veinte: lágrimas y raspados de limón.

Jimin quiere estar bien.

Pero es tan... difícil y agotador.

Su cabeza duele por tener voces gritando sobre su cuerpo, comportamiento, forma de hablar, todo de sí que es demasiado cansado siquiera abrir sus pequeños ojos. Le toma mucho trabajo levantarse de la cama y ver que sigue siendo él.

Park Jimin, un maldito de diecinueve años con bulimia e internado en un hospital que parece un infierno en la tierra, haciendo preocupar a sus padres, molestando a todos a su alrededor, simplemente existiendo en un mundo donde su sola presencia es un fastidio para todos.

La recuperación es jodida, lo sabe porque hay días en los que se despierta con todos los ánimos de cambiar su vida, de eliminar toda la mierda acumulada que se hacen llamar pensamientos y otros, como hoy, en los que quisiera irse por el inodoro o ahogarse con la propia sangre que corre por sus venas.

Días como en los que quiere golpear su reflejo en el espejo y clavarse los vidrios rotos en sus nudillos, cortar su garganta para que la comida deje de devolverse por ahí o quitar con sus propias manos toda la estúpida grasa que cuelga de sus brazos, abdomen, piernas y su espantoso rostro e ir hacia aquellos que se burlaron de él, mostrarles su cuerpo mutilado con una radiante sonrisa de satisfacción porque piensa que, finalmente, será aceptado.

Honestamente, nunca ha pensado en suicidarse, aunque no muchos le crean y el dolor en su pecho sea tan agonizante.

En un inicio, la inocencia de un niño le hizo creer que no pasaría nada si vomitaba unos días antes de una presentación de danza importante. Solo serían un par de kilos menos, no haría mucha diferencia. Además, todos le decían que, si estaba al frente de las coreografías, debía de verse bien y no era correcta la manera en la que su camisa marcaba sus rollitos a los costados de su abdomen.

Y jamás imaginó que, casi diez años después, estaría tratando de ver cuánto han aumentado sus mejillas en la ventana de su habitación porque quitaron el espejo que había en el baño, por precaución.

¿Muerte? Sabe que vendrá, pero no creía que le estaba haciendo daño a su cuerpo haciendo lo que hacía, no hasta que vio a sus padres llorar pidiéndole que no lo haga más o hasta que vio en números y resultados médicos y cómo moría lentamente por su culpa.

Le aterra, a decir verdad, la idea de morir es tan escalofriante como el huracán que acontece en su cabeza. Es como un animal sediento de personas como él, con almas rotas y dañadas por sí mismos, acechando en la oscuridad y de manera silenciosa.

Pero, a fin de cuentas, es un hecho inevitable para cualquiera. Siempre imaginó una muerte sin dolor, es más, ni siquiera imaginó las causas o el por qué, solo estaba consciente que quiere abrazar la paz que todos afirman en tener una vez sucede.

Y es tan desesperante la manera en la que se ahoga en sus propios pensamientos.

Porque quiere estar bien. Quiere dejar de odiar su cuerpo, quiere nunca haberse purgado la primera vez, quiere dejar de darse un único valor sexual para lograr sentir algo de amor hacia sí mismo, quiere verse en el espejo y que no le cause asco su reflejo.

Quiere no estar en el hospital.

Pero, mierda, es tan, tan difícil.

Es agotador alejarse de todo lo que le hace daño, porque es él quien más daño se hace.

Suspira y el vaho empaña el vidrio de la ventana donde está apoyado, la tarde lluviosa y nubes grises le provocan más llanto, pero nada sale de sus ojos. Su tristeza y desesperanza se ha vuelto tan grande que desgastó cada una de sus lágrimas hasta dejarlo completamente seco.

Como una flor marchita.

Una que ya está muerta, pero que sigue conservando su belleza natural en la agria agonía que la ha consumido por completo, aquel destello que la llevó a la ruina.

No quiere ser una flor marchita.

No comprende por qué le tocó ser una.

En el baño, Jimin está llorando.

En silencio, sus lágrimas se deslizan por sus mejillas y son testigos de su cuerpo desnudo y herido, con una cicatriz o lunar en el lugar al que mires. Alza sus brazos, solloza cuando aún ve su piel caída y acaricia con fuerza, dejando una marca temporal rosada, su estómago y los pliegues que se forman a sus costados.

Su cuerpo no es grande, pero siente que puede ocupar todo el tamaño de su habitación, sin siquiera poder tocar sus pies por ser su propio obstáculo.

No hay día en el que no odie a su cuerpo.

Vio en el reflejo de la ventana sus clavículas y nota que ya no son notorias, oh, cuánto ama que esas líneas en su cuello se vean con firmeza. Recuerda la primera vez que aparecieron, aunque sabía que esa parte de su esqueleto existía, no la había notado nunca hasta cuando tenía catorce años, desde ese momento, parte de su efímera alegría depende de que los demás las vieran a simple vista.

También adora su mandíbula, claro, cuando está marcada, a pesar que ello venga junto a sus mejillas ahuecadas y notorias ojeras bajo sus ojos. No importa, el sacrificio vale totalmente la pena.

Ese pensamiento es la razón por la cual se queda atascado y no avanza en su recuperación.

Él es como una flor marchita, gritando en voz baja cuán doloroso es existir, aunque sea incapaz de sentir al estar muerta. Aun así, sigue plantada en la tierra seca y descuidada en la que le tocó nacer, aunque sea él mismo quien se niega a ser cuidado por estar tan acostumbrado al sufrimiento que se convirtió en parte de él, dejándolo en un letargo silenciosamente ruidoso a la vista de los demás por esperar a caer por completo con ayuda del viento.

Y se mantiene en pie por sus débiles esfuerzos, cuando sus lágrimas se vierten en la tierra, la cual las toma como una esperanza para darle más vida muerta, dejándolo en un ciclo sin final.

Suspira, limpiándose las lágrimas cuando las puntas de sus dedos están arrugadas y cierra la llave del agua. Es extraño bañarse allí, muchas cosas han pasado en ese cuarto que no cree olvidarlas nunca.

Sale desnudo, por costumbre se coloca la toalla alrededor de su cuerpo con la mirada en el suelo, puesto a que si el espejo siguiera allí, él no tendría el valor para verse a sí mismo. La tela de su pijama sigue picando, pero ignora la sensación al colocarla con rapidez y sale del pequeño cuarto hasta su cama mientras seca su cabello y lo peina con sus manos.

Ve a Yoongi en el piso, centra su atención en unas anotaciones que hace en su cuaderno. Decide ignorarlo, no tiene fuerzas ni para pensar por el momento, aunque no lo único que hace es pensar, pensar y pensar aún más toda su vida para que ahora esté en ese lugar.

Tal vez, si nunca hubiese accedido a incursionar en el baile, todo sería diferente.

O puede que no, porque esa chispa del movimiento sutil de su cuerpo siempre estuvo presente. No se arrepiente del todo de eso, en realidad, lo único que lo mantiene de pie hoy es la esperanza de volver a hacer lo que le gusta, con su misma pasión, pero más seguridad y control sobre él. Un sueño un poco lejano, debe de admitir.

Sus pensamientos se desvanecen cuando escucha un fuerte golpe en la habitación. Seguido a esto, ve cómo el pelinegro se acuesta boca abajo en el frío suelo.

Pues Yoongi no hizo nada más y nada menos que arrojar su libreta contra la ventana de la habitación, totalmente frustrado de sí mismo, y después se acostó en el suelo, dándole un espectáculo al rubio que sus padres perfectamente podrían catalogar como una rabieta.

Segundos después, lo ve levantarse con rapidez y vuelve a tomar la libreta entre sus manos, ahora acostándose en su cama cuando siente la sorprendida mirada del menor.

Casi pudo escuchar la fuerte voz de su madre a punto de reprenderlo.

—¿Qué?

—¿Qué? — preguntó como reflejo Park, a lo que se encogió de hombros —. Nada.

—Oye, tú no estás bajo el cuidado de ningún psicólogo o psiquiatra aquí, ¿verdad?

—No que yo sepa...

—¿Por qué?

—He estado en tratamiento con un psicólogo fuera de aquí desde hace años, no me sentiría cómodo con otro. ¿Por qué preguntas?

—Quería preguntar si había alguna posibilidad de que me dieras tus dosis de pastillas correspondientes a la noche, una dosis no es suficiente para mí.

¿Qué?

—No... Los primeros días me daban una pastilla amarilla, ¿no? — Yoongi asintió — Pero luego se supo que era una equivocación. Yo no consumo ese tipo de cosas.

—Aburrido.

—No soy drogadicto.

—Yo tampoco. ¿Es cierto que estás aquí por voluntad propia? — Jimin le vio con asombro, ¿cómo sabía eso? —. HoSeok me lo contó.

—Yo responderé tu pregunta si tú me dices cuál es la relación que tienes con el enfermero Jung.

—Okey. Nos vamos entendiendo. Tú primero, pero dime por qué quisiste entrar a este maldito hospital. Si me lo permites, creo que eres un idiota. ¿Sabes que tiene varias denuncias por maltrato y negligencia médica? Lo cual es cierto y las denuncias quedan impunes por los directivos.

—No lo sabía. Me interné porque era una manera de colocarme a mí mismo a prueba sobre mi mejora. No tengo a mis padres que me digan cuándo comer o al doctor Kim escribiéndome cada tanto a ver cómo he estado. No pensé que este lugar fuera tan...

—Así que, te metiste a un hotel de mala muerte.

Yoongi suspiró, no era una respuesta muy conmovedora como HoSeok le propuso. Él siempre tomaba como ejemplo de superación personal a Park Jimin, si tan solo supiera que parece un pollito perdido en la cruda realidad.

—¿Y cómo va tu proceso de mejora?

—Mal. No pensé que volvería a recaer al purgarme, no lo había hecho desde hace meses... — se lamentó el menor, con una mueca en el rostro —. Pero está bien, supongo. Las recaídas pertenecen al proceso de sanación. Lo pensé, recapacité y ahora debo seguir adelante. Al menos, saldré en un par de semanas.

—Vaya fuerza de voluntad.

—Te toca, ¿cuál es tu relación con el enfermero Jung? ¿Son amigos?

—Algo así, nuestra relación nace de su remordimiento y culpabilidad. Y lástima, mucha lástima — Yoongi se encogió de hombros —. Una vez lo mencionó, dijo que me parezco a su hermano mayor. Realmente, nos parecemos bastante, fue un poco espeluznante.

—Oh... Eso no es tan profesional, como lo percibo.

—El chico se suicidó hace un par de años — explicó, ahora ganándose una mirada de arrepentimiento —. Así que verme es como verlo a él, a HoSeok le da mucho pesar no haberlo podido salvar.

—Uh, lo lamento por él.

—Sí, es triste. Al principio fue extraño, se me acercó cuando compartía habitación con alguien más. Mi compañero tenía sus brazos llenos de cicatrices por cortes que se ha hecho, así que lo empecé a molestar diciéndole tigrito perdido — Min se rio un poco ante el recuerdo —. Se puso sensible y le fue a decir al primer enfermero que se encontró, que fue HoSeok. Cuando me vio casi se pone a llorar, pero no me hizo nada más que darme una reprimenda. Los días pasaban y él parecía preocuparse más por mí.

—Espera, ¿tu compañero de cuarto era Kim Taehyung?

—Ajá, ¿cómo sabes su nombre?

—Lo conocí.

—Uhm... — murmuró —. Bueno, el tema es que se preocupó por mí de una manera diferente a la que los demás. Taehyung se molestó por eso, lo acusó, me cambiaron de habitación a esta y el resto es historia, solo que con un Jung HoSeok revoloteando a mi alrededor.

Eso no se lo esperaba.

—¿Satisfecho?

—Sí — Yoongi asintió, dando el atisbo de terminar ahí la conversación y seguir con su estúpida tarea —. ¿Dónde estuviste toda la mañana?

El pelinegro le miró por encima de su libreta, dejándola de lado nuevamente y con rapidez. Cualquier cosa siempre era mejor que hacer tarea.

—Me asignaron un tratamiento psicológico — respondió con la verdad, ya estaban en un maldito hospital psiquiátrico, decir que recurren a terapia ya no es tan bochornoso como lo era en su adolescencia —. Y psiquiátrico, también. Por lo que pasó con Namjoon y las agujas, aunque aún nadie me pregunta por eso.

—Oh, eso es bueno. La terapia ayuda mucho.

—¿De verdad?

—¿S-Sí? ¿No has tenido terapia antes?

—Antes tenía citas con un psiquiatra que me medicaba, según era para mantenerme sereno en el día. Ahora creo que solo me drogaban... — Oh. ¿Qué tipo de vida ha tenido Min YoonGi? — ¿Tú desde cuándo tienes acompañamiento?

—Más de cinco años, pero ahora mis citas no son tan constantes, antes de llegar aquí, veía al doctor Kim una vez cada dos meses si no se presentaba un suceso que necesitaba hablarlo con él. Mis amigos también me han acompañado y apoyado mucho.

—Ah, no sabía que tenías amigos. Es raro eso por aquí.

—¿De verdad?

—Por lo general, algunos no tienen amigos como yo y otros, como Taehyung, tienen visitas cada tanto con personas que solo les lastiman, pero siguen viéndoles la cara.

—Uhm... Algó así me comentó Taehyung. Yo tengo dos amigos, Im Nayeon que conocí en un grupo de baile y a Kim SeokJin, que es mi vecino desde siempre. Ambos fueron los únicos que no me dejaron solo cuando todo esto pasó — dijo, señalando su cuerpo entero —. Los extraño, lo primero que haré cuando salga de aquí, es ir a comer un helado de yogurt griego.

—¿Helado? Un raspado de fruta tiene menos calorías que eso, casi cien calorías menos.

—¿Y? Lo sé, pero me gusta el helado y quiero comer uno ni bien salga de aquí, solo que mi heladería favorita cerró hace poco... Seré catador de helados para encontrar un nuevo lugar favorito.

Yoongi estaba asombrado. Eso no se le hubiera pasado por la mente cuando su heladería favorita también cerró, de la cual solo consumía raspados de fruta, porque pensar en ir probando locales nuevos le daba... ansiedad.

Aunque, admite que la idea le atrae. Mierda, mataría ahora mismo por un raspado de mandarina o limón, las frutas ácidas eran sus favoritas.

—A mí me gusta el raspado de limón — murmuró, en voz alta que el rubio le miró con intriga lo que acababa de decir —. Claro, eso es.

Tomó su libreta y escribió en ella, al lado de la interminable lista de cosas que no le gustan, en la fila de cosas que sí le gustan, escribió comer un raspado de limón en un día caluroso, después de leer y, como primera instancia, baloncesto.

Listo, tarea terminada. No cree que vaya a escribir más.

Recuerda los días en los que escapaba de su casa y vagaba por las calles, aquellas en las que se dirigía al centro de la ciudad con el cuerpo totalmente tapado y cubierto de bloqueador solar. Una capucha negra cubría su cabellera y ahuecadas mejillas que causó asombro en más de una persona que le vio por la calle.

Suficiente tenía la misma expresión de sí mismo al verse en una fotografía, no necesitaba lo mismo de extraños.

—¿Un raspado de limón, Yoongi? — era lo primero que preguntaba la dependienta cuando su turno en la fila del mostrador llegaba — El topping de leche condensada bajó su precio, ¿quieres que lo agregue? ¿O el topping aparte de mandarina?

Era linda, amable. Y nunca dijo nada por su aspecto.

—Solo el raspado y la mandarina, por favor.

Admitía que tenía un pequeño crush en ella, pero el mismo sentimiento platónico murió cuando vio que la chica tenía pareja. A veces, se pregunta qué será de ella.

Pequeñas cosas que pensaba cuando se disponía a terminarse su raspado en la esquina de la heladería, en una mesa para dos que solo él ocupaba, a un lado de la gran ventana que le permitía ver a las personas pasar, una de sus actividades favoritas.

—¿De limón? ¿No es muy ácido para un raspado?

—Las frutas ácidas me gustan.

—Ya veo... — murmuró, para después sonreír por la idea que cruzó en su mente —. Oye, Yoongi. Te parece que, si después de salir de aquí, ¿vamos por mi helado y tu raspado de limón?

—No sé cuándo vaya a salir, y tú mismo dijiste que saldrás en un par de semanas. Me imagino que cuando acabe el mes, ¿no?

—Sí, pero te esperaré. Y si salgo antes que tú, vendré a verte todos los días de visita.

—...¿De verdad?

Ah, Park Jimin y su mala costumbre de hacer promesas a largo plazo.

—Sí, lo prometo.

Y mala costumbre de Min Yoongi en creer a ciegas en las palabras de alguien a quien le empezaba agradar.

—Está bien. Iremos por tu helado y mi raspado de limón.

panaparece.

por favor alguien dígame que está leyendo esto después de más de un año de no actualizarasjnasknas, doy: vergüenza.

¿cómo están? yo mejor, rehabilitada, es el primer capítulo que escribo de frágiles y no lloro desconsoladamente, besitos.

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