Extra 17
Princesas/ Príncipes y Caballeros/Caballeras.
Camina de un lado al otro por la enorme habitación de material de piedra grisácea. Está molesto, irritado, es la palabra adecuada. Se volvió a mirar en el espejo. No sabe cómo es que ha llegado ahí, pero lo más importante es saber cómo salir. Mira la puerta de madera que está en una pared, lejos de la cama enorme y matrimonial de telas sedosas y costosas. Se acerca a zancadas largas, sin perder tiempo, abre la puerta por la manija dorada. Sus ojos se abren de golpe y rápidamente vuelve a cerrar la madera, empujándola con su peso. Hay un dragón fuera, custodiando la habitación.
—Debe ser broma.
La otra opción que le queda es la ventana, apenas lo suficientemente grande como para un niño de poca estatura y complexión quepa.
Por otro lado, esquivando las ramas delos árboles, se abre paso por el bosque, sin saber con exactitud a donde va. Cansada, se detiene frente a un enorme castillo. Deja escapar una exclamación de asombro ante la magnífica construcción.
—Algo debe de haber por aquí.
Con eso en mente, sigilosamente, camina por los alrededores, contorneando el castillo. Le pica la curiosidad, quizás es ese lado romántico y fantasioso.
Para su marcha bajo una ventana, está a unos metros de altura, lo suficientemente alta como para que si alguien saltase de ahí, se rompería bastantes huesos y quedaría seriamente herido. Divisa una figura ahí. Afinando sus ojos para reparar en los detalles, puede ver a su pareja asomándose en aquel lugar.
— ¡¿Aries?!—Le grita la chica, causando que el pelirrojo le mire sorprendido.
— ¡Cáncer!— Se detiene un segundo. — ¿Qué haces así?
—Yo también me lo pregunto. —Se mira de arriba abajo, repasando la vista por la armadura brillante que lleva puesta. Vuelve a mirar al chico. —No pensaras saltar ¿o sí?
—No veo otra opción. El castillo esta...
Escuchan unas ramillas crujir en el bosque que resguarda al castillo. Ambos miran en aquella dirección, esperando lo peor.
—Esa maldita. —Gruñe una voz masculina.
Ansioso, Escorpio aparece corriendo entre la maleza, pero se detiene de sopetón al ver a su hermana mayor en buenas condiciones. La armadura que lleva puesta es más grande que la de ella, además de que luce un poco sucia y arañada.
— ¿Escorpio?— Cuestiona Cáncer y pronto siente los brazos de él abrazarle. — ¿Qué haces aquí?
Se separa de la peli-azul, mirando su peculiar vestimenta.
—Larga historia. —Asegura él. — Para resumir, pensé que tú estarías en ese castillo, aprisionada por un dragón.
— ¿Dragón?
—Eso trataba de decir—Interrumpe Aries. —, aquí hay un dragón que no me va a dejar salir.
—Yo te saco. — Declara la chica, mirando la espada afilada que descansa en su envaine, colgando de su cintura. —Dame un minuto.
— ¡No!— Exclaman ambos varones.
— ¡¿Por qué no?!
—Trata de agarrar la espada. — Le reta su hermano.
Mirándole fulminante, la chica obedece y sin más, toma la empuñadura de su arma, sacándola de su envaine, es tan pesada que apenas puede levantarla unos centímetros por encima del suelo.
— ¿Lo ves? ¿Cómo te enfrentaras a esa bestia que exhala fuego?
—Yo puedo.
—No puedes.
— ¡Que sí!
—No, mejor deja al cabeza de tomate ahí y problema resuelto. ¡Ouch!— Reclama y sus ojos se alzan para mirar al signo fuego, luego, los desvía al suelo, admirando la corona de oro con pedrería verde sobre el suelo, la cual le fue lanzada a la cabeza. — Hijo de perra.
—Estense en paz los dos. — Les regaña Cáncer, mirando consecutivamente a su novio y a su hermano. Suspira, luego, infla el pecho con aires de decisión y valentía, tomando con fuerza la espada que aun sostiene. — Iré por él.
— ¡¿Acaso me veo como una inútil princesa en apuros?!
— ¡Sí! Ahora cállate, porque iré a salvarte ¿te quedo claro?
— ¡Cáncer!
— ¡Nada! No escucho.
Y así, tarareando una canción molesta, la chica comienza a andar en dirección a la entrada principal del castillo.
— ¡Te va a hacer cangrejo a la parrilla!—Exclama Aries, pero ella no le escucha.
Los dos chicos se miran y sin decir nada, Escorpio entiende que tanto él como Aries, no desean que a la chica le suceda algo, así que sin más, resopla hastiado antes de salir corriendo tras ella.
—Si el dragón no la mata, lo hare yo. —Musita el ariano entre dientes, saliendo por la puerta de la habitación, dispuesto a encarar a la bestia.
***
Después de separarse de su hermano, comienza a andar por el camino que cree le llevara al castillo donde está encerrada esa persona especial para su ser. Se pregunta cómo usara la espada y el escudo que lleva consigo, jamás ha usado algo similar, aunque tampoco es como si fuese pésimo atleta y sin conocimiento alguno de defensa personal, pero al parecer se le ha olvidado por completo como usar un arma. Más bien subconscientemente así lo quiere. Malos recuerdos es lo que brotan con algo así cerca de su persona y eso no sucede solo a este signo.
Pasando por arbustos, esquivando ramas, caminando por troncos derribados y ramitas secas, tratando de no asustar a los animales en sus alrededores. Cuando por fin llega a su destino, admira una milésima de segundo el castillo, hasta encontrarse con una ventana sospechosa en comparación de las demás, esta es más pequeña. Sin llamar mucho la atención, decide acercarse, ya estando frente a ella, se pregunta cómo llegara hasta ella, no cree que la mejor opción sea entrar sin más por la entrada de frente.
Comienza a tronarse los dedos de las manos, luego, se asegura que toda su armadura este bien sujetada, al igual que su espada y escudo, para después, comenzar a escalar por las pequeñas enredaderas que ahí se encuentran, enterrándose en la piedra ceniza y gris de la construcción.
1, 2, 3, 4, ¡5 metros! Hasta por fin dar con la ventana.
Retorciéndose por la pequeña abertura, se adentra a la habitación. Se recarga con las manos en las rodillas, respirando agitado, las manos adoloridas y con raspones, las piernas entumidas y temblorosas, la cara con una capa de sudor y la armadura aumentando su calor corporal con rapidez.
Apenas se reincorpora y ya tiene unos pequeños brazos enrollándose en su cuello, abrazándose con fuerza a su cuerpo. Le cuesta unos largos segundos reaccionar, pero en cuanto lo hace, envuelve a la chica con sus brazos grandes en comparación.
—Capri...
Suspira aliviado ante la mención de su nombre por parte de Piscis.
— ¿Estás bien?—Cuestiona el castaño, separándola a duras penas de su ser.
—Sí, esto ha hecho que mi vista mejore, por ahora vuelvo a ver figuras de colores un tanto borrosas, pero puedo distinguirlas un poco.
—Entonces...
—Reconocería tu figura donde fuese, Capi.
El chico asiente ante la respuesta de una pregunta que no pudo terminar de formular. Pudo entrar, ahora el problema es salir. No puede llevar por la enredadera a la chica y con el dragón fuera, sería muy peligroso, sea cual sea su elección, será un riesgo que tomar. Le toma las manos y con una mirada seria y comprometida, mira a Piscis.
—Te sacare de aquí.
***
—Un mapa me vendría genial. — Se queja mientras camina por el bosque, sin conocer su rumbo.
La armadura a él no le pesa en lo absoluto, así que moverse no es ninguna dificultad, pero las ramas enormes de los árboles son una molestia pues se atraviesan cuando quieren y les obstaculiza la visión. ¿Cuánto más tiene que caminar? A su parecer, ya lleva horas dando vueltas sin sentido.
No sabe que es peor, si estar ahí como idiota, en busca de un castillo extraño o estar encerrado en este con un enorme dragón. Piensa en dejar de lado su cruzada, su misión de rescate, pero una gran parte de él se lo impide, aquella que le dice que no puede dejar sola a esa persona ni aunque este agotado.
—Debo pensar que hare cuando llegue.
Su mayor preocupación es el dragón, tiene una espada, eso es útil, pero no sabe el tamaño de aquel animal. Lo más probable es que sea mucho, pero mucho más grande que él. Un par de minutos más de caminata y al fin da con tan dichosa construcción. Sus oídos se ponen alertas a la par que exhala durante unos segundos, está demasiado callado, una señal extraña para sus instintos. Mientras marcha cautelosamente hacia la entrada, su mano izquierda se dirige a la empuñadura de hierro de su espada.
Camina un poco más, quedando a unos centímetros de distancia con la enorme puerta de madera y adornos barrocos de metal, la cual comienza a crujir. Se detiene un tanto exaltado, su corazón bombeando a mil por hora, retumbando en sus tímpanos y martilleando contra sus costillas. La puerta se abre y él saca de inmediato el arma afilada de su envaine, apuntando con esta a lo que ha salid por la entrada.
Los ojos de ambos se abren sorprendidos estando uno frente a otro, uno con arma en mano y el otro, con la perilla entre sus dedos.
—Acuario...—Musita el león con cierto alivio, sintiendo como su cuerpo se relaja.
—Leo, baja la espada—Ríe burlón el peli-plateado. —, sé que soy una bestia en muchos aspectos, pero no te voy a comer o algo así.
El chico de cabello naranja obedece y lentamente, baja la guardia, colocando la espada a su costado.
— ¿Y el dragón?—Cuestiona confundido.
El ceño de Acuario se frunce con cierta molestia y sus brazos se cruzan por encima de su ropa elegante de color azul, inflando el pecho con un toque de altanería y orgullo.
—Sé que soy gay, joder—Bufa. —, pero no soy una mocosa de cuentos de hadas clichés que espera como idiota hasta que viene su caballero a salvarla. Me encargue del animal, nada serio, si lo mato, Tauro me mataría a mí y no tengo ganas de eso, gracias.
—Entiendo, pero...
—Leo, no soy una chica indefensa, soy un hombre. —Se acerca peligrosamente a él y le barre con la mirada. — Te ves bien así.
—Yo siempre.
Acuario sonríe burlón y sin más comienza a caminar, pasando de largo junto al león. Esa es una cara del chico aire que casi nunca ve y le gusta. Antes de seguirle, mira el interior del castillo, encontrando al dragón de escamas plata sobre el suelo, inmóvil, pero según su pareja, no está muerto.
Resopla, entre agitado por su corazón ante la idea de encontrarse con el animal y por su novio, que por el momento ha avivado una extraña chispa en él ante su actitud fuerte.
Sin más, se apresura donde el otro chico, para luego caminar ambos juntos.
***
Corre con la máxima fuerza que sus piernas le permiten, que suerte tiene al ser un chico de cuerpo moldeado por sus aventuras. No está del todo seguro si es el camino correcto, pero como siempre, el chico no tiene capacidad de detenerse a pensar en cosas minúsculas por el momento. Actuar es más su estilo. La armadura es un tanto estorbosa, no está acostumbrado a llevar cosas de vestir en exceso ni tan pesadas e incomodas para moverse, pero poco a poco ha ido acostumbrándose. Salta sobre troncos, esquiva los árboles, evita las rocas y continúa con su rumbo.
Piensa que esa persona estará bien, después de todo, es lista y serena, sabe cómo actuar racionalmente ante cualquier situación, sin embargo, simplemente no puede quitar la angustia de su cuerpo al pensar que ella esta indefensa con una bestia de enormes colmillos y garras afiladas que escupe fuego.
Minutos pasan y parecen convertirse en horas. El cuerpo le vibra por la adrenalina, bendita sea su estamina.
Sus ojos divisan la enorme puerta. Con la respiración entrecortada, y el sudor bañándolo, camina con velocidad hasta esta, abriéndola de golpe con todas sus fuerzas, luego, saca ágilmente la espada que cuelga en su cintura, apuntando a la nada.
Parpadea un par de veces un tanto confundido. Su vista comienza a viajar por todo el lugar enorme de piedra, con pilares yendo del suelo al techo y tapetes rojos con bordados en dorado. Nota algo que nunca pensó ver.
Lanza un soplido fatigado cuando ve al dragón tan dócil junto a la chica y su hermano, quienes se dedican a acariciar sus escamas de un verde esmeralda. Los tres sentados en el suelo del lugar, los signos hablando entre ambos y el animal dejándose mimar.
Reparan en la luz que se cuela por la puerta y se giran a observar al recién llegado, quien deja caer la espada con un sonoro estrepito. Toda su adrenalina se termina y su energía se drena rápidamente, por lo que agotado, se deja caer de rodillas contra el suelo pues sus piernas comienzan a temblar del cansancio y su respiración es tan agitada que apenas puede llenar sus pulmones. Sus manos se colocan sobre sus rodillas, mientras trata de recuperar el aire.
— ¿Sagitario?—Cuestiona la chica de largo cabello, acercándose al chico y acomodándose torpemente con su vestido hasta la rodilla de color negro. —Respira.
—Pensé...—Habla entre jadeos, se pasa una mano por el cabello, apartándolo de su cara y alza su vista purpura hacia ella. — Que estabas... en problemas...
—Algo así. Tauro vino hace un rato y se encargó de domesticar al dragón, por así decirlo.
El pelinegro mira al mencionado, quien le sonríe con tranquilidad, como si quisiera quitarle su cansancio con solo eso, sin dejar de acariciar el hocico de la bestia.
—Ningún animal se resiste a los encantos de él. —Comenta Sagitario. —Estoy muerto.
Y sin más, el pobre se desploma sobre el suelo frio del castillo, causando un rechinido de su armadura. Desesperado por el sentimiento de asfixia que le da la vestimenta, comienza a arrancársela parte por parte, dejando al descubierto su torso.
—No servirías para ser un caballero. — Comenta Virgo, dándole una seña de que repose su cabeza en el regazo, cosa que hace.
—No si debo usar esta mierda de ropa. No me molestaría tener cruzadas y viajar, además, así podría rescatarte cada que tengas problemas. —Ella se sonroja de manera violenta y por suerte, él no le mira, tiene los ojos cerrados. — A menos que aparezcan tus hermanos y me jodan el momento de heroísmo.
—Es mi hermana—Recalca Tauro. —, siempre estaré cuando necesite ayuda.
***
Mira la habitación, deleitándose con la maravillosa estética del lugar, rustico, pero elegante. Los colores le agradan, los muebles son bonitos y la cama es cómoda. Su vestido no se queda atrás, de un bello rosa pastel, cayendo en cascada por sus caderas hasta el ras del suelo y sus zapatos de tacón similares a la plata, la tiara brillante sobre su cabeza del mismo color.
Se siente una niña en dulcería, por muy extraño que parezca, aunque no le agrada el hecho de que haya un dragón en aquel lugar, pero todo estará bien si ella se mantiene en esa recamara.
Escucha, de pronto, un montón de ruidos viniendo de afuera de su habitación, para ser más exactos, en la planta inferior. Rugidos, golpes, cosas rompiéndose. Atemorizada, se aleja de la puerta, acercándose con cada paso en reversa, a la ventana del lugar, sin despegar sus ojos de la madera oscura, esperando que cualquier cosa mala entre por ahí. Todo es silencio de repente y eso solo logra crisparle los nervios. Le cuesta respirar de pronto por el miedo que siente y comienza a sudar frio.
Sus manos estrujan la tela suave del vestido. En un abrir y cerrar de ojos, todo pasando tan rápido que le cuesta procesarlo, la puerta se abre rápidamente y por ella entra una figura, de cabello rubio y armadura de caballero, corriendo hasta alcanzarla, mientras detrás de él, se encuentra el dragón, con su enorme hocico tratando de entrar al pequeño cuarto, pequeño para él, claro. Suerte para ellos que no puede abrir la boca entre esos lapsos de tiempo y así no puede exhalar llamas de fuego que puedan quemarles.
El caballero le sujeta de una muñeca y con él, la arrastra hasta la ventana, donde ambos terminan cayendo desde varios metros hasta una espesa y gruesa montaña de hojas y algunas ramas diminutas y secas. Le obliga a levantarse y pronto, los dos se encuentran corriendo por el bosque con desesperación, temiendo por sus vidas, hasta que se encuentran muy alejados de aquel lugar.
Ambos se detienen y tratan de respirar con normalidad después de tanta emoción y ejercicio en tan poco tiempo.
— ¿Puedes caminar, Libra?— Le pregunta el rubio, clavando ambos sus ojos azules.
Sus caras están tan rojas como dos cerezas.
La chica mira sus pies, ha perdido un zapato y el otro tiene un tacón roto, sin mencionar los múltiples raspones que tienen sus pies y tobillos, bajo el vestido rasgado en la parte inferior. Géminis le mira con cierto pesar.
—Bien, te cargare hasta que encontremos un pueblo o algo así. — Dice y antes de que ella pueda rechistar, ya la tiene en brazos, los cuales se esfuerzan al máximo para no flaquear.
Todos ellos están cubiertos de mugre: tierra, hojas, ramitas, etc.
—Muchas gracias. — Habla la chica y rápidamente le planta un beso en la mejilla.
El chico ya no puede estar más rojo, pero una sonrisa hace aparición en su rostro y mira alegre a la rubia. Después de todo, enfrentarse a una bestia con altas posibilidades de morir quemado no salió tan mal, si bien tiene unos cuantos raspones y partes de la armadura quemada, no es gran cosa para él.
—No hay de que, princesa.
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