Capítulo 33

Ser problemática, supo ser un modo recurrente en la vida de Mila Dankworth. Solían importarle poco las consecuencias que pudiera causarse a sí misma cada vez que seguía sin miramientos sus apasionados impulsos para ayudar al resto. En especial, si se trataba del comedor comunitario para niños en el que estaba involucrada desde sus veinte años. Había confrontado a partidos políticos, grandes corporaciones, empresarios obnubilados por el dinero e incluso familiares violentos enfurecidos con Mila porque ayudó a sus víctimas -principalmente mujeres- a librarse de ellos. En ciertas ocasiones, las consecuencias la llevaron a terminar en un hospital. La última vez que pasó fue a sus veinticinco, luego de que un grupo de hombres le dieran una paliza por escrachar a un partido político que estaba dañando el comedor. Esa vez fue diferente, en el hospital conoció Elián, el hombre que creyó odiar, pero del que acabó perdidamente enamorada. Sin dudas, a sus treinta su vida había cambiado en varios aspectos: adoptó a Molly y a Brett -aunque con este último fue simbólico porque ya tenía dieciocho años- y dio a luz a Valentina. Tenía una familia que proteger, por ende, debió sentar cabeza y encontrar maneras más prudentes para seguir ayudando en causas importantes.

No obstante, ver a su hermano repleto de heridas sobre una cama del hospital, hizo que fuera consciente de la cantidad de veces que le causó esa amarga preocupación que aprieta el pecho.

Y se sintió mal.

Se sintió mal por todos esos momentos en los que actúo de manera inconsciente, precipitada, incluso estúpida. Por haberle causado esa sensación desesperante ante la posibilidad de perderla. Lo mismo que sintió ella horas atrás, cuando la llamaron del hospital para avisar que su hermano estaba en urgencias.

—Ey. ¿Mila? —Ella alzó la mirada, viéndolo entre abrir los ojos.

—Sí. Hace tres horas estoy aquí. ¿No lo recuerdas? —pronunció en un tono levemente divertido. La doctora había comentado que la anestesia provocaría que estuviera un tanto confundido.

Él apenas asintió. Tenía la boca seca. Observó como pudo a su alrededor, solo estaba su hermana.

—Uhm, ¿Lucy?

—Se fue a ver a Mía —contestó—. Así que Lucy, eh. ¿Cuándo pensabas presentarme a mi cuñada?

—Ya la conoces —delineó una sonrisa suave de costado. En realidad, Lucy y Theo eran la clase de pareja que no llevaban un itinerario de planes. Más bien, dejaban que la relación fluyera con naturalidad.

—Lo sé. Es hermosa. —Durante un rato, Mila y Lucy tuvieron una ligera conversación. Ella comentó que se dedicaba al trabajo social y en ese instante, Mila supo que tendrían muchas cosas en común. Más allá de su apariencia, Mila consideraba que Lucy tenía una bonita esencia—. ¿Tampoco pensabas contarme lo de Mía?

Él inhaló profundo, tratando de mantenerse centrado a pesar de las punzadas de dolor que provenían de distintas partes del cuerpo, en especial, del torso. Le molestaba respirar.

—¿Cómo te ves siendo tía?

—¡Voy a gritar! —murmuró con ganas de saltar de alegría. Le emocionaba el simple hecho de imaginarlo—. En serio. Voy a morir de emoción. —Tuvo que contener los chillidos y en su lugar, puso una sonrisa amplia.

—Aún queda mucho.

—Lo sé. Pero también sé que todo saldrá bien, daremos una fiesta de celebración en casa y serás un papá increíble, Theo.

También tenía mucho qué decir, había cientos de detalles que quería contarle a su hermana, pero simplemente su escasa energía no se lo permitía. Dormía, despertaba de a ratos, entonces sentía que su cuerpo necesitaba descansar otra vez.

—¿Las niñas? ¿Brett? —preguntó. Al menos la voz de Mila lo mantendría despierto un poco más.

—Valentina y Molly están con Elián —contó—. Sí, lo sé. Lo van a volver loco. Pero no te preocupes, ellas saben cómo manejarlo. Él se hace el duro, pero en realidad fracasa casi siempre que intenta ponerle límites —largó una ligera carcajada. Su manera de hablar, tan relajada, sin dudas restaba tensión—. Brett está en la universidad. Vendrá a verte el fin de semana. ¿Quieres un poco de agua? —ofreció, tras verlo un tanto abrumado.

Theo asintió, así que le extendió el vaso que estaba sobre una mesa al costado de la cama. Después, siguió hablando de trivialidades durante otros quince minutos, hasta notar que él contemplaba demasiado hacia el umbral de la puerta en la habitación, como si estuviera esperando ver ingresar a alguien. Lo entendió de inmediato.

—¿Me haces un favor? —Theo interrumpió.

—Sí. Lo que sea.

—¿Puedes ver cómo van las cosas con Mía? —pidió. Lucy había quedado en que le explicaría de manera adecuada lo que había ocurrido, pero las horas seguían transcurriendo y necesitaba saber qué estaba pasando.

—Sí. No te preocupes.


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Mía dobló una de las pocas camisetas que tenía y la metió al bolso, donde se encontraban algunas de sus pertenencias. Cerró la caja rectangular de mostacillas que también guardó con cuidado a un lateral, procurando que no pudiera moverse o si no, perdería las cuentas de múltiples formas y colores. Además, había guardado el <<cajón de arte>>, ese que estaba repleto de materiales artísticos como pinturas, lápices de colores, recortes y libretas. El juego de cartas, los libros de fantasía y los accesorios para el cabello. Se había presentado en el hospital sin nada, vistiendo prendas en mal estado y sufriendo por la incertidumbre. Theo poco a poco, llenó su mundo de vida. Tenía un abrigo precioso para mantenerse calentita, un par de zapatillas que no estaban huecas y un montón de cosas que la ayudaban a mantenerse entretenida y a desplegar su imaginación. Sin embargo, aquello terminaba siendo insignificante ante el hecho de que, en realidad, él le recordó cómo se sentía un verdadero abrazo, el cariño genuino, el estar en un lugar seguro.

Aún permanecía en silencio después de que Lucy le dijera lo que había pasado. Andrew iría a la cárcel, pero Theo había sufrido un accidente y estaba herido. Lucy repitió varias veces <<él estará bien, solo necesita tiempo para sanarse>>, pero las palabras se habían atascado en su garganta. Abatida, Mía cerró el bolso y se apoyó en él, dobló los brazos y acomodó la barbilla sobre ellos.

—¿Puedo ver a Theo? —se dirigió a Lucy, que estaba sentada en un sillón de la habitación.

—Más tarde, Mía —respondió—. Tiene que descansar.

Mía largó un bufido, frustrada.

—Quiero verlo —insistió, de a poco su entrecejo se frunció, molesta—. Ya pasó mucho tiempo. Lo quiero ver.

—Escucha, en dos horas lo despertarán para la cena. Ahí podemos verlo —aseguró. Las órdenes de la doctora Kerry habían sido claras: descansar era esencial para la recuperación.

—¡No! Quiero verlo ahora. Y si no me vas a llevar tú... Voy a ir sola —se reveló y de prisa, giró hacia la salida.

—Espera, Mía.

Hecha una furia, la niña abrió la puerta, atravesó el umbral y precipitada, se llevó por delante a una mujer rubia que se dirigía a su habitación.

—Hola, Mila. Lo siento —murmuró Lucy, que apareció detrás.

—Vaya, ¿pero qué tenemos aquí? Tú debes ser Mía, ¿no?

Cruzada de brazos, Mía asintió refunfuñando. Quería ver a Theo. ¿Por qué no se lo permitían? Además, ¿quién era esa mujer que la observaba con una mirada tan familiar? Pensó en esquivarla, pero sus palabras la detuvieron.

—Encantada en conocerte, Mía. Mi nombre es Mila. ¿Casi iguales, eh? —acotó con gracia—. Soy la hermana de Theo.

—¿En serio? ¿Estabas con él?

Mila asintió.

—De hecho, me preguntó por ti. Creo que tiene ganas de verte.

—¡Sí! ¿Me llevan a verlo? Por favor —rogó, viendo a las dos mujeres.

De inmediato, Mila se acercó a Lucy. Habló en un tono de voz más bajo que solo ellas podían oír.

—Le hará bien verla, créeme. Si estuviera en su lugar, también querría ver a mis hijos.

Lucy no lo pensó un minuto más. La conexión padre e hija que existía entre ellos, una vez más, lo había superado todo.


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Apresurada, Mía se arrastró hasta la habitación. Ignoró los llamados de atención tales como <<no corras por los pasillos>> y continuó a su ritmo, mientras su corazón latía furioso, golpeándole el pecho. Lucy la detuvo ante la puerta, para recordarle una vez más que debía mantenerse tranquila. <<No te asustes por la forma en que se ve. Las heridas se curarán con el tiempo>> le había dicho, en un tono que emanaba destellos de paciencia y cariño. Es que Lucy seguía maravillada por la conexión que tenían Theo y Mía, como si hubieran construido un vínculo que nada ni nadie podía romper. Un lazo que los mantuvo unidos, aún cuando eran perfectos desconocidos. Entonces, Mía le dijo que comprendía e ingresó, ansiosa por verlo.

No se asustó. Ni siquiera un poco. Detrás de los hematomas, la nariz vendada, el brazo en un cabestrillo y la herida sobre su ceja suturada, estaba el Theo de siempre. El que la había protegido sin miramientos. Lo supo cuando contempló la sonrisa que él puso al percatarse de su presencia.

—Oh, vaya. Miren quién llegó. Me alegra muchísimo que estés aquí —murmuró Theo, intentando quitar dramatismo a la situación.

Los ojos de Mía brillaron. Se aproximó aún más y no dudó en sostener su mano libre, acariciando el dorso con el pulgar.

—Lucy me dijo que te vas a curar. Lo harás ¿no?

—Sí. Lo haré tan rápido como pueda —bromeó—. Quédate tranquila.

—Yo también estaba lastimada y me curé. Tú me ayudaste. ¿Quién está cuidando de ti? —su pregunta estaba envuelta en preocupación. Ella se iría durante la mañana, pero no quería dejarlo ahí solo.

—Todos en el hospital me están cuidando, no te preocupes. Está Lucy. Carol. Mi hermana —comentó, aunque de a momentos se detenía para calmar el dolor. Cada vez que su abdomen se llenaba de aire, incluso para hablar, dolía. Mía sonrió, mostrándose bastante convencida por la respuesta.

—Theo... —expresó dubitativa. Durante unos largos minutos, se mantuvo en silencio—. Fue Andrew. ¿No? Él te lastimó —bajó la mirada, un tanto avergonzada—. Lo siento mucho. No quería que te hiciera daño.

—Lo sé, Mía —Theo alzó la mano que tenía libre, la dirigió a un costado de su rostro y le acarició una mejilla—. Pero no fue tu culpa. Nada de esto es tu culpa —repitió—. ¿Está claro?

—Sí —contestó, mostrando otra sonrisa infantil que iluminó la habitación—. ¿Puedo quedarme un rato contigo? —Él asintió, entonces su expresión se llenó aún más de entusiasmo—. Estuve pensando en un montón de planes que algún día podríamos hacer juntos ¿sabes? ¿Quieres oírlos?

Theo paseó la mirada a través de sus facciones iluminadas, la contempló con ternura. Tiempo atrás, ella había estado en su lugar, herida. Esperando por recuperarse. En un parpadeo, la situación dio la vuelta, Mía estaba a punto de dejar el hospital, recuperada y en especial, con los ojos repletos de vida. Pese a las circunstancias y su propio dolor, entendió que no cambiaría nada. La luz que irradiaba Mía no tenía precio.

Quiero oírlo todo —respondió sin dudar. 


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