doce: dulce y asqueroso.

TW: vómito ¡! atracón.

Atracón:
Comer cantidades inusualmente
grandes de comida en un tiempo
determinado, por ejemplo, durante
un período de dos horas. Sentir que la
conducta alimenticia está fuera de control.
Comer incluso cuando estás lleno o no
tienes hambre. Comer con rapidez durante
los episodios de atracones.






















Jimin se sentía asqueado.

Sucio y manchado, quería bañarse en soledad mientras sus uñas se entierran en su piel hasta dejar marcas que se verán con el pasar de los días. Cosería su boca con aguja e hilo, sin importarle el dolor. Mordería su lengua cada vez que tiene hambre. Cortaría sus manos para evitar que su estómago se llene. Vendaría sus ojos para no ver más a la comida que le repugna tanto, demasiado.

Los atracones son un infierno para él.

Hace algunas semanas – quizás meses – que no sufre de uno, pero esa mañana se despertó queriendo devorar e ingerir todo lo que esté a su alcance, incluso si su mente se lo pedía a gritos, si sentía con totalidad esa falsa llenura en su abdomen o si el vómito podía percibirse más de lo que quisiera.

En algunas ocasiones, es fácil ocultar estos episodios donde no parece tener total control de su cuerpo, como en aquellas tardes cuando llegaba a su hogar tras una jornada escolar. La entera disposición del frigorífico y sin ninguna supervisión de un adulto responsable, le permitían arrasar con todo lo que viera.

Sus dedos se enterraban en el almuerzo ya preparado por su madre, a veces los cubiertos eran dejados en el olvido para poder saciar el deseo de masticar lo que sea posible. Postres, galletas, yogurt, frutos secos y cereal eran las víctimas de sus asaltos, mismas que quedaban hechas nada en un líquido viscoso que salía de su boca en dirección al inodoro.

En el hospital no podía darse ese lujo.

Comenzó con el desayuno, por primera vez en la semana y media de su estadía, comió más de lo que había en su plato.

—Deja de estar tan desesperado. — le dijo Yoongi después de haberle pedido de su charola, aquella parte que no estaba masticada, aunque al final terminó cediendo. Lo mismo sucedió en el almuerzo.

Taehyung también le miró extraño lo que ha transcurrido del día, pero como siempre, no mencionó nada al respecto. Se dedicaron a utilizar los juegos de mesa que ya conocen mientras se dedicaban a tener la compañía del otro y, a pesar de que el castaño no lo supiera, fue de gran ayuda para que el rubio no metiera dos dedos a su boca con el fin de expulsar todo lo ingerido.

Pero la mente de Jimin se encontraba en un lugar muy lejano, las partidas que tenían quedaban a la mitad porque éste se perdía, lo cual también preocupó al menor, quien no dijo nada al respecto.

En su cabeza estaba dividida en dos pensamientos que resonaban como gritos en sus oídos. Por un lado, quería comer como si el mundo se fuera a acabar, como si fuera lo último que ingerirá antes de su muerte para llevarse al infierno el sabor dulce de algún caramelo, incluso su mandíbula se movía por casi sí sola al llevarse un dedo a sus dientes frontales para morderlo, algunas veces con fuerza.

Por el otro, sólo deseaba golpearse la frente con el tablero de ajedrez o cortar sus manos y vomitar, si es posible, hasta su estómago.

Su respiración errática llamaba la atención de cualquiera e intentó tener control sobre su propio cuerpo para simular estar bien, tragaba grueso y sus ojos iban y venían hacia cualquier lado de la habitación, consiguió que unos enfermeros se le acercasen con discreción, pero se alejaron cuando le vieron tener un comportamiento medianamente calmado.

Incluso se abstuvo de ir al baño.

Y lo logró, hasta ese momento.

Yace en su habitación y un olor asqueroso se riega por todo el lugar. El temblor de sus piernas pegadas a su pecho le carcome la consciencia, sabe que está así por su culpa y las recriminaciones no dejan de llegar a su cabeza por parte de él mismo. Los alimentos ingeridos se asoman por su garganta hasta manchar parte de la funda de almohada y su propio pijama.

Solloza y gime de dolor con cada arcada que nace desde su abdomen. Postrado frente al inodoro, no dejó de excusarse a gritos que no se había purgado, atrayendo de inmediato a la enferma Suran, quien caminaba por el pasillo dando una vista general a los pacientes.

—¡D-De verdad! ¡No m-me he p-pur–! — más líquido viscoso salió de sus labios — ¡No lo he hecho!

No.

Él no había hecho eso.

¿O sí? En realidad, sí porque él fue quien comió hasta atragantarse.

—P-Perdón...

La mujer se limitó a quedarse callada, no sin antes pedirle al personal de limpieza que cambie las sábanas del paciente, antes de que el olor quede impregnado en las paredes. Y Jimin no puede sentir ni una pizca de tranquilidad cuando ella acaricia su espalda con suavidad.

¿Por qué tiene que pasarle ese tipo de cosas a él? ¿Por qué no puede disfrutar de su juventud como cualquier otro lo haría? Iba tan bien para que todo se vaya en picada ese día. Tanto esfuerzo no vale nada ahora.

Recaídas y atracones del demonio.

La primera vez que se provocó el vómito, fue tan asqueroso y repugnante. Sus manos quedaron oliendo feo por semanas y tenía miedo a que sus padres se enteraran de tal vil acto que había cometido.

Intentó de todo cuando los comentarios de odio hacia su cuerpo llegaron. Las dietas sanas que alguna vez buscó en internet no le dieron resultados rápidos a como le hubiera gustado, recuerda con amargura que aquel día, en el que comenzó a hacerse daño a sí mismo, estaba tan desesperado por adelgazar al tener una presentación de baile en su escuela a la vuelta de la esquina.

Leyó por allí – ahora odia haber estado expuesto a internet desde una edad muy temprana – que, algunas personas, hacían lo mismo que él para lo que quería. Y, maldición, un niño puede cometer muchas estupideces por adultos mal intencionados con ningún gramo de empatía.

El dolor de garganta se volvió constante y algo con lo que aprendió a vivir, también al pequeño mal aliento que combatía con lavarse muy bien los dientes y en repetidas ocasiones, también solía llevar una menta en sus bolsillos por si tenía que hablar de cerca con alguien.

Se siente tan perdido y las lágrimas salen por diferentes motivos. Saber que sus esfuerzos por estar bien no han servido de nada, atraen más de aquellos pensamientos que no debería de tener, pero que los tiene después de un día de mierda en el que su deseo más grande es desaparecer, esfumarse de la faz de la tierra y ya no tener que sufrir más.

Siempre fue un inútil que no puede hacer algo bien. Su estómago se revuelve una vez más ante aquella perspectiva, donde se evidencia su completa ineptitud a lo que se trata su vida misma, obligando a otros velar por su seguridad y bienestar, sintiéndose como un maldito niño pequeño encerrado en el cuerpo de un adulto joven de diecinueve años, uno muy revoltoso que hace a sus padres plantearse la idea de por qué habían decidido formar una familia.

Afortunadamente – o tal vez ya no –, sus progenitores le dieron todo el apoyo que pudieron cuando se enteraron de su trastorno, gracias a un dentista cualquiera que fue a visitar en una revisión, de esas a las que vas una vez al año para ver si todo está en orden contigo.

En un principio odió al hombre que lo atendió, muchos meses pasó maldiciéndolo incluso si sólo sabía su apellido. Tiempo después, y con ayuda de su psicólogo, pudo reconocer que el odontólogo le hizo un favor, puesto a que sabía a ciencia cierta que, si él no se los decía, nadie más lo haría.

Porque había encontrado una pequeña satisfacción en aquella maldita enfermedad, su sed de encontrar la perfección fue más grande que cualquier otro deseo que haya tenido. El daño que se hace es tan adictivo y asqueroso, tan repugnante que te incita a volverlo a cometer por el gran morbo a ser mejor.

Tan perverso, pero tan dulce.

Aunque ahora se preocupa en demasía, necesita que su madre nuevamente acaricie su cabello mientras dice palabras azucaradas para calmarlo. Sabe que está jodido, arruinó su futuro o lo que pudo haber construido con base a su gran potencial, las miradas crueles y comentarios agrios fueron trampas en las que él cayó ciegamente, un completo inocente e idiota que dejó que el mundo se le fuera encima.

Quiere volver a sentir la calidez característica de un hogar y no el frío de aquel maldito hospital, donde la sensación más cálida que podría darse es a la hora de tomar té o café, ambos simples.

Las baldosas se sienten frías al igual que la loza del retrete y cierra sus ojos para evitar ver lo que expulsa de su boca. La imagen de Yoongi rodeado en un charco de sangre azota su cabeza, es sorprendente la manera en la que simples e incómodos lugares albergan historias tan tristes y frágiles.

Su cuello quema al igual que su pecho, no sabe cuánto tiempo estuvo así porque puede ser que sólo estuviera un par de minutos allí, pero él los podría sentir como muy largas horas.

La enfermera baja la palanca para que todo se vaya por el desagüe, nuevamente en silencio, el rubio llega a pensar que es una mujer de muy pocas palabras, así como compañero. Pasa sus brazos por debajo de sus axilas para poder levantarlo, algo por lo cual Jimin se niega en repetidas ocasiones al sentir que no tiene fuerzas.

—Tengo que bañarlo, paciente Park — y él vuelve a negar, dejando que todo su peso se quedara en el suelo —. Joven, usted ya no es un niño para estar quejándose y haciendo berrinches. Necesito hacer mi trabajo.

Vuelve a intentar, fallando de inmediato en el que el rubio de nuevo rompe en llanto.

—¿Requieres de ayuda? — Suran voltea su cabeza en dirección a la puerta, donde Hoseok se asoma con una sonrisa rota. Había llegado lo suficientemente temprano para escuchar al menor rogar por perdón en repetidas ocasiones — Yo me encargo de él.

—¿Y el paciente Min? — preguntó, pues según ella y un par de rumores en los pasillos, el peliblanco se encontraba con el otro menor junto al doctor Kim.

—Está en el pasillo, se rehúsa a entrar hasta cerciorarse de que la habitación huela bien — le dirige una rápida al rubio, quien aún mantiene su rostro oculto entre sus manos —. Sigue con la camisa de fuerza y silla de ruedas.

—E-Está bien, al menos así los demás pacientes no sentirán miedo de él. — ella también ve al tercero del baño, puesto a que se dirige a él. Por su parte, está aterrada del pelinegro, no quiere un par de agujas clavadas en su piel.

Con un asentamiento de cabeza, el mayor le pide que se vaya, lo cual la mujer acata sin rechistar.

Quedando los dos solos, Jung también vuelve a acariciar la espalda del menor con suavidad, lo que sí parece relajar al contrario, pues ahora sí deja ver sus mejillas ahuecadas llenas de lágrimas. Sus ojos le transmiten la misma tristeza que puede sentir Park, por lo que no puede evitar el llanto también.

—La enfermera Suran dijo que tienes que bañarte — habló lento y el rubio asintió —. Hazlo, por favor.

—N-no quiero, m-me q-quiero morir.

—Hey, sólo tomarás un baño, ¿sí? — el menor fue levantado con facilidad, pero con la misma calma con la que le hablaba para no espantarlo — ¿Quieres que te ayude?

—¡No! N-no... Yo puedo hacerlo solo.

Hoseok sabe que a Jimin no le gusta que vean su cuerpo, lo mismo sucede con Yoongi, a lo que asiente comprensivamente. Piensa que ambos tienen la misma vergüenza y puede llegar a comprenderlo, a él también le desagradan muchas cosas de sí mismo como su sonrisa y piernas, pero ahora no había cavidad para eso.

Deja al chico con lentitud hasta salir del baño, sin cerrar la puerta y sin despegarle su vista de encima, nota que el pelinegro aún no se encuentra en la habitación y, por un minuto, pensó que Suran lo entraría.

Va hasta el pasillo con rapidez, encontrándose con un Min decaído mientras ve su regazo como si fuera lo más interesante de la vida. Al alzar la mirada, sus ojos conectan y se regalan una sonrisa pequeña, para después entrar juntos y dejar al menor encima de la cama, la silla de ruedas vuelve a su sitio al lado de ésta.

Jung regresa al baño, donde ve a Jimin sentado en la bañera mientras el agua cae en su cabeza hasta su cuerpo desnudo, el pijama se encuentra en el piso y el lugar sigue apestando, luego llamaría al personal de limpieza, ahora se ocuparía del rubio.

—N-No... — murmuró una vez vio al mayor acercarse, de inmediato trata de cubrir su delgado cuerpo con mucha vergüenza, misma que sale disparada en nuevas lágrimas que se deslizan por sus mejillas y se pierden con la lluvia artificial — Déjame.

—Lo siento.

Arrodillado, el enfermero ayuda al paciente quien en ningún momento dejó de llorar. El jabón pasa por su cuerpo de manera rápida y un poco de shampoo cae en sus ojos, lo cual ni siquiera se molesta en limpiar, de alguna manera siente que me merece tal dolor por su patético actuar.

Infringirse daño después de vomitar siempre fue una rutina, aunque hace mucho no lo hacía. Los rasguños, algunos diminutos cortes que nunca dejaron cicatrices notables y sus propios golpes dañaban su piel, en cierta parte sabe que tiene que estar agradecido de que el mayor esté allí para cuidar de que no haga nada más que bañarse, pero la pena de tener su cuerpo desnudo es más grande y sólo le hace querer desaparecer.

Llegó al extremo de ni siquiera poder verse al espejo, mucho menos de darse algún valor que no implique algo sexual, aunque nadie se haya interesado en él hasta llegar a ese punto, y algo por lo cual también le ha generado alguna que otra inseguridad e incomodidad.

Ver sus propias clavículas y costillas marcadas eran una pesadilla, pero también albergaba un sentimiento de satisfacción al ver que había hecho su cometido desde el comienzo de su frágil historia.

Hoseok fue rápido y trató de no tocar tanto al menor, se cercioró más que sus piernas queden limpias, pues es donde se ensució en un inicio, para dar por terminado el tortuoso momento. Sus ojos también estaban llenos de lágrimas.

Tal vez era demasiado la situación de ambos jóvenes que lograron sobrepasarlo y hacerlo sentir así, sin embargo, tiene que mostrarse como si nada en cuanto a su relación con ellos en el hospital. No podía dejar que los demás vean que siente una gran empatía hacia ese par.

Tomó una toalla y empezó a secar el cabello del rubio, con mucha suavidad, no quería provocar ningún mareo. Luego le extendió otra más grande para que envuelva su cuerpo en él, por lo que rápidamente se dio vuelta para salir del baño, donde fue hasta un par de cajones y sacó un nuevo pijama y ropa interior limpia, vio al pelinegro dormido y ciertamente eso le dio un poco de paz.

Jimin no podía dejar de llorar, la culpa sigue vigente, aún más ahora que tenía al enfermero ayudándole. La sombra a sus espaldas no dejaba de gritarle lo inútil que era al igual que su insignificante existencia, había tomado la mano del diablo, quien le prometió que todos sus sueños se harían realidad.

Hace mucho tiempo se dio cuenta que aquel vil trato sólo fue un maldito juego donde su competencia buscaba eliminarlo, la bulimia.

La codicia había hecho de las suyas y ahora está pagando su condena en su propio infierno.

Escribí esto cuando tuve un atracón en el que me quería morir, je. Pero lo terminé recién hoy porque sí. Gracias por seguir leyendo.

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