Band 2

Ella se sentía agotada anímicamente al revisar sus redes sociales, topándose con todo el escándalo que Nicolás y Alex habían causado al anunciar su relación.

¿Cómo no se dio cuenta?

Había visto que el peliazul se había empezado a llevar bien con el otro muchacho, que salían a varios lugar y a veces llegaba un poco tarde al apartamento por estar con él. Pero pensó que eran cosas de amigos, que con Jace era lo mismo y ya. Resultaba que no, que entre su mejor amigo y Alex existía algo más, que eran pareja. Ella había querido decirle que estaba feliz por él y que le apoyaba, pero no podía, de verdad que no, porque se sentía con el corazón roto.

A Gina le había gustado Nicolás desde hacía mucho tiempo. Nunca le había dicho nada al respecto, pero no intentó olvidarlo tampoco. Muy en el fondo sabía que entre ellos no iba a pasar nada porque el muchacho la veía casi como a una hermana, sin embargo, existía ese pequeño sentimiento de superioridad por ser alguien tan importante y de confianza para él al punto de que podían vivir juntos.

Suspiró, bajando en su Twitter mientras pegaba la mejilla en la mesa de la cocina. Pronto, un nuevo mensaje recibió y al revisar se encontró con un texto de Scott. Le preguntaba qué tal le iba y si podrían salir a dar la vuelta. Ella le respondió que no se sentía con muchas ganas y que estaba un poco triste, a lo que él insistió, diciéndole que salir la haría distraerse y olvidar lo que sea que le estuviese haciendo pasar un mal rato.

Oyó la puerta principal ser abierta seguido de pasos que ingresaban al apartamento y la voz amable de Nicolás anunciando su llegada.

—¿Qué haces ahí?— le preguntó en cuanto la vio casi tendida en la mesa.

—Nada. Hablo con Scott.

—¿Qué te dice?

—Que salgamos.

—¿No quieres? — Gina, desganadamente, se encogió de hombros—. Bueno, yo estaré en mi habitación. Jace quiere que revise unas cosas de una nueva canción.

Los ojos claros de ella volvieron a clavarse en la pantalla cuando él se marchó. Miró el mensaje de Scott, invitándola a tomar un café y charlar, nada más, así que, titubeante, le contestó que estaba bien.

...

—Despierta. Necesitas comer algo— fue lo que dijo Valentina cuando abrió la puerta de la habitación donde se encontraba su hermano.

Jace se quejó y se giró sobre sí mismo para aferrarse al bulto que había junto suyo debajo de las mantas que era Carlos.

—Llevas todo el día dormido— habló ella, acercándose al lecho del tatuado que ni se inmutó—. Anda. Luego regresas a la cama

Él volvió a proferir una queja entre dientes, apretando con fuerza los párpados antes de abrirlos y fijarse en los cabellos castaños que sobresalían de las mantas. Se talló la frente con una mano y se dio la vuelta para mirar a su hermana que se hallaba con las manos en la cintura, autoritaria.

—¿Preparaste la cena?— preguntó Jace, con voz rasposa.

—No. Pedí comida rápida.

—Mh... Ya...

Pasando de su hermana, el muchacho movió con suavidad a su acompañante en la cama que, lentamente, sacó su cabeza de su guarida de cobijas y miró con ojos somnolientos al par.

—Oh, no sabía que estabas aquí, Carlos— comentó la joven.

—Lamento molestar— dijo, sobándose la nariz y parpadeando un par de veces para despabilar.

—No. Está bien. Seguro mi hermano te hizo venir— el muchacho asintió con suavidad—. ¿Quieres quedarte a cenar?

—No quiero ser...

—Callate y quédate a cenar— sentenció el tatuado, incorporándose en el colchón con el cabello alborotado—. Te llevaré a casa cuando terminemos.

Carlos no tuvo tiempo de reprochar nada porque el contrario y su hermana se habían retirado de la habitación. Se quedó mirando un zapato que había en el suelo, pensando que podía ignorar la orden del mayor pero desechando la idea casi de inmediato al descubrirse a sí mismo pensando que no sonaba mal cenar con ellos. Pasándose los dedos por el cabello para ordenarlo un poco, se levantó de la cama y se dirigió a la cocina donde el par se encontraba alrededor de la mesa, dispuesto a comer. El castaño se les unió con un poco de timidez que poco a poco desapareció con el paso de los minutos; Valentina era una chica gentil y que parecía tener aspectos en común con él, así que le estaba agradando bastante.

Había insistido en pagar su parte de la comida, pero los dos hermanos se negaron rotundamente; ella aseguraba que era su invitado y no había sido inconveniente el darle la comida sin remuneración, siendo Jace quien le comentó que ya después se arreglarían con las cuentas. Luego de despedirse de Valentina y de intercambiar números de teléfono, Carlos se montó en el auto de cuatro puertas, viejo y gris, del tatuado quien condujo por las calles hacia su hogar. La ciudad ya estaba sumida en la oscuridad de la noche, siendo únicamente los faroles de luz pública lo que iluminaban el camino.

El castaño se hallaba perdido en sus pensamientos, mirando los edificios y demás que pasaban junto al vehículo con velocidad. ¿Qué eran él y Jace? Los amigos no se besaban, mucho menos se dedicaban canciones o se las componían. ¿Qué quería él que fueran? ¿Jace qué pensaba al respecto? ¿Sus padres cómo lo tomarían?

Quizás se estaba apresurando con esa última incógnita.

Cuando se dio cuenta ya habían aparcado frente a su casa y el motor del auto había dejado de ronronear. Parpadeó un par de veces, mirando la luz exterior que iluminaba su pórtico; su madre debió haberla encendido a sabiendas de que él estaba fuera de casa. Tomó la mochila que descansaba a sus pies y se la colocó entonces sobre el regazo, jugando con algo de nerviosismo con la correa.

—Gracias por la cena y por traerme— dijo, colocando una mano sobre la manija de la puerta—. Gracias también por la canción.

—No hay de qué— confesó el más alto, sonriendo desdeñoso—. Quizás debí ponerle tu nombre como título.

—Eres un jodido cursi— Jace rió, viendo con la escasa luz que el moreno se sonrojaba y fruncía las cejas.

—Si quieres que deje de serlo, lo haré. No te molestare más.

Los ojos avellanas se clavaron en él, sin aquel brillo neutral que siempre tenían y mostrando genuina consternación.

—Yo...— musitó bajito el moreno.

—¿Tú qué?

—Olvida lo que dije. Es...

—Es solo que te avergüenzas muy fácil, ¿no?

—El romance no es lo mío— aseguró, negando con la cabeza—. No sé cómo reaccionar.

—Eso lo puedo ver. Pero a veces no hace falta pensar mucho las cosas. ¿Sabes? Solo haz lo que sientes que quieres hacer. Si no dañas a nadie no veo el problema.

Carlos bajó la mirada, asintiendo sin decir más y dejando que el silencio los envolviera.

—Los amigos no hacen estas cosas.

—¿Qué cosas?— indagó Jace, cruzándose de brazos y mirando al frente.

—Escribirse canciones de amor. Besarse.

—¿Entonces? ¿Qué somos?

Los ojos vinos se encontraron con los del menor que le miraba dudoso y expectante.

—¿Qué somos?— le devolvió la pregunta el moreno.

—¿Qué quieres que seamos?

—No estás resolviendo mis dudas, Jace.

—Espero que lo hagas solo. Yo sé lo quiero, pero, ¿qué quieres tú?

—No quiero un amigo con derechos— el mayor asintió de acuerdo con el otro que mantenía las cejas arrugadas—. Tampoco quiero un revolcón de una noche. Ni siquiera me interesa así de mucho el sexo.

—Se siente bien, pero no es lo importante de la vida.

—Sí. Eso pienso... —lo meditó un largo segundo, tronando los dedos de sus manos—. Me gusta lo estable.

—¿Quieres que seamos pareja?

Carlos abrió y cerró la boca repetidas veces, sin saber qué decir y mirando la sonrisa burlona que se abría paso en el rostro del contrario.

—Nunca he salido con alguien.

— Está bien. Tampoco es requisito para que seas mi novio.

—Pero no sé qué hace uno en esas relaciones.

—Nadie lo sabe— aseveró Jace, encogiéndose de hombros—. Sé tú mismo. Al final de cuentas es por eso que me gustas.

Se sonrojó aún más, de ser posible, y apretó con fuerza los labios en una línea fina.

—Va a ser difícil salir contigo— dijo el moreno—. Eres un satánico anarquista, mal hablado y con fachas de drogadicto.

—Olvidaste que soy un empalagoso y un cursi.

—Cierto. También lo eres. Y seguro que tus fans me van a querer linchar.

—¿Realmente te importa lo que puedan decir?

— La verdad que no.

Jace asintió sin quitar la sonrisa de su cara.

—¿Todo aclarado?— preguntó.

—Sí. Todo aclarado— Carlos abrió la puerta del coche e hizo amago de bajarse—. Ya es tarde...

—Un poco— concordó, besando veloz al contrario en los labios—. Vete ya y duerme.

—Hasta luego.

Salió rápidamente del vehículo y se colgó la mochila en los hombros, cerrando con algo de fuerza la puerta sin esperar a que él otro se despidiera. Casi corrió con vergüenza hasta meterse en su casa, solo sabiendo que Jace se había ido cuando escuchó el motor alejándose.

...

—Lamento llegar tarde.

Scott le sonrió y negó con la cabeza cuando la muchacha rubia llegó a su altura en la plaza. A diferencia de él, que usaba una chaqueta gruesa de cuero, Gina iba vestida con algo bastante sencillo y ligero. Por ello, el muchacho le miró de abajo a arriba con ligero aire de preocupación pues según él hacía frío como para ir de esa manera, pero ella no parecía inmutarse al respecto.

—¿Adónde iremos?— preguntó Gina.

—Es una sorpresa.

—¿Una buena?

—Sí. Espero que sí. Vamos.

La rubia siguió al muchacho sin hacer más preguntas. Él había notado lo extrañamente callada que ella se encontraba; Gina hablaba hasta por los codos, ¿por qué guardaba silencio? Algo había tenido que salir mal en su día, o en su semana, o así, sobre todo porque ella había confesado que se sentía desanimada y fue casi un milagro que aceptara salir ese día. Sea como fuera, Scott estaba decidido a que tuviera un buen día, que se distrajera y que olvidara por completo su pena aunque sólo lo hiciera por unos segundos.

Llegaron a una cafetería a la que Gina no prestó mucha atención hasta que entraron, asombrandose de inmediato, como niña pequeña, al ver la decoración mítica del lugar. Adornos de espadas, pieles falsas de animales y demás se encontraban en todo el local, acompañado de música tradicional celta que mejoraba el ambiente. Se sentaron en una mesa vacía y una mesera apareció, con un mandil imitación de cuero, para dejar un par de menús frente a ellos, pero la muchacha rubia estaba totalmente fascinada con la temática del café que estaba espléndidamente desarrollado. Luego, sus ojos azules se fijaron en la carta de plástico que yacía sobre la mesa de madera y notó los peculiares nombres de los platillos y bebidas; había una que se llamaba "Leche de unicornio" y otra que se titutalaba "Cerveza de mantequilla". Tenían un repertorio de bebidas originales de la cafetería y otras inspiradas en algunas que aparecían en libros, películas o hasta videojuegos. También habían bocadillos como el "Pastelillo de elfos" y demás que lucían apetecibles.

Miró cada uno de los nombres que se mostraban en el menú y se sintió completamente indecisa porque quería probar todos y cada uno de los platillos y bebidas, siendo incapaz de hacerlo por  falta de dinero. Scott ya sabía qué era lo que deseaba, así que solo espero que la rubia con ojos brillando de expectativa escogiera lo que tomaría o comería. La mesera volvió, sonriendo, y escribió los pedidos en una pequeña libretita antes de marcharse, asegurando que las cosas estarían listas en unos minutos.

—Este lugar es increíble— comenta ella, comenzando a mirar embelesada el lugar.

—Sí. Es bonito y de calidad. Pensé que te gustaría y te animaría.

—Pues la verdad que debes ser muy bueno adivinando. ¡Oh! A lo mejor eres un oráculo.

—Tal vez. Estaría muy bien poder predecir el futuro, ¿no crees?

Gina enmudeció de pronto y bajó la mirada para observar el servilletero de ramitas oscuras, asintiendo suavemente con la cabeza. Comenzó a juguetear con los trozos de papel suave con aire serio y, justo cuando el pelinegro estaba por hablar, vio a la mesera volver con sus bebidas. La rubia miró fascinada el vaso estilo jarra que estaba lleno de un líquido purpúreo, azulado y rosado con crema batida en la parte superior, cubierta de malvaviscos pequeños de color blanco y chispitas amarillas, mientras un cono de helado se mantenía insertado, boca abajo, en la espumosa crema por mera decoración.

—Me encanta— comentó ella, apretando sus mejillas para hacer una mueca chistosa. El pelinegro alcanzó a agradecer a la trabajadora luego de que dejara su propia bebía frente a él y antes de que se marchara—. ¿El tuyo qué es?

—¿Quieres probarlo?

Gina asintió con la cabeza mientras Scott deslizaba el vaso, en forma de copa, hacia ella sobre la mesa. Tenía un líquido oscuro, como brea, dentro del cristal y olía a chocolate oscuro con algo más que ella no logró distinguir. Lo tomó con ambas manos y dio un sorbo, saboreando la bebida que posteriormente devolvió a su dueño.

—Muy amargo— dijo y sacó la lengua para enfatizar.

—Pues sí— rió el muchacho—. Es chocolate oscuro con carbón activado. Por algo se llama tinta de kraken.

—¿Carbón? ¿Realmente te lo puedes comer?

—Sí. Sí es comestible. Pero te deja la boca de color negro.

—Woah. ¿Qué he hecho toda mi vida sin venir aquí?

Gina negó con la cabeza, bebiendo un poco más de su delicia dulce mientras volvía a apreciar la decoración del lugar. Una sonrisa de verdadera felicidad surcó su rostro durante unos instantes.

—Es genial— soltó en tono bajo, oyendo un grupo de jóvenes que reían a unas mesas de distancia.

—Me alegra que te guste. Realmente sonabas apagada hace un rato. ¿Pasó algo? ¿Es porque están ocupados con la banda? Carlos dijo algo con respecto a que iban a salir a dar conciertos y similar, así que...

Scott se alarmó de manera tremenda cuando vio lágrimas descender velozmente por los ojos azules de la muchacha, siendo detenidas por las mismas manos de ésta que limpiaron veloz sus mejillas. El bronceado atinó a tomar una servilleta y se la entregó para que pudiese secar aquellas gotitas saladas, y por si se le escurrían los moquitos. Miró alrededor, percatándose de que nadie les prestaba atención y agradeció esto a un ente superior que él, porque no tenía ganas de aguantar malas miradas del resto de comensales que seguramente pensarían que la culpa era de él.

—No. Es decir, sí— Gina sorbió su nariz con delicadeza, usando después el trozo de papel que se le había dado anteriormente y parpadeó para ahuyentar las lágrimas que se avecinaban—. Sí estamos ocupados con la banda. Preparar conciertos y viajes no es algo muy fácil. No como uno pensaría.

—Pero...

—Pero no es eso por lo que estoy desanimada...— suspiró ella y miró la bebida colorida frente suyo—. Es algo tonto.

—¿Podría ser tonto algo que te ha hecho llorar?

—No siempre uno llora por razones buenas.

—Supongo...— los ojos púrpuras se mantenían fijos en ellos, examinandola y frunciendo las cejas—. De cualquier forma. Puedes contarme, si quieres, yo te escucharé.

Gina negó con un movimiento de cabeza y se peinó torpemente los cabellos rubios que caían enmarcando sus mejillas. Scott estaba ansioso de saber, la verdad, pero Emma siempre le reprendía por ser demasiado invasivo con las personas. No tenía por qué presionarles a hablar de algo que claramente no querían. Era molesto y descortés. Por eso se contuvo con inmensa fuerza de voluntad, sintiendo casi como la bilis le subía por su garganta como si fuera físicamente imposible para él mantener a raya su curiosidad.

—Yo...— empezó a explicar la muchacha, tomándose una pausa pequeña para respirar profundamente, evitando llorar aún más—. Nick siempre ha sido muy dulce y amable. Lo es con todo mundo.

—Me cae bien— Scott comentó y asintió, ganándose una sonrisa de la contraria como entendimientos.

—Mh. Es buen chico. Si lo voy a saber yo. Lo conozco desde que éramos pequeños. Pensé que él había hecho un amigo. Alex y Nick se llevaban muy bien, es decir, se llevan... Sí. Creí que había encontrado a alguien con quien pasar el tiempo, como Jace. De verdad no me di cuenta. Ah. ¿Cómo no me di cuenta?

El pelinegro se estiró solo un poco a través de la mesa y retiró un par de lágrimas nuevas que emergían de los orbes claros que la chica tenía por ojos.

—Alex mostró interés en Nick desde el principio— la rubia le clavó la mirada en silencio—. Pero él no creyó que fuese a suceder algo. La verdad yo tampoco creí que lograría conquistar a Nick, ¿sabes? Lo quiero mucho y todo, aunque eso no le quita lo malo que es ligando y el mal carácter que tiene, así que... Sí. Fue un milagro.

Rió suavemente como para amainar la situación, solo ganando que ella sonriera de manera triste y rota a la par que se pasaba las manos por los párpados.

—No me mal entiendas. Alex me agrada. Solo que... Estoy con el corazón roto— los hombros pequeños de Gina se encogieron para restarle importancia y arrugó su nariz para evitar que la mucosidad se le escurriera hasta la barbilla—. Es soso. Seguro piensas que sueno como una adolescente, porque yo incluso lo hago, pero así es como me siento. He conocido a Nick por tanto tiempo y sé muchas cosas sobre él. Al principio éramos solo amigos, la verdad no sé en qué momento cambié la forma en que lo veía... No importaba qué, había guardado esperanza... Creí que lo conocía mejor que nadie. Poco más de una década siendo amigos y... Bueno, no sé... Olvídalo.

El muchacho, impresionantemente, no supo que decir y guardó silencio por un buen rato, dedicándose únicamente a ver como Gina se limpiaba nuevamente la nariz y bebía un sorbo de su bebida azucarada, sintiendo alivio porque hubo un momento en el que su cuerpo se resintió por el llanto.

—No es tonto— los ojos azules se elevaron hasta él cuando lo escuchó—. Deja de decir que lo es.

— Perdón.

— Ya, no pidas disculpas. Mira. Soy malísimo consolando, pero soy sincero. Estas enamorada— dijo, restándole importancia con un ademán de mano—, pero no creo que sea amor per se. Eres joven, guapa y simpática, Gina, conocerás a más chicos y te fijarás en alguien que te corresponderá. ¿Mh? Está bien que te sientas triste y todo por el momento, ya después olvídate de eso y piensa en algo mejor. Hay que distraerse. ¡Ya! Yo te ayudo. Aunque estás ocupada con lo de la banda... ¡Qué importa! Dame tus horarios y nos pondremos de acuerdo para salir aquí y allá, así despejas tu mente.

—Scott...

El aludido se llevó el dedo índice a los labios mientras soltaba un ruido para denotar que era mejor que callara, cerrando los ojos y negando con la cabeza.

—Nada, nada. Vamos. Es una buena idea. Te vas a divertir.

Ante la convicción del pelinegro y la emoción que brotaba de sus brillantes ojos púrpuras, la chica no tuvo más opción que ceder con una sonrisa agradecida en los labios, comenzando a buscar su móvil donde guardaba su agenda. Posteriormente, puso en sincronía su horario de trabajo con el de Scott.

...

Eran vacaciones y el reloj marcaba las 4:30 de la mañana. Carlos se encontraba vestido y despabilado, dirigiéndose a la cocina a preparar algo de desayunar para él y su hermano que estaba desparramado en su cama, vestido pero no peinado.

Sus padres aún iban a trabajar, así que se levantaron temprano para ducharse y arreglarse cuando vislumbraron luz al fondo de la casa, acercándose cautelosos y curiosos porque Scott despertaba a eso de las 10 y Carlos a las 8, sabiendo perfectamente que éste último tenía días libres y no requería ir temprano a la universidad. Se sorprendieron al encontrar a ambos alrededor de la mesa, comiendo huevos estrellados y lo que parecían ser frijoles. El pelinegro estaba aún somnoliento, recargando su mejilla contra una de sus manos mientras la otra recolectaba la cálida comida hasta llevársela a la boca. Su hermano, por otro lado, degustaba todo en completo silencio y concentración, girando a mirar a sus progenitores cuando los percibió cerca.

—¿Pasa algo?— preguntó la madre.

El moreno miró al otro muchacho, notando que estaba demasiado cansado como para hablar.

—Nada grave— los ojos avellanas del menor se clavaron de nuevo en la pareja.

—¿Qué hacen despiertos a esta hora entonces?

—El novio de Carlos se va de gira y...— Scott se quejó con fuerza cuando sintió que el aludido le daba un pisotón bajo la mesa que consiguió despertarlo lo suficiente como para lanzarle una mirada molesta—. Es la verdad.

— No quería decirles aún.

— Pues te estás tardando— fue él entonces quién explicó—. El novio de Carlos tiene una banda y se van de gira fuera de la ciudad. Hay una chica que me gusta con ellos. Así que vamos los dos a despedirnos, porque seguro no los veremos hasta dentro de unos meses.

La pareja entonces miró al menor de sus hijos que se encontraba cabizbajo y con una mano sobre la frente para cubrir aún mejor su rostro lleno de vergüenza y ligera culpa. Carlos parecía estar más entretenido con los frijoles que movía gracias al tenedor y se negaba rotundamente a darle la cara a sus padres en un momento tan nefasto como ese. ¡Su hermano lo había "sacado del clóset" frente a su familia más cercana sin siquiera preguntárselo! ¿De qué derechos gozaba el azabache? ¡De ninguno!

Las miradas de sus padres le quemaban la piel y sentía como si pudiesen llegar a lo profundo de su alma. Era capaz de entender que estaban confundidos y anonadados, pero él no sabía cómo reaccionar. La verdad ya había pensado como explicarles la situación cuando la relación hubiese avanzado un poco más y estuviera seguro casi al cien porciento de que era algo estable y serio. No iba a hacer una gran escena al respecto, solo llevaría a Jace, lo presentaría como su novio, aclarando que aunque pareciera un sujeto del bajo mundo no era drogadicto ni criminal, y eso sería todo. Nada de lágrimas ni shows bien ensayados de "¡Soy gay!", con brillantina y toda la cosa. No, se consideraba alguien más sencillo. Seguro que sus padres tendrían muchas preguntas rondando su cabeza, como en aquel momento, pero era algo que se había esperado, aunque no en esa exacta ocasión. Sin importar lo conservadores y centrados que eran sus padres, tenían un amor fraternal fuerte e incondicional, y no juzgaban tanto a la gente por pequeñeces como su orientación sexual. Carlos aún así había sentido miedo en su momento. Miedo de que le miraran con desprecio y le dejaran de considerar su hijo. ¿Qué iba a hacer si eso sucedía? Teo le había dicho que podía quedarse con él cuanto tiempo necesitara y genuinamente lo agradeció como si fuera un ser divino que merecía las cosas más bellas que pudiesen existir en este mundo.

—Queremos verlo— dijo su madre, sería y con convicción.

Por Zeus, Carlos quería ahogarse con ese frijol que yacía clavado en su tenedor. Sería una muerte ridícula, pero le parecía mejor que lo que estaba viviendo.

—Carlos— llamó su padre con voz severa.

Incapaz de desobedecer, nunca fue como Scott que se exaltaba y rebelaba ante la mínima agresión, tomó el celular que descansaba en su bolsillo y tecleó aquí y allá con dedos tensos. Finalmente, colocó el aparato en la mano delgada de su madre y ella, junto a su marido, miraron la pantalla alejando el aparato y entrecerrando los ojos porque no llevaban sus lentes con ellos.

—Nombre.

—Jace.

—Edad.

—La misma que Louis.

El hombre se quejó de su escasa visión y fue a la encimera, abriendo uno de los cajones de dónde extrajo un par de lentes de marco verde oliva que posteriormente se montó sobre la nariz y regresó con su esposa para mirar, ahora sí, la foto.

—Es un metalero— le dijo su padre a la mujer a la vez que le pasaba los lentes para que diera su opinión.

—¿De qué es su banda?

—Rock, creo. Algo así.

—Parece malandro.

—Es un buen sujeto— defendió Scott, aunque no había hablado mucho con él y solo lo hacía para ver feliz a su hermano.

—No está en drogas— agregó el castaño cuando vio que sus padres le miraban atentos —. Ni tiene registro criminal. Tampoco es promiscuo.

—Ponme una canción de ellos.

Carlos dudó en tomar el celular porque no sabía qué ponerle a sus padres. Aquella música era demasiado estridente y ellos de inmediato la clasificarían como ruido sin sentido. Podría poner una canción de Nicolás, esas eran más calmadas y bonitas.

Había hecho todo de forma automática, como si no fuera él, y solo notó que la situación se volvía aún más bochornosa cuando oyó la canción que Jace le había hecho.

Aún había frijoles en su plato, quizás no era tarde.

Sus padres permanecieron inexpresivos los tres minutos y tantos segundos que duró el vídeo, y el moreno sentía que le llegaba un ataque de ansiedad. Seguro su vieja amiga se encontraba esperándolo a la vuelta de la esquina.

—Bien— fue lo único que dijo su padre mientras le devolvía su pertenencia—. ¿Qué tan lejos han llegado?

No, no. No podían estarle preguntando eso. ¿De verdad querían saber si ya habían tenido sexo?

Escuchó que Scott se aguantaba la risa al otro lado de la mesa, ignorando que sus mejillas bronceadas se teñían de un suave rosa porque incluso a él le daba vergüenza la charla.

—Oh, Zeus— masculló Carlos, escondiendo su rostro en sus manos.

—Vamos, contéstame.

—No hemos llegado al sexo. Apenas empezamos a salir.

—¿Y? Hay muchos jóvenes que no le dan importancia a eso de si son pareja o no.

—Pues yo sí.

—Carlos, estamos preocupados— habló la mujer—. Es tu primera relación. Queremos que tengas cuidado. ¿Sabes lo que implica?

—Sí, no, pero no me den esta plática, por favor.

—Bueno— soltó el mayor y sintió cierto alivio—. Lo mismo para ti que para tu hermano. Con condón. Nada de estar encerrado en el cuarto los dos solos. No sexo en la casa. ¿Entendido?

—Sí...

—Ya somos adultos— Scott se quejó por lo bajo.

—Yo pago las cuentas, yo pongo las reglas.

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