dieciocho: cansancio.

Para personas como Min Yoongi, la resignación es la opción más sensata entre su limitado repertorio.

En su paladar se mantiene el molesto y familiar sabor a sangre, no sabe si ésta pertenece a sus labios o sus dedos, tampoco le interesa. Camina de un lado a otro, aprovechando que nadie más se encuentra en el desolado pasillo y sus ojos se llenan de terror.

Ve la ventana a su lado y acerca su cabeza hacia ella. Al ver que está en un quinto piso, retrocede un poco, sólo un poco porque las alturas no es la cosa que más le agrada en el mundo, pero sigue allí, viendo a los demás estudiantes jugar baloncesto, otros comiendo y unos pocos adelantando tareas.

Piensa seriamente si es buen momento tirarse desde allí.

¿La razón? El hecho de que sus padres se encuentren hablando con sus profesores a puertas cerradas.

Intenta repasar todo lo que ha pasado en los últimos días para ver si hay algo que sea motivo de un castigo.

Ha entregado todos sus deberes y sus exámenes han sido buenos – no excelentes como su madre quisiera, pero no encuentra esto como excusa para una grave reprimenda, pues ya había recibido su merecido y las manchas verdes en sus piernas lo evidencian –, asistió a sus clases de etiqueta, inglés, japonés y piano que ofrece el instituto – uno de los mejores de todo Seúl – y no tiene inconvenientes con ningún estudiante – porque ninguno le dirige la palabra y él tampoco hace el intento de –.

Por lo que, ¿de qué demonios se trataba esa reunión improvisada?

Que sus padres estén presentes allí siempre significaba una mala, muy mala señal. Ya podía sentir el cinturón de cuero en sus muslos o en la regla de madera en sus palmas o su estómago rugiendo si su padre le prohibía la comida en todo el día.

Y recuerda sentir cómo su corazón se detuvo cuando los vio salir.

También, los golpes que siguieron al llegar a casa.

Maldición, ya sabía qué había hecho mal. No debería de ser así, no debería de recordar con miedo.

—Yoongi — ve a la adulta frente a él, vestida de manera formal y con una bata blanca mientras sostiene una libreta entre sus manos —. ¿Escuchaste lo que dije?

Por la expresión en blanco del joven, Hirai Momo sabe que no lo ha hecho.

—¿Tienes o tuviste algún pasatiempo favorito? — preguntó nuevamente — Jugar videojuegos, salir a caminar, hasta armar rompecabezas son hobbies muy saludables.

Tras una corta pausa, el pelinegro respondió: — Baloncesto.

—Oh, te gusta jugar baloncesto. ¡Eso está muy bien! — sonrió y carraspeó cuando el menor la vio con una mueca — ¿Te gustaría hablar al respecto? No sé mucho sobre baloncesto, ¿puedes instruirme más en ello?

Esa mañana del viernes, Namjoon le había hecho saber lo que sucedería de ahora en adelante con él y su estadía allí. Por el momento, tendría citas con aquella psicóloga clínica cada cierto día y seguiría "alimentándose" con sueros – los cuales odia con el alma, debe de aclarar –. Dependiendo de lo que diga esta doctora, la ayuda de un psiquiatra también será necesaria.

Cosa que no quiere, odia tomar pastillas.

Y está aterrado, se le nota en la mirada.

—Los e-equipos se conforman de cinco personas... — empezó a murmurar, Momo le escuchaba con atención, incluso se había inclinado su torso hacia delante — Y se juegan cuatro cuartos de diez minutos.

—¿Jugaste en el equipo de tu instituto? — con anterioridad, ya había leído su expediente y se mostraba que su paciente no asistió o asiste a la universidad, por lo que sacó sus propias conclusiones. Recibió un asentimiento — ¿Qué posición tenías?

—Fui capitán los últimos tres años.

—Así que tengo a un capitán frente a mí, es grato recibir esta información de tu parte — el menor se sonrojó cuando la contraria le hizo una pequeña referencia —. ¿Cómo consideras tu experiencia al practicar este deporte?

Yoongi se encogió de hombros.

—¿No sabes cómo describirla?

Vaciló su respuesta ladeando su cabeza de lado a lado.

—¿Fue mala?

Negó.

—¿Fue buena?

Nuevamente, se encogió de hombros.

Momo asintió y escribió en su libreta, simulando entenderlo cuando Min sabía que no era así, puesto a que ni él mismo se entendía.

—Fue... normal. — Susurró, a lo que la castaña le miró con rapidez.

—¿Qué es "normal", Yoongi?

Ugh, malditos psicólogos y sus preguntas cuestionables.

—Sólo normal — repitió —. Jugaba por las tardes, después de clases y tras haber hecho todas mis tareas.

—¿Ibas a competencias?

—A veces, cuando podía.

—¿Y cuándo no podías? — preguntó, viendo al paciente cortar cualquier atisbo de seguir hablando — ¿Alguien más no te dejaba?

Sería una sesión muy larga.

Yoongi se acostumbró a sentirse cansado.

Cansado del hospital. Cansado de su familia. Cansado de sus padres. Cansado de Hoseok. Cansado hasta de Jimin. Cansando de, sencillamente, existir.

En sus últimos años de instituto, atribuía el cansancio a practicar su deporte favorito, puesto a que había encontrado una manera de desconectarse de su vida. Mientras todos sus sentidos se concentraban en hacer funcionar su cuerpo con normalidad para que no afecte su rendimiento en las demás obligaciones que tenía.

No supo darse cuenta cuando su cansancio físico se volvió mental. Bien eran tan parecidos o el emocional siempre estuvo presente que no se dio cuenta de él hasta que alguien le dio nombre.

Era como el elefante en la habitación, incluso él mismo lo ignoraba.

No fue hasta que su maestro de educación física quiso detenerlo de una práctica de más de cuatro horas, aquella vez hace un par años después de haber sido encerrado en la habitación oscura y la que aún aparece en sus pesadillas, se había escabullido al gimnasio del instituto en la noche cuando ya no había nadie que pudiera hacerle daño.

Park Jaebum, su profesor, fue la primera persona que supo el infierno en el cual vivía. No logró ayudarlo mucho, más que darla la llave del gimnasio para que pueda entrar cuando quiera y no tenga que esperar a que las luces se apaguen para que él vuelva a prenderlas, aunque tampoco era su obligación hacerlo.

Honestamente, él no quiere recordar sus días en el instituto. Ya no quiere pensar si es culpa suya o de sus padres que no haya tenido un amigo en toda su adolescencia, es frustrante preguntarse si él era tan amargado como para que alguien más disfrute su compañía o los demás sabían que los podía arrastrar hasta su propio infierno.

Sin embargo, lo estaba recordando de una manera muy cruel mientras estaba postrado en su cama.

—¿Cómo te fue con la doctora Hirai? — Hoseok, a su lado, pregunta — Estuviste un par de horas en su consultorio.

Las horas más aburridas de su vida.

—No hablamos mucho — murmuró —. Hizo preguntas incómodas.

—¿De tus padres?

—Ajá — el pelinegro llevó la mirada al techo, frunciendo el ceño —. ¿Esto es necesario?

—Si quieres mejorar, sí.

Y ese era su mayor problema, Min Yoongi no quiere mejorar.

Estar enfermo duele, pero la recuperación es aún más dolorosa. No es la primera vez que él sueña con estar sano y libre de cualquier pensamiento que deja un vacío en su pecho, yendo a la universidad, siguiendo con el baloncesto y demás. Sin embargo, así como tan rápido sus ilusiones llegan a su cabeza, son opacadas por una risa burlona que no logra identificar a quién le pertenece.

Extrañamente, ha pasado tanto tiempo cansado y enfermo que... se volvió normal para él.

Rutinario, así como la manera en la que los demás siempre lo ignoraron.

Es normal si quiere encerrarse en su habitación y no salir de su cama hasta el día siguiente, después de hablar con una persona externa a su círculo social. Es normal si debe permanecer en silencio durante horas, tras haber recibido muchos estímulos sensoriales en un espacio cerrado. Es normal si suelta suspiros cada tanto, aunque no esté haciendo absolutamente nada.

Es normal decir «estoy bien», cuando ni siquiera él logra identificar cómo se siente.

Lo que sí reconoce, es que eso está mal.

Pero, ¿acaso alguien puede juzgarlo? No, prefiere quedarse así, sintiendo todo y nada a la vez, ignorando su dolor que ha estado como una marca de nacimiento en su corazón. En lugar de volver a sentir los cambios abruptos de emociones que traen alegría o tristeza.

Como si estuviera muerto en vida, detenido en el tiempo, aunque ve a los demás pasar sin importar nada más.

Es una rara sensación de confort.

Porque tiene miedo de vivir, pero también tiene miedo a morir.

Ha pasado tan acostumbrado a ver las marcas de sus huesos por todo su cuerpo, que no podría imaginarse algo diferente a eso. No se ve en un futuro comiendo un plato de comida con todos los nutrientes que necesita. Cree que ya no podrá existir un Min Yoongi que disfrute de lo que hace.

Su realidad pasa y él sólo observa en silencio, esperando el impacto sobre su piel.

En su defensa, afirma no saber cuándo empezó todo esto.

Cuándo la muerte le pareció una opción menos dolorosa o cuándo pareció encender un interruptor en él para vivir en automático.

—Quiero que esto termine — dice, tal vez, no sólo hablando de su proceso de recuperación que apenas ha comenzado —. ¿No sólo puedo esperar aquí hasta que muera?

—Te tengo un gran aprecio, pero lo único que quiero es verte salir por la puerta del hospital para nunca más volver.

Hoseok mantiene su mirada en las gotas que caen del suero y viajan por las venas del menor, anotando en una hoja lo que iba suministrando.

—No me verás por mucho, creo que moriré pronto.

El enfermero frunce su ceño.

—No me gusta que te expreses así. — Yoongi lo sabe, pero poco le importa cuando piensa en su estadía en ese plano terrenal.

—Tengo la sensación que pronto moriré.

—¿Por qué lo dices? — pregunta Jung, asustado y tratando de mantener la calma.

Por lo general, los pacientes tienden a copiar las acciones de otros, por lo que lo recomendado era actuar de la manera más pacífica posible – claro, algunos hacen caso omiso – y guiar a los otros si están en un estado de angustia o pavor.

—¿Otra vez... lo intentarás?

Min se encoge de hombros.

—Cuando tenía siete, pensé que moriría a los catorce. Cuando tuve catorce, creí que no pasaría de los diecisiete. Cuando cumplí diecisiete, festejar mi cumpleaños número veinte parecía una osadía — relató como si nada, pero así lo sentía, ya era normal —. Ahora, creo que moriré antes de cumplir veinticuatro.

Es extraño, pero normal.

—Debes comentarle eso a la doctora Hirai.

Pero él no encuentra ningún sentido a sus palabras.

No quiere volver a los tiempos en los que se preguntaba por qué su vida implica tanto sufrimiento, mientras se esconde entre sus sábanas, de sólo recordar las lágrimas que derramó siente su cabeza doler y la sensación de asfixia se vuelve aún más intensa.

Donde se preguntaba si las señales que dejaba no eran lo suficientemente notorias o, simplemente, a nadie le importaba tanto lo que pase con él para ignorar sus gritos de ayuda.

Esos que se presentaron cuando dejó de bañarse por días porque no lo encontraba necesario, cuando dejó de lavarse los dientes porque, en todo el día, no se atrevía a decir una palabra por miedo a que diga algo que haga enojar a sus padres, cuando dejó de comer porque sólo pensaba que estaba desperdiciando todo lo que había.

Como cuando dejó de prestar atención a clases y sus notas bajaron, ¿para qué hacerlo? Ya tenía la fecha estimada de su primer intento, lo que decían sus profesores parecía irrelevante ante tal acontecimiento.

O bien, cuando dejó de lado aquello que afirmaba amar y por lo cual discutió tantas veces con sus padres. Como aquella vez en la que se enteraron a cuántos partidos fuera del instituto asistió, falsificando sus firmas en el permiso de viaje para saltarse clases e investigando sobre posibles becas en universidades.

De verdad, ¿nadie se dio cuenta cuán hundido estaba? ¿Debió haber hecho más señales? ¿Más ruidoso?

Tal vez, sea su culpa por no gritar lo suficientemente fuerte. Fueron largos meses donde sentía que realmente iba a morir. Y sí, está acostumbrado a estar cansado, pero le decepciona que nadie lo haya notado.

Quiso detenerlo, jura que sí quiso hacerlo, pero lo hizo solo, como siempre ha estado, y no pudo. Hasta en eso se consideraba un inútil, ni siquiera podía ayudarse a sí mismo.

Por eso, la recuperación no es algo que le llame la atención o quisiera intentar, porque sabe cómo terminará, sabe cuánto dolerá y él está malditamente cansado de todo el dolor que ha experimentado en su corta vida. ¿Acaso era justo?

—Me dejó una tarea — comentó, no sabía que los psicólogos dejaban tareas. Sus recuerdos amargos ante esas órdenes se activaron de inmediato —. Debo escribir lo que me gusta y lo que no, en una hoja en blanco.

Las tareas de álgebra parecían más fáciles que eso.

—Bien, en la sala recreativa de este piso hay cuadernos que puedes usar — animó el enfermero, acariciando su cabellera cuando pasó por su lado al ordenar un poco la habitación —. ¿Qué crees que se te hará más fácil escribir?

Min se encoge de hombros y Hoseok suspira, rápidamente, los ojos del menor se dirigen a él, ¿ahora dijo algo malo? Mierda. De verdad, no lo sabe. No sabe nada desde hace mucho, se siente desorientado y la incertidumbre lo está matando lentamente, todo lo está matando lenta y dolorosamente.

Es que, los pensamientos suicidas abarcan tantos sentimientos desordenados que es difícil recordar todos. Existen en el fondo de su memoria y, ante el mínimo estímulo, se despiertan y es complicado ordenarlos y es tan cansado.

—¿Puedes dejarme solo? — pide, acomodándose más en su cama — Estoy cansado.

Hoseok no se inmuta ante esas palabras, de verdad, ¿a nadie le importa?

Estoy cansado, quiero dormir.

—De acuerdo, puedes dormir — dice, quitando el suero que ya se acabó —. Vendré a despertarte una hora antes de la cena, ¿quieres ir al comedor o quedarte aquí?

Estoy cansado, prefiero quedarme aquí.

Ninguna reacción.

—Está bien, apagaré la luz. Aún no es muy tarde, por lo que no está tan oscuro.

Yoongi, realmente, necesita que alguien lo escuche.

—¡Ya, estoy cansado! — Puede que gritando más alto, sea finalmente tomado en cuenta.

—Lo siento, lo siento. Ya me voy — Hoseok entiende algo muy diferente a lo que esas dos palabras quieren expresar —. Descansa, vendré luego.

Y él se queda sin voz, una vez más.

Duele, duele mucho.

Si le duele vivir, ¿quién le asegura que la muerte no hará lo mismo con él? Aun así, quiere intentarlo una vez más.

Espero les siga gustando la historia. Pan les tqm y les quiere con vida.

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