de su hermanita cuando pasó junto a ésta.

Ally no pasó desapercibido el hecho de que sus amigas estuvieran babeando no exactamente por la pizza que olía deliciosa aún dentro de su caja, sino por su hermano. Debía admitir que Lance, así como ella, había heredado los agraciados atributos de sus padres y por ende eran muy atractivos (sin mencionar que además eran modestos), pero había crecido con él. Conocía sus manías, sus miedos, defectos y lo grotesco que a veces podía llegar a ser. Su hermano era todo menos perfecto, aunque eso no evitaba que lo quisiera profundamente, y por ello le parecía curioso encontrarse con la gente que juraba y perjuraba que Lance no era más que un semi-Dios.

Como si fuera poco el escándalo que sus amigas hacían cuchicheando entre sí en un tono de voz muy bajito, o su hermano molestando a Arac, la puerta volvió a abrirse y el resto de los habitantes de aquella casa ingresaron, exceptuando a Gemma, que estaba ocupada con cosas de la universidad, y Sagitario, que se había largado a un punto desconocido del mundo a pasar el rato.

El murmullo de sus amigas hablando se apagó cuando vieron que Leo, o Louis, como ellas lo conocían, aparecía y se acercaba para saludarlas cordialmente antes de dirigirse a la joven de cabellos naranjas como los propios.

—Le dije a tu hermano que comprara pizza— decía el signo fuego—. ¿Sí ajustan con ese par de cajas?

—Sí, papá, no te preocupes. Muchas gracias.

—Bueno— sentenció el león, acariciando los cabellos de su hija con cariño y casi como si la acicalara—. Ya no las molesto. Y si Lance te empieza a joder, me dices.

—Síp. Gracias.

Leo regresó a la mesa donde ya estaban devorando las piezas de pollo frito sin siquiera haber terminado de poner la mesa. Las chicas, un poco entorpecidas, comieron la pizza y bebieron la gaseosa, echándole siempre un buen ojo a Lance y Leo. Cuando terminaron con los alimentos se dieron cuenta de que comenzaba a hacerse tarde y que ya no tenía caso seguir con el trabajo ese día, así que llamaron a sus padres, tutores u hermanos incluso, para que pasaran por ellas.

Una a una se fueron, despidiéndose de la pelinaranja, agradeciendo las molestias a la familia y mirando un momento al peliplateado menor.

Ally lo único que hizo fue reír entre dientes por la situación.

Pasados los días, las chicas volvieron a reunirse para continuar con el trabajo de la escuela. Siempre insistían, de manera muy indiscreta, que se vieran en casa de la pelinaranja con la excusa de que era más grande que la del resto o similares, solo porque, en verdad, querían ver, de vez en cuando, al hermano de su amiga.

El muchacho por supuesto que aparecía, saludaba y hasta charlaba un poco con ellas. En ocasiones les llevaba bocadillos y bebidas, o trataba de ayudarles con el trabajo.

Ally nunca dijo nada al respecto ni a sus amigas ni a su hermano, se limitaba a observar como las jovencitas seguían anhelando a Lance como si fuera una estrella en el firmamento, aunque lo más probable es que su hermano ya se hubiese dado cuenta de eso.

En esa ocasión se hallaban en la sala, como las últimas veces, concentradas en su trabajo hasta que Lance bajó las escaleras y se encaminó a la cocina por algo de tomar y quizás un aperitivo. Las chicas por supuesto que se desconcentraron y se fijaron en el joven que se movía de aquí a allá al otro lado del enorme cuarto. Poco después, cuando Lance había terminado con lo suyo y se dirigía de regreso a las escaleras, la puerta se abrió y Gemma, con una enorme bolsa de tela repleta de libros, ingresó a la casa, llamando por completo su atención. Casi pudieron ver cómo el peliplateado se regresaba en reversa para encontrarse con la rubia.

—Hola— saludó ella, acomodándose la correa sobre el hombro—. ¿Pasa algo? ¿Acabas de llegar?

—No— aseguró Lance, tomando el bolso de Gemma que lucía pesado—. Vine por agua. ¿Comiste algo fuera?

—No tuve tiempo. Acabo de, literalmente, salir de las clases.

—Y seguro que tampoco almorzaste.

—Sí lo hice— dijo con orgullo, porque era a veces muy distraída y se olvidaba de comer; el peliplateado le sonrió divertido y ambos se encaminaron a la cocina—. Tomé un jugo y emparedados. No fue mucho, pero me dio fuerza para seguir con el día.

Lance dejó la enorme bolsa en una de las sillas mientras que la rubia se dirigía al refrigerador donde guardaron su parte de la comida. Sacó el plato con sus porciones de puré de papa, carne y verduras, y le quitó el plástico transparente que lo cubría para luego meterlo al horno de microondas, esperando a que se calentara. Cuando se giró vio el montón de chicas que yacían en la sala, junto a Ally, saludándolas y recibiendo en coro una contestación.

—Ah, la preparatoria— comentó Gemma, dirigiéndose al microondas cuando terminó el cronómetro—. Me siento vieja.

—No lo estás— ella sonrió divertida mientras se acomodaba en un asiento, con su comida humeando y los cubiertos en mano.

—No tanto.

—Callate. Ni siquiera te ves vieja.

—¿No? Creo que se me están haciendo ojeras y...

—No. Te ves bella como siempre.

—Gracias— Gemma afirmó, sonrosandose suavemente mientras que Lance le veía como si fuese una pepita de oro.

—Estás babeando, hermano— dijo Ally desde su sitio, sin mirarlos y ocasionando la risa del par.

—No me exhibas.

Las muchachas, decepcionadas, prosiguieron con su deber, dejando que la rubia terminara sus alimentos en compañía del peliplateado y viendo, después, como ambos se retiraban de la cocina y subían las escaleras, hablando entre sí como si fueran muy íntimos. Ally las observó, totalmente divertida porque ellas pensaban que Lance podría fijarse en sus personas cuando él ya estaba profundamente enamorado de Gemma.

...

Piscis tenía a Carina sobre su regazo en donde la mimaba suavemente; le estaba haciendo "piojito" como decían ellos, que básicamente era cuando le acariciaba con cariño la cabeza al punto de que la pequeña de cabellos castaños terminaba dormida o al menos cabeceando.

Carina se sentía muy cómoda entre los brazos de su madre, en un silencio apacible y sereno que pocas veces se disfrutaba en su casa llena de gente y, por lo general, caos. Lo único que escuchaba era el retumbar calmado del corazón de Piscis, pues tenía su orejita descansando contra el pecho de ella, con los ojos cerrados. Su hermano había salido con su padre a la tienda, pero seguro que volvían en cualquier momento.

Como si los hubiera invocado, el par entró al recinto por la puerta principal. Capricornio llevaba una bolsa de plástico en una mano y en la otra sujetaba al pequeño de cabellos azules.

—Estamos en casa— dijo Ciro, con su vocecilla y logrando que Piscis se girara en su dirección.

—No se tardaron.

—No había gente— contestó el castaño, acercándose al sofá donde sentó a su hijo y luego se acomodó él mismo.

El pequeño rebuscó dentro de la bolsa hasta dar con el botecito de helado de chocochips que empezó a desmantelar para su madre. Capricornio, por otro lado, tomó fácilmente una paleta de hielo sabor frutos rojos que desenvolvió y entregó a Carina con una servilleta, al tiempo en que Ciro ponía el pote de helado en las manos de Piscis que pronto le agradeció con una sonrisa y una caricia en el cabello.

El castaño vio como ambas daban una probadita a aquella delicia fría y sus ojitos adquirían un brillo de alegría. Piscis creía que Carina se parecía más a él, pero Capricornio pensaba que no del todo, porque en muchos gestos eran similares. Como en ese momento, o cuando estaban a punto de llorar que sus mejillas se ponían rojas como cerezas y sus ojos se abnegaban en lágrimas que trataban de contener, o cuando sonreían de lo más profundo de su alma, con genuina felicidad, y parecían irradiar luz propia.

Miró a la melliza castaña y luego al mellizo peliazul, ambos totalmente concentrados en sus respectivos helados. El cabello de ella era como el suyo, del color de las castañas, pero era lacio como el de la pececita. Sus ojos tenían el color aquamarina de Piscis, pero eran tan serios como los de él. Ciro, en cambio, tenía unos orbes avellana grandes y adorables mientras que sus cabellos eran azules como su madre y rizados como los propios. En su pecho se esparció un calorcito agradable. ¿Aquellos eran frutos suyos y de Piscis?

—¿No vas a comer tu helado, papá?— preguntó la chiquilla, con los labios ya rojos por su paleta.

—Ah, sí.

—¿Qué estabas pensando?— fue Piscis quien habló—. ¿Trabajo de nuevo?

—No es nada— aseguró él buscando en la bolsa y tomando su paleta de hielo sabor limón, igual que la de Ciro.

—O, ¿quieres?

Capricornio miró la cucharilla plástica que Piscis le extendía, con un montículo pequeño de helado en ella.

—Gracias— dijo antes de tomar el bocado.

—No hay problema— sonrió ella con dulzura—. Si querías podías agarrar sin preguntar, Capri.

Guardaron silencio durante un rato, demasiado interesados en sus respectivos dulces helados. Cuando la cabra terminó, guardó el palito en la bolsa de la paleta y dejó todo sobre la mesa de centro, siendo imitado, poco después, por su hijo. Capricornio miró a Ciro que le devolvió el gesto, parpadeando de manera tierna. Luego de que el mayor diera un par de palmaditas sobre su regazo, el peliazul se montó ahí con lentitud, dejando caer su espaldita contra el pecho de su padre y se acurrucó. Capricornio le abrazó débilmente y, por igual, se acomodó en el respaldo, descansando su cabeza contra éste.

Piscis rió con diversión cuando, con oído perceptivo y hábil, logró captar la respiración del signo tierra que iba haciéndose lenta y superficial, denotando que se estaba quedando dormido sin remedio.

—Capri— le llamó de manera suave, ocasionando que el aludido abriera de pronto los ojos y levantara la cabeza con clara confusión; Ciro hizo lo mismo, como un cachorrito—. Vete al cuarto. Te vas a torcer si duermes aquí.

—No me di cuenta. Solo cargué a Ciro— musitó con voz pastosa.

La peliazul volvió a soltar una risita en lo que el castaño se tallaba los ojos y dejaba que el pequeñito se recostara de nuevo contra su pecho, cerrando los párpados.

—Siempre te da sueño cuando abrazas a uno de los mellizos.

—Sí. Y ni siquiera sé por qué— Capricornio suspiró, tomando al menor para levantarse del sofá con él en brazos, cuidando que su cabecita no cayera de su pecho—. Iré a dormir al cuarto y me llevo a Ciro.

—¿Quieres ir con ellos, corazón?— preguntó Piscis a la niña que negó con la cabeza y con un "no" chiquito de voz escueta—. Descansa, ¿sí?

—Lo intentaré.

Así, el signo tierra se retiró de la sala, subiendo las escaleras hasta la habitación que compartía con Piscis para tomar una siesta junto a Ciro, aunque éste ya estaba en el séptimo sueño.

...

Estaba sola en la habitación, sentada en el cómodo colchón mientras escuchaba el ruido que provenía de la calle y jugueteaba con los cordones de su sudadera con estampado de mariposas. No podía ver el adorable decorado que tenía su ropa, ni los rayos de Sol dorado que se colaba por la ventana abierta que dejaba ver un cielo azul y despejado. Sus demás sentidos se habían agudizado y mejorado de manera impresionante, debía admitir, pero no era lo mismo de ninguna manera.

Comenzó a sentirse mal consigo misma, catalogandose como una persona inútil y no más que un estorbo total, porque se sentía incapacitada de hacer cualquier cosa básica.

Dioses, debía ser molesta para el resto de los signos y seguro que era una pésima madre. ¿Cómo podía cuidar de sus hijos cuando no podía ver siquiera como era su aspecto? Capricornio se encargaba de todo, o ella consideraba que así era; los vestía, los ayudaba a alimentarse, los llevaba a dónde pidieran, les vigilaba para que no les pasara nada, etc. ¿Ella qué podía hacer? Nada, pensaba.

Escuchó la puerta del cuarto ser abierta, seguido de pasos que se acercaban suavemente. Sintió que el castaño se sentaba junto a ella sobre la cama, sabía que era él por la forma en la que había caminado y por cómo se había acomodado a su lado, así que giró su rostro en su dirección, sintiendo prontamente como la mano firme y áspera del mayor se posaba, dulce y titubeante, sobre su mejilla.

—¿Por qué lloras?— indagó él con voz escueta, pero ella notó un deje de interés.

No se había dado cuenta de en qué momento comenzaron a brotar lagrimitas brillantes de sus ojos, pero, avergonzada, se pasó de manera delicada ambas manos por el rostro, quitando cualquier rastro de aquel líquido salado. Capricornio le observó con tristeza y cierta culpabilidad, porque sentía que él realmente no podía hacer nada con la situación más que estar junto a ella.

Le acunó el rostro con ambas manos, quitando las lágrimas usando sus pulgares con rapidez, notando, nostálgico, como los enormes orbes aquamarina de Piscis se movían de aquí a allá, sin enfocar en nada en específico y como si buscara apreciar su rostro moreno. Los ojos de la menor se abnegaron en lágrimas por la atención cariñosa del mayor y su gesto se deformó en uno de inmenso dolor.

—No llores— pidió Capricornio en un susurro.

Sabía que era algo inevitable y que no podía evitar que la signo agua sintiera lo que fuera, desde felicidad hasta enojo, pero de verdad que no le agradaba ver cómo el corazoncito amoroso de su novia se rompía en mil pedazos.

—Es solo que...— jadeó Piscis, acomodándose en su asiento—. No puedo hacer nada...

Capricornio le limpió de nuevo la cara con algo de torpeza, e hizo malabares para colocar a la pececita sobre su regazo y así abrazarla de manera protectora. Escuchó los balbuceos de la fémina que a cualquier otra persona no adiestrada le serían incapaz de comprender con claridad. La peliazul se acurrucó contra el cálido pecho de su pareja, sintiendo el aroma masculino y limpio que emanaba de éste.

El signo tierra dejó que Piscis llorara durante un buen rato, jadeando, gimoteando y temblando, encogiéndose sistemáticamente en su sitio hasta que, pasados los minutos, logró calmarse lo suficiente para siquiera comenzar a respirar correctamente.

—Oye— habló al fin el castaño—. Sí, no puedes ver, pero sigues siendo muy capaz.

—Eso no quita que no haya muchas cosas que no puedo hacer.

—Eso es verdad. Ahora las cosas son diferentes y puede que ciertas tareas se te dificulten hacerlas sola o similar, eso no te hace inútil, Piscis. Aún te puedes levantar por tu cuenta de la cama, no necesitas ayuda para vestirte o peinarte. Puedes incluso limpiar la casa, los trastes o ayudar en la cocina. Eso a mí me suena que sigues siendo hábil.

—Pero...— sorbió su nariz de manera sonora—. Te dejo todo el trabajo con los niños... ¿Qué clase de madre soy? Una que ni siquiera puede arreglarlos...

—Yo te dije que te iba a ayudar con todo. No sólo son tus hijos, son míos también y tengo tanta responsabilidad como tú para cuidarlos.

—Tienes razón, pero...

—No. Eres una buena madre. Eres una madre estupenda. Ciro y Carina te adoran. Los cuidas muy bien y siempre estás atenta con ellos. A veces creo que los consientes mucho...

—No es cierto.

—Claro que sí. El otro día les dije que no comieran nada antes de la cena, para que no se arruinaran el apetito, y tú les diste un dulce cuando pensaste que no me había dado cuenta.

—Mh—Piscis se sonrojó ligeramente al verse descubierta—. Ellos querían. Fue uno chiquito.

—Eso es mentira.

No pudo evitar reír un poquito antes de soltar un quejidito de culpabilidad.

—Me pueden.

—Yo sé— confirmó el castaño, haciéndole cariñitos en el cabello y las mejillas—. ¿Ves lo que digo? Además, Ciro y Carina siempre te siguen como pollitos a todos lados. La otra vez Ciro no quería que yo lo acompañara cuando tuvo pesadillas, chilló para que fueras tú. Carina solo quiere que le peines tú el cabello. Creo que he aclarado mi punto, ¿no?

—Un poco... Sí.

Sorbió nuevamente la nariz, sintiendo como el signo tierra rebuscaba en el interior de sus bolsillos para extraer un pañuelo con el que limpio el moco que escurría por el arco de Cupido.

—¿Estás más tranquila? — Piscis asintió con la cabeza, apretujandose más contra Capricornio que, difícilmente, le deposita un besito en la frente—. Sé que soy malo para dar consejos, pero, cuando te sientas así, habla conmigo.

—Está bien. Es sólo que no quiero molestarte.

—No me molestas. Ya te lo hubiera dicho.

La signo agua volvió a aceptar con un movimiento de su cabecita, pasándose de nuevo los dedos por las mejillas para quitar las lágrimas que comenzaban a secarse. Suspiró, sintiéndose inmensamente a salvo entre los brazos del moreno que ya había dejado de hacerle mimos, pero que demostraba su apoyo al estar ahí presente con ella.

Los mellizos eran muy buenos siendo silenciosos cuando se movían, por eso no se percataron de que habían aparecido hasta que se plantaron frente a ellos. Cuando el par ve a su madre en ese estado, la angustia tiñe el rostro del chiquillo y los ojitos de la fémina.

—¿Qué pasa?— preguntó el peliazul, haciendo que Piscis se sobresaltara.

—Su madre tenía migraña, pero ya se siente mejor.

—¿De verdad, mami?— habló la pequeña.

—Sí, corazón. No se preocupen— aseguró la signo agua, acomodándose con cuidado al lado de la cabra para extender los brazos a dónde oía a sus hijitos.

El par se acercó y se montó en cada una de las piernas de la pececita que solo eran capaces de cargarlos por su corta edad y su complexión aún más pequeña que la propia. Los abrazó como le fue posible y soltó un largo suspiro de satisfacción largo, sobre todo cuando sintió que los mellizos se aferraban a ella y se acurrucaban.

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