veintidós: Mandarina.

Min Yoongi odia los abrazos.

No lo toques, por favor. Se puede romper.

Ni siquiera lo mires.

No mires sus brazos llenos de vello que en cualquier momento se van a desprender de su cuerpo y obviad que su pijama parece ser solo tela en un hombre muerto por dentro que no espera más que su óbito. Ni siquiera veas su cabello seco y maltratado que cubre su frente sin gracia y tapa sus ojos, tampoco menciones sus mejillas casi inexistentes, ni sus pómulos marcados, ni la forma en la que sus clavículas simulan salir de su piel tal trofeo que admirar.

Yoongi cree que una de sus más grandes vergüenzas es que vean su cuerpo en su totalidad, pero era más vergonzoso cuando lo tocan.

Cuando su cuerpo es encerrado en un abrazo que no pidió.

Y no sabe qué es más asqueroso y grotesco, si el contacto físico que ahora está reacio a aceptar o el mero hecho de que alguien más siente su cuerpo.

Sus costillas.

Su abdomen.

Sus huesos.

¿Alguna vez has adoptado un animal rescatado?

Min Yoongi sí.

Lo recuerda bien, era un gato negro con manchas blancas esparcidas tales pinceladas aleatorias sobre su pelaje. Su nombre era Mandarina.

Mandarina fue un gato que adoptó cuando cumplió doce años, pidió el permiso de sus padres de tener una mascota y ellos, indiferentes a sus decisiones, solo le advirtieron que no lo apoyarán de forma económica con esa responsabilidad. Pero poco y nada le importó, tampoco estaba planeando comprar algún animal de raza, solo quería un amigo y, como los niños parecían tenerle miedo y lástima, perdió de poco a poco la esperanza que cualquier otro ser humano se le quisiera acercar.

Le pidió al chófer de la familia si podía llevarlo a un centro de adopción, quien lo hizo sin rechistar, aunque con un poco de duda al preguntarse si ahí aceptarían que un niño despeinado y un poco escuálido se lleve a un animal que ellos buscan proteger, así que se dedicó a estar a su lado una vez llegaron para que vean que tiene quién se haga responsable también del niño.

La verdad es que Yoongi pensó en llevarse un perro a casa, había visto en la televisión y en historias que eran compañeros muy leales y eso era lo que él quería. Un compañero que esté a su lado por el simple hecho de amarlo, no porque comparten sangre o son empleados que revolotean a su alrededor.

Amor, solo eso quería.

Ahí, se dio cuenta que en realidad tenía una gran conexión con los animales, ¡muchos se le acercaron a olfatearlo! Las personas del centro de adopción estaban maravillados con tales interacciones y jugando con Yoongi. Y él recuerda ese día como uno de los mejores.

A lo lejos, vio a un gato que poco y nada le importó su presencia, se encontraba en un rincón del lugar casi con los pelos de punta viendo todo a su alrededor, muy atento y en posición de ataque por todo lo que veía. Se veía grande, era un gato adulto con patas blancas y largos bigotes.

—¿Quién es él? — le preguntó a un joven mientras acariciaba un cachorro en su regazo —. Está solito...

—Él aún no tiene nombre, pequeño. Llegó hace pocos días y está solito porque le tiene miedo a las personas.

Oh.

—¿Fueron malos con él?

—Por desgracia, sí — respondió el adulto, un poco sorprendido por lo rápido que el niño dedujo lo que había pasado el gato. Por lo general, debían buscar una manera sutil de decir aquello —. ¿Sabes que hay personas malas?

—¿Las personas son malas hasta con los animales?

Yoongi también recuerda ese día como si hubiese vivido en una burbuja y que, de pronto, estalló.

Él también rompió en llanto cuando el cuidador se lo confirmó y llamó la atención de muchos ahí, el joven lo abrazó y trató de consolarlo, pero él no sabía que ese día confirmó que, si bien conocía la maldad, nunca se imaginó que las personas son malvadas hasta con los animales.

Era muy, muy triste conocer de a poco la crueldad de su alrededor.

Tras ello, son destellos de recuerdos lo que tiene cuando dejó de llorar hasta que se llevó el gato a casa en una jaula de plástico. Nunca lo tocó, fue el chófer quien se dio la tarea de ayudarlo por el temor a que sufra un rasguño del gato arisco a como lo habían descrito.

Y lo era, Yoongi tardó un par de meses en acariciarlo levemente en su cabeza porque Mandarina corría de cualquiera que se le acercara, incluso tardó en hacerle saber que no tenía que hurgar en cualquier espacio para buscar comida, ya que él era puntual con las indicaciones de alimentación que le dieron en el centro de adopción.

Un tiempo después, lo supo.

Mandarina fue un gato rescatado de sus anteriores dueños por control animal, pues algunas personas denunciaron el maltrato que sufrió su mascota antes de llegar a sus brazos. Descubrió cicatrices en su abdomen que no estaban cubiertas por su pelaje y cojeaba de una para trasera por un golpe a propósito del cual no quiso saber detalles. Pasó hambre, sed y muchas veces encontraron al animalito encadenado en el jardín de lo que nunca fue su hogar en días de lluvia o muy soleados.

Y de pronto, supo que eran iguales.

Ambos estaban encerrados en un lugar que nunca fue su hogar, a cargo de personas que nunca les interesó su bienestar.

Lo llamó Mandarina el día en el que lo pudo sostener en brazos, estaba comiendo su fruta favorita cuando el gato adulto – más de lo que hubiese creído – se acercó y, tímidamente, se sentó en sus piernas a olfatear el olor del fuerte cítrico que emanaba su dueño.

Así, Mandarina se quedó.

Lamentablemente, Mandarina falleció dos años después de su adopción por su avanzada edad. Lo encontró a su lado con lo que parecía ser una respiración pacífica, pues aprendieron a dormir juntos todas las noches para hacerse compañía mutua de ambos seres solitarios. Estaba acurrucado en su brazo izquierdo y no se dio cuenta hasta que su cabeza cayó sin gracia sobre su cama.

Nadie lloró con él y solo lo consoló su entrenador de baloncesto, quien le dio una charla sobre los procesos de la vida y ese tipo de cosas que uno no quiere escuchar en su momento, pero que son necesarias a fin de cuentas. Por desgracia, a Mandarina y a él les tocó nacer, sobrevivir y morir.

Hoy recuerda a Mandarina de vez en cuando y en cómo se vio reflejado en su compañero que no lo acompañó tanto tiempo, en la manera en que Mandarina aprendió a recibir su cariño.

Un cariño que aún nadie se dio el tiempo, ni la paciencia de tratar con un gato arisco como él.

—¿Puedes soltarme?

Park Jimin apresó su cuerpo en lo que pareció ser un eterno abrazo. No le disgustó tanto, pero sí fue muy incómodo.

—Vendré a verte los días de visita.

—Ajá.

Park Jimin, finalmente, se va del hospital.

Yoongi sabía que esto sucedería tarde o temprano, más temprano que tarde y no quiere bufar ante la idea de que volverá a tener su habitación para sí solo, a pesar que en cualquier otro momento lo hubiese celebrado. También quiere disimular sus celos, está celoso porque Park Jimin se irá de ese infierno dejándolo atrás, para correr a los brazos amorosos de sus padres que él jamás podrá conocer y seguirá con su rehabilitación con una fuerza de voluntad que él nunca podrá tener.

Nacer, sobrevivir y morir. A él solo le falta morir.

—Y cuando salgas, iremos a comer raspado de limón.

Bueno, eso suena tentador.

—También le pedí al enfermero Jung su número para poder hablar de vez en cuando, ¿sí?

—Ya — murmuró, un poco fastidiado —. No me voy a morir cuando te vayas, tranquilo.

Y, oh, si supiera que ese es el miedo de Park Jimin.

—¿Sabes cuándo vas a salir?

—Dos o tres semanas, tal vez. Perdí la cuenta — por primera vez, Yoongi responde acerca de su internación porque, desde siempre, sabe cuánto tiempo va a estar ahí —. Preguntaré y te diré, lo más probable es que HoSeok lo sepa.

—Está bien... — Jimin suspiró e intentó suprimir el deseo de volver a abrazar al mayor —. ¿Hay algo que quieras que haga por ti estando fuera? No tengo mucho que hacer más que estudiar y aún falta bastante para mi examen.

El pelinegro negó con la cabeza, aunque le fue inevitable no sonreír por lo nervioso – un poco triste, tal vez – que se veía el menor frente a él.

—¿Qué piensas hacer una vez salgas de aquí? — el rubio preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

—Ver cuánto tiempo tardo en volver.

—Luego veremos qué podemos hacer con eso — Yoongi alzó una ceja ante lo dicho y su propia inclusión con su problema, mas no dijo nada al respecto —. Ah, ya me voy.

—Será lo mejor, no vuelvas por aquí, ¿sí?

—Volveré a visitarte.

Él no lo creía.

—Ve, en un momento tengo una cita con mi psicóloga.

Jimin asintió y quedó en un suspiro el deseo de otro abrazo.

Los dos se vieron a los ojos, pero ninguno dio el atisbo de dar una despedida más cálida que un simple asentimiento de cabeza. Jimin, con la promesa de volver a verse y Yoongi, con la idea de que esa fue su última despedida.

—¿Te gusta leer, Yoongi?

Yoongi asintió mientras juega con los pañuelos desechables entre sus dedos que la enfermera Hirai le otorgó antes de iniciar su sesión, hablaron un poco de los últimos días y cuán difícil fue hacer su tarea, tarea que está siendo terriblemente expuesta, aunque solo frente a él.

—Sí, un poco. Aunque no lo hago bien... Hablo mejor de lo que leo, no sé por qué.

—¿Cuándo fue la última vez que leíste un libro?

Él se encogió de hombros, por inercia más que todo, pero cuando quiso recordar para responder la pregunta, no supo qué contestar.

—¿Qué libros te gustan? ¿Romance, Ciencia Ficción, Poemarios? ¿De deportes, tal vez? — de nuevo, se encogió de hombros, pero la doctora siguió en su conversación —. A mí me gustan mucho los de Ciencia Ficción, sobre todo los que tratan de una utopía.

—¿Qué es una utopía?

—Es un proyecto o sistema muy idealizado, que es tan perfecto e irreal que es imposible de recrear. En los libros se presenta como sistemas de gobiernos que usualmente no tienen ningún problema o sociedades en los que el asesinato y demás no existen.

—Se escucha interesante — admitió —. Pero no es para mí.

—Podemos encontrar tu género favorito, solo hay que buscarlo, ¿sí? — Yoongi asintió, eso le gustó —. También escribiste que te gusta el baloncesto, lo cual esperaba, y los raspados de limón, ¿te gusta el ácido cítrico?

—Sí. Un poco... Me gustaban mucho las mandarinas.

—Oh, también es mi fruta favorita. De hecho, tengo un par en mi bolso, ¿quieres compartir una?

Oh.

La doctora Hirai lo miró sin ningún atisbo de obligarlo a hacer algo que no quería. Se enderezó en su asiento con la mirada seria, ¿de verdad lo estaba pensando? Solo es una estúpida mandarina, antes se hubiese ofendido si alguien no le compartía su fruta favorita.

—Está... Está bien.

En silencio, la mujer hizo resonar sus zapatos de goma bajo el limpio suelo hasta llegar a su escritorio, del cual tomó su bolso y dio los cortos pasos que la separaban de su sillón. Él, con un nudo en la garganta y a su vez mientras saboreaba el sabor cítrico, la miró con los ojos abiertos cuando ella le extendió una mandarina completa.

—Espero estén buenas — dijo cuando tomó la fruta entre sus manos —. Mi esposo las compró hoy en la mañana y...

Y siguió hablando, como si no fuera la gran cosa compartir una fruta.

No supo si la doctora siguió hablando o no cuando empezó a quitar la cáscara de la mandarina, hizo una mueca que pasó desapercibida cuando el zumo explotó un poco en las heridas de sus manos, las cuales no eran más que pequeñas mordidas hechas por él mismo. Pudo cerrar sus ojos un momento cuando la acercó a su nariz para olfatear y sí, seguía oliendo delicioso.

—Yo tenía un gato que se llamaba Mandarina.

Hirai Momo dejó de hablar para sonreírle a su dirección.

—¿Mandarina? — él asintió —. Es un nombre muy peculiar, ¿por qué le pusiste así?

—Porque Mandarina era muy ácido... — susurró, mientras seguía pelando la fruta —. Era un gato maltratado al que no le gustaba el contacto físico, me tomó meses acariciarlo, pero falleció a mi lado, me dijeron que fue porque era un poco viejo.

—Lamento tu pérdida — eso, de alguna manera, le reconfortó —. Aquí... escribiste que no te gustan los abrazos.

—No me gustan. — Respondió seguro y con la mandarina ya sin cáscara.

—¿El contacto físico en general te desagrada?

No, tampoco.

No quiso responder.

Calló los siguientes minutos en los que probó la mandarina. Era dulce y ácida, su combinación perfecta e incluso tragó las pepas por obviar el trabajo de separarlas con sus dientes. La doctora copió sus acciones y no lo presionó para seguir hablando, pero sabe que debe hacerlo porque su hora ya mismo iba a acabar.

—No me gusta... que las personas estén a mi alrededor — susurró y si no fuese por el silencio en la oficina, no cree que hubiese sido escuchado —. Siento que... Tengo miedo a...

—Me dijiste que Mandarina era un gato maltratado, ¿verdad? — la mujer habló cuando él ya no pudo —. ¿Sabes qué le hacían?

—Lo g–golpeaban... — murmuró con los ojos cristalizados —. Lo cortaban con u–una navaja... E i–incendiaban su pelo. A veces lo pateaban... y lo dejaban encerrado.

—Mandarina no merecía eso.

—Era un gato muy lindo... — se tragó un sollozo —. No sé por qué, por qué lo trataron así.

—Si Mandarina vivió gran parte de su vida de esa manera, lo más probable es que no haya estado viviendo, sino sobreviviendo. Es lo que hace el cerebro cuando se presenta a experiencias traumáticas y llenas de estrés, el miedo incita a la supervivencia, es instinto natural.

Le fue inevitable no sollozar.

—A Mandarina no le gustaban los abrazos porque... tenía miedo de que lo golpearan de nuevo.

Le destruye por dentro pensar en el dolor ajena de su mascota que alguna vez experimentó.

—Yoongi — de alguna manera, él sabía la pregunta que se venía, por lo que negó con su cabeza con rapidez —. Sé que reconoces el maltrato y el abuso.

—No... Eso no...

—Y tú tienes que saber que estoy aquí para ayudarte. Yo quiero ayudarte y ambos sabemos que no quieres estar más aquí cuando estés estable — estaba a punto de llorar —. Dime, ¿puedes reconocer si tuviste alguna clase de maltrato y/o abuso?

Nacer, sobrevivir y morir.

Nació, sobrevivió y estaba listo para morir cuando asintió levemente.

—¿Desde cuándo?

Su voz era suave y Yoongi podía estallar en cualquier momento, pero se encogió de hombros al no recordar el inicio de su supervivencia, ni nada diferente a lo que recuerda con miedo.

—Mandarina no merecía ese maltrato y le diste una buena vida, con tu ayuda pudo volver a confiar en alguien para encontrar su lugar a tu lado. Tú tampoco merecías ese maltrato, Yoongi — dijo y él lo quiso creer, incluso si ella no sabía nada de lo que había pasado —. Aceptarlo es un gran paso y debes estar orgulloso de ti mismo.

Pero él lo había aceptado desde hace mucho.

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