A Demon for an Angel

—¿No deberíamos dispersarnos y hacer algo?—Cuestionó Leo a los demás.

—Nah. —Negó Sagitario mirando la ciudad junto a los otros cinco desde el techo de un edificio.—Dale calma.

—Dilo por ti.—Intervino Escorpio.—Yo iré a joder.

Chasqueó los dedos y desapareció ante los ojos amarillos de Leo, quien era él único que le haba clavado la mirada. Sin decir algo, el pelinaranja imitó su acción.

—Debo irme.—Anunció Aries.—Causen problemas.

—Dalo por hecho.

Dejando a los tres chico en la azotea, bajó del edificio de un salto brusco, sacó un instante sus alas rojizas para planear y no estamparse contra el suelo de cara. Pensó en verse como un humano y de inmediato su aspecto se volvió así. Luego, comenzó a andar por las calles entre los humanos para ir a su meta.

***

Esperaba pacientemente, sentado en una de las mesas del local de café. Por suerte para él, a penas llevaba unos segundo ahí, solo.

Veía a la gente pasar, ignorando su existencia, lo que en parte era bueno y ya estaba acostumbrado a ello. Todos creían que era un humano. No tenían razones para pensar lo contrario.

Escuchó la puerta abrirse con un tintineo, por lo que alzó la vista de la pequeña carta y miró al recién llegado. Se cruzaron sus ojos chocolates con los negros de de él. Sonrió.

—¿Llegaste hace mucho?—Indagó el pelirrojo, sentándose en la sillita de ocre frente a Tauro.

—No. No en realidad.

—¿Ya pediste algo?

—No. Me parecía mejor esperar que llegarás.

—Ya.

Con una seña de mano, llamó a un mesero y ambos pidieron algo para beber o comer. En cuestión de minutos, el más bajo ya tenia entre sus manos un frappé envasado en plástico, mientras el peli-verde miraba fascinado una tartaleta de frutas descansando en un platito.

—¿Qué acaso los ángeles sienten hambre?

Tauro negó con un ligero movimiento de cabeza a la par que engullía un trozo de su postre.

—No. —Dijo.—No tenemos la necesidad de comer. ¿Y ustedes?

—Sí. La gula es un pecado, ¿sabes?

—Lo sé, pero eso no quita que nos guste lo que hacen los humanos.

—Jum...—Sorbió de su bebida y fruncio el ceño un segundo.—No sé cómo terminé aquí.

—¿Te sientes mal?

—No. Solo, no sé cómo siempre me convences de que pasemos el rato. ¿En serio no te traerá problemas?

—Por ahora todo está bien.—Se encogió de hombros.—Padre no ha dicho nada, si es que ya se dio cuenta, y los demás no saben que nos conocemos.

—Si tú lo dices. A los mios les da igual. Están ocupados en sus cosas.

—¿A Sagitario no le da curiosidad saber dónde estás?

—Nah. Él se divierte por ahí y se olvida de lo demás. Es un lujurioso sin remedio.

—Creo que es normal que ustedes pequen.

—Supongo.—Siguió con su bebida un segundo.—Aunque Géminis casi no lo hace. Siempre pienso: ¿Cómo es que es un demonio? Porque en sí, siempre es una persona buena. Luego recuerdo que tiene ese pedo con su otra personalidad psicópata y se me pasa.

Tauro rió. Prefería oír a Aries conversar de sus compañeros que hablar de los propios, por eso sabia tanto de ellos.

—Tú sí eres un pecador.—Le señaló el ariano al taurino.

—¿Vas a empezar?

—¡Es gula! Digas lo que digas.

—No es gula.—Pensó un segundo.—Nosotros no pecamos. Aunque... Cáncer tiene mucha pereza y Capricornio, bueno, él piensa dejarlo.

—¿Dejar de ser ángel?

—Sí. No quiere hablar mucho del tema, así que no lo he presionado.

—¿Y piensa ser un caído como Lucifer o qué?

—No. Creo que quiere vivir en este mundo. 

—¿Tú que piensas?

—Mientras él este bien, no veo problema. 

—Ángel tenias que ser.

—¿Y? Tú eres un demonio y aun así eres bueno. Quizás muy en el fondo.

—¡No soy bueno!

—¿No recuerdas cuando nos conocimos?

Ese dia, Tauro quería detener a un pequeño niño que corría tras su pelota, para atraparla. Cruzó la calle y logró tomarla con sus manitas; se detuvo un misero segundo. Se escuchó un claxon de un camión que venía a una velocidad imprudente. Pensó en hacer algo, pero otro humano intervino. Tomó al niño en brazos y corrió a la acera, a penas salvándose ambos. De pronto, vio como, después de dejar al crió en el suelo, del cuerpo del hombre, salia otra figura que nadie veía y que pronto ya estaba flotando sobre sus cabezas, como su persona. Aries gruño y creyendo que nadie le había observado, se marchó.

—Viste mal.—Reclamó Aries.—Te lo he dicho mil veces. Yo no hice nada.

—Ajá.

Antes de responder al sarcasmo de su amigo, este miró a alguien que se encontraba a sus espaldas y sonrió como un saludo.

—¿Uno de los tuyos?—Aventuró el demonio sin voltear aun.

—Sí. Es Cáncer.

—¿Qué hace él aquí?

—¿Él?—Una risilla escapó de sus labios, tanto por la confusión como por la pregunta.—Es  ella.

—Detalles.

Se giró a mirar con curiosidad en la dirección que su amigo habia mirado. Sentada junto a un chico, estaba aquel ángel. Parecia estar escondida del ojo humano, quizás estaba ayudando al muchacho en su forma real. Tauro admiraba dudoso y curioso el rostro del más bajo ante su completa atención hacia su compañera. Lo notó embelesado.

—¿Aries?

El nombrado frunció el entrecejo y se devolvió a mirar al de ojos chocolate.

—Creo que deberíamos irnos.—Habló con voz baja.

—¿Piensas que seria problemático?

—Tal vez. No quiero que te tachen de traidor y te arranquen las alas. No es nada bonito.

—Eres muy bueno.

—¡Callate!

Sin más, ambos se levantaron. Pagaron en la caja de cobro y finalmente se retiraron.

***

Estaba un tanto cansada y el mejor lugar para relajarse entre el ritmo ajetreado de la ciudad, era un parque cercano, que poseía un estanque con peces y flores de loto. Se sentó en el borde, mirando a los animales nadando despreocupados, hasta que algo les espantó y huyeron a esconderse.

Su vista se alzó y sus ojos grises se clavaron en un chico a un par de metros de ella, mirando el agua estancada y verdusca. Le fue fácil notar que él no era humano. Sus orejas puntiagudas, sus colmillos sobresalientes, su delgada cola negra terminando en una especie de flecha sólo demostraban que era un demonio. Parecía apacible por el momento.

El chico se percató de la mirada de ella y se giró, encontrando su mirada solo por un segundo, pues el ángel la regresó al agua. Ahí estaba. ¿Debería hablarle? No. Sí. Tal vez. ¿Estaba loco por fijarse en un ángel? No. Sí. Definitivamente lo estaba. Creía que era solo una atracción física. No debía sentir eso por alguien que estaba tan lejos y, sin duda, era imposible. ¿Acaso importaba? No. Le hablaba a Tauro, ¿por qué no hablarle a ella?

¿Hablar de qué?

Ella no se movió. Él no se movió. Era casi como si esperasen algo. Una señal quizás. Un empujón.

Carraspeó su garganta.

—¿Te gusta...—¿Qué? Pensó rápido.— el agua?

Cáncer rió ante las palabras del pelirrojo. 

—¿Es lo mejor que se te ha ocurrido?—Preguntó ella.

—La verdad sí. —Rascó su nuca y continuó.—Solo quería iniciar una conversación contigo, porque... Porque... Ah, sí.

—¿Qué?

Cáncer se acercó unos pasos con sutileza y Aries hizo lo mismo.

—¿Entonces?—Indagó la chica de cabellos azulados. —¿Qué haces aquí?

—Te vi y pensé en acercarme. Quiero decir, pasaba cerca y no tengo nada que hacer por el momento. Nada grandioso.

Otros pasos más. Finalmente, ambos estaban uno junto al otro y la conversación ya no era nerviosa, forzada o algo similar. Ahora era casi como si se conociesen de toda la vida.

Los minutos se volvieron horas y esas pocas horas en ese día no parecían suficientes, así que volvieron a verse. Días, semanas. Parecía ir todo sobre ruedas. 

—¿Cáncer? —Le preguntó Piscis.

Ambas surcaban el cielo con sus enormes alas blancas de plumas sedosas y suaves. La chica miró esos ojos verde marino un tanto melancólicos.

—Dime.

—Me preguntaba, ¿a dónde vas? Ya sabes, he visto que vas a un lugar y regresas más feliz. ¿Pasa algo?

—No. Solo encontré un lugar donde calmarme. No te preocupes, no es nada.

La menor le miró tratando de creer en ella. Algo tenía que decir aquel sonrojo casi imperceptible en el rostro de Cáncer. Debía ser por algo, lo sabía.

Sus caminos se separaron. Cáncer voló hacia el estanque y Piscis se retiró a ver quién requería un poquito de ayuda en otro lado.

Ahí en el estanque, el ángel y el demonio se encontraron, otra vez.

—¿No tienes frío?—Cuestionó Aries con notorio gesto de sentir aquello.

—No.

Cáncer miró al chico acomodarse la sudadera negra y meter las manos en los bolsillos. Aries sentía como algo con textura suave y casi algodonosa, le envolvía y cuando se percató, vio la enorme ala de la peli-azul cubrirlo como una manta.

—¿Eso sirve?—Preguntó ella.

—Sí. Gracias.

—Eres un bebito, Aries.

—¡No tolero el frío! Y lo peor es que siento frío con facilidad.

La chica rió.

—¡No es gracioso!

El chico comenzó a hacerle cosquillas sin piedad, logrando que ella se retorciera de la risa y solo logró quitárselo de encima cuando se cubrió con su propia ala.

—¡Basta!—Dijo ella con una sonrisa y él poseía una similar.—Eres molesto.

—Ese es mi trabajo, ángel. Tus alas son suaves.

—Gracias. ¿Y las tuyas?

—¿Quieres verlas?—Ella asintió. —Bien.

Se alejó de aquel objeto de plumas blancas y se puso en pie. Se tuvo que quitar sus prendas superiores para dejar en libertad sus alas. Similares a las de los murciélagos solo que mucho, mucho más grandes, de piel rojiza y trazos negros, de piel tersa. La chica las admiró un segundo, aunque no es la primera vez que veía unas. Luego, le puso la mano en la espalda a Aries, causándole un escalofrío por el contacto frío, logrando que se girara a verla con algo de molestia.

—¡Oye!—Le reclamó y rápidamente volvió a ponerse la ropa. —Pareces muerta. Estás helada.

—Ups. —Dijo sínica y volvió a cubrir al chico con sus plumas, quien parecía cómodo entre éstas.—Llorón.

Mientras ellos seguían conversando, de improvisto apareció otro ser. Paró vuelo justo detrás de ellos, sin darse mucha cuenta con quien estaba la chica.

—Cáncer.—Le llamó acercándose.

Ante la voz de la otra chica, se giró para encararla, escondiendo a Aries entre sus alas detrás de ella con suma facilidad, pues sus eran más grande que cualquier cuerpo.

—¡Virgo!—Habló la chica tratando de actuar natural.—¿Qué haces aquí?

—Solo quería ver que todo va bien contigo. Últimamente has regresado tarde a casa.

—Lo siento si te preocupe, ¡pero!, estoy bien. Muy bien, no te angusties.

La chica de ojos verdes le inspeccionó de pies a cabeza con cierta sospecha. Hay algo en su actitud, pero sobre todo hay algo en el alrededor. Virgo poseía una especie de sexto sentido, por ponerlo de alguna forma, ella presentía si había algún otro ser que no fuese de los suyos. Ahí había alguien más.

—¿Estás sola?

—Sí. Volveré a casa en un rato más, tranquila.

Aries estornudó, por mucho que había intentado reprimir tal impulso. Virgo miró a Cáncer con severidad, quien solo atinó a encogerse con nervios.

—Hace algo de aire, ¿no crees? —Divagó la de ojos grises.

Virgo ignoró su intento de cambiar el tema y caminó a las espaldas de ella, donde sus alas cubrían al demonio. Introdujo una mano entre las plumas y sujetó a Aries del brazo, para luego sacarlo con brusquedad de su refugio. Le miró frívola.

—¿Un demonio?—Preguntó incrédula y el pelirrojo se liberó de su agarre.—¿Qué le has hecho?

—Virgo.—Interrumpió la otra chica.—No me ha hecho nada. No es malo.

—Es un demonio.

—No todos los demonios son malos, así como no todos los ángeles somos buenos.

—¿En serio lo estás defendiendo? Nuestro trabajo es evitar que ellos hagan de las suyas. ¿Por qué?

—Él me gusta. ¿Qué hay de malo?

Ambos le miraron incrédulos y estupefactos. Cáncer enrojeció violentamente al darse cuenta de lo dicho.

—Quiero decir...ah...

—Hablaremos en casa.

La peli-verde le tomó la mano y ambas se echaron a volar en dirección a su hogar, dejando aturdido al pelirrojo por un eterno segundo. Cuando reaccionó fue muy tarde, ellas ya estaban en las tierras de los ángeles.

¿Qué es lo que había dicho ella? Que le gustaba. ¿Había escuchado bien? No. Tal vez. Sí. O, ¿lo imaginó?. Tal vez. No. En lo absoluto. Era verdad. ¿Cómo alguien podía ser tan jodidamente feliz con un par de palabras?

***

Llegaron a su hogar. Se plantaron con los demás, quienes parecían estar conversando de algo que bien podía ser banal o mundano. Cuando aterrizaron, todos les prestaron completa atención.

—¿Qué sucede? —Cuestionó Tauro una vez vio a la peli-verde con mal humor y a la otra chica con cara de vergüenza.

—Yo...—Empezó a hablar Virgo, pero se trabo. No sabía ni que decir.—Cáncer.

—Está contrariada porque... Porque me encontró hablando con un demonio.

Las únicas que se sorprendieron fueron Libra y Piscis. La primera se cubrió la boca en un gesto de asombro y la segunda, permaneció con los ojos bien abiertos.

—¿Y?—Indagó Capricornio, estoico y de brazos cruzados.

—¿Y?—Repitieron las chicas con incredulidad.

El castaño suspiró, entre derrotado y hastiado.

—Yo también hablo con un demonio. —Admitió con simpleza.

—¡¿Qué?!—Chillaron ellas.

—Ah...—Largó Tauro, interrumpiendo.—Yo también.

—¿Es que han perdido el juicio?—Espeta la más alta.—Son demonios. Nuestros enemigos jurados desde hace años.

—Tienes razón.—Dijo Capricornio. —Pero no son malos. No en su totalidad al menos.

—¿Hablas en serio?—Se aventuró la de ojos verde-marino.

—Sí. Nuestra pelea en sí, es absurda.  Ellos no son horribles como siempre hemos creído. No el que conozco.

—Pero...

—Chicas.—Habló con suavidad el taurino, interrumpiendo a Libra.—Sé que puede parecer loco, pero no debemos juzgar a alguien sin antes conocerlo. No les pido que se hagan amigos de un demonio, pero esperó que entiendan lo que nosotros queremos decir.

Virgo miró a todos. Las dos chicas, la rubia y la peli-azul, parecían estar meditando lo dicho. No podía ser cierto. No dijo nada y con aire fastidiado, se marchó.

***

Estaba pensando si ir o no. Es que no quería encarar al pelirrojo después de haber admitido aquello, aunque podía mentir y eso no se le daba mal. Tarde o temprano tendría que verlo. Inhaló con fuerza para darse valor y bajó.

Ahí estaba él, caminando de un lado al otro frente al estanque. Veía sus pies, luego el cielo y así sucesivamente. Se animó a si misma y se le acercó con tranquilidad; él le daba la espalda.

—Aries.—Llamó al chico, quien rápidamente se giró a verle. Lucía ansioso, quizás eufórico o algo similar.

—Por un momento pensé que no vendrías. —La chica le miró confundida.—Por lo de ayer.

Y con eso, su cara enrojeció hasta el cuello.

—Te ves adorable.—Murmuró él y la chica se cubrió la cara con ambas manos, haciendo que el pelirrojo se percatara de lo dicho.—Quiero decir... Es que... ¿Ayer te fue bien con esa chica?

—Ah, sí.—Le siguió la corriente. —Se sacó de onda, pero no pasó nada serio. Resulta que otros ángeles también hablan con otros demonios. Tauro y Capricornio.

—¡Ah! Sí. Tauro habla conmigo.

—¿En serio?

—Sí. Creo que puedo decir que es mi mejor amigo.

—Ya veo.—Sonrió y se sentó al borde del estanque.—Pues con eso, no me castigaron o algo así. Virgo simplemente tuvo una reacción normal.

—Supongo.—Aries imitó su acción. —Y, ¿lo que dijiste...?

—Eso...

Silencio un largo segundo. Un silencio denso e incómodo.

—Cáncer.—Susurró. —Me gustas.

La mencionada se escondió entre su largo cabello como una cortina y dejó caer su cabeza en el hombro de Aries.

—Tomare eso como que tú también.

El ángel asintió con vergüenza y timidamente, entrelazó su mano con la del demonio, quien se dejó hacer.

***

¡Estaban locos! Todos aquellos ángeles. ¡Dementes! Habían perdido el juicio y la razón. ¿Hacerse cercanos de los demonios? ¡Tenía que ser un pecado! Y el peor de todos.

Caminaba fastidiada por las calles, hasta que se detuvo en una cafetería pequeña y poco concurrida. Miró el interior desde la enorme ventana que daba a la acera y se decidió a entrar. ¿Los ángeles podían estresarse? Ni idea, pero ella sí que se sentía de esa forma.

Entró al lugar por la puerta de madera que simplemente se empujaba para poder entrar. Avanzó hasta la barra, donde había un electrodoméstico de vidrio en donde había diversos postres. En la pared detrás colgaba un menú relativamente corto, de color azul y del tamaño suficiente para que la clientela pudiese ver lo escrito ahí. Un joven pidió su orden y una vez la tuvo anotada en una libreta diminuta, se dedicó a prepararla. Mientras la chica peli-verde esperaba frente a la barra, mirando el menú y deleitándose con musica tranquila que sonaba desde altavoces pequeños colocados en las esquinas del techo, un nuevo cliente entró a la cafetería y se plantó junto a ella.

—Qué sorpresa.—Comentó con sinceridad el azabache, mirando al frente.

La peli-verde le miró y de inmediato reparó en detalles que estaban escondidos al ojo humano; los colmillos prominentes y sobre todo la cola. Aun así, el otro ser permanecía en su fachada de humano.

—¿Debería preguntarte si es que te dolió caer del cielo, ángel? —Curoseo el pelinegro y sus ojos púrpuras, simulando ser normales, se clavaron en los verdes de ella.

—¿Acaso no tienes mejores cosas que hacer?—Indagó ella notoriamente irritada por la presencia del otro.

—Por el momento no. ¿Qué hay de ti?

—Realmente, no te incumbe.

—Tengo curiosidad. —Respondió  el otro con interés infantil.—Jamás había estado tan cerca de un ángel.

—Aquí está tu orden.—Interrumpió el empleado con una sonrisa cortés y entregando un vaso de plástico con tapa transparente al ángel.

Lo tomó con cuidado de no tirarlo o derramar su contenido entre traslúcido y guinda. Miró al demonio con frivolidad y profirió:

—Pues ojalá no volvamos a vernos.

El azabache iba a reclamar, pero ante el llamado del trabajador, se limitó a verla partir, para luego clavar su atención en el otro chico y finalmente pensar: ¿Qué debería hacer ahí?

Con eso y el paso de los días, el demonio de cabello negro parecía haber tomado interés por aquel ángel y sin darse cuenta, buscaba ese cabello verde en todos lados.

Un día, estaba aconsejando a un chico para que se escapara a una fiesta en plena semana de exámenes y después de mucho rato, lo consiguió. Satisfecho, salió por la ventana de la habitación que pertenecía al humano y a penas estaba en el balcón, vio en el edificio de enfrente, algunos pisos arriba y a través de otra ventana de un apartamento, a aquel ángel.

Ella merodeaba detrás de un joven que parecía contrariado por algo. Sin pensarlo mucho, voló hasta el lugar donde el ángel estaba y sin llamar la atención, entro al apartamento. La buscó, pero ya era tarde, no estaba.

Bufó con decepción y se cruzó de brazos. Tendría que volver a verla en algún momento de su eternidad, ¿no? Tenían todo el tiempo del mundo después de todo.

—¡Sagi!—Le llamó el ser peli-plata sentado junto a él y a Géminis en el techo de un edificio, viendo la puesta del sol.

—¿Qué?—Indagó el nombrado al girarse a verle.

—¿Pues qué? Sigues aquí.

—¿Me estás corriendo?—Indignado, se llevó una mano al pecho y luego miró al rubio.—Me está corriendo.

—Acuario, insensible. Se refiere a que no te has ido con alguna demonio o humana y eso es raro. Por lo general a está hora te vas a hacer ejercicio.

—Ah... No tengo ganas hoy.

Los otros dos soltaron resuellos de sorpresa y preocupación, como sí al azabache le hubiese salido un tercer ojo o algo similar. El rubio le tomó le cara y le midió la temperatura.

—¿Acaso estás enfermo?—Preguntó con susto.—¿Nos podemos enfermar si quiera?

—¡Dime!—Interrumpió Acuario, tomando al pelinegro de los hombros y comenzó a zarandearle.—¡¿Quien carajos eres y que qué hiciste con Sagi?! ¡Dimelo!

—¡Para!—Se quejó Sagitario, soltándose bruscamente de su amigo y llevando una mano a su cabeza dolida.—Joder, revolviste mi cerebro.

—¿Qué te sucede?

—Yo te diré. —Una cuarta voz se unió a la conversación, asustando a los otros tres.

Géminis cayó del techo, pero regresó a su puesto con ayuda de sus alas. Una vez tranquilo, miró a Leo ahí parado, a un par de pasos de distancia.

—¡Avisa!—Chilló Acuario y el pelinaranja sonrió de lado.

—Llorones. ¿Quieren saber o no?

—¡Sí!

—Está distraído con una chica.

—Eso no es nuevo.—Le restó importancia el rubio.

—Más bien, está obsesionado con una sola chica. Solo una.

—Ah...

—Y no cualquiera, es un ángel.

El rubio y el peli-plata miraron con picardía al pelinegro, quien no parecía negar nada.

—Sagi atrevido. —Canturreó Géminis.

—Yo sé. Yo sé. Pero eso no es malo.

—Nadie dijo que lo fuese.

—No te va a dar bola. —Aseguró Leo y el menor le enseñó el dedo medio. —Es la verdad.

—Los retos son divertidos de todas formas.

***

Estaba en aquella cafetería dónde la vio por primera vez. Iba de cuando en cuando al sitio con la vaga creencia que ella aparecería tarde o temprano.

Admiraba la barra de cobro, mientras esperaba a que su bebida estuviese lista: un café americano. Luego, sus ojos comenzaron a divagar por el lugar hasta detenerse al fondo del local. Ahí estaba el ángel peli-verde, sentada en una mesa para dos, con un libro abierto en sus manos y una bebida sobre la madera. Sagitario se emocionó.

—Aquí está, un café americano. —Le llamó la atención el trabajador, entregándole un vaso desechable de papel.—¿Algo más?

—Sí.—Se apresuró a decir, miró los postres y señaló uno.—Deme ese trozo de tarta.

***

Estaba tan tranquila y calmada leyendo, con un té de acompañamiento en una taza blanca con forma cubica descansando en la mesa.

Con ello, se había distraído por completo del dilema que traía con los otros ángeles. Seguía sin aceptar que ellos se llevasen bien con quienes siempre habían batallado: los demonios.

Y como si hubiese invocado a uno, Sagitario se sentó frente a ella, dejando su vaso y un plato sobre la mesa. Ante esto, sus ojos esmeralda se alzaron de las hojas y se clavaron en los purpuras del otro, quien sonreía con diversión.

—Hola.—Saludó él y la chica se vio obligada a dejar de lado el libro.

—¿Qué deseas?

—Conversar.

Virgo alzó una ceja con duda. Ese demonio sí que era extraño.

—Hasta te he traído una ofrenda de paz.—Dijo y le pasó el plato con el pedazo de tarta.—¿Verdad que soy alguien benevolente?

—¿Le has puesto algo?

—No. Puedes preguntarle al chico de aquí si es que no me crees.

Virgo miró el postre, luego al demonio y finalmente el postre de nuevo. Dudosa, tomó el tenedor y con cautela, cortó un trozo y lo engulló. Por el momento todo estaba bien, nada malo pasó y el sabor de la tarta era delicioso.  Sagitario sonrió desdeñoso cuando ella le miró de nuevo y después, tomó un sorbo de su café.

—¿Y bien? —Habló él. —Yo soy Sagitario y tú...

—Virgo.—Suspiró con rendición. —Gracias por la tarta.

—No hay problema.  Ahora dime, ¿qué haces aquí?

—Haces muchas preguntas.

—Soy curioso.—Se encogió de hombros.

—Me doy cuenta.—Se acomodó el largo cabello verdusco con ambas manos, dejando el cubierto sobre el plato.—Tomo un descanso.

—Ah. Somos dos.

Unos murmullos llamaron la atención de ambos, quienes de giraron a ver a su lado, clavando sus ojos en una pareja de una chica y un chico. La chica estaba contrariada, quería al chico, pero odiaba estar atada a alguien, así que ambos discutían sobre su relación. No sabia sí debían seguir intentándolo o debería terminar con todo.

Y como si hubiese sido un llamado para el ángel y el demonio, ambos comenzaron a susurrar. Susurros que llegaban mágicamente al odio de la chica. Uno le decía que debía pensar tanto en el otro como en ella, mientras el contrario le decía que debía cortar todo directamente, incluso si llegaba a a ser cruel. Una vez sintieron que la chica tuvo una resolución, terminó bruscamente con el chico.

—Que poco tacto.—Declaró Virgo, volviendo a lo suyo: la tarta. La ex-pareja se marchó. —Al menos fue honesta.

—El amor es problemático. —Aseguró el demonio, recargando su codo en la mesa y su mejilla en su propia mano. —No lo entiendo, a decir verdad. Esa chica en serio quería ser... Uh, libre. Pero tambien quería estar con el chico. Yo hubiera preferido lo primero sin dudar. Parejas hay muchas. Oh, pero quizás, mi querida ángel, podrías explicarme sobre ello.

Virgo le miró un largo segundo, dejando la tarta y uniendo sus manos sobre el regazo. Se encogió de hombros apenada.

—Tampoco lo entiendo.

Sagitario le miró sorprendido.

—¿Qué los ángeles no aman a los humanos?

—Pero es un amor distinto al que tú haces referencia. Es un amor fraternal, no de pareja. Incluso tú has de sentir el primero por alguien.

—Mh... Sí. De ese sí. Aunque a veces quisiera ver que se siente tener pareja. Curiosidad, ya sabes. Pero es más fácil y divertido tener aventuras de cuando en cuando.

—Viniendo de un demonio, no me sorprende que digas eso.

—¿Tú no quisieras una pareja? Ahora que lo pienso, ¿si quiera les está permitido amar de esa manera?

—No lo sé. —Un suspiro contrariado escapó de sus labios y, al terminar con la tarta, volvió a colocar sus manos en el regazo.—Pero si así no fuese, a muchos no les importaría. Por ejemplo a Capricornio y Piscis, pero ellos son ángeles... En todo caso tendría que usar de ejemplo a Cáncer y su demonio enamorado.

—¿Un ángel y un demonio?—La chica asintió. —¿Sabes quién era?

—De mi estatura, cabello rojo, ojos negros, pero no sé su nombre.

—Creo que es Aries. Oh. Que interesante. Podre molestarlo con esto. En todo caso... ¿Realmente puedes atarte a una persona por el resto de tus días? En lo personal, siento que me aburriría.

—Yo creo que es imposible encontrar a ese alguien. Los humanos son polígamos.

—No somos humanos.

—Tienes un punto ahí. ¿Existe si quiera esa persona que te complementa, al menos?

—Ni idea.—Admitió desdeñoso el demonio, con ambos brazos cruzados sobre la mesa.—Si la encuentro te aviso.

Y ambos se quedaron ahí, conversando durante horas, mientras pedían bebida tras bebida. Quien más conversaba, por su puesto, era el demonio.

***

A veces se encontraban, a veces no. Lo raro del caso, es que ya ni le molestaba la presencia del pelinegro.

Estaba tachando una lista de quehaceres sentada junto a Piscis, quien se limitaba a balancear los pies hacia atrás y hacia delante. La escuchó suspirar.

—¿Ocurre algo?—Le preguntó Virgo.

—Pensaba en cómo seria tratar con demonios.

—Son un dolor de cabeza.

Los ojos verde-marino se clavaron en su persona con curiosidad y duda.

—¿Conoces a alguno?—Su voz denotaba sorpresa, más cuando la más alta asintió.—¿En serio?

—Él comenzó a hablarme.

—¿Sobre qué hablaron?

—En un principio...—Pensó. Seguía con la mirada en sus hojas. —Del amor.

—¿Del amor?—La menor inclinó la cabeza confundida y unió las cejas.—Que raro.

—Es que, ni él ni yo lo entendemos. Es... Extraño.

Finalmente, sus ojos verdes se encontraron con los de Piscis, quien parecía estar meditando sobre lo que próximamente diría.

—Lo es.—Afirmó y sonrió.—Pero a veces no hay que entenderlo. Es cuestión de sentir, Virgo.

—¿Sentir qué? 

***

Sentir. Para amar debes dejar de pensar y simplemente sentir. ¿Eso quería decir su pequeña amiga ángel? Le parecía de lo más ridículo.

Volaba por la ciudad, aún con la conversación que había mantenido con Piscis, fresca en su memoria.

Se detuvo detrás de un niño, que sentado junto a una fuente, veía a una mariposa ahí en el agua. Era obvio que se estaba ahogando por la forma desesperada en que se movía. El menor se debatía si sacarla o no.

Después de un empujón de parte de ella, el niño sacó el insecto de la fuente. Con suerte el animalillo seguiría vivo. Poco después, el menor se marchó por el llamado de su madre. El ángel le siguió con la vista hasta que otra cosa, llamó su atención.

Cuando se percató de la presencia de otro ser, Virgo ya estaba en el agua del enorme adorno callejero, empapada de pies a cabeza. Cayó de senton. Una risa despreocupada llegó hasta sus oídos y una vez se quitó el cabello de la cara, miró con molestia a Sagitario.

Se levantó enojada de ahí, se acomodó el cabello y la ropa, que solo consistía en un simple vestido largo y blanco, fulminando con la mirada al pelinegro. Salió de la fuente.

—¿Estás loco?—Indagó ella con tono molesto.

—Un poco.—Respondió el otro entre risas y poniendo su dedo índice y pulgar a corta distancia.

Virgo extendió por completo sus alas, cuyas plumas estaban mojadas por completo. A pesar de estar enojada, la risa del demonio no era fea, al contrario, le gustaba. Sagitario se calló cuando vio las alas majestuosas de la chica que parecían hechas de nubes. Lucia... Atractiva.

—Ahora tendré que esperar a que sequen.—Rechistó ella.

—No tardaran. Son bonitas por cierto. Hace mucho que no veía unas tan de cerca.

—Me imagino. A todos los caídos les arrancaron sus alas de ángeles.

—Sí. Ahora tengo éstas. —Dijo y de pronto aparecieron sus alas enormes de su espalda. Eran como las de un murciélago, completamente negras y con miles de cicatrices. —Son bonitas, ¿no? Puedo sacarlas y guardarlas cuando quiera.

El ángel rodó los ojos con diversión ante la sonrisa orgullosa del pelinegro, mientras meneaba su cola similar a la de un león, pero negro.

Se detuvo en seco un segundo, dobló sus alas y el demonio hizo lo mismo, curioso por la cara de ella, cuyo tono palideció.

—Sí. Sentir. Cuando estás con la persona que amas, las cosas te pueden parecer más divertidas. El tiempo se hace corto. —Decía una romántica empedernida: Piscis.— Cuando están juntos puedes sentir un cosquilleo en el estómago y a veces en todo el cuerpo. Cuando lo ves, todo lo racional se va al caño y solo importa tu corazón alborotandose por todas las emociones que te hace experimentar. Emoción. Felicidad. Etc. Te llegará a gustar todo de él, incluso sus defectos. ¿Qué mas da si es torpe? Eso lo hace ser quien es.

La conversación con la peli-azul regresó a su cabeza y de pronto se sintió contrariada porque estaba sintiendo todo ello con un demonio. ¡Un demonio lujurioso que solo buscaba diversión en las esquinas! Se había vuelto loca, definitivamente.

—¿Virgo?—Le habló el chico, acercándose unos pasos. Tenia una cara de preocupación genuina.—¿Te sientes bien?

La peli-verde, cuya cara era roja como una cereza, retrocedió unos pasos, olvidando por completo que la fuente estaba a sus espaldas. Terminó cayendo dentro por segunda vez, con Sagitario tras de ella, pues había extendido su mano en un intento de atraparla antes de que azotase con el agua, cosa que no funcionó.

El azabache estaba sobre ella, con las manos a los costados de su cabeza y las rodillas junto a sus caderas. El agua le llegaba a las muñecas; no era profundo. Tenían suerte de que los humanos no pudiesen verlos en ese momento. El cabello verde de ella flotaba en el agua con simploneria, totalmente aprisionada por él, quien estaba cubierto por claras gotitas de agua. Algunas en su cabello, otras en su ropa y unas pequeñas atoradas en sus pestañas. Sagitario comenzó a reír por esa rara escena, hasta que reparó en la escasa distancia que había entre su rostro y el de Virgo, quien tenia cerrados los ojos con fuerza.

Estaba aterrada por su nuevo descubrimiento y el suave y cálido aliento del otro le dejaba en claro que estaban muy cerca. Más se espantó cuando sintió que la lejanía, la poca que existía, se iba acortando y finalmente, algo suave se posó contra sus labios, rozando con delicadeza. Sabía qué era eso: un beso. ¡Ese pecador le estaba besando! Peor aun, ¡a ella le estaba gustando! No era como había pensado, no estaba lleno de desespero, pasión y/o lujuria. ¡Era todo lo contrario! Con eso, sintió su cara arder como el mismísimo infierno.

Por otro lado, Sagitario sentía que había vuelto al cielo por un segundo. Solo uno, porque se sintió espantado por todos esos sentimientos desconocidos pululando en su interior y finalmente se retiró. Lentamente, abrió los ojos y vio al ángel peor que un tomate. Cuando sus ojos esmeralda se encontraron tímidamente con los suyos, su mente se apagó de pronto.

—Me gustas.—Pronunció. Ni él ni el ángel sabían de dónde había venido eso. Siguió hablando.— No para un rato. No como otras chicas. De hecho, desde hace meses, desde que nos conocemos, no me he visto con nadie más.

—¿Debería creerte?—Musitó en voz bajita.

—Me imagino que no lo harás y tampoco te culpo.—Sonrió.—Supongo que lo diré de otra forma. Te amo.

—No es algo que debas decir a la ligera.

—No lo hago. No diría algo con tanto peso si no lo sintiese.

Virgo se cubrió la cara con ambas manos y soltó un chillido de pura frustración que ni él escuchó.

—¡No, no, no!—Decía ella como convenciéndose.—Imposible. Tú eres un demonio. ¡Yo soy un ángel! Por todos los cielos. Esto debe estar mal.

—Si me vas a rechazar, solo dime que no y ya.—Rió el pelinegro.

—Ese es el problema. Que, por milagro, o algo así, yo... Yo siento lo mismo.

—Jum...—Canturreó burlón el demonio.— ¿Existe si quiera ese alguien que te complementa, al menos?

—¿Realmente puedes atarte a una persona por el resto de tus días?

—¿Tú que dices?

Virgo se descubrió y miró sonrojada al demonio. Asintió con lentitud.

—Pues ya somos dos.

Luego de eso, ambos se levantaron. Virgo miró enfurruñada su vestido y volvió a extender sus alas para que se secaran. Sagitario simplemente se retiró las botas negras y las calcetas; vacío el agua de su calzado.

—Genial.—Se quejó ella.

—Ya secará. Agradece que la fuente está limpia.

—Qué afortunada soy. Menos mal no enfermamos, sino ya habría pescado un resfriado. Aunque eso no quita que tenga frío.

—En ese caso.—Sagitario sonrió encantador, pero con una mirada lasciva.— Yo te caliento.

El ángel le miró con fastidio y desagrado. Se dio la media vuelta sin decir nada y comenzó a andar.

—¿No? ¿Virgo? ¡¿Virgo?! ¡Era broma!

***

Aries entró a la habitación que pertenecía al pelinegro y se sorprendió de verlo ahí. Hace tiempo que no se encontraban y eso le parecía extraño. Cada quien tenía sus asuntos. Poco después apareció Leo.

—¡Vaya!—Expresó el de cabello naranja. Se cruzó de brazos y tenía una sonrisa ladina en su rostro.—Hace mucho que no estamos los tres juntos.

—Dilo por Sagitario.—Habló el mayor.—Él ha desaparecido durante un tiempo. Hablando de eso, una demonio me preguntó por él. Parece que ya no te estás viendo con ellas.

—Nah.—Le restó importancia el pelinegro y agitó la mano como si espantase un mosquito. —Es que tengo novia.

—Ajá. Tener más de un encuentro casual con alguien no es tener novia.

—Hablo en serio. Tengo novia. Por ello no me he visto con nadie más, ninguna chica al menos.

Los mayores le miraron con asombro e incredulidad, como si al menor le hubiese crecido una tercer ala. Sagitario no pudo evitar reír.

—¿Es broma?—Preguntó Aries con una sonrisa descompuesta.

—No. Es totalmente verdad.

—¿Es aquel ángel? —Indagó Leo y por un segundo pensó que al pelirrojo le explotaría la cabeza por las revelaciones.

—Así es. Me la pelan. Aunque ella me dijo que una de sus compañeras también sale con un demonio.—Sonreia de manera burlesca y descarada hacia el de cabello rojo, quien abrió la boca con sorpresa y un sonrojo se acomodó en sus pómulos. —¿Verdad, Aries?

—¡¿Cómo...?!

—Te digo que Virgo me lo dijo.

—¡Yo la conozco!

—¿En serio?

—Sí. Ella fue la que descubrió que Cáncer y yo estábamos hablando.—El demonio de cabello como el fuego se rascaba la nuca.

—Wow. Wow.—Les detuvo Leo, con una mano frente a él, y con una mirada llena de sorpresa y curiosidad. Señaló a Aries y a Sagitario consecutivamente.—¿Ustedes y ángeles? ¿Ángeles?

Ambos asintieron.

—¿Están locos?

—¿Acaso te molesta?—Interrogó el mayor cruzándose de brazos y el menor le acompaño con una mirada de enojo.

—No es eso. —Se llevó una mano a la cara y se talló con aires de frustración. —Se nota que ustedes no piensan. ¿Se dan cuenta que relacionarse de esa manera con ángeles puede causar problemas? Tanto a ustedes como a ellas pueden culparles de traición. Quizás a ustedes no les importa que les puedan convertir en humanos, pero recuerden que no es bonito que te arranquen las alas y te lancen al abismo.

Se sumieron en un silencio pesaroso. Sabían que el león tenía toda la razón y eso les molestaba. Voces, llantos y gritos comenzaron a aturdir sus tímpanos, a la par que imágenes reaparecían. Memorias empolvadas que les atormentaban sin piedad durante sus noches. Y de pronto, sus espaldas comenzaron a arder, sobre todo la sección junto a sus omóplatos, donde aparecían sus alas demoníacas y antes se encontraban aquellas que parecían nubes blancas.

Era un suceso que no le deseaban a nadie.

Leo vio que las miradas de ambos estaban pérdidas, sabia que su mente les recordaba su castigo por pecar y el comprendía la sensación de dolor, abandono y vacío. Se les acercó y les acarició el cabello, logrando que ellos regresaran a la actualidad. 

Negro y purpura se encontraron con ojos tan brillantes como el mismísimo Sol. Quizás era un error enamorarse de aquellas criaturas. Quizás ese era su verdadero castigo; repugnar el amor como una enfermedad mortal, para luego caer en ella por completo y darse cuenta que no tenían permitido amar.

El de cabello naranja se sentía mal por sus compañeros, aunque realmente no conocía con exactitud el sentimiento que ellos estaban experimentando. El remordimiento y culpa, o quizás un vacío.

Él no tenía ese problema, pues Acuario era un caído como su persona y se encontraba ahí en el infierno, acompañándole. No se imaginaba cómo sería si el peli-plata aun fuera un ángel y él un demonio. Imposible. Era la mejor palabra para describir una relación así.

—Tranquilos.—Intentó el más alto de que los otros dos no se acomplejaran tan de pronto.—Estoy seguro que ustedes pueden con esto.

***

—Boop.— Expresó Acuario, picándole la nariz a Leo con el dedo índice, sacándolo de su ensimismamiento. —¿Y bien?

—¿Qué?

Los ojos amarillos del otro se clavaron en los turquesa de su pareja, como no entendiéndolo.

— Andas distraído.—Aseguró el menor.— Eso no es común de ti. Incluso te dije que había conseguido juguetes para masoquistas y que yo seria el de arriba, y ni reaccionaste. De hecho me dijiste que estaba bien.

Leo hizo una mueca de horror, a lo que el peli-plata comenzó a reír a carcajadas, sosteniéndose del hombro del otro y doblándose sobre si mismo.

—No es gracioso.

—¡Uy! Perdón. Ya dime, ¿qué te pasa, tigre?

—Aries y Sagitario.—Suspiró el de pelo naranja.

—¿Uh?

—Parece que están enrollados con unos ángeles.

—¡Oh! ¿Y?

— ¿Y? Siento que esto les traerá grandes problemas. Demasiados y sabes cómo son esos dos. Seguirán metiendo la pata hasta que ya sea imposible.

Acuario veía el ceño fruncido del mayor, quien permanecía de brazos cruzados con un aire de angustia. Lo que menos quería era otra guerra. Sintió una mano sobre sus cabellos anaranjados, la cual vio que pertenecía a su pareja, quien lo revolvía y acariciaba como si estuviese calmando a un fiero minino; lo peor era que le gustaba el gesto.

—Nuestro león tiene el corazón de un gatito.— Comentó burlesco el de ojos turquesa con comparecencia hacia el otro.— Se preocupa por otros.

—Acuario. Eres un dolor en el culo.

—Ese es mi trabajo— Sonrió, siguiendo con los mimos que parecían encantar a Leo.— No me sorprendería que te pusieras a ronronear por esto. Seria adorable.

El de ojos amarillos le tomó de la muñeca con molestia, apartándolo de si para luego lanzarlo del edificio donde estaban descansando. Poco después, Acuario regresó revoloteando con unas alas plateadas y una mueca de decepción infantil. 

—¿Acaso tienes mil años, Leo?

—Mira quién lo dice. —Sonrió petulante el mencionado. Viendo al otro aterrizar frente a él. Le plantó un beso rápido en los labios.— Como sea. Me voy.

Y así, se marchó de ahí en busca de algo más que hacer, dejando al peli-plata antes de que pudiese hacer un berrinche o algún drama nuevo.

Acuario vio el cielo crepuscular sobre si mismo, en el punto donde Leo había desaparecido y guardó sus alas. Suspiró con angustia, metiendo las manos en los bolsillos de sus pantalones de mezclilla oscura.

¿Quién iba a cometer la primera estupidez? ¿Iba a ser Leo? ¿O seria el azabache? ¿Acaso Aries metería la pata?

Sus ojos turquesa se posaron en sus botas negras de cordones. Estaba actuando demasiado pensativo para su gusto, pero es que había mucho riesgo de por medio, muchas cosas en juego con la relación de los fuego con ángeles y le preocupaba, porque Sagitario era su mejor amigo, no solo eso, era el hermano menor de su amada pareja: Leo. Y no solo ellos estaban involucrados, sino que el mayor de fuego también. Toda la familia y se preocupaba de que Leo hiciese algo idiota por sus hermanos, pero no lo culpaba.

De pronto, Acuario desapareció con una brisa salada.

***

Iba saltando de un faro de luz pública a otro con diversión, pues era lo único que le quitaba el aburrimiento que se cargaba encima. Llegó a un barrio pequeño y calmado, no había mucha gente, pero si que había un grupo de niños jugando con un viejo balón de fútbol desgastado y sucio en la calle. Comenzó a burlarse de ellos, pateando el balón lejos cada que un chiquillo trataba de alcanzarlo y ellos pensaban que quizás era un fantasma. Se divertía con eso.

De pronto, de una casa cercana, salio una mujer de mediana edad aproximadamente, y les llamó para almorzar. Los cuatro chiquillos corrieron al interior de la casa, llevándose el balón con ellos. El rubio les siguió curioso, pasando al interior por la puerta de madera aun si ésta estaba cerrada. La casa era cómoda y hogareña, donde rondaba un rico aroma a comida casera. Se notaba que la mujer vivía ahí sola y quizás los niños eran sus nietos pues los trataba como tal. Los cuatros se sentaron en una mesa de madera para seis personas, con un mantel blanco de encajes, esperando a que la mujer regresara de la cocina con la comida.

Veía a los niños discutir un poco entre ellos de una manera muy usual entre hermanos o primos.  Escuchó unos pasos acercarse al comedor y cuando se giró a ver, no se encontró con la mujer menuda de cabello castaño con canas en las raíces, ojos negros y llenos de arrugas bajo unos lentes pequeños, sino que sus ojos se clavaron en una joven de cabello rubio y rizado, de coquetos ojos azules destellantes y sonrisa enérgica, que traía en manos un plato con emparedados.

Sin quererlo, se quedó sin aliento. Nunca había visto a una mujer tan bella. Parecía irreal.

La vio dejar el plato sobre la mesa y poco después apareció la mujer de anteojos con cajitas de jugo que repartió a los menores.

El rubio solo podía observar a la chica con fascinación. Como un adolescente que encontraba el amor a primera vista. Y de pronto, ella alzó la vista, clavándola en los ojos azules de él y se sorprendió.

Ella estaba contrariada por la presencia de esa criatura en el hogar. La mujer interrumpió.

—Muchas gracias, por todo, Luci.— Le dijo la señora a la joven con una enome sonrisa y ésta le miró.— Siempre eres de ayuda.

—No es nada. Me gusta ayudar, señora Cindy.

—Eres un ángel. —Aseguró la mujer con diversión y agradecimiento, a la par que el rubio profería lo mismo con incredulidad.

La chica sonrió acojongada hacia la señora, pero era por lo que él había dicho y la atención que le brindaba. Segundos después se despidió de la mujer y los infantes, para luego salir de la casa y caminar por la calle. El demonio de cabello rubio se quedó largos instantes dentro del recinto, viendo la puerta por donde ella había salido segundos atrás. Con rapidez, le siguió. Había atrapado su interés por completo.

La veía andar con velocidad por la calle, contoneándose con seguridad, pero no de manera descarada o vulgar. Parecía ir mirando el suelo con distracción y de pronto quiso cruzar la calle.

No se había percatado de que la luz del semáforo estaba en verde y aun había autos circulando. Una mano se aferró a su muñeca con fuerza y la jaló hacia atrás, antes de que bajara de la banqueta y un auto la arrollara, el cual le dio un bocinazo. Se concentró de nuevo, dejando de lado la imagen del rostro de aquel demonio que parecía embelesado. Se giró a ver al dueño de la mano que le sujetaba y se cruzó con un sujeto pelinegro de suaves ojos azules, quien suspiró con alivio.

—Ah.— Profirió ella con intensiones de agradecerle, pero este le soltó.

Vio algo desprenderse del cuerpo del chico cuyos ojos se tornaron castaños. Parpadeó confundido un par de veces.

—Gracias.— Dijo ella, ignorando al demonio junto al joven.

—Seguro.—Respondió ligeramente desconcertado y se marchó por otro lado.

El ángel miró al demonio por eternos segundos, pero ninguno decía nada. Una vez el semáforo cambió a rojo, el ángel se marchó.

***

No sabía porqué aquel demonio de cabellos rubios le seguía y le cuidaba. Casi era como si fuese su ángel de la guarda, o en todo caso, su demonio de la guarda. A ella le gustaba ayudar a la gente  en su forma de humano pues le parecía más sencillo de esa manera así que de vez en cuando se metía en pequeños líos y ahí era cuando el demonio intervenía. Lo extraño, era que nunca habían intercambiado palabra alguna.

Hasta ese día.

El ángel miraba un aparador donde estaban maniquíes con ropa a la moda y posters coloridos, hasta que escuchó pasos acercarse y detenerse justo a un lado suyo. Desvió la mirada de ahí y la clavó en su acompañante. Era aquel demonio; vestía unos pantalones negros, con unos tenis vans del mismo color, una camisa azul índigo bajo una chaqueta gris oscuro y su cabello sujeto en una coleta. Veía la ropa en el escaparate y luego miró a la chica; sus ojos eran más oscuros.

—Deberías probartelo.— Dijo él, señalando un vestido rosa en el escaparate que había atraído la completa atención de ella. Eso se notaba. — Te quedara bien.

—Hola a ti también. — Dijo ella con burla.— Me gustaría saber al menos tu nombre.

—Géminis.— Susurró.— Algo así.
—Libra.

Ambos volvieron su atención a la ropa en silencio.

— Hace tiempo que él quería hablarte.— Comentó el rubio, con las manos entre los brazos y los costados de su pecho.

—¿Hablas de ti?— Le miró Libra con confusión.

—Se podría decir. Yo tengo dos personalidades. Me refiero a mi otra personalidad, la que siempre está al mando. En todo caso, podría decirse que yo tenia ganas de hablarte desde hace un tiempo, pero no se animaba. Por eso estoy aquí.

— Es un poco confuso. —Rió ella acomodando su bolso.

—Supongo. En fin. ¿Te lo probaras?

Libra se encogió de hombros no sabiendo que responder. No se sentía segura en usar esa prenda. La siguió inspeccionando.

—Ah.—Géminis soltó risillas nerviosas. Ya no era el otro. — Te  deberías poner ropa así.

El ángel le vio morderse las uñas con un rostro apenado.  Ambos se miraron y el demonio le sonrió con sinceridad. No esperó respuesta alguna de ella y le tomó de la mano para arrastrarla dentro, donde le dijo a una empleada que le trajera el vestido en exhibición. Cuando la señorita regresó con la prenda en manos, Libra no tuvo más opción que entrar a los probadores y vestirse.

Cuando salió tímidamente de los vestidores, sintiendo que se veía mal, Géminis le observó y una enorme sonrisa encantadora se mostró en su rostro ante la imagen del ángel; el vestido era de un rosa pálido, le llegaba a las rodillas y en la cintura tenia brillos que acentuaban su figura.
— Este tipo de ropa le queda mejor a otra chicas.— Libra sujetó el dobladillo del vestido y lo miró un segundo acomplejada.
—Para nada.— Aseguró Géminis.—No creo que a alguien le quede tan bien como a ti. Te ves preciosa.

El ángel alzó la mirada y notó que él hablaba en serio. Rió enternecida, aunque su risa siempre había sido coqueta. Se cruzó de brazos y alzó una ceja.

—Eres raro.

— Espero que en el buen sentido.

—Por su puesto. —Sonrió, para luego borrar el gesto y aclaró su garganta.— Iré a cambiarme.

Se devolvió al probador y se miró en el espejo, para luego dejar caer su frente contra el material con derrota. ¿Qué rayos hacia sonriendo y sintiéndose cómoda con un demonio? ¿Acaso se había vuelto demente? ¿Él no era malo como otros? No parecía que así fuese. Al contrario. Le hacia cumplidos, la cuidaba. Así no eran los demonios, ¿o si?

Suspiró y comenzó a ponerse de nuevo su propia ropa. Luego, salió de los vestidores y dejó la prenda con la encargada, para acercarse al demonio y partir del lugar juntos.

***

Estaba avanzando por el sitio lleno de nubes esponjosas de pulcro color blanco y trazos azules como el cielo diurno, hasta que alguien le detuvo y se miraron en silencio.

—¿Te sientes bien?—Cuestionó Tauro, observando al otro ángel con angustia.

—¿Por qué la pregunta?—Inquirió el castaño con tranquilidad.

—Pareces estar en otro mundo.

Capricornio desvió su mirada color avellana hacia el suelo y el toro comprendió totalmente que estaba en lo correcto. Se inclinó un poco hacia él, tratando de obtener algo más de parte del más bajo.

—Es sobre eso.—Afirmó el mayor con un gesto melancólico.— ¿No?

—Sí. —Respondió y volvió a mirarle a los ojos.— Sigo pensando en ello.

—Ya veo. Pero no es solo eso. Hay más, ¿cierto?

Capricornio suspiró de una manera imperceptible y se tronó los nudillos. Tauro tradujo ese gesto nervioso como una afirmación y decidió esperar con paciencia a que el menor le explicara.

—Ya me decidí. —Espetó el castaño y el peli-verde le miró ansioso.— Quiero decirle a Piscis primero, solo que no quiero que reaccione mal.

—Es normal estar angustiado.—Aseguró Tauro, acariciando de pronto, el cabello del menor y brindando una sonrisa compasiva.—Pero debes decirle. Yo te apoyo, no te preocupes.

El menor asintió con lentitud, comprendiendo al mayor y después de alejar la mano de éste, se retiró de ahí. Tauro observó al castaño alejarse con rapidez y su sonrisa amable se borró para abrir paso a un gesto serio lleno de preocupación. Inhaló profundamente y se cruzó de brazos.

—Él sabe lo que hace.

***

Veían la ciudad en medio de la noche, con las calles siendo iluminadas por luces públicas amarillas, además de los faroles de autos y letreros de neón pertenecientes a diversos locales. Incluso a esas horas, la civilización era activa y enérgica.
Tenían que estar alerta por si algo sucedía entre las penumbras y debían interferir. Le parecía extraño que el castaño le hiciera compañía esa vez, pero no le desagradaba, ni un poco.

Cruzado de brazos, dejó de observar y prestar atención a la ciudad, para clavar toda su concentración en la ángel. Puesto que le dedicaba miradas discretas por el rabillo del ojo, ella no se había percatado de ello. Era ajena a él por el momento.

Tenia que decirle, tenia que anunciar lo que atormentaba su alma y lo que pensaba hacer. Pero no quería herirle, no quería.

—Piscis.—Le habló él y contuvo un suspiro de romántico empedernido cuando ella se giró a verle con sus bellos ojos aqua.

—Dime.

—Yo.—Se detuvo y formó una mueca de seriedad y concentración extraña.— Escucha.

—Te estoy escuchando, Capri.

El castaño agitó una mano frente a él, negando y volteó su rostro hacia la ciudad, aguzando el oído y con sus ojos avellanas inspeccionando cada calle. Piscis le observó totalmente confundida.

—Escucha.

Obedeció e imitó al contrario, adrmirando la ciudad y prestando atención a cualquier sonido alarmante. Una discusión vivida en un callejón. La cara de ella palideció al escuchar una voz conocida y sin perder más tiempo, alzó vuelo para dirigirse al punto donde aquello ocurría. Poco después, Capricornio le siguió con rapidez, preocupado por ella y por el otro ángel.

***

Cáncer batallaba con un demonio de piel morena, cabellos castaños y ojos ambarinos, que por poco y convencía a un humano de asesinar a otro. Primero era una discusión verbal subida de tono, hasta que Cáncer trató de apresar al demonio con unas cadenas de hierro puro que invocó por arte de magia. Así, ambos empezaron a pelear. El demonio tenia un látigo largo de cuero, el cual uso para amarrar las manos de ella y logró que soltara las cadenas, causando un sonido estruendoso al caer contra el pavimento.

—¿Asustada, ángel?—Indagó el demonio con sorna y una sonrisa desquiciada.

—Ni un poco.—Declaró ella, con una mirada segura y decidida.

—Oh, interesante.

De su otra mano, emergió otro látigo, que sujetó con fuerza con su largas uñas negras. Echó el brazo hacia atrás, con intensiones de asestarle un azote al ángel, quien cerró los ojos esperando el impacto. Un impacto que nunca llegó. Hasta sus oídos viajó el sonido estrepitoso del cuero golpeando algo blando y al abrir los ojos, vio la figura de un azabache que sin duda alguna, era un demonio.

Sagitario sostenía con una mano el látigo que le golpeó la palma de forma dolorosa, a la par que mantenía sus ojos purpuras sobre los ámbar del otro de una manera seria y amenazante. Sangre negra corría de su mano, por su brazo y cayendo al suelo desde su codo.

—¿Qué mierdas haces, Sagitario?—Cuestionó incrédulo el primer demonio, tan confundido como el ángel.— Deja que le dé una paliza a esta gallina.

—Lamento decirte que no puedo dejar que hagas eso.

El azabache jaló al otro usando los látigos y al tenerlo cerca, le propinó un rodillazo en el abdomen, logrando que cayera de rodillas al suelo, soltara las armas y se doblara sobre sí mismo con dolor. El de ojos púrpura se giró hacia el ángel y le liberó las muñecas. Cáncer le miró estupefacta y sin terminar de entender lo que pasaba por la cabeza del demonio. Él, al notarlo, le sonrió con despreocupación.

—Virgo y Aries me matarían si no te ayudo.—Dijo él y suspiró. — Que novia y hermano tan problemáticos tengo, ¿no crees?

Una risa histérica y maliciosa provino desde el otro demonio, por lo que ambos se voltearon a verle. Se levantó lentamente del suelo y se limpió la mugre de las rodillas con ambas manos. Luego, miró a los otros dos con una sonrisa lobuna.

—¿Acaso has ayudado a un ángel?—Escupió molesto el demonio.— ¡Traidor!

Recitó algo en voz baja y con rapidez, por lo que no pudieron escuchar a la perfección lo que decía. En cuestión de segundos, un pentagrama apareció a los pies de Sagitario, de un brillante color sangre y de éste, emergieron manos que empezaron a subir por el cuerpo del demonio, aprisionándolo y sumiéndolo en el materia viscoso de color morado vomitivo del que estaban hechas. Trató de liberarse, pero era imposible. Quejas y jadeos escapaban de sus labios por el esfuerzo, hasta que fue cubierto por aquello en su totalidad.  La montaña viscosa, de pronto cayó al suelo como si nada y tanto Sagitario como el otro demonio, desaparecieron del lugar.

Cáncer escuchó aleteos presurosos, mientras mantenía la vista clavada sobre el pavimento justo donde había estado plantado el azabache de ojos púrpuras. Lo siguiente que pasó, fue que Piscis y Capricornio aparecieron detrás de ella.

—Sera mejor que nos vayamos.—Opinó Capricornio, sujetando a la cangreja del brazo con sumo cuidado.

—Tienes razón. Vámonos. Puede que vengan más demonios y no queremos que esto sea un caos.

Le sonrió a ambos y no dando oportunidad a las preguntas, alzó el vuelo. Poco después, le siguieron los otros dos. Dejando al demonio a merced de las criaturas semejantes a él.

Luego de unos minutos volando, Capricornio decidió quedarse a hacer vigilancia desde el techo de un edificio, dejando que las chicas se fuesenU a su hogar con calma. Quizás no era el mejor momento para decirle a Piscis.

Se quedó admirando la ciudad en total silencio, tronando sus dedos y nudillos. Estaba completamente solo y eso realmente no le molestaba.

—Vaya.—Habló alguien, rompiendo el silencio de la nada.—Una nenita.

El castaño volteó la cabeza y observó al demonio que estaba detrás de él con un gesto irritado. Ese chico de ojos vino solo estaba ahí para molestarle, como siempre.

—No jodas, Escorpio.

Capricornio se giró de nuevo hacia la ciudad, escuchando los pasos del otro acercarse hasta detenerse a su lado. Guardaron silencio durante unos instantes, silencio que resultaba cómodo.

—Aun no le he dicho.— El castaño comentó.

—¿Te dio miedo?

—No. Es solo que no es el momento.

Escorpio le dedicó una mirada inquisitiva y abrió la boca para cuestionar al contrario, mas no pudo. Algo no estaba bien. Miles de vocecillas se escuchaban en su cabeza, sentía una tensión extraña en sus hombros y el como el resto de los demonios actuaban inquietos, histéricos.

—Sucedió algo.— Aseguró el más alto, mirando desconcertado su alrededor, como si buscase una respuesta. —Debo irme.

Y no recibiendo otra oración de parte del signo de escorpión, el castaño observó como éste desaparecía en un cúmulo de humo negro. Tenia que ser urgente.

***

—¡Traidor!— Espetaban los demonios.

El de ojos ambarinos empujaba molesto al otro azabache hacia la multitud de engendros malvados similares a ellos, quienes le gritaban insultos ensordecedores y maldiciones.

Una vez se encontró entre ellos, comenzaron a empujarle y lanzarle golpes. Sagitario buscaba esquivarlos y hacer oídos sordos de los ruidos que sus compañeros proferían.

—¡Callense!— Ordenó el de ojos como piezas de ámbar, al frente y al centro de todos.

Los demás acataron la orden, guardándose el enojo para después. El demonio miró iracundo al azabache de ojos púrpuras, señalándole con desprecio.

—Te atreviste a ayudar a un ángel.

—¿Y qué?

—¡Descarado! ¿De que lado estás? Ese bastardo de ahí arriba nos despreció, nos arrancó las alas y nos desterró. Y tú ayudas a uno de esos lameculos de él. ¡Blasfema!

Los otros demonios corearon afirmaciones llenas de molestia que eran ensordecedores.

—¡Suficiente!—Exclamó Sagitario.— Ellos no son malos. No somos diferentes unos de otros y ...

—¡Te han lavado el cerebro!

—¡Idiota! Eso es mentira.

—¡A la fosa!

Y estando de acuerdo con el demonio que gritó la idea, un par de ellos sujetaron al plinegro de ojos purpuras en contra de su voluntad, arrastrándolo a la fosa con fiereza. Sagitario se removió con ímpetu, batallando para poder liberarse, pero era en vano. Mientras sucedía eso, Leo y Aries se acercaron con angustia por tal bullicio, logrando escuchar todo y observar todo, incluso cuando el grupo de engendros se decidian a ir por aquellos ángeles que les daban problemas y arruinaban su trabajo.

—¿A dónde vas?—Interrogó Leo al mayor, deteniendolo en cuanto vio que éste lucia dispuesto a marcharse.

—¿Tú a donde crees? — Aries le miró con decisión y amenaza, como si pudiese morderle el brazo al otro solo por respirar.

—Debes estar jugando.

El león estaba asustado y sorprendido, sabiendo la respuesta a pesar de que el pelirrojo no la había proferido.

—No. Ve a ayudar a Sagitario.

El de cabello naranja no logró reprocharle por su loca idea cuando el de ojos negros ya se había marchado lejos de ahí.

***

Virgo terminaba de revisar a Cáncer, cuando un escandalo hizo presencia en el sitio. Los ángeles volaban en la misma dirección con espanto impregnado en sus rostros, llenos de incredulidad.

—¿Qué...?

—¿Un demonio? —Profirió un ángel que pasó por donde ambas chicas estaban, respondiendo la pregunta aun no formulada por parte de la más alta. Tanto ella como Cáncer se dedicaron una mirada de confusión.

En cuestión de segundos, ya estaban junto a la multitud. Se abrieron paso entre los demás ángeles que mururaban cosas entre ellos al mirar al demonio sobre el suelo nubloso y acojinado, quien parecía estar agonizando al tener cadenas de hierro puro alrededor de su cuerpo. Su cara estaba contra las nubes, aplastando su mejilla derecha y mirando a los ángeles por el rabillo del ojo, mientras su cabello caía desordenado.

—Es broma.—Soltó Virgo, como convenciéndose de lo que sus ojos veían.

El demonio bufaba con dolor y pronto su sangre negra brotó de las heridas causadas por el hierro, apenas pudiendo respirar, pues su pecho subía y bajaba de forma radical.

—¿Aries?—Musitó el ángel de ojos plata, llamando la atención de todos.

El mencionado le observó con alivio. Se hincó con dificultad, tosiendo sangre en el proceso para luego alzar el rostro y poder hablar con la chica de cabello con tonos azules, quien a penas y se acercó unos paso, como aturdida.

—Tenemos que hablar.—Aseguró el pelirrojo, olvidando que se encontraba rodeado de ángeles que podrían acabar fácilmente con él.

—¿Estás loco? ¿Cómo se te ocurre venir hasta acá? —Espetaba Virgo, viendo que la otra ángel no profería nada.—¿Acaso quieres morir?

—Yo sé lo que hago. Este no es momento. Tienen que decirles a todos los ángeles que están en tierra que regresen, ahora.

Virgo clavó su mirada en un ángel cualquiera, ordenándole de manera autoritaria que hiciera lo que el demonio pedía. Una locura. El ángel obedeció intimidado. Aries llamó la atención al toser con fuerza, escupiendo algo de sangre. Cuando Cáncer intentó acercarsele para liberarle, sus manos fueron aprisionadas por esposas doradas hacia su espalda, al igual que a la ángel de cabello verde.

***

—Estás loco.—Aseguró Escorpio de brazos cruzados, mirando al león quien les había explicado todo lo sucedido y lo que planeaba hacer.

—¿Qué esperas qué haga? No voy a dejar a Sagitario ahí.

—Es arriesgado.—Aseguró Géminis, mordiéndose las uñas con nervios y negando con la cabeza repetidas veces. — La fosa va a estar llena de demonios que nos mataran si nos ven tratando de liberar a Sagi.

—Tendriamos que distraerlos.—Concordó Acuario.

—Hay que intentarlo.—Animó Leo con una mirada llena de determinación.

***

—¡Oh!—Exclamó el demonio de cabello plata, lo suficientemente fuerte para ser escuchado por cualquiera a más de  2 metros de distancia. Los demás demonios, alrededor de la entrada de la fosa, se giraron a mirarle.

—¡Están torturado a un ángel!

Señaló un punto lejano y sin pensarlo dos veces, el grupo de engendros se marchó rápidamente en aquella dirección, emocionados por la idea de cooperar en esa tortura hacia una de esas aborrecibles criaturas. Asegurándose de que ya nadie se encontrara alrededor, hizo una seña con la mano, indicando que era seguro aparecer y no había moros en la costa.

Mientras Géminis apoyaba a su compañero de cabello plata a vigilar que nadie pasase por el sitio, Escorpio y Leo se acercaron a la entrada de la fosa. Ésta era un agujero profundo con muros de piedra dura y negra que era viscosa como la brea. La única entrada al sitio estaba bien pensada, pues era una reja forjada de hierro puro que ningún demonio en su sano juicio se atrevería a tocar. Excepto ellos. Con toda la fuerza inhumana que lograron acumular entre ambos, lentamente, fueron desencajando la reja de su sitio, causando golpes estruendosos y que la piedra se desmoronara ligeramente. Cuando el camino estuvo libre, lanzaron el objeto lejos de ellos, sintiendo como las palmas de sus manos ardían y de ellas aparecían miles de heridas incómodas. 

Escorpio y Leo bajaron con cuidado de no tocar las paredes del sitio, pues no querian quedarse pegados ahí por toda la eternidad. Una vez aterrizaron en el suelo, se acercaron con rapidez al azabache, quien batallaba con las cadenas en sus muñecas a cada lado de su cabeza que le impedían ser libre. Se detuvo en cuanto sintió dos manos enrollarse en cada una de sus muñecas; primero miró a Escorpio  y luego al demonio de cabello naranja. Cada uno de ellos, rompieron las cadenas de un solo tirón y Sagitario sin pensarlo dos veces se abrazó a ambos. 

—¡Son unos angeles caídos del cielo!

— Eres tan gracioso, Sagitario.—Se quejó Escorpio con sarcasmo, alejando al chico lejos de él con rapidez. —Ahora. Saquemos tu molesto culo de aqui. 

— ¿Todo bien?—Cuestionaron Acuario y Géminis desde arriba, asomándose cuidadosamente en la fosa, evitando caer o sostenerse de la roca viscosa. 

Y antes de que cualquiera de los otros demonios pudiese contestar, ya fuese con un reproche por descuidar sus puestos o con una afirmación ante su pregunta, todo se sumió en una penumbra indescriptible. En silencio, sintieron como el lugar cambiaba a su alrededor, como si estuviesen viajando a otro sitio. Se escuchó un golpe seco, acompañado de quejidos; Acuario y Géminis habían caído de boca contra el suelo, o al menos lo que creian que era el suelo. Mientras ellos se acomodaban de pie, los demás se mantenían alerta, esperando que algo saliese de las sombras para atacarles o algo similar. 

De pronto, una luz intensa les obligó a cerrar los ojos por largos segundos.

— Oye, vejete.—  Una voz, profunda, sombría, de ultratumba resonó en sus tímpanos, y a pesar de que al fondo se escuchaba un escándalo producido por miles de demonios, era lo único que ellos escuchaban. Conocían esa voz.

Abrieron lentamente los ojos en cuanto la luz fue óptima para su visión y se tardaron un segundo entero en acostumbrarse al cambio. Ya no estaban en la fosa, se encontraban en el Juicio. Era un lugar similar a un estadio de futbol que los humanos solían visitar para ver partidos de aquel deporte, solamente que tenían ligeras diferencia. Ahí no había pasto, solo arena árida y rojiza como se creia que la había en Marte. Las gradas estaban hechas de granito desgastado y algo similar al ladrillo. En el centro había un trono, justo enfrente de todos. Éste estaba hecho de cobre y onix, con miles de adornos que simulaban ser el rostro agonizante de personas, tanto en el respaldo, como en las patas y los brazos. La única peculiaridad que esa vez notaron, fue que el sitio estaba dividido a la mitad, puesto que del otro lado, había un lugar esponjoso por las nubes blancas con trazos azules, con un trono en el centro y al frente, justo al lado del otro, mas éste estaba hecho de oro puro de color dorado y blanco. Los angeles los veian con repudio y horror, esperanzados de que en algún momento, los demonios, se dignaran a cerrar la boca. 

La atención de los cinco demonios se clavaron, sin remedio, en el hombre que se encontraba junto al trono de color oscuro. Tenía un cabello en capas cortas que le llegaba hasta los hombros, de un color negro que brillaba y una piel palida que parecía digna de un muerto, pero lo que llamaba la atención de todos era su rostro. Era de facciones hermosas y frágiles, sin embargo eso no le quitaba lo masculino; tenía unos labios como flores de cerezo y unos ojos desafiantes, rebeldes y maliciosos de color azul profundo.

—¡Es Satán!—Chilló Géminis entre dientes, esperando no ser oido por el rey de los demonios, al cual admiraba con respeto y terror, sujetándose del brazo del sujeto más cercano a él: Escorpio. 

Los demás tragaron saliva con fuerza. 

— Ese engendro es mío.— Declaró el pelinegro, señalando con su largo dedo índice al demonio que yacía del otro lado, en el reino de su padre. 

Los demás le siguieron con la mirada, topandose con otra escena que les dejo aun más boquiabiertos, de ser posible. Aries yacía de rodillas contra las nubes, con cadenas de hierro recorriendo todo su cuerpo y aprisionandolo, causando heridas profundas y quemaduras. Junto a él, se encontraban dos angeles. Una poseía un cabello verde y ojos como esmeraldas, mientras que la otra tenía el cabello azulado y los ojos plateados. Ambas tenían las manos en la espalda baja, cuyas muñecas estaban esposadas con placas curvas de color oro. Si fuese en otro momento, en el que no estuviesen completamente aturdidos, confundidos y/o aterrados, ya hubieran tomado a ese trío de seres y se hubiesen largado de ahí. Al contrario de ello, se quedaron ahí, pasmados y sus ojos se clavaron en el otro hombre, que poseía ropas tan blancas como la nieve. Su piel era rosacea, sus ojos eran totalmente blancos, al igual que su cabello esponjoso y ondulado casi como una nube. Sus facciones, su complexión, cambiaban y fluctuaban, pues a veces lucia como un adulto, otras como un joven y pocas como un infante. 

Suspiró.

—Sabes que no debes castigar a los míos.—Reprochó el rey demonio.

—Lo sé. Pero Aries se encontraba en mis reinos. —La voz del contrario sonaba como muchas hablando al unísono perfecto. 

 —Damelo.

El contrario, se resignó y acató lo que el pelinegro exigía. Liberó al demonio y lo dejo irse a sus tierras, donde Satanás lo aprisionó nuevamente con unas placas metálicas de cobre y no de hierro. Seria contraproducente que el demonio muriese antes de terminar con todo ese teatro.  

En ese momento, Sagitario reaccionó y velozmente fue donde el pelirrojo, queriendo ver si podía ser de ayuda para éste.

 —Oh, no.— Negó divertido Satanás, moviendo un dedo y aprisionando las manos del azabache por igual. —Listo. ¿Qué tal si comienzas de una vez, viejo?

—Lucifer.—Habló el otro con cierta molestia.— Esto es serio.

—Sí, sí. Como digas.—Suspiró con dramatismo, ignorando al mayor y caminando hasta su trono, donde se sentó ve manera horizontal, con las piernas en el brazo izquierdo de la silla y su espalda en el otro brazo, mirando desdeñosamente al peli-blanco. — Quiero ver que castigues a uno de tus preciados angeles de nuevo. Seria un espectáculo después de tantos años. ¿No crees, padre? 

Dios resopló con cansancio ante la última palabra pronunciada con rencor y con diversión, como si fuese una burla. Al ver que el ex-angel le dedicaba una mirada y le incitaba a comenzar con un movimiento de mano desganado, no vio otra opción más que hacerlo así. Se giró a mirar a las dos angeles que se encontraban frente a él, con las manos en las espaldas y mirando el suelo con un deje de culpa. 

 —Tanto Virgo, como Cáncer, son acusadas de conspirar y colaborar con un demonio.— Recitaba un angel que tenía un casco y armadura dorada, leyendo un pequeño pergamino blanco. 

  —Así como Aries y Sagitario, además de que se acusa a estos de traición.— Exhaló Lucifer. 

  —Imposible.

Se escuchó una vocecilla anonadada, incrédula al ver todo ello. Piscis se había abierto paso por el grupo de angeles al enterarse de todo ello, acompañada de Tauro, Capricornio y Libra, quienes tampoco daban crédito a lo que escuchaban. Satanás le clavó la mirada encima y sonrió con arrogancia.

— Así como has escuchado, querida. Pero, quiero saber, ¿qué mierdas se les cruzaba por la cabeza? Díganme, ¿cual era su idea? ¿Hacer que otro par de angeles se rebelaran y cayeran para convertirse en demonios?

—¡No!—Espetó Aries y Sagitario miró al mayor con horror y enojo.

— ¿Querian deshacerse de ellas?—Cuestionaba Satanás, caminando alrededor de ambos demonios encadenados, mirando el lugar con aires pensativos.Recibió otra negativa similar a la anterior. Entonces se detuvo. Miró a las angeles y luego se giró a los demonios con una enorme sonrisa en el rostro.— Oh. ¡Es un milagro! 

 —Deja de jugar, Lucifer.— Pidió Dios con fastidio.— Di lo que tengas que decir.

  —¿Acaso no te has dado cuenta? ¡Tú! — De la nada, lanzó una carcajada que heló la sangre de todos los presentes, mirando un minuto al mayor, para luego caminar hasta posicionarse detrás de los demonios esposados. Pasó sus brazos alrededor de ellos y sujeto sus rostros por las mejillas con ambas manos. — Estos niños están enamorados. ¡Unos demonios enamorados de unos sucios angeles!

Soltó a ambos con brusquedad cuando invocaron una pequeña llama en su piel, que apenas y si le causo un pinchazo en las manos. Ni aunque fuese el mismísimo Satanás dejarían que alguien dijera ese tipo de cosas. Se sobó las manos, mirando furioso a los demonios, para luego clavar su atención en los angeles apresados. Los murmullos de todos eran un conjunto casi ensordecedor, hasta que Dios calmó el caos.

 —Apuesto que ellas están iguales. ¡Já! Deben ser unos idiotas, los cuatro, como para enamorarse de alguien totalmente opuesto a ustedes. ¡Era un caso perdido!

—¿Qué hay de malo?—Soltó un angel, causando que el rey demonio le mirara con duda. 

Libra parecía molesta, hasta que su seguridad flaqueó cuando se cruzó con esa mirada tan azul como el oceano. Géminis le observó con terror, puesto que sabia que seguiría hablando y él prefería que callara de inmediato. Lucifer le miró, invitandola a seguir hablando.

 —¿Qué hay de malo en enamorarse de cualquier persona que se nos plazca?

 — Aquí, la verdadera pregunta es: ¿qué haces ahí, cuando deberías acompañar a tus amiguitas, estando esposada por amar a un demonio?— Le sonrió con sorna, señalándola acusatoriamente. 

Los colores huyeron del rostro de la rubia, a la par que abría los ojos con sorpresa. ¿Tan obvia era? Géminis se aferró con fuerza al brazo de Escorpio, quien no se animaba a decir palabra alguna. Los ojos del demonio rubio se encontraron con los del angel y solo eso bastó, para que ella enrojecieron​ de pies a cabeza. ¡Era culpa de ese pecador! Siendo dulce, amable, un ser maravilloso a pesar de las antiguas malas decisiones que hubiese cometido. Se sorprendió cuando en un parpadeo, estaba esposada y plantada junto a Virgo. 

  —Antes de seguir, me gustaría aclarar otra cosa.— Hablo Lucifer, mirando el suelo y caminando de un lado al otro como si pensara, para luego mirar al grupo de demonios que no estaban aprisionados.— ¿De quién fue la idea de sacar a Sagitario de la fosa?

 —Nosotros...

 —He dicho, quién. No quiénes. — Interrumpió a Acuario. 

  —Fui yo.— Aclaró Leo, sorprendiendo a los demás demonios, pues no esperaban que dijera algo.— ¿Qué no es obvio?

Lucifer sonrió y con un movimiento de mano, unas esposas similares a las anteriores, aparecieron en las muñecas de Leo. Se giró sobre sus talones y caminó hacia donde Dios estaba, a quien le murmuró algo y ambos comenzaron a dialogar en voz baja. Nadie escuchaba, pero podían ver como trataban de llegar a una conclusión adecuada. Después de lo que pareció una eternidad, ambos se voltearon a mirar a sus respectivos engendros. 

  —Entonces...— Alargó Satanás, divirtiéndose de la desgracia ajena y de lo ridículo que se escuchaba todo.— Sagitario salvó a Cáncer de recibir una paliza por parte de otro demonio, porque sabia que Aries está perdidamente enamorado de ella y como consecuencia, los demás quisieron ir a por los angeles y acabar con ellos. Así, Aries quiso venir a advertirles, por muchas razones, claro. Está el hecho de que su mejor amigo es Tauro, un angel; Virgo es la enamorada de Sagitario y la cereza del pastel, porque Cáncer lo trae como idiota. Viendo que Sagitario fue enviado a la fosa, Leo, preocupado por sus queridos hermanos, se arriesgó y lo sacó de ahí, aun con lo peligroso que sonaba si quiera hacerlo. ¡Ah, el amor! Que asco.

 —Lucifer. El amor es sumamente importante, sobre todo el de familia pues...

 —No me vengas con tus sermones vacios, padre. ¿O quieres que te muestre mi espalda para ver lo que tú mismo hiciste?

Dios no respondió, se limitó a mirarle con ligero dolor. 

 —Cómo sea.— Resopló el ex-angel, dejando que el contrario prosiguiera. 

—Antes de seguir con el veredicto. Capricornio, ven.

El castaño se sorprendió de haber sido mencionado por aquel ser, mas no lo hizo esperar y se planto justo enfrente de éste, quien le colocó una mano en el hombro y sonrió con empatia.

—¿Estás seguro de que lo quieres?—Cuestionó Dios. 

Capricornio tardó un segundo entero en comprender lo que quería decir  y poco después, asintió con convicción.

 — Bien. —Aceptó el mayor y unio sus manos.—  Entonces. Dado a los recientes acontecimientos, se declara como culpable tanto a los demonios y como a los angeles acusados aqui presentes, por tanto su castigo será la revocación de sus titulos. Además, por petición de Capricornio, le retiraré todo cargo como angel y lo dejare vivir una vida terrenal. 

Un escándalo se armó en ambos bandos. Piscis sentía que era demasiado para ella, quería creer que nada de eso era verdad, que no estaba sucediendo y se aferró con fuerza a la mano de Tauro, buscando un lugar donde resguardarse. El más alto no se encontraba mejor que ella, porque sabia lo que eso significaba, quizás lo del castaño lo sabia perfectamente, pero no pensó que le harían eso a ellos, tanto a Aries, su mejor amigo, como su preciadas amigas angeles. 

Dios los mandó a callar a todos, cosa que logró exitosamente. Aries, Sagitario y Géminis miraban a las tres angeles con horror, repitiendo el veredicto una y otra vez en sus mentes. Ellas, estaban pasmadas; el color abandonó sus rostros en cuestion de nanosegundos. Acuario comprendió rápidamente lo que Dios quería decir y miró furioso al demonio de cabello naranja, ocultando su angustia y terror por la idea. 

Aries, después de procesar lo sucedido, dio un par de pasos con enojo en dirección al otro lado, mas unas cadenas atraparon sus tobillos y lo mantuvieron clavado contra el piso. Luego, Sagitario le siguió y el resultado fue el mismo. El menor desplegó sus alas y revoloteó apenas unos centimetros, tratando de arrancarse tales piezas metálicas aunque tuviera que quitarse una pierna, porque no iba a dejar, ni remotamente que sucediera aquello. Leo, se limitó a observarlos, entendiendo su comportamiento, pero no por eso les apoyó. 

 —Damas primero. — Comentó Satán, cediendole el inicio a su padre de castigar a esas chicas. 

Dios aceptó y miró a uno de los angeles con armadura, quien entendió perfectamente lo que éste pedía. El angel se acercó a ellas y se posicionó detrás de una: Cáncer. Las piernas le temblaban y sin más, cayó al suelo de rodillas, cubriéndose el rostro con ambas manos. El de armadura, frívolo, tomó las alas de la chica de la parte más cercana a los omóplatos y empleando toda su fuerza sobrehumana, las arrancó. La arrancó sin emocion alguna, sin compasión y la sostuvo durante largos instantes. Las plumas blancas caían al suelo, manchándose de sangre al igual que las nubes, pues de las alas escurría sangre como un rio desde la parte que se había encontrado, segundos atrás, dentro de la espalda de la ahora, ex-angel. La ropa de Cáncer se manchó de carmesí, brotando de las heridas abiertas y verticales en su espalda. Aries detuvo su batallar y se quedó ahí, sintiéndose impotente por no haber hecho nada para impedir aquello. 

Aventó las alas de la peli-azul lejos, para luego proseguir con Virgo, quien se mantenía firme en su lugar, apretando su cuerpo como para aminorar el dolor. Se mordió el labio inferior en cuanto sintió que le sujetaban las alas en el punto donde se conectaban con su espalda y un escalofrío le recorrió de pies a cabeza. Sintió un tirón y la carne desgarrándose en donde sus alas habían estado todo este tiempo, hasta ahora claro. Casi pudo escuchar la piel rompiéndose y los vasos sanguíneos reventando para dejar salir la sangre a borbotones. Sintió el liquido caliente bajarle por la espalda que ahora parecía ser más liviano​. No se movió, no gritó, ni chillo. Se mantuvo quieta todo el tiempo, como una estatua en vida. 

Sagitario lanzaba improperios a todo lo que se movia y a lo que no. Negaba lo que sus ojos veian. ¡No! No le habían arrancado las alas a su angel, no le habían arrebatado el paraíso, no estaba sangrando y no estaba herida. ¡No, no y no! No era así, no lo era, ni era su culpa. 

Cuando llegó el turno de Libra, Géminis sintió como su alma caía al suelo y su corazon, el cual a veces daba por muerto, se aceleraba de manera no natural. Escuchó como la chica sollozaba a viva voz, con la mano en los labios en un vano intento de callarse, mientras el angel en armadura, sujetaba ambas alas con fuerza al punto de que las plumas se doblaban. Vio al angel varón prepararse y casi pudo sentir el tirón en su espalda cuando lo presenció. La espalda comenzó a arderle sin piedad y sintió unas inmensas ganas de vomitar, viendo la sangre manchar las blancas plumas y la espumosa piel de la rubia, quien sin más, se había abrazado a sí misma buscando comfort. Su mente le pidió que se moviese, pero su cuerpo no obedeció. Ni un poco. Quería ir y abrazarla, decirle que estaría ahí siempre para ella sin importar nada y que con el tiempo se acostumbraría a ello, aunque en parte era mentira esto último. Las cicatrices se quedaban largo rato. 

Capricornio, muy distinto a los demás, actuó tranquilo en todo momento, pues a diferencia de las chicas, esto era algo que él mismo había decidido desde hace mucho, pero mucho tiempo. Dandole vueltas una y otra vez. A pesar de estar seguro de su elección, sabia que eso dolería. Escuchó al otro angel posicionarse detrás de él, mientras miraba al suelo tratando de mentalizarse para lo que sucedería a continuación. Alzó el rostro y paseó su mirada por el lugar, solo porque sí. Piscis le miró por igual y sus ojos se encontraron solo por un segundo, porque ni él ni ella querian verse al otro, no en ese momento. La pequeña ángel no quería ver a los ojos de su querido Capricornio mientras le arrebatan sus preciosas alas blancas. ¿Qué se la había metido a la cabeza a ese castaño como para hacer aquello? ¡Estaba loco! No. Imposible. Pero quería saber sus razones, porque era obvio que el chico no lo hacia por simple capricho. Él tampoco quería mirar su rostro, ya que estaba impregnado la confusión y el dolor en éste, como si le estuviera arrancando la vida de a poco, y le ardía el corazon cuando veía a la menor en ese estado, más cuando era su culpa. 

Soltó un resoplido entre dientes cuando sin previo aviso, le retiraron esas preciadas alas que siempre le acompañaron. Sintió la sangre brotar y de pronto no sentía la espalda puesto que el dolor era insoportable al punto de que toda esa sección se adormeció. El angel con armadura, lanzó el par de alas junto a las demás, con un sonido seco y algunas plumas volaron en el aire por el impacto. Un silbido del otro lado, llamó su atención.

  — Ayúdame por acá. — Pidió Satán, con un ademán de cabeza.

El angel miró a Dios y al ver que no recibía una negativa por su parte, decidió acatar el pedido del rey demonio. Se acercó al rey demonio a la par que desenvainaba su espada que colgaba de su cintura. Era brillante y estaba bien cuidada, y así como las demás armas que los angeles tenían a su disposición, estaba hecho del mejor hierro. La hoja reflejó los ojos de los tres demonios culpables, encontrando lo desconcertados que ellos se sentían. Al tenerlos tan sumisos, como ya no viendo sentido a luchar para liberarse, completamente aturdidos, el angel no perdió más tiempo. Detrás de ellos, sujeto grácilmente el arma con ambas manos y finalmente, cortó las alas de Aries de una sola vez. El pelirrojo se quejó con dolor, queriendo llevar sus manos a las heridas por puro reflejo, pero las esposas se lo impedían. El par de alas hicieron un sonido apagado al golpearse contra el suelo; los demás demonios no dejaban de hacer ruido por el gran espectáculo. Luego de él, le siguió Sagitario, quien estaba tan ensimismado, tratando de procesar todo lo que había ocurrido desde esa mañana hasta ese punto, que a penas y sintió el pinchazo insoportable en sus espaldas cuando le arrebataron sus alas. El problema aqui, no era que perdieran las alas, pues ya estaban acostumbrados a eso. El dolo físico era algo que ya conocían, tratándose de eso, claro, pero era algo que las angeles no conocían y ellos habían esperado que jamás lo experimentaran. 

¿Qué más daba si se volvían humanos? ¿Qué importaba el dolor de sentir que les arrancaban una parte de ellos? ¡Era algo que les venia importando una reverenda mierda!

Leo estaba atentó con el oido, a cada movimiento que se hacia, en especial al del angel que portaba la espada. Sus ojos permanecían clavados en las esposas que aprisionaban sus muñecas sin problema, pues no quería alzar la mirada y tener que enfrentarse a una furiosa por parte de Acuario. Porque sabia que el demonio de cabello plata quería romperle la cara por cometer tal sandez que le había llevado a ese punto. Su mente se bloqueó, solo concentrándose en el sonido. Escuchó los pasos del angel acercándose con lentitud endemoniadamente exasperante. Percibió como se detenía a sus espaldas y casi pudo jurar ver como éste alzaba el arma con intensión de arremeter contra las alas. La hoja de la espada rompió el aire con un ligero sonido filoso y cada fibra de su ser se alteró, esperando al dolor ya conocido.

***

Abre los ojos bruscamente, topándose con el techo de la habitación de un pulcro color blanco, mientras las mantas lo cubren de los pies al pecho. Su respiración es agitada y ansiosa, mientras su piel permanece sudorosa y el vello de ésta está erizado. Siente el corazon palpitando con fuerza contra las costillas, retumbando en sus tímpanos como un tambor. Se levanta pesadamente, sentándose en el colchón y pasándose la mano por el cabello sudoroso. 

Resopla entre dientes, dispuesto a olvidar todo aquello y a ponerse en marcha para su día. Toma algo de ropa de su armario, dirigiéndose tiempo después a la ducha donde decide asearse y despertar por completo. Al salir de la habitación, se encuentra con que los otros dos chicos permanecen aun dormidos, cosa nada sorprendente. En completo silencio, se encamina a la cocina, en dónde comienza a preparar un desayuno insípido y digno de ir a un viaje a la basura. Pero tiene que hacerlo, después de todo, viven solos y ninguno de ellos es bueno cocinando. 

Por encima del ruidosos sonido del aceite calentándose en la sartén, escucha unos pasos y cuando se da cuenta, Alex está ahí en la cocina, tratando de usar la cafetera pues aun está demasiado adormilado como para saber lo que hace. Poco después, aparece el menor, rascándose la barriga por debajo de una camiseta de tirantes color blanco. 

  — Buenas.—  Bosteza el azabache, paseándose por el lugar hasta sentarse en una de las sillas de madera al rededor de una mesa circular del mismo material. Cansado, se recuesta sobre ésta, con los brazos haciendo función de almohada.

— Pero que cara te cargas, Scott.— Comenta el de pelo naranja, clavándole un segundo la mirada, antes de devolvera a su comida. 

— Cállate, no dormí bien anoche. Tampoco.

Louis coloca lo que ha cocinado en dos platos, uno para él y otro para el menor, dejándolos luego en la mesa de la cocina, para ir en busca de unos cubiertos. El pelirrojo, mayor de los tres, se sienta en una de las sillas, con una taza color tan oscuro como sus ojos, en la cual se encuentra un caliente y aromatizado café amargo. Ignora todo a su alrededor, nada le importa, más que beber aquel liquido oscuro y sentirse mejor, olvidando lo acontecido en la noche. El de pelo naranja regresa, sentándose frente el menor, junto al mayor, y extendiendo un par de cubiertos al azabache, quien desganadamente los toma. 

— ¿De nuevo?

— Ajá. —  El menor suspiró derrotado, comenzando a jugar con el tenedor entre sus dedos y moviendo el huevo revuelto en su plato. — Desde hace un par de meses que tengo el mismo sueño. Hace unos dos meses... creo.  

  — ¿Nos dirás de qué va o no?

— Supongo. Pues... sueño con angeles y demonios. 

Louis deja de observar el huevo en su plato, deteniendo sus manos a los costados de éste y clavando sus ojos amarillos en el menor, mientras el mayor detiene la taza que iba en camino hacia sus labios. Scott les mira con curiosidad por la reacción.

— ¿Qué?  — Pregunta confundido.

— ¿Ángeles?—Musita el peli-naranja con lentitud.

— ¿Y demonios?—  Por fin habla el mayor, dejando la taza sobre la mesa y mirando el contenido por un segundo para luego clavar su atención en el menor.

— Sí. — Afirma el azabache. — Nosotros tres eramos demonios, junto con otros chicos. Y había angeles.  Sueño que conozco a un angel y me enamoro. ¡Es ridículo! El amor nunca ha sido mi fuerte, tampoco el de Alex.

El mencionado le mira con una ceja enarcada.

  — Tambien te enamorabas de un angel. — El menor nota la actitud extraña de los mayores.— ¿Qué?

— Es solo que... Yo sueño con algo similar.— Confiesa el pelirrojo.— Con que soy un demonio y encuentro a un angel.  Pero suceden... cosas y al final le arrancan las alas.

  — A los dos.— Corrige el de ojos como soles, recibiendo una mirada atenta de parte de ambos.— De hecho, a nosotros tres nos quitan las alas, y esos angeles con los que ustedes salian. 

— ¿A ti? ¿Por qué?

— Por la estupidez de ambos, por supuesto.— Sonríe burlón, llevándose el tenedor a la boca.— ¿No es obvio?

Los otros dos chicos le lanzan miradas de enojo. ¡Exageraciones! 

Después del desayuno, Scott se levanta de su asiento, dejando los trastes sucios en el lavavajillas y se dirige a su habitación, comenzando a quitarse la camiseta para inmediatamente entrar al baño, dejando al descubierto dos marcas verticales en cada uno de sus omóplatos, de un color de piel más suave que el del resto de ella. Louis igualmente deja los trastes y se encamina a la salida de la casa, guardando sus llaves en uno de los bolsillos y despidiéndose de sus hermanos con un grito. Alex se queda ahí sentado, meditando sobre las marcas que se encuentran tanto en sus omóplatos como en los de sus dos hermanos.

— Es solo una marca de nacimiento.

***

Limpia en forma circular, la barra de cobro de un material similar al mármol, justo cuando escucha la campana tintinar en cuanto alguien entra al local. Escucha pasos acercarse a su puesto y solo por ello, deja su labor, alzando la cara con una sonrisa encantadora que se esfuma al percatarse de que es Alex.

  — ¿Te hace falta tu dosis diaria de café?— Cuestiona el menor, colocando ambas manos sobre la barra y alzando los hombros.

— Para eso estoy aqui, Scott. — Responde el pelirrojo, dejando varios billetes frente al pelinegro.— Traeme mi café, ahora. 

— Al cliente lo que pida.

Scott se marcha del lugar, acomodándose la gorra de tono verde oscuro que hace juego con su playera, puesto que así es como debe vestir para su "emocionante" trabajo en una cafeteria. No le agrada particularmente la idea de tener un empleo de tiempo completo, pero por alguna razón siempre ha tenido la necesidad de trabajar en una cafeteria, en especial en esa. ¿Por qué? Nadie lo sabe. Usa de excusa el hecho de que está ahorrando para irse de viaje, cosa que es muy cierta, pero si él quisiese irse, ya lo habria hecho. 

Alex se queda ahí solo, mirando los menus colgados detrás del mostrador donde otro trabajador se encuentra acomodando un par de vasos. Nada interesante. Tiempo después, el menor regresa, con un vaso de papel cartón del que se escapa humo con aroma a café. Se lo extiende al mayor, cuyos ojos brillan con emocion por solo imaginarse bebiendo aquel liquido importantísimo para él. 

Puesto que el local no es muy popular, la mayor parte del tiempo suele estar medio vacío, por lo que es tranquilo y cómodo. No hay gente molesta, ¿no es bueno?

El pelirrojo acomoda los codos sobre la barra, con un brazo estirado mientras con el otro bebe de su envase, mirando al pelinegro guardar dinero en la caja registradora. 

  — ¿Cuando dejaras esto?— Cuestiona Alex, apenas separando los labios de su café.

— Cuando tenga dinero suficiente para viajar. Lo sabes. — Responde, cerrando la caja y mirando a los ojos negruzcos de su hermano.— ¿No deberías estar en el trabajo?

— Tengo descanso de treinta minutos. 

El menor suelta un sonido de afirmación desinteresada desde lo profundo de la garganta, desviando la mirada y clavándola en la entrada de material transparente y marco de madera. 

— ¿Sabes algo de Louis?— Pregunta el menor.

— Nah. Esperemos que al fin se quede con esa chica, por amor a Satán. Estoy cansado de lo mismo. "Oh, no, es que ella tenía los ojos demasiado verdes. Es que ella era demasiado bajita."

— "Su voz no me gustaba. Era demasiado frágil."

Ambos resoplan irritados por la indecisión y desinterés de su hermano para salir con alguna de sus muchas citas de manera seria y prolongada. ¡Qué puede tener a la chica que quiera! 

La campana vuelve a tintinear.

— Hablando del rey. — Anuncia Scott, señalando con un vago ademán de cabeza al peli-naranja. 

 Alex gira la cabeza, mirando por encima del hombro al punto señalado, encontrándose con su hermano, quien se encuentra completamente solo, por lo que eso significa que la cita ha sido un completo fracaso. Para variar. Louis le hace un par de señas al pelinegro y éste entiende perfectamente lo deseado, por lo que asiente y se pone en marcha a trabajar, mientras el recién llegado se sienta en una silla a penas a unos metros de la entrada. El pelirrojo vuelve a mirar hacia el lado contrario de la barra de cobro, viendo al menor moverse de aquí a allá, preparando una bebida.

—¿Algo nuevo?—Indaga el mayor, sorbiendo de su envase.

—Uh... ¡Oh! Parece que habrá un nuevo empleado. La gerente le está dando un "curso" allá atrás.

—Es bueno.

—Lo es, supongo.

El menor coloca una taza de porcelana blanca sobre un platito, dejando todo encima de la barra para luego ir en busca de la cafetera y con ésta, sirve dentro aquel liquido amargo. Antes de que pueda hacer cualquier otro movimiento, por la puerta de empleados aparecen la gerente y un chico, quienes conversan sobre el lugar y el trabajo. Luego, la mujer clava su mirada castaña en el pelinegro.

—¡Ah! Scott. Él es Alec.—Habla ella, señalando al chico junto suyo, quien sonríe divertido como saludo.— Parece que trabajara aquí, solo quiero ver como es sirviendo a un cliente de verdad. ¿Puedo?

La mujer apunta a la taza y el pelinegro tarda segundos enteros en entender.

—¡Claro!—Sonríe. Su dedo índice apunta a Louis, quien revisa su celular.—Es de ese chico, el de cabello naranja. No hay pierde.

—De acuerdo.—Dice el otro chico, dispuesto a cumplir de manera exitosa su prueba.

Toma la vajilla con ambas manos, cuidando de no derramar, caer o tirar el material frágil. Camina con seguridad y pasos ligeros hasta la mesa, sintiendo el estómago revolversele con nervios.

"Vamos, Acuario. Saldrá bien."

Deja la orden sobre la mesa, causando un ligero golpe en la madera y un tintineo de la porcelana. El peli-naranja deja el aparato sobre la mesa, mirando la taza y percatándose en que ese no es su hermano. Mira su piel blancuzca, subiendo desde sus manos hasta toparse con unos ojos. Dos ojos que lucen como piedras preciosas de color turquesa, enmarcadas por un cabello alborotado de color plata.

—Un café cargado.—Dice Acuario y la voz de éste le resulta dolorosamente familiar al de ojos amarillos.

Ante la cara estupefacta e incrédula del mayor, además de que no recibe respuesta alguna, Acuario alza una ceja con duda. Quizás lo descompuso o algo. Cuando piensa que debe decir algo para que Leo recupere la conciencia, él habla primero.

—Te amo.

Alex comienza a atragantarse con su propio café, tosiendo en el vago intento de respirar con normalidad. Scott, por otro lado, siente su mandíbula caer por la sorpresa. Pero, el más sorprendido de los tres, es Leo, cuyo rostro enrojece por tan repentino comentario a un desconocido y sobre todo a un chico. ¿De dónde ha salido eso? Acuario sonríe con amplitud y diversión, sintiendo un gran confort al escuchar tales palabras salir de Leo después de muchos años lejos.

—¿Qué tal una cena primero?—Dice él, pero no da tiempo de contestar.

Regresa sobre sus pasos hacia la gerente y después de acordar su horario de trabajo, a partir del día siguiente, se marcha de ahí, dejando a un león completamente confundido. Éste mira el café, luego a sus hermanos y finalmente a la puerta. En un parpadeo, Leo ya se encuentra fuera del local, siguiendo al peli-plata.

—Según yo, Louis siempre fue hetero.—Dice el menor, mirando por donde se han marchado.

—Parece que no. —Jadea el mayor, tomando una servilleta para limpiarse el café que se ha escapado de sus labios. —Ahora tendré que pagar su café.

—Y tomártelo. Aunque no es como si te fueses a morir por eso.

Alex arruga la servilleta sucia entre sus dedos, para luego beber de su envase desechable. Scott, por otro lado se agacha en la barra, buscando debajo de está, más pajillas y servilletas.

—Necesito ir al baño.—Masculla Alex, dejando el café junto a la caja.

—Que todo salga bien.—Responde el pelinegro, escuchando los pasos de su hermano alejarse, y moviendo bolsas y cosas entre gavetas.— ¿Dónde...? ¡Ajá! Aquí están.

Satisfecho, toma las cosas entre sus brazos, dispuesto a ponerse en pie, más cuando escucha pasos acercarse a la barra. Dos pares de pies de lo que parecen ser chicas.

—¿Hola?—Habla una voz frívola y escueta.

Tal timbre le hace sobresaltarse, mandándole una extraña descarga a lo largo de la columna y erizandole la piel. Las cosas caen de sus brazos y se apresura a recogerlas. Con todo listo, se levanta de golpe, provocándose un golpe en la cabeza con la imitación de mármol.

—Mierda.—Se queja, llevándose una mano al lugar lesionado.

Se pone en pie con lentitud, dejando las cosas sobre la barra y haciendo una mueca de dolor. Ve unas manos sobre la barra, delgadas y delicadas. Al alzar la vista, se encuentra con una chica, cuyos ojos parecen dos esmeraldas, contrastando con su piel morena y combinando con su cabello de color verde oscuro. El dolor pasa a segundo plano para él, admirando a la chica con rostro anonadado e irguiendose con suavidad. Val, tan asombrada como él, sintiendo que ha visto esos orbes prurpureos en otro lado, se pasa la mano por el cabello con nervios y confusión. Por un segundo el aire se le ha escapado del cuerpo.

Nicole, percatándose de la situación, decide retirarse a buscar un asiento, dejándolos a ambos.

—¡Bienvenida!—Dice al reaccionar, sonriendo cordialmente.— ¿Qué puedo servirte?

—Oh.—La chica señala cada cosa deseada que se encuentra en el menú, a la par que los nombra con tranquilidad.—Un té verde y un chocolate caliente, por favor.

—¿Algo más?

La chica se lo piensa, mirando las opciones.

—Una...

—¿Tarta?—Culmina él por ella, ambos sorprendiéndose por tal acto, mas Virgo asiente. —Hecho.

Y así, el chico se pone en acción, mientras ella espera su pedido. En cuestión de minutos, las bebidas y el postre se encuentran sobre la barra frente a Virgo. El pelinegro recarga un codo sobre el material frío, con la mejilla sobre la mano y sonriendo encantador como de costumbre, y aun así, el gesto es distinto a cualquier otro antes hecho a una chica cualquiera.

¿Por qué?

Virgo guarda la cartera en su bolso y finalmente, se fija en Sagitario.

—Siempre me han gustado tus ojos.—Masculla ella, desconociendo de donde ha venido eso y sonrojándose un poco. —Debería irme.

Sagitario amplia su sonrisa y detiene a la chica antes de que se marche. Sin decir nada, ve como el pelinegro toma hoja y papel, anotando algo y entregándoselo.

—Ten un buen día. —Expresa él, medio obligado por el trabajo, medio sintiendo ganas de decírselo.

Mira al chico y luego la hoja rayada con pluma negra. No dice nada; asiente tomando las cosas y se retira a la mesa donde Nicole le espera.

Al llegar y sentarse justo enfrente a la otra chica, ésta le dedica una mirada burlona, causando que la más alta se sonroje.

—Basta.—Pide Virgo, tendiéndole la bebida a la chica.

—Yo no estoy haciendo nada. —Sonríe divertida.

Alguien detrás de ella, oculto bajo el ojo humano, pues estos no pueden verlo, suspira con melancolía y diversión. Escorpio se cruza de brazos con aires cansados. El demonio siempre, después de aquello, ha vigilado a la chica, pues no puede evitar angustiarse inmensamente por ella. Es solo que la quiere demasiado, incluso si ella a él no. No de la manera que quisiera, porque siempre le vio como un amigo.  Sabe que el pelirrojo está aquí y que solo es cuestión de tiempo para que se vean, y que eso que sienten ambos se avive de nuevo. Quisiera evitarlo, pero prefiere la felicidad de ella antes que la suya.

—Necesito servilletas.—Comenta la más baja, poniéndose en pie lejos de su asiento y dispuesta a ir por tal objeto.

El demonio le ve marcharse y se mantiene ahí, viendo por donde se ha retirado.

Camina hasta llegar a la barra, dirigiéndose directamente hacia las servilletas, justo cuando el pelirrojo regresa a su sitio para seguir conversando con su hermano, quien animado, hace su trabajo.

—¿Por qué tan alegre?—Cuestiona el mayor, tomando su vaso y bebiendo.

—Sinceramente. No lo sé.

Rueda los ojos ante la contestación, divagando por el lugar. Al clavar los ojos en su costado, percatándose en la persona que antes había pasado de largo al salir del baño, por segunda vez en el día, comienza a toser, ahogándose con el café sonoramente. La chica se alarma y se le acerca con rapidez, poniéndole una mano en la espalda, buscando ser de ayuda.

—¿Estás bien?—Pregunta ella con angustia, tratando de llamar su atención.

—Ajá.—Exhala él con fuerza, pasándose la manos por el rostro y el cabello, levantando la cabeza y mirando a la chica que le tiende una servilleta.

Los dos se congelan en su lugar. Aries no sabe si no puede respirar por culpa de su café o por la chica de ojos plata y cabello de tonos azules. Cáncer siente su corazón bombear y las palpitaciones se escuchan en sus oídos. El pelirrojo, en vez de tomar el trozo de papel, toma la mano de la chica como ensimismado y ella no se mueve o algo así.

—Ah... —Expresan los dos.

Ella ríe nerviosa.

—Tengo que... Mi amiga está... Yo...

—Sí. Yo... También... Sí...

Cáncer mira sus manos unidas, causando que Aries le imite y de inmediato, la suelta. Ella se sonroja hasta las orejas y él se rasca la nuca con vergüenza.

—Nos vemos.—Dice la chica y se retira.

El pelirrojo se limita a despedirse con un movimiento de manos lento. A tientas, aún mirando por donde ella se ha marchado, toma su café. Poco después, se gira y sus ojos se encuentran con los del pelinegro, quien le mira tan sorprendido como se siente.

—¿Qué, qué?—Exhala el menor, como desinflándose. —¿Qué rayos haces aquí? ¡Ve y hablale bien!

—Ah... Podría. Sí. Pero está ocupada.

Sagitario entrecierra los ojos, no convencido con lo que el pelirrojo le dice, pero tampoco insiste. Si la química que ha presenciado entre su hermana y esa chica ha sido real, entonces lo más probable es que la vida coopere a su favor.

***

Luego de salir disparado del café con razones ambiguas para seguir aquel chico de bellos ojos turquesa, llega hasta a un callejón, donde hace un segundo había visto al joven entrar. Pero ahí no está. Observa confundido la pared de concreto que le cierran el camino.

—¿Me buscabas?— Escucha la voz divertida del peli-plateado provenir a sus espaldas.

Sorprendido, se gira de golpe, encontrándose al menor plantado ahí, al inicio del callejón, con la espalda recargada en un muro lateral y de brazos cruzados. Acuario sonríe complacido, pues es agradable hacer contrariar al león.

—Sí.—Responde Leo, acercándose con paso lento al otro, casi temiendo que éste haga algo indescifrable.—No sé por qué dije eso allá.

—Está bien. —Le resta importancia con un encogimiento de hombros, mirando el suelo y luego a los ojos amarillos.—No es como si me molestase. En verdad. Podría decirse que fue todo lo contrario.

—Pero... Es extraño. Siento como si te conociese desde hace años, desde siempre, pero hasta ahora te he visto y me fue inevitable no decir aquello. Esas palabras me estaban quemando el alma.

Acuario se mueve, quedando totalmente erguido frente al otro. Leo no sabe con exactitud que hacer. Él está ahí, siendo todo lo que ha estado buscando en las chicas y se percata, de que lo ha estado buscando a él y a nadie más.

—Por ahora, dime Alec.— Dice el peli-plata y coloca la mano frente a Leo, con la palma hacia arriba.—¿Qué te parece si vamos por un helado y conversamos?

El mayor mira al chico y luego a su apéndice. No necesita pensarlo dos veces. Toma su mano y se deja guiar por el de ojos turquesa hacia otro lugar. Tiene la vaga creencia de que éste le otorgará todas las respuestas que desea. Todo.

***

El castaño llega a casa y nota que su hermana no está. Probablemente ha de estar en la universidad o con Nicole. Deja sus cosas al pie del sofá de una pieza y, tomando un libro de la mesita de centro, se sienta en el cojín esponjoso. Con el objeto entre sus manos, se dispone a abrirlo y eso hace. Lo posiciona en la hoja donde se ha quedado y las palabras en tinta negra le dan la bienvenida, pero no comienza su lectura. Suspira con languidez y cierra el libro de un golpe.

—Al menos podrías sentarte.— Dice y pareciese que está hablando solo, pero no es así.

Ve la ventana con delgadas cortinas blancas frente a él, para luego clavar su atención en la chica que se encuentra detrás del sofá donde él se encuentra; asomando su cabeza por el respaldo y examinando todo con sus ojos aquamarinas. Sorprendida, Piscis le cruza la mirada y temerosa, boquea. Piensa si debería esconderse o huir.

—¿Puedes verme?—Musita en voz bajita, encogiéndose detrás del sofá, solo mostrando sus orbes amables.

—Sí. —Asegura él con naturalidad, no sorprendiéndose de las enormes y bellas alas de ella.

—¿Desde cuándo?

—Siempre. ¿Crees que no me daría cuenta de que me sigues a todos lados? Simplemente no dije nada hasta ahora, porque no sabia que decir. Pero me imagino que debe ser cansado, por eso te digo que al menos, deberías tomar asiento.

Ve a la chica asomarse y, titubeando, se encamina hacia el sofá de junto que es de dos piezas. Se sienta con timidez, decidiendo hacer desaparecer sus alas para ahorrarse molestias. Aprieta las manos sobre su regazo, mirándolas, pues no se atreve a mirar al castaño, quien no siente lo mismo. ¿Por qué ella le hace guardia todo el tiempo?

—Me gustaría una explicación.—Dice él, dejando el libro en la mesa donde antes estaba y acomodándose en dirección a Piscis. —Una real.

Ella le mira acomplejada, debatiéndose internamente si responder o no.

—¿Quieres la verdad?—Cuestiona ella y Capricornio asiente.— ¿Y la creerás?

—Estoy hablando con un ángel. O sufro de demencia o ya no me importa.

Piscis deja de mirarle y vuelve a prestar atención a sus manos. Capricornio, en total silencio, se levanta de su sitio y se acomoda al lado de ella, instándola a hablar. Ella le mira de reojo y sus mejillas se tiñen de rosa con gesto de vergüenza, cosa que le parece linda a el contrario, pero no dice nada.

—Tienes dos cicatrices.—Asegura ella en el apartamento calmo y fresco por los blancos muros de cemento, confundiendo al otro.— En la espalda. Justo en los omóplatos.

—Son marcas de nacimiento.

Ella niega con un lento movimiento de cabeza, cerrando los ojos un segundo y suspirando.

—Mi hermana también las tiene.

—Sí. Pero no son marcas de nacimiento, son cicatrices.

—¿De?

—De... Bueno. Ustedes eran ángeles.—Piscis explica, alzando el rostro y clavando su mirada en la avellana de él.— Trabajaban conmigo y con otros ángeles. Oh, padre santo, Tauro los adoraba, a ti y a Virgo. Más que a nadie. Pero pasaron cosas y le dieron un castigo a Virgo.

—A Val.

—A ella, sí. Bueno, a ella, a Libra y a Cáncer. Sí.—Continua, tratando con fuerza y obligándose a no llorar por el recuerdo.— Les arrancaron las alas y las mandaron aquí, al mundo terrenal; borraron sus memorias e introdujeron unas nuevas, dándoles identidades nuevas. No merecían ser ángeles a ojos de nuestro padre. Y tú...

—Lo pedí.—Culmina él, uniendo los puntos y sintiendo que miles de recuerdos brotan en su mente, escapando de su jaula abandonada al fondo de su mente, que fueron borrados sin su consentimiento. Ella asiente.— Yo quería que me quitasen las alas. Quería vivir aquí.

—Sí. Jamás entendí por qué, pero así fue.

Piscis le mira con dolencia y las lágrimas de acumulan en sus ojos con rapidez, angustiado al castaño. Con mano temblorosa y dudosa, ella le toca, por encima de la playera​ azul que usa, la cicatriz bajo su hombro derecho, mandando una sensación cálida y hormigueante en toda la piel del chico. Por un segundo había pensado que no podían tocarse.

—¿Y qué hay de ti?—Pregunta él, examinando el rostro de ella.

—Yo, después de eso, pedí que me asignaran como tu ángel guardián. Un ángel de la guarda para ti y ya. Así que eso hago. Yo te cuido y velo por ti. Tauro también quería hacerlo, pero solo se puede asignar a un ángel por persona. De todos modos, él también te cuida, de lejos, pero lo hace.

Inhala con fuerza, sintiéndose laxa y frágil. Parpadea un par de veces, ahuyentando por solo un segundo, las lágrimas de sus ojos.

—¿Por qué?—Exhalá ella, apretando con fuerza los labios y odiando su voz quebradiza.—¿Por qué lo hiciste?

—Yo quería decírtelo antes, pero sucedió todo el dilema de esos demonios con las chicas y me fue imposible hacerlo. Estabas preocupada por Cáncer y no quería angustiarte o hacerte pasar un mal rato. No más.—Ve como ella se dedica a respirar con fuerza. Se acerca más, pero no le toca por miedo a... Algo.— Yo no creo en eso del bien y el mal. Son términos subjetivos que dependen de la moral de cada persona. ¿Qué está bien y qué está mal? No quiero estar en una guerra sin final por algo así. Preguntale a cualquiera y todos diferirán. Ni el ángel más honorable es completamente bueno y ni el demonio más bajo es totalmente malo. Un humano es el conjunto perfecto de "lo correcto y lo malo". Era un peso, un tema que no me complacía ni un poco. Ser ángel no me agradaba.

—¿Y ahora estás complacido?

—Se podría decir. A veces siento que me hace falta algo. Me imagino que eso que no tengo es Tauro y tú, por supuesto.

Piscis resopla temblorosa, sintiendo su vello erizarse y el nudo en su garganta volverse más espeso.

—Hubiese querido que me lo dijeras.— Dice ella, sintiendo que su convicción flaquea y es cuestión de segundos para que se rompa por completo. — No simplemente enterarme al ver como te arrancaban las alas. Fue una tortura...

—Lo siento.—Habla él, suavizando su semblante ante la contraria y acunando el rostro de ésta con ambas manos, limpiando las lágrimas que le recorren con los pulgares.—Lo siento, Piscis. Perdón. Perdón.

Ella solloza y jadea, deseando parar el torrente de agua salada que brota de sus ojos, que miran con inmensa atención el rostro del contrario, quien le observa con culpa y remordimiento. Sus manos se dirigen a las de él, donde forma círculos con los pulgares en la piel de éste, disfrutando del calor que éstas emanan contra sus mejillas y la textura ligeramente áspera. Aspectos que hacia mucho tiempo que no sentía. No quería que se fuera, pero si esto es lo que Capricornio ha deseado y le hace feliz, entonces no ve otra opción más que aceptar.

Cuando ella por fin se calma, soltando ligeros jadeos que trata de acallar cerrando fuertemente los labios, él se acerca. Hasta ahora, manteniendo la posición, esperando que lo que hará no sea un problema para ella después, le observa con convicción. Con suavidad, como si tuviese el tiempo del mundo entero y nada más importase, une sus labios con los de esa pequeña ángel en un dulce y entrañable beso, gesto que ella había anhelado desde que él había sido revocado de su título.

—Perdoname.

***

Abre el armario, sacando una blusa de ahí y extendiéndola frente a sus ojos para examinarla minuciosamente. Convencida con el pedazo de tela, la lanza sobre la cama propia de su habitación y, dispuesta a cambiarse de ropa para salir con amigos a una fiesta, sus manos se dirigen al dobladillo de la playera que lleva puesta. Mas un chillido de horror le detiene a medio camino. Se gira asustada a la dirección donde ha oído aquello, quedando perpleja por un segundo cuando ve a un joven rubio parado en la puerta cerrada de la habitación.

La chica suelta un grito ahogado que se ve interrumpido, ya que se echa de espaldas y tropieza consigo misma, cayendo de senton al suelo y pegándose rápidamente de espaldas contra la pared más cercana.

—¿Qué... Qué?— Balbucea ella, mirando entre sus alborotados cabellos dorados, al rubio que se encuentra ahí, viéndola con severa angustia y vergüenza plasmada en sus ojos cían. —¿Quién...? ¿Cuándo...?

—¿Estás bien?—Cuestiona él, acercándose rapidamente y deteniendose al ver que ella se pega a la pared con susto.— Oh, no. Puedes verme. Lo siento. Ya me iba a ir.

Otro gritó sale de la chica al ver la cola del demonio menearse detrás de él de una manera ansiosa y agitada, percatándose de sus colmillos y sus pupilas alargadas como las de un reptil.

—¿Un demonio?—Pregunta ella con más tranquilidad. —¿Vienes a matarme? ¿Qué harás? ¡Nicole es más grande que yo! Ella es mejor. Aunque no está en casa...

—¡No! —Le corta el demonio, acuclillandose lentamente frente a ella a una distancia prudente, como si tratase con un animal peligroso y temeroso.— No. No haré nada malo. Solo quería ver que tal te iba hoy. Cuando vi que ibas a cambiarte, estaba dispuesto a irme, pero me viste y... Agh. Sólo pensaba cuidar de ti en la fiesta, pero estás tan confundida que creo que ya no iras.

—¿Cuidar de mí? ¡¿Qué?! Eres un demonio, deberías traer mal y causar problemas a las personas, no velar por ellas.

—No cuido a cualquier persona, solo a ti. —Admite con una cara digna de un cachorro abandonado.— No te haré nada. Tranquila.

Viendo lo honesto y poco peligroso que el rubio luce, decide relajarse. Pero solo un poco. Le inspecciona de arriba a abajo; le parece conocido, aunque nunca había visto unos ojos tan azules como esos, a excepción de los propios.

—¿Quién eres?—Musita ella con el ceño fruncido. Ahora siente curiosidad.

—Mi nombre es Géminis. Soy un demonio, sí.

—¿Y?

—Bueno. Simplemente me agradas y quiero, ya sabes, cuidarte.

—¿Lo haces siempre?

Él asiente con una tímida sonrisa.

—Eres extraño.— Asegura ella con diversión por la rara situación y sonriendo de lado, aliviando un poco el corazón casi muerto del otro.— En el buen sentido.

—Gracias.

El demonio se levanta y le tiende una mano para ayudarla a ponerse de pie. La chica le mira con inmensa duda, pero en un parpadeo, su mano ya esta sujeta a la de él, cuya piel es más suave de lo que ha pensado. Ya de pie, él le sonríe con todos los dientes, esperando que ella no le odie o algo así. Libra le suelta y se queda de pie frente suyo, con la mirada sobre la del otro.

—Deberías vestirte.— Dice él, desviando la mirada hacia la blusa sobre la cama.— La fiesta será lejos y ya es tarde.

—Supongo.—Responde meditabunda.

—¿Uh? ¿Qué? Hace rato parecías alegre por ir.

—Sí. Es solo qué... Esto es... Único. No sé si debería quedarme o irme a la fiesta.

—Oh. —Expresa con sorpresa e inclinando ligeramente la cabeza.— ¿Y que harías si te quedas?

—Conversar contigo.— Confiesa, sentándose con pesadez sobre la cama y viendo como el contrario le imita.

—¿Y qué es lo que más quieres hacer?

La chica se lo piensa, aun muy insegura de que decisión tomar. Podría ir a una buena fiesta de viernes, con amigos, música, bebidas y más. O quedarse en casa, mientras Nicole está en esa inesperada cita con un chico que conoció hace una semana, hablando con un demonio y dudando de su cordura.

Cuando se da cuenta, son más de las ocho de la noche y a esas alturas, ya tiene dos horas hablando sin parar con aquel demonio de cabello rubio que es alegre, divertido y amable como una margarita. Algo muy contrario a sus creencias de cómo debería ser un demonio. Géminis, completamente contento por la situación, no puede evitar que su gesto lo demuestre. Casi puede jurar que en su rostro está la sonrisa más inmensa que haya existido en él jamás y todo porque, al fin, ha vuelto a conversar con Libra. Esta encantadora chica que incluso su otro yo adora con toda el alma. Y aunque ella no le recuerde, ese no es impedimento para tratar algo con ella. Una relación que no sea solo de un guardián y su sujeto a cuidar, o de dos simples amigos. No. Porque siendo un demonio que no se rige por tantas reglas, a diferencia de los humanos y ángeles, puede tener un romance con quien le plazca y solo una persona se le viene a la mente: Libra.

Unas horas más y la chica termina durmiéndose con la cabeza sobre el hombro del rubio, quien decide cargarla y acomodarla sobre la cama. Viéndola dormitar con tranquilidad, suspira.

—Descansa, yo estaré aquí. 

Disfruten estas 20,000 palabras. Al fin puedo subirlo.

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