A la medida
Tenía sueño, por lo que bostezaba cada tanto al punto de que sus amigos se lo hicieron saber. Simplemente había tenido una noche de poco sueño, les explicaba y ellos le indicaban que fuera a dormir como correspondía. No era más que una excusa.
Así, tras la hora del almuerzo, sus clases en la universidad concluyeron y él se dirigió a casa; durante el camino hacia su hogar, se detuvo en un autoservicio de comida rápida y pidió un par de hamburguesas con papas fritas y su respectiva soda grande.
Estacionó el auto frente la acera y, al descender, saludó al perro de uno de sus vecinos que ladró en respuesta mientras meneaba su cola con emoción; a veces jugaba con él o le obsequiaba juguetes o cositas sencillas para comer. Riéndose suavemente por ver al perro salchicha dándose un baño de Sol junto a la camioneta de su dueño, entró a su propia casa. Nadie le recibió, como era de esperar, pues vivía solo.
No tenía mucha decoración, debido a que era una persona que gustaba de la sencillez y el minimalismo. ¿Para qué quería objetos inservibles solo porque se veían bonitos acumulando polvo en una esquina? Tenía suficiente; al cruzar la puerta se encontraba en la sala en dónde había un par de sofás aterciopelados de color negro, uno de dos piezas y otro de tres, para las visitas, y en el centro había una mesa de madera negra bastante gruesa y amplia, pero muy bajita, funcional si querían jugar juegos de mesa o cosas de ese estilo. La pared del fondo era de un menta suave y solo había una planta de hojas largas que añadía algo más a la escena.
Avanzó por el pasillo hasta el final; junto a las escaleras negras que daban a la primer planta había una puerta que se confundía con el resto de la pared. Los amigos que a veces aparecían para tomar un par de cervezas, comer y perder el tiempo nunca se percataron de este conveniente detalle. Aún si lo hubieran hecho, él era muy carismático e ingenioso, e inventar una distracción no sería un problema.
La empujó suavemente, abriéndola sin provocar sonido, y otras escaleras, de madera desgastada y mohosa, aparecieron frente a él. Bajó los primeros peldaños a la par que se cercioraba que la puerta se cerraba tras de sí. Encendió la luz con un interruptor bastante viejo y oxidado, escuchando el foco cuyo contenido hacia combustión para iluminar con una brillantez límpida y deslumbrante a cierto punto.
—Ya volví— dijo, sonando amigable, como si llegara a casa de sus padres y estos lo estuvieran esperando con emoción—. ¿Cómo estás?
Descendió por completo y caminó sobre el suelo de cemento gris polvoso y manchado con un líquido carmesí que lentamente se tornaba marrón. Actuaba como un joven de su edad, social y simpático, e ignoraba por completo los llantos desgarradores y desesperados de la muchacha a quien se aproximaba. Para él no parecía haber ruido alguno.
Se hincó frente a ella, depositando la bolsa de papel sobre el piso donde se hallaba su pedido de aquella franquicia famosa de comida rápida. Inclinó su cabeza y miró a la joven con una mueca infantil de meditación; seguía atada a una de las tuberías anchas y firmes que, en realidad, no servían y no importaba. Sus muñecas estaban envueltas por esposas frías y sucias de algo rojizo, al igual que sus tobillos; las cadenas de ambos pasaban detrás de la tubería. Aunque aquella no funcionaba, él se aseguraba de que no estuviera rota u oxidada, evitando así alguna situación contraproducente.
Se acercó un poco más y la muchacha, espantada, se pegó a la pared mientras chillaba, pidiéndo en vano que no le dañara; su voz se perdía en sonidos inentendibles debido a que estaba amordazada gracias a algo que tenía todas las luces de ser usado en actividades intrínsecas del BDSM. La baba escurría sin remedio de su boca, cayendo por el cuero del objeto que la obstruía y la mandíbula.
Pensaba que eso evitaría que se ahogara con su saliva y no había riesgo de que las bacterias se multiplicaran con tremenda facilidad, a diferencia de si se tratara de un trapo común.
Tomó una de las muñecas de la joven. Su piel era morena, pero notó sin problemas las heridas que comenzaban a brotar de la zona que rozaba y se golpeaba contra las esposas duras.
—Esto debe de dolerte— comentó, colocando sus dedos en las cortadas e ignorando los quejidos de dolor que aquel acto provocó en la chica—. ¿También te has lastimado las piernas?
La respuesta era afirmativa. Depositó nuevamente sus brazos sobre sus rodillas, sin importar que sus dedos estuvieran mojados con sangre, y suspiró.
—No te preocupes— aseveró luego de un rato y se dejó caer de culo con cuidado.
Tomó la bolsa y la abrió con tranquilidad; tenía todo el tiempo del mundo, así que podía tardarse cuánto quisiera. El papel crujió por el movimiento, y de su interior extrajo todo lo ordenado; dos hamburguesas envueltas en papel decorado con el logo de la empresa, pero cada uno con colores distintos al ser de diferentes contenidos, dos cajas de papas fritas de tamaño mediano, saladas y doradas, algunas bolsitas de aderezos como catsup y mostaza, y el vaso grande de gaseosa sabor lima limón con su tapa traslúcida.
Hundió las protuberancias de aquel plástico, por mero hábito sin sentido, y lo retiró; las burbujas reventaban constantemente en el líquido.
—Dejarás de tener esas heridas— su sonrisa era, extrañamente, agradable, pero aquello no aminoraba el terror en la joven—. Ya no te dolerán. Pero me encargaré de eso después, ahora es tiempo de comer. Tengo hambre, ¿tú no?
Más ruidos sin sentido.
Descubrió una de las hamburguesas que parecía ser vegetariana; extendió el papel que la envolvía para colocarla sobre el suelo sin que se llenara de mugre incomible y desagradable.
—Los Lunes son tranquilos— seguía hablando, contando su día como quien charla con un amigo mientras rompía una de las bolsitas de catsup con ambas manos—. Tengo solo tres clases en la universidad y son fáciles. Aunque empiezan muy temprano. Salí de casa a las seis, ¿cierto? Es porque la primer materia es a las siete y suelo hacer mínimo media hora de viaje. Quisiera mudarnos a una casa más cerca del centro, pero no sería una buena idea. Ya sabes, me gusta la gente y todo, solo que me preocupa que puedan ser muy entrometidos con lo nuestro. A veces las personas son molestas.
Retiró el pan superior y distribuyó la catsup espesa sobre la lechuga fresca y extensa.
—Oh, ¿tú qué piensas? — indagó, aplastando un poquito la hamburguesa para que nada de su interior se escapara—. Por supuesto, no puedo hacer nada sin discutirlo contigo. No es como que esto solo sea cosa mía. ¿Quisieras quedarte aquí?
La chica, con rostro descompuesto en miles de emociones, negó efusivamente con la cabeza antes de que las manos decididas del otro la tomaran.
—¿No?— mostró algo similar a la tristeza a la par que maniobraba para retirar el cuero—. Mh... Quizás pueda resolverlo. ¿Te gustaría estar en una zona más rural? Tiendes a preferir la naturaleza que la ciudad. Es agradable, pero, en lo personal, me gusta más lo urbano. Estar apartado de la civilización no es lo mío en realidad.
Jadeó y tragó con fuerza, con demasiada fuerza. Su llanto ya no era tan sonoro y su voz tenía más forma entonces. Pensó en gritar con todo el aire de sus pulmones, pero no se atrevía. Aunque el joven sentado frente a su persona luciera servicial y amigable, no sabía realmente qué era capaz de hacer. Es decir, ella lo había conocido hacia poco, en una fiesta o una cosa así, y le había agradado de inmediato pues tenía encanto y era elocuente, brillante. Estaba demás decir que había confiado en él prontamente, pues parecía decente y como cualquier otro joven de su edad. Nunca se le hubiera ocurrido que pudiera estar en una situación así con él.
—Este sótano es conveniente— comentaba él, tomando la hamburguesa con una mano mientras la otra alzaba suavemente el mentón de la fémina—. No es muy grande, sí, pero es limpio y a prueba de ruidos. Nada entra ni sale. Seguro te has dado cuenta ya. No escuchas el escándalo del vecino de al lado que tiene fiestas casi a diario, ¿cierto?
En efecto, la chica ni siquiera podía oír los pasos del azabache acercándose por el pasillo o el motor del auto apagándose o la licuadora vieja y destartalada.
¿Si pedía ayuda nadie iría por ella?
—Mastica bien— la joven abrió la boca cuando la comida fue empujada hacia ésta—. No quiero que tengas noches en vela por los vecinos. Al menos podrían invitarnos.
Soltó risas ante su broma a la vez que volvía a dejar la hamburguesa sobre el papel y esperaba que la chica tragara el bocado. Entonces, él mismo se dispuso a llenar su estómago que ya comenzaba a quejarse; abrió su propio alimento y le dio una gran mordida, procediendo casi de inmediato a meter un par de papas a su boca.
A la joven no le gustaba la catsup, su sabor le resultaba asqueroso, pero tenía mucha, mucha hambre y no sabía cuándo volvería a probar algo más; tenía suficientes problemas ya como para rechazar la comida que se le entregaba y sufrir de anemia o morir de inanición. ¿Acaso podría pasar algo peor que la hambruna? De todas formas, no entendía a aquel chico.
Ella nunca había mencionado que fuera vegetariana y es que no lo era. No es que tuviera mal sabor, quitando el hecho de la vomitiva catsup, pero ella prefería las hamburguesas de res, es más, hasta las de pollo le gustaban más que las vegetarianas. ¿Por qué él le había traído específicamente esa? ¿No era más normal pedir las de res? Además, le hablaba como si conociera todo de ella; sí, había cosas en las que tenía razón, pero otras que no. Nunca se refería a ella por su nombre, a pesar de que lo supiera, si no que empleaba el nombre de alguien más. Casi era como si no hablara con ella en sí.
Siguió haciéndole plática de una manera amena y le terminó de alimentar mientras se procuraba a sí mismo.
—¿Tienes espacio para las papas?— preguntó tras meter el papel arrugado en la bolsa.
—Ahm...— tartamudeaba —. Sí. Sí.
—Oh— sus cejas se alzaron un poco—. Eso es poco usual. No eres de comer tanto. Casi siempre tengo que guardar lo que sobra, para que puedas comer después. Bueno, qué más da.
Y repitió sus acciones, acercándole cada papa a la boca para que pudiera disfrutarla y engullirla mientras hablaba de cómo le había ido en la escuela o como había sucedido un accidente automovilístico cerca de por donde pasaba para ir a la universidad, cosas sin mucha trascendencia. Finalmente, le dio de beber parte de la gaseosa, sujetando su mentón con una mano mientras la otra empinaba el vaso de plástico.
—Listo— dijo al terminar y retiró algunas gotitas traslúcidas de soda que descansaban en la comisura de la labios femeninos—. Tengo cosas que hacer, así que debo irme. Volveré después, no te preocupes.
Volvió a acomodar el cuero que amordazada a la chica, le dio un par de palmadas en la cabeza en forma de cariño y le sonrió antes de tomar toda la basura y el vaso aún medio lleno para retirarse del sitio.
No mentía. Debía hacer tarea, lo normal, así que fue a la cocina donde desechó todo y luego, mientras daba sorbitos a la soda, se encaminó a su habitación donde reposaba una cama individual, un clóset fijo a la pared de color negro y un escritorio de vidrio traslúcido donde se posicionó para usar el computador.
***
La luz blanca bañó la habitación y fue esa la única razón por la que la chica, abruptamente, despertó. Las córneas le quemaban por el cambio tan repentino de iluminación; comenzaron a llorarle aún más. Parpadeó difícilmente y trató de enfocar al muchacho que se acercaba animado hacia ella.
—Buenos días— saludó—. Sé que es fin de semana y es momento adecuado para descansar, pero hoy estamos muy ocupados.
Finalmente, logró dar forma al azabache que llevaba una bolsa de plástico, blanca y con el nombre de una tienda, en su mano. Se asustó, pensando en todas las catastróficas cosas que pudieran haber en el interior de la bolsa y pronto se apretó contra la pared, quejándose.
En ese sótano había un baño bastante sencillo en una esquina que constaba de un vater de mármol blanco, pequeño y bajito, muy cerca de un lavamanos básico del mismo color. Un poco más apartada había una regadera, solo la regadera, sin canceles ni cortinas que pudieran brindar privacidad, y bajo de ella había una alcantarilla de tamaño decente para que el agua de ésta se marchara. Ahí en el sótano, además, se encontraba un calentador de agua para las regaderas de toda la casa.
La bolsa fue depositada junto al lavamanos y el azabache se acercó a encender el calentador que producía un peculiar ruido. La chica le miró en completa confusión.
Luego, de la bolsa extrajo varios objetos estéticos; peróxido, tóner, tinte para cabello, una brocha para tinte y un cuenco. La joven parpadeó, expectante, mientras él preparaba el blanqueador de pelo y todo lo demás. Dejó todo sobre el lavamanos para dirigirse hacia ella quién chilló un poco, sobre todo cuando la desató de la tubería y la apretó fuertemente del brazo para evitar que huyera. La guió hasta la taza, en dónde la sentó, y volvió a esposarla con ayuda de otra tubería.
—¿Por qué estás asustada?— sonaba burlón—. No es la primera vez que te ayudo a teñir tu cabello.
Ella nunca se había hecho algo así, quizás se había hecho diversos cortés en su melena, pero jamás se cambió el color de éste. Le gustaba el tono negro obsidiana que tenía y que parecía brillar.
—Aunque odio que sea algo tan jodidamente tardado.
Tomó una porción del cabello suave, dócil y liso, y comenzó a embadurnarlo con el decolorante, usando la brocha de ayuda. Demoró al menos 20 minutos en cubrir el pelo desde las puntas hasta dos centímetros antes de la raíz, pues ésta la cubrió al final.
—Bien— se colocó las manos sobre las caderas—. No te muevas de aquí. En un par de minutos vendré a lavarte el cabello. De todas formas, el calentador es un poco viejo, así que se tardará en calentar suficiente agua.
Fue así que la joven se quedó nuevamente en soledad, con las luces apagadas y solo percibiendo el trabajar del calentador. No sabía exactamente cuánto tiempo había pasado, pues ya no tenía concepción alguna del tiempo. Las horas parecían minutos o años, y solo sabía que día era, o si era de mañana o noche, gracias a su captor.
Comenzó a sentir comezón en el cuero cabelludo, era molesto, pero soportable. Tras lo que parecieron horas, Scott volvió, trayendo entonces una toalla y una muda de ropa limpia para mujer. Se preguntó de dónde había sacado aquello. ¿Lo robó? ¿Lo compró?
—Veo que ya está bien— se refería al tono del cabello mientras dejaba las prendas junto a la regadera.
Inspeccionó aquella melena que ya entonces se encontraba de un color rubio, rozando el naranja. Volvió a mover a la chica, atandola entonces a la regadera que abrió sin previo aviso. El primer atisbo de agua era fría al punto que la joven se espantó, dando un brinco y quejándose sonoramente. Lavó perfectamente el cabello, cuidando no maltratarlo más de lo que ya se encontraba y, cuando se aseguró que ya no había decolorante en él, cerró la llave.
—Lo que sigue— suspiró, tomando entonces el tóner que vertió sobre ella—. Tendremos que esperar otro rato más a que esto también haga efecto. Realmente es muy fastidioso. No sé cómo se te ocurrió, pero bueno, también es mi culpa por querer ayudarte.
La ropa sucia, desacomodada y algo rota estaba empapada y se pegaba al delgado cuerpo de la joven que resoplaba para quitar el agua que amenazaba con entrar por su nariz cada vez que respiraba. Minutos después, Scott volvió a lavarle.
—Ahora sí— vertió el tinte, que era verde oscuro, sobre el cuenco y lo mezcló ligeramente con la brocha—. Esto es el broche de oro.
Cada centímetro de cabello estaba cubierto por tinte verde que parecía negro. Por descuido, y ya cansancio, Scott llegó a manchar un poco la frente y las orejas de la chica, así como algunas secciones de su frágil cuello, pero daba igual.
Transcurridos unos 30 minutos, la chica estaba temblando de frío debido a que se hallaba empapada de pies a cabeza y la ropa seguía mojada de una manera jocosa y desagradable. Ya con algo de emoción por el resultado, el azabache retiró las prendas húmedas y las dejó en alguna parte del suelo, pensando que las recogería después. El agua cristalina cayó nuevamente sobre la joven, descendiendo hacia el desagüe con un tono verdoso como la cáscara del pepino. Limpió aquí y allá, aseando con jabón neutro la piel y solo con agua el cabello, pues si usaba shampoo podría deslavarse prontamente y todo, hasta ese punto, sería una perdida de tiempo.
—¿Tienes frío?— dijo tras darle la ducha, desdoblando la toalla para cubrirla con ella—. Espero no pesques un resfriado. Te vestiré rápido, solo hay que secarte primero. Sé que no te gusta que te toque, pero tengo que hacerlo, lo siento.
La secó, procediendo a deslizar la ropa interior y un vestido gris por el cuerpo moreno para que al menos no sufriera por alguna ventisca de aire o similar. Se aseguró de secar bastante bien el cabello, evitando así que gotitas de agua escurrieran de éste, mojando su ropa.
La llevó de nuevo a donde siempre estaba, sacudiendo un poco su verdes hebras lisas con un rostro que denotaba completa satisfacción. El color era exactamente el que recordaba. Había quedado idéntico y perfecto.
—Se te ve tan bien— aseguró, genuinamente contento—. Siempre te lo he dicho, pero lo diré de nuevo. Combina con tus ojos de una manera estupenda. Debes estar cansada. Yo sí. Es un trabajo bastante tardado, sabes. Creo que es todo por hoy. Duerme sin problemas.
De verdad era una persona rara.
***
La conocía desde que eran unas pequeñas criaturas, debido a que vivían en el mismo barrio y el pelinegro siempre insistía en jugar o pasar el tiempo con ella. Era una chica muy educada y usualmente tranquila con calificaciones espléndidas y actitud obediente a pesar de que tenía un hermano mayor y, usualmente, los menores o eran muy mimados o eran muy rebeldes.
No es que no se inmiscuyera con él sino que extrañamente, aunque le sacara de quicio de vez en cuando, le resultaba agradable su compañía. Lo oía hablar y hablar, fantaseando con recorrer cada rincón del mundo para ver sus maravillas y asegurando que se las mostraría a ella por igual. Era social y divertido, pero bastante descuidado y arriesgado al punto de que ella no le seguía en sus locuras que realmente resultaban un potencial peligro.
Scott más de una vez había terminado en el hospital por heridas abiertas, huesos rotos, lesiones musculares, etc. Y ella le iba a cuidar y visitar de manera rutinaria por gusto propio. Él, a su vez, la iba a ver cuándo ella pescaba alguna enfermedad sería o extraña, según esto para que no se aburriera en el hospital durante su estadía.
No tenía buena salud, esa era una realidad con la que había aprendido a vivir. A veces le causaba fastidio sentirse como una chica burbuja que ni siquiera podía salir al aire exterior por alergias o demás. La mayor parte de su vida la pasaba yendo de médico en médico, pasando de medicinas en medicinas, aprendiendose cientos de tratamientos y fórmulas de fármacos como si fuese su dogma.
—Te dieron ketorolaco— dijo ella en una ocasión cuando había ido a ver a Scott que estaba en cama con una costilla rota que había requerido cirugía.
—¿Me qué?
—Analgesicos fuertes. Para el dolor.
—Oh, ¿no deberían?
—Mh. Sin estos de seguro estarías maldiciendo de dolor.
—Aun me duele. Pero no tanto.
—Si tienes algún malestar no dudes en hablar a la enfermera.
—¿No me cuidarás tú?— el muchacho pestañeó para convencerla.
—No.
Él se quejó de manera infantil y ella simplemente le dedicó una suave y diminuta sonrisa.
A Scott le gustaba, le gustaba tanto que no se veía a futuro con alguien más. No había sentido la necesidad de pedirle que fuera su novia, pues sentía que sus sentimientos eran recíprocos ante la incapacidad de ella de ser íntima con alguien más.
Para eso del segundo año de preparatoria, ella cayó enferma de extrema gravedad y había sido obligada por su salud a dejar la escuela e internarse en el hospital por tiempo indefinido. Él quería creer que iba a mejorar, quizás no de inmediato, pero eventualmente estaría bien. En cambio, ella sabía que su estado era el peor y estaba danzando en la delgada línea entre la vida y la muerte. Quería decirle a quien consideraba su confidente, pero no sabía en qué momento o cómo.
Scott iba casi a diario a su cuarto de hospital para verla y charlar, relatandole acontecimientos divertidos o extraordinarios, pero uno de esos días no entró de inmediato a la habitación, sino que se detuvo antes de cruzar la puerta, asomándose por ésta con extrema cautela.
La chica, sentada en la cama, estaba hablando amenamente con un chico que él desconocía por completo. Jamás lo había visto. Estaba tatuado y tenía algunas perforaciones, parecía mayor que ellos al menos por uno o dos años. Podía ver el rostro de ella que se mostraba gentil ante la presencia de ese joven que llevaba las manos dentro de los bolsillos de su sudadera en un gesto de desinterés.
—Realmente no tienes que venir— aseveraba ella—. A penas tienes tiempo entre un trabajo y otro. Deberías aprovechar este tiempo para descansar o comer. No sé. Algo más ideal.
—En vez de estarme ahuyentando deberías agradecer estas atenciones.
—Yo sé...
—No parece que sea así. Sé que parezco delincuente, pero no lo soy. Y mucho menos soy un hijo de puta con mis allegados—frunció sus afiladas cejas—. Seguiré viniendo y me importa una mierda que te moleste.
Ella dejó escapar un largo suspiro de derrota, apretó los labios y asintió.
—Mañana trataré de traerte algo mejor que esta asquerosa comida de hospital— se inclinó, pues estaba parado junto a la cama ortopédica, y besó a la joven—. Me voy. Mi trabajo comienza en cinco minutos.
—Hasta luego.
¿Qué había sido eso? ¿Qué? Él no entendía y no cabía dentro de sí por la impresión. Lo que pasó después fue que le había reclamado a ella sobre la situación, cuando el otro chico ya se había marchado sin siquiera notarlo. Pelearon y se enfadaron al punto de que la enfermera le pidió al pelinegro que se marchara.
Por todo lo bueno, alguien más ya se había ganado el corazón de la chica de hermosos ojos como esmeraldas. Estaba tan impactado por las circunstancias que tuvo que evitar ir a verla durante una semana para poner orden a todo en su cabeza.
Llegó a la conclusión de que a lo mejor, después, en un futuro cercano, cuándo ella saliera del hospital y todo, podría pasar más tiempo con él y se daría cuenta de que ese otro chico, cuyo nombre ni siquiera quería recordar, no podía compararsele en lo absoluto. Scott era mucho mejor que él en todos los aspectos posibles. Sí, ella solo estaba cegada y confundida por las hormonas de la adolescencia, lo normal, algo entendible. Solo debía ser paciente y mostrárselo.
Pero no pudo.
Cuando fue consciente de todo, estaba en su funeral, vestido elegantemente con ropas oscuras como su cabello. El féretro estaba abierto para que, quien fuera gustoso, diera sus últimas palabras a la difunta. Por supuesto que él se acercó a verla, grabándose su imagen a fuego en su mente; su piel morena, sus ojos que, aunque estaban cerrados, sabía que eran del color más hermoso que hubiera visto, su cabello liso y arreglado de un color verde gracias a un tinte, por una locura de juventud, aunque originalmente era negro como el ébano.
La gente lloraba a su alrededor, consolandose entre sí, mientras él estaba pasmado, sin decir nada ni sollozar, mirándole de manera perdida, como si no concebiera la situación.
El resto de la noche y la mañana siguiente había sido borrada por completo de su memoria, pues había actuado de manera automática, sin prestar atención a nada en realidad. Su mente estaba lejos, concentrada completamente en el recuerdo de la joven.
Día tras día, lo único en que era capaz de pensar era en ella. Su duelo llegó a tal grado que se tornó en una completa obsesión. Ella no estaba muerta, no, no lo estaba. Ella estaba por ahí, solo que no se habían encontrado de nuevo.
Ah, tendría que buscarla por todos lados. Peor aún, tenía que apresurarse antes de que alguien volviera a ganarle su corazón y, además, tendría que asegurarse que nadie más tuviera las mismas intenciones que él.
Su anhelo era tal que comenzó a acosar a toda fémina que cumpliera con sus características. Las seguía a todos lados, vigilando cada uno de sus movimientos, tomando nota de cada pequeño hábito, deseo y disgusto que presentaran, aprendiendose sus horarios e incluso inmiscuyendose sutilmente con sus círculos de amigos. Más de una vez tuvo que abandonar a su presa antes de siquiera tener que hablarle, porque muchas cosas que hacían denotaban que no se trataba de ella. Una pena, si se lo preguntaban, pero nunca se desanimó y prosiguió con su labor. La iba a tener de vuelta así tuviera que ir al final del mundo.
***
Despertó por el dolor que se acrecentaba conforme recuperaba la consciencia. Sus rodillas ardían, al igual que sus codos, su boca y el fondo de su garganta. Lo primero que sus ojos notaron era la encimera gris de una cocina minimalista, luego repararon en la mesa que tenía frente suyo y, finalmente, se percató de movimiento a su lado derecho.
Aturdida aún, giró su rostro hacia esa dirección y se topó con aquellos ojos púrpuras que, aunque eran peculiares, provocaban pavor en ella. Scott le sonrió ampliamente al verla reaccionar, como un niño que abría una envoltura de regalo y veía una cosa magnífica.
—Hey—habló, colocándole una mano en el hombro luego de echar algo del cabello verde hacia atras—. ¿Qué tal? ¿Dormiste bien?
No tenía la boca amordazada, así que la abrió para hablar o gritar, lo primero que pasara, sin embargo, lo único que logró fue berrear de una manera espantosa y un dolor agudo y horrible le recorrió toda la garganta y la espalda.
—No, no— le detuvo Scott que tomaba una servilleta para limpiar lo que escurría por sus labios y barbilla—. Te abrirás los puntos y no queremos eso.
La obligó a cerrar la boca. Unos instantes después, la joven vislumbró que aquella servilleta blanca y grabada entonces estaba manchada con sangre espesa, con su sangre. ¿Qué le había hecho? Su corazón, debido al miedo, comenzó a palpitar de manera más rápida.
¿Su boca sangraba? ¿Por qué? ¿Por qué no podía hablar? Ni siquiera podía gritar.
De pronto, una alarma sonó con estrépito. Scott pareció comprender algo a la par que miraba el celular que había sido el origen del ruido. Se levantó y se dirigió hacia la encimera, donde abrió uno de los cajones que se deslizaba y del cual extrajo varios frascos y cajas de medicamentos. Luego, de los cajones superiores, que le llegaban a la altura de los ojos, sacó un vaso cristalino en el que vertió agua para beber. Regresó a su asiento, desperdigando todo sobre la mesa.
¿Qué era eso? ¿Qué era eso? ¿Qué era eso? Estaba entrando cada vez más en pánico.
Lo vió tomar algunas pastillas no más grandes que una lenteja y le abrió a la fuerza la boca.
—Te ayudarán con el dolor— explicaba él, obligándola a beber el agua que le brindaba con ayuda del vaso que sujetaba con fuerza—. Algunos son antibióticos, para que no atrapes una infección. Lo siento, debe dolerte, por supuesto. Te corté la lengua y cuerdas vocales, sería raro que no te doliera. Ah, sí, si sientes algo raro ahí, es porque te cosí, obviamente, para que cicatrices y no te desangres. El hilo se caerá en unas semanas, no te preocupes.
Adolorida y al borde de la asfixia por la dificultad de tragar, la joven comenzó a bufar sonoramente, sintiendo la ansiedad absoluta crecer dentro suyo. Un hilo de agua y sangre cayó de sus comisuras. La mano que aún le sostenía la mandíbula la obligaba a mirar hacia el pelinegro que parecía meditar con tranquilidad, sin importarle que la chica quisiera toser.
—Aún no sé...— soltó con duda a la par que fruncía las cejas—. Creo que podría ser un problema alimentarte si te quito los dientes. Lo tengo que pensar un poco más. Por el momento, esto es suficiente. Hablando de, prepararé la cena, necesitas comer para recuperar fuerzas.
La soltó y se retiró hacia la encimera una vez más. Tosiendo, lo vió moverse por toda la cocina mientras tomaba cosas de aquí y allá, cortando ingredientes y demás para lo que iba a cocinar. El dolor estaba empeorando. Era un dolor atroz, horrible, inconcebible y, curiosa, bajó sus ojos hacia las zonas que ardía. Comenzó a berrear y chillar sin mucha fuerza, removiendose en la silla con ímpetu al ver qué de sus codos y rodillas se sostenían prótesis que, más que auxiliar médico, parecían los brazos y piernas plásticos de una muñeca.
—No hagas eso— le reclamaba el pelinegro, dejando el cuchillo con el que rebanaba una zanahoria para ir donde ella—. Te caerás. Te vas a lastimar. Para.
¡¿Dónde estaban sus pantorrillas, sus pies, sus manos y antebrazos?! ¡¿Qué sucedía?! ¡¿Por qué le sucedía a ella?! ¿Era una mala persona? ¿Se merecía todo ese infierno? Estaba tan aterrada, tan asustada. Solo quería huir de ahí, quería gritar, pedir ayuda, que alguien, quien fuera, la sacara de ahí. Lágrimas espesas comenzaron a bajar por su rostro de manera torrencial a la par que espasmos recorrían su cuerpo y jadeaba en un intento de respirar bien, pues estaba hiperventilando.
Algunas heridas comenzaron a sangrar levemente por el jaleo y, fastidiado, Scott se vio obligado a amarrarla con cuerdas de cuero a la silla para detenerla y evitar así que se cayera o se abriera por completo alguna de las suturas. Aunque ella batallaba y soltaba ruidos molestos y desagradables, él simplemente se cruzó de brazos y le obsequió una mirada severa, tan severa que sus ojos comenzaban a tornarse fríos.
Él no era estupido, no. Ella no se marcharía de su lado, ella no se iría con nadie que no fuera él, si no podía hacerlo. Claro, era así de sencillo. Por eso se había esmerado en retirar sus apéndices que le ayudarán a alejarse de él. Sabía que sería raro para ella no ver dedos, manos o piernas, por lo que consiguió esas hermosas prótesis bastante realistas y estéticas de plástico no dañino para el portador y que, gracias a todo lo bueno, no le permitían ponerse de pie o de mover las manos para empujarlo.
¿Por qué ella no estaba conforme?
—Quedate quieta, por Zeus— pero ella hizo caso omiso, llorando con aún más fuerza—. Estás en shock, lo entiendo, pero te lastimarás, así que detente. Realmente no soy muy paciente, eso ya lo sabes, así que no me desesperes.
La chica se detuvo, pero no dejó de llorar, cabizbaja y aún con dificultad de respirar. Se veía tan triste y patética que el corazón de Scott se apretó dentro de su pecho. Su rostro se suavizó y su postura cambió. Le retiró el cabello de la cara que se le pegaba por la baba, la sangre, lágrimas y el sudor. Le acarició con dulzura y algo de culpa, por hacerla llorar, la mejilla.
—Perdón— dijo con tono más ameno—. Perdón. Solo me preocupo por ti. Así que quédate quietecita, ¿bien? Todo estará bien, Val.
Y depositó un beso casto en su frente.
BUENAS. Aquí en mi ranchito es Halloween :D y este es un cortito creepy para estas fechas, espero les guste. Por si no vieron el mensaje en mi tablero, hoy será éste y el Lunes, que es 2, Día de Muertos, será otro capitulito con temática de este evento. Así que esperenlo 〜(꒪꒳꒪)〜 les dejaré con la duda de qué podría ser. En fin, bye 💙
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