Al fin

Se terminaba de vestir. Colocó sobre su torso, la camiseta blanca, contrastando con el negro de su pants y, dispuesto a ir por su mejor amigo, se acercó a la puerta de su habitación. Al abrirla, se detuvo bruscamente, pues ahí en el pasillo, frente a su pieza, se encontraba el carnero de la casa fuego, ocultando algo a sus espaldas.

—¡Ah!— expresó el más alto, sonriendo—. Menos mal. Iba a buscarte para que me ayudes con mi rutina. Ya sabes.

—Claro, pero, Tauro... Quería hablar contigo.

—Seguro.

Le dejó pasar y cerró la puerta antes de girarse a mirarle con atención. De imprevisto, Aries extendió sus brazos y mostró lo que llevaba en manos. A un palmo de distancia, entre las manos del pelirrojo, se hayaba una maceta pequeña de color siena con un cactus diminuto en su interior, rodeada por tierra seca. Tauro lo observó y luego a su mejor amigo, confundido.

—Ambos sabemos que no soy romántico— decía Aries con gesto decidido e impasible—, y esto es lo único que se me ha ocurrido.

—¿Para qué?

—Para decirte que te quiero.

Tauro lo meditó. Sus ojos chocolate miraron la planta y luego los orbes negros del contrario de manera consecutiva. Una y otra vez. No entendía. Sonrió con ingenuidad mientras inclinaba la cabeza, profiriendo:

—¿Qué?

Aries gruñó.

—Tauro, te estoy diciendo que te quiero, que me gustas. Que te amo de manera romántica y no como amigos. ¿Entiendes?

Los ojos del más alto se iluminaron con un brillo único al mirar al contrario. Clavó su atención en la maceta y con cuidado la tomó con ambas manos como si fuese algo hecho de porcelana. Lo admiró con fascinación a pesar de que no eran rosas, como usualmente se suelen obsequiar. Eso no le quitaba lo lindo del gesto. Dejó el cactus sobre el tocador y tomó a Aries de ambos brazos, poniéndolo alerta sin querer. El pelirrojo vio como el adverso se inclinaba y su rostro se acercaba amenazante al propio. No se movió un ápice.

Cuando la punta de la nariz de Tauro rozó contra la de Aries, el primero se detuvo. Para ese entonces, el pelirrojo ya había cerrado los ojos, dejándose a merced del más alto. El carnero se extraño y frunció las cejas, molesto. ¿Dónde estaba su maldito beso? Tauro se deleitaba con los gestos del adverso, con los ojos entreabiertos.

Aries abrió los ojos ligeramente, fulminando al contrario con la mirada oscura.

—¿No vas a besarme?— reclamó.

—¿Por qué la prisa? — Tauro sonrió.

—Eres un idiota.

El pelirrojo ciñó sus manos a la camiseta del peli-verde y le jaló hacia sí, conectando sus labios con los del otro en un beso. Cuando se alejaron, Tauro tenía satisfacción y alegría teñida en el rostro, cosa que le agrado a Aries.

—Ahora— dijo el menor—, ¿me ayudarás a hacer ejercicio?

—Espero que hablemos de sentadillas y abdominales.

—Por supuesto. Tú eres el malpensado que interpreta mis simples palabras.

Aries sonrió y gruñó.

—Está bien. Hagamos ejercicio.

Es lo mejor  que se me ha ocurrido. He querido escribir, pero siento que nada es bueno. Espero y les guste :3

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