Capítulo 31

El eco de las carcajadas resonó a través del pasillo. Dentro de una habitación, Mía y Lucy reían al unísono. La niña, curiosa, no pudo evitar largar un arsenal de preguntas inesperadas tales como <<¿tú eres la novia oficial de Theo? ¿Desde cuándo se conocen? ¿Van a casarse algún día? Si alguna vez se casan, ¿puedo ayudarte a elegir el vestido de novia?>>. Lucy intentó responder el cuestionario, dándose cuenta que, nunca habían contemplado esos aspectos. No le importaba demasiado si estaban unidos o no a través de un papel, tampoco practicaba ninguna religión que impulsara ese tipo de ceremonias, de igual modo, durante largos segundos, fantaseó con la idea de ver a Theo luciendo como un príncipe en un traje de gala. La escena de él esperándola en el altar con los ojos brillosos de emoción, mientras ella, portando un vestido soñado, caminaba sin dejar de mirarlo, la cautivó. Imaginó que también podrían tener una luna de miel y eso, sin dudas, se convirtió en el motivo más razonable por el que celebraría una boda. No importaba mucho el destino, siempre sería placentero pasar tiempo a su lado. Sin embargo, supo que simplemente podían organizar un viaje juntos, de hecho, le resultaba aún más atractiva la idea de celebrar por su cuenta la relación que tenían. Quizá una noche de lluvia, envueltos en una manta, podrían intercambiar votos y expresar los sentimientos en voz alta. Entonces diría: <<He visto demasiadas películas de amor. Historias increíbles. Pero déjame decirte que, ninguna ha sido tan bonita e imperfecta como la nuestra. Contigo entendí que el amor puede ser frágil, puede romperse, perderse durante años, pero también puede ser infinito. Y ahí es cuando, a pesar del tiempo y las debilidades, sabes que nunca muere>>.

—Um, ¿Lucy? —La dulce voz infantil la trasladó de nuevo a la realidad. De inmediato, puso la mirada en ella—. ¿Me puedes trenzar el cabello, por fa? —pidió Mía. En realidad, le gustaba que alguien más lo hiciera, que le acariciaran el cabello cómo lo hacía su madre cuando era una niña pequeña.

—Sí, por supuesto. Ven aquí. Tengo el privilegio de peinar a la mismísima Mérida—bromeó. De pie, se colocó tras ella e inició a colocar sus dedos a través de las rebeldes hebras pelirrojas. —. ¿Quieres saber un secreto? Aún no aprendo a trenzarme el cabello sola —comentó, divertida—. Bueno sí, puedo hacerlo, pero el resultado es desastroso.

—¿Tú mamá nunca te enseñó?

—No. Nunca me trenzó el cabello —respondió. Tenía sentido. Lucy se había vuelto independiente desde pequeña. Tenía alrededor de cinco años cuando nació su hermano, Dylan. Su padre, el único sostén económico de la familia, debió volver al trabajo a los pocos días del nacimiento, por lo tanto, su mamá, quedaba en la casa con un recién nacido y una niña de cinco. Luego llegó Noah, años después, Benjamín. Para ese entonces, Lucy era la niñera, cubriendo los huecos que su madre dejaba o las tareas que no llegaba a cumplir.

—No es tan difícil. Mi mamá siempre lo hacía antes de ir a dormir —contó con naturalidad—. Me enseñó, pero yo fingía no saber porque me gustaba como lo hacía ella —reveló, acentuando una ligera sonrisa—. Puedo explicarte algún día. Em, ¿por qué Theo se está tardando tanto? —cambió de tema, su semblante comenzaba a tornarse impaciente. Él le había dicho que regresaba en cinco minutos.

—No lo sé —contestó Lucy, echándole un vistazo al reloj de pared—. Seguro tuvo que atender una emergencia. Ya vendrá —Conociéndolo, era lo más probable. Aunque no estuviera de turno, si lo necesitaban, él tendería su ayuda sin dudarlo. De hecho, eran aquellos detalles de su personalidad los que la enamoraban—. Tengo una idea. ¿Quieres que bajemos a la cafetería por algo de comer?

—¡Sí! ¿Tienen muffins en la cafetería? —Desplegó una sonrisa.

—Creo que sí.

—Me encantaría uno con chips de chocolate o dos —volteó hacia Lucy, que de inmediato le dio el visto bueno—. ¿También le podemos comprar algo a Theo? Seguro le da hambre cuando termine de trabajar —sugirió, esperando ansiosa que la contraria terminara de peinarla.

—Claro. Eso le gustaría mucho —respondió. Esta vez fue Lucy la que emitió una sonrisa. Los ojos le brillaron de ternura—. Los de frutos rojos son sus favoritos —comentó, mientras enrollaba un moño púrpura al final de la trenza—. Prepárate. Hablaré un minuto con el oficial antes de ir.

Apresurada, Mía emprendió a ponerse las zapatillas con entusiasmo. Era evidente el cambio de energía. Llegó al hospital maltratada y sufriendo anemia a causa de la mala alimentación, pero el tratamiento y los cuidados a lo largo del tiempo, conseguían revertir los efectos. De pronto, se asimilaba a cualquier niña de diez años, mostraba alegría y se animaba cada vez que le proponían hacer algún plan. En su interior, Mía deseaba explorar, descubrir lo que el mundo tenía para ella, sin embargo, no podía contemplar la idea de construir una vida donde no estuviera Theo. Él la encontró. Ella se aferró a su mano ante el primer indicio de seguridad que le transmitió y no quería soltarse. Si había conseguido aceptar la decisión de dejar el hospital para mudarse a un hogar de acogida, solo había sido porque él prometió que regresaría por ella.

Esa promesa estaba instalada en su cabeza como una verdad. Sucedería. Theo no fallaba, no lo haría nunca.

Lucy atravesó el umbral de la puerta hacia el exterior, donde horas atrás, se encontraban los dos oficiales custodiando la habitación. No obstante, esta vez encontró a uno. Lewis se había ausentado, sólo quedaba el más joven, en la placa que llevaba a un costado del pecho, pudo leer que se apellidaba Connor.

—Disculpe, oficial. ¿Hay algún problema si llevo a la niña a la cafetería? Será un paseo rápido —murmuró.

Connor, de expresión neutra y mirada dura, frunció apenas el entrecejo.

—No creo que sea buena idea, señorita. Acaban de detener a Andrew Wilson tratando de fugarse del hospital. Les sugiero que permanezcan aquí hasta que el ambiente se calme.

—Oh, vaya. Que alivio —emanó un suspiro—. Theo lo sabe ¿no? Quiero decir, me refiero al doctor Dankworth —se corrigió, un tanto avergonzada. La noticia era buena. Mía finalmente estaría tranquila con su padre tras las rejas.

—En un momento el oficial Lewis le informará la situación.

—De acuerdo. —Se encogió de hombros. En su interior, se preguntó por qué Connor tenía que ser tan apático. ¿Por qué no podía decir más nada? Bueno, al menos sabía que ese hombre ya no estaría suelto causando daños. Pensó en contárselo a Mía, pero al instante se retractó, considerando que Theo debía estar presente. Él sabía mejor que nadie cómo hablarle—. ¿Sería tan amable de avisarnos cuando podamos salir, por favor? —cuestionó, aunque su tono de voz se fue apagando mientras observaba que Lewis, junto a la inspectora Romano, surgían desde una punta del pasillo con cara de pocos amigos.

<<Las novedades>> pensó.

—¿Señorita Howard? —pronunció Lewis.

—Sí. ¿Qué pasó? —volteó hacia ellos con el semblante relajado. Su mirada fresca. Esperaba oír buenas noticias—. ¿Ya se llevaron a Wilson?

—Efectivamente. Lo están trasladando a la comisaría para un interrogatorio —informó Romano—. Todo indica que estaba ocultándose en el hospital. En el baño, para ser precisos. ¿Podemos sentarnos un momento? —En ese instante, Lucy desconfió. Arrugó el entrecejo, mientras su paciencia estallaba.

—No quiero sentarme. ¿Qué está pasando? —insistió. Dentro, percibió un hueco abriéndose en medio del pecho. Adivinó que se trataba de algo malo—. ¿Dónde está Theo?

Los agentes intercambiaron miradas y luego, la inspectora adquirió una postura de compasión. La mujer tragó saliva, observó el piso y volvió hacia Lucy, que aguardaba impaciente.

—Wilson lo atacó en el baño. Parece que lo sorprendió por la espalda —largó con firmeza—. Lo están ingresando a urgencias. Una enfermera...

—¿Carol? —pronunció en un hilo de voz.

—Sí, ella. Está con él. Nos pidió que te avisáramos.

—Gracias, yo... Alguien debe quedarse con Mía —Lucy apartó el rostro, girando la cabeza hacia un costado. Se cubrió la boca con la palma de la mano, contuvo un chillido, al mismo tiempo que sus ojos desbordaron de lágrimas. Debió tomarse unos segundos antes de volver a incorporarse—. Ustedes pueden... —Ni siquiera consiguió terminar la oración. Estaba perdiendo el aliento.

—Tranquila, Lucy. Ve con él. Me quedaré con la niña, no te preocupes. Te doy mi palabra —aseguró la inspectora, mostrando su lado empático.

Como pudo, la chica asintió.

—Sí. Sí. Está bien —balbuceó—. Gracias.

Cargando una escalofriante sensación que recorría su espalda, Lucy corrió hacia urgencias. No esperó ascensores, transitó las escaleras saltando peldaños, tampoco fue paciente con las personas que se cruzaban en su camino, su corazón estaba atascado en su garganta, su mente cegada por Theo.

Todos sus pensamientos pertenecían a él. 


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NOTA DE AUTORA: Holaa ¿cómo están? Espero que estén teniendo una buena semana. Mil disculpas por no actualizar tanto como de costumbre, pero tuve unos días con ánimos bajos y además estuve mal de salud, así que me tomé tiempo para descansar mucho. Pero de a poco vuelvo a la normalidad <3.

También quiero darle la bienvenida a las nuevas lectoras y agradecerles por darle una oportunidad a esta historia. ¡Son las mejores! Espero que la estén disfrutando mucho :) 

¡Gracias por leer!

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