Capítulo 22

La noche anterior, Theo a duras penas logró dormir cuatro horas de corrido. Había dado vueltas en la cama, fijándose cada tanto en el reloj del celular, aguardando el momento en que tuviera que volver al hospital. Tenía en su mesita de noche el mensaje que Mía le había obsequiado, no podía evitar leerlo cada vez que volteaba hacia ese lado. Nadie había tocado antes su corazón de esa forma. <<Solo puede confiar en ti porque la encontraste en su estado más vulnerable>>, había mencionado la psicóloga un par de semanas atrás. Sin embargo, no estaba seguro de que así fuera. Empezaba a pensar que era la inversa, Mía lo encontró a él. Le sujetó la mano apenas lo vio y, a partir de ese día, su vida no volvió a ser la misma. Ella fue la causa que lo reencontró con Lucy. Ella reflotó un deseo que había mantenido oculto por el simple hecho de que no encontraba a la persona correcta... El deseo de ser padre. Y así, durante esa madrugada en la que no podía dormir, se encontró estudiando la habitación de su casa que utilizaba como oficina. Preguntándose si cabía lo necesario para integrar a otra persona. Entendió que tal vez... Sí.

—¿Crees que tomamos la decisión correcta? —insistió Theo. Su lado profesional indicaba que había acertado, pero su lado más humano tenía miedo. Lucy le rodeó el cuello con un brazo, mientras permanecía sentada sobre sus piernas, dentro de una sala de descanso del hospital. Abrumado por lo que acontecía, Theo le rodeaba la cintura, robándole un beso de vez en cuando, buscando en sus labios un poco de calma.

—Sí. Claro que sí —aseguró la chica—. Además de que es peligroso que ese hombre esté suelto, encontrarlo también ayudará a esclarecer la historia de Mía. Será más sencillo que rehaga su vida, porque no tendrá que preocuparse de que su padre reaparezca de la nada. ¿Entiendes?

—Lo sé —llevó la vista al suelo. Su mandíbula se apretó, negando con la cabeza—. Pero no me parece justo tener que exponerla —dijo, abriéndose sincero. Si bien había tenido una conversación con Mía, en la cuál aceptó hablar con los agentes, todavía prevalecía ese impulso protector de querer mantenerla a salvo de cualquier cosa que pudiera dañarla.

—No, no es justo. Pero es necesario —le recordó, tomándolo del mentón para verlo a la cara—. Te lo agradecerá en un futuro —prometió—. De todos modos, tú estarás ahí. Tiene tu compañía, eso es importante— aquello logró sacarle una pequeña sonrisa. Lucy se acercó para besarlo, entonces, el buscador de Theo sonó—. ¿Qué pasa?

—Ya casi es la hora. Debería irme —se lamentó. Al mismo tiempo, elevó una mano para despejar los mechones de cabello que opacaban el rostro de Lucy—. ¿Quieres dormir en casa esta noche?

Las mejillas de Lucy se tornaron bordó. Deseó que su rostro estuviera de nuevo cubierto por su cabello. O una máscara. O cualquier cosa en la que pudiera ocultarse. No era la primera vez que dormía en su casa, pero la forma en que lo pronunció había sonado tan... Excitante, tentador e irreal. Todo al mismo tiempo.

—Eh... Sí. Está bien. Te puedo esperar para irnos juntos —respondió, tratando de asumirlo con normalidad, aunque su vientre estuviera alborotado por un cosquilleo irrefrenable. Era evidente que él conocía ese estilo de vida, pero ella no. Todo le resultaba una novedad—. ¿Sabes si está Jefferson? Necesito pedirle mi abrigo. Lo olvidé la otra noche.

—Uhm, no estoy seguro. Si no lo encuentras, podemos pasar por su casa más tarde.

—Claro. ¿Sabes donde vive? —indagó, a lo que el contrario negó—. Tampoco lo sé.

—Oh. Pensé qué... Él dijo... —Theo recordó a Jefferson expresando con soberbia que Lucy había estado en su cama. Su sangre ardió cuando todo en su cabeza se unió. Fue una mentira—. Olvídalo, Lu. Es un imbécil.

Confusa, Lucy arrugó el entrecejo. Sus alarmas se encendieron ante el repentino enfado de Theo, que de inmediato se reflejó en sus facciones.

—¿Qué dijo? —la chica le sujetó la mano, impidiendo que se marchara. Theo inclinó ligeramente la cabeza hacia atrás y resopló, desbordado.

—Algo inapropiado para provocarme —se limitó a contestar. En ese momento, solo podía pensar en que Mía lo estaba esperando en su habitación—. Lo hablamos luego, ¿está bien? No quiero llegar tarde.

—Sí. No te preocupes. Sé que esto es importante para ti —delineó una suave sonrisa, comprensiva. Gracias a su capacidad de observación, le resultó sencillo darse cuenta que entre Mía y Theo existía un vínculo que sobrepasaba lo profesional. Por eso, mientras lo veía salir, su corazón se tambaleó. ¿Qué pasaría cuando tuvieran que separarse?


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Alexandra Romano llegó puntual. Guiada por Theo, la mujer de cuarenta y tres años, ingresó a la habitación en compañía del agente Lewis que tenía un poco menos de su edad. Ella mostraba un aspecto duro y, al mismo tiempo, natural. No portaba una sola gota de maquillaje. Llevaba el cabello rubio ceniza recogido en una coleta baja, vestía un pantalón negro recto, polera color gris y encima, una chaqueta de abrigo color chocolate. Lewis, en cambio, llevaba el uniforme de policía. Se ubicaron al lado derecho de la habitación, bajo la atenta mirada de Mía que, inquieta, apretó la mano de Theo que estaba del otro lado, junto a su cama. Previamente, él le había explicado que los agentes estaban ahí para ayudar, pero no podía bajar la guardia. Eran personas desconocidas, externas al hospital, que pretendían hacerle preguntas sobre un tema que no le agradaba.

—Gracias por aceptar hablar con nosotros, Mía —murmuró Alexandra—. Lo que tengas para decir es sumamente importante.

La niña, que miraba al piso, se encogió de hombros.

—¿Qué quieren saber? —cuestionó. Le urgía terminar con la situación lo antes posible—. Theo me explicó que van a preguntar sobre mi papá. No sé mucho de él —anticipó. En realidad, sabía que le gustaba sentarse a mirar la televisión mientras bebía alcohol. Recordaba su carácter inestable y que se enfadaba con facilidad, ante actos tan insignificantes como la caída de un alfiler. Lo había conocido recién a sus siete años, cuando el hombre regresó a la casa arrepentido, queriendo remediar errores del pasado. Su madre lo recibió y entonces, todo cayó en picada.

—Cualquier cosa que puedas decirnos, servirá —dijo la mujer con seguridad. Mientras tanto, Lewis preparaba la libreta para tomar notas—. ¿Estás lista? —la niña desvió la mirada hacia Theo. Tras encontrar su aprobación, regresó hacia la mujer y asintió—. Bien. Empezaremos por algo sencillo. Además de tu casa, ¿sabes si tu papá tenía otro sitio para ocultarse? —Mía negó—. ¿Alguna casa de vacaciones?

—No. Nunca íbamos de vacaciones. Mamá dijo una vez que quería llevarme a conocer el mar, pero no lo hicimos —recordó, apartándose del tema principal—. ¿Tú has ido?

—Sí. Seguro podrás hacerlo algún día. Entonces, no tenían otra casa, tampoco ningún sitio de vacaciones —recapituló. A pesar de la ternura que pudiera causar Mía, la inspectora tenía en claro el objetivo de la conversación—. ¿Algún familiar al que pueda visitar? ¿Amigos?

—Solo sé que tenía una novia.

—¿Recuerdas su nombre? ¿Cómo se veía?

—Una vez escuché que se llamaba Roxy —memorizó. Sin embargo, no tenía mucho más—. Pero nunca la vi.

—¿Nunca la viste?

—No. Creo... Creo que ella ni siquiera sabía que yo estaba en el sótano —largó con normalidad. A pesar de que la mayoría se estremecía al escucharla hablar de ese modo, ella no lo veía así. Había sido parte de su realidad. Su casa por mucho tiempo—. Casi nunca salía. A veces, él se iba de casa y olvidaba poner el seguro, así que podía salir por un rato. Pero no ocurría tan seguido.

—¿Qué hay de tu mamá? —Mía bajo la mirada. Durante algunos segundos, se mantuvo pensativa. En silencio. Incluso sonrió un poco—. ¿Recuerdas cómo se llevaba con tu padre? —Alexandra interrumpió, rescatando a la niña de sus pensamientos.

—Sí. Un poco —se encogió de hombros—. Papá le gritaba mucho. Ella decía que tenía que quedarme en mi habitación mientras discutían. A veces me metía dentro del armario para no escucharlos —su voz tembló ligeramente. Nunca le había contado eso a nadie. En su cabeza, habitaban sonidos desgarradores que no tenía forma de explicar, aún no conocía las palabras adecuadas para describirlos. Quería borrarlos de su mente, para que dejaran de despertarla a mitad de madrugada en pesadillas, pero estaba segura de que no podía hacer eso. No existía ninguna clase de magia para eliminar los recuerdos—. ¿Qué más quieren saber?

—Nada más —interfirió Theo, que aún sostenía la mano de Mía. Sus dedos pequeños estaban enterrados en la parte externa de su mano—. Ya tienen suficiente, ¿cierto? —dirigió la mirada a la inspectora, que lucía un tanto decepcionada. A pesar de que pretendía ahondar un poco más en el asunto, al médico no le tembló el pulso para frenar la indagatoria, tras darse cuenta que a Mía le empezaba a afectar. ¿Si él no la protegía, quién lo haría?

—Sí. Gracias, a los dos. Sobre todo a ti, Mía. Has sido de gran ayuda —reconoció, acatando las condiciones, mientras se ponía de pie y, junto a su compañero, se disponían a retirarse.

—Ahora vuelvo, cariño. ¿Está bien? —Ella asintió, viéndolo acompañar a los agentes.

Mientras Theo los despedía en la puerta, sentada en la cama, Mía dobló las rodillas y las apretó contra su pecho, cerrando los ojos. Lo mismo que solía hacer cuando, encerrada en un armario, ignoraba los sonidos tenebrosos para reemplazarlos por sus fantasías de un mundo mejor y pedía en silencio que todo estuviera bien. 


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NOTA DE AUTORA: Holis. ¿Cómo están? Antes que nada, perdón si los últimos capítulos han sido más bien tristes y un poco dramáticos , pero créanme que son MUY necesarios para lo que se viene en la trama. 

Además, confieso que amo escribir sobre Theo y Mía, de hecho ellos fueron los primeros personajes que se me ocurrieron, ellos hicieron que naciera esta historia. Así que de verdad espero que estén disfrutando esta historia, tanto como yo disfruto de escribirla. 

Si quieren, pueden dejarme un comentario sobre por qué leen esta historia o por qué los que aún no la conocen, deberían darle una oportunidad. Estaré sacando capturas y subiendo los comentarios a mis redes <3. 

¡Gracias por leer!

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