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La situación con Alex había empeorado, casi ni me dirigía la palabra en nuestro apartamento, solo hablaba conmigo cuando estábamos frente a otras personas y la mayoría de sus palabras eran monosílabos o comentarios irónicos. Ya había hecho lo imposible para arreglar nuestra situación y nos había sacado de aquel pozo económico vendiendo mi alma. No sabía qué más hacer para lograr su perdón y necesitaba alejarme de su constante evasiva: regresé al orfanato a ver a Louis.

El edifico hecho de piedra, imponente, sobre una colina verde, ya no era lo que recordaba. El techo de madera se notaba deteriorado, un sector parecía quemado y abandonado, y el pasto que lo rodeaba parecía no haber sido cortado en meses. No se escuchaba la risa de los niños, ni la música del señor Travis en el jardín, solo el viento de una tarde nublada y fría.

Al llamar a la puerta, un hombre me recibió. No era mucho más mayor que yo, suponía, pero parecía cansado y su atuendo desalineado lo hacían ver en peor forma. Se acomodó los lentes y se puso la camisa dentro del pantalón al reparar en mí. Louis apareció detrás de él y sonreí, sintiendo algo que hacía mucho tiempo no sentía: dicha.

Louis nos presentó y me hizo pasar a la sala de visitas. El Señor Flynn era el nuevo director del orfanato. Parecía nervioso, apenado del estado del lugar y sus manos temblaban tratando de acomodar la habitación. Cuando Louis le dijo que yo había donado el dinero para el lugar, comenzó a balbucear. Avergonzado, pidió a Louis que se encargara de los niños, lo cual él aceptó y abandonó la habitación.

—Tranquilo, señor Flynn, no vengo aquí a juzgar. Louis me ha dicho que usted hace lo que puede, que está solo en este cargo: administrando el lugar y enseñando a los niños.

—Su donación no ha sido desperdiciada, pudimos comprar material de estudio, arreglar goteras y mejorar la alimentación de todos —dijo de inmediato y sonreí.

Me aliaba saber que a pesar del fallecimiento de la señora Coleman y Travis, el hogar había caído en manos limpias. Quizás el señor Flynn no era la mejor opción, pero se preocupaba y hacía lo mejor que podía con lo que tenía.

Conversamos unos momentos más, acerca del incendio en la parte trasera del lugar, la educación de los niños, el poco apoyo eclesiástico por creerlo un sitio embrujado y la gran ayuda que era Louis, quien oficiaba de casero y guardia a cambio de comida y una cama.

Lo escuché atenta, sin interrumpir, puesto que parecía necesitar desahogarse y con cada minuto que pasaba su balbuceo comenzó a desaparecer por completo. Me contó que había estado en la guerra, que aún tenía secuelas físicas, que el orfanato era su vida ahora y deseaba tener la fuerza para mejorarlo de alguna manera. Que no lo abandonaría, pasara lo que pasara, porque esos niños sin familia eran más importantes.

Después de eso, pedí salir a caminar al jardín, me sentía acorralada por la culpa entre esas paredes.

*

La visita al orfanato había dejado una huella agridulce en mí. En cada rincón había una historia y mi corazón daba un vuelco de dolor por no poder volver a ese punto en el que una vez había sido feliz. Me sentía en una burbuja, consumida en mi pasado, tan apartada de la realidad, que cuando llegué al apartamento no noté el rostro de Alex hasta que bloqueó mi camino.

—¿Qué es esto? —dijo, golpeándome en el pecho con un sobre. Hojas cayeron de él y me incliné a ver de qué se trataba. Eran fotos, fotos mías de aquella misma mañana. En el jardín del orfanato caminando junto al director, mirándolo atenta, sonriendo de manera genuina y hasta tomándolo de ambas manos (para despedirme)—. ¡¿Allí es a donde vas cuando desapareces?! ¡¿Con ese criador de mendigos?!

La abofeteé.

No lo pensé y al instante de hacerlo, me arrepentí, asustándome de mí misma, de mi impulso.

—Alex...

—Nunca tendría que haberte seguido —dijo, comenzando a sollozar y la abracé—. Esta tierra está maldita, ¿no lo sientes?

—¿Quién te dio estas fotos? —pregunté, separándome y obligándola a mirarme. Ella negó con su cabeza.

—Estaban cerca de la puerta cuando llegué. Junto a otro sobre. —No quería decirme qué contenía ese otro sobre, lo tenía aferrado a su mano, se negaba a que lo viera. Debí arrancárselo. Ella comenzó a hablar mientras yo leía los documentos en el sobre de madera, eran certificados de identidad, de su trabajo—. No tengo familia alguna. Era una maldita...

No la dejé terminar y la abracé.

*

No había contado con que existía esa clase de información de su pasado. Creí que quizás podría reencontrarse con algún miembro de su familia pero, según los documentos en aquel sobre, la familia de Alex había muerto en su infancia. Y que había estado presa en varias ocasiones por conducta indecente en las calles. Eso era todo, sin hogar, sin familia ni amigos. Su desaparición ni siquiera figuraba en la ley, no había nadie buscándola.

El ánimo de Alex había decaído, estaba triste y desilucionada. Ella no había querido saber nada de su pasado pero alguien la había obligado a enfrentarse a la verdad. Alguien se había encomendado a investigarnos a las dos, alguien nos quería quebrar. Y sabía exactamente de quién se trataba, no había otra persona en la lista, era tan obvio, tan adrede. Mi rechazo continuo y mi desinterés había tocado su ego.

Lo encontré esa noche en The Crown. Kitty, Fred y Alex se perdieron en la pista de baile, ambos amigos trataban de levantarle el ánimo aunque no supieran la razón de su repentino y drástico cambio de humor. Al quedarnos solos en la mesa, él no me dirigió la palabra ni la mirada, se mantuvo en silencio y fumando un habano. Podía tener una imagen serena para el exterior, mas podía distinguir la rigidez de su rostro, en su interior, como una bomba a punto de explotar.

—Bailemos —dije, levantándome y caminando hacia la pista. Él apagó su habano y me siguió sin decir una palabra. La banda tocaba un waltz. Elton parecía bailar de manera técnica, acertado pero sin gracia—. No vas a lograr hundirnos.

—¿No? —preguntó de manera retórica, mirando a Alex por un segundo. Estaba en un círculo de personas, todos hablando y riendo, menos ella que miraba distante hacia un punto fijo.

—¿Qué quieres?

—Saber qué hacen dos pseudo americanas aquí.

—De repente te interesa.

—Sí.

Su mirada era intensa y sus manos comenzaban a quemar mi piel, lo detestaba. Había conocido toda clase de hombres pero él me resultaba el peor. Caprichoso, perseverante, creía que nada podía detenerlo, que todo debía girar entorno a sus deseos. Y su elegancia, su vocabulario y distinción social no habían servido para tenerme en su círculo, para rebajarme como mujer y ser su cómplice. Era lo peor que se le podía hacer a un hombre como él.

—De todas formas, debo admitir que escondes bien tu identidad —siguió, fingiendo incredulidad—. Si es que ese es tu verdadero nombre.

—Si no sabes mi nombre, entonces quizás no eres tan bueno en tu trabajo.

—Quizás Frank me pueda decir tu verdadero nombre —dijo sonriendo y haciéndome dar una vuelta—. ¿Qué crees? Tu amigo mafioso debe tener alguna información de su gunrunner. —Me petrifiqué y él lo notó—. Ah, sí, creo que no soy tan malo en mi trabajo después de todo. —Mi mirada se desvió inconscientemente hacia Alex—. Descuida, no diré nada a tu amada Alex. Solo espero que sepas agradecer mi discreción.

Se separó de mí, plantó un beso en el dorso de mi mano y se marchó hacia Kitty, ordenándole volver a sus hogares. Al volver a nuestra mesa, Alex me preguntó si me encontraba bien. Me había visto hablando con Elton en la pista y había notado mi rostro pálido. Aún seguía pálida.

—¿Qué te ocurre? ¿Alice? —insisitió, preocupada, discretamente tomando mi mano por debajo de la mesa.

Estaba atrapada. Finalmente alguien me había puesto en descubierto. Y quería algo a cambio.

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