Clanes pt.7

Sam, a diferencia de Gill, tenía una personalidad más arisca. Era difícil tratar con él, por eso fue un alivio cuando el animado y alegre chico volvió, pidiendo disculpas por cualquier inconveniente que hubiese llegado a ocasionar. Aunque Alex y Louis le restaron importancia, no podían evitar preguntarse cómo es que aquello había sucedido, por qué y si acaso el rubio estaba bien.

El pelinaranja y el pelirrojo no preguntaron nada en voz alta, porque no sabían cómo hacerlo sin sonar invasivos y descortéses. Intrigados, continuaron como siempre sus labores.

Louis ayudaba a su hermano con algunas cosas en el despacho, sentados ambos alrededor del escritorio del lugar que estaba casi tapizado de papeles y similar. Ninguno hablaba pues estaban más concentrados en su trabajo que en cualquier otra cosa. Al cabo de un rato, Alcander entró y se paseó por el sitio sin perturbar a los muchachos a quienes examinó silenciosamente, luego miró los papeles y demás.

—¿Qué?— indagó Alex sin mirar a su padre que se inclinaba ligeramente sobre el escritorio.

—Nada.

Hubo un corto lapso de tiempo en que ninguno dijo algo, hasta que el menor de los tres clavó sus ojos amarillos en los de su progenitor.

—¿Tú sabes por qué Gill hace eso?

—¿Hacer qué?— arrugó las cejas a la par que algunos largos cabellos caían por su hombro hasta la mesa.

—Eso de cambiar de personalidad o lo que sea que hace.

—Mh. Sí, por supuesto que lo sé—Alex igualmente dejó lo suyo de lado para prestar atención al mayor—. Tuvimos una larga charla cuando llegaron al clan.

—¿Por qué lo hace?— preguntó el Omega.

—No tengo por qué decirte.

—Sí tienes. Ahora yo manejo el clan, creo que tengo derecho a saber de dónde vienen ellos y por qué reaccionan así.

Se miraron de manera desafiante y tras unos segundos Alcander concordó con su hijo. Enderezandose, bajó la mirada hacia los papeles del escritorio y luego posó su atención en un pequeño globo terráqueo que yacía en una esquina del mueble.

—Son lobos árticos.

—¿Qué mierda hacen aquí?— espetó Alex—. ¿Árticos? Son miles de kilómetros de distancia para llegar de allá a acá.

—Su clan fue extinguido por cazadores cuando eran muy jóvenes— se fijó en su hijo Omega y luego en el que era Alfa; ambos mostraban genuina sorpresa y disgusto—. Llegaron aquí luego de algunos años. Gill pensó que no era buena idea quedarse en el Ártico y buscó una nueva manada en donde vivir. Los detalles no son necesarios. Y tampoco creo que deban preocuparse mucho por ellos, son personas decentes. De todas formas, si intentaran hacer algo estarían en desventaja.

—Y eso que sucede con Gill, ¿tiene que ver con ello?— Louis cuestionó.

—Me parece que es ocasionado por el trauma.

—Necesita ayuda entonces.

—Se la ofrecí, pero se negó. Dice que no es la gran cosa y que ya para este punto sabe exactamente cómo lidiar con ello. No puedes ayudar a quien no quiere ser ayudado, ¿verdad?

Por supuesto que el par entendió, pues ellos mismos eran tercos en demasía cuando se trataba de pedir apoyo para cualquier tipo de problema.

—Continuen con lo suyo— agregó Alcander, viendo que sus hijos ya no tenían más que decir—. No tienen por qué preocuparse por los asuntos de otros.

Con eso dicho caminó por la habitación hasta salir de ella tan veloz y abrupto como había llegado, dejando sumidos en un ambiente peculiar al par que tardaron minutos enteros en regresar a sus labores.

***

Desde que Gill había tenido la fortuna de conocer a Lucia y Alec, pocas veces se encontraba lejos de ellos. Los tres eran prácticamente inseparables y ya todo el Clan estaba acostumbrado a ello, sabiendo que si se topaban con alguno el resto no estaría muy lejos.

Eran un trío enérgico y simpático que parecía brindar diversión y buen ánimo a los demás, aunque los adultos del Clan no eran tan estrictos y cuadrados como para hacer de la vida un infierno.

La región donde vivían estaba cubierta de nieve la mayor parte del año, sin importar que fuese de día o de noche, y las temperaturas usualmente no sobrepasaban los 0° centígrados, por lo que era también común que la gente prefiriera estar en su forma de lobo, con un pelaje grueso y calentito que los protegía del aire gélido y las noches pesadas. Como el clima no propiciaba el crecimiento de plantas, o al menos no muchas, se veían obligados a vivir exclusivamente de los animales que en manada eran capaces de cazar; los que siempre se hallaban en sus presas básicas eran los peces y focas, aunque a veces se aventuraban a cazar caribú. Su dieta era estrictamente de carne y solo en ocasiones especiales, como en verano, podían degustar el sabor dulce y satisfactorio de la miel de maple.

Probablemente no era la mejor zona para vivir, pero nunca se quejaron y miraron siempre el lado positivo de la situación. No eran un Clan muy grande, pero pequeño tampoco. Debían ser unas 40 personas viviendo juntas, aproximadamente, y debían ser las únicas en kilómetros a la redonda.

Los tres tenían una vida feliz y sencilla, fuera de preocupaciones al ser solo unos pequeños cachorros que aún eran cuidados y consentidos por sus padres. Jugaban y reían, disfrutando de las pequeñas nevadas e incluso conociendo a osos polares de gran tamaño; sorpresivamente no eran reprendidos por matar el tiempo junto a oseznos.

Gill tenía alrededor de 10 años. La mañana comenzaba, con el Sol que se alzaba tenuemente detrás de las nubes grises que a penas le permitían iluminar. El Clan pronto inició las actividades diarias y el rubio se despertó temprano para ir donde Alec y Lucia para ver a las ballenas llegar a las costas heladas.

Tras unos minutos, él y la pequeña se encontraban en casa del menor de los tres, saludando a los padres de éste con enorme familiaridad y soltura. La pareja les recibió alegremente y les preguntó si deseaban algo de comer para esa fría mañana, sin embargo, cuando estaban por responder afirmativamente, el par de lobos adultos se mostró alerta. Sus orejas se alzaron por completo, atentas, y su pelo se crispó a la par que sus colas afelpadas se posicionaron paralelas al suelo. Los dos les miraron, interrogantes, pero no pudieron decir algo pues los adultos les ordenaron en un susurro que no hablaran ni se movieran de ahí.

Aquello causó pánico en los dos niños, aunque obedecieron sin replicar. Vieron a los padres de Alec salir de casa con cautela, y ellos se dirigieron, poco después, a por su amigo que aún dormitaba en su pequeño lecho. Cuando lo despertaron, escucharon balazos en el exterior; eran estruendosos, casi ensordecedores. El corazón les dio un brinco dentro del pecho antes de bombear aceleradamente la sangre; Alec miró a sus amigos, claramente asustado y poniéndose de pie pronto para pegarse cual garrapata a  Lucia. Afuera la cosa se comenzó a descontrolar.

Oían la voz de humanos gritar fuera de la casa, acompañado de pisadas presurosas, gruñidos, rugidos y aullidos de dolor. ¿Qué estaba pasando?

Gill supuso que nada bueno estaba sucediendo y Lucia estaba tan consciente de ello como él, pero Alec aún era muy apegado a sus padres como si solo tuviera unas semanas de nacido y, en cuestión de segundos, éste había salido de ahí para buscar al par. Al darse cuenta de esto, ambos rubios demoraron poco en ir tras él, asustados de que algo pudiese pasarle allá fuera en ese caos.

Escabullendose por entre las casas destruidas y saqueadas, cuyos objetos yacían tirados sin orden sobre el manto blanquecino, Alec corrió y llamó con miedo a sus padres que, por supuesto, no le respondían. Gill le siguió velozmente hasta alcanzarlo; se plantó frente a él y le indicó que no podía ir por ahí como si nada justo cuando un cazador disparo en la dirección de ambos. La bala, por suerte, no dio a ninguno y se estrelló contra un barril de agua que empezó a desbordarse.

Tras el espanto, el mayor empujó al otro en dirección contraria al humano y ambos, seguidos poco después por la rubia, se marcharon rápido de ahí. Sin embargo, luego de cargar su escopeta, el hombre volvió a disparar y, desgraciadamente, el proyectil rozó la espalda pequeña de Alec que chilló de dolor y sorpresa, pero no se detuvo. Gill se encargó, como pudo, de borrar el camino de sangre que brotaba de la herida y manchaba la inmaculada nieve mientras que Lucia le indicaba a Alec que se apoyara en ella.

Corrieron durante mucho tiempo, presas del pánico, hasta que encontraron la guarida subterránea de un oso polar en donde se escondieron. Ningún cazador los había seguido, por suerte, pero el miedo de que pudieran atraparlos seguía latente. El oso que ahí reposaba les miró y nada más, permitiéndoles silenciosamente quedarse ahí hasta que todo terminó.

Pasadas las horas, un silencio insufrible reinó. Gill miró a Lucia que resguardaba a Alec bajo sus patas, y meditó.

—Esperen aquí.

Sin poder hacer algo, vieron al rubio salir de su refugio para dirigirse nuevamente a donde estaba el Clan. Escondido, con extremo sigilo, Gill se movió por ahí, notando que los cazadores ya no estaban y que sólo habían dejado destrucción en su hogar. El silencio era pesado y terrible.

El pequeño inspeccionó todos lados, pero no se topó con nadie. Con nadie vivo al menos. Viendo la situación en la que estaba, se sentó en la fría nieve y pensó qué debía hacer. Sus padres ya no estaban, y los de sus amigos tampoco, se habían llevado muchas cosas y provisiones. Además, eran sólo unos niños y cazar en un clima tan extremo como ese iba a ser casi imposible. Tampoco quería quedarse ahí, donde habían matado a su gente sin reparo.

Entonces juntó lo que consideró necesario en un morral y volvió a la guarida del oso. Sanó como pudo la herida del más joven que ya se quejaba continuamente del dolor y la tristeza; les había explicado su plan de marcharse de ahí en busca de otro Clan que pudiera acogerlos, porque de lo contrario no iban a sobrevivir mucho.

Se vio en la jocosa necesidad de mantener su forma humana para poder cargar con Alec y sus pocas pertenencias. Las ropas que usaba eran cómodas y cálidas, aunque no se igualaban a su precioso pelaje.

Se disculpó con el oso por importunarlo y, finalmente, se marchó junto a Lucia que avanzaba cabizbaja a su lado.

Esa noche se escondieron en una pequeña cueva, fría y húmeda, pero era mejor que quedarse descubiertos ante el vendaval que se avecinaba. Alec, acomodado contra Lucía, lloraba y se quejaba, mascullando en una voz infantil que deseaba a sus padres. La niña le apaciguó como pudo hasta que, luego de extensos minutos, el chiquillo se quedó dormido tras el cansancio que los acontecimientos habían provocado.

Gill le indicó que podía irse a dormir por igual, pues él no tenía sueño y estaba muy inquieto como para tumbarse junto a ellos. Lucia no parecía de acuerdo, pero aceptó al ver la insistencia de él. Cuando supo que el par estaba noqueado, miró hacia el exterior. La noche era oscura y espesa, a penas se oían algunos animales allá afuera a la par que el aire comenzaba a silbar con mayor fuerza. Se abrazó a sus rodillas, de pronto sintiendo como si fuera un bote a la deriva, y lloró tan bajito que ni siquiera él mismo se oía.

No sabía qué iba a hacer. Era solo un niño y ahora debía procurar que no le pasara nada a sus amigos ni a él. Todavía no sabía cazar a la perfección y animales más grandes que ellos representaban una amenaza tal que de solo pensarlo se congelaba en su sitio por el miedo. Ese día había querido ir a ver las ballenas, pero los cazadores habían hecho de las suyas; los humanos necesitaban pieles para cubrirse y carne para alimentarse, así como ellos.

Las lágrimas fluyeron durante casi toda la noche al punto de que el rubio sentía los párpados hinchados e irritados. Se colocó la mejor sonrisa que pudo en el rostro y salió de la cueva cuando el alba se presentó; consiguió cazar un par de aves, nada excepcional, aunque fueron suficientes para alimentarlos a los tres. Bebieron agua y, nuevamente, Gill cargó con todo para continuar con su viaje.

Los días pasaban; Alec aún lloraba de vez en cuando y ninguno de los otros dos lo culpaban al respecto. No siempre tenían suerte de conseguir comida así que podían pasar al menos un día llenando sus estómagos de pura agua. La única forma buena que Gill conocía para curar a alguien, a esa edad, era lamiendo la herida para después cubrirla con vendas, por lo que eso hacía cada noche sin falta con Alec; no parecía haber infección y la costra ya se había formado por completo luego de un tiempo.

Estaban en una situación difícil, sin duda, pero trataron de divertirse y brindarse alegría como pudieran. Los días se convirtieron en semanas de vagabundeo; Gill seguía siendo un chiquillo divertido y simpático, sin embargo, era irrefutable que, siendo el mayor, se había sentido en la obligación de madurar más pronto que los otros dos para protegerlos y alimentarlos.

No sabían exactamente a donde se dirigían, pero eventualmente tendrían que toparse con otro Clan. Pasados unos meses, aquello sucedió. Gill había tratado de hablar con el jefe para que lo dejara quedarse, pero él se negó rotundamente. Aunque era una zona donde el clima ya no era tan extremo, las provisiones no bastaban para todos y eran difíciles de conseguir como para adoptar a un grupo de chiquillos que no conocían y que nada tenían que ver con ellos.

Resignados, se acomodaron en el tronco enorme de un árbol y, al caer la noche, el rubio fue en búsqueda de algo para comer; a lo mejor se encontraba con un búho o una liebre. Sin embargo, con quién cruzó caminos era una mujer de cabello miel y ojos del mismo color, además de eso llevaba a un bebé en brazos que cubría con mucha ropa y mantas. Aquella fémina era una Omega madre que se había conmovido por los chiquillos al punto de escabullirse para darles un mapa y algunas cosas más como comida, agua y poca ropa. Gill agradeció sinceramente a la compasiva mujer que le deseó suerte antes de regresarse a su clan.

Así transcurrieron los años del trío, viajando por donde pudiesen. Conforme se alejaban del Ártico el clima se hacía más cálido y dejaron de andar por ahí con su pelaje para no sufrir una deshidratación o similar. Se cruzaron con varios Clanes, pero ninguno los aceptó; los que hacían amago de resguardarles les condicionaba a vencer al Alfa jefe del sitio cosa que, por mucho que Gill intentara, más bien, Sam intentara no era capaz de lograr. Él era más bajo y delgado que sus contrincantes, sin mencionar que tenía menos experiencia en combates, así que para el final del día se encontraba siendo tratado por Lucia que le pedía tener mayor cuidado con su persona y que dejara de enfrentarse a Alfas.

Al llegar a la pubertad, el rubio estaba sumamente nervioso del segundo género que los tres pudieran llegar a ser. No es que odiara a nadie, pero le preocupaba que, por ejemplo, él fuera un Alfa y Alec un Omega; demasiados problemas tenían ya como para agregarles el celo de alguno. Mucho se alivió y alegró al ver que fueron todos Betas sin excepción; eso significaba que ningún otro Clan buscaría aprovecharse de su llegada si hubiese al menos un Omega entre ellos y tampoco tendrían que aguantar los celos de un Alfa malhumorado a pesar de lo tranquilos que ellos siempre eran.

La presencia de Sam ocurrió también en la pubertad; de vez en cuando Gill actuaba fuera de sí y sufría algunas lagunas mentales, pero nada serio. Sin embargo un día sintió, no vio, que alguien desde el fondo de su mente se acercaba y le hablaba, presentándose con el nombre de Sam y explicando muy por encima la razón de su existencia. El rubio lo entendió como que Gill era aún su parte infantil mientras que Sam era la adulta. Uno se encargaba de mantener el buen ánimo de todos y el otro de cuidarlos de los peligros físicos.

Fue muy extraño para ambos el tener que hablar de ese asunto con Lucia y Alec, pero era lo mejor que podían hacer, pues no querían mantener secretos entre ellos y Sam quería que lo reconocieran como una personalidad a parte de la de Gill.

Llegaron a conocer muchas zonas y personas durante sus viajes, y fueron creciendo sin remedio tras los años que pasaban.

El día en que llegaron al Clan Ka y que fueron recibidos por Alcander con relativa simpleza, el mayor de los tres se sintió bendecido. Como si el hombre de largos cabellos frente a él le estuviera haciendo el mayor milagro que pudiese existir. Estaba tan agradecido que casi se ponía a llorar si no fuera porque su alter le ordenó no hacerlo o de lo contrario preocuparía a sus acompañantes.

Por fin, ambos se sentían en relativa paz.

***

Hacía más calor conforme el verano se aproximaba y Alec lo odiaba. De verdad odiaba el calor húmedo del Clan Ka que lo debajaba todo pegajoso por el sudor que de su piel emergía, la cual se resentía del intenso Sol, tornándose rojiza en cuestión de segundos. La ropa se volvía molesta, pero no tenía muchas ganas de desnudarse por completo para andar de aquí para allá, pues seguro no iba a faltar el Alfa energúmeno que le causará problemas. Solo dentro de la cabaña, resguardado de los intensos rayos UV, se dignaba a permanecer sin camisa luego de un baño con agua casi helada; era lo más refrescante que podía hacer en su situación.

—¡Tengo mucho calor!— se quejó mientras sus cabellos plateados escurrían agua.

—Si te sigues quejando más calor te dará— su hermana le aseguró desde la cocina mientras le veía tumbado sobre el suelo como si se tratara de una estrella de mar—. No pienses que hace calor.

—¡¿Cómo no lo voy a hacer si me estoy derritiendo?!

—No está haciendo tanto calor.

Un sonido de molestia escapó del menor que rodó sobre el suelo hasta quedar boca abajo; se sentía frío y agradable contra su piel descubierta. Extrañaba la nieve pulcra e inmaculada.

—Debo irme—anunció ella—. Es mi turno de cuidar a Álex.

—Ve con cuidado.

—Tú pórtate bien en lo que no estoy, ¿sí?

—Haré lo que pueda.

Soltó una risa y, posteriormente, se marchó. Puesto que era él único en la cabaña, el silencio reinaba alrededor suyo y eso era molesto y cómodo a la vez. Cerró los ojos y empezó a sentir como la madera debajo de él se calentaba por su calor corporal. Maldijo en voz muy bajita, pero no se movió, y al poco tiempo escuchó la puerta abrirse; supuso que Lucia había olvidado algo.

Pasos se acercaron y pudo deducir que no era la chica pues se escuchaban pesados y pausados. A lo mejor era Alcander. Permaneció en su estado y solo abrió los ojos cuando sintió frialdad en su espalda.

—Mh— parpadeó con los ojos turquesa clavados en Louis que ya se encontraba sentado en el sofá de la sala donde él se hallaba tirado—. ¿Qué me pusiste?

—Una toalla con hielos.

—Oh, gracias.

—No es nada.

En lo que Alec disfrutaba del frío sin el jocoso problema de quemarse la piel, el Alfa miró interesado ésta; era pálida de por sí, pero la cicatriz que tenía horizontalmente era aún más al punto de que se veía rosa por la sangre que circulaba ahí. ¿Cómo se la hizo? Había dicho que era un niño muy inquieto así que tal vez había tenido un accidente, pero también estaba aquella noticia que Alcander le había dado. 

—Tiene sentido— pensó en voz alta.

—¿Qué cosa?

—El que seas así de pálido.

Sus cejas claras se fruncieron un segundo, sin comprender.

—Alcander me dijo que eres un lobo ártico.

—Ah— soltó el menor con entendimiento seguido de una risita e hizo brotar de su cabeza un par de orejas platinas que se menearon juguetonamente—. Descubriste mi secreto.

Viendo la seriedad en el rostro de Louis, la diversión infantil que emanaba de Beta se esfumó en cuestión de segundos.

—¿Qué más te dijo?— preguntó, sin dejar de mirarle.

—Sobre lo que pasó con el Clan donde vivían. Pero fue muy por encima.

—Mh. Ya veo. Por favor, no preguntes ni hagas mención de esto a Gill. Es muy sensible con el tema.

—Entiendo. No lo haré.

—Gracias— dijo, y le obsequió una sonrisa suave—. ¿Quieres preguntarme algo?

—Muchas cosas, pero probablemente sea algo que no debería hacer.

—No te preocupes. Te estoy diciendo que puedes preguntar. Hazlo.

Pudo notar que no había incomodidad en los ojos turquesa de Alec, e inconscientemente su atención viajó nuevamente hasta posarse en la cicatriz.

—¿Qué te sucedió?

—Bueno, es algo muy sencillo en verdad. Siempre he sido muy inquieto, sobre todo de niño. Ese día, el día que llegaron los cazadores, estaba con Gill y Luci, pero quería a mis padres, así que los comencé a buscar sin avisar. Una bala me rozó la espalda y me dejó esa herida— se encogió de hombros, acomodando su mejilla contra otra sección del suelo que estaba fría—. No fue mortal, como puedes ver, pero quedó una cicatriz.

—Debió sangrar mucho.

—Sí. Dejó mi pelaje y ropa mojada de sangre. No recuerdo cuánto tiempo fue, sinceramente, pero sangró un buen rato. Solo comenzó a doler cuando nos resguardamos lejos de donde era nuestro Clan. Gill luego estuvo muy al pendiente para que no se infectara y me tuvo que ayudar a moverme un par de días.

Louis bajó del sofá y se sentó de piernas cruzadas junto al cuerpo tendido del otro, aún manteniéndose en su campo de visión; sentía que era un tema muy importante e íntimo, y se sentía fastidiado por ver hacia abajo al peliplateado mientras hablaba, por ello optó por dejar el mueble y estar así al mismo nivel.

—No había ya nada para nosotros ahí, así que comenzamos a vagar en busca de otra manada. Fue idea de Gill, obviamente, él es el mayor de los tres y supongo que siempre se sintió responsable de Lucia y de mí. Éramos unos niños, y Gill sabía que no íbamos a sobrevivir mucho sin un Clan. Los lobos solitarios, de por sí siendo adultos, no tienen muchas probabilidades de vivir más de un año.

—Nuestro Clan no es el único, ¿por qué se acoplaron a él?

—Oh, claro. Eso lo sabemos. Pasamos por otros clanes, sí, pero ninguno nos aceptó. Gill incluso tuvo que pelear un par de veces con los Alfas principales de algunos clanes, y no ganó así que seguimos buscando hasta llegar aquí. Alcander ha sido muy amable— rió—. Estábamos algo asustados por su aura y su cara, así que fue muy grato para nosotros que nos dejara quedar. Realmente estamos muy agradecidos con él.

Al ver que Louis calló y simplemente le miró como quien mira a un niño perdido o un animalito indefenso, Alec sacudió sus claras orejas antes de bajarlas.

—Eso ya pasó— dijo con tranquilidad—. No sirve sentirse mal por esas cosas a este punto. Bueno, Gill lo sigue haciendo, pero tampoco puedo culparlo y espero que de ahora en adelante su estado mejore.

El pelinaranja respondió únicamente asintiendo con la cabeza, quedándose en silencio unos instantes y, cuando el Beta iba a agregar algo más a la conversación, finalmente habló.

—¿Ya estás bien? Sé que lo que has vivido ha sido difícil. O al menos tengo una idea de cuan difícil ha sido. Pero las cosas serán diferentes. No naciste ni creciste aquí, pero si Al te ha abierto las puertas junto a Gill y Luci, entonces ahora éste es, también, su Clan.

Una enorme sonrisa se dibujó en el rostro del peliplateado y sus orejas se hicieron ligeramente hacia atrás.

—¿Y vas a cuidarme a partir de ahora?— inquirió Alec con un deje de broma, aunque había una parte de seriedad.

—Si hace falta sí.

Lo decía en serio. Ambos lo sabían. Alec se conmovió por ello y soltó un par de risas que, sin querer, eran atolondradas. Se sentía bien, porque el Alfa no lo decía únicamente por seguir teniendo a los Betas como las niñeras de su hermano mayor, si no que genuinamente habían formado un vínculo entre ellos y se preocupaba por el bienestar del otro.

—No lo dudo— recordó—. Casi matas al Alfa que me quería montar sin mi consentimiento.

—Se lo merecía— Louis gruñó, arrugando la nariz con molestia de solo pensar en aquella fatídica ocasión y ese maldito sujeto.

—Sí. La verdad que sí. Pero no esperaba que reaccionaras así, siendo sincero.

Le vio encogerse de hombros, como si pelearse fuera poca cosa para él.

—Supongo que esto significa que al fin tenemos tu confianza, ¿eh?

—Creo que no tienes derecho a bromear con eso teniendo en cuenta que me robaste mi virginidad— una ceja anaranjada se alzó al igual que una comisura de sus labios en un gesto prepotente.

—¡No te la robe! — chilló—. Te sugerí tener sexo conmigo y tú aceptaste. Básicamente me la entregaste.

—Detalles. Pero sí, tienen mi confianza. Sobre todo Lucia que es la más sensata de los tres.

—Eso no puedo discutirlo.

Louis examinó entonces las orejas platinas, casi blancas, del menor y se atrevió, incluso, a tomar una con el dedo índice y pulgar.

—Me haces cosquillas— Alec confesó, sintiendo como el contrario tocaba aquella zona.

—Mh. Es muy grueso tu pelaje.

—Sí. De lo contrario no podría sobrevivir en la nieve, y las ventiscas que ahí habían eran muy fuertes y frías. El Sol no siempre estaba en el cielo para calentarnos. Pero es tan espeso que ahora más que ser útil es un dolor de cabeza. Me provoca aún más calor.

—¿Te rapo?

—Ugh, no. Parecería un zorro desnutrido.

Escuchó reír al Alfa. Seguro se estaba imaginando aquello.

—Si hubieran llegado antes al Clan Mizu quizás estarían más cómodos.

—Es una probabilidad. Pero entonces todo sería diferente, ¿no? No tendríamos que cuidar a Álex, así que seguramente se hubiera metido en aprietos antes de conocer a Nick. Quizás tú y yo no nos conoceríamos. Ni siquiera estaríamos teniendo esta conversación.

Las cejas anaranjadas se arrugaron de pronto en disgusto y la mano dejó de acariciar el suave pelaje para cruzarse de brazos.

—¿Por qué esa cara?— se burló el Beta—. ¿Tanto te desagrada la idea de no tenerme en tu vida? Ah, causo ese efecto en las personas. No te culpo.

Meneó la cabeza en negación, aunque con un sonrisa de lado que se dibujaba paulatinamente en el rostro bronceado. No dijo nada, porque la respuesta era obvia. Realmente pensar que, de una u otra forma, no hubiera cruzado caminos con Alec no le provocaba buenos sentimientos. Es decir, el joven pálido pudo haber fallecido en aquel terrible día o algún otro clan pudo haberlos aceptado. Y Louis jamás se hubiera enterado de su existencia, cosa que para ese punto ya no se podía imaginar.

Alec en un principio no le parecía fiable, pero conforme lo había estado tratando y conociendo, se dio cuenta que no era mala persona. Era divertido, ocurrente, ingenioso y fuerte a su manera, por supuesto. Le había comenzado a resultar intrigante. Se convirtió en una presencia continua e importante en su vida, aunque lo era de una manera que no lograba descifrar del todo. Aún se preguntaba, ¿cómo había pasado su celo con él cuando nunca lo había hecho con alguien más? ¿Por qué percibía un aroma agradable provenir de él y no de las y los Omegas cuando estaban en celo? Era aún más extraño pues los Betas no emanaban feromonas como lo hacían los Alfas u Omegas.

¿Qué era todo eso? ¿Solo era atracción física? No creía que fuera así, porque no es que solo se interesara en su cuerpo, sino que era todo él en general, desde sus ideas descabelladas hasta sus risas y miedos.

Me quiero matar 🙁 aún no termino este AU xd pero espero les esté gustando 💙

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