4
Ben me había contado que había peleado con su hermano en varias ocasiones por defender nuestra relación, porque su hermano no estaba de acuerdo. Luego de la fiesta supe por qué: estaba celoso. Ben era el hijo mayor y heredaría la fortuna de su familia, estaba aún más en ventaja si se casaba, si tenía herederos varones. Me impresionaba cuán materialistas y crueles podían ser los unos con los otros, incluso con su propia sangre. Entendí que el trato de su hermano no era nada personal, estaría en desacuerdo con quien fuera su esposa, era una táctica de sabotaje. Eso debía ser.
Decidí no comentar nada de lo sucedido a la señora Coleman ni a Ben, no quería generar más revuelo. La fiesta, a pesar de todo, había sido un éxito. La mayor parte del tiempo me había quedado sola, en algún rincón o por el jardín, nadie me había molestado. Y cuando finalmente Benjamin volvió de su reunión con su madre, seguí su consejo de disfrutar la fiesta, bailando, bebiendo y riendo a su lado.
Aún así, en lo profundo, me sentí algo extraña. Como si algo oprimiera mi pecho o como si tuviera algo estancado. Traté de no darle importancia y la mayoría de las veces tuve éxito, excepto durante la noche.
Comencé a no dormir bien o directamente a no dormir, lo cual comenzó a notarse en mi desempeño. Me sentía desganada, débil, muy irritable.
Lo único que parecía calmar ese sentimiento era Ben, tenerlo a mi lado me hacía olvidar todo. Su presencia, su dulzura, su alegría me hacían pensar que nada en ese mundo podría separarnos, porque lucharía por él con garras y colmillos. Ni siquiera la opinión de sus pomposos amigos podrían disuadirme. Lo nuestro era verdadero.
—¿Qué haremos con el orfanato? —pregunté una noche.
El hogar era algo que me preocupaba, no quería casarme y desligarme de mis compromisos con los niños, con el lugar, con la señora Coleman. Ni tampoco con el señor Travis, nuestro jardinero, quien formaba parte del pilar. No quería elegir entre una cosa y otra, entre mi lugar en el mundo y mi amor. Necesitaba llegar a un acuerdo.
Benjamin sabía de la importancia que le daba a mi trabajo y que supondría mucha tristeza dejar el lugar, pero creía que al final del día lo haría, que dejaría todo para estar con él. Al insistirle que la decisión era mucho más difícil de lo que creía, tomó mis manos y me propuso financiar el orfanato. Me prometió que nada le faltaría y que después de casarnos podría seguir visitando el lugar, que no debía significar una separación drástica. "No quiero alejarte de tus afectos", me aseguró, besando mis manos.
A la señora Coleman no le agradó la idea de que me marchara a la ciudad. Temía que me olvidara de mis orígenes, de quién era. Decía que las ciudades y la aristocracia arruinaban el alma de las personas, que era contagioso, que me ahogaría entre las luces y el ritmo de vida agitado y ambicioso. Aún así, Benjamin le agradaba, la señora Coleman pensaba que era el único que valía la pena. Y en cuanto le comuniqué la noticia de que financiaría el orfanato una vez que nos casáramos, se sintió más conmovida por su generosidad.
La gente en el pueblo seguía diciendo que era por conveniencia. Que me había vendido como a una cualquiera por dinero. O que la señora Coleman me había vendido, que el orfanato estaba corrompido y criábamos futuros ladrones y prostitutas.
En la ciudad, la situación no era tan diferente. Victoria me contó que la madre de Ben había puesto el grito en el cielo, una vez más, en cuanto se enteró la decisión de su hijo para con el orfanato. Incluso lo había amenazado con desheredarlo, así supusiera deshonor a la familia. También me advirtió que, como último recurso, querían presentarle a una joven, alguien de su altura social y económica.
*
Comencé a preocuparme por todo ese tiempo que estaba separada de Benjamin, temiendo que su madre le presentara a esa joven. Temía que estuvieran solos, que la mujer lograra su cometido. Mi mente no descansaba un solo segundo y hacía mis deberes por inercia, sin prestarles demasiada atención. Y en cuanto Benjamin tenía tiempo para verme, me aferraba a él, necesitando abrazarlo y pegarme a su piel, como si así pudiera meterme en su ser y estar a su lado a cada instante, saber exactamente qué hacía en la ciudad.
Rezaba cada noche por que nuestro amor fuera más fuerte que toda diferencia social, ya que comenzaba a dudarlo. Me habían hecho dudar. Y si bien no perdonaba ese sentimiento en mí, si bien me forzaba a detener los celos, repitiéndome una y otra vez que mis peocupaciones no tenían fundamentos, no podía alejarlos. Necesitaba pruebas de que nuestra relación era sólida.
Me tomé el atrevimiento de faltar a mis deberes y escaparme a la ciudad. Sabía dónde trabajaba y sabía a dónde salía a almorzar. El plan era sencillo. Solo quería verlo y así me tranquilizaría. Pero en cuanto llegué a esos lugares, no encontré rastros de él. Solo distinguí a su hermano en el restaurante, comiendo solo.
—Quiero disculparme por mi comportamiento en la fiesta —dijo apenado, avergonzado de mirarme a los ojos pormucho tiempo. Me invitó a sentarme y almorzar con él. Me negué a la comida pero acepté sus disculpas—. No tengo nada encontra de tí.
—¿Sabes dónde está él ahora? —pregunté, poniéndome algo nerviosa—. Creí que lo encontraría.
—No lo sé. —Soltó. Era una mentira, lo veía en su rostro. Estaba acostumbrada a ver esas expresiones en los niños cuando intentaban ocultar alguna travesura. ¿Pero por qué me mentiría?
Me marché en ese instante puesto que ese día ya estaba perdido. Pero seguiría buscándolo día tras día hasta encontrarlo. Y lo hice.
Días después logré llegar a la hora exacta en que salía de su trabajo... y se desviaba del camino. Lo seguí hasta otro restaurante y lo vi sentarse a la mesa de una mujer, a la cual parecía conocer muy bien.
*
Las visitas de Ben se volvieron intensas. Quería convencerlo de alguna manera a que se quedara más tiempo conmigo, que no volviera a la ciudad. Él reía y me decía que tendríamos todo el tiempo del mundo para estar juntos. Luego, comenzó a fastidiarse de mi insistencia. Y la táctica para hacerlo quedarse a mi lado comenzó a fallar, logrando que se marchara más temprano de lo usual, de mal humor.
Seguí espiándolo en la ciudad y su rutina seguía siendo la misma: todos los días almorzaba con esa mujer y luego volvía a su trabajo. Se tomaban de la mano, reían e incluso llegué a verlos besarse en los labios. Ese día decidí quedarme en la ciudad, esperar a que saliera de su trabajo nuevamente y confrontarlo, exigir una explicación.
La hora llegó y él salió del edificio pero no pude acercarme, puesto que se marchó con otros dos hombres. No era mi intención ofrecer un espectáculo en la calle, así que me limité a seguirlos desde la distancia. Hacia un burdel. Me quedé estática cuando desapareció por aquella puerta. Mi admiración por él se desvaneció y sentí mi corazón atravesado por una lanza. Mis ojos lo veían perfecto, mas sus actos en la ciudad comenzaban a hacerme dudar. Ya no era como pensaba, intachable. Lo desconocía.
—¿Qué quieres? —me dijo el guardia de la puerta.
Necesitaba verlo con mis propios ojos, necesitaba pruebas contundentes, no pensaba quedarme allí afuera imaginando, carcomiéndome la cabeza, con todos los posibles escenarios.
—Vengo... a solicitar trabajo. —El hombre me miró de arriba hacia bajo, dudando, pero de todas maneras me indicó que pasara por la puerta trasera, yendo por el callejón. Y que una vez dentro debía buscar a Madame Larue.
Adentro, el ambiente era repugnante. Parecía un show de burlesque sin clase o decoro, mujeres desnudas iban y venían, perseguidas por hombres. Todos riendo, fumando, bebiendo y jugando poker. Daba la apariencia de que todos estaban pasando un buen momento, a mí solo me causaba pena por todos ellos.
Las mujeres que pasaban me miraban con desconfianza, los hombres intentaban tocarme. Debí escaparme de su depravación por varios minutos hasta que logré subir hacia las habitaciones privadas. Había visto que las mujeres llevaban de la mano a los hombres hacia el segundo piso y desaparecían por un buen rato. Busqué en cada habitación, armándome de coraje para mirar a los que estaban dentro, abriendo una endija y espiando para no ser notada.
Dentro de una de esas puertas lo encontré. Eran dos. Dos mujeres y él.
*
Volví al día siguiente, demandando ver a Madame Larue. Envuelta en lágrimas, queriendo saber la identidad de las mujeres que habían estado con Benjamin. La mayoría de las mujeres se mofaron de mí, otras se mantuvieron desinteresadas y otras me miraron con pena.
Discutí con ellas, acusándolas de ser seres impuros, desagradables, dignas de la vida asquerosa que tenían. Madame Larue, una mujer ruda, de expresión inmutable, agarró a dos de las mujeres y las dejó frente a mí, instandome a decirles lo que había ido a decir, a que me descargara.
Lo hice, les dije toda averración que se me ocurrió, llorando y maldiciéndolas como nunca antes lo había hecho. Una de ellas comenzó a llorar, la otra solo se rió de mí. Madame Larue se hartó y me dijo que ya les había quitado demasiado tiempo. Que era a otra persona a quien debía culpar por mi tristeza y me hechó.
Mi llanto no cesaba, me sentía desolada, perdida. No entendía por qué me estaba pasando todo aquello, no entendía cómo la persona que más amaba en el mundo podía arruinarme así. ¿Había sido todo mentira? ¿Me había usado? ¿Por qué jugaría así con mi dignidad, con mi corazón?
Sentí mi cuerpo entero y mi mente romperse en dos, llenando cada espacio y grieta con un vacío abismal. Nada. Absolutamente nada.
Mi llanto cesó, mis lágrimas dejaron de caer, el tiempo se detuvo para mí en ese momento. Al igual que mi cordura.
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