Capítulo 9
—¿Segura que no quieres que te acompañe? —preguntó Theo, que acababa de aparcar su motocicleta a una orilla de la calle, frente al edificio de Lucy. Estaba de pie, ligeramente apoyado sobre el vehículo y sosteniendo el caso en una mano. Lucy pensó que esa imagen podía definirse como <<perfección>>.
—Estaré bien, Theo —aseguró, calma. Adrien no se volvería a acercar después del modo intimidante en que Theo pronunció <<soy su novio>>. No se atrevería siquiera a echarle un vistazo—. Luego me cuentas qué tal te fue con Mía, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —sonrió—. Puedes llamarme si ese tipo vuelve a molestarte. En realidad, puedes llamarme cuando quieras —corrigió, recordando una vez más que ella no era ninguna molestia en su vida. Al contrario. Sentía que Lucy lo conectaba a la facilidad de mostrarse con alguien más sin ningún tipo de escudo o disfraz. Podía ser el mismo, hablar cualquier tema, sabiendo que, sea lo que sea, ella escuchaba. Lo escuchaba de verdad, con interés sincero.
—Lo haré, no te preocupes —se balanceó sobre sus talones, dudando sobre cómo despedirse. Finalmente, la castaña optó por ponerse en puntas de pie y besar su mejilla, percibiendo la suavidad de su piel y el aroma a loción de afeitar que había usado temprano en la mañana—. Adiós —pronunció. Sin embargo, volteó cuando él se encontraba a punto de colocarse el casco para irse—. Theo, creo que lo que haces por Mía es increíble —expresó. Lo venía pensando desde el día uno, pero lo fue confirmando a medida que el tiempo pasaba, a través de los pequeños gestos que él llevaba a cabo, como las prendas de vestir, el oso de felpa y la manta que lo vio comprar horas atrás—. Es evidente que ha sufrido mucho, pero ahora se cruzó contigo y pase lo que pase, dejarás una marca positiva en su vida. Solo quería decírtelo. Eso es todo.
Lucy se escabulló en el interior del edificio, desconociendo que sus palabras dulces y significativas, causaron una revolución en las fibras más sensibles de Theo. Él no actuaba por interés, tampoco esperaba algo a cambio, tan solo le surgía del corazón. Sin embargo, aquello fue un golpe de aliento.
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—Hey, doc —Carol lo encontró en la sala común, bebiendo un café después de atender una fila de urgencias. Desde un niño travieso que se había fracturado un brazo al caer de un árbol, un adolescente que se accidentó en un auto, hasta una niña que se había intoxicado con golosinas—. ¿Tienes un momento?
—Sí, eso creo —respondió, un tanto divertido. Cada vez que le tocaba cubrir un turno, nunca estaba seguro de cuánto tiempo de sobra tenía, en cualquier momento su buscador podía interrumpir—. ¿Pasó algo?
—Mía despertó —le hizo saber—. Pero también están los resultados de los estudios que pediste. ¿Puedes venir a verlos? —Theo apartó la taza y se levantó de inmediato, siguiendo a la enfermera hasta la sala de rayos. Carol, que tenía el resultado entre manos, sacó una de las radiografías y la colocó sobre el monitor de diagnóstico—. Observa. ¿Lo ves?
El médico alzó la vista, observando detalladamente la radiografía de tórax que le habían tomado a Mía. Agudizó su mirada, hasta detectar las pequeñas marcas en dos costillas izquierdas, de las que hablaba Carol. Theo se aproximó aún más al monitor, para comprobar su hipótesis.
—Lesiones antiguas —comprobó.
La imagen mostraba qué, las dos costillas habían sido fracturadas, pero se soldaron por sí solas. De inmediato, Theo empezó a sacar conclusiones. Pudieron detectarlas, así que eran lesiones medianamente recientes. Sin embargo, no estaban constatadas en el historial médico de Mía por lo que, todo indicaba, que no había sido tratada adecuadamente por un profesional. El caso se tornaba cada vez más oscuro.
—¿Theo? ¿Qué haremos?
Él se distanció del monitor, colocó una mano en su cintura y con la otra se presionó el puente de la nariz, estresado. Sin dudas, el caso de Mía era uno de los más complicados que le había tocado en toda su carrera. Estaba furioso con el mundo y con la persona que había causado aquellas heridas, pero a la que aún no podía ponerle rostro ni una denuncia oficial. La niña aún no contaba su historia.
—Por ahora, intentaré hablar con Mía. Mañana quiero una reunión con el equipo a primera hora —indicó—. Por cierto... Bien hecho, Carol.
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Sin bien las enfermeras y el resto del personal en el hospital -excepto el doctor Jefferson- la habían tratado con amabilidad, Mía siempre entornaba los ojos hacia la puerta, esperando ver a una persona en especial. Theo. Se sentía muy feliz cada vez que lo veía aparecer. Le agradaba la forma en que le hablaba, cómo le explicaba cada procedimiento con paciencia e incluso la hacía reír. Ni hablar sobre cuánto le divertía jugar a las cartas o a esos juegos de mesa que nunca alcanzaban a terminar porque ella se quedaba dormida. También le gustaba sumergirse en la sensación tranquilizadora que la invadía cada vez que, al terminar de chequearla, él pronunciaba <<todo está bien>>. A pesar de lo débil que se encontraba y el terrible miedo que aún la dominaba, Mía guardaba la esperanza de que iba a recuperarse y podría hacer aquellas cosas con las que soñaba, como andar en bicicleta, asistir a clases de baile, tomar un helado o corretear por el parque una tarde cualquiera.
Cada día, veía que el resto de los niños internados, se encontraban con algún tipo de compañía. Mamá, papá, abuelos, hermanos, incluso niñeras. Ella, en cambio, no contaba con ningún familiar que estuviera ahí para calmarla o tomarla de la mano cuando estuviera asustada. Había sido Theo que, a su modo, aportaba su presencia y hacía que se sintiera menos sola. Al mismo tiempo, era consciente de que Theo estaba haciendo su trabajo, que también se encargaba de atender a otros niños y, aunque lo deseara mucho, no podía tener su atención exclusiva.
Aún así, esa tarde se sintió realmente especial cuando lo vio entrar con varias bolsas en las manos. Le llamó la atención, aunque lo que más le importó fue que él estuviera ahí.
—¡Theo! —exclamó, todavía algo somnolienta. Minutos atrás, había despertado de una extensa siesta. Las medicinas y la debilidad que le causaba la anemia, la hacía dormir más de lo normal—. ¿Qué es todo eso? —se atrevió a preguntar.
Normalmente, no se permitiría ser tan curiosa. Pero él era paciente. Él no gritaba. Él no se enfadaba. Él no le decía cosas malas.
—Algunas cosas que conseguí para ti —respondió. Mía abrió los ojos grandes, brillosos. <<¿Son para mí? No puede ser>> pensó, ilusionada. No le importaba el tamaño ni la cantidad. Incluso tan solo un caramelo le habría causado ilusión. El gesto de haber pensado en ella, iba más allá de todo—. ¿Tienes ganas de verlas? —Asintió de inmediato, mientras Theo apoyaba los paquetes a los pies de la cama y luego, la ayudó a incorporarse hasta quedar sentada—. ¿Cuál quieres ver primero?
—Mmm... Ese de ahí —señaló la bolsa que estaba en una esquina y Theo se la extendió. Rápido, Mía descubrió que se trataba de una cobija de textura suave, lila claro y repleta de arcoiris pequeños. Sonrió emocionada. Había visto que el resto de los niños tenían su propia manta, ahora ella también—. ¡Me encanta! Es muy suavecita. ¿Puedo ver otro?
—Claro que sí, cariño. Son tuyos —repitió, dándole un nuevo paquete.
Esta vez, Mía descubrió un par de hebillas para el cabello, cubiertas de brillo.
—¡Guau! No puedo creer que sean tan lindas. Quiero usarlas todos los días —de inmediato, trató de recogerse algunos mechones y colocarla a un costado. Él trató de ayudarla. Finalmente, entre risas y en el noveno intento, lo consiguieron.
El brillo plateado resaltaba entre las hebras pelirrojas de Mía, que sin dejar de sonreír, continuó abriendo el resto de los obsequios. Abrazó con fuerzas el oso de felpa, lo apretó contra su pecho como si fuera la cosa más preciada que tuviera y acarició la chaqueta de abrigo color cielo mientras imaginaba que podría usarla en el futuro, cuando diera un paseo por algún parque de la ciudad. Theo se quedó anonadado porque Mía no podía parar de pronunciar cosas como <<Nunca me dieron cosas tan bonitas. Me encanta. Nunca olvidaré este día. Quiero quedarme aquí para siempre. Gracias. Gracias. Gracias>>.
De algún lado, quizá de la alegría repentina, Mía reunió fuerzas y, sentada en la cama, extendió los brazos hasta rodear a Theo por la cintura. Apoyó la mejilla en su pecho y cerró los ojos, dándole un abrazo repleto de ternura y agradecimiento.
—Nunca alguien fue tan bueno conmigo —confesó.
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