Días rojos
Géminis era una persona muy sensible. Su umbral del dolor era muy bajo, por lo que al más mínimo daño ya se encontraba en el suelo, llorando y retorciéndose. En los días que menstruaba el malestar era tan insoportable que, en ocasiones, Virgo se veía en la necesidad de suministrarle analgésicos de alto nivel para permanecer en reposo durante todo el día o hasta que se sintiera mejor.
Por ello, la rubia se hallaba tumbada en su cama, en posición fetal mientras sentía los jocosos cólicos que le hacían doler la cadera, las piernas y la espalda al punto de que sentía que podría desmayarse en cualquier momento; los analgésicos no surtian efecto aún. Además, su temperatura corporal se elevaba demasiado, haciéndola transpirar de manera excesiva y ocasionando que su piel tomara un color rosado.
Se quejó entre dientes y abrazó su abdomen, percatándose que, junto a ella, la cama se hundía bajo el peso de alguien. Abrió los párpados cuando sintió una compresa fría posarse delicadamente sobre su frente; suspiró con alivio, porque aquello se sentía refrescante.
—¿Cómo te sientes?— preguntó Libra, peinando los cabellos desordenados de la mayor.
—Horrible.
—¿Has tomado algo?
—Sí, pero aún no hace efecto— el rubio la escuchó chillar adolorida—. Odio ser mujer... Uh, tengo que ir al baño, pero me duele todo...
—¿Te ayudo?
—Por favor.
Se incorporó, quejándose repetidas veces y pasándose la mano por la cara para retirar el sudor. Libra la sujetó de un brazo y del abdomen, cuidando no ejercer demasiada fuerza para no provocarle dolor, y la guió hasta el baño. Sin embargo, se detuvieron de golpe y el menor, ante eso, le observó de manera inquisitiva.
—Siento que mi alma cae al piso— comentó entre dientes ella, sintiéndose incapaz de siquiera respirar. Luego, soltó un sollozo—. Creo que mi ropa parece escena de crimen.
—Oh, espera.
Le soltó y se dirigió velozmente al armario de dónde extrajo un nuevo par de pantalones de pijama, ropa interior limpia y una toalla sanitaria. Todo esto se lo entregó a Géminis que, mejor, le agradeció el gesto y se introdujo por completo en el baño, cerrando la puerta con cansancio. Pasaron largos minutos en los que Géminis se dedicó a sus asuntos, saliendo del cuarto cuando hubo terminado y siendo recibida por el rubio que volvió a encaminarla, cuidadosamente, hasta la cama en donde la ayudó a recostarse.
—Mnah... Me duele todo...
El más alto miró a la contraria lloriquear y procedió a limpiar, elegantemente, las lágrimas que brotaban fluidamente de los ojos azules de ella.
—¿Quieres que haga algo?— preguntó Libra.
—¿Me puedes quitar la matriz?
—No.
—Entonces no.
Dejó caer sus párpados, sintiendo como el rubio le acariciaba suavemente las mejillas y el brazo, después tocando la compresa para asegurarse que ésta continuaba fría.
—Te sentirás mejor— aseveró él, inclinándose para darle un beso en la punta de la nariz.
...
El libro fue retirado de entre sus agraciadas manos por la pelinegra. Mientras dejaba el objeto lejos, aún sobre la cama, la signo fuego se trepó en el regazo del peliverde cuyos ojos brillantes le observaron de manera interrogante. Pasó sus brazos por el cuello moreno a la vez que ponía una cara coqueta y aleteaba las pestañas.
—¿Qué haces?— preguntó él, frunciendo las cejas en confusión.
—Nada— Sagitario sonrió de manera inocente.
El mayor le examinó en completo silencio. Si bien la chica fuego siempre ha sido alguien inquieta, en ese momento se veía aún más ansiosa sin razón aparente y eso causaba confusión en Virgo.
—¿Te sientes mal?— indagó nuevamente él, consiguiendo en respuesta que Sagitario negara con un movimiento de cabeza y se acomodara en sus piernas—. No te lo creo. ¿Estás...?
—Sí— Virgo trató de apartar a la pelinegra que sonreía de lado—. ¿Podemos?
—Por supuesto que no.
—¿Ah? ¿Por qué?
El signo tierra le miró, como si todavía no pudiera creer que Sagitario le estuviera preguntando eso. ¿Por qué? La pelinegra hacia un tiempo que había querido experimentar, como siempre, y Virgo, desgraciadamente, se vio envuelto en aquello. Él no estaba de acuerdo, sinceramente, porque la sangre era difícil de quitar de las telas y le preocupaba que las mantas de la cama se mancharan, pero, por supuesto, no pudo rehusarse mucho a las peticiones de su animada y ansiosa novia. Todo había estado yendo relativamente bien. Era como una vez más que las anteriores, a excepción de que Sagitario estaba más sensible de lo usual. Sin embargo, poco después, ella comenzó a quejarse de dolor.
No eran sonidos suaves como cuando te acostumbras a algo, sino que realmente sonaba a que le dolía demasiado y su cara incluso estaba arrugada en clara molestia. Virgo se preocupó de inmediato y preguntó por su estado, a lo que ella había respondido que realmente no sé la estaba pasando nada bien y sentía que dentro de su vientre y pelvis algo ardía como si lo estuvieran quemando, o como cuando derrapabas tontamente contra alguna tela o pasto y la piel quedaba dañada y expuesta de manera irritante. El peliverde le dijo entonces que lo mejor era dejarlo ahí, pero Sagitario se negó; a lo mejor se pasaba luego de un rato, pero fue todo lo contrario. En vez de acostumbrarse, la pelinegra comenzó a sentirse más mal con el paso del tiempo al punto que ni siquiera soportaba la espalda y lágrimas muy pequeñitas se asomaban en las comisuras de sus ojos.
Virgo pensó en volverle a sugerir que pararan, pero era consciente que ella se iba a negar nuevamente, así que sin decir nada la dejó en paz, ganándose una mirada de inconformidad de su parte, tanto por el dolor como por sus acciones.
—No soy de cristal, ¿sabes?— dijo ella aún montada sobre las piernas largas del otro.
—Es una molestia quitar la sangre de la mantas— fue la excusa que él usó a la par que estiraba la mano para alcanzar el libro.
—No es por eso que no lo quieres hacer. Te lo acabo de decir, no soy de cristal.
—Eso lo sé. Pero no es no.
Sagitario era buena soportando el dolor, no era que le gustara, solo lo aguantaba. Nunca llegó a llorar por algún malestar de verdad, ni tampoco solía recurrir a analgésicos para tratarlos. Siempre esperaba que eventualmente su cuerpo mejorará y el dolor se marchara. Por eso Virgo realmente se asustó cuando ella comenzó a bufar, maldecir y chillar de incomodidad. Incluso le había pedido más de una vez que fuera más lento cuando él estaba, literalmente, sin moverse. No había visto a Sagitario así de frágil ni siquiera cuando se enfermaba; sus ojos brillaban por lo húmedos que se encontraban gracias a las lágrimas que lentamente, muy lentamente se formaban, sus cejas estaban arrugadas en el medio y hacia abajo mientras su mandíbula se apretaba tan fuerte que el signo tierra podía ver los músculos esforzándose.
No le había gustado verla en ese estado de dolor y menos al saber que él tenía buena parte de la culpa en eso. No le reclamó. En realidad, mantuvo silencio en todo momento. La ayudó a asearse con sumo cuidado y la vistió con la ropa más cómoda posible para luego depositarla en la cama lentamente. La signo fuego se removía de un lado al otro, quejándose y haciéndose bolita en su sitio.
—Carajo— había dicho con voz amortiguada mientras se colocaba una mano en la cara, sobre los ojos, para no llorar y otra en la ingle.
Se las arregló para darle un analgésico lo suficientemente fuerte como para aliviar el malestar en minutos, además de eso le colocó parches térmicos en la espalda baja, el abdomen y el vientre, esperando que eso ayudara igualmente. La cubrió con una manta suave y regordeta que la calentó de inmediato, consiguiendo que luego de un rato cayera en un sueño profundo.
—Pero no me puedo aguantar.
—Vas a tener que hacerlo. No hay de otra, Sagitario.
Soltó un sonido de disgusto y se dejó caer contra el pecho del peliverde que se quejó por el impacto y el repentino peso extra. Virgo no le dio relevancia y volvió a abrir el libro en donde se había quedado luego de dar un par de palmadas con gentileza en la espalda de la pelinegra. El signo tierra era muy teórico, asi que comprendía que, en muchas ocasiones, las personas sentían gran deseo sexual durante la menstruación y que eso era muy normal, así que no reprochó nada. Se le iba a pasar eventualmente.
—¿Rapidin?
Virgo suspiró profundamente con ligera decepción.
...
Capricornio y Virgo estaban en la habitación de la mayor de su casa elemental. Tanto la castaña como el peliverde se encontraban sumidos en sus respectivos trabajos. La menor del grupo estaba en la cama, rodeada de papeles llenos de información, en cambio el único varón se hallaba sentado frente al pequeño escritorio donde tecleaba en su computador portátil.
Capricornio arrugó el entrecejo mientras sus ojos avellanas miraban los datos de la página que tenía entre sus manos en ese momento, pues se percató que Tauro ya llevaba demasiado tiempo en su cuarto de baño y eso era extremadamente extraño. ¿Acaso se sentía mal?
Se levantó de su sitio y se acercó a la puerta que golpeó con los nudillos de manera concisa.
—¿Estás enferma?— preguntó, ocasionando que Virgo se diera la vuelta en su asiento para mirarle.
—Mh...
—¿Tauro? ¿Pasa algo?
Para la menor era obvio que algo aquejaba a su hermana, pues su respuesta parecía dudosa y tímida.
—Es que...— a pesar de no verla, se la imaginaba con un sonrojo en el rostro—. Tengo un problemita...
—¿Cuál?
—Uhmm...
La verdad le daba mucha vergüenza confesar la situación en la que estaba, pero se trataba de su familia y no es como que la fueran a juzgar ni nada de eso. Además, necesitaba ayuda.
—Conseguí una copa menstrual— su voz se notaba nerviosa y hasta temblaba—. Ahm... Hoy empecé a sangrar, así que decidí probarla, pero... Uhm...
—¿Ya no la puedes sacar?— indagó Virgo, acercándose a la castaña.
—No...
—¿Estás sentada?
—Sí...
—Prueba subiendo las piernas al váter. Y relájate.
Hubo un silencio largo en el que esperaron a que la signo del toro hablara.
—No funciona...— la voz áspera se quebró al final de la oración.
—Entonces hazlo parada.
De nuevo una pausa en la cual Virgo y Capricornio ya estaban pensando qué hacer para ayudarla en caso de que la sugerencia anterior no diera frutos.
—Uhm...
—Espera ahí, ahora vengo.
Los ojos verdes se cruzaron con los avellanas en silencio y acordando tácitamente sus respectivos roles en la situación. Virgo se marchó a su habitación en busca de un par de guantes de látex nuevos en lo que Capricornio yacía aún junto a la puerta por si Tauro entraba en crisis.
—Voy a entrar, ¿de acuerdo?— le anunció el peliverde a su hermana mayor.
—Está bien...
Ingresó al baño, cerrando la puerta tras de sí y dejando a la castaña esperando en el cuarto, de brazos cruzados y pacientemente. Virgo extrajo los guantes de sus respectivos empaques luego de lavarse las manos y se los colocó, procediendo a pedirle a la mayor que se acomodara en el váter y se tranquilizara.
Tauro se moría de pena. Se sentía culpable por tener que orillar a su hermano a intervenir, pero trataba de verle el lado positivo a la situación; prefería que Virgo le ayudara a que terminara en el hospital con un médico desconocido. Eso sería mil veces peor.
Es decir, ella entendía que el trabajo de los médicos era ayudar, sin importar que, a las personas con respecto a su salud, y que incluso estaban acostumbrados a ver muchas cosas bizarras. Seguro que no era la única a la que le pasaba algo así. Además, para ellos ver el cuerpo de alguien no era la gran cosa ni algo especial. Era trabajo y nada más. Si no, Virgo no estaría tan tranquilo como en ese momento. Pero eso no quitaba que le diera una vergüenza tremenda que le provocaba ganas de que la tierra la tragara.
Finalmente, luego de un rato, el peliverde logró retirar la copa, situación que le hizo sentir muy aliviado, pues si aquella cosa se quedaba demasiado tiempo en el cuerpo de su hermana con la sangre acumulándose y descomponiéndose le podría provocar un shock tóxico.
—Ya está— dijo, entregando la copa a su dueña y procediendo a desechar los guantes para lavarse nuevamente las manos con agua y jabón—. Creo que solo tienes que agarrarle el truco, no te asustes.
—Supongo que sí— Tauro ya se escuchaba más tranquila—. Muchas gracias.
—No es nada.
Con ello, el único varón salió del cuarto para brindarle a su hermana la privacidad que necesitaba. Y así era, porque la peliverde se quedó un buen rato encerrada en el baño para recuperar la dignidad que sentía que había perdido. Sin embargo, ni Capricornio ni Virgo mencionaron algo al respecto y prosiguieron con sus respectivas labores, porque no veían que fuera algo de lo que avergonzarse.
...
Que escribí? No sé xd fue algo que llevo escribiendo desde hace un rato por culpa de mi escaso tiempo gracias a la escuela. En fin. En datos innecesarios de hoy sobre los chicos:
Un profesor de mi universidad es de Grecia y nos explicó que allá tienen tres formas de hablar, por así decirlo. Está el idioma antiguo, clásico y moderno. Él dijo que el antiguo es aquel griego que se hablaba antes, el de Platón y todos ellos, pero que con la conquista de alguien, creo que dijo que fueron los turcos, pues se perdió y trataron como de recuperarlo, pero pues obviamente ya era una combinación, una evolución, y así se formó el griego clásico, que dice que solo se usa como para cosas formales y que el moderno es pues como las personas hablan coloquialmente.
Entonces pues yo digo que los chicos pueden hablar, leer y escribir de las tres formas, pero que ellos consideran su lengua original, materna, como el griego antiguo. Y ellos hablan entre sí en ese griego, y como nadie más lo habla ya, pues no suelen entenderlos las personas externas al zodiaco. Como yo tampoco sé griego antiguo, sé un poco del griego clásico, pues escribo sus diálogos cómo puedo y con ayudita. No sé qué tan verídico sea lo que me comentó mi profe, pero me pareció interesante comentarselos. Entonces pues podríamos pensar que los diálogos que tienen normalmente, o sea los que no están en itálica, son en griego moderno y los que sí están en itálica son en griego antiguo.
Eso es todo, tengan bonito día ❤
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