uno: dulce llegada.
Del cielo caían gotas de caramelo una tarde ordinaria en el hospital psiquiátrico Asan.
Sus blancas paredes y el olor a medicina eran característicos en sus largos pasillos que no parecían tener fin, en uno de los muchos que había en el edificio, un delgado y pálido chico con hebras rubias caminaba con paso lento de un lado a otro, nervioso.
Quienes se encontraban a su alrededor con la misma bata blanca con puntos azules lo miraban con recelo e intriga, haciendo que su cuerpo se encogiera y la curvatura de su espalda sea más prominente.
Su cuerpo aún temblaba por lo que aconteció hace algunas horas, después de permanecer en una sala recreativa en el mismo piso, le indicaron que ya podía regresar a su habitación. Sus ojos vagaban por todo el lugar, aplazando su intento de abrir la puerta para descansar un poco, ahora mismo se sentía tan cansado.
El cuerpo inmóvil de aquel pelinegro seguía fresco en su memoria, al igual que el charco de sangre en el cual estaba sumergido.
— Tráeme las llaves, de inmediato — había ordenado el hombre que lo acompañó hasta el lugar hacia una mujer que pasaba por allí con el mismo uniforme. Intentó quedarse al margen, pero con intriga de lo que podría pasar, viendo cómo el mayor intentaba tumbar la madera —. ¡Min Yoongi, abre la maldita puerta!
La fuerza que ejercía parecía ser dolorosa, abrazó sus hombros cuando el contrario golpeaba con el suyo la superficie, logrando dañar el cerrojo después de unos intentos.
Todos en el pasillo se alarmaron, entrando con un poco de prisa al dormitorio esperando lo peor, dejó sus pertenencias en una cama ordenada a diferencia de otra, en la cual las sábanas estaban revueltas, y sus pies lo llevaron hasta donde sucedía todo el escándalo.
Sintió pánico en el momento que el baño fue abierto, se encontraba junto a un par de enfermeros quienes también se alarmaron cuando vieron la habitación cerrada.
Su inexpresiva mirada le aterró en demasía al igual que su pálida piel, mucho más que lo considerado normal en personas como él, las manchas oscuras bajo sus párpados y el color de sus labios que casi no lograba distinguirse de su rostro.
Realmente parecía estar muerto.
En su diestra aguardaba la pequeña cuchilla que lo había ayudado a cometer tal acto, escuchando unas horas más tarde que aquella era de un sacapuntas que debió haber conseguido en la biblioteca del hospital. Espacio donde tendrían más cuidado por este tipo de situaciones.
Presenciar un intento de suicidio, grato recibimiento a su llegada.
Tampoco es como si hubiese esperado mucho, una vez se adentró en el hospital, fueron gritos desesperados e incoherentes lo que primero escuchó, además de notar la monotonía que emanaban todos allí.
Con pasos inseguros, se introdujo en la habitación, tratando de hacer el mínimo de ruido posible al ver que las luces estaban apagadas. Le habían dicho que lo mejor era que su compañero descansara y él, probablemente, esté durmiendo ahora.
Algo que afirmó después de ver un pequeño bulto escondido entre las sábanas.
Su cuerpo se desplomó en la cama que no estaba ocupada, sintiendo de inmediato un deje de paz cuando pudo suspirar con tranquilidad, su entorno aún le estaba abrumando en demasía. Miró con temor en dirección donde debía estar el baño, le daba un poco de nervios estar allí.
— Lamento que me hayas visto así — la voz gruesa en la penumbra hizo que su corazón se acelerara, calmándolo un poco cuando su compañero prendió una pequeña linterna, dirigiendo la luz directamente en su rostro —. No sabía que vendrías hoy.
No dijo nada al momento, se dedicó en ver al otro. La cuenca de sus ojos era muy marcada y oscura, al igual que las grandes ojeras que adornaban su rostro, las cuales parecían ser más moretones hechos hace algunos días por el color violeta de estas.
Su cabeza reposaba en una fina almohada, sus brazos con mucho vello lo rodeaban de una manera extraña y cohibida.
— Yo tampoco lo sabía.
Todo acontecía normal para él desde la mañana, había despertado como siempre, sin ánimos, fuerzas o energías.
La decepción de sus padres fue lo único que retumbaba por su cabeza, después de alentarlo a desayunar, para acabar con su té de manzanilla y galletas de sal en una hora. En su defensa, realmente se esforzó.
Hasta el medio día que le tocó su sesión con su psicólogo, cuando vio a ese hombre, se encontraba al lado de una ambulancia, listo para llevarlo.
El resto es historia y no tiene mucho misterio, la excusa de que sus problemas se estaban saliendo de control y las banales promesas de que sólo permanecería en el hospital por un corto mes.
Además, sucedió tan rápido que las imágenes en su mente son borrosas.
— ¿Estás bien? — se atrevió a preguntar, con un poco de temor, notando la mirada sorpresiva del contrario —. Tus brazos, ¿te duelen?
El contrario alzó la comisura de sus labios, sin llegar a tener una sonrisa, era más como una mueca — Tengo suministrado sedantes — su mirada estuvo fija en sus muñecas por un momento, para luego alzar la mirada hacia el rubio —. Debería estar dormido.
El pelinegro rio, pero una risa rota.
Las conocía muy bien, solían estar presentes en situaciones muy delicadas como un tipo de escapatoria a la tensión generada. Se apagaban con rapidez para dejar una mirada vacía, como la que el contrario tenía. Le generaba una tristeza inmensa y un par de lágrimas saladas.
— Pero con el pasar del tiempo, creo que las personas se vuelven inmunes a cierto tipo de cosas.
Se sintió expuesto cuando sus mejillas se empaparon, rápidamente intentó disimular su llanto en vano, el contrario ya lo había notado. Ahora mismo parecía ser tan pequeño y delicado, le aterraba todo lo que estaba sucediendo a su alrededor.
— Bienvenido a Asan — Yoongi dejó de apuntarlo con la linterna, intentando darle un poco de privacidad para que pueda llorar tranquilo. Sabía que los primeros días en aquel infierno – como él suele llamarle – eran los peores, sobre todo sentía parte de culpa al haber colaborado en que ese día sea uno miserable para el rubio —. No hay mucho que esperar de aquí, trata de no perder la cabeza.
Estaba claro que ambos pasaban por problemas similares, su apariencia lo decía todo.
— Siento que ya la perdí.
Pero uno podría estar peor que el otro.
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