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—¿Es tu florecita? —dijo Frank, indirectamente preguntándome si Alex era la razón de mi expresión.

—La maté, por segunda vez. —Quizás su muerte, la bala que terminó con su vida, no estaba en mis manos pero sí la razón. Por mí causa estaba muerta, tenía tanta culpa como Elton, quizás muchísimo más.

Frank se levantó de su silla detrás del escritorio, me dio una palmadita en el hombro y se apoyó en el borde de su escritorio. Él sabía absolutamente todo de mi vida, mi pasado, mi presente, incluso mi relación con Alex. No me condenaba, no me tenía pena ni se horrorizaba. Me veía y trataba como si fuera una de las personas más sensatas que conocía. Él vivía bajo las reglas del ojo por ojo y la supervivencia del más apto.

—Era una distracción, una carga —comentó, intentando decir que estaría mejor sin ella en el medio, sin tener que esquivar su mirada para hacer mi trabajo. Sin ponerla a ella por sobretodo.

—Para tu negocio.

—Para tu alma —me refutó, asombrándome su elección de palabras—. Ahora finalmente estás libre para seguir con tu vida, para hacer lo que quieras, para volver a empezar. Esa mujer solo te hundía más en aquel pasado, formaba parte de él.

—No sé cómo volver a empezar. Ya no sé qué quiero hacer, a dónde debo ir.

Volver a Inglaterra estaba fuera de discusión, ya no había más nada en esa tierra para mí, ni siquiera el orfanato. Tenía demasiada oscuridad en mí como para arriesgar volver a manchar sus paredes. No era digna de tal lugar.

—Empezaremos de a poco. Por lo pronto, quédate aquí, esta ciudad será tu hogar.

Nunca había logrado ver Nueva York como mi hogar, no lo sentía en mis venas y sus lujos no me seducían como para querer apropiarme de su luz. Pero en ese momento me sentí diferente hacia la tierra de la libertad, teníamos más en común de lo que había pensado. Nueva York se escondía en una fachada donde todo era posible, que tenía todo bajo control para quien quisiera pisar su suelo, pero estaba corrompida y dividida. Por una parte, el rostro que los extraños veían, una ciudad misteriosa y llena de vida, vendía una imagen de cockteles y música, de habanos y buenos negocios. Por otra parte, su rostro interior, ese que escondía o muchos ignoraban, de pobreza, caos y vil destructora de almas soñadoras. Ambas nos acoplábamos bien. Ambas estábamos fragmentadas.

Los recuerdos nunca se irían, ni Benjamin, ni Alex, ni Philippa. Los arrastraría a mis espaldas como una sombra espesa. Pero Frank tenía razón, poco a poco podría volver a empezar. Volvería a construir una vida, abrazando lo que era y la clase de persona que era, aceptando los frágiles laberintos de mi mente.

Me fundiría con la ciudad, iría donde ella me llevara.

*

"Enviadme a estos, los desamparados, sacudidos por las tempestades a mí.
¡Yo elevo mi faro detrás de la puerta dorada!"

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