Clanes pt.4
Corrió y casi chilló como niño pequeño cuando vio a sus hermanos aparecer por las fronteras de lado suroeste, lanzándose a los brazos del primero a su alcance y solo separándose para abrazar al otro con una enorme sonrisa en los labios.
—¡Me alegra tanto que estén de vuelta!— aseguró, al borde del llanto por el alivio.
—Oh, vamos, veo que hiciste un buen trabajo—comentó el mayor, brindándole una sonrisa.
— Aún no veo nada quemado ni inundado, así que creo que tiene razón.
—Jace...
El aludido simplemente rió toscamente y revolvió el cabello oscuro de su hermano de manera brusca y ligeramente cariñosa.
—Oh, Carlos y Val llegaron ayer, están aún descansando en su cabaña. Teo los mandó cuando le avisé lo que sucedía.
—Que eficacia— comentó el alto, haciendo una seña hacia atrás con la cabeza—. Alcander nos mandó a Scott para ayudarnos con el problema.
Los ojos aquamarina del menor miraron entre sus hermanos hasta vislumbrar la figura entrenada del pelinegro que admiraba el sitio como un cachorro.
—¡Scott, cuánto tiempo sin verte!— exclamó Emanuel, llamando prontamente la atención del otro muchacho que no demoró en acercársele para saludarlo con un fuerte abrazo y un vistazo de los pies a la cabeza.
—¡Has crecido!— espetó el hijo de Alcander—. ¿Cuando fue la última vez que nos encontramos?
—Teníamos doce en aquel entonces. Ambos hemos cambiado mucho en estos años.
—¡Y vaya que sí! Digo, te gano por un par de centímetros, ¿quién lo diría? Tú que eras apenas más grande que mi pulgar.
—Sí... Era bastante pequeño. Pero bueno, será mejor que vayamos a la casa, deben estar cansados del viaje. Les tomó más tiempo del que esperaba.
—Tuvimos percances por culpa de Scott que se distrae con el insecto más pequeño y tonto.
El pelinegro y el de ojos aquamarina fueron los que más hablaron durante el pequeño viaje desde las fronteras hasta su casa. El par que iba un poco atrás de ellos solo pensaban en estar por fin en su maldita y hermosa cabaña, aún si todavía no podían tomar un descanso y dormir hasta el nuevo día.
Para cuándo arribaron al sitio, Emanuel le designó una habitación vacía al de ojos púrpuras que pidió un pequeño momento para instalarse y darse una ducha. Así, los tres hermanos se dispusieron a conversar un poco.
Se encontraban en el despacho que ya en ese entonces pertenecía al mayor de los tres. Jace estaba tumbado con desinterés en un sofá, cubierto de cuero, al fondo de la habitación, y Nicolás se recargaba contra el marco de la ventana, de costado y con los brazos cruzados, mientras miraba a través del vidrio.
—¿Hubo algún otro problema?— preguntó el de ojos grises, sin despegar su mirar del paisaje.
—No. Bueno, sí. Pero fueron pequeños y pude resolverlos. Algunos asuntos con los cachorros, otros con unos Alfas y una Omega, además de que unos ancianos pensaban que su cabaña estaba embrujada. Todo logré solucionarlo.
—Me alegra oír eso— afirmó Nicolás, dedicándole una sonrisa dulce al menor—. ¿Ves que no fue tan difícil?
—Lo fue un poco... Y, ¿qué tal ustedes?
—Bien— el mayor se paseó por la habitación hasta sentarse sobre la madera del escritorio, descansando sus codos sobre las rodillas—. Hablé con Alcander sobre nuestro padre. Se lo tomó bastante mal al principio.
—Parecía que quería llorar. Se veía muy jodido por la noticia— comentó Jace.
—Sí. Pero no lo hizo. El consejo estaba ahí, qué se le iba a hacer. No lo culpo. Se iban a enfadar con solo ver que su líder Alfa se rebajaba tanto como para llorar la muerte de alguien. Llorar es para Omegas, según ellos.
—Eran mejores amigos— musitó tristemente el de cabellos como la noche—. No veo el problema con que Alcander se lamentara por la partida de papá.
—Pues no... De cualquier manera. Ante los ojos de él y el consejo, ya soy el jefe del Clan Mizu. Además, Alcander dijo que si necesitábamos algo se lo hiciéramos saber de inmediato. Qué tenemos todo su apoyo. Y ya renovamos la tratados con el resto de los jefes, así que eso lo tenemos cubierto.
—Deberiamos hacer algo para agradecerle. Incluso nos mandó a Scott para ayudar con el problema de los cultivos y demás.
—Que Nick le dé nietos y ya— carcajeó Jace en cuanto vio la cara enrojecida del aludido, no solo por la rabia de que fuera él quien lo dijera, si no por lo apenado que se sentía al respecto—. ¿No?
—¿Eh? ¿Por qué?
—Porque marcó a Alex.
—¡¿Qué?!
—¡Jace!
—¡¿Alex no es un Alfa?!
—No, es...
—¡Es mi Omega! Es decir...— el mayor se sobó las sienes con frustración, rojo a más no poder y gruñendole con enojo al perforado por adelantarse con la noticia—. Todos creían que era un Alfa, pero en realidad es un Omega. Lo acaban de descubrir hace poco, con su primer celo. El consejo no quería darle el mandato y solo aceptarían si Alex conseguía un Alfa.
—¿Por eso lo hiciste?
—Por supuesto que no— el semblante de ambos se suavizó paulatinamente—. Solo nos estábamos conociendo. Alex ni siquiera deseaba tener una pareja. Pero... Nos enamoramos, nos dimos cuenta que somos destinados y lo marqué.
—Oh... — musitó Emanuel, primero con entendimiento y luego con ternura, mirando con cariño a su hermano—. Fue más que un impulso o capricho.
—Lo fue... Así que ahora estamos juntos. Somos pareja, por eso el idiota de Jace dice que debería darle nietos a Alcander, cosa que no haré... Aún...
—Ibamos a tocar este tema de todas formas— dijo el hermano de en medio, meneando la mano y restando importancia al asunto.
—Sí. Supongo que sí. Bueno, lo de los cachorros no. No es tiempo. Pero lo de mi relación sí. Solo quería decirte, Ema, que durante los celos de Alex tendré que irme para ayudarlo. Mientras, tú y Jace se quedarán a cargo.
—¡¿Otra vez?!
— No serán muchos días y no estarás solo, Jace es un maldito, pero te ayudará, sabes que sí.
—¿Estás... Seguro?
—Claro que sí. Confío en ustedes.
Emanuel bajó la mirada a sus zapatos, claramente acongojado y temeroso de la decisión de su hermano mayor. Le gustaba que depositara su confianza en él, pero al mismo tiempo le provocaba un pavor inigualable, totalmente indescriptible, sintiéndose incapaz y pensando de inmediato en su irremediable fallo.
La puerta fue tocada suavemente y el muchacho más joven salió de su mundo de pensamientos e ideas para mirar la madera con cierta sorpresa antes de abrirla. Valentina y Carlos ingresaron al despacho, saludando primero al jefe del Clan con familiaridad, para luego hacer lo mismo con el resto de los hermanos. La única fémina del grupo permaneció plantada junto a Emanuel, brindando una sonrisa a éste que fue correspondida sin dudar puesto que ambos se llevaban de maravilla. El castaño, por otro lado, se sentó sobre el brazo del sofá en el que Jace se hallaba descansando, cruzado de brazos y pateando suavemente el pie del otro que colgaba por encima de su pierna adversa. Poco después llegó Scott, con el cabello húmedo y ropa nueva y limpia, siendo claro que acababa de salir del baño. El de pelo negro a penas vio a la muchacha saludó con un movimiento de su mano y una sonrisa enorme, ganándose una mirada y un asentimiento de ésta.
Una vez todos juntos, comenzaron a discutir sobre los asuntos importantes que los habían traído hasta ahí.
...
Se giró a mirarlo luego de haber recogido todo de la mesa de la cocina. El Omega de cabello rojo estaba sentado en uno de los sofás más cercanos a la ventana que daba al exterior. Sus ojos abismales observaban a la gente ir y venir fuera de su cabaña, haciendo sus respectivas tareas, mientras su mejilla descansaba sobre la palma de su mano diestra y permanecía en completo silencio. Ante la seriedad y la calma que emanaba de Alex, la muchacha rubia sonrió enternecida a sabiendas de qué era lo que le ocurría a éste. Se acercó hasta donde él estaba y se sentó frente suyo usando un banco cercano, sin conseguir que el mayor le mirara o siquiera reaccionará a su presencia.
—Estoy bien— musitó el muchacho con voz bajita y desganada.
—Eso no es cierto— aseguró Lucia de manera maternal, ocasionando que el contrario arrugara la nariz y el entrecejo con disgusto—. Vamos. Es normal.
—No me importa que sea normal. No me agrada. Había escuchado del síndrome de lejanía que un Omega sufre luego de ser marcado y dejado por su Alfa, pero vivirlo en carne propia es muy distinto. Y eso que Nick no me ha abandonado.
—Sí, solo se ha regresado a su Clan. Tenía que hacerlo.
—Lo sé. Lo entiendo, pero mi cuerpo parece no hacerlo—suspiró lánguidamente a la par que se pasaba la mano por la nuca, sintiendo la marca que ya era solo costra y cuya hinchazón comenzaba a bajar. Alex miró a la Beta frente suyo que le veía con inmensa ternura y diversión—. Lo odio. Odio que no hubiésemos podido esperar ni siquiera dos semanas a que se fuera, así yo no estaría en este estado.
—¿Es para evitarte el síndrome o lo estás diciendo por éste mismo?
—No lo sé— gruñó, subiendo los pies al sofá y dejando entonces su mentón sobre sus rodillas —. Me da dolor de cabeza todo esto. Extraño a Nick, quiero que esté aquí. Me resulta incluso físicamente doloroso que se haya ido y si por mí fuera estaría llorando a cada rato. A penas puedo trabajar. Y es tan ridículo.
—Te sentirás mejor en unas semanas.
—En unos meses— corrigió, viendo como ella le tomó una mano para brindarle aunque sea un poquito de consuelo—. Los Omegas que sufren de esto les toma meses salir.
—Pero saldrás.
El sonido del teléfono celular hizo que Alex se enderezara de golpe en su sitio y que Lucia se girará a mirar el objeto con atención. Con pies torpes y movimientos veloces, el pelirrojo fue hasta la mesa de la cocina donde el aparato descansaba para tomarlo y llevárselo a la oreja al momento de contestar. La Beta observó cómo el semblante del mayor se volvía suave y alegre, y ella supuso que la persona al otro lado debía ser nada más que el Alfa de ojos grises. Sonriendo, Lucia se levantó de su asiento con intensión de marcharse para dejar en privacidad al pelirrojo, justo en el momento en que Gill bajaba las escaleras y se detenía en el último peldaño, viendo al Omega más alegre de lo usual en los últimos días.
—¿Es Nick? — preguntó en voz susurrante el mayor.
—Sí. ¿Necesitas algo?
—Venía a ver si estaban bien, pero creo que será mejor que nos vayamos, ¿no?— el rubio sonrió al girarse a mirar a la muchacha—. Dejemos a los tortolitos.
Luego de asentir, siguió al mayor escaleras arriba sin hacer mucho ruido para no perturbar al pelirrojo.
—Hablar con él parece hacerlo sentir mejor—comentó Gill, sentándose en lo peldaños superiores de la escalera por si Alex los necesitaba de un momento a otro; la rubia le imitó, asintiendo con la cabeza—. La unión de un Omega y un Alfa debe ser muy fuerte. A veces me da envidia.
—Creo que cualquier unión de dos personas es fuerte e importante si ambos quieren.
—Mh. Tienes razón. Querer estar con alguien el resto de tu vida y que esa persona se sienta igual es algo indescriptible. Algún día encontraremos eso, ¿no?
—Eso espero.
El rubio le sonrió para luego descansar su cabeza sobre el hombro de ella, sintiendo como pronto le comenzaba a pasar la mano por el cabello lacio y largo.
—¿Te gustaría conseguirte un Alfa?— le preguntó el muchacho.
—Prefiero a los Betas. ¿Tú?
—Tambien. El que quiere un Alfa es Alec.
—Mh... ¿Ya te diste cuenta de que le trae ganas a Louis?
—Se nota a kilómetros— ambos rieron—. Solo que no sé qué piensa él. Espero que no termine con el corazón roto. Si es así me importará un comino que sea un Alfa y le romperé el cuello.
—No te metas en problemas, Gill.
—Pero...
—Por favor.
—Bueno— lanzó un suspiro, cerrando los ojos y acercándose más a la contraria—. Solo porque tú me lo pides.
...
Ese día había llegado a casa hecho un asco. Estaba sucio por lo que parecía ser tierra, la cual también oscurecía lo plateado de su cabello, y tenía la ropa movida en todos lados. En su cuerpo se veían algunas marcas de rasguños, golpes y una que otra mordedura. Sus ojos destellaban con enojo por una razón desconocida para el resto que solo se preocuparon por sus heridas. Los dos rubios se levantaron prontamente de sus asientos alrededor de la mesa donde se hallaban comiendo con el resto para acercarse al menor de ellos y auxiliarlo.
—¿Qué te ha pasado?—indagó con un volumen de voz alto la Beta.
—Una puto Alfa entró en celo cerca del campo de entrenamiento y me trató de coger— explicó Alec con un tono que denotaba inmensa seriedad y rabia—. "A falta de un Omega, los Betas van bien"
—Entonces...
—No pasó nada. Peleamos, lo golpeé y lo dejé llorando en el suelo. Luego vine para acá. ¿Podemos hablar de esto después? Quiero ir a darme un baño y sanar mis heridas.
—Sí, sí. Está bien.
—¿Te ayudo en algo?— habló Gill.
—Por ahora no. Gracias— sonriendo, buscó calmar a sus hermanos que le veían llenos de horror y angustia—. Bajaré después a comer.
Dicho esto, Alec se dirigió escaleras arriba, hacia el cuarto de baño. El resto se quedó en silencio en la cocina durante lo que se sintieron como horas. Alcander no dijo nada, porque aquellas situaciones, en parte, ya no le concernía arreglarlas. Fue el Omega quién le habló al par de rubios, pidiéndoles que cuando fuera posible le preguntarán al menor de los Betas quién había sido el Alfa asqueroso que se había sobrepasado con él para darle un castigo. Tanto Gill como Lucía aceptaron, concentrándose por el momento en sus alimentos aún si el apetito se había ido de repente.
El peliplateado, por otro lado, se sumergió en la bañera hasta el cuello, sintiendo el agua fría que de cierta forma lograba relajarle los músculos. Se quitó la sangre seca y las manchas de mugre de su marfilada piel, y se talló el cabello para dejarlo brillante y limpio como siempre. Se había quedado en el agua unos buenos minutos al punto de que casi se convertían en horas. Luego de salir del baño se dirigió a su habitación donde se secó lo mejor que pudo y se vistió con ropas cómodas. Se vio en la necesidad de salir del cuarto en busca del botiquín de primeros auxilios que se encontraba en la planta baja, pero justo en el pasillo se topó con Louis que, sin decir nada, le miró de pies a cabeza con aire taciturno.
—He venido yo a curarte— dijo el pelinaranja mientras mostraba la caja de madera que llevaba en manos—. Tus hermanos están ayudando a Alex con unas cosas.
—Puedo hacerlo yo solo, gracias.
—Claro, pero no me importa. Regresa a tu cuarto, te voy a ayudar.
—Louis, no estoy de humor.
—Y yo tampoco.
La mano del mayor trató de tomar la muñeca del contrario para así llevárselo de vuelta a la pieza donde lo sentaría y le echaría una mano con el tratamiento de sus rasguños y demás, pero éste rápidamente se apartó como si tuviera una enfermedad contagiosa o si su tacto fuera ácido. Louis miró extrañado a Alec que había dado un paso atrás por puro reflejo. Una de sus manos cubría su pálido rostro mientras trataba de calmarse de nuevo; estaba temblando muy poquito y apenas si el Alfa se había dado cuenta de ese importante detalle.
—Alec, solo quiero ayudarte.
—Yo sé. Pero no es el momento. Dame el botiquín, me las arreglaré solo.
El semblante del mayor se relajó y cambió de una mueca de confusión a una de tristeza y compasión. Dio un paso hacia el pálido y éste, de inmediato, agachó más la cabeza y se encogió en su sitio con claro miedo. Louis no quería verle así, sumiso por el terror.
Lentamente, extendió la mano frente al peliplateado al mismo tiempo que soltaba algunas feromonas suaves para relajarlo aún si era muy probable que no surtieran efecto en un Beta. Los ojos claros del menor se fijaron en la palma del contrario, notando un anillo oscuro en el dedo pulgar, y sus fosas nasales se deleitaron con el suave aroma que de pronto había aparecido. Sabía que Louis no era igual a aquellos Alfas que se aprovechaban ni que era aquel que le había querido violar, su cuerpo únicamente estaba a la defensiva por el momento y seguro que al día siguiente estaría mejor.
—De verdad no te voy a hacer daño— musitó con suavidad el Alfa—. Solo quiero ayudarte.
Cruzaron miradas. Alec notó lo sincero que lucía el de ojos amarillos, así que, en contra de todo, decidió seguirle la corriente esperando no arrepentirse en un futuro cercano.
—Está bien.
Siguió al mayor de vuelta al cuarto en donde se sentaron al borde de la cama a una distancia prudente. El Beta no se consideraba un cachorro asustadizo, pero cualquiera se espantaría ante la amenaza de un Alfa hambriento de sexo a punto de violarle. Él, claramente, no se iba a dejar mangonear así como así por cualquiera, iba a pelear con todo y el miedo haciéndole vibrar cada célula.
Louis estaba consciente de eso, lo estaba viendo justo en ese momento. Cómo Alec seguía con los hombros tensos y las uñas alargadas por si la situación requería que se defendiera; estaba alerta incluso con él y eso le hizo sentirse mal al respecto. Si asi era con los Betas, no se imaginaba lo que sufrían los Omegas.
Con mucha cautela, el pelinaranja le tomó del brazo derecho donde se veía un zarpazo del que brotaban gotitas pequeñas de sangre. Con algo de agua oxigenada y algodoncillo, limpió la zona solo escuchando un resoplido ser proferido por el menor al sentir el escozor. Él era un poco bruto, pero las curaciones las hizo con una lentitud y cuidado impresionantes que hasta Alec sentía que era de cristal, relajandolo de a poco pero no lo suficiente.
Le vendó las heridas de los brazos y una que tenía en el cuello. También untó un ungüento en los hematomas para bajar la hinchazón y relajar la zona. Ya solo debía tratar un rasguño que el Beta tenía en el pómulo izquierdo, así que le tomó la cara con precaución y la giró en su dirección para tener mejor acceso. Con una nueva motita de algodón y agua desinfectó la herida de una manera parsimoniosa, fijándose como Alec evitaba mirarlo a toda costa e incluso cerrando los párpados cuando sentía que le tocaba el rostro a pesar de que solo era el algodoncillo.
De pronto Louis se puso furioso, pero no con el peliplateado, sino con el Alfa que había osado atacarlo y asustarlo tanto como para volverlo así de inquieto y temeroso cuando Alec era un saco lleno de ideas divertidas y positivismo.
Conteniendo su ira, el pelinaranja colocó, finalmente, una curita sobre la cortada y, posteriormente, tomó todo lo que ya no servía para desecharlo en el cubo de basura y guardar el resto en la caja de madera donde antes estaban.
—Lo siento.
Louis cerró el botiquín de golpe y miró al menor como si no diera crédito a lo que había escuchado.
—Sé que no me harás nada, pero aún así te trato como si fueses el malo. Lo siento.
—No tienes porqué pedirme disculpas, Alec, esto no es tú culpa y yo entiendo tu reacción.
El menor asintió de manera apenas notoria. Guardaron silencio unos instantes en los que Louis se dedicó a ver cómo el menor jugaba nerviosamente con el borde de una venda.
—¿Quieres... Hablar de lo que pasó? Yo probablemente no sepa qué decirte, pero te puedo escuchar.
—Ahm... — frunció las cejas y los labios, de repente sintiéndose como un cachorro pequeño e indefenso como hacía mucho que no sucedía. Era como si todo el terror acumulado de años estuviera desbordandolo y golpeándolo con fuerza. Sin darse cuenta ya estaba limpiando un par de lágrimas que escaparon de sus ojos—. Fue... Tenía miedo... No es la primera vez que pasa, pero uno nunca se acostumbra al miedo que se siente...
Louis, apostando todo, se acercó aún más y abrazó con fuerza al Beta que pronto se resguardó en su pecho y se aferró con fuerza a su ropa, llorando sin hacer mucho escándalo. El Alfa le rodeaba con su brazos, buscando cubrirle por completo con ellos para protegerlo y hacerle sentir aunque sea un poquito de calma; estaba realmente molesto con el bastardo que había hecho llorar a Alec. Sentía las lágrimas que caían y mojaban su ropa, y como el menor se aferraba a su persona como si su vida dependiera de ello, y él por el momento no podía hacer nada más que dejarlo desahogarse mientras le hacía saber que no estaba solo, porque así era.
—Ya no volverá a pasar— aseveró, sin ser consciente si el menor le oía entre sus sollozos—. Será la última vez.
Se quedaron así un rato hasta que Alec dejó de llorar y fue capaz de despegarse del Alfa, enderezandose en su sitio y limpiándose las lágrimas con el dorso de las manos. El Beta fue capaz de explicarle al mayor quién había sido su atacante entre comentarios de voz bajitos y pausas largas.
—Le contaré a Alex— dijo el de ojos amarillos, sonriendo—. Descansa un rato. Le diré a Gill y a Luci que vengan a verte, ¿bien?
—Gracias.
—No es nada.
Tomó el botiquín, se levantó de la cama y se marchó.
...
El pelirrojo se sobaba las sienes cansadamente mientras pensaba qué castigo podría darle al Alfa que su hermano y Caleb buscaban por haber atacado a Alec. Esas cosas no eran correctas y no se debían permitir. Los Alfas de su clan debían entender de una forma u otra que no eran seres omnipotentes y que los Omegas y Betas no existían para servirles, mucho menos para saciar sus deseos sexuales asquerosos. Qué fueran Alfas no les daba ningún derecho a querer violar a nadie. Todos tenían el mismo valor y los mismos derecho. Aquello no podía dejarse impune.
¿Y si lo castraba? ¿No era muy radical? ¿Podría servir para al menos asustar a los demás?
Escuchó pasos presurosos que se acercaron al despacho y, poco después, Lucía apareció en la puerta con una cara de pánico total. A penas la chica abrió la boca y explicó en una oración corta lo que sucedía, Alex se puso en pie y salió corriendo de la cabaña. Cuando llegó a su destino vio a Louis peleando con otro sujeto que se notaba era un Alfa. Caleb, quién también estaba ahí, sujetaba como podía al pelinaranja para que no cometiera una estupidez, sin embargo, éste se había logrado zafar y en un instante se había transformado en su forma de lobo. El Alfa con quién discutía hizo lo mismo y ambos se colocaron en posición defensiva, listos para saltarle al otro y despedazarlo.
—Ve por Gill y Alec— le dijo el pelirrojo a la muchacha que no dudó ni un segundo en correr en dirección contraria.
Justo cuando el Alfa, de pelaje oscuro como como la tierra, se lanzó contra su hermano Alex apareció, cambiado en un segundo, y fue él quien empezó a luchar con el otro. Siendo un Omega era mucho más pequeño en tamaño, pero su fuerza y métodos de combate eran mejores que los de su adversario con creces. Louis ni siquiera sabía por dónde meterse, viendo a los dos lobos peleándose, estamapandose contra el suelo, gruñendo, mordiendo y demás. Para cuándo llegaron los Betas con un par de Alfas más y Alcander, Alex ya tenía acorralado al otro contra el piso, rugiendo con todos los colmillos mostrándose, el pelaje crispado y los ojos refulgiendo en enojo y decisión. A penas se quitó de encima y Alfa tomó su forma humana, el resto de los guardias lo apresaron con algo de fuerza bruta y unas esposas que sujetaban sus muñecas detrás de su espalda.
Tanto él como Louis volvieron a su forma de humanos. Mientras el pelirrojo recogía su ropa y la de su hermano, limpiándose un poco la sangre y baba que tenía, su hermano miraba furioso al otro Alfa de cabello café y ojos ambarinos.
—¿Es él?— preguntó Alex que le dirigió una rápida mirada a Alec antes de pasarle sus prendas a Louis.
Los ojos turquesa del menor dejaron de ver al Omega y se clavaron en el sujeto que el resto de Alfas aún custodiaban. El pelirrojo, ya vestido, miró al peliplateado que asintió a la par que se sobaba un brazo como si tuviera algo de vergüenza.
Fue entonces que Alex ordenó a los Alfas que confinaran al culpable y que lo mantuvieran vigilado hasta que decidiera su condena. Al menos ya lo tenían y eso aliviaba un poco a Louis, aunque no calmaba del todo su rabia porque de verdad quería que pagara por lo que había hecho. Se lo merecía.
...
Carlos hablaba con uno de los encargados de los cultivos, aunque en realidad él solo escuchaba lo que la mujer Beta le explicaba sobre la situación, de vez en cuando señalando aquí y allá en los sembradíos. Poco después llegó Jace, mirando a la hembra por encima del castaño que ni se inmutó al sentir su presencia a sus espaldas. Luego de un rato, Carlos le dijo que vería como resolver el problema y dejó que la Beta se marchara pues por el momento no tenía caso que siguiera trabajando en los cultivos que estaban enfermos de algo que aún desconocían.
—¿Ya sabes qué es?— preguntó el de cabellos azules y vino, sin ser observado por el menor que tenía la mano en la barbilla.
—Creo, aún quiero darle un vistazo a las plantas.
Siguió los senderos que había entre las filas de plantas que usaban para alimentar al Clan y miró con atención. Se quedó observando con fijeza uno de los vegetales que tenía las hojas de color amarillo y unas cuantas que se habían vuelto marrones, siendo claro que ya estaban marchitas, algo que solía ser normal, pero el color y la sequedad se extendía desde las hojas, pasando por las ramas y llegando a manchar el tallo.
—Sostenme esto— pidió el castaño mientras le extendía un cuaderno de notas al mayor que acató la orden.
Carlos se arremangó la camisa de lino para mejor movilidad, posteriormente sujetó el tallo de la planta en la zona cerca del suelo desde donde jaló con fuerza y logró sacar por completo el objeto de la tierra. La inspeccionó por todos lados con seriedad, notando que las raíces tenían un color desagradable y parecían caerse a pedazos.
—Lleva esto con Val— dijo, entregando la planta a Jace —. Dile que es podredumbre de raíz. Voy a ver si hay algo más, así que me quedaré.
—Bien. Ema está por aquí, así que si necesitas algo háblale.
Carlos asintió nada más, viendo que su mejor amigo daba la media vuelta y se marchaba. Él hizo lo mismo, solo que en dirección contraria, y continuó examinando los cultivos que crecían en el lugar.
El lugar era un poco más ruidoso que su propio Clan, pero nada que le resultara espantoso e insoportable. Entre el silencio casi completo logró escuchar pasos y ramas crujiendo bajo el peso de alguien, poco después apareció Emanuel riendo de manera infantil mientras jugaba con un par de niños que no debían rebasar los siete años.
—¿Y ese quién es?— preguntó el jovencito de cabello negro, señalando con su dedito al castaño cuando lo notó.
—Oh, es un amigo de otro Clan, saluden— les pidió el de cabello índigo, y los dos pequeños, el niño y la niña de cabello chocolate, hicieron una pequeña reverencia y profirieron un "hola" bajito—. Se llaman Steven y July.
—Hey, yo soy Carlos.
—¿Qué estabas haciendo?— indagó la chiquilla.
—Veía las plantas para saber qué les pasa.
—Mamá dice que están malitas, ¿las vas a ayudar?
—Sí. Eso espero.
—¿Cómo sabes qué tienen? — dijo Steven.
—Uhm...Vengan.
Los tres se le acercaron, llenos de curiosidad. Carlos y Emanuel se acuclillaron para estar a la misma altura que los pequeños que veían interesados las plantas.
—Aquí— señaló una hoja el castaño, marrón como la tierra—. ¿Ven el color?
Tanto los menores como el chico de cabello índigo asintieron y eso le pareció un poco tierno al contrario.
—Se ve feo— aseguró la niña y el otro infante asintió de nuevo—. Cómo cuando se pudricionan las frutas.
—Se pudren— le corrigió Emanuel, con una suave risita—. Las frutas se pudren.
—Eso.
—¿Y qué es?— Steven se recargó un poquito en la pierna del castaño.
—Es lo que ha dicho July. Hay... Uhm... Bichos que lastiman a las plantas. El que éstas tienen hace que se pudran sus raíces y se ve por las manchas de este color que tienen en las hojas y el tallo.
—¿Saben cuál es el tallo? —preguntó Emanuel y los dos pequeños señalaron el largo cuerpo del objeto—. ¿Y las raíces?
—Están escondidas.
—Sí. Miren— Carlos hizo una pausa en lo que tomaba la planta con ambas manos desde abajo y la sacaba de la tierra para enseñar las raíces secas, malolientes y despedazadas de ésta cubiertas de tierra e insectos—. Están podridas.
—¿Las puedes curar?
—Sí. Haremos un fungicida.
—¿Eh?— los menores hicieron muecas de duda e inclinaron la cabeza; a Carlos se le dificultaba hablar con frases y términos simples para los niños.
—Una poción mágica— le salvó Emanuel que movía sus manos como si verdaderamente hablara de una —. Usará una poción para que las plantas la beban y se sanen.
—Ah...
Los ojos aquamarina miraron entonces el cielo, fijándose rápido en la posición del Sol para luego erguirse cuan largo era.
—Es hora de que vayan a la escuela—dijo, dirigiéndose a los pequeños—. Tenemos que volver.
—¿Me cargas?— le pedía la pequeña, estirando los brazos hacia él con ojos suplicantes—. Ya me cansé.
—Está bien.
Alzó a la menor, sentandola en uno de sus brazos mientras la mano contraria se posicionaba en la espalda de ésta para evitar que se pudiera caer.
—¿Y si no vamos?— preguntó el niño, sujetándose del pantalón de Emanuel.
—¿Ah, sí?
—Sí.
—¿Qué harás en su lugar?
—Uhm... ¿Ayudar con la poción mágica?
Los dos mayores miraron al chiquillo que se mecía con las manos detrás de la espalda, luego se observaron entre ellos como si lo estuviesen discutiendo sin tener que hablar.
—El... La poción usa ingredientes muy poderosos para un niño— explicaba el castaño, logrando que Steven frunciera los labios con molestia—. Podrías lastimarte.
—Soy fuerte...
—Quizás. Pero te diré algo— los ojitos del menor se clavaron el Carlos que seguía acuclillado y con la planta aún en mano—. Si vas a la escuela y estudias, podrás hacer tus propias pociones.
—¡¿De verdad?!
—Sí. Todas la que se te ocurran. Solo que tienes que ir.
—Mh... Está bien.
—Bien. Ahora ve con Ema o se les hará tarde.
El menor asintió, volviéndose a aferrar al pantalón del peliazul que les pidió a ambos que se despidieran del castaño. Luego de menear la mano para desearles buena suerte vio a Emanuel retirarse con el par por dónde había aparecido.
...
—Se te da bien tratar con los niños.
Oyendo de la nada la voz de Carlos, el peliazul entró en un estado de torpeza absoluto y tiró la caja repleta de cosas que llevaba a la cabaña sobre el suelo, esparciendo su contenido, y hasta trastabilló con sus propios pies. Se llevó una mano a la frente antes de soltar una risita tonta y nerviosa a la par que se ponía de rodillas para recoger todo.
—No quería asustarte, lo siento— volvió a decir el castaño, poniéndose a su nivel para así ayudarle.
—No, no. Es mi culpa— aseguró Emanuel, restándole importancia con una sonrisa y un ademán—. Siempre estoy en las nubes. Soy muy distraído.
Entre los dos recogieron todo, colocando cada cosa tirada de nuevo dentro de la caja, siendo así que ambos se pusieron de pie y retomaron la marcha después; Carlos era entonces quién llevaba la caja en brazos aún en contra de la voluntad del otro.
—Perdón— habló el muchacho de ojos aquamarina—. ¿Qué decías?
—No te preocupes. Solo comenté que eres bueno con los cachorros.
—¿Tú crees?— el castaño asintió con seguridad, haciendo que el contrario se pusiera rojito de vergüenza.
—Sí. O quizás es porque yo no sé hablar con ellos.
—Exageras— se rió suavemente el más bajo antes de poner mirada soñadora—. Los cachorros son divertidos y dulces. Me gusta tratar con ellos y tengo mucha paciencia.
—Jace es tu hermano— ambos rieron un poco más—. No me sorprende que hayas desarrollado una alta tolerancia.
—No es tan mala persona. Es cariñoso cuando se lo propone. Y, ¿tú? ¿Te gustan los cachorros?
Carlos hizo una mueca de meditarlo un segundo. No es que no le gustaran, pero si de por sí le costaba hablar con gente de su edad, dialogar con niños entonces era una cosa aún más difícil y compleja para él que la química nuclear. ¿Qué era correcto decir frente a los infantes? ¿Cómo debía aproximarse a ellos? Es que no entendía. Incluso había ocasiones en que únicamente había mirado a un chiquillo de quizás cinco años y éste se había echado a llorar sin razón aparente. ¿Había hecho mal? ¿Tenía algo en su cara? ¿Qué le pasaba a esa criatura que no cerraba la maldita boca? Si algo le hacía sentir inconforme debía decirlo aún entre sollozos, porque si no lo hacía nadie le iba a entender y no sabrían si algo verdaderamente dañino le sucedía. Pero no, los niños eran seres más complejos que eso.
—No es que no me importe tu pregunta— se apresuró a decir en cuánto se percató que había guardado silencio más tiempo del necesario—. Es que no sé qué responder.
—Está bien, Carlos. Puedo ver eso. Tómate tu tiempo.
—Gracias...— musitó, viendo la sonrisa que el otro le obsequiaba, y volvió a pensar en su contestación—. No sé relacionarme, como puedes ver.
—Uhmm. Entiendo. No es que no te gusten, ¿cierto?
—No. Pero tampoco son mi prioridad, al menos no en mi plan de vida.
—Y eso está bien.
El castaño se encogió de hombros de una manera curiosa que en otra ocasión a Emanuel le hubiera causado gracia, pero había algo en aquel gesto que le inquietaba.
—¿No?
Carlos iba a responder, aunque no estaba seguro del cómo, pero se vio interrumpido cuando su hermana apareció para decirle que necesitaba que fuera con ella. Luego de disculparse con el peliazul, ambos se retiraron para continuar con los deberes que tenían en ese Clan.
Emanuel se quedó pensativo en lo que se dirigía a su destino. Sí, a él le gustaban las crías. Hasta se imaginaba a sí mismo con un par de ellas cuando consiguiese una pareja. Le agradaba cuidar de los cachorros del Clan y era tan atento con ellos que la mayoría confiaba en él para que los cuidara. Los niños también se divertían a su alrededor, pululando felices como si fuera su pequeño ejército. El peliazul quedaba fascinado con los infantes, con sus caritas angelicales, sus bracitos, sus manitas y su inocencia que le hacía pensar que aún había esperanza para el futuro. El solo quería cuidarlos, protegerlos, hacerlos felices. Vaya, que tenía un sentido de la paternidad muy, muy grande y un corazoncito de oro.
Aunque en su Clan ya no estaban tan arraigados a los estereotipos de los diferentes sexos, quedaban personas que pensaban igual que hacía décadas atrás. Era por eso que a él lo veían como un Omega cuando no lo era.
...
Estaba en celo.
Cuando despertó la casa estaba sola porque Alex había salido a arreglar algunas cosas con la escuela y se había llevado a Lucia con él. Alcander se había desaparecido, pero nadie se lo cuestionó; seguro regresaba para la hora de comer. Gill tenía que estar encargándose de los cachorros, ayudando a Caleb a falta de Scott.
Él, por otro lado, estaba en su cuarto, sentado en su cama mientras miraba el infinito y se repasaba mentalmente. ¿Como se sentía? ¿Podía salir así como estaba? Sentía calor, pero muy poquito. Además, estaba muy ansioso e inquieto, tenía un cosquilleo en las piernas e incomodidad, pero nada que no pudiera soportorar. Sí, podía ir a cumplir sus deberes sin problema, al fin y al cabo no era la primera vez que seguía con su labores como si nada le ocurriese.
Se levantó, limpiándose la frente con el dorso de la mano porque el sudor que ahí le brotaba era un poco molesto. Cambió su ropa de cama por algo mejor para salir de casa; se sacó el pantalón y la camisa, dejando ésta sobre la desordenada cama. Luego, cuando estaba deslizándose la nueva camisa por el torso escuchó la puerta de su habitación abrirse, girándose de inmediato para mirar al peliplateado que le observaba desde el marco. El menor frunció las cejas y olfateó el aire con insistencia a la par que se acercaba al pelinaranja que, inquietandose aún más, se bajó la camisa hasta la cadera.
—¿Adonde vas?— preguntó el menor de pronto.
—A hacer mis deberes.
—¿En celo?
Louis solo asintió, viendo la molestia teñir el rostro de Alec que no dudó mucho en acercarse con aires autoritarios. De pronto el corazón al mayor le había dado un vuelco.
—No— sentenció el peliplateado—. Tú no vas a ningún lado. Métete a la cama. ¿Quieres un supresor? Te lo puedo traer.
—Alec...— dijo el Alfa, desviando la mirada hacia otro sitio y cubriéndose la nariz con el cuello de la camisa, tratando de tapar el aroma del menor con sus propias feromonas; no sabía por qué le estaban afectando tanto—. Estoy bien.
—Claro que no— volvió a olfatear, notando que el otro despedía más hormonas, cosa que le resultó realmente extraña hasta que creyó que el celo simplemente se estaba haciendo más notorio—. Hablo en serio, quédate. Yo puedo encargarme.
—No voy a atacar a nadie.
—Me preocupa más que seas tú el atacado— bromeó Alec, cruzándose de brazos—. Sé que puedes controlar tu celo, pero eso no implica que no afecte a los demás, ¿sabes? ¿Qué harás si induces el celo de algún Omega?
Louis gruñó, subiéndose aún más la camisa que ya le tapaba todo el rostro exceptuando los ojos y, por consecuente, dejando al descubierto hasta su ombligo.
—¿Y cómo me voy a calmar? — inquirió mirando un segundo a los orbes turquesa del menor antes de fijarse en sus pies—. Tengo que estar ocupado en algo para no pensar en mí celo.
—Te tomas un supresor.
—No me gustan.
—Que quisquilloso me saliste. ¿Por qué no le gustan al señorito?
—Me provocan dolor de estómago y vómito.
—Oh, ¿en serio?— al ver que el pelinaranja asentía suavemente con la cabeza, cambiando el peso de una pierna a la otra, claramente incómodo, él se llevó una mano a la barbilla; Madre Gea, las hormonas del mayor estaban enloquecidas y hasta a un Beta como él le estaban afectando—. Ya veo. Entonces, ¿quieres que busque a alguien? Seguro que hay muchas personas que querrían estar contigo.
—No quiero a cualquiera.
—Y... ¿Si tienes sexo conmigo?— volvió a bromear Alec, riendo un poquito hasta que vio que la mirada amarilla adquiría un brillo diferente.
Tragó algo fuerte, rascándose la punta de la nariz con nervios mientras Louis sacudía la cabeza como para aclarar sus pensamientos. ¿Realmente estaba considerando como buena idea lo que el otro le proponía? Cuando estaba por disculparse y decirle al menor que se retirara, asegurando que no iría a ningún lado y que estaría bien, éste profirió:
—¿Sí o no?
Louis se quedó pasmado un largo segundo, sintiendo como el calor se hacía cada vez más insoportable y el cosquilleo empeoraba. ¿Era de verdad? ¿Podía? Hacia unos días que Alec había sido atacado por un Alfa idiota y apenas si el miedo estaba amainando lo suficiente como para ya no ponerse tenso con otro Alfa, como Alcander o él, así que no sabía si sería aceptable tocarlo con esas intensiones. ¿Y si el estado del peliplateado empeoraba? No quería hacerle pasar un mal rato.
Aún no entendía cómo es que consideraba tener sexo con Alec cuando no había sentido interés ni siquiera hacia el Omega más atractivo del Clan, y eso que éste sí se le había insinuado hasta cuando estaba en celo.
—¿Hablas en serio? — susurró el muchacho de ojos amarillos—. ¿Estás bien como...?
—¿Es por lo de hace unos días? Ya estoy bien, no te preocupes.
Sintió como los ojos brillantes del mayor le inspeccionaban meticulosamente de abajo a arriba; apreciaba su piel como porcelana, sus ojos turquesas brillantes, como se veían sus clavículas por el cuello en "v" de la camisa, el exquisito aroma que emanaba de éste, etc.
Mierda, pensó Alec, el pelinaranja de verdad lo estaba meditando. ¿Eso estaba pasando? No, no. Louis no tenía estándares tan bajos como para estar con él. Seguro que en cualquier momento lo rechazaba y lo sacaba de su cuarto, ya después se reirían de aquello como si fuera una broma y nada más.
—Bueno— aceptó de repente Louis, logrando que el peliplateado casi se ahogara con su propia baba—. Tú me lo has propuesto.
—Sí, pero no pensé que aceptarías— dijo, sintiendo como las mejillas se le encendían como luces de navidad y el aliento se le empezaba a cortar. ¿Acaso las feromonas del mayor estaban aumentando? —. Me sorprendí.
—¿Será que te estás echando para atrás?— Alec notó que el adverso se acercaba unos pasos más hacia él, bajando la camisa de lino de su rostro y mirandole con intensidad.
—Yo nunca me retracto.
—Ah, entonces no hay problema— susurro, aproximando amenazantemente su rostro al del pálido y con sus orbes amarillos clavados en los labios rosas de éste—. ¿Verdad?
Alec negó velozmente con la cabeza antes de sentir como los labios de Louis se posaban contra los suyos casi de manera inmediata.
...
—¡Ya dejen de coger!— exclamó el muchacho pelirrojo a la par que abría abruptamente la puerta de la habitación
Alec se cubrió con las mantas hasta la cabeza a diferencia de Louis que se levantó como resorte de la cama, porque pensó que algo malo pasaba, y se resbaló con una de las prendas tiradas por ahí, cayendo sonoramente contra el suelo.
—Mierda— musitó el de pelo naranja, asomando su cabeza por la cama para mirar a su hermano en la puerta.
El Beta se enderezó, viendo al Alfa que se sobaba una pierna, adolorido por el golpe.
—¿Qué? ¿De qué me perdí? — preguntó, con el cabello tapando sus ojos turquesas.
—Alex que viene de histérico.
—No soy histérico— Alex cruzó sus brazos y miró severo al par, viendo que el muchacho de piel clara se frotaba la cara con ambas manos—. Llevan casi tres días encerrados aquí, teniendo sexo. El celo de Louis ya acabo. Ya afuera. Necesitan airearse.
—¿Días?— los ojos amarillos se abrieron con sorpresa, observando a su hermano y luego al peliplateado que, lentamente, se iba levantando de la cama.
—Sí— respondió el Beta, buscando cuidadosamente su ropa por la habitación, con las piernas temblando y la piel llena de mordidas y chupetones—. ¿No te diste cuenta?
—Lo sentí como un par de horas.
—Tuve que quitarte de encima como cuatro veces porque tenía que ir al baño y para tomarme un descanso también.
Alec se carcajeó, ajustando el pantalón alrededor de su cintura luego de ponérselo y dirigiéndose muy despacio hacia su camisa negra de lino que estaba al pie de la cama. Louis, por otro lado, simplemente se puso su ropa interior.
—Lo siento— dijo el pelinaranja, realmente avergonzado.
—Está bien— sonrió en su dirección, arrastrando los pies hacia la salida en donde Alex se hallaba—. Los Alfas son bastante... Enérgicos durante el celo.
—Me consta.
Se enfundó la camisa, cubriéndose las marcas que el Alfa le había dejado y la cicatriz horizontal que tenía en la espalda, haciendo una mueca de dolor y siseando fuertemente. Louis, viendo el estado en que había dejado al peliplateado, se le acercó y le sujetó del brazo para darle soporte porque el pobre estaba tambaleándose. Los ojos turquesa del menor se elevaron hasta clavarse en los amarillos del otro, de manera inquisitiva.
—¿Tú qué piensas?— le preguntó.
—Te voy a ayudar.
—¿Ah, sí?— fue Alex quién indagó esa vez, aún de brazos cruzados—. ¿Ya estás bien como para hacer eso?
—Mh... Sí. O, ¿qué? ¿Vas a llevarlo tú?
—¿Por qué no?
—Miren— interrumpió el Beta, hastiado—. Quién sea, no me importa, pero alguien lléveme a mi cuarto ya. Ahora. De verdad, que no soporto la cadera. ¿Cómo le hacen los Omegas?
Alex le miró, abriendo la boca para responder, pero el más alto le meneó una mano frente suyo para restarle importancia.
—Mejor me cuentas después.
—Está bien— aceptó el mayor, riendo—. Váyanse ya. Si necesitas algo, me dices. Si Louis se te vuelve a tirar encima, grita y yo voy a castrarlo.
—Gracias.
Así, con una lentitud exasperante, el muchacho de cabello naranja acompañó al Beta hasta su cuarto, cuidandole demasiado cuando tuvieron que subir las escaleras para ir al piso de arriba. Una vez llegaron a los aposentos del peliplateado, éste olvidó por completo su dolor y se tumbó como peso muerto a su cómoda y preciosa cama. Mientras, el Alfa se retiró un segundo en el que Alec aprovechó para cerrar los ojos pesadamente, casi durmiéndose de manera inmediata hasta que escuchó la puerta abrirse, espabilando.
—Volteate un segundo para que te tomes lo que te he traído.
El menor rodó muy difícilmente sobre sí mismo, cambiando de posición para quedar boca arriba y mirar al pelinaranja que le extendía una capsulita verde. Al ver que Alec únicamente atinaba a abrir la boca como un bebé que era incluso incapaz de moverse, Louis le metió la cápsula pequeñita a ésta. A la par que el peliplateado tragaba el medicamento, se dio la vuelta en la cama para volverse a poner boca abajo, abrazándose a una de sus almohadas y suspirando largamente. Sin previo aviso, sintió una tela fría posarse en su espalda baja que con anterioridad había sido descubierta, haciéndole exhalar con satisfacción porque aquello estaba aliviando, aunque sea un poco, el dolor, la hinchazón y el calor que le calaba en los músculos.
—Lo siento— volvió a decir el Alfa.
—Está bien. Ya te lo he dicho. Me duele el cuerpo, pero no soy tan frágil, ¿sabes?
—Lo dices cómo si fueras un experto en estas cosas.
—No. Pero tampoco soy un virgen. Aunque...— hizo una pausa, meditandolo en lo que sentía como Louis movía el saco de tela con hielos por encima de su espalda. Finalmente, comenzó a contar con los dedos—. He tenido sexo con un Beta, con un Omega y dos Alfas, pero ninguno estaba en celo. Bueno, el Beta no es como que le fuera posible estar así. Con los Alfas fue bastante cansado, no te mentiré, pero pensé que así eran todos incluso en el celo. Mira que me has demostrado que no.
—¿Eso es bueno? —gruñó el Alfa.
—Sí— se rió un momento antes de quejarse de dolor—. Me has dejado muerto. Voy a entrar en coma como por días para descansar por completo. Tú, ¿qué opinas? A fin de cuentas fue tu primera vez. ¡Mierda! Es cierto...
—Sigo sorprendido de que pasaron días. Realmente creí que fue cosa de horas— confesó lo primero que se le había pasado por la mente.
—No. Te digo que tuve que batallar contigo porque necesitaba ir al baño. Y no una ni dos, sino cuatro veces.
—Que raro—musitó, oyendo como el menor exhalaba con fuerza entre dientes cuando puso el saco helado un poco más arriba de su cadera—. Alex solo estuvo un día con Nick y eso que estaba en celo.
—Pero eran un Omega y un Alfa. El celo de ellos se calmó cuando formaron la marca entre sí— suspiró, bajando un poquito el volumen de su voz mientras miraba el techo a través de sus cabellos platas—. Perdí la cuenta de las veces que me mordiste la nuca y el cuello. Y aún así no te detuviste.
Louis se inclinó un poco más y, meticulosamente, miró entre los cabellos del menor y por encima del cuello de la camisa, notando las numerosas mordidas moradas y rojas que adornaban su pálida piel. Hizo una mueca de culpabilidad, tocando dulcemente la nuca del menor que, sorprendido, se levantó muy poquito y le miró por encima del hombro.
—Se pasarán en unos días— dijo, sonriendo para quitarle relevancia—. ¿Qué esperabas? Un Alfa no puede marcar a un Beta.
El pelinaranja parpadeó repetidas veces, como no creyendo lo que acababa de escuchar aún si era consciente de que aquello era la verdad.
—Cierto— concordó el Alfa, de pronto poniéndo el hielo sobre la nuca del menor, ocasionado que éste soltara un chillido y que le atacara un escalofrío.
—Hijo de... Avisa.
Se rascó el brazo para calmar el hecho de que se le había erizado la piel y escuchó como el mayor reía ante su reacción.
...
Gill se sentía muy mal. Le pesaba la melancolía de una manera horrible, ocasionándole poco ánimo como para hacer algo, ya fuese por ocio o por deber. Agradecía que Lucia le había echado una mano con Alex, cubriendo los turnos que eran del rubio.
Suspiró, sobándose la frente porque la cabeza le empezaba a doler gracias al cansancio que acumuló durante la noche que pasó en vela, demasiado asustado de sus pesadillas como para siquiera cerrar los ojos.
No dijo nada cuando oyó a Alec bajar hacia la cocina para luego atascarse de agua y comida, tampoco cuando, minutos pasados, éste se le acercó con ojos llenos de curiosidad y de cansancio.
—¿Cómo te sientes?— preguntó el rubio, recargando su codo en el brazo del sofá y la mejilla en la mano.
— Aún me duele el cuerpo, aunque ya no tanto. Y estoy muerto. Te lo juro, quiero dormirme hasta nuevo aviso.
—Ah, pero querías estar con Louis— se burló el mayor, viendo que el otro asentía con un mohín adorable en los labios.
—No me arrepiento de nada. De algo me tengo que morir.
Gill rió de manera muy suave, abriendo los brazos al peliplateado que, como niño de seis años, se sentaba en su regazo y se acurrucaba contra él, descansando su cabeza en el hombro y escondiendo su rostro en la curvatura de su cuello. Lo acunó como una madre acunaria a un bebé, y le empezó a acariciar el cabello sedoso de manera parsimoniosa, siendo así que logró ponerlo a dormir en un instante y, a su vez, él mismo se empezó a relajar.
Los minutos pasaron sin más, en un silencio tranquilo que solo era perturbado por el respirar pesado de Alec que, milagrosamente, no estaba hablando entre sueños. Gill se quejó un poquito y se removió en su sitio por el peso del otro Beta, pero no lo despertó ni hizo amago de moverse porque, a pesar de todo, se sentía cómodo de estar así. Sabía que Alec ya no era un niño y, en comparación con él mismo, tenía una complexión grande y fuerte; ya no cabía entre sus brazos como aquel cachorrito níveo, pero seguía siendo su hermanito, incluso cuando no lo eran más que de nombre, así que tenerlo con él, ahí y a sabiendas que estaba con bien, lo hacía sentir relajado.
Dejó caer su mejilla contra la cabellera plateada de Alec, escuchando unos pasos sigilosos que bajaban las escaleras y se giró a mirar a Louis que se asomaba desde el respaldo del sofá, atento.
—¿Sucede algo?— le preguntó el Alfa, rodeando el mueble, elegantemente, para sentarse junto al rubio a una distancia prudente.
—Sigue cansado— comentó el de ojos azules, dándole unas palmaditas en la espalda al Beta menor que ni se inmutó—. No te preocupes. Alec es consciente de sus propios límites y capacidades. Además, si no hubiera querido tener sexo contigo te lo hubiera dicho de inmediato. Él no se anda con rodeos.
—De todas formas fui muy bruto.
—Como si a él eso le molestara— rió Gill—. Puede ser activo o pasivo, pero le gusta mucho, mucho más el ser pasivo. A veces hasta creo que es masoquista. No te agobies, Louis.
El aludido asintió sin más, observando al peliplateado que parecía estar teniendo un buen sueño ya que muy apenas se notaba su suave respirar. Ah, se veía adorable aún con su gran tamaño.
Los ojos amarillos subieron y se fijaron en el rubio que, con aire tristes y angustiados, miraba a Alec, aún pasando sus delgados dedos por la cabellera clara de éste. Notó lo cansado que estaba y las ojeras tenues que se marcaban bajo sus ojos como el cielo.
—¿Estás bien?— preguntó, captando la atención del Beta—. Parece que no dormiste suficiente.
—No dormí. O no mucho al menos.
—¿Por qué? ¿Pasó algo con Alex?
—Nada que no haya estado pasando las últimas semanas. Ya sabes, está con el corazón roto porque Nick no está y le cuesta conciliar el sueño, pero nada nuevo. Tuve pesadillas, es todo.
—¿De esas en las que se te caen los dientes?
—Ojalá. No. Otro tipo de pesadillas.
—Mh...
Louis no dijo más, porque creyó que el contrario no deseaba hablar de aquello que le había acongojado en la hora nocturna. Sin saber qué otra cosa hacer, volvió a apreciar, dulcemente, al Beta que se encontraba aún dormido, ajeno a su pequeña charla y a todo lo demás. Los moretones y mordidas seguía siendo muy notorias, destacando aún más por el color blanco de la piel, aquella que el Alfa había tocado y que se sentía como seda, suave y fría. Aquella piel nívea que tenía tatuados los besos, mordiscos y demás que Louis había dejado. Aquella que estaba manchada por la cicatriz que llevaba en la espalda.
—Oye— llamó al rubio que volvió a mirarle—. ¿Cómo se hizo la cicatriz? ¿La que tiene en la espalda? Dijo que porque era un niño inquieto. ¿A qué se refiere?
Gill palideció de manera enfermiza, como si la duda de Louis hubiera abierto un baúl de traumas o similar, porque conocía esa mirada de Scott, sobre todo, que era el que siempre se metía en situaciones escabrosas y raras. Se dio cuenta de que pisó en falso y que era algo realmente serio.
—Si no te ha contado— logró decir el Beta, aferrándose, inconscientemente, al otro muchacho que tenía en brazos—, yo soy nadie para hacerlo.
—Está bien. Lo siento. Olvida que lo pregunté.
Cuando Gill estaba por responder, su cara se deformó en una mueca de dolor profundo y dirigió su mano derecha hacia su cabeza, sosteniéndola como si ésta se le estuviera partiendo a la mitad.
—No ahora— siseó entre dientes, con la respiración agitandosele a cada segundo.
Su pecho subía y bajaba con mayor rapidez, mientras sujetaba su cabeza con la diestra y a Alec con la inversa. Louis miraba como el Beta parecía hiperventilar y él no sabía qué mierda hacer porque nunca había visto algo similar. El peliplateado se removió de a poco en sueños hasta que abrió los ojos y se topó con que al rubio le estaba dando un ataque de ansiedad, así que se enderezó para mirarlo con inmensa preocupación, borrando de inmediato cualquier signo de sueño que pudiese haber existido. Se bajó de su regazo y se hincó en el suelo, aún frente a él, para tomarle la cara y alzarsela para que tuviera una mejor posición en la cual respirar.
—¿Qué ocurrió?— preguntó con voz alterada el menor de los tres, buscando que el rubio hablase para controlar su inhalación y exhalación, pero éste no contestó y se limitó a seguir tragando más aire del que necesitaba—. Gill, estás bien, estamos bien. ¿Sí? Mira dónde estamos.
El joven movió sus pupilas tan veloz que casi ni se notó, observando la sala de la cabaña que era acogedora y estaba amueblada con muchas cosas que la hacían ver aún más hogareña de lo que ya era. Sus ojos azules volvieron a clavarse con terror en el menor, inspeccionandolo por completo de manera minuciosa, empeorando al ver los hematomas y las costras que se notaban en su piel expuesta.
—Esto no es nada— decía el peliplateado, percatándose que el mayor se había quedado mirando con fijeza las heridas—. No me ha pasado nada. Estoy bien. Te lo juro por mis padres que estoy muy bien.
—Luci... ¿Dónde...?
—Está con Alex. Seguro que está bien. Él no va a dejar que nada le pase, ¿bien? Y aquí hay gente que nos puede ayudar si algo sucede. Tranquilízate, por favor.
—¿Hago algo?— se aventuró a decir el Alfa.
—¿Podrías traerme un vaso con agua?
Louis asintió, se levantó y tan rápido como fue a la cocina por el pedido, regresó, sujetando el vaso hasta que se lo solicitaran.
—Gill— le pedía Alec, viendo las lágrimas que de pronto brotaban de los ojos del aludido—. Aquí no nos pasará nada. Estamos bien, estamos a salvo. Estás en la cabaña, estás conmigo y todo está yendo bien. Nada de eso está sucediendo, ya pasó y no volverá a pasar. Las cosas estarán bien, porque estamos juntos, te lo prometo.
La pierna izquierda del rubio subía y bajaba de manera incesante, completamente inquieta. El respirar del mayor no parecía mejorar ni un poco y las lágrimas caían de manera torrencial por sus mejillas. Sus brazos se enrollaron en la cuello del menor, abrazándolo como si su vida dependiera de ello.
—Lo siento. Perdóname— jadeaba, logrando que el corazón de Alec se estrujara.
—No tienes por qué disculparte, Gill.
—Yo... Sam...
—Si quiere salir deja que lo haga. Te pones peor cuando pelean.
El mayor se separó, recargando sus codos sobre sus rodillas y llevándose las manos al rostro para tallarselo con cansancio.
—Ya lo oíste— habló Gill, dejando completamente confundido a Louis que no entendía nada de lo que pasaba y menos cuando el rubio parecía hablar con alguien que no era él ni el peliplateado—. Callate, me das dolor de cabeza. Si dejaras de resistirte tanto, ya deberías estar acostumbrado. Uno nunca se habitúa a esto, Sam. Pues eso no es culpa mía, deja de quejarte, joder, si yo solo estoy aquí para ayudar. Ugh...
Se dejó caer contra el respaldo del sofá, pasándose las manos por el cabello largo y rubio y comenzando a respirar con mayor lentitud conforme los segundos avanzaban. Finalmente, su pecho dejó de moverse de manera tan abrupta y las lágrimas cesaron de repente, dejando solo sus huellas en su piel caucásica. Su mirada había cambiado, se veía más distante y a la defensiva.
—Mierda— se quejó, con un tono de voz totalmente distinto al temeroso que anteriormente estaba usando; sus manos limpiaron veloces las lágrimas que aún habían en sus mejillas—. ¿Quién lo entiende? Me crea para lidiar con lo que él no puede, pero no le gusta cuando me aparezco.
—Es difícil para él.
—Yo lo sé. Lo sé incluso mejor que tú, Alec— sus brazos se cruzaron sobre su pecho y sus orbes azules miraron al Alfa—. Soy Sam. Ya sé quién eres, no hace falta que me lo repitas. Ahora, dame ese vaso con agua que me duele la jodida garganta.
Louis obedeció no sin evitar que sus cejas se fruncieron, con mil dudas rondando su cabeza. Miró a... Sam beber de un trago el líquido cristalino mientras él se preguntaba qué mierda estaba sucediendo.
Cuando hubo terminado, Sam dejó el vaso al pie del sofá y, con ambas manos, tomó el rostro del peliplateado frente suyo para voltearlo de un lado al otro, mirando las marcas que tenía en todas partes.
—Joder, Alec. Solo a ti se te ocurre meterte con un Alfa en celo.
—Fue divertido.
—Tienes suerte de no poder ser marcado— miró al pelinaranja—. Y tú tienes suerte de que él sea un masoquista.
—No lo soy.
—Seguro— aseveró con sarcasmo, volviendo a mirar los moretones y demás con meticulosidad—. Espero que los hayas tratado. Y qué te estés cuidando.
—Claro que sí, ¿por quién me tomas?
El mayor, entrecerrando los ojos, presionó su dedo índice sobre uno de los moretones que Alec tenía en el cuello, sacándole un quejido de dolor y que se quitara de su alcance tan solo unos centímetros.
—Por un idiota— gruñó Sam.
Se giraron a mirar a Louis cuando éste se aclaró la garganta de manera sonora con intenciones de llamar su atención.
—¿Me podrían explicar qué mierda sucede?— dijo, cruzándose de brazos y arrugando la nariz.
—No tengo por qué darte nada— se jactó el rubio, ocasionando que el menor de todos suspirara.
—Sam... Lamento que esto te haya confundido— habló Alec, mirando con una sonrisa al Alfa—. Dejémoslo en que Sam es la segunda personalidad de Gill.
—¿Por qué? ¿Cómo se hace eso?
—Deficiencias hormonales. Accidentes. Golpes en la cabeza.
—Traumas — respondió el rubio, acomodándose en el sofá de manera desdeñosa.
—¿Traumas? ¿Cómo cuáles?
—Como el que te voy a dejar si no dejas de preguntar. Esto no es asunto tuyo, Louis, no te metas en lo que no te incumbe— se levantó, rodeó el sofá y, cuando estaba por dirigirse a las escaleras, volvió a mirar al pelinaranja—. Y ni se te ocurra dañar a Alec preguntando cosas innecesarias del tema.
Louis se quedó quieto en su sitio, viendo al Beta subir los peldaños con velocidad y un dejé de molestia. Luego, se volteó a mirar a Alec como buscando respuestas, recibiendo únicamente una sonrisa como disculpa antes de verlo partir por igual.
Esto está tomando más tiempo del que creí 😢
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